El onomástico del Libertador
De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio.
La obra de William Duane (1760-1835), un periodista y editor estadounidense, titulada Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823 proporciona un registro histórico valioso de la época posterior a la Independencia en la República de Colombia o Gran Colombia, según la denominación historiográfica con la que se ha dado a conocer este intento de integración de Suramérica. Es preciso reconocer que su libro ofrece una visión detallada de la vida, la cultura y la política de la región durante un momento de edificación republicana.
Además, tiene una destacada importancia por ser una visión de un extranjero quien, sin duda, por las ideas que desplegó en su escrito, sentía una gran admiración por los personajes que protagonizaron la Independencia frente a la monarquía española. En fin, Duane aportó una perspectiva única de los eventos y circunstancias de la época. Sus observaciones pueden ofrecer una visión imparcial y objetiva de los acontecimientos. Aunque una lectura atenta y cuidadosa permite constatar sus simpatías por los americanos y cierta aversión hacia lo ejecutado por los ibéricos españoles en estas porciones territoriales.
Por tanto, es recomendable indicar que en las líneas por él trazadas se nota una defensa de la independencia. Así, que se pudiera concluir que Duane fue un ferviente defensor de la independencia de América del Sur. Sus escritos no sólo registraron los hechos históricos, sino que también muestran su apoyo a la causa de la independencia.
Por tal motivo en la última sesión del primer Congreso General de Colombia, se le otorgó a Duane un reconocimiento en favor de su constante esfuerzo por brindar apoyo a la libertad del pueblo de la Gran Colombia.
Por lo tanto, la obra de Duane sobre la Gran Colombia es una fuente importante de información histórica y ofrece una perspectiva única sobre este período de la historia sudamericana. En especial, por ser un escritor con una excelente preparación intelectual. La edición en español, preparada por el Instituto Nacional de Hipódromos de Venezuela en 1963, consta de dos tomos que suman un poco más de setecientas páginas de descripciones y argumentos extensos, desplegados en dos volúmenes.
Duane coincidió, durante su estadía en Caracas, con la celebración del 28 de octubre, día que se mantuvo, por un tiempo, como el del nacimiento de Simón Bolívar. Ello se debió a que el onomástico del Libertador coincidía con la festividad de San Simón en el santoral. El onomástico hace alusión al día en que se festeja algún santo. Durante muchos años, el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria. Se creía que ese día no solo era el onomástico del Libertador, sino también el de su natalicio. Más tarde, una disposición legislativa rectificó ese error, trasladando la fecha nacional al 24 de julio, que es el verdadero aniversario del nacimiento del Libertador. Sin embargo, el sentimiento popular continuó festejando el 28 de octubre, ya que lo que importaba era su nombre, que en el santoral correspondía al 28 de octubre de cada año, día de San Simón.
Según Alfonso Castro Escalante, historiador del estado Mérida, quien citó a Tulio Chissone quien había presentado una disertación en la Sociedad Bolivariana de Venezuela, el 28 de octubre de 1975, señaló que “por muchos años el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria. Creyó al principio que ese día no solo era el onomástico del Libertador, sino también el de su natalicio”.
El célebre historiador merideño, Tulio Chissone, señaló que, “por muchos años, el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria.
Aunque una disposición legislativa rectificó este error, trasladando la fecha nacional al 24 de julio, el sentimiento popular festejaba sin saberlo, y como por instinto, el 28 de octubre, porque era un acontecimiento todavía más grandioso y cuya gloria resonó en toda la América. De ahí que, el historiador merideño agregara: “Bolívar la encarnación del genio de la libertad en el seno de una mujer venezolana”. No importaba el día de su nacimiento, lo que importaba era su nombre, que en el santoral correspondía a la fecha ya indicada.
De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio. Hoy se agregan aspectos que emanan de sus propias cartas, que demuestran como el Libertador aceptó, con agrado y gratitud, las manifestaciones que se le hacían el 28 de octubre: El 28 de octubre de 1817 fue celebrado en Angostura con un solemne tedeum.
El Libertador participó en los actos programados, y al efecto escribió al general. Carlos Soublette, jefe del Estado Mayor lo siguiente: “Incluyo a usted el programa para la fiesta a la que he determinado concurrir mañana en la Iglesia Catedral de esta ciudad. Comuníquelo usted a quien corresponde, especialmente al venerable cura y a quien prevendrá para la colocación de los asientos. Las salvas no tendrán lugar mañana. Lo demás se ejecutará en cuanto sea posible. Y en otra carta fechada el 28 del mismo mes y año, insinuaba al jefe del estado mayor, invitar a todos los generales, jefes y oficiales de los cuerpos, y a los jefes y oficiales sueltos que voluntariamente quieran concurrir, a su casa de habitación para acompañarlo a la iglesia al tedeum a que lo ha invitado el venerable párroco de la Iglesia Catedral “. Esta larga cita proviene de Vicente Lecuna en la edición de Cartas del Libertador y preparada por él.
Aclarado el punto sobre el 28 de octubre como día del nacimiento de Simón Bolívar, tal como lo escribió Duane, paso a presentar una sinopsis de lo que observó sobre los preparativos para la celebración de este acontecimiento.
Contó Duane que, por ser 28 de octubre, “el día natal del presidente”, desde tempranas horas del día se escuchaba el retumbar de la artillería desde diversos puntos de la ciudad. En momentos de vida normal, las calles de Caracas lucían muy apacibles y, de acuerdo con este cronista viajero, era muy raro ver las calles con aglomeración de personas, “pero en este día aparecían como un hormiguero cuyos habitantes se hubieran puesto en movimiento”.
Para la ocasión los miembros de las fuerzas militares hicieron gala de sus mejores uniformes, “aunque dicha denominación no corresponde precisamente a la realidad, pues no se adaptan a ningún corte, patrón o color de uso general; sin embargo, a los ojos de un espectador forastero, formaban un espectáculo atractivo”. De los integrantes del desfile dijo que llevaban guerreras cortas de tonos azules, rojos o amarillos, así como que los pantalones eran también del mismo color o, simplemente, blancos. Muchos de los soldados exhibían estas combinaciones. Mientras los oficiales vestían con pantalones amarillos, blancos o de color carmesí. Llevaban sombrero, algunos, también gorras de cuero o paja, con penachos de pluma de diferentes matices.
De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio.
Los oficiales de mayor rango vestían con intenciones de uniformidad. Al respecto subrayó, “Tantas variedades de colores no debían atribuirse por entero a capricho u ostentación; existía ciertamente un reglamento sobre el uso del uniforme, pero como ello solo no significaba que se estuviera en capacidad para importar una cantidad suficiente de tela de un solo color, ni para pagar los gastos de confección, las necesidades del momento autorizaban las innovaciones, embellecidas a su vez por el antojo o la vanidad”.
Escribió que, a propósito del “festival”, todos los integrantes de la tropa, regulares y voluntarios, acudieron a la cita celebratoria con sus respectivos uniformes, aunque la diversidad no aparecía de manera tan irregular como la de los oficiales del servicio regular. De los “soldados de línea” expuso que portaban chaquetas de dril, pantalones a los “Osnaburg” (tela de textura rugosa y gruesa que era utilizada para elaborar la indumentaria de los esclavos). Añadió que la vestimenta se notaba limpia y en buen estado. De los oficiales, quienes montaban corceles de buena estampa, aunque a algunos les habían cortado la cola, mostraban sus mejores galas. Para esta ocasión se habían distribuido nuevos uniformes y calzado apropiado, incluso alpargatas. Sobre las armas anotó que a simple vista presentaban un aspecto óptimo, “pero algunas sólo resultaban apropiadas para un desfile de gala”.
En su descripción destacó que todos los templos de la ciudad estaban abiertos. Por otro lado, entre los actos programados para la ocasión estaba “la celebración de un espléndido sarao”. Encuentro al que fue invitado y que aprovechó para mostrar a sus potenciales lectores algunas “costumbres y maneras del país”.
Bajo esta intención expresó que todo el día 28 había sido de festejos ininterrumpidos, con un clima templado, muy a favor para las festividades. Indicó que en las calles se veían llenas de “graciosas damiselas”, vestidas con trajes de “vivos colores”. Por un momento, las calles volvieron a su normal trajinar, puesto que las personas se alistaban para un baile programado dentro de la magna celebración.
Indicó que esta última se llevó a cabo en una de las principales moradas de la ciudad. Lugar al que los invitados llegaron antes de las ocho de la noche. Para esta fiesta se presentaron dos orquestas que interpretaron la contradanza española. Baile caracterizado por la danza que, al principio, le pareció poco animado, sin embargo, con el desarrollo del mismo se le fue tornando atractivo por “ser tan excelente la danza como la música”. Expuso que quienes asistieron al baile lo hacían en parejas y que por ser el salón bastante espacioso tuvo la “oportunidad para admirar las bellezas caraqueñas”.
Sumó a su observación que había constatado el buen trato de los oficiales para con sus respectivas parejas en el baile. Contrario a las informaciones que difundían los enemigos de la república de Colombia, escribió haber sentido complacencia al ver “la concordia y el espíritu liberal, el buen sentido y la corrección” en la manera de relacionarse las personas en esta oportunidad. Las cordiales relaciones entre éstas, así como las expresiones plagadas de alegría y espontaneidad, “que caracterizaron aquella fiesta”, eran la mejor refutación a los agoreros mensajes que se lanzaban contra los revolucionarios suramericanos.
A esto agregó el ejemplo de las castas de color y su relación con la nueva elite política y económica. “Se había vaticinado que las gentes de color nunca llegarían a avenirse con quienes ostentaban blanca la tez. Pues bien, en esta ocasión pude ver a beldades tan rubias como Cintia, o tan rubicundas como Hebe, cuyo color blanco y rosa resplandecía, atravesando graciosamente entre los apiñados grupos de la danza, del brazo de ciudadanos cuya piel presentaba todos los matices”. Más adelante subrayó que, las mujeres quienes habían recibido “buena educación” no eran menos estimadas “por el hecho de que su cutis no era totalmente blanco”.
El objeto de su juicio era lo escrito por el francés Francisco Depons (1751-1812), quien había residido en Venezuela entre 1801 y 1804, quien en su obra Viaje a la parte Oriental de Tierra Firme (1806) representaba las agoreras consideraciones a la que hizo referencia Duane. De los argumentos, desplegados por el francés, indicó que fueron erróneos, ya que “las discriminaciones no existían, sino las debidas a los méritos intelectuales y morales para conquistar el respeto personal o el desempeño de un cargo público”.
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