La Caracas del primer lustro de 1830

La Caracas del primer lustro de 1830

El ingeniero inglés, John Hawkshaw, estuvo trabajando en Venezuela entre 1832 y 1834, tras lo cual publicó, en 1838, un libro titulado Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, donde describe sus impresiones sobre este país
El ingeniero inglés, John Hawkshaw, estuvo trabajando en Venezuela entre 1832 y 1834, tras lo cual publicó, en 1838, un libro titulado Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, donde describe sus impresiones sobre este país

     Sir John Hawkshaw (1811-1891) nació en Leeds, Inglaterra, y estuvo en Venezuela entre 1832 y 1834, trabajando en las famosas minas de cobre que habían pertenecido al Libertador, Simón Bolívar, bajo un contrato firmado con la Asociación Minera de Aroa. Se destacó como un importante ingeniero civil en Inglaterra donde fue uno de los especialistas en la construcción del ferrocarril de Manchester y Leeds. Durante 1845 y 1850 fue ingeniero consultor en Londres. En 1863 expresó sus favorables opiniones para la construcción del Canal de Suez. Respecto de un canal interoceánico en América propuso su construcción en tierras nicaragüenses. En el año de 1855 fue incorporado como miembro de la Royal Society y fue hecho caballero en 1873.

     Hawkshaw inició su escrito haciendo referencia a la poca literatura existente sobre Venezuela. Confesó que al enterarse del trabajo que se le encomendó, en esta tierra americana, se dedicó a buscar literatura referente a un país nuevo, pero solo había encontrado lo redactado por Alexander von Humboldt quien había hecho referencia a este país cuando era una colonia española y cuando la población del territorio era el doble de la de 1838, año este en el que Hawkshaw publicó su libro Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela. Expuso que, si lo escrito en este texto le servía a cualquier persona que pretendiera visitar Venezuela, estaría satisfecho. “Pero me satisfará aún más si sirven para inducir a algunas de las Sociedades Misioneras a enviar la luz del Evangelio a un país cubierto por una densa nube negra”.

     Luego de transitar por cuatro horas el camino que iba de La Guaira a Caracas al estar cerca de ésta, contó “Todo cuanto nos rodeaba era hermoso. Los brillantes tintes de las flores y el oscuro matiz de las hojas distinguían este paisaje del paisaje inglés, casi tan definitivamente como las oscuras y bronceadas pieles de sus habitantes los distinguen de los ingleses”. 

     Desde la cima de la montaña, a unos 5.000 pies de altura, observó la ciudad de Caracas de la que escribió “Nada puede ser más estupendo que la situación de esta ciudad”. De ella expresó que estaba edificada en una especie de anfiteatro o hemiciclo, “un hermoso valle, rodeado por todos lados por altas y fragosas montañas”.

     No dejó de expresar la admiración que le provocaba el promontorio denominado La Silla. De la que admiró su presencia frente a las obras realizadas por los hombres en la ciudad construida. Recordó que Alexander von Humboldt había escrito que La Silla algún día pudiera llegar a convertirse en un volcán. Por tal noticia refirió que Caracas podía tener el mismo destino que Pompeya. Concluyó que lo expresado por el naturalista alemán pudiera suceder. Pero para él tenían mayor posibilidad de alcanzar el nivel de volcán Las Cocuizas y Naiguatá.

     Luego de cuatro horas de camino alcanzó su destino. Ya en la ciudad contó haberse alojado con un caballero con quien tenía relaciones de negocios. De él expresó que residía en una isla de Las Antillas desde muy temprana edad y que “mantenía suficiente nacionalidad de carácter para constituirse en un genuino espécimen de la hospitalidad y la rectitud inglesas”.

     Según lo escrito por Hawkshaw, Caracas había adquirido fama debido al terremoto de 1812. De acuerdo con las cifras que obtuvo habrían muerto cerca de 12.000 personas, también hubo pérdidas de vida en La Guaira y en poblaciones cercanas a la cordillera. Comparó el número de pobladores de Caracas existentes antes del terremoto y de la guerra contra España. De acuerdo con sus cálculos la cantidad de habitantes era el doble de la que existía al momento de escribir su libro. Lo que observó de los restos que aún estaban presentes de ambos cataclismos, el natural y el bélico, despertaron en él la desilusión que dejan la devastación y la destrucción. “Vivir en un país donde el demonio de la destrucción se ha desatado, y donde tan furiosamente ha actuado por tanto tiempo y tan universalmente como en esta infeliz tierra”, llegó a escribir que tal escenario llevaba a tristes y deprimentes reflexiones, en especial por ser las guerras uno de los males que las producía.

Portada del libro Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, versión en español, 1975
Portada del libro Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, versión en español, 1975

     Pasó de inmediato a reflexionar sobre la carga infrahumana representada en los conflictos bélicos y escribió que la forma como se desarrolló la guerra en Sudamérica merecía la reprobación de la humanidad en general. Recordó que le habían narrado cómo en La Guaira se lanzaron prisioneros aún vivos en candela viva con la justificación de ser enemigos de la república. Anotó que Inglaterra debía haber intervenido para obligar a los contrincantes a que libraran una guerra con la “mayor humanidad posible”.

     En su relato destacó que la disminución del número de pobladores en Venezuela era notable en cualquier lugar de ella. “Fincas y haciendas cultivadas han sido abandonadas para que recaigan en su estado natural; y rastrojos y vegetación exuberante están cubriendo lo que una vez fueron escenas de productividad y prosperidad”. A esta visión pesarosa agregó que en la fecha que visitó el país éste mostraba recuperación y que con trabajo tesonero se podría recuperar. Valoró la cercanía con la proximidad de los Estados Unidos, un país con el que se podrían establecer alianzas comerciales. Las largas costas y ríos navegables de Venezuela guardaban un valioso potencial de progreso. “Tiene un suelo que en muchos de sus valles es maravillosamente productivo; y tiene tesoros minerales que, al ser plenamente explorados, pueden volverse más valiosos aún que el oro y la plata del Perú”.

     Luego de esta digresión retomó la descripción de Caracas. De ella señaló que tenía mucho parecido con otras ciudades de la América española, con largas calles que se cruzaban en ángulos rectos y constituidos por plazas. En la capital de Venezuela la principal plaza era donde funcionaba el mercado donde se expendían diversidad de frutos y bienes. “Las calles están toscamente pavimentadas, y algunas tienen aceras muy estrechas, formadas por piedras más anchas y más planas, que difícilmente podrían llamarse losas”.

     De las casas destacó que las mejor construidas contaban con un gran salón y que uno de sus lados daba hacia un patio de forma rectangular. Los tres lados restantes del patio lindaban con dormitorios y los otros dos daban a los cuartos de servicio y al comedor. Por lo general observó que en algunas casas la cocina estaba en la parte de atrás y contaba con un pequeño jardín. “Una galería, formada por columnas y arcos ligeros, rodea el patio principal, sin lo cual, los cuartos, que dan todos al patio, serían inaccesibles en la estación lluviosa”. Puso en evidencia que había varias iglesias “algunas de buen exterior”. El estilo de su arquitectura lo calificó como moro – español. En cuanto a los edificios observó que se habían edificado con piedras, adobe y cubiertos de una mezcla de tierra y paja, “son generalmente blancos y nunca más de dos pisos”. Comparó su apariencia exterior con un edificio enyesado o enlucido de Inglaterra.

     En lo atinente al clima expresó que lo había disfrutado con agrado. “A una persona recién llegada de Inglaterra le parece una eterna primavera”. De la brisa que se experimentaba en el espacio territorial caraqueño no era especialmente fría, pero para quien estaba acostumbrado a otro clima le causaba temor. Hizo notar que los estudios de Derecho eran muy apetecidos por las personas que estaban en edad escolar, similar a preferencias en otros lugares de Suramérica.

A su llegada a Caracas, en 1832, los restos dejados por el terremoto de 1812 y la guerra emancipadora, despertaron en John Hawkshaw la desilusión que dejan la devastación y la destrucción
A su llegada a Caracas, en 1832, los restos dejados por el terremoto de 1812 y la guerra emancipadora, despertaron en John Hawkshaw la desilusión que dejan la devastación y la destrucción

     La parte interna de las iglesias le pareció “pobre”. Expresó que como acostumbraban los católicos, “los altares tienen muchos adornos; pero es pura basura mezclada con malas pinturas”. Según escribió, las piezas de mayor valor que en ellas estaban expuestas habían sido sustraídas con la revolución. Puso en evidencia que a las misas de los domingos asistían unas pocas mujeres, “pero en general el catolicismo está en estado de decadencia”. Esto lo evidenció a raíz de haber sido sometidas las iglesias a un nuevo rol en las repúblicas recién instauradas, debido a que muchas de ellas habían sido despojadas de bienes y era el Estado el encargado de la manutención de las principales figuras eclesiásticas. “Es evidente que el país está rápidamente virando hacia una situación que lo hará adecuado para recibir un más puro evangelio, o lo dejará sin religión alguna”. 

     Las procesiones que presenció las describió como aglomeraciones en que una “inmensa muñeca” representaba a la Virgen. 

     Ésta, a su vez, era llevada en hombros por algunos hombres, precedida y seguida por sacerdotes. Iban niños que entonaban canciones junto a otros que sólo llevaban cirios, “pero esto excita muy poco respeto; creo que hubo una época cuando una persona que no se quitara el sombrero al paso de una procesión corría el riesgo de recibir un bayonetazo en el sitio, en vez de un más prolongado acto de fe”.

     Observó que los estudiantes de derecho utilizaban una capa parecida a las usadas entre los ingleses de la misma condición universitaria. Hizo notar que la presencia de mendigos no era tan pronunciada “como debieron haberlo sido en una época anterior. Los que vi eran individuos enfermos, a menudo de elefantiasis”. Justificó esta situación a la prodigalidad de recursos alimentarios proveídos de manera natural por una tierra pródiga. Subrayó que cuando los españoles gobernaban el caso de los mendigos y su presencia en las calles era notorio.

     De su vuelta de una excursión por el centro del país regresó a Caracas en 1833. En su trayecto de regreso expuso ante el lector sus impresiones acerca de las pulperías que había conocido en los distintos parajes que visitó. De la pulpería destacó que eran especie de casas de posta al estilo sudamericano, un lugar en que se combinaba un almacén y una taberna. Describió que ellas consistían en una casa de estilo alargado y con dos salones, ambos en la parte baja de una edificación. Contaban con un techo que se extendía por ambos lados de la casa y que formaba una especie de corredor. Uno de los salones era el lugar donde se alojaba la familia y el otro era el espacio dedicado al almacén como tal, “en que todas las cosas están aglomeradas”. Puso de relieve que la mayoría de las pulperías que visitó, dentro y fuera de Caracas, contaban con una ventana cuadrada, por medio de la cual las personas demandaban y recibían sus pedidos, puesto que “no había sitio adentro para estar de pie o sentarse, si tal cosa fuera deseable en un país donde no se desea otro techo que el cielo, a no ser como protección contra el sol”.

     De las mismas pulperías expuso que en ellas, por lo general, se alcanzaba a satisfacer sólo una parte de lo que requería cualquier comprador. “No hay, señor. Son las palabras más comunes en boca del dueño de una pulpería, y las pronuncia con la mayor indiferencia; a veces como si le fastidiara el esfuerzo que tiene que hacer para decirlas”. Igual daba si alcanzaba encontrar un guarapo para saciar la sed o lo fuera otro bien porque no había regularidad en las provisiones o las reposiciones dentro de cada uno de estos establecimientos. Cerró este tema aduciendo que si el dueño de alguno de estos establecimientos había recién surtido su negocio, ya fuera en Puerto Cabello, Valencia o La Guaira, el cliente podría con suerte conseguir la mayor parte de lo exigido. En fin, podía tener la suerte de encontrar variedad para satisfacer una demanda, “o puede no haber nada, como no sea ratas y carne cruda, tabaco y papelón”. 

Primera transmisión radial deportiva

Primera transmisión radial deportiva

Esteban Ballesté fue el primero que narró en Venezuela, a través de la radio, las incidencias de un evento deportivo. Se trató de una pelea de boxeo que se llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas, el 22 de marzo de 1931
Esteban Ballesté fue el primero que narró en Venezuela, a través de la radio, las incidencias de un evento deportivo. Se trató de una pelea de boxeo que se llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas, el 22 de marzo de 1931

     El domingo 22 de marzo de 1931, cuando en Barranquilla, Colombia, un grupo de venezolanos, exiliados políticos, firmaba lo que se conoció luego en la historia como “El Plan de Barranquilla”, documento en el que se criticaba a la dictadura del general Juan Vicente Gómez, en la ciudad de Caracas se transmitía por primera vez, a través de la radio, un evento deportivo.

     Era la época en la que el beisbol, las carreras de caballos y el boxeo acaparaban la atención de los venezolanos. Entonces, los peleadores Simón Chávez, Sixto Escobar, Firpo Zuliano, y Héctor Chaffardet, entre otros, acrecentaban el fanatismo de los caraqueños.

     Ese 22 de marzo, Esteban Ballesté, hijo, narró desde el Nuevo Circo, a través de la emisora Broadcasting Caracas (Radio Caracas Radio RCR, hoy inactiva en el dial 750 am. Pero al aire a través de Internet), las incidencias de la pelea por el título welter entre el puertorriqueño Pedro Malavé, conocido en los medios deportivos como Pete Martín, y el norteamericano Tommy White, el Gato Salvaje de Arizona.

     Un mes más tarde, el domingo 26 de abril, Ballesté narraría por primera vez en el país, también por la Broadcasting Caracas, los acontecimientos de un emocionante juego de pelota de primera división, entre los “Eternos rivales”, Royal Criollos y Magallanes, desde la entonces mezquita del beisbol, el estadio San Agustín.

     Ballesté fue igualmente el primero que, junto con Miguel Alcides Toro, narró desde el exterior un combate de boxeo para Venezuela.

     El viernes 22 de diciembre de 1939, se transmitió en vivo por Radio Caracas Radio, desde el Madison Square Garden de Nueva York, la pelea entre el venezolano Simón Chávez (El Pollo de la Palmita), quien perdió por decisión, y el norteamericano Pete Scalzo.

     Esa fue la primera vez también en la que un venezolano peleó en el histórico coso neoyorkino y la primera transmisión radial, en vivo, desde el exterior para nuestro país, de un evento deportivo. 

     Ballesté nació en Caracas en 1907 y falleció en Nueva York, tras caerse de un caballo, en 1946. Su padre, de igual nombre, fue un conocido comerciante cubano, fundador del Automóvil Touring Club de Venezuela, en 1913.

El Nuevo Circo de Caracas, fue el escenario desde donde se transmitió por radio, por primera vez en el país, un evento deportivo. Ese día, se enfrentaron el puertorriqueño Pete Martín y el norteamericano Tommy White
El Nuevo Circo de Caracas, fue el escenario desde donde se transmitió por radio, por primera vez en el país, un evento deportivo. Ese día, se enfrentaron el puertorriqueño Pete Martín y el norteamericano Tommy White
La primera emisora radial de Venezuela fue AYRE, fundada en 1926, pero la primera que transmitió un evento deportivo fue la Broadcasting Caracas (Radio Caracas Radio RCR)
La primera emisora radial de Venezuela fue AYRE, fundada en 1926, pero la primera que transmitió un evento deportivo fue la Broadcasting Caracas (Radio Caracas Radio RCR)

Una tarde histórica

     La prensa de la época recogió este histórico acontecimiento, acaecido apenas cinco años después de la puesta al aire de la primera emisora de radio del país: AYRE (1926). El lunes 23 de marzo de 1931, El Nuevo Diario relató el evento de la siguiente manera:

     “Qué soberbio aspecto presentaba nuestro estadio pugilístico en la tarde de ayer (…) Todos los detalles de un coliseo norteamericano: lleno completo (…), mucho ajetreo en las apuestas; lentes cinematográficos por distintos sitios; la voz sonora del señor Ballesté, hijo, speaker de la Broadcasting Caracas, transmitiendo el curso de la pelea (…), un éxito completo para la Radio”.

     El periodista Juan Antillano Valarino (AVJota) también se hizo eco de tan magno acontecimiento, desde las páginas del diario El Heraldo, en la edición correspondiente al 23 de marzo, dijo que: “La Estación de Radio I.B.C. Broadcasting Caracas perifoneó de manera magistral a Puerto Rico y otras ciudades del exterior, las incidencias de la gran tarde de boxeo de ayer, la cual será de grata recordación para los anales del boxeo en Venezuela”.

     Sin duda, que este evento marcó un hito en la historia deportiva del país. Fue la primera transmisión directa y a su vez llevada en vivo al exterior. Como cosa curiosa, pero normal para entonces, dos peleadores extranjeros disputaban un campeonato venezolano.

     La victoria del nuevo campeón Tommy White se produjo tras diez encarnizados asaltos, donde él llevó la mejor parte, por lo que la Comisión de Boxeo del Distrito Federal, luego de leída las tarjetas, le entregó la faja que llevaba el escudo nacional, que fue besado por el norteamericano en gesto emocionado recogido por las cámaras cinematográficas que filmaron por primera vez para los cines de Venezuela un programa boxístico, el cual incluyó dos peleas preliminares, una entre José Rafael Cueche y el puertorriqueño Villa y el también boricua “Moralito” contra Luis Liscano, así como un combate de semifondo entre el español Franklin Martínez y el italiano Max Izane.

     Fue una velada deportiva que pasó a la historia, y que jamás deberá ser olvidada.

Caracas cuna de la Independencia

Caracas cuna de la Independencia

El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), relató algunos aspectos políticos que observó durante su viaje a Caracas, entre 1810 y 1812
El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), relató algunos aspectos políticos que observó durante su viaje a Caracas, entre 1810 y 1812

     El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), tramó un conjunto de argumentos a partir de lo que observó en la Provincia de Caracas, luego de los sucesos que venían ocurriendo en la América española como consecuencia de la política napoleónica en España, luego de 1808. Una de las primeras aseveraciones de Semple fue que desde el momento mismo cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones, “ha existido un fuerte partido dispuesto a llevarlo todo hasta el extremo sin limitarse a la declaración de independencia absoluta”.

     Semple puso a la vista del lector que esta intención se había disimulado poco o, en todo caso, no se había sabido disimular en las distintas proclamas que se habían dado a conocer, junto con la de Caracas en 1810. De acuerdo con su convencimiento, “las violentas invectivas que ellas contenían contra el viejo régimen español, el resultado final era claro para cualquier criterio imparcial”. Sumó a este convencimiento que las manifestaciones de adhesión a Fernando Séptimo eran “frías y teatrales”.

     Semple señala a Caracas, adonde estaba asentado el Ayuntamiento, como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española, así como a quien se tenía como su máxima autoridad, Fernando VII. De igual manera insistió que la declaración de Independencia de 1811 se llevó a efecto para que coincidiera con la celebración de la Independencia de los Estados Unidos. Ante las acciones napoleónicas en España varios integrantes de la sociedad caraqueña, como españoles y canarios, comenzaron a conspirar contra las nuevas autoridades en Caracas, protestas que también se presentarían en Cumaná y Barcelona. Otros preferirían el exilio en Puerto Rico, Cuba y Curazao. Para este informante británico estos mismos hombres habrían permitido que lo sucedido en Caracas se extendiera por gran parte de la Capitanía General y de Nueva Granada, al abandonar a su suerte propiedades y el territorio que sirvió de base a sus riquezas porque debieron mantenerse firmes y defender sus posiciones.

     Señaló que el comienzo de la “Revolución de Caracas la Junta formada con carácter temporal urgió la convocatoria de un Congreso general”. Aunque expresó palabras de encomio hacia la figura de don Martín Tovar y Ponte reconoció que, como presidente de la Junta, no tuvo la actuación convincente que el momento ameritaba. De igual modo, el triunvirato instituido en 1811, integrado por Cristóbal Mendoza, Juan Escalona y Baltasar Padrón, que se instituyó junto con el primer Congreso de la nación y con el que se dio fin a la Junta a favor de los derechos de Fernando VII como primer monarca del Reino, tampoco funcionó como se esperaba. Expuso que en momentos de turbulencia surgían organizaciones como la Sociedad Patriótica. Ésta según su percepción discutía temas de importancia, pero con frecuencia se lidiaban asuntos que atentaban contra el propio gobierno que decían defender.

     Criticó a la Sociedad Patriótica de Caracas por sus imposturas frente a la política inglesa porque algunos miembros del Congreso calificaban a los ingleses como “tiranos de los mares”. Ante esto escribió que, de no haber sido por Inglaterra todos los buques que se encontraban en Cuba y Puerto Rico hubiesen bloqueado a Venezuela. Arrogó a Francisco de Miranda el que se hiciera eco de esta apreciación porque, según Semple, buscaba quedar bien ante los miembros del parlamento. Su argumentación frente a la Sociedad Patriótica fue la de atribuir los grandes males que sufriría el país dos años después de la ratificación de fidelidad a Fernando VII, asumida por la elite caraqueña del momento.

Robert Semple señala a Caracas como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española
Robert Semple señala a Caracas como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española

     No deja de llamar la atención el papel asignado por Semple a la elite caraqueña y su fuerte inclinación por constreñir a las otras provincias a continuar la senda escogida por ella, a raíz de los sucesos en la península y la política napoleónica en España. Las consideraciones de Semple no dejan de ser interesantes e importantes, a pesar de sus enunciaciones como agente del gobierno inglés. Así, atribuye el conflicto que surgió, en estos años, y que condujo a lo que él denominó Guerra Civil, al empeño de la elite caraqueña por imponer sus intereses a las restantes provincias. Dejó escrito, en su informe, que una de las primeras medidas que tomó la nueva elite fue la de obligar a Coro a sumarse a la política trazada desde Caracas.

     Sumó, a sus consideraciones, que luego del fracaso del Marqués del Toro en Coro las cosas se calmaron un tiempo, aunque sin dejar de recordar que algunos atribuyeron esta derrota a la supuesta ayuda inglesa a favor de los corianos. Sin embargo, al Caracas declarar la Independencia, “no todas las provincias estaban preparadas para una medida tan decisiva que, innecesariamente, parecía romper con violencia los lazos que aún hacían de España, para muchos, objeto de respeto, y en las actuales circunstancias de piedad”.

     Aún unidos al Reino de España se encontraban Santa Fe o Cundinamarca, al igual que Guayana y Valencia. Desde Caracas se urdieron las acciones para constreñir a otras provincias, adscritas al Reino, que siguieran el camino trazado por Caracas. Respecto a Valencia, Robert Semple anotó que quienes defendieron esta plaza, a favor de la figura de Fernando VII, fue un “batallón de pardos y gente de color”. Es de hacer notar que Semple llamó primera Guerra Civil al enfrentamiento en Coro y segunda Guerra Civil a la escenificada en Valencia. Presenta Semple una descripción de lo acontecido en este lugar ubicado en la parte central de Venezuela que, bien vale la pena rememorar.

     En algún momento del enfrentamiento, escribió Semple, los caraqueños pensaron que tenían el triunfo asegurado, pero los que defendían Valencia no se entregaron de manera fácil. “Los de Caracas intentaron penetrar en las casas y avanzar contra las barricadas donde se hallaban apostadas tropas del batallón de Pardos, pero fueron rechazados en todos los sectores. Finalmente, después de haber retenido la ciudad durante diez horas, se retiraron, dejando toda la artillería que antes habían capturado … los pardos del lado valenciano pelearon con animosidad peculiar. El general Miranda se expuso él mismo considerablemente y dirigió la acción con serenidad. Escapó ileso, pero varios individuos pertenecientes a la clase más respetable de Caracas fueron muertos o heridos. El número de asaltantes fue como de dos mil seiscientos hombres, mientras que un cálculo razonable del número de sus oponentes no los eleva a más de setecientos hombres armados”.

     Semple relacionó estas acciones con el inicio de la Guerra Civil en Venezuela, “en la cual la justicia del ataque a Valencia es más dudosa que la política de los valencianos”. Ante esta experiencia elucubró que, si la “naturaleza humana” no fuese siempre la misma, “nos sorprendiera ver a los caraqueños, en la propia infancia de su república, negando a otros el derecho de elegir su forma de gobierno, después que tan celosamente ellos lo habían ejercido para sí, y llevando a cabo como su primer acto, un ataque contra sus hermanos, por el sólo hecho de que éstos eran adictos al Rey”.

Cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones
Cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones

     En su relato agregó que la fuerza comandada por Miranda había logrado someter a los valencianos gracias al número de efectivos que le acompañaban. Para él, el rencor ciudadano de los valencianos no había desaparecido. “Cualquiera que sea el estado actual de las cosas, es evidente de la semilla del odio y el descontento ha prendido honda y ampliamente. Parece que Caracas se ha investido de muchos derechos y bajo falsas apariencias de prontitud y energía, ha observado una conducta que puede tacharse de irreflexiva y cruel”. Se preguntó qué derecho tenía la elite económica caraqueña para dictar leyes a corianos y valencianos. La respuesta sería, desde la perspectiva de Caracas, de acuerdo con Semple, aplicar la fuerza porque eran necearías medidas para evitar el ingreso de tropas extranjeras por esos territorios.

     En sus anotaciones escribió que el gobierno de Caracas, en su afán por aplicar leyes fuertes, se había dado a la tarea de crear un tribunal de vigilancia que daba aval al gobierno para invadir casas particulares y arrestar a personas “por la menor sospecha”. En Caracas el único teatro fue clausurado con la excusa, según el mismo Semple, de temor ante la aglomeración de personas, tampoco se permitían bailes, reuniones ni conciertos. 

     “Toda la población masculina fue armada y recibía instrucción militar con regularidad, de manera que entre la gente distinguida llegó a ser moda dormir en los cuarteles”. En lo redactado por Semple, en este sentido, se puede notar un talante de censura y de repulsión por las medidas que se habían establecido desde 1810, a las que no dejó de calificar como imitación de la Revolución Francesa, como, por ejemplo, la generalización del concepto ciudadano y la eliminación de los títulos nobiliarios, “a pesar de que el Congreso no había dictado ninguna ley con respecto a éstos”.

     No dejó de criticar a Miranda quien, por momentos, mostraba actitud exaltada. La Revolución, señaló, estaba conduciendo al país a su ruina, en especial, porque se perdían cultivos por falta de mano de obra que ahora servían como soldados, tal cual él pudo observar en Caracas con el añil. Por otro lado, Semple repitió, en algunos de los párrafos de su escrito, la disposición de los hispanoamericanos de comparar la revolución que habían comenzado en 1810, con lo acontecido en las Trece Colonias a finales del siglo XVIII. En sus consideraciones apuntó que “los patriotas de Sur América” estaban equivocados al copiar la Constitución de los estadounidenses porque “cualquier constitución depende más del sentimiento general y espíritu del pueblo, que de la mera forma constitucional”.

     Sin embargo, aseveró que la lucha contra España era justa, inclusive mucho más que la librada contra los ingleses por parte de los colonos del norte de América. Esto se debió a “la marcada diferencia de los caracteres español e inglés, tal como son en sus pueblos de origen y en sus colonias”. Vio con preocupación el “nuevo espíritu que se estaba formando en América”. Asoció esta disposición con una suerte de “fanatismo religioso”. Con esto hizo referencia a la fuerte inclinación, presentada entre los del norte y de sur América, de negar sus vínculos con Europa, tal como lo había podido corroborar entre la elite caraqueña. Este fanatismo, de acuerdo con sus palabras, llevaba a considerar magnánimos, justos y tolerantes a quienes se oponían a la monarquía española, mientras “a los ingleses sus descendientes los denominan, piratas, tiranos y rufianes; mientras que los descendientes de españoles califican a éstos de godos y le imputan a la presente generación todas las crueldades cometidas desde la llegada de los primeros conquistadores. En cuanto al término Madre Patria se usa muchas veces despreciativamente y a título de reproche”.

     Con convicción escribió que este lado del Atlántico no volvería a caer en manos de gobiernos europeos, “pues ya esa época pasó o está pasando rápidamente”. Para él los que se imaginaban una era de felicidad para América estaban equivocados. “Ahora la escena ha cambiado. Entre provincias, ciudades y aldeas se han iniciado luchas a las que ha seguido el derramamiento de sangre”. Al final, consideró que Inglaterra no había cumplido un papel regulador en el conflicto bélico que comenzó en Caracas. Reclamó al gobierno inglés su posición vacilante respecto a los hispanoamericanos y el apoyo que brindaba a la monarquía española en su lucha contra las tropas de Napoleón, solo por preservar sus intereses económicos. Para él existían dos formas para que Europa tuviera influencia política en América. La primera, era “cultivar con celo” una relación con los nuevos estados y los que estaban por consolidarse. Otra, adquirir sitios importantes que hasta el momento permanecían “abandonados”, por medio de convenios o tratados sin intervenir de manera directa en sus decisiones y gobiernos.  

La Caracas de 1852-1854

La Caracas de 1852-1854

Miguel María Lisboa, mejor conocido historiográficamente como Consejero Lisboa, fue un diplomático enviado por el gobierno brasileño a estudiar las características de las repúblicas fronterizas con Brasil. Desde septiembre de 1852 hasta enero de 1854, recorrió parte de Venezuela, Colombia y Ecuador, escribiendo un amplio relato de su viaje por los lugares visitados; el escrito fue publicado bajo el título “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”. Allí describe aspectos sociales, entre otros, de la Caracas de 1852-1854

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Miguel María Lisboa (1809-1881), conocido como el Consejero Lisboa, diplomático brasileño que vivió dos etapas de su vida en Venezuela. Primero entre 1843 y 1844, y luego entre 1852 y 1854

     Uno de los usos sociales que fue objeto de comparación por parte del Consejero Lisboa se relacionó con los recién llegados a alguna ciudad de América y lo que sucedía con cualquier forastero que se asentara en algún lugar de Europa. De esta última recordó que quien llegaba a ella tenía por costumbre tomar la iniciativa de visitar a amigos y conocidos. En cambio, en tierras americanas era diferente porque el forastero era saludado por los habitantes de una de las ciudades pertenecientes al Nuevo Mundo. Puso a la vista que esto era muy común en Brasil, Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Quito y Lima. “Los caraqueños, sin embargo, no llevan tan lejos su amabilidad y exigen de los forasteros un término medio, esto es, que se anuncien enviando un billete a las personas con quien quieren relacionarse y recibiendo la primera visita en persona”. Acotó que tal costumbre había sido censurada, sin embargo, algunos sostenían la práctica al calificarla de actitud moderna.

     Para dar fuerza a este argumento, tal como lo hizo con otras aseveraciones relacionadas con los caraqueños y Caracas, rememoró que cuando visitó la ciudad la primera vez, en 1843, tuvo que enviar tarjetas de presentación a algunos lugareños. No obstante, durante su segunda visita, en 1852, los amigos y relacionados con los que compartió en la primera ocasión fueron quienes le dieron la bienvenida tanto los caballeros como sus señoras y sus doncellas. Ponderó el cumplimiento de los deberes sociales, al corresponder las visitas, al cumplir de manera escrupulosa pésames y felicitaciones, “y hasta conocen los modernos de visitas de sobremesa, fiestas y Año Nuevo”. También destacó que, entre mujeres y hombres existía la tradición de visitar los días de su santo a amigos y parientes.

     Agregó que después de 1848 los habitantes de la comarca habían restringido fiesta y ágapes. Calificó lo acontecido este año como tumultuoso, “produjo tantas desgracias y tantas discordias entre los principales habitantes de Caracas”. De los caraqueños expresó que tenían buen gusto para las fiestas y los bailes, “nadie lo sabe hacer mejor”, dejó escrito. Contó que, el día 3 de octubre de 1852 un mantuano lo había invitado a una celebración en ocasión del doctorado en leyes de uno de sus hijos. Expresó que, a pesar de ser poco amante de Terpsícore se había retirado a sus aposentos a las tres de la mañana. Escribió que toda la casa se había adornado para el baile que se presentaría y en cuyo salón había no menos de trescientas luces y una orquesta de doce músicos que interpretaban composiciones de Strauss, Herzog y Lanner, entre otros. Sin embargo, agregó que los bailes en la ciudad no eran frecuentes. El que describió le pareció lleno de delicadeza y buen gusto y que por los manjares que se servían, “igualaba los mejores de Europa”.

     Alrededor del lujo y la elegancia de fiestas como la señalada por el Consejero Lisboa, observó un detalle de los bailes presentado en Caracas, una característica que para él los hacía especiales frente a los bailes que presenció en Europa. Expresó que, en la parte de fuera de las ventanas, así como en los patios e interior de las viviendas, donde se desarrollaban bailes llenos de esplendor, “se apiñan los criados y esclavos de ambos sexos, vestidos aseadamente, los que acompañan a las señoras al baile”. Llamó la atención acerca de esta circunstancia y a la que comparó con el trato ofrecido a los sirvientes por parte de sus amos en Europa. Para él resultaba ser otro buen ejemplo del carácter indulgente y bondadoso de los habitantes del Nuevo Mundo. Para Lisboa resultaba “una prueba de que el estado de esclavitud que los abolicionistas pintan con tan medroso corazón tiene en América, especialmente en las grandes poblaciones, ventajas que ellos les niegan”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Los caraqueños son muy gentiles de los deberes sociales, al corresponder las visitas, al cumplir de manera escrupulosa pésames y felicitaciones. Tienen por tradición visitar los días de su santo a amigos y parientes

     Según observó, un análisis imparcial de las condiciones de vida de los esclavos urbanos se podía corroborar que ellos, en su gran proporción, estaban “considerados en América como formando parte de la familia y tratados con mucha más indulgencia que los criados europeos. En Europa, los criados forman una casta separada en todo de sus amos”. Por otra parte, su criado de nombre Simplicio le hizo notar que algunos sacerdotes fumaban en la calle. Lo que lo llevó a establecer que en Caracas era un hábito muy generalizado entre sus habitantes. En el caso de mujeres las observó, pero en sus casas frente a amigos muy cercanos y “siempre tras muchas disculpas y satisfacciones”.

     Para lo que denominó la embriaguez indicó que no vio en las caraqueñas una propensión a consumir bebidas alcohólicas. Incluso expresó que entre la “clase baja” solo se podían observar borrachos en fiestas públicas. En cuanto al juego, agregó que cuando visitó la ciudad por vez primera la recreación, con sus excesos y desgracias, no era como en Lima y Santiago de Chile. Según información obtenida por él, “desde el malhadado 1848, anulada la sociabilidad por causa de la revolución, muchos caraqueños buscaron distracción en aquel vicio fatal. 

     Es un argumento más contra las revoluciones, especie de caja de Pandora que encierra en sí todos los males de la tierra”. Argumentó que, por ser descendientes de los españoles, los caraqueños conservaban una pasión y tendencia por las ideas religiosas, una característica muy propia de aquéllos según relató. Sin embargo, los caraqueños daban mayor importancia a las prácticas exteriores y no a la esencia y dogma cristianos. De estas prácticas agregó no haber presenciado nunca controversias o peleas por cuestiones religiosas. De igual modo, puso a la vista que quienes acudían con mayor frecuencia a las iglesias eran las mujeres. Agregó: “En su ignorancia de la pura doctrina y de la historia de la religión católica, se parecen mucho los venezolanos a otros pueblos de la América española”.

     De seguidas, añadió que las procesiones en Caracas eran consideradas una expresión de diversión colectiva y que eran las únicas fiestas en que el pueblo en general participaba sin distinción social alguna. Pudo comprobar que toda la sociedad se volcaba a participar y “hacen un extraordinario consumo de pólvora en petardos y cohetes”. La iglesia de las Mercedes era la más dispendiosa durante estas fiestas. Argumentó, en este orden, que la religión de un pueblo servía para medir sus virtudes caritativas. Anotó que entre los establecimientos de caridad pública que existían en la ciudad se encontraba el Hospital de la Misericordia, en donde había una sección solo para leprosos, mal que aquejaba a muchos venezolanos, en especial hacia el oriente del país.

     Indicó no haber localizado casa de expósitos en Caracas. Por otra parte, dispuso para el lector lo que denominó “las capacidades mentales de los caraqueños”. A propósito de esta denominación destacó “que tienen en la capital un grado de adelanto superior a su población, a su importancia política y a sus progresos materiales”. Sin embargo, no dejó de mostrar desasosiego por el “espíritu demagógico” que se estaba sembrando por el país. De la prensa caraqueña destacó que estaba bien dirigida y diseñada. En lo referente al uso de lenguas extranjeras puso de relieve que la lengua francesa e inglesa era muy común entre los jóvenes de la capital.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El Consejero Lisboa observó que las procesiones en Caracas eran una expresión de diversión colectiva y que eran, además, las únicas fiestas en que el pueblo en general participaba sin distinción social alguna

     En cuanto a la lengua y los modos usuales que ella mostraba entre los habitantes de la comarca. Lisboa puso en evidencia el ceceo que les daba una cadencia particular a los caraqueños y que se mostraba, en este sentido, diferente al español de la sociedad progenitora. De igual manera, expresó que otra “irregularidad” del idioma, que no había apreciado en España ni otro país latinoamericano, era el uso generalizado de diminutivos que eran aplicados a los gerundios, “los que dan a la conversación un sonido tierno, muy en armonía con las costumbres suaves de los americanos”. Asimismo, puso de relieve el uso, entre los habitantes de Caracas, de interjecciones como el “guá”, “que en boca de las caraqueñas suena con mucha gracia y expresión”.

     A su descripción agregó que había asistido a una colación de grados, el 3 de octubre de 1852. Añadió que los graduandos vestían un “traje apropiado”. El mismo consistía en un vestido confeccionado con seda negra, con togas parecidas a las usadas por los magistrados del Brasil, acompañadas de una muceta y un birrete con borla. 

     “La muceta es parecida a la que usan nuestras hermandades en el Brasil, y el birrete es parecido a un turbante turco, coronado en lo alto con una borla de lana o, en algunos casos, por una flor de oropel, y adornado con una franja cosida en la parte alta de la copa, que cae sobre los lados y lo cubre todo. Los colgantes de esta franja tienen un tamaño de un palmo, y cuando el birrete está sobre la cabeza, tapan las orejas y parte de la cabeza del doctor”.

     Describió los actos realizados en la iglesia y los correspondientes al ofrecimiento de los títulos para los graduados, por parte de la autoridad correspondiente. En una de las fases de la ceremonia académica, el doctor en Cánones pronunció un discurso “henchido de eruditas citas de los Santos Padres, pero demasiado extenso”. Luego le siguió un doctor en leyes que, según Lisboa, pronunció un discurso elegante y bien tramado, “y que hubiese merecido universal aplauso si no hubiera encerrado una frase ofensiva para el gobierno español, cuyo representante había sido invitado al acto”. Ante esta circunstancia, Lisboa agregó que esa fracción del discurso había sido reprobada por la mayoría de los asistentes al acto de graduación.

     Según contó, luego fueron invitados a degustar un “abundante refresco” por invitación de uno de los padres de los graduados en leyes. A este respecto escribió que era una mesa espléndida a la que habían sido admitidos todos los doctores, “y todos lo que no lo eran; en una palabra, todo el mundo”. Luego de haber terminado este tentempié la mesa presentaba un aspecto triste, cuyos destrozos le hicieron rememorar un campo de batalla. Sería en esta misma casa en la que, posteriormente, se ofrecería un baile plagado de buen gusto.

     Observó la existencia de otros establecimientos educativos sostenido por los gobiernos provinciales y municipales. Entre ellos destacó una escuela de música, a cargo del consejo municipal. Contó que había asistido a una exposición de los estudiantes de dibujo. En ella se presentaron setenta y cuatro trabajos, realizados al óleo y a lápiz. De éstos comentó una copia de la huida a Egipto, de Murillo, cuyo original reposaba en una iglesia de Caracas. Para él la muestra de los dibujos presentados en octubre de 1852 servía para dar fe de los progresos alcanzados por los alumnos y del estímulo para seguir demostrando sus progresos.

     En su escrito señaló que el establecimiento educativo más digno de alabanza era la Escuela de Artesanos. La misma había sido fundada por un teniente de ingenieros. Desde su establecimiento se habían ofrecido lecciones, todas las noches y los días domingo, de lectura, caligrafía, aritmética, álgebra y geometría para todos los artesanos de Caracas. Comentó que esta iniciativa merecía los mayores elogios. Por tanto, indicó “Es este un hermoso establecimiento donde las clases inferiores de la sociedad adquieren una instrucción, no metafísica y perniciosa, sino adaptada a sus más urgentes necesidades, práctica y útil, y al mismo tiempo dedican al estudio las horas que se perdían antes por las tabernas y consagraban al vicio”. Agregó que era deseable que no se entrometiera la “maldita política” y que convirtiera este establecimiento en un “club de conspiradores”. 

Caracas en la década de 1840

Caracas en la década de 1840

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En la década de 1840, estaban habilitados tres caminos que comunicaban a La Guaira con la ciudad de Caracas

     Durante el 1800 las relaciones diplomáticas entre Brasil y Venezuela tuvieron muy poca incidencia sobre el acontecer nacional y no pasaban del ámbito de las formalidades y tratos propios del quehacer de las cancillerías. El primer Embajador del Imperio de Brasil en llegar a Venezuela, fue Miguel María Lisboa (1809-1881), Barón de Japurá. De las instrucciones que le fueron impartidas por su Gobierno, fechadas el 31 de mayo de 1842, se desprende que el principal objeto de su misión, aparte de mantener y estrechar las relaciones entre los dos países, era concertar la acción de resistencia por parte de Venezuela y Brasil frente a la amenaza contra la integridad territorial de ambos países, constituida por la pretensión inglesa de extender las fronteras de su Guayana por el territorio del Río Branco al sur hasta las bocas del Orinoco. Durante su permanencia de diez años en Caracas, de 1842 a 1852, los cuales no fueron ininterrumpidos por cuanto realizó varios viajes al exterior para cumplir misiones diplomáticas, se dedicó principalmente a la negociación de un tratado de límites entre el Imperio del Brasil y la República de Venezuela.

     Para el año de 1865 fue publicado, en Bruselas, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el cual había sido culminado por Lisboa en 1853 y que fue estructurado entre 1852 y 1854. Uno de los propósitos de su escrito tuvo que ver con el interés que existía entre los brasileros por conocer el estado social de las repúblicas que tenían frontera con el Brasil, interés que se avivó con la apertura del río Amazonas, lo que permitió un mayor acercamiento comercial con los países limítrofes del país amazónico.

     En el segmento correspondiente a la “Advertencia” de su escrito expuso que, entre otras razones, dar a conocer sus impresiones acerca de estos países limítrofes con la frontera brasileña tenían como motivo desvirtuar el efecto producido en el mundo literario las obras de escritores prevenidos en contra. Su propósito, entre otras razones, era desmentir creencias arraigadas y difundidas por escritores provenientes de distintas corrientes del pensamiento, ya lo fueran a favor de los americanos o lo fueran de quienes sólo divulgaron la idea según la cual la América española estaba sumida en la barbarie.

     En su relato puso de relieve que estaban habilitados tres caminos que se podían utilizar del trayecto desde La Guaira hasta Caracas. Ellos eran, el camino de “carros” de Catia, el de mulas construido por los españoles y el de las Dos Aguas el cual había venido siendo utilizado por los indígenas de la zona. De acuerdo con su versión la de Catia era la de mayor uso y que había sido diseñada bajo el mandato de Carlos Soublette. Subrayó que la construida por los españoles era también un “monumento de la pericia de los españoles, como constructores de caminos”. Acotó que las rampas que la constituían habían sido empedradas por los españoles desde hacía unos doscientos años y que seguían en un excelente estado. “hoy en día no hay en Venezuela obreros que hagan estos milagros”.

     El descenso de la montaña, entre La Guaira y Caracas lo llevó hasta La Pastora desde donde pudo observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire. De La Pastora agradeció haberla visto en horas nocturnas, porque era un camino descuidado, casi abandonado, con casas miserables que, “aún hoy, atestiguan el terrible terremoto de 1812, es muy lúgubre y aprieta el corazón”. Contó que, en los márgenes del río Guaire las tierras eran de rica fertilidad y que en ellas se podían ver haciendas de café, caña de azúcar y plantaciones de maíz, arroz y legumbres. Del lado sur del río la ciudad, indicó, estaba cruzada por tres ríos tributarios del Guaire, Anauco, Catuche y Caroata, los cuales provenían de la sierra que, a la población, “la dan de beber y sirven de colectores de sus despojos”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Desde La Pastora se podía observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire

     Más adelante advirtió su deseo de describir pormenorizadamente la ciudad, pero el temor a errar lo llevó más bien a incluir un plano de ella. Sin embargo, llevó a cabo una descripción en que destacó la existencia de 16 calles longitudinales, que se extendían de la sierra al Guaire, y 17 transversales de las cuales sólo las situadas en el centro de la ciudad estaban edificadas. De igual modo, le llamó la atención su distribución por cuadras y que cada esquina llevara nombres de personas o familias eminentes.

     Puso en evidencia la incomodidad de las calles de la ciudad y se mostró sorprendido que, siendo descendientes de “hábiles españoles” quienes las hubiesen construido del modo como el las reconoció, mostraran una calidad muy discutible. Aunque reconoció la construcción de aceras cómodas para el transeúnte. Reseñó que de las ocho plazas la principal era la de Bolívar o de la Catedral. En ella observó el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas. 

     En lo atinente a las casas subrayó que su exterior no tenía grandes atractivos, pero su interior era bastante cómodo, con espaciosas salas, con techos elevados y con alturas que amainaban los efectos del calor, al contrario de las casas de su país natal. Por lo general contaban con un solo piso porque, según corroboró, se elaboraron de una sola planta por temor a los movimientos telúricos. “Sin embargo, las que se consideran buenas, tienen un piso superior”. 

     El lugar que le sirvió de posada lo describió como amplio y que contaba con un amplio patio en la parte trasera, así como que las principales piezas de la casa conducían a él. A su vez, detrás de ese patio había otros de menor tamaño, en uno de los cuales se hallaba la cocina. Agregó que en la mayor parte de las calles corría agua corriente. “Vense, con todo, algunas casas con sobrado, como los palacios del Gobierno y del Arzobispo, la casa del Municipio y algunas otras particulares”.

     Lisboa argumentó no haber visto ningún edificio que valiera la pena como expresión de relevante arquitectura, sólo “el Palacio de Gobierno es una buena casa y nada más, sin ninguna pretensión arquitectónica exterior”. Tampoco lo eran los tres conventos de las hermanas dominicas, carmelitas y las de la concepción. Con mayor espacio y comodidad señaló al antiguo convento de San Francisco, cuyos espacios estaban dedicados a la biblioteca y al palacio legislativo. Otro ejemplo de “buena arquitectura” lo ilustró con la catedral, aunque su exterior estuviese estropeado. De la catedral agregó que “era mezquina e irregular por dentro”.

     Puso en evidencia que la ciudad estaba dividida en seis parroquias. A esta consideración sumó que la Prisión principal tenía apariencia triste e insalubre y que ocupaba el espacio del anterior convento denominado con el nombre San Ignacio. Sobre el río Catuche observó la existencia de cinco puentes designados bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy. Expresó que el Anauco se caracterizaba por ser un puente con buenas dimensiones, mientras el Caroata contaba con dos puentes, “de los cuales uno, el de San Pablo, es también grande y hermoso”. Subrayó que al estar la ciudad ubicada en tierras con inclinaciones y terrenos con declives diversos tenía el riesgo de inundaciones, tal como sucedía con la ciudad brasileña de San Pablo.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Frente a la Catedral de Caracas estaba el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Antiguo convento de San Francisco, en pleno centro de la ciudad

     El agua que bebían los caraqueños provenía del río Catuche, según lo relatado por Lisboa, aunque los más pudientes solían filtrarla. En lo que se refiere al camposanto señaló que estaba situado entre los ríos Catuche y Anauco y que había sido insuficiente, para la inhumación de cadáveres durante el año de 1851, cuando una epidemia de sarampión y de coqueluche había diezmado un número importante de niños de la ciudad. Debió ser clausurado por la municipalidad y se había instalado uno nuevo varios kilómetros de distancia del lugar señalado como la Trinidad. “El nuevo, situado en un terreno sin cercar, repugna tanto a las clases elevadas de la sociedad, que no llevan a él los cadáveres de sus parientes y prefieren, con perjuicio de la salud pública, embalsamarlos mal para poderlos depositar en el interior de las iglesias”.

     Expuso que no existía un teatro en Caracas y que el llamado La Unión no merecía tal calificación. De acuerdo con su afirmación, el mismo era “frecuentado únicamente por la clase ínfima de la Sociedad”. 

     Escribió que existía una plaza de toros la cual estaba inservible, lo que lo llevó a calificar de desgracia el “abominable ejercicio de torear y colear su práctica en Caracas por las calles”. Esta práctica le pareció de gran peligro para quienes transitaban por las calles y también para los habitantes de la ciudad. Más adelante escribió, “y está tan arraigada esta costumbre de torear y colear por las calles, que subsiste a despecho de varios mandamientos y ordenanzas municipales, que se han promulgado prohibiéndolo”.

     Llamó la atención en torno a la afición existente, entre los caraqueños de toda condición social, al “circo de gallos o gallera, y los venezolanos son aficionadísimos a ver luchar esos fanfarrones animales”. De la construcción y edificación de las casas describió que, en su gran mayoría, se habían construido de tierra. Las comparó con el procedimiento utilizado en su país y cuya denominación era Tapial, “que no es otra cosa sino tierra amasada y, en algunos casos, ligada por medio de paja picada (adobes)”. Puso a la vista del lector que la edificación de iglesias, así como las casas de mayor lujo eran las que exhibían una construcción levantada con ladrillos o mampostería.

     Según evidenció, el sistema de tapial lo utilizaban como una forma de prevención ante los movimientos telúricos. Sin embargo, edificaciones como la catedral, la iglesia de San Francisco, las casas de los condes de Tovar y de San Javier, al igual que otras casas, no se habían derrumbado con el terremoto de 1812, cuyos cimientos eran de ladrillos amalgamados. Mientras que, “la gran masa de ruinas que afea la ciudad presenta la triste vista del tapial descarnado”. Respecto a los relojes de la ciudad, agregó que sólo se había restituido el de la catedral luego del terremoto de 1812. En ésta había cuatro relojes y que el del lado norte “aún está con su terrible aguja señalando la hora fatal”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Sobre el río Catuche había cinco puentes bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy

     Ante la calamidad producida por el movimiento telúrico de 1812 afirmó que por obra del “dedo de la Providencia” que señalaba a los hombres que nada había estable en la tierra. Por otro lado, no dejó de ponderar las bondades naturales que exhibía la capital de Venezuela. De ella dijo que estaba situada entre los trópicos, bajo un influjo benéfico de un sol equinoccial y a una privilegiada altura lo que la hacía un lugar especial y de clima muy agradable. Incorporó a su consideración que las condiciones climáticas caraqueñas eran similares a la de la capital de Brasil. Para reafirmar su reflexión citó algunas cifras proporcionadas por Agustín Codazzi respecto a condiciones climáticas y la temperatura a lo largo del año.

     Terminó este acápite con lo que sigue, “No se sufren allí epidemias permanentes y destructoras como en otros puntos de la zona tórrida, aunque la fiebre amarilla y el cólera la hayan visitado a veces; con todo, el tifus es bastante corriente en la estación de calma, la terrible enfermedad del tenesmo, que reina con mucha frecuencia, es fatal a los europeos, y, en general, la recuperación de las fuerzas perdidas por la violencia de las fiebres, muy lenta y difícil. La mortalidad es desproporcionadamente grande en la edad infantil”.

La sociedad caraqueña de 1812

La sociedad caraqueña de 1812

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las mujeres caraqueñas eran graciosas, espirituales y simpáticas

     Para el año de 1812, Robert Semple presentó, en Londres, Bosquejo del estado actual de Caracas. Incluyendo un viaje por La Victoria y Valencia hasta Puerto Cabello. Lo poco que se conoce de él es que era de origen escocés quien había redactado textos relacionados con sus viajes a España, Sudáfrica, Turquía y Canadá, donde falleció. También de él se puede agregar que lo escrito alrededor de la Independencia de Venezuela muestra que experimentó una disposición positiva frente al movimiento que llevaron a cabo los americanos frente a la monarquía de España. No obstante, puso a la vista de los lectores que la ruptura del nexo colonial no mostraba, en un futuro cercano, un mejoramiento del modo de vida de los habitantes de esta parte del Atlántico.

     Antes de hacer referencia en torno a sus consideraciones respecto a la emancipación americana, me parece importante tomar en cuenta lo que describió de la sociedad caraqueña para 1812. En lo atinente a la mujer caraqueña asentó que eran graciosas, espirituales y simpáticas. “A sus encantos naturales saben unir el atractivo de sus vestidos y de su andar donoso. 

     Son, generalmente, bondadosas y afables en sus maneras, y cualquier falla que un inglés pueda observar frecuentemente en su conducta doméstica, no es otra cosa que la costumbre heredada de la vieja España”.

     Por otro lado, reseñó que Caracas contaba con un teatro de un tamaño más o menos grande y aceptable, “aunque con pobres decoraciones, y rara vez se llena”. Agregó que los actores que en él se presentaban eran de “las clases humildes”. Quienes fungían de histriones lo hacían en horas de la noche, mientras en el día se dedicaban a sus actividades habituales. “Considerando esta circunstancia, su actuación es aceptada con lenidad y, en general, el público no tiene dificultad en sentirse agradado”. En este orden, sumó a su descripción haber presenciado canciones patrióticas que eran entonadas en ocasiones para deleite del público asistente. A este respecto refirió haber presenciado que espectadores del teatro premiaban a los actores con aplausos y el lanzamiento de monedas. “Esto trae, en veces, inconvenientes” tal como anotó cuando presenció que una de las monedas alcanzó la cabeza de un actor quien interrumpió su puesta en escena para recoger “una amigable moneda”.

     En una ciudad de escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música. “Cuanto a ésta, los pobladores de Caracas tienen un gusto excelente y hacen rápidos progresos en el arte musical, aunque no lo habían cultivado extensamente hasta hace veinticinco años”. En contraste, sumó que dudaba que en alguno de los Estados angloamericanos ejecuciones musicales, como los que él escuchó en Caracas, hubiesen alcanzado el grado de perfección logrado en esta comarca.

     Según su pesquisa, este gusto por el arte de la interpretación musical se debía a la religión que se practicaba en las colonias de la América española, porque en sus ritos era usual el empleo de la música sagrada como de la profana. Escribió que en los países católico – romanos la distracción más importante provenía de las procesiones religiosas. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Caracas tenía escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música

     “La baraja y el billar ocupan a unos pocos, pero las procesiones de imágenes, la ornamentación de los templos con adornos y vasos de oro y plata y derroche de luz, la iluminación de las calles, las salvas de artillería y el repicar de las campanas, todo en conjunto forma una brillante exhibición que mueve el interés de todas las categorías, desde la del más rancio español hasta la del negro recién importado”. Sin embargo, presentó una consideración según la cual “el valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad”. Con lo que no dejó de criticar la pompa y el lujo del que se hacía gala por medio de los representantes de la iglesia católica en los ritos que se practicaban por estos lares.

     Al regresar de su incursión a Valencia, La Victoria y Puerto Cabello llegó de nuevo a Caracas de la que describió del modo como sigue. A unos veinte kilómetros al este de Caracas observó una apacible aldea cuyo origen era por “entero indígena”. Del lado oeste, opuesto al de La Guaira, observó una blanca torre de iglesia, la cual estaba rodeada de chozas, “señala un establecimiento formado por los Misioneros”. Además, a través del valle vio plantaciones de azúcar, café y maíz, las cuales tenían buena irrigación y “su uso general es favorecido por la naturaleza del terreno que va en declive hacia el este”. 

Este sistema de riego venía desde las partes altas de la montaña y se practicaba, de igual manera, en las plantaciones cercanas al río Tuy, aledañas a Las Cocuizas, en La Victoria y en los valles de Aragua.

     Agregó que el arado no era común ni frecuente en la comarca. “Todo el trabajo es hecho con la pala y la azada, generalmente por esclavos”. El transporte estaba en manos de indígenas y trabajadores libres, “cuya clase está aumentando rápidamente”. En cuanto a la alimentación refirió que era muy común el plátano y el maíz, a los cuales se sumaba la carne y el ajo. Contó que el maíz se consumía en “forma de torta”, cuyo procesamiento estaba a cargo de las mujeres. La carne de res se conseguía a dos peniques la libra, “aunque algunas veces, por días consecutivos, no se encuentra debido a la falta de regularidad en los envíos del interior, o a la sequía en el verano, cuando los pastos no pueden obtenerse a lo largo del camino”.

     Puso en evidencia que para conservar en buen estado la carne se la separaba en trozos, se le salpicaba sal y luego se colgaba en estacas a la intemperie para que se secara. Por otra parte, sumó que las aves de corral eran escasas y a precios muy altos, “un peso español es frecuentemente el precio de una gallina corriente”. Desde su perspectiva advirtió que la carne de carnero era desconocida. Le pareció extraño que un país que había sido colonizado desde hacía tres siglos por ibéricos no tuviese ovejas. En cambio, vio carne de cabra, “aunque es agradable cuando está tierna, nunca puede compararse por el sabor, lo delicada y lo nutritiva con la de carnero”.

     En cuanto al pescado logró precisar que en Caracas era difícil conseguirlo de buena calidad. Explicó que un esclavo debía dedicar de seis a siete horas para el traslado de pescado desde la costa a la ciudad. Lo que, sin duda, era poco estimulante para cualquier negociante. Respecto a los hábitos culinarios subrayó que eran de talante español y que en toda cocina el aceite y el ajo eran esenciales. De estos últimos señaló que eran importados en grandes cantidades. Agregó que los criollos eran muy aficionados a los dulces y confituras. “En vez de estas confituras, el pueblo corriente utiliza azúcar ordinaria en forma de panes, llamada papelón. También es costumbre en los banquetes, aún en los más elegantes, que los invitados tomen frutas y otras golosinas para sus bolsillos, como he podido verlo con gran sorpresa”. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad

     Puso en evidencia una costumbre que el adjudicó a los ingleses y que los lugareños habían tomado para sí. Al evocar los banquetes expresó que las personas, por lo general sobrias en su vida cotidiana, en estos banquetes consumían bebidas alcohólicas fuertes en abundancia, en especial, en actos políticos. En estos ágapes, indicó, los hombres conversaban de pie o caminando por el salón, mientras las damas permanecían en un cuarto aparte y las puertas abiertas. En lo tocante al contenido de la conversación señaló que era libre, “para un inglés, frecuentemente, demasiado. Todo puede ser dicho a condición de que sea ligeramente encubierto. Las más ordinarias alusiones se justifican como una pequeña ingenuidad”.

     Puso en evidencia que maneras y costumbres de la provincia eran las propias de España, “de ningún modo mejoradas al pasar el Atlántico, o por la mezcla de las sangres india o negra con la de los primeros conquistadores”. Bajo el influjo de esta consideración aseguró que podría sostenerse como un axioma “que dondequiera que haya esclavitud, hay corrupción de maneras”.

     Reflexionó, en este orden de cosas, que la esclavitud, o quienes la padecían, mostraban actitudes reactivas del esclavo contra sus dueños. Así como que con su abolición la actitud perversa, tal como calificó esta relación, frente a sus dueños no desaparecerá de inmediato. Aunque se había establecido una legislación que prohibía la trata de esclavos “muchos tienen todavía la opinión de que ellos son necesarios para la prosperidad del país”.

     Anexó a estas consideraciones el que los dueños de esclavos mostraban poco interés por el modo de vida que ellos experimentaban, sólo en momentos cuando debían rendir cuentas administrativas o en actos ceremoniales, los amos mostraban cierta preocupación para demostrar el cumplimiento de las reglas establecidas por las instituciones administrativas. Consideró esta actitud como una expresión de deshonestidad. El esclavo podría dejar de serlo si pagaba a su amo una cantidad de dinero, así como que tenía la posibilidad de encontrar un nuevo dueño y “puede venderse por sí mismo”.

     Semple estampó algunas consideraciones inherentes al comercio del que observó estaba en manos de europeos, españoles y canarios. Observó, igualmente, que entre ellos existía un espíritu de unión y que manifestaban “un impenetrable dialecto provincial”. Expuso que el europeo que esperara contar con un alto número de compradores debía esperar la realización de las primeras transacciones para que otros interesados aparecieran. “Los naturales del país, lejos de considerar esta transacción de sus negocios hecha por extranjeros como un reproche a su indolencia, tornan el hecho en una fuente de orgullo nacional”. Le sorprendió escuchar de varios habitantes de la provincia quienes llenos de ufanía expresaban que no tenían necesidad de ir a Europa a adquirir bienes, pero que los europeos si requerían y necesitaban de los productos venezolanos. Según expuso escuchó frases como la siguiente: “Nuestra riqueza y abundantes productos los atraen hacia acá y los convierten en nuestros siervos”.

     Asentó que las costumbres en las ciudades y en el interior mostraban grandes diferencias, “o al menos pertenecen a diferentes períodos del progreso de la sociedad”. La situación que tomó como referencia para llegar a esta conclusión fue lo visualizado en los llanos venezolanos. Lo primero que llamó su atención fue que los dueños de hatos y haciendas de los Llanos no residieran sino en Caracas, mientras dejaban sus propiedades en manos de esclavos o “gentes de color”.

     En comparación con lo observado en Caracas, en los llanos del país observó una población muy distinta a la proveniente del europeo y de los nativos de la costa. Mientras en lugares como Caracas y La Guaira precisó usos cercanos a la herencia española, en los Llanos observó a gente temeraria y que vivían sin leyes, “casi en estado salvaje, errante por las llanuras”. Los habitantes de estas tierras, agregó, acostumbraban a asaltar a los viajeros y ya se estaban conformando bandas de asalto. Vio que eran grandes consumidores de carne, la cual obtenían fuera de la ley. Culpó a quienes estaban dedicados a aplicar la ley por su lenidad.

     Adjudicó la actitud lejana de la moral y las buenas costumbres a la “mezcla de razas” y un clima que inducía a la indolencia y una relajación total para pasar el tiempo. “La mayor delicia tanto para los hombres como para las mujeres es mecerse en sus hamacas y fumar tabaco”. Este aparte que tramó como “Vista general” lo concluyó expresando que los detalles acerca de las razas que poblaban Venezuela, así como otras de las antiguas colonias de España habían sido objeto de estudio por otros estudiosos. Lo que sí aclaró es que no era apropiado expresar que la mayoría de la población la engrosaban los españoles o sus descendientes directos sino la de los mestizos.

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