Oviedo y Baños: Consideraciones sobre la provincia de Caracas

Oviedo y Baños: Consideraciones sobre la provincia de Caracas

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     José de Oviedo y Baños nació en Santa Fe de Bogotá en 1671 y falleció en Caracas, el 20 de noviembre de 1738. Fue un destacado militar e historiador. De origen social acaudalado y cuya familia estuvo interiormente ligada a la burocracia española en América, fue educado en Lima. Escribió Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, uno de los libros de referencia histórica más importantes del país.

     Oviedo y Baños ocupó varios cargos públicos. En 1699 fue alcalde del segundo voto del Ayuntamiento de Caracas. Luego, en 1710 alcalde de primer voto y, en 1722, regidor perpetuo, cargo al que renunció al poco tiempo. El Cabildo le encargó la elaboración de un calendario con las fiestas religiosas de cumplimiento obligatorio. 

     Esto le permitió almacenar el copioso archivo que utilizó para escribir la Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela. Oviedo y Baños, estudió gramática, retórica y elocuencia en Lima. En Caracas había frecuentado la compañía de profesores, maestros, teólogos y otros letrados. También estudió Derecho y se dedicó a la lectura, logrando el perfil intelectual que le ayudaría a investigar en los archivos oficiales los acontecimientos desde la llegada de Cristóbal Colón y sus huestes a América. Con esta información, en 1723 publicó en Madrid la Historia del actual territorio de Venezuela.

     A Oviedo y Baños se le considera como el iniciador de la historia escrita del país mediante la narración, el análisis y la descripción de episodios y lugares históricos.

     Según una nota en Wikipedia, entre los planes de José de Oviedo y Baños estaba una segunda parte de esta obra, pero nunca fue publicada. Versiones contradictorias indican que jamás fue escrita, o que fue destruida intencionalmente en consideración a ciertas familias que se vieron ofendidas por el texto. A pesar de eso, dejó otro escrito muy útil para el conocimiento de la Caracas de su tiempo, titulado Tesoro de noticias de la ciudad.

     En su libro de 1723, Oviedo y Baños escribió que, entre las mejores provincias que constituían el imperio español en América estaba la que se había denominado Venezuela, aunque se le conocía más con el nombre de su capital, Caracas, cuya historia “ofrece asunto a mi pluma para sacar de las cenizas del olvido las memorias de aquellos valerosos españoles que la conquistaron, con quienes se ha mostrado tan tirana la fortuna, que mereciendo sus heroicos hechos haber sido fatiga de los buriles, solo consiguieron, en premio de sus trabajos, la ofensa del desprecio con que los ha tenido escondido el descuido”.

     De la provincia de Caracas expresó que mostraba espacios lacustres con aguas claras y saludables. Provista con aguas de mucha utilidad para los cultivos. Describió que en la misma provincia se experimentaba una variedad climática, lo que era propicio para la siembra de frutos de gran diversidad. Observó y expuso ante sus lectores los cultivos que abundaban en la comarca como: maíz, trigo, arroz, algodón, tabaco y azúcar; “cacao, en cuyo trato tienen sus vecinos asegurada su mayor riqueza”. Del mismo modo, observó árboles frutales, tanto indianos como europeos, legumbres de distintas categorías, “y finalmente, de todo cuanto puede apetecer la necesidad para el sustento, o desear el apetito para el regalo”.

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     En lo que respecta a la madera contó de la existencia de granadillos, con diversidad de colores, caobas, dividives, guayacanes, palo de Brasil, cedros, así como la existencia de vainillas de singular olor, grana silvestre, que era desaprovechada por los nativos, zarzaparrilla y añil muy comunes en los montes que bordeaban la provincia, “que más sirven de embarazo que provecho, por la poca aplicación a su cultivo”.

     Puso a la vista de los potenciales lectores la existencia de animales como leones, osos, dantas, venados, báquiros, conejos y tigres, “los más feroces que produce la América, habiendo enseñado la experiencia, que mantienen más ferocidad mientras más pequeñas son las manchas con que esmaltan la piel”. En cuanto a los productos del mar ponderó su alta propiedad, así como la calidad de las salinas que estaban a la orilla de las costas. De las aves reseñó sobre la existencia de una amplia gama de pájaros de hermoso plumaje y algunos de carne muy apetecible como la guacharaca, el paují, la gallina de monte, la tórtola, la perdiz y otras que eran objeto de cacería.

     De sus montes, expresó, se podían encontrar variedades naturales para la aplicación medicinal. Mencionó el caso de la cañafístola, tamarindos, raíz de china, tacamajaca y un aceite denominado María o Cumaná. También la provincia contaba con minas de estaño y de oro, aunque eran poco explotadas porque según Oviedo y Baños “aplicados sus moradores (que es lo más cierto) a las labores del cacao, atienden más a las cosechas de éste, que los enriquece con certeza”. Expresó que la fertilidad de sus suelos permitía la manutención de los habitantes de la comarca, sin necesidad de recurrir a las provincias vecinas para la provisión de bienes, “y si a su fertilidad acompañara la aplicación de sus moradores, y supieran aprovecharse de las conveniencias que ofrece, fuera más abastecida y rica, que tuviera la América”.

     Destacó que antes de la conquista la provincia contaba con distintos grupos de indígenas, “que sin reconocer monarca superior que las dominase todas, vivían rindiendo vasallaje cada pueblo a su particular cacique”. Sin embargo, luego de un tiempo transcurrido, así como por el traslado de muchos indios a las islas de Barlovento y otros lugares, “la consumieron de suerte, que el día de hoy en ochenta y dos pueblos, de bien corta vecindad cada uno, apenas mantienen entre las cenizas de su destrucción la memoria de lo que fueron”.

     En cuanto a la instalación de la provincia hizo notar que Losada había insistido que debía apaciguar y neutralizar a los habitantes originarios para establecer la ciudad. Así que, decidió hacerlo en el valle nombrado como San Francisco. Fue allí donde fundó Santiago de León de Caracas, “para que en las cláusulas de este nombre quedase la memoria del suyo, el del Gobernador y la provincia”. Sus primeros regidores fueron Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Antequera y Sancho del Villar. Creado el Cabildo se nombró alcalde a un sobrino de Losada, Gonzalo de Osorio y a Francisco Infante.

     Agregó que este acto fundacional era ignorado, entre la mayoría de las personas de la época, “que no han bastado mis diligencias para averiguarlo con certeza, pues ni hay persona anciana que lo sepa, ni archivo antiguo que lo diga”. Relató que pensó encontrar datos en las actas del Cabildo, sin embargo, encontró unas exiguas notas sobre esta fundación, así como que “los papeles más antiguos que contienen son del tiempo que gobernó Don Juan Pimentel: descuido ponderable y omisión singular en fundación tan moderna”.

     En este orden señaló que un cronista de nombre Jil González había asegurado que la fundación de esta localidad fue un día de Santiago. Pero Oviedo la calificó de errada y que estableció como fecha 1530, “cosa tan irregular, y sin fundamento, que dudo el que pudo tener autor tan clásico para escribir tal despropósito; y así, dejando esta circunstancia en la incertidumbre que, hasta aquí, pues no hay instrumento que la aclare, pasaremos a dar noticia del estado a que ha llegado esta ciudad de Caracas (1723)”.

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     De ésta llamó la atención acerca de su ubicación en un valle de gran fertilidad, con unas altas sierras que servían de límite frente al mar. Cuatro ríos la surcaban, sin que hubiese riesgo de anegación y que no le faltaban condiciones para denominarla un Paraíso. “Tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen”.

     En lo que respecta a sus habitantes expresó que había un importante número de negros y mulatos, así como españoles que llegaban a la cantidad de mil, dos de ellos con títulos de Castilla y caballeros de prosapia lo que le daba a la sociedad caraqueña un lustre particular, “sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos”. 

     Agregó que hablaban la lengua castellana sin los vicios propios exhibidos en otros lugares de la Indias. Según su visión, gracias al clima predominante en la ciudad, los cuerpos de sus habitantes eran bien proporcionados, “sin que se halle alguno contrahecho, ni con fealdad disforme”.

     De ellos expresó que eran inclinados al trato amable y que los negros mostraban incomodidad por no saber leer y escribir. Los visitantes eran muy bien recibidos y las mujeres caraqueñas fueron calificadas por él como “hermosas con recato y de modales afables”. Por otra parte, indicó que había una iglesia calificada de catedral. Describió que era una edificación levantada en forma de cinco naves, cuyo techo estaba sostenido por filas de ladrillos, aunque cada nave le pareció que eran muy angostas, todas juntas mostraban una obra atractiva en su proporción simétrica. En ella se encontraban cuatro capillas de cuatro particulares patronatos.

     De acuerdo con la información recopilada por él, la iglesia se había edificado en 1580, a propósito de una peste de viruela y sarampión que azotó a la comarca por aquellos días y que acabó con la mitad de la población originaria. Fue en honor al Proto eremita que gracias a su intercesión alivió a la ciudad de tales quebrantos de salud. Nuestra Señora de la Candelaria, levantada en 1708, prestaba atención a la comunidad devota de la patrona de la isla de Tenerife. El hospital de la Caridad se dedicaba a la atención de féminas aquejadas en su salud, prestaba servicio también para el castigo de concupiscencias. De la congregación de los domínicos contó que fueron los primeros en traer las palabras sagradas a esta comunidad. Los pertenecientes a la religión de Santo Domingo mantenían un convento con cuarenta religiosas, en cuyo aposento rendían honor a nuestra Señora del Rosario.

     Los franciscanos constituían una comunidad de cincuenta religiosos. La de nuestra Señora de la Mercedes construida en 1638 estaba en un lugar alejado del casco central de la ciudad. En lo referente a la instrucción de los jóvenes de la ciudad estaba un colegio seminario bajo la protección de Santa Rosa de Lima. En él se cursaban algunas cátedras: dos de teología, una de filosofía y dos de gramática, “donde cultivados los ingenios, como por naturaleza son claros, y agudos, se crían sujetos muy cabales, así en lo escolástico, y moral, como en lo expositivo”.

     Tuvo palabras de elogio para con el convento de las monjas de la Concepción. Concebida en el año de 1617 guardaba en su seno 62 religiosas de velo negro. Además de estos templos había dos santuarios, el de San Mauricio y Santa Rosalía de Palermo. Una de las mayores conmemoraciones anuales tuvo que ver con una peste de vómitos, que se extendió por 16 meses continuos, y que se celebraba cada cuatro de septiembre.

La Caracas religiosa de finales del siglo XIX

La Caracas religiosa de finales del siglo XIX

Para el periodista estadounidense, William E. Curtis, la fachada de la Catedral de Caracas se asemejaba más a una cárcel o a una fortificación que a una iglesia.

Para el periodista estadounidense, William E. Curtis, la fachada de la Catedral de Caracas se asemejaba más a una cárcel o a una fortificación que a una iglesia.

     William E. Curtis nació el 5 de noviembre 1850, en Akron, Ohio, Estados Unidos. Entre las actividades que realizara en su vida destacan el papel como presidente del Departamento de América Latina y representante del Departamento de Estado para la Exposición del Gobierno de los Estados Unidos en la Exposición Universal de Colombia, en 1893.

     Curtis fue periodista y corresponsal de los periódicos Chicago Inter – Ocean y Record – Herald, así como autor de unos treinta escritos relacionados con sus investigaciones y viajes a la América del Sur.

     Además, se le considera como un factor fundamental en la creación del panamericanismo en Latinoamérica. En este orden, colaboró en la organización de la primera Conferencia Interamericana en 1889 y 1890. Se le ha descrito como un propulsor del comercio entre su país y América Latina antes de 1898. En sus escritos relacionados con la América hispana describió a sus integrantes como países que albergaban costumbres atrasadas y la necesidad de incluir en ellos nuevas técnicas que, por lo general, los latinoamericanos eludían.

     Durante los acontecimientos de 1898, Curtis dio su respaldo a la expansión territorial estadounidense. Sus escritos llevan la impronta civilizadora cuya misión estaba reservada a los Estados Unidos. Por tanto, la configuración de sus relatos sustentados en la diferencia y la igualdad hizo del panamericanismo una ideología imperial de transición.

     Entre sus obras se tiene Venezuela la tierra donde siempre es verano, publicada en 1896 en Nueva York. En cuanto a las diversas consideraciones que enlazó en la configuración que hiciese sobre Venezuela se encuentra el ámbito religioso.

     En uno de sus capítulos se puede leer el vinculado con la religión en Caracas. En este orden escribió que, al igual que otras ciudades suramericanas, la capital venezolana contaba con “un gran número” de ellas, “en franca desproporción con sus habitantes, y suficientes para un lugar tres veces mayor a su tamaño”. Sin embargo, en Caracas observó un contraste con las del resto de Latinoamérica que había conocido. De las caraqueñas aseguró, “no hay una sola que tenga una arquitectura elegante o que supere un aspecto algo más que ordinario”.

     Bajo estas consideraciones asentó que la denominada Catedral no merecía la importancia que a ella se le otorgaba, dentro de la jerarquía del sistema eclesiástico que representaba. Agregó que, si se le despojara del campanario, su parte exterior se asemejaría a una cárcel o a una fortificación, mientras su espacio interior “es tan desnudo y triste como un depósito”.

     Anotó que había sido edificada en 1641, luego de un fuerte movimiento sísmico. Sus paredes fueron entronizadas con un material resistente a los terremotos. “Por eso resistió la sacudida de 1812 que destruyó casi toda la ciudad, y probablemente dure la eternidad, a menos que algún presidente sea lo suficientemente patriota que ordene su demolición”.

     Expuso que el estilo de construcción de la catedral lo relacionaban con el toscano. Pero, para Curtis, no se podía determinar su estilo y menos determinar bajo que corriente artística ubicarla, porque no guardaba parecido con ninguna construcción existente. De ella puso a la vista de sus lectores que, en lo alto del campanario se había instalado una estatua que representaba la fe, “una figura gentil que mira hacia la plaza principal de la ciudad, imperturbada ante el fragor de un juego de agrietadas campanas que emiten los sonidos más tristes que puedan imaginarse, y que, incluso, repican a los cuartos de hora del reloj”.

En septiembre de 1876, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor del presidente Antonio Guzmán Blanco quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

En septiembre de 1876, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor del presidente Antonio Guzmán Blanco quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

     También sus repiques servían para mantener despiertas a las personas “dando los cuartos de hora del reloj”. De igual manera, las campanas llamaban a misa a partir de las cinco de la mañana y los domingos y los días santos, “que son unas tres veces por semana”, continúa el repicar hasta las horas de la tarde, “de modo que a los que estén acostumbrados a la tranquilidad les cuesta seguir durmiendo en Caracas al llegar la mañana”. Sin embargo, pudo constatar que a los vecinos de la ciudad no parecía causarles mayor molestia su sonido a lo largo del día como tampoco las del amanecer.

     Del interior de la Catedral indicó que era oscuro, que se asemejaba con una bóveda más que a un lugar de culto, “pues es una nave larga, penumbrosa y estrecha, que parece en realidad más estrecha de lo que es por las dos filas de columnas anchas que sostienen el techo”. Describió que el altar se encontraba en el centro del recinto. La mitad de la iglesia era lo suficientemente espaciosa para cualquier ocasión. Aunque raras veces se lograba llenar todo el espacio, sólo en los días de la Semana Mayor y otros eventos de importancia. “A un lado, hay una fila de naves, cinco en total, como los dientes de un serrucho cuya hoja fuera la galería principal”.

     En cada una de las naves estaba instalada una capilla. Sólo una de ellas estaba arreglada con elegancia, pero las demás estaban vacías. Escribió que todas las iglesias gozaban de la protección gubernamental. Esto se había generaliza desde 1876 cuando Antonio Guzmán Blanco decidió cambiar las reglas del juego en la relación Estado – Iglesia. 

     Sumó a estas consideraciones que la mayoría del clero simpatizó con los Conservadores. En este orden de ideas, contó que Guzmán había expulsado los miembros de la Compañía de Jesús, entre quienes se contaban la mayoría de simpatizantes del conservadurismo venezolano. Hizo lo propio con otros integrantes de congregaciones distintas, así como también con las monjas.

     Rememoró que el Capitolio que conoció había sido uno de los conventos más grandes de Suramérica. Igual pasó con otros conventos y lugares pertenecientes al clero. Una gran proporción de bienes de la iglesia fueron pasados a manos del gobierno y éste les dio un destino diferente de lo que habían sido usados hasta el momento. En efecto, para septiembre de 1876 el arzobispo fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor de Guzmán quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

     Curtis reprodujo el mensaje de justificación emitido por Guzmán donde éste razonó su acción contra la iglesia católica. En algunos de sus fragmentos se puede leer que el Ilustre Americano declaró a la Iglesia venezolana independiente del Episcopado Romano. De igual manera, exhortó a los integrantes del Congreso a que establecieran un marco legal en el cual se amparara el nombramiento de los sacerdotes parroquiales por parte de los fieles a la iglesia católica, los obispos debían ser nombrados por los rectores de las parroquias y los arzobispos por parte del Congreso, “volviendo a los usos de la iglesia primitiva, fundada por Jesús y los Apóstoles”.

     De acuerdo con Curtis esta acción del gobernante Guzmán Blanco provocó un conjunto de sentimientos y respuestas en toda Suramérica. Por otro lado, comentó que las iglesias elegantes de Caracas estaban destinadas a la devoción de Nuestra Señora de la Merced y a Santa Teresa. De esta señaló que había sido construida bajo patrones estilísticos modernos, con proporciones arquitectónicas adecuadas. “Como está construida en el sector de la ciudad donde residen los más acaudalados, está frecuentada casi siempre por casi toda la aristocracia”.

La única iglesia que restauró Guzmán Blanco, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa.

La única iglesia que restauró Guzmán Blanco, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa.

     Pasó de inmediato a describir que la Madre de la Merced era la santa patrona de las vírgenes. “En toda la América hispana éstas celebran su aniversario”. Expuso que, en algunas localidades, una procesión de mujeres jóvenes se dirigía a la iglesia en su día conmemorativo. De igual manera, era adornada con lirios, “la flor que ha sido escogida como el ideal de la pureza”. Señaló que en otros lugares existía la “hermosa costumbre” entre las novias de arrodillarse, la noche previa al acto nupcial, ante el altar dedicado a la Santa Mercedes y pedir la bendición de la Santa Inmaculada. En otros sitios las jóvenes casamenteras escribían cartas y las depositaban en su altar. Esperaban que los sacerdotes las devolvieran a los padres y en espera de que sus peticiones fueran cumplidas. “Estas costumbres han caído en desuso en Caracas, aunque aún se pueden observar en algunas ciudades del interior”.

     Para reafirmar sus consideraciones agregó que, no había en todo el país una ciudad de considerable dimensión alguna iglesia en la que no se honrara a una Santa patrona de tanta popularidad. De seguida, estampó que Santa Teresa estaba situada en un lado opuesto a la ciudad y que sus feligreses eran personas de alcurnia. Era la iglesia a la que asistían los familiares y parientes de Guzmán Blanco. En este recinto observó un cuadro en el que estaba representada la figura de Guzmán Blanco entre los Apóstoles, “como Napoleón I entre los santos y mártires de la gran Catedral de Milán.

     La única iglesia que restauró Guzmán, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa. Por otro lado, expuso que existían en la ciudad varias instituciones de caridad, como asilos y hospitales. Según la percepción de Curtis, estaban bien administradas y mantenidas y cuyo funcionamiento contaba con la colaboración de los feligreses y del propio Estado. Escribió que el Hospital General era uno de los mejores de la América del Sur. Los cementerios eran denominados Campo Santo, para Curtis una novedad.

     Observó que, en toda la ciudad, las iglesias, hoteles y edificios públicos tenían instaladas unas pequeñas cajas de hierro adheridas a las paredes exteriores, en especial, las de mayor tránsito de personas y que tenían escrito: “Dios bendiga las manos de los que aquí depositen una limosna para los pobres y enfermos”.

     La administración de los hospitales y otras instalaciones de caridad estaban bajo la responsabilidad de funcionarios nombrados por el presidente de la república o por el Ministerio de Instrucción Pública. Aunque cuando Rojas Paúl fue presidente se llevó a cabo una reforma y algunas monjas ocuparon la dirección de estas instituciones de benevolencia.

     Los individuos vinculados a la iglesia se vieron en la necesidad de cursar estudios en la Universidad Nacional cuya manutención estaba a cargo del gobierno. Curtis destacó que ellos eran blanco de ataque por las doctrinas asumidas por los catedráticos de la universidad. A pesar de los pedimentos a favor de la instalación de un lugar para la formación de sacerdotes no tenía la venia en la sociedad de letrados en Venezuela. De igual manera destacó que en la prensa escrita, “los curas son blanco de burlas y de escarnios, la mayoría de las caricaturas de los periódicos cómicos aluden a sus defectos y flaquezas, y los ingeniosos del país no dejan de hacerlos el blanco de su humor”. Del obispo de Caracas escribió que nunca lo vio solo por las calles y que siempre estaba acompañado de alguna persona, “ni siquiera cuando sale a caminar”.

     De la iglesia de San Francisco escribió que era un edificio extravagante. Era una edificación cercana a la universidad y que había servido tiempo antes de claustro para los monjes que lo ocupaban. Era el lugar destinado para que los miembros de la tropa del ejército oyeran la misa a tempranas horas del día domingo.

Humboldt y la Caracas de inicios del siglo XIX

Humboldt y la Caracas de inicios del siglo XIX

Acompañado por el botánico francés Aimé Bonpland, el alemán Alexander von Humboldt estuvo en Caracas durante dos meses (1799) Se alojó en la parte norte de la ciudad, en una casa que luego sería destruida por el terremoto de 1812.

Acompañado por el botánico francés Aimé Bonpland, el alemán Alexander von Humboldt estuvo en Caracas durante dos meses (1799) Se alojó en la parte norte de la ciudad, en una casa que luego sería destruida por el terremoto de 1812.

     Alexander von Humboldt nació en 1769 y falleció en 1859. En todos los registros biográficos aparece como un calificado naturalista y explorador de origen alemán. Recibió una importante formación educativa en el castillo de Tegel y se formó intelectualmente en Berlín, Frankfurt del Oder y en la Universidad de Gotinga.

     Entusiasta y apasionado por la botánica, la geología y la mineralogía, tras estudiar en la Escuela de Minas de Freiberg y trabajar en un departamento minero del gobierno prusiano, en 1799 recibió permiso para embarcarse rumbo a las colonias españolas de la América meridional y Centroamérica. Acompañado por el botánico francés Aimé Bonpland, con quien ya había realizado un viaje a España, recorrió casi diez mil kilómetros en tres grandes etapas continentales: las dos primeras en Sudamérica, desde Caracas hasta las fuentes del Orinoco y desde Bogotá a Quito por la región andina, y la tercera por las colonias españolas en México.

     Durante su travesía y estadía en tierras americanas logró recolectar cantidades importantes de datos acerca del clima, la flora y la fauna de estos territorios, así como determinar longitudes y latitudes, medidas del campo magnético terrestre y una completa estadística de las condiciones sociales y económicas que se daban en las colonias mexicanas de España. Entre 1804 y 1827 se estableció en París, donde se dedicó a la recopilación, ordenación y publicación del material recogido en su expedición, contenido todo él en treinta volúmenes que llevan por título Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.

     En 1827, regresó a Berlín, lugar en el que tuvo un destacado papel en la recuperación de la comunidad académica y científica alemana, maltratada tras décadas de conflicto bélico. Fue nombrado chambelán del rey Federico Guillermo III de Prusia y se convirtió en uno de sus principales consejeros, por lo que realizó numerosas misiones diplomáticas. En 1829, por encargo del zar Nicolás I de Rusia, efectuó un viaje por la Rusia asiática, en el curso del cual visitó Dzhungaria y el Altai.

     De acuerdo con la descripción del naturalista alemán estuvo dos meses en la ciudad de Caracas. De la casa que habitó, junto a su compañero Bonpland, escribió que era grande y que estaba edificada en la zona más elevada de la ciudad. Desde la altura lograba divisar la cima de la Silla, segmentos de Galipán y el valle por el que surcaba el Guaire, “cuyo rico cultivo contrasta con la sombría cortina de montañas en derredor”. Escribió que su estadía coincidió con la temporada de las lluvias. Por ello presenció que se prendía fuego a las extensas sabanas para mejorar su desempeño en los cultivos.

     Describió que, al ver estos abrasamientos desde cierta distancia se observaban la producción de destellos de luz. “Dondequiera que las sabanas, al seguir las ondulaciones de los declives rocallosos, han colmado los surcos excavados por las aguas, los terrenos inflamados se presentan, en alguna noche oscura, como corrientes de lavas suspendidas sobre el valle”. La sensación percibida la calificó como de común espectáculo en los trópicos y que por la disposición de las montañas ofrecían a la mirada una característica particular. En el transcurso del día, el viento que soplaba desde el lado este, de los lados de Petare, dirigía el humo a la ciudad y oscurecía el ambiente.

Indicaba Humboldt, que el caraqueño tenía por costumbre una vida uniforme y casera; pudiera decirse que no vive para gozar de la vida, sino únicamente para prolongarla.

Indicaba Humboldt, que el caraqueño tenía por costumbre una vida uniforme y casera; pudiera decirse que no vive para gozar de la vida, sino únicamente para prolongarla.

     A la acogedora morada que llegó a habitar sumó la calorosa y espléndida acogida dispensada por los nativos, en especial puso a la vista de sus potenciales lectores el caso de Guevara Vasconcelos, Capitán General de Venezuela para el momento de su visita. Indicó que, por haber tenido la oportunidad de compartir con los habitantes de Caracas, La Habana, Santa Fe de Bogotá, Quito, Lima y México, “y de que en estas seis capitales de la América española mi situación me relacionara con personas de todas las jerarquías, no por eso me permitiré juzgar sobre los diferentes grados de civilización a que la sociedad se ha elevado ya en cada colonia”.

     En este sentido, advirtió que sería más conveniente y “fácil” señalar los distintos matices de la cultura nacional y el intento de acuerdo con el cual estaba presente el desarrollo intelectual, que llevar a cabo comparaciones y establecer clasificaciones lo que no podía ser comprendido a partir de un solo punto de vista. En consecuencia, indicó que le había parecido notar mayor inclinación al estudio detenido y profundo de las ciencias entre mexicanos y bogotanos, mientras en Quito y Lima observó una imaginación ardiente y móvil, así como mayores conocimientos en lo atinente a las relaciones políticas y miradas más amplias de la situación de las colonias y de la metrópoli en La Habana y Caracas.

     Adjudicó a las distintas rutas de comunicación, de lo que denominó el Mediterráneo americano, el progreso de las sociedades cubana y caraqueña. “Además, en ninguna parte de la América española ha tomado la civilización una fisonomía más europea. En cambio, le pareció algo exótico la presencia de labradores indígenas en México y Nueva Granada lo que dio un matiz particular a ambas sociedades. Por la fuerte presencia de africanos y sus descendientes en tierras cubanas y caraqueñas, “cree uno estar en La Habana y en Caracas más cerca de Cádiz y de los Estados Unidos que en otra parte alguna del Nuevo Mundo”.

     Escribió que, en Caracas, al contario de lo que observó en La Habana, se había conservado las costumbres nacionales. Aunque aquella no ofrecía mayores placeres vivos ni variados, “pero se experimenta en el seno de las familias ese sentimiento de bienestar que inspiran una jovialidad franca y la cordialidad unida a la cortesía de los modales”.

     Expresó que en Caracas existían, tal como en cualquier lugar en el que se esperaban cambios de trascendencia, dos tipos de “hombres, pudiéramos decir, dos generaciones muy diversas”. Una, poco numerosa, que mantenía una ardiente adhesión a los usos inveterados, a las costumbres tradicionales y la moderación en sus anhelos por algo diferente al régimen colonial, “conserva con cuidado como una parte de su patrimonio sus prejuicios hereditarios”. La otra, con escasas preocupaciones sobre el pasado y del futuro, mostraba escuálida reflexión respecto a ideas novedosas. Sin embargo, al existir una disposición por el estudio la escasa reflexión cedía ante el estudio meditado.

El sabio alemán escribió haber notado en varias familias caraqueñas el gusto por la instrucción, el conocimiento de las obras maestras de la literatura y su predilección por la música.

El sabio alemán escribió haber notado en varias familias caraqueñas el gusto por la instrucción, el conocimiento de las obras maestras de la literatura y su predilección por la música.

     De este segundo grupo añadió haber conocido varios personajes a los que calificó de distinguidos. Estos personajes mostraban notoriedad por su dedicación al estudio, por lo sosegado de sus costumbres, así como lo elevado de sus sentimientos. Por otro lado, expuso que desde el reinado de Carlos V las colonias se habían convertido en eco del espíritu corporativo y las disputas municipales, ellas vinieron acompañadas del espíritu nobiliario y pretensiones nobiliarias de las más “ilustres familias de Caracas, designadas con el nombre de mantuanas”.

     A este respecto escribió que existían dos clases de “nobles” en la América española. Una estaba constituida por criollos cuyos antepasados habían ocupado un lugar privilegiado durante tiempos recientes en las colonias de América: “funda en parte sus prerrogativas en el lustre de que goza en la metrópoli, y cree poder conservarlas allende los mares, cualquiera que haya sido la época de su establecimiento en las colonias”. En lo referente a la “otra nobleza” mostraba mayor arraigo al suelo americano: “se compone de descendientes de los conquistadores, es decir, de los españoles que sirvieron en el ejército desde las primeras conquistas”.

     Expuso que en una anterior ocasión había expresado que detrás del valor caballeresco, es decir los tiempos de fervor religioso y militar, llegaron a estos territorios hombres de probidad comprobada por su sencillez y generosidad. “Vituperaban las crueldades que manchaban la gloria del nombre español; pero confundidos en el montón, no pudieron salvarse de la proscripción general”. En consecuencia, continuó siendo odioso el nombre de los conquistadores, “cuando la mayor parte de ellos, después de haber ultrajado pueblos pacíficos y vivido en el seno de la opulencia, no probaron al fin de su carrera esas largas adversidades que calman el odio del hombre y mitigan a veces el juicio severo de la historia”.

     Esta consideración relacionada con ambos grupos estaba acompañada de un sentimiento de igualdad entre los blancos criollos; “y por donde quera que se mira a los pardos, bien como esclavos, bien como manumitidos, lo que constituye la nobleza es la libertad hereditaria, la persuasión íntima de no contar entre los antepasados sino hombres libres”. Sin embargo, agregó que el punto de referencia para la diferenciación de los grupos era el color de la piel. Adjudicó esta disposición a los descendientes de vizcaínos llegados a tierra americanas y quienes “han contribuido a propagar en las colonias el sistema de igualdad de todos los hombres cuya sangre no se ha mezclado con la sangre africana”. Disposición que no sólo ratificó en Caracas sino en los restantes territorios visitados por Humboldt.

     Escribió haber notado en varias familias caraqueñas el gusto por la instrucción, el conocimiento de las obras maestras de la literatura provenientes de Francia e Italia. También notó una importante predilección por la música cuya difusión y ejecución acercaba a los distintos grupos sociales dentro de la sociedad de Caracas. En esta localidad no apreció, entre los integrantes de la sociedad caraqueña, un cultivo extendido de las ciencias exactas, el dibujo y la pintura como lo había constatado en México y Santa Fe.

Tras su larga estadía en América, a comienzos del siglo XIX, Alexander von Humboldt escribió una notable obra, titulada Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, donde recopila importante información sobre la geografía, el clima y la flora y fauna del “nuevo continente”.

Tras su larga estadía en América, a comienzos del siglo XIX, Alexander von Humboldt escribió una notable obra, titulada Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, donde recopila importante información sobre la geografía, el clima y la flora y fauna del “nuevo continente”.

     En este sentido mostró una actitud dubitativa respecto a que, en las condiciones extraordinarias de una exuberante y variada naturaleza, no hubiese alguien dedicado al estudio de las plantas y los minerales presentes en la comarca. Agregó que solo en un convento ocupado por franciscanos se topó con un “anciano respetable, que calculaba el almanaque para todas las provincias de Venezuela, y que tenía algunas nociones precisas sobre el estado de la astronomía moderna. Interesábanle vivamente nuestros instrumentos, y un día se vio llena nuestra casa de todos los frailes de San Francisco, quienes, con gran sorpresa nuestra, solicitaban ver una brújula de inclinación”.

     De igual modo, llamó la atención sobre la inexistencia de una imprenta en Caracas. A este respecto anotó que en los Estados Unidos en ciudades con apenas 3.000 habitantes contaban con talleres de impresión, mientras que, en Caracas, con cerca de cincuenta mil habitantes no la tuviera. 

     No obstante, subrayó que la cantidad de lectores no era muy grande, “aun en aquellas de las colonias más avanzadas en la civilización; aunque sería injusto atribuir a los colonos lo que ha sido el resultado de una política suspicaz”.

     Aseveró que en una región que presentaba tan seductores aspectos, la población concentraba sus preocupaciones en la fertilidad de los suelos durante el año, las largas sequías, los vientos provenientes de Petare y Catia, creyó encontrar personas que conocieran con profundidad los “altos montes circundantes”. Escribió, con algo de decepción, no haber conocido a nadie que hubiese alcanzado la cúspide de la Silla. “Por la costumbre de una vida uniforme y casera, se espantan de la fatiga y de los cambios súbitos del clima; y pudiera decirse que no viven para gozar de la vida, sino únicamente para prolongarla”.

Rudolf Dolge, bibliógrafo americano

Rudolf Dolge, bibliógrafo americano

El estadounidense Rudolf llegó a Venezuela a los 28 años, en 1897, y vivió en Caracas hasta su muerte, en 1950. Fue fundador de la biblioteca Henry Clay y gran coleccionista de libros, folletos y periódicos venezolanos; su colección, compuesta de más de 10.000 volúmenes se encuentra en la Biblioteca Nacional, desde 1942. Cuatro años antes de su deceso, el diario caraqueño Últimas Noticias, en su edición del enero de 1946, publicó un amplio reportaje sobre la vida de este insigne bibliógrafo estadounidense.

     “Postrado en cama, a causa de una vieja dolencia, cumple hoy su 49 aniversario de haber llegado a Venezuela el bibliófilo norteamericano, señor Rudolf Dolge, fervoroso bolivariano, quien ha dado valiosas demostraciones de aprecio y estimación a nuestras glorias patrias durante su larga convivencia entre los venezolanos.

Rudlof Dolge nació en Nueva York, el 16 de diciembre de 1869, pasando su infancia en un pueblito de Dolgeville, residencia de sus padres. Desde pequeño, y cuando sólo contaba con 14 años de edad, realizó un viaje a pie por todos los Estados de la Unión Norteamericana, siendo más tarde enviado por sus padres a concluir estudios en la Universidad de Heidelberg, en Alemania.

Rudolf Dolge llegó a reunir una rica Hemeroteca y una colección de libros antiguos de gran valor que sobrepasó los 14 mil títulos, los cuales forman parte de la colección de la Biblioteca Nacional de Venezuela, desde 1942, cuando los adquirió el Estado

Rudolf Dolge llegó a reunir una rica Hemeroteca y una colección de libros antiguos de gran valor que sobrepasó los 14 mil títulos, los cuales forman parte de la colección de la Biblioteca Nacional de Venezuela, desde 1942, cuando los adquirió el Estado.

Su viaje a Venezuela y su labor bibliográfica

     Durante su primer viaje a Venezuela, realizado el 23 de enero de 1897, al contemplar por primera vez la ciudad de Caracas desde la colina de El Calvario, le ganó de inmediato la belleza de la urbe y la paz del ambiente, radicándose definitivamente en 1902. Gran venezolanista, se dedicó a recopilar obras históricas y didácticas venezolanas que dieron origen a la Biblioteca “Henry Clay”, obtenida recientemente por la Nación.

     Desde entonces, dio comienzo a su vasta labor de bibliófilo, empezando con un ejemplar de la Gaceta de Caracas, que le donara su gran amigo, el destacado bibliófilo venezolano Don Manuel Segundo Sánchez. Poseedor de una vasta cultura, el señor Dolge llegó a reunir una rica Hemeroteca y una colección de libros antiguos de gran valor que sobrepasó el número de 14 mil títulos que se hallan incluidos en el índice de la Biblioteca Nacional, obtenidos por la Nación en el año de 1942.

     Más de siete lustros de una labor paciente y sistemática fueron el resultado de esta valiosa colección de libros y periódicos que constituyen la Biblioteca “Henry Clay”.

     La Hemeroteca está enriquecida por colecciones de El Federalista, La Opinión Nacional, El Colombiano, editado por William Johnson, por el año de 1823, La Gaceta de Venezuela y las Memorias de diversas entidades regionales, etc.; y por obras de incalculable méritos, como Novae Novi Orbi Historiae, editada en el año 1581 (incunable); Maffei Bergonalis Historians, que data del año 1590 (incunable); la Historia del Nuevo Mundo o Descripción de las Indias Occidentales, por Juan de Laet, escrita en francés, data del año 1546; etcétera.

     En el año 1935, el señor Dolge donó 700 volúmenes de su colección Bolivariana a la Academia Nacional de la Historia, de la cual es miembro honorario. Durante sus cuarenta y nueve años venezolanos ha participado en todas las grandes efemérides de la Patria.

     Dolge fue el primero en traer a Venezuela un “dry-cleaning”, conocida con el nombre de Lavandería Americana, cuyo gerente fue el doctor Rafael Arévalo González. Más tarde, desempeñó el cargo de Agente Comercial de su país en Venezuela, siendo uno de los pioneros de las compañías petroleras con la fundación de la Richmond Petroleum Co., de la cual fue su gerente.

El senador estadounidense Henry Clay fue figura de inspiración para que Rudolf Dolge creara una extraordinaria colección de libros

El senador estadounidense Henry Clay fue figura de inspiración para que Rudolf Dolge creara una extraordinaria colección de libros.

Una de las valiosas obras de la colección de Rudolf Dolge es la Historia del Nuevo Mundo o Descripción de las Indias Occidentales, escrita por Juan de Laet y publicada en francés, en 1546

Una de las valiosas obras de la colección de Rudolf Dolge es la Historia del Nuevo Mundo o Descripción de las Indias Occidentales, escrita por Juan de Laet y publicada en francés, en 1546.

     Por los años de 1930, realizó una labor de acercamiento entre los pueblos americano y venezolano, despertando un sentimiento de gratitud hacia la figura del senador Henry Clay, primero en pedir Congreso Americano el reconocimiento de la Independencia de Venezuela. Gracias a sus gestiones, los Estados Unidos hicieron donación al pueblo venezolano la estatua del gran estadista que preside la plaza que está al lado del Teatro Nacional, en Caracas.

     Últimamente el señor Dolge regresó de Estados Unidos donde fuera en viaje de salud. Su vista, cansada de tanto trabajar, comenzó a oscurecerse. Sometido a una operación, regresó luego, con su jovial espíritu dispuesto a emprender nuevamente su obra bibliográfica que aún no ha terminado.

     Hombre de una gran actividad intelectual, Rudolf Dolge continúa recopilando sus libros y catalogándolos para completar su obra bibliográfica que es un valioso aporte a la Bibliografía Venezolana. Desde su lecho de enfermo está pendiente de mejorarse para seguir su trabajo, el cual considera como un aporte personal a la cultura de Venezuela. En este día de su aniversario venezolano, estrechamos sus manos en gesto cordial y amigo, y hacemos votos por su restablecimiento.” Lamentablemente, Dolge falleció en Caracas, cuatro años más tarde, el 12 de marzo de 1950

FUENTES CONSULTADAS

Últimas Noticias. Caracas, 23 de marzo de 1946; págs. 8 y 7

El diario de Ker Porter

El diario de Ker Porter

Cónsul y encargado de negocios de Gran Bretaña en La Guaira y Caracas (1825-1841), pintor y autor de un Diario personal, en el que da un interesante panorama de la Venezuela de comienzos republicanos.

Cónsul y encargado de negocios de Gran Bretaña en La Guaira y Caracas (1825-1841), pintor y autor de un Diario personal, en el que da un interesante panorama de la Venezuela de comienzos republicanos.

     Sir Robert Ker Porter (1777-1842) dedicó gran parte de su vida a los viajes. Entre las actividades que desempeñó se encuentran su reconocimiento como pintor, escritor y diplomático. De origen escocés desarrolló su carrera como paisajista panorámico en Gran Bretaña. Como artista estuvo al servicio del zar Alejandro I de Rusia. Para el año de 1825 fue nombrado Cónsul General de Gran Bretaña en Venezuela. Luego del reconocimiento británico de Venezuela como República independiente (1835), fue comisionado como Encargado de Negocios de su Majestad Británica, cargo que ocupó hasta enero de 1841.

     Durante su estadía en el país redactó Diario de un Diplomático Británico en Venezuela. Obra en la que estampó sus impresiones sobre los lugares que conoció, así como resulta ser un testimonio de los primeros años de la vida republicana. También se dedicó a la pintura con lo que dejó un testimonio visual de distintas localidades y gentes de Venezuela.

     El Diario… de Porter constituye un valioso informe de la Venezuela que conoció como un componente de la República de Colombia, la separación de ésta y la mirada que ofrece de los fundadores de la nacionalidad a quienes conoció de manera directa. De igual manera, dejó estampada una descripción gráfica de Caracas, la de su valle con sus sembradíos, las haciendas que en ella se encontraban instaladas, así como los distintos riachuelos que la surcaban.

     Entabló amistad con Simón Bolívar a quien adjudicó su derrota por desmedida ambición. En cambio, su visión de Páez, con quien trató por más tiempo, fue la de ser un hombre sensato y honesto. No se expresaría del mismo modo de Santiago Mariño a quien observó con desconfianza.

     Con fecha noviembre 27 de 1825, Porter escribió en su bitácora de viaje que lograron entrar al puerto de La Guaira a bordo del Primrose. Consiguieron hacerlo sin mayores contratiempos, “pues son grandes los peligros corridos por los buques que se acercan demasiado a la costa en este país”. Aunque señaló que el desembarque había sido incómodo “porque el oleaje rompía por encima del destartalado muelle de madera ya podrida que conduce a la orilla de la población”.

     Describió que este lugar mostraba buena protección gracias a grandes murallas y fortalezas en dirección al mar, así como por empinadas colinas alzadas detrás del lugar donde estaban además coronadas por baterías de distintas clases, al igual que por unas defensas casi impenetrables formadas de tunas y otras plantas espinosas y tupidas que crecían por doquier y a las que había que acercarse de manera cautelosa como “en todos los países tropicales”.

     De La Guaira expresó que la encontró semejante a un lugar situado en el mar Caspio. De sus calles las ponderó de estrechas y que sólo habían sido parcialmente reconstruidas luego del destructor movimiento sísmico de 1812. Observó en lo alto de la ciudad una iglesia, “de aspecto imponente, pero los ardientes reflejos de las montañas y de las paredes, hedores, etc., en modo alguno invitaban a un conocimiento más íntimo”. De allí, Porter y sus acompañantes tomaron el rumbo, por la orilla del mar, hacia el pueblo de Maiquetía del que anotó que era “ventilado y hermosamente situado en la falda de las montañas, en medio de un bosque de árboles de cacao poco denso”.

Las impresiones iniciales de Robert Ker Porter sobre Caracas fueron que era un valle espléndido, tanto por sus cultivos como por el agradable aspecto que estimulaba al observador.

Las impresiones iniciales de Robert Ker Porter sobre Caracas fueron que era un valle espléndido, tanto por sus cultivos como por el agradable aspecto que estimulaba al observador.

     Puso a la vista de sus potenciales lectores el haber observado buitres y pelícanos que volaban sobre la playa. Por otra parte, relató que el martes 29 había partido para Caracas. El camino que transitó fue la denominada “carretera nueva”. Pasó de nuevo por Maiquetía y desde aquí comenzaron el ascenso por un camino que le pareció largo. Según sus anotaciones era una “vía angosta, difícil, invadida por espesos matorrales y, por momentos, de carácter no muy seguro, pareciéndose, en muchos sitios, a la del Coral de Madeira, pero, en general, muy inferior, tanto en grandiosidad como en lo pintoresco de su aspecto”.

     Luego de unas dos horas de viaje, Porter y sus acompañantes, llegaron a la vertiente de la fila de montañas que forma parte del valle de Caracas. Contó que habiendo entrado en terreno llano observó un valle espléndido, tanto por sus cultivos como por el agradable aspecto que estimulaba al observador. 

     Sin embargo, añadió que “el acceso por este lado de la ciudad dista mucho de ser interesante o imponente, y gradualmente alcanzamos el centro de la población pasando entre iglesias, conventos y casas derruidos”.

     La primera visita que Porter hizo a Caracas fue por unas horas y para presentarse ante algunas autoridades importantes. De nuevo en La Guaira comparó el clima que en ésta predominaba, al que relacionó con un horno, y la agradable temperatura de Santiago León de Caracas. Ciudad a la que regresó, ya para instalarse como representante del gobierno inglés, el sábado 3 de diciembre de 1825. El camino que transitó en esta ocasión le llamó la atención por ser ancha y estar “bien pavimentada”. Expuso la variedad de la vegetación existente y como, desde la cima de la montaña, se veía el mar. “La escena era más nueva que sublime o llamativa y he de decir que no correspondía con las floridas descripciones hechas por Humboldt y varios otros que la han contemplado desde esta curiosa carretera”.

    Indicó que la primera visión de la ciudad “es impresionante, pero no puedo dejar de decir que me decepcionó”. Exclamó que, si fue así desde lejos, “como sería al ver la ruina, la desolación y la falta de cualquier cosa que pudiera llamarse comodidad o esperanzas de vida social al entrar más en contacto con sus destrozados restos”. Relató que pasaron por calles completas cubiertas por la maleza, con casas sin techos y dentro de ellas hermosos árboles ya crecidos y “saliendo por las ventanas mohosas, sombreando los restos enterrados de familias enteras, cuyas paredes domésticas se habían convertido en su mausoleo”.

Ker Porter tuvo amistad con Simón Bolívar a quien adjudicó su derrota por desmedida ambición. Pintó un retrato del Libertador.

Ker Porter tuvo amistad con Simón Bolívar a quien adjudicó su derrota por desmedida ambición. Pintó un retrato del Libertador.

     Denominó estos vestigios “sepulcros” y a partir de los cuales siguieron su camino hacia la iglesia que había resistido ante los embates del movimiento telúrico. Añadió: “y tomamos residencia temporal en el City Hotel, en habitaciones que nos habían preparado; un triste y miserable hueco, asqueroso y lleno de pulgas”. Luego de cumplir compromisos sociales y haber degustado la comida de la noche, llegó a su habitación a las diez de la noche, pero el sueño fue interrumpido por los ruidos nocturnos, debido a las borracheras y que se prolongaron hasta las cuatro de la madrugada.

     Por estar residenciado en una habitación que carecía de un amoblado adecuado, solo había en ella sillas, con piso recubierto de ladrillos o baldosas, se vio en la imperiosa necesidad de buscar un nuevo lugar para residenciarse, pero las casas que visitó con el fin de mudarse eran “sucias y caras en extremo”. Los alquileres oscilaban entre 50 y 100 dólares muy alto precio para Porter.

     Describió un ágape al que fue invitado el cual se caracterizó por las opíparas raciones y la gran cantidad de licor. Al día siguiente, amaneció con molestias estomacales. Describió su convalecencia así: “El doctor Coxe tomó el toro por los cuernos y espero que mis males no se agraven. Este no es un buen lugar para un inválido. ¡Ni una silla retrete en el establecimiento! El excusado está a tres patios, y qué sitio! Además de todas sus amenidades, el visitante es mantenido en alerta por una o dos ratas que saltan del asiento desocupado hacia la derecha o hacia la izquierda. Estuve en cama todo el día”.

     Las molestias en la posada que ocupó no dejaron de causar a Porter incomodidades. Dos días después del malestar estomacal debió soportar los eventos que en la posada se escenificaron la noche del viernes nueve. Contó haber escuchado gritos, insultos y juras en diversas lenguas. 

     Se enteró al día siguiente que el dueño del lugar, un oriundo de Alemania, y un coronel también de origen alemán habían tenido una discusión. Además, hubo un disparo durante el evento y pensó que habría sido la consumación de un duelo pendiente. Pero fue el coronel que protagonizó la pelea quien “se había levantado la tapa de los sesos”. Escribió que había sido un suicidio porque dejó tres cartas para conocidos y familiares.

     Luego de este lamentable suceso las cosas en la posada se experimentaron con un poco de más calma. No obstante, continuó la búsqueda por conseguir un nuevo espacio de residencia. Acompañado por un conocedor visitó otro lugar que le fue de agrado porque “parece prometer más comodidad y limpieza que lo acostumbrado en Caracas”. Al culminar esta diligencia decidió dar un paseo al lado este de la ciudad. Escribió haber alcanzado una pequeña plaza denominada San Lázaro. En un costado de ella había una iglesia que, “todavía está en pie”. Cerca observó los restos de un hospital para la atención de los afectados por la lepra. Aunque este último resultó con deterioros por el terremoto de 1812, albergaba a unos treinta pacientes leprosos. Vio algunos de los pacientes cerca de la entrada y escribió “un triste y bastante repugnante espectáculo”.

El célebre diplomático inglés tuvo una estrecha amistad, durante muchos años, con el general José Antonio Páez, a quien catalogó como un hombre sensato y honesto.

El célebre diplomático inglés tuvo una estrecha amistad, durante muchos años, con el general José Antonio Páez, a quien catalogó como un hombre sensato y honesto.

     Durante el paseo decidieron atravesar el lado opuesto a este lugar. Describió que la ciudad mostraba las calles cubiertas de maleza, con paredes de barro plagadas de moho. Más hacia el lado oeste escalaron una “linda y considerable” colina en cuya cúspide se encontraba una edificación con el nombre Ermita del Calvario. Desde arriba dio un vistazo a la ciudad puesto que podían observarse el trazado de las calles que iban de este a oeste y de norte a sur. También divisó los cortes “hechos por los torrentes y el lecho ya casi seco del río Guaire”.

     Mientras tanto continuaba su periplo en búsqueda de un lugar para residenciarse y que fuera limpio, cómodo y accesible económicamente. Porter escribió en su diario, con palabras algo encomiosas que, en la ciudad reinaba una gran apatía, “tanto mental como física, que, por supuesto se extiende hasta los departamentos del Estado, no importa cuán enérgicas en forma puedan ser las leyes e instituciones de la nación”.

     A estas consideraciones sumó que entre las personas reinaba la indolencia, la venalidad y la indiferencia, “debidas a la envidia personal de algunos y la supuesta decepción de otros, como ocurre si hay una multitud de sirvientes en una casa mal gobernada”. De acuerdo con su descripción a pocos les interesaba hacer algo útil y provechoso por su entorno ni por su persona. “Pero ninguno pierde la oportunidad de robarle al gobierno si su situación le proporciona los medios”.

     Después de varios meses de buscar una casa para instalarse a vivir, decidió tomar una de propiedad del coronel Mac Laughlin. El costo del alquiler mensual era de 45 dólares, “tendré que adelantarle seis meses de alquiler, con los que se compromete a poner la casa en un estado apropiado lo más pronto posible para que yo la pueda ocupar, aceptando mantenerla en condiciones de habitabilidad mientras esté en mi posesión”.

Caminata Caracas – Washington

Caminata Caracas – Washington

Perdida en el recuerdo de las hazañas deportivas venezolanas se encuentra la extraordinaria caminata que emprendieron hace 88 años tres integrantes del movimiento scout venezolano, entre enero de 1935 y junio de 1937, para cubrir la distancia de aproximadamente 14 mil kilómetros entre la plaza Bolívar de Caracas y las escalinatas del Capitolio de la capital de Estados Unidos. Bajo el lema de “Llegaremos a Washington o moriremos”, el zuliano Rafael Ángel Petit y el español Juan Carmona lograron completar el difícil recorrido en casi 30 meses. En 1955, al cumplirse los primeros veinte años del “raid pedestre”, el periodista zuliano Alejandro Borges, conocido en el ambiente de la crónica deportiva como “El de las Gafas”, dedicó a la gesta un interesante reportaje en la revista “Venezuela Gráfica”, el cual transcribimos a continuación.

Por Alejandro Borges (El de las Gafas)

Los valientes exploradores, Petit (izq.) y Carmona fotografiados durante su paso por San José de Costa Rica, en 1935.

Los valientes exploradores, Petit (izq.) y Carmona fotografiados durante su paso por San José de Costa Rica, en 1935.

     “Cuatro lustros se cumplieron el domingo 18 de junio de la culminación de la extraordinaria hazaña cumplida por dos exploradores venezolanos que transitaron por los caminos de 10 países de las tres Américas, partiendo desde la Plaza Bolívar de Caracas, para terminar su odisea en las escalinatas del Capitolio, de Washington, en cuyo largo e intrincado recorrido emplearon 29 meses y cinco días.

     Los héroes de esta jornada inolvidable fueron el venezolano Rafael Ángel Petit y el español Juan Carmona, quienes en compañía del libanés Jaime Rohl iniciaron su gira pedestre, única en la historia del scoutismo venezolano, una fría mañana del 11 de enero de 1935, desertando Jaime Roll, que fue el organizador de la misma, en la ciudad de Bogotá.

     Anteriormente, en la ciudad colombiana de Bucaramanga, el español Carmona, por desavenencias con Roll, siguió solo su camino atravesando la región del Chocó y la costa de San Blas, que unen a Colombia con Panamá, haciendo luego lo mismo Petit, quien se reunió con Carmona en la ciudad panameña de Colón, donde éste estaba hospitalizado, gravemente enfermo de una pierna, infestada por la picada de una mosca dañina en las selvas del Chocó. Sanado el español de su dolencia, emprendió nuevamente la gira en compañía de Petit, para no separarse más hasta dejar fielmente cumplida su palabra de llegar a Washington. Hacer un recuento minucioso del itinerario cumplido por estos audaces jóvenes, a través de innúmeras regiones que visitaron y de los sinsabores y vicisitudes que confrontaron, sería harto prolijo, pues solo cabe la historia de esta fantástica aventura en las páginas de un voluminoso libro, tal como lo tiene preparado desde entonces Rafael Ángel Petit, con lujo de detalles y gráficas, que se propone publicar dentro de poco y cuya lectura, estamos seguros, apasionará a millares de lectores aficionados a esta clase de libros de tipo autobiográfico.

     A la distancia de veinte años de esa memorable hazaña que rubricaron un español, Juan Carmona, que ahora reside en Chile, y un venezolano, Rafael Ángel Petit, que actualmente vive en Caracas con su esposa y sus dos hijos, entregado a sus labores de instructor de cultura física escolar, el recuerdo de esa jira pedestre, de la cual se hizo eco toda la prensa continental de aquella fecha, cobra rasgos de singular importancia en la actualidad.

     Nuestra intención al rememorar esa odisea cumplida por dos mensajeros de Buena Voluntad que Venezuela envió a Estados Unidos, es refrescar los recuerdos de las gentes de esa época y de ofrecerla como un ejemplo de temple viril y de esfuerzo sobrehumano a las generaciones presentes. Admirable en tono superlativo es el valor y el coraje que desplegaron a todo lo largo y ancho de la ruta que cubrieron estos dos excursionistas, salvando con inquebrantable voluntad todos los obstáculos y penalidades que les salieron al paso en su trayectoria por selvas, montañas, ríos, lagos y caminos plagados de peligros de toda clase, animados por una sola consigna: “Llegaremos a Washington o moriremos con gusto”, que les sirvió de escudo para coronar con éxito sus aspiraciones.

     Los gloriosos caminantes recorrieron 14.000 kilómetros en un lapso de casi 30 meses, firmes en su propósito de salir avante en su arriesgada misión, reponiéndose prontamente a los desmayos, soportando estoicamente las penurias del largo viaje, alimentándose de yerbas en algunas ocasiones en que carecían del bastimento necesario en sus rutas por despoblados, enfrentándose a indígenas semisalvajes en poblaciones fuera del alcance de la civilización, sufriendo humillaciones de guerrilleros montaraces que los, tomaban como enemigos enconados, en su travesía por las regiones de Centro América y, en fin, toda una serie de calamidades que solo la moral física de que estaban superdotados y la audacia de la juventud que los distinguía, pudo vencer de una manera radical.

     Particularmente nos vamos a referir al venezolano Rafael Ángel Petit, que ha escrito sus memorias de esa extraordinaria aventura, las que hemos tenido la oportunidad de leer, y en las que se revelan detalles ignorados de la misma, tan interesantes que parecen arrancados de las páginas de una de esas novelas del gran narrador de viajes fantásticos Emilio Salgari.
La introducción del libro de Petit a que hemos aludido, tiene como presentación la siguiente leyenda:

Foto tomada en la Plaza Bolívar de Caracas, la mañana del 11 de enero de 1935, día de la partida de los scouts Petit y Carmona.

Foto tomada en la Plaza Bolívar de Caracas, la mañana del 11 de enero de 1935, día de la partida de los scouts Petit y Carmona.

     Audaz y arriesgado viaje a pie desde Caracas, capital de Venezuela, a Washington D. C., capital de Estados Unidos del Norte. Dos y medio años a través de Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El salvador, Guatemala y México. 20 meses y cinco días para unir caminando las tres Américas.

     Y después este preámbulo: “14 mil kilómetros a pie atravesando páramos, selvas vírgenes, regiones desiertas e infestadas, ríos y lagos. Dos años, cinco meses y cinco días soportando hambre, sed, plaga y enfrentando a las fieras, durmiendo en las copas de los árboles para protegernos de los animales feroces. Comiendo hasta mono crudo para no morirnos de inanición y bebiendo agua insalubre para aplacar la sed insoportable. Una increíble e inolvidable historia, en la que el honor de la palabra empeñada pudo más que las inclemencias del tiempo y de la abrupta naturaleza.

Dejemos que Rafael Ángel Petit nos cuente en lenguaje sencillo una parte de las aventuras que corrió él durante la travesura del Chocó colombiano y la costa de San Blas:

     Salí de Bogotá sin un centavo, medicinas ni armas, por un pueblo llamado Madrid, pasando Facatativá, Camboa y Armero, por buena carretera, viéndome obligado a internarme por el Líbano y Manizales, pues mi compañero Carmona me había precedido en el viaje, debiendo hacer un rodeo muy largo para no pasar por donde él lo había hecho. De Manizales salí por Salamina, Pacora, Aguadas, Fredonia, Caldas y Medellín; en esta ciudad me quedé 15 días haciendo diligencias para ver si conseguía medicinas y alguna arma. pues esa era la última ciudad que visitaría antes de internarme en el Chocó, pero desgraciadamente nada conseguí, y como carecía de dinero y no podía equiparme como era debido, algunos venezolanos residenciados en la citada ciudad me aconsejaron que desistiera del viaje, porque ellos estimaban que la travesía del Chocó significaba una muerte segura.

     Unos días antes de salir de Medellín se corrió el rumor de que mi compañero Juan Carmona había muerto en la selva del Chocó atacado por fiebres, pero esta desagradable noticia no me desanimó, pues estaba resuelto a morir antes de dar un paso atrás. A última hora y viendo mi irrevocable decisión de seguir adelante, uno de mis paisanos me regaló un revólver, pero sin recursos económicos y sin medicinas partí de Medellín con dirección al famoso Chocó. Penetré por Sopetrán, Frantino, Cañas Gordas y Dabaibo, primer pueblo indígena. Desde Medellín a esta población hay una carretera muy regular que es la que piensa el gobierno sacar al Golfo de Urabá y la cual nombran Carretera del Mar. De este pueblo seguí a Pavarandocito por un camino malo que se hizo peor aún hasta Turbo (Golfo de Urabá), empleando cuatro días en ese recorrido, pues cuando menos había lodo que me llegaba a las rodillas y no se ve el sol debido a las constantes lluvias. De Turbo tuve que ir costeando todo el Golfo de Urabá y cuando llegué a la boca del río Atrato me vi obligado a fabricar una balsa, pues en esa parte el río es muy ancho, siendo su parte más angosta de 50 metros. En la balsa pasé grandes peligros, pues la mayoría de las veces me mantenía con el agua a la cintura y además me azotaba la lluvia. En ese trayecto el primer pueblo que encontré fue a Sautata, que es un ingenio azucarero y en el cual todos los trabajadores son indígenas. De aquí seguí por las regiones de Arquí, Cutí, Cuqué, Tanela, Titimuati y Arcadí, último pueblo colombiano, continuando mi viaje a Puerto Obadía, que es territorio panameño fronterizo con Colombia. De este pueblo salí al día siguiente, no sin antes aconsejarme el señor Alcalde que o me internase en la costa de San Blas, pues era difícil saliera con vida, pero para mí era ya imposible regresar. Me había hecho el propósito de llegar a la meta y llegaré, sí Dios no dispone otra cosa. E toda la costa de San Blas hasta la ciudad de Colón no se consigue un hombre blanco, pues todos son negros e indios. Un día entero caminé para legar a Pumet, en cuyo pueblo hay una plantación bananera donde solo trabajan indios de San Blas, pues no dejan ellos que laboren allí los blancos. Esta plantación pertenece a la United Fruit.

     Continué mi caminata por muchos pueblos y villorios de orígen indígena cuyos nombres indefectiblemente terminan en “dí: Sacardí, Ligandí, Fortogandí y muchos más. Hasta llegar a Tigu, donde me informaron que es feroz la condición de sus habitantes, diciéndome que allí un destacamento de 40 policías, en un día de rebelión, los hicieron pedazos, ultimándolos a todos. Sin embargo, en Tigu los indios no me molestaron en lo más mínimo”.

     Mientras estuve en la costa de San Blas la mayoría de las veces me vi obligado a dormir en las copas de los árboles y cuando menos lo esperaba, disfrutando de las delicias del sueño, me despertaba un fuerte aguacero, viéndome en la necesidad de cambiarme a otro sitio. Esto sucedía por las noches, dos o tres veces. El primer pueblo, después de pasar la costa de San Blas, es el de Santa Isabel, donde me atendieron muy bien. Después seguí por Palenque, María Chiquita, Puerto Pilón, Cativa y Colón, transitando entre los tres últimos nombrados con el barro más arriba de las rodillas. En Colón supe que el español Juan Carmona se encontraba desde hacía una semana enfermo de una pierna y estaba hospitalizado. Lo visité y después de mucho discutir llegamos al acuerdo de que yo lo esperaría para que continuáramos juntos la jira. Como a los cinco días de habver llegado a Colón me atacó una fuerte fiebre de 40 grados, la que me hizo delirar, pero a Dios gracias no más me duró tres días. Yo sabía que tebía que sucederme eso y me había extrañado que no me huboera ocurrido durante el camino, ya que de Caracas a Colón no supe lo que fue un dolor de cabeza.

El 16 de junio de 1937, en las escalinatas del Capitolio de Washington, son recibidos los gloriosos caminantes por el Dr. Diógenes Escalante, embajador de Venezuela en los Estados Unidos.

El 16 de junio de 1937, en las escalinatas del Capitolio de Washington, son recibidos los gloriosos caminantes por el Dr. Diógenes Escalante, embajador de Venezuela en los Estados Unidos.

Portada del libro escrito por Rafael Ángel Petit.

Portada del libro escrito por Rafael Ángel Petit.

     Este patético relato que nos hace Petit de su paso por el Chocó colombiano y por la costa de San Blas, es una pequeña fracción de la narración que hace en su libro de todos los percances que le ocurrieron a él y a su valiente compañero Juan Carmona en toso el recorrido de caracas a Washington, documento real que, repetimos, tiene una gran importancia y será recibido con sumo interés por los que gustan de estas narraciones auténticas de viajes y aventuras.

     Han pasado 20 años de esta inolviodable hazaña, muy difícil de repetirse en estas t ioerras de América en la forma como lo hicieropn estos dos jóvenes que honran a los Scouts venezolanos. Ahora Juan Carmona, con 47 añosm de edad, y Petit con 42 años, aquel en las lejanas tierras chilenas donde fijó su resuidencia y el venezolano en su propia patria, destejerán el hilo de sus recuierdos, hojearán una vez más el album que contiene la historia de esa fantástica aventura, para gozar evocando los años mozos y ponerar ellos mismos, la audacia, el valor, el coraje y la voluntad que los indujo a emprensar una cosa que parecía imposible y que ellos lograron culminarla con todas las penurias, peligros y amarguras que significa recorrer a pie catorce mil kilómetros que encuadram la geografía de diez países del continente americano.

     Aquí en Caracas, Rafael Ángel Petit, fiel a su devoción por las cosas grandes, emplea su tiempo en formar cuerpos sanos y vigorosos por medio de la cultura física en los planteles educacionales, mientras en la apacibilidad de su modesto hogar goza de las delicias del afecto de su dulce y abnegada esposa y de sus dos hijos, ya crecidos, habidos de esa unión entre dos seres felices, merecedores de los mayores respetos y consideraciones”.

FUENTE CONSULTADA

  • Venezuela Gráfica. Caracas, enero de 1957

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