La Caracas de Guzmán Blanco

La Caracas de Guzmán Blanco

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

     En uno de los apartes del libro Venezuela la tierra donde siempre es verano, escrito a finales del siglo XIX por el periodista estadounidense, William Eleroy Curtis (1850-1911), éste llamó la atención de la cantidad de epitafios con los que se rendía honores a los hombres públicos de la República. Por eso escribió que pocos de sus gobernantes pudieron haber vivido o muerto en paz entre los suyos.

     “Mientras la capital de su país está decorada con sus monumentos, los edificios públicos embellecidos con sus retratos y el Museo Nacional lleno de sus reliquias y recordatorio de sus carreras, casi todos han muerto en el exilio o la prisión”.

     Bajo este marco anotó que en el Museo de Caracas existía un salón separado dedicado a Simón Bolívar, “como el del santo entre los santos, para la conservación y exhibición de sus reliquias, reunidas con gran sacrificio en todas partes del mundo”. Así, se había logrado recopilar correspondencia, incluyendo algunas originales, conseguidas en Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, de los Estados Unidos y Europa.

     Añadió que habían aparecido publicaciones relacionadas con la figura de él como cartas firmadas, edictos, leyes y decretos con el propósito de dar a conocer sus realizaciones, así como un medio para inspirar los sentimientos patrióticos que su imagen representaba entre los venezolanos.

     Reseñó las efigies, dedicadas al Libertador, que observó en lugares públicos, plazas y espacios gubernamentales. Además, indicó que en los edificios públicos había retratos. “Su busto en mármol, bronce o yeso se ve en todas partes y las litografías de su rostro cuelgan en casi todas las tiendas y casas. Como su rostro aparece impreso en todos los billetes y acuñado en todas las monedas, resulta muy familiar”. Luego de estas consideraciones se dedicó a elaborar una breve semblanza del Libertador como sus amoríos y visita a Europa.

     Por otro lado, resulta de gran interés seguir al pie de la letra la descripción que tramó respecto a los espacios públicos de Caracas y “los muchos monumentos de Guzmán Blanco”. En este orden, señaló que en una “hermosa” plaza, cerca del mercado, estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán. De inmediato, Curtis anotó la inscripción que acompañaba la representación del padre de Antonio Guzmán Blanco. A renglón seguido indicó: “Nadie reprueba la devoción filial que indujo a Guzmán Blanco a erigir un monumento en memoria de su padre, quien durante su larga y memorable vida fue uno de los políticos más distinguidos y hábiles del país”.

     Agregó, en este sentido, que la línea que recibió mayores críticas era aquella con la que pretendió acreditarle a su padre una porción de la gloria representada por Bolívar. Curtis hizo alusión a una de las líneas que acompañaba al monumento y que rezaba “El congreso nacional de 1822 expresando los deseos del pueblo erigió este monumento”. A Curtis le pareció algo exagerado porque, según escribió, si bien Antonio Leocadio Guzmán había sido secretario de Bolívar, lo había traicionado y además había firmado la orden en la que se pedía la expulsión del Libertador del territorio venezolano.

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

     Luego de hacer referencia acerca de algunos hombres públicos de Venezuela como el caso de Páez y los hermanos Monagas, y finalizar con Guzmán Blanco de quien escribió que no era modesto, aunque éste “era quizá el menor de sus pecados”, pasó a reseñar algunos pormenores de la vida política en Venezuela. De la elección de los presidentes expresó que se hacía de “manera muy curiosa”. Al hacer alusión a la oficialidad y altos mandos del ejército le llamó la atención que fueran, por lo general, “jóvenes apuestos de las mejores familias, que se alistan de buena gana en el servicio militar y lo disfrutan. Andan siempre bien vestidos en sus uniformes, se comportan con buenos modales y son casi siempre egresados de la Universidad”.

     En lo que se refiere a las monedas, fuesen de oro o plata, no servían de patrón para un circulante general ya que en ellas no se estampaban el valor de lo que representaban cada una. Contó que en Caracas había sólo dos bancos siendo, uno de ellos, el Banco de Venezuela el centro de pago y de depósito para la secretaría del tesoro.

     Páginas más adelante hizo referencia al pueblo caraqueño y venezolano del que expresó que era “muy musical”. En su relató añadió que en el Teatro Municipal, ubicado en Caracas, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año. En algunas oportunidades se presentaban obras con compañías extranjeras. De las que llegaban a Caracas, y donde eran invitadas el gobierno éste sufragaba los gastos para presentar diversiones públicas.

     Recordó que el Teatro Municipal había sido edificado a instancias de Guzmán Blanco y era “uno de los edificios más vistosos de la ciudad”. Describió que la platea o patio, poseía butacas similares a las instaladas en los Estados Unidos en las que solo se sentaban los hombres. Las mujeres “preferían” la parte baja del teatro, según escribió.

     De igual manera, reseñó que las personas que ocupaban los palcos vestían de forma elegante. En el segundo y el tercer piso, expuso en su relato, había dos lujosos salones de descanso. En éstos las personas se ubicaban o daban vueltas durante los entreactos, aquí se servían helados, dulces, vinos y coñac entre otros productos. De las funciones dijo que eran largas y que, por lo general, comenzaban a las ocho de la noche y se podían extender más allá de las dos de la mañana.

     En lo referente a las inquietudes artísticas y musicales que apreció lo llevó a decir que había mucho talento, tanto en la composición como en la ejecución musical. Añadió que existían varios conservatorios de música, así como la presencia de pianos en casi todas las casas. “Los barrios residenciales de la ciudad recuerdan a cualquier hora del día, excepto aquellas dedicadas a la siesta, los corredores de los internados de señoritas, porque a través de las ventanas abiertas de casi todas las casas fluyen los inconfundibles sonidos de una diligente y enérgica práctica”.

     Contó que a horas de la noche, los días jueves y domingo, una banda musical perteneciente a la comandancia del ejército ejecutaba distintas piezas musicales en la Plaza Bolívar, desde las ocho hasta las once de la noche. Según observó, en ella se agolpaban multitud de personas quienes paseaban por los bulevares que mostraban buena iluminación o se sentaban en círculo para conversar. En la misma plaza unas señoras ofrecían en alquiler sillas por unos cuantos centavos y algunos jóvenes ofrecían bebidas, helados y dulces.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

     En lo que denominó uno de los lugares más vistosos y concurridos de la ciudad como lo era Puente Hierro le llamó la atención que en él también se reunían personas. El lado sur de la ciudad que pasó a describir no sólo fue el puente que había mandado a construir Guzmán Blanco durante su mandato. Puso a la vista de los lectores la exhibición de palmeras imponentes a lo largo de la avenida, además de una estación del ferrocarril, una alameda de mangos, “varios botiquines más o menos respetables, e innumerables diversiones baratas”.

     En esta parte sur de Caracas había visto a varias personas que se reunían entre las cinco y siete de la tarde. “Pero los días sábados al atardecer y casi hasta la medianoche es cuando, con la música de fondo de alguna banda militar de la ciudad, se reúne un conglomerado de las clases media y baja que se dedica a jugar, comer, beber y divertirse. Las señoras de la aristocracia permanecen vigilantes en sus carruajes junto a la alameda, siguiendo con cuidado las situaciones que son siempre graciosas y hasta, muchas veces, cómicas, mientras los hombres y, en particular, los jóvenes, se mezclan entre la multitud y se pavonean ante alguna muchacha del pueblo, de entre las que, por cierto, las hay muy guapas”.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

     En su descripción acotó “Caracas es como una París de un solo piso”. De acuerdo con la perspectiva de su mirada, las tiendas mostraban productos provenientes de la capital francesa. Además, los que administraban y atendían en ellas eran originarios de esta comarca de Francia. “Nada tiene de extraño ver a todas las damas en vestidos importados durante una comida, y cuando salen de paseo, aquellas que pueden permitírselo, llevan puesto un sombrero de París, como lo harían sus hermanas y primas en algunas latitudes más al norte”. Puso a la vista de sus potenciales lectores que, cuando las damas iban a misa no exhibían trajes o sombreros nuevos. “Cuando atienden al servicio de la mañana, la mayoría de ellas, las señoras de Caracas van vestidas, por lo general, con un sencillo traje negro con un lazo blanco o negro anudado a la cabeza. Algunas de las matronas anticuadas llevan simplemente un chal negro que hace las veces de una mantilla española”.

     De inmediato pasó a describir algunas características de las casas que observó en Caracas. De las ventanas agregó que eran amplias, que estaban protegidas con rejas o barrotes que sobresalían hacia las aceras. Por lo general, tenían un antepecho donde se sentaban las damas, en especial jóvenes, que desde esa posición entablaban conversación “con el primer conocido que pase. Si se pasea una tarde por las elegantes calles residenciales es casi seguro que uno descubra todas las ventanas ocupadas por una o más señoras luciendo sus más atractivos vestidos, y son muchos los amoríos y galanteos que se hacen de esta manera”.

     Más adelante destacó la extrañeza que experimentó por los nombres que se utilizaban en estos territorios y los que se exhibían en centros de moda, lugares de trabajo, casas y personas. Destacó el nombre de una “modistería” de la ciudad que combinaba el inglés, el francés y el español. El cartel de este establecimiento decía así: “High life parisien salón para modes y confections”. De lo que denominó “nombres extravagantes” lo ostentaban algunas casas de campo como “La Rosa de Sharon”, “La Esmeralda” un comercio atractivo para él, mientras “La Fuente del Placer” y “La Gracia de Dios” eran nombres de pulperías o botiquines.

     Bajo este mismo marco, hizo referencia a los nombres que eran utilizados para bautizar a los niños. “Por lo general, se les da el nombre del santo cuyo aniversario esté más cerca del día de su nacimiento y todo niño que nazca en vísperas de la navidad, se llama Jesús”, aunque añadió que el nombre más común era Salvador. En cuanto a las niñas evidenció que los nombres que se les daba se relacionaban con algún episodio de la vida de la Virgen Santísima o en las de los santos como Concepción, Anunciación, Asunción o Trinidad.

     Llamó la atención de sus potenciales lectores que cada niño tuviera un “protector” denominado Padrino y una “protectora” llamada Madrina, “de quienes se espera que cumplan literalmente con los juramentos que hicieran ante la fuente bautismal, y que, por lo general, lo hacen”. 

     Pasó de inmediato a reseñar el papel que ambos debían cumplir al faltar uno de los progenitores del niño o la niña. Por ser costumbre que ambas figuras atendieran las necesidades espirituales de sus ahijados, así como las económicas la tendencia era a buscar personas pudientes. “Es por esta razón que los hombres adinerados y los políticos se ven siempre tan solicitados por sus ambiciosos e indigentes amigos; aunque generalmente limitan sus favores a sus parientes y aquellos por los que sienten un especial interés”.

Excursión por el Este de Caracas

Excursión por el Este de Caracas

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

     En 1863, tras la culminación de la Guerra Federal, el nuevo gobierno se encontró con un país en la bancarrota, por lo que tenía la apremiante necesidad de resolver la situación fiscal, la deuda pública y cumplir con las obligaciones internacionales vencidas y por vencerse. Ante esto, el vicepresidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, inició gestiones para conseguir para conseguir un empréstito. Con esa misión viajó a Inglaterra donde firmó un convenio con la Compañía General de Crédito y Finanzas de Londres, que de inmediato envió a Venezuela un representante para que se encargara de conseguir las garantías necesarias para dicho préstamo. Es así como, en octubre de 1864, llega al país Edward Eastwick (1814-1883), quien visitará La Guaira, Caracas, Puerto Cabello y Valencia. Sus impresiones de ese viaje fueron publicadas originalmente en la revista literaria londinense All the Year Round, en 1866. Posteriormente, en 1868, se publicarían en forma de libro bajo el título: Sketches of Life in a South American Republic (Bosquejos de la vida en una República sudamericana).

     Allí, luego de escribir sus impresiones acerca de lo que vio como manifestaciones de devoción religiosa, observación a partir de la cual puso en duda la sinceridad de las damas que participaban en el acto litúrgico, Eastwick presentó una comparación de lo visto en Caracas frente a lo visualizado por él en regiones de la India. Al respecto señaló: “me acordaba yo de la India y de las procesiones de Durga y Krishnah. En realidad, los yátrostsavahs del Indostán y las fiestas de la América del Sur, presentan un origen común”.

     De acuerdo con su particular visión, estas fiestas constituían el desahogo de “un pueblo perezoso, y sirven de pretexto para ostentar lujosos atavíos, holgazanear y entregarse al juego y al amor”. De igual manera, escribió haber sido informado que en Santiago las chicas enviaban cartas a la Virgen, “algunas piden maridos y novios, y otras trajes de baile y pianos; y, por increíble que parezca, las peticiones son contestadas y aun atendidas en aquellos casos en que se considera político hacerlo”.

     Más adelante, escribió que el paraje sobre el cual se sostenía Caracas “merecería la predilección de un monarca oriental”. La comparación a la que recurrió fue la de Teherán, capital de Persia, hoy Irán, además de lo expresado con anterioridad, por mostrar otra semejanza relacionada con las vías de acceso desde otros lugares del país. A lo que de inmediato agregó, “unas cuantas baterías certeramente emplazadas, podría impedirse por completo que ningún enemigo procedente de la costa se acercara a Caracas”. En cuanto a esta aseveración sumó que sólo los ingleses podrían romper esa barrera, tal como había sucedido en el siglo XVI con Francis Drake.

     Luego de relatar algunos pormenores del pirata inglés en Caracas, aseveró que Caracas era de acceso difícil, en especial si se entraba desde La Guaira y el mar que le sirve de lindero. En cambio, desde la parte sur el ingreso a ella era menos tortuoso. Rememoró que algunos autores criticaran el que Caracas se hubiese edificado en el lugar actual y no en los lados que daban hacia el Este, cercano al “villorrio” de Chacao. Uno de los que se había preguntado por qué razón la capital de Venezuela se había emplazado en el terreno que ocupaba, desde el siglo XVI, y no hacia los lados de Chacao donde los terrenos eran más planos y con cercanía lacustre que podía permitir el despliegue de una ciudad en ellos, fue Alejandro de Humboldt. De éste, Eastwick citó una de sus aseveraciones respecto a las desventajas de Caracas frente al interior del país. “A causa de la situación de las otras provincias, Caracas no podrá ejercer nunca una poderosa influencia política sobre las regiones de que es la capital”.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

     Contó que había conocido Caracas y sus alrededores gracias a las nuevas cabalgaduras que a diario le ofrecían “para que saliese a pasear por la mañana y por la tarde”. De los caballos que montó en Caracas expresó que eran briosos y de buena anatomía, pero pequeños, y los comparó con jacas o yegua de poca altura, “a no ser por sus pretensiones y airecillo altanero que – preciso es reconocerlo – saben justificar a veces con brillantes hazañas, pues demuestran gran valentía cuando se trata de conducir a su jinete a la batalla, o cuando se les utiliza para dar muerte a toros embravecidos y de corpulencia dos veces superior a la de ellos”.

     En su relató indicó que su primer paseo por la ciudad fue hacia el lado este, para Petare, “aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas”. El trayecto que transitó lo describió como sigue. Al salir del hotel donde se hospedaba, el Saint Amande, se encontró con la Gran plaza, “donde hay mercado todos los días”. De los edificios que observó a su alrededor llegó a decir que eran de baja altura. No así el palacio de gobierno y la Catedral. De esta última añadió que no encontró nada digno de ser destacado, “a no ser la tumba de Bolívar, que es de mármol blanco, y esculpida con muy buen gusto”.

     De esta última señaló “El Libertador aparece de pie, en su uniforme de general, y a sus plantas se ven tres figuras femeninas que representan – según creo – las tres naciones que a él deben su libertad”. En este sentido indicó que al contemplar el monumento, erigido en honor a Bolívar, le estimuló el recuerdo de palabras estampadas en las Sagradas Escrituras: “Pidió pan, y le dieron una piedra. En efecto, Bolívar – cuyas cenizas son tan veneradas en la capital de su ciudad nativa – murió en el destierro, muy lejos de aquí y en medio de la mayor miseria”.

     En su paseo por la ciudad, a pocos metros de la catedral, encontró un teatro. A propósito de esta experiencia anotó que las cosas habían cambiado algo después de la visita de Humboldt y de sus anotaciones acerca de Caracas. 

     El teatro que vio el naturalista alemán estaba desprovisto de un techo, ahora, el que observó Eastwick, había dejado de estar a la intemperie. “Durante mi permanencia allí, no había compañía de ópera; y las piezas que se representaban eran, por lo general, tediosas tragedias en las que todos los personajes iban siendo asesinados uno tras otro, lo que al parecer causaba gran satisfacción entre los espectadores”.

     Más lejos de la catedral, al cruzar un puente, observó dos “excelentes” plantaciones de café. Se mostró maravillado por el paisaje que estaba frente a sus ojos, al mirar un valle con campos bien labrados. Sin embargo, lo que más cautivó su mirada fue el “Ferrocarril del Este”, el que estaba situado a una corta distancia del puente que había cruzado. “Me bajé del caballo para inspeccionar la estación, pero como ésta se hallaba completamente desierta, tuve que trepar por una cerca de quince pies de altura para entrar en ella”. Anotó que los rieles se encontraban cubiertos de maleza, así como las locomotoras y los vagones, “tristes emblemas del sopor en que ha caído la empresa, y del cual parece dudoso que pueda despertar alguna vez”.

     Ya en Petare llegó a una posada que estaba ocupada por bastantes personas, allí observó a la gente que fumaba y jugaba billar, el villorrio, como calificó a esta localidad ofrecía una dinámica de prosperidad mayor a la que él se había imaginado. “Hay unas quinientas casas en la aldea, y muy bellas fincas en sus inmediaciones. Sin embargo, jamás podría contarse con el tráfico suficiente para resarcirse del desembolso que ocasionaría la construcción de un ferrocarril, a menos que la línea fuese continuada hasta Valencia”.

     Su otra excursión fue para el lado norte, en las faldas del cerro Ávila. Describió una ciudad, visualizada desde este lugar, en forma de cuadrado con largas calles paralelas que se cruzaban de norte a sur, y con una plaza principal, lugar éste donde funcionaba el mercado justo en la parte del centro. Se sorprendió, al estar situado en la parte noreste, de los estragos que había causado el terremoto de 1812. “Ni una sola casa parece haber escapado, y aunque algunas han sido restauradas, las señales del desastre son aparentes por donde quiera, y todavía se ven sin remover muchas hileras de escombros”.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

     Puso a la vista de sus potenciales lectores lo que le había relatado un Mayor del ejército de aquel año y que aún estaba con vida. Luego de describir el evento telúrico agregó que las personas quedaron aterrorizadas y que no pudieron regresar a sus actividades habituales, se dedicaron a la oración y al ejercicio de ceremonias religiosas. “Muchas parejas que venían llevando vida concubinaria, se casaron a toda prisa, y quienes habían cometido fraude restituyeron lo mal habido, sobrecogidos por los horrores de aquel espantoso día, y temerosos de que se repitieran”.

     En su excursión al cerro el Ávila llegó a observar algunas casas, en especial una denominada El Paraíso que había sido propiedad de un representante del gobierno británico. Indicó que le llamó la atención el cementerio católico del que se decía era el más hermoso de Suramérica. “Está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Su característica más singular es que los altos muros están revestidos en su parte interior, por una especie de casillero gigantesco. Cada compartimiento… se utiliza para depositar en ellos los ataúdes. A todo el que pueda pagar los derechos respectivos, montantes a treinta y cinco pesos, se le concede el privilegio de colocar la urna del pariente muerto en uno de estos receptáculos durante tres años… Al cumplirse los tres años, se sacan los ataúdes; y, en caso que así lo desee la familia, se la entregan a ésta los restos del difunto. De lo contrario, los arrojan a una gran fosa, llamada el carnero”.

     Unos kilómetros más allá de este cementerio se acercó a un terreno en el que se encontraban sepultados cadáveres de personas que habían muerto a causa de un brote de cólera. De acuerdo con información recabada escribió que había sido tal la cantidad de fallecidos que hubo la necesidad de utilizar este terreno para darles cristiana sepultura a las víctimas de esta epidemia. “Tanto el cementerio inglés como el alemán se encuentran ubicados en las inmediaciones de la ciudad, en la parte sur, y son sitios de mísero aspecto en comparación con el camposanto católico”.

     De la parte norte de la ciudad agregó que lo que había llamado su atención era la denominada “La Toma”, reservorio desde el cual se abastecía de agua a la ciudad capital. “Se halla situada en un barranco cubierto de espeso boscaje… En este paraje se requiere andar con mucha cautela, pues a causa de lo denso de la espesura y de lo escasamente frecuentado del lugar, las culebras abundan en cantidades increíbles. Me aseguraron que, en una pequeña terraza rocosa, desnuda de vegetación, se podían ver algunas veces cuarenta o cincuenta serpientes de cascabel y de otras especies tomando el sol. Con semejantes protectores, parece que fuese innecesaria la presencia de guardianes humanos”.

     Sin embargo cerca de la caja de agua vivía un inspector y su familia. La esposa de éste, junto a una hija, confeccionaba sandalias. Ella le informó a Eastwick que podía terminar dos docenas al cabo de un día. También le dijo que por dos docenas le pagaban seis pesos y medio, es decir una libra esterlina aproximadamente. “Este es apenas un ejemplo, entre los muchos que vi, de los precios enormemente altos a que se paga el trabajo en Venezuela”.

     En su excursión decidió no trasladarse al lado oeste de Caracas, por donde ya había pasado cuando llegó a La Guaira. No obstante, resolvió practicar una caminata por el cerro El Calvario. De este lugar destacó su importancia como valor histórico por haber sido escenario de una batalla en 1821.

     Del lado sur de la ciudad escribió que existía un excelente camino, construido por un ingeniero europeo, que conducía al pueblo de Los Teques. Lugar del que recordó la existencia de minas de oro y que atrajeron la atención de los conquistadores españoles.

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Las mulas eran el principal medio de transporte.

Las mulas eran el principal medio de transporte.

     El coronel William Duane (1760-1835) fue un periodista y editor estadounidense que visitó Venezuela y Colombia entre los años de 1822 y 1823. De su recorrido por estos países elaboró un texto que llevó por título “Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823”, el cual fue impreso en Filadelfia, en 1826, por parte del editor Thomas H. Palmer, aunque Duane también era impresor, oficio que había aprendido en Irlanda, dejó en manos de este último el trabajo, para dar a conocer sus impresiones de unos territorios que recién se habían separado de la corona española.

     Durante su visita estuvo acompañado de su hija Isabel y de su hijastro Richard Bache (1784-1848) quien también escribió un libro denominado “La República de Colombia en los años 1822-23. Notas de viaje”, igualmente impreso en Filadelfia, pero en la imprenta de H. C. Carey, en 1827. Duane escribió que había venido a Venezuela con la tarea de encontrar solución a notas de crédito que se encontraban insolventes desde los tiempos de la guerra. Sin embargo, le dio mayor relieve al deseo que abrigaba, desde hacía unos treinta años, de conocer a quienes había acompañado espiritualmente en su lucha. 

     Esta relación había despertado en él la curiosidad por indagar en la historia, la geografía y el posible destino de los países que habían llevado a buen puerto una Revolución en la América del Sur. Duane había defendido con afán la causa suramericana desde las páginas del periódico “Aurora”. De sus acciones defendió el hecho de haber coincidido con las políticas de libertad de prensa de la que se gozaba en su país. Por esto afirmó que una prensa libre le dio la oportunidad de dar a conocer sus pronósticos y conceptos, labor que no dejó de cultivar a pesar de las censuras que le dirigían colegas y algunas personas que se mostraban escépticos respecto a lo que sucedía al sur del territorio estadounidense.

     En el preámbulo de su libro, de 632 páginas, dejó escrito que no había podido incluir ni la mitad de lo que hubiera querido exponer en su obra. En cambio, el texto de su hijastro fue menos voluminoso, pero no menos interesante que el de su padrastro. Ambos libros muestran la preocupación de los viajeros que visitaron estas tierras después de 1821. Luego de este año, los temas de mayor relieve relacionados con el conflicto bélico fueron desplazados por otros asuntos orientados en la organización y bases del orden republicano que se intentaba desplegar.

     En este orden, es importante recordar que varios integrantes de la sociedad letrada de Filadelfia prestaron gran atención a lo que sucedía en la América española en los tiempos de emancipación. Filadelfia, llamada entonces la capital financiera de los Estados Unidos, jugó un papel de gran importancia en la divulgación la causa de los repúblicos suramericanos. Entre los años de 1810 y 1818 fueron varios los personajes que llevaron a cabo actividades a favor de la Independencia desde esa ciudad. Entre ellos, Telésforo de Orea, Juan Vicente Bolívar, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga, Pedro Gual, Juan Germán Roscio, Mariano Montilla, Lino de Clemente y Juan Paz del Castillo, entre otros.

     Filadelfia era tierra habitada por filósofos, escritores y tratadistas enterados de las nuevas vertientes del pensamiento europeo. También fue un centro editorial y de talleres de impresión de textos. De este último se puede rememorar el caso del inmigrante irlandés Mathew Carey (1760-1839) quien reeditó el texto de Thomas Paine (1737-1809), “Common Sense” (1776), a instancias de Manuel García de Sena y escritos del neogranadino Manuel Torres (1767-1822), al igual que la segunda edición (1821) del libro de Juan Germán Roscio (1763-1821) “El triunfo de la libertad sobre el despotismo”.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

     Una de las primeras observaciones de Duane, estaba relacionada con los medios de transporte utilizados en Venezuela. A este respecto indicó que las mulas cumplían las labores que en otros lugares se ejecutaban con la ayuda de carretas, carros, coches, sillas de posta e incluso de las carretillas. De igual manera, describió que para el ingreso a Caracas había tres puertas. La puerta más utilizada, y la que él y sus acompañantes traspasaron, era la que daba directamente al mar. Al ser atravesada observó la estación aduanera, un cuerpo de guardianes y en una parte más alta se encontraba la residencia del comandante. La calle real de la localidad, anotó en su escrito, estaba ocupada, casi en su totalidad, por almacenes comerciales, “y se asemejan con bastante exactitud a los godowns de las ciudades asiáticas; largos, espaciosos y de un solo piso, la luz solo entre en ellos a través de las puertas batientes de la fachada; sin embargo, también hay muchas casas de dos pisos a este lado, cuyo estilo de construcción impresiona favorablemente”.

Lo que observó en La Guaira en relación con las edificaciones dedicadas al comercio y sus características le sirvió para llevar a cabo comparaciones de lo observado en otros lugares de Venezuela. Expresó que los criterios que sirvieron para la construcción de lugares dedicados al comercio resultaban un estilo generalizado en el territorio. Así, caracterizó una parte del urbanismo: calles estrechas, portales y patios pavimentados, con corredores en contorno, de escaleras amplias, confeccionadas con tramo doble, pero de tosca construcción. Otras semejanzas con el “mundo oriental” las constató al ver salones altos y oblongos u ovalados, aposentos angostos y retirados, muebles pesados y burdos, paredes desnudas y pisos de ladrillos.

     “No deja de ser un hecho bastante curioso, al tratar de determinar la influencia de las costumbres y el espíritu de imitación, que estos aspectos hayan subsistido casi incólumes durante tantos siglos en relación con sus prototipos asiáticos en España, los cuales conservan todavía las mismas características”.

     De su primera estadía en La Guaira anotó haber comido muy bien mientras estuvo alojado en un hospedaje regentado por un francés. Además, agregó no haber sido molestado ni por zancudos ni moscas tal como le sucedió al visitar el Magdalena y Cartagena de Indias. En lo referente al mobiliario que llamó su atención, al llegar a tierras suramericanas, destacó que al interior del país no fuese de tan buena textura como el de La Guaira. Para él esto se explicaba por la proximidad al mar y las posibilidades de importar cualquier mueble y, además, por la incomodidad que significaba transportar en medio de transportes tan limitados artefactos de cierto tamaño y peso. “En consecuencia, tanto si se trata de una cómoda o de un aparador, de un amplio sofá o un piano, sólo pueden ser trasladados sobre la cabeza y las espaldas de mozos de cordel. Tal es el motivo de que algunos muebles de esta clase no hayan pasado de La Guaira, pues los gastos serían mayores que el desembolso realizado para adquirirlos”.

     De acuerdo con su mirada, la carencia de coches o carros de ruedas podía estimular una sensación de deficiencia, “sin poder determinar en qué consiste”. Pero los caminos trazados no parecían ser los apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos. De acuerdo con información que había recopilado acerca de este tema de las vías de comunicación, anotó que hacía un tiempo se había proyectado la construcción de una vía, con menos declives, entre Caracas y La Guaira a través de la quebrada el Tipe. Aunque, al momento de la visita de Duane, se había completado un corto trayecto faltaba aún por hacer. Recordó también los proyectos de instalación de una vía férrea, pero de acuerdo con Duane, era un sistema de transporte adecuado para cortas distancias, de alta densidad poblacional y adelantos técnicos de los que Venezuela era muy deficiente.

     Para Duane la mejoría dependía de una mayor aplicación de técnicas y del mejoramiento de la producción con las que fuese posible requerir otros medios de transporte distintos a lo usual. Aunque un poblador de Petare había experimentado con la importación de medios de transporte más modernos. “Mr. Alderson, quien reside en Petare, ha inaugurado el uso de varias excelentes carretas construidas por encargo en Filadelfia, y las ha utilizado en sus propias plantaciones y negocios, pero seguramente habrá de transcurrir algún tiempo antes de que tenga imitadores”.

     Los diseños arquitectónicos que observó, en especial una iglesia de grandes dimensiones en La Guaira, le estimularon a escribir que no ofrecía ninguna característica notable.

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

     En lo atinente a las fuentes de aguas disponibles en la ciudad escribió, “mana con abundancia un agua muy diáfana, que contribuye a la limpieza y a la salubridad; y cuya disponibilidad procuraron asegurarse previsoramente, desde el propio momento de su fundación, muchas ciudades importantes como Caracas”. Indicó haber apreciado como en Trujillo, San Carlos, Bogotá y Mérida las aguas que corrían por las calles, en canales construidos para el recorrido del vital líquido, no sólo servían para el consumo humano sino también para mantener limpias las vías en la ciudad.

     De acuerdo con su percepción lo redactado por el alemán Alejandro von Humboldt fue de gran importancia, al contrario de otros viajeros que hasta el momento visitaron las tierras americanas. Sin embargo, mostró una actitud crítica ante algunas de sus aseveraciones. Uno de los juicios que emitió frente a lo redactado por Humboldt tuvo que ver con sus aseveraciones negativas respecto a la ciudad de La Guaira. En este orden aseveró, que el naturalista había permanecido en esta localidad sólo unas pocas horas y que su opinión acerca del clima en ella lo había obtenido por medio de informantes y no por mediciones propias. En cambio, Duane aseguró que permaneció tres días en La Guaira y apertrechado con medidores de temperatura lo llevaron a concluir que Humboldt estaba equivocado.

     Para el momento de su visita a Venezuela, La Guaira estaba bajo la jurisdicción de Caracas. En uno de los párrafos de su escrito hizo referencia a las rencillas existentes entre los comerciantes y las artimañas de las que hacían gala para desprestigiar a zonas económicas desarrolladas en Puerto Cabello y en La Guaira. Una de ellas tenía que ver con los brotes de fiebre amarilla que, según los comerciantes de Puerto Cabello frente a los de La Guaira, o viceversa, difundían noticias relacionadas con epidemias, con el propósito de perjudicar a sus rivales comerciantes.

     A este respecto, señaló que Humboldt se vio envuelto en estas falsas noticias, lo que lo condujo, según Duane, a conclusiones dudosas. A partir de estas correcciones dedicó unas líneas de recomendación para los viajeros que llegaran a estos lugares. Bajo este marco puso de relieve que todo viajero debía poner especial atención en consumir alimentos que contribuyeran a un funcionamiento intestinal idóneo. Por eso advirtió la necesidad de evitar el consumo de bebidas que estimularan el calor corporal, así como que se debía evitar comer en exceso. Cerró esta idea así: “en los climas cálidos, la secreción de bilis es mayor que la ordinaria, originando dolores de cabeza, que desaparecen por lo general, con el uso de laxantes suaves, y que un emético hará eliminar del todo; además, la costumbre de bañarse frecuentemente, especialmente con agua templada, es deliciosa y mantiene la salud en buen estado”.

La Caracas de 1700

La Caracas de 1700

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

     De acuerdo con la información expuesta en el Diccionario de Historia de Venezuela (Caracas: Fundación Polar, 2da Edición, 1997) Joseph Luis de Cisneros fue un agente comercial, viajero y escritor de mediados del 1700. El único libro que parece haber escrito fue “Descripción exacta de la provincia de Benezuela”, cuya publicación fue en el año de 1764. Acerca de referencias sobre su vida es poco lo que se sabe, tal cual sucede con el lugar donde nació. Gracias a su relación comercial con la Compañía Guipuzcoana, recorrió la provincia de Venezuela, así como Maracaibo, Santa Marta y otros lugares de la Nueva Granada. De igual modo, navegó por el Orinoco y alcanzó a llegar a las colonias holandesas de Surinam. Su libro fue publicado por una imprenta que algunos adjudicaron haber funcionado en territorio venezolano.

     Sin embargo, la confusión proviene por el pie de imprenta en el que aparece como lugar de impresión un poblado denominado Valencia. Localidad situada en Guipúzcoa (España), en la ciudad de San Sebastián. Los asuntos que trató en su libro se concentraron en el ámbito de la agricultura, la ganadería y del comercio. En lo que sigue presentamos una sinopsis de la ciudad de Caracas, según Cisneros, de gran importancia porque permiten establecer el consumo y las formas de intercambio de bienes durante el siglo XVIII. Sin embargo, es de hacer notar que sus acotaciones abarcaron lugares más allá de esta ciudad por estar situada en la Provincia que, por uso común, hacía referencia a un espacio mucho más extenso durante el período colonial.

     Para esta nota utilizamos la edición de 1912, publicada en Madrid por la Librería General de Victoriano Suárez. En las primeras páginas aparece una Advertencia preliminar en la que se estampó que esta obra de Cisneros era uno de los libros “más raros de América”. Sin embargo, a pesar de saberse poco del personaje, Cisneros en algunas de las líneas de su escrito dejó sentado que era oriundo de Venezuela. De seguida, una sinopsis de lo que redactó Cisneros sobre la provincia de Venezuela. De ella escribió que existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar, así como que en el interior de ellas existían ingenios de azúcar o “trapiches de grandes fondos”. En ellos se fabricaba azúcar blanca y “prieta”. 

     De igual manera, anotó que existía, en la Provincia, un gran consumo de azúcar, “por no hacerse Comercio para la Europa”. También hizo referencia a los “fértiles, alegres y hermosas Arboledas de cacao, que es el principal fruto, y de más estimación que produce esta Provincia”.

     Hizo referencia, asimismo, a la siembra del tabaco, “de que se hace grandes sementeras, y se labra de diverso modo, porque en todos los valles de Yagua, Aragua, La Victoria, Petare, Guarenas y Guatire labran el tabaco de Curanegra”. De este tipo de tabaco agregó que era muy parecido al que se cultivaba en el Río de la Plata y la ciudad de San Faustino. El tabaco que comerciaba La Real Compañía Guipuzcoana era el denominado Curaseca.

     Refirió el caso del maíz que era sembrado en la Provincia y el que, según los cálculos que presentó, era muy lucrativo. De la yuca escribió que se producía en abundancia y era la base a partir de la cual se preparaba el casabe, “que es un pan muy sano, y que suple por el Bizcocho”. Dejó escrito que en toda la Provincia había producción de trigo en casi toda la comarca, “y la harina es de la mejor calidad, en especial la de los Valles de Aragua en un terreno que llaman Cagua”.

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

Otro tanto era la gran recolección, de acuerdo con Cisneros, de “infinitas raíces” que se producían durante todo el año entre las que mencionó ñame, mapuey, ocumos, batatas, patatas, apios. Entre las frutas mencionó el plátano, cambures, aguacates, piñas, chirimoyas, guayabas, papayas, mameyes, nísperos, membrillos, manzanas, higos, habas, cocos, hicacos y sapotes, entre otros.

En cuanto al café indicó que era de excelente calidad. Dentro de la misma Provincia, pero del lado sur oriental se encontraba la que llamó tierra llana, de gran extensión y que alcanzaba los márgenes del Orinoco. Los llanos que ocupaba la Provincia contaban con condiciones climáticas de constitución secas y cálidas, aunque de aire fresco gracias a las continuas brisas provenientes del nordeste. “Es el temperamento muy sano, sin experimentarse en todo él enfermedades agudas, por la mucha transpiración que tienen los cuerpos”. Estas tierras de las llanuras, hizo notar, producían en gran cantidad pastos para el ganado, “y son tan viciosos y fértiles, que con la altura de sus hierbas se cubre un hombre a caballo”.

     Según su percepción, la extensión territorial de estas llanuras hacía necesario la utilización de la brújula para no perderse en tan grande extensión. En su descripción hizo notar que existía en sus tierras gran cantidad de ganado vacuno y que sus dueños tenían entre diez y veinte mil reses, “y mucho que se cría en aquellos despoblados, sin sujeción; esto es, levantado, sin que puedan los dueños sujetarlo y hacerlo venir a rodeo”.

     Igualmente, en los hatos instalados en estas tierras había criadero de yeguas y que había una importante producción de mulas. Los hatos de mayor dimensión contaban con quinientos caballos y en ellos se producía una prominente cantidad de ganado caballuno. Muchos de estos animales, según su relato, merodeaban sin control por estos parajes. “Es difícil sujetar este ganado, porque es sumamente altanero; y de ordinario se matan huyendo”.

     De los caballos resaltó que los había de mucha hermosura y fortaleza. Cuando se les lograba domesticar eran excelentes corredores de caminos. De acuerdo con sus palabras estas tierras llaneras estaban dedicadas para la cría de estos animales. Aunque sus pobladores cultivaban plátanos, maíz y yuca, “que son el pan cotidiano de su consumo”.

     El agua que se consumía en estos espacios territoriales provenía de ríos y riachuelos cercanos. Destacó la existencia de lagunas, “tan hermosas, que desde lejos parecen mares, pobladas de diferentes aves, y habitadas por innumerables cuadrúpedos; y es el común asilo de los ganados de los hatos que hay por aquellos contornos”.

     Al ser tierras “muy bajas” se inundaban en períodos de lluvia. Por tanto, era preciso navegar por las campiñas anegadas. Contó que en más de una ocasión había tenido que navegar por estos lugares y que, un día, se vio en la necesidad de amarrar las canoas en un roble, “y volviendo a aquel paraje, por el verano, conocí el árbol con más de tres estados en alto”. Relató que las inundaciones duraban entre cuatro y cinco meses del año. Al cesar la inundación se comenzaba la caza de animales silvestres.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

     Le pareció maravilloso observar en los árboles grandes contingentes de aves de rapiña que se apiñaban para consumir las entrañas de los animales muertos por la inundación, al igual cuando, en verano, se provocaban incendios que va “devorando cuantos animales encuentra”. Entre éstos mencionó cachicamos, morrocoyes, sabandijas, culebras, algunas de ellas de seis o siete varas de largo y tan gruesas como el hombre mismo cuyos cadáveres alimentan a aquellas aves carroñeras.

     Puso a la vista que algunos naturalistas y especialistas en el estudio de minerales habían concluido que existían minas con una potencial riqueza en su interior. A partir de esto asentó que no era escasa en la Provincia, como en el pueblo de Baruta, de minas con importantes quilates. Escribió: “Al presente los indios del pueblo, y muchos pobres de su vecindario, sacan granos bien gruesos; y yo he comprado algunos, y es tan suave, y de superior excelencia, que los plateros lo solicitan con bastante anhelo para dorar diferentes piezas”.

     Del mismo modo, recordó el caso de San Sebastián de los Reyes, localidad bastante alejada de la de Baruta, en la que existieron en un tiempo personas dedicadas a la extracción de material aurífero. Pero un conflicto con los indios del lugar hizo desistir a los mineros de continuar con las labores de extracción áurea.

     Expuso que en la Nueva Segovia de Barquisimeto existían minas de cobre, “tan dulce, y excelente, que dicen los meteoristas que se puede aquilatar un metal de superior calidad”. Para el momento de redactar sus líneas no estaba en funcionamiento esta mina, aunque recordó haber visitado el lugar cuando un genovés de nombre Juan Baptista de la Cruz, extrajo cobre para elaborar clavijas que servirían de soporte a las puertas de una iglesia, para la ciudad del Tocuyo. Aún algunos pobladores extraían de ellas material que servía de soporte en los trapiches del lugar, según su escrito.

     Como lo moldeó en su narración no se tenían noticias de otras minas de metales en funcionamiento, “porque la impericia, y pocos fondos, que tienen los moradores de esta Provincia, junto con la desidia y falta de aplicación, les ha hecho carecer de su escrutinio, y solo se aplican a las labores de cacao, caña y tabaco, de cuyo fruto ven la utilidad en poco tiempo”.

     Expuso que, en otras localidades, cerca de San Felipe, en Cocorote, estaba una mina de jaspe blanco. Aseveró que en Carora se conseguía alcaparrosa, así como tierra apropiada para preparar tinta. Dio cuenta de la existencia de cerros de talco, del que se extraían tablas que servían de mesa. También enumeró el tipo de árboles para fabricar madera que era posible extraer de los bosques de la Provincia. Las maderas que mencionó en su escrito eran caoba, cedro, granadillo, jarillo, cartan, sándalo blanco, dividive, gateado, chacaranday y nazareno que era un palo de color magenta, así como el manzanillo de color amarillo, guayacanes y quiebra hachas.

     En cuanto a los árboles y plantas medicinales puso a la vista de sus potenciales lectores los siguientes: los de un bálsamo con una fragancia refrescante y a la vez medicinal, había otros, cerca de la montaña la Escalona, de textura medulosa y color amarillento. Otros como la denominada goma de cedro. Enumeró la existencia de algunos árboles como el algarrobo de los que se podía obtener una resina cristalina muy colorida, semejante al incienso, según su descripción, y el cual servía para “soldar huesos quebrados”, y que, al combinarlo con la goma de cedro, aceite de palo y espíritu de vino se obtenía un brillante barniz de larga duración.

     En su narración también destacó la existencia de un palo llamado Viz, que contenía una goma que servía para curar heridas. Otros arbustos como la Sangre de Drago en ingentes cantidades. De igual manera, hizo notar la existencia de árboles de los que se extraía una resina blancuzca y olorosa llamada Tacamajaca de uso medicinal. Destacó la presencia de vainillas grandes, jugosas, “y más olorosas que las de Nueva España”.

     Presenció la existencia de onoto, pero que los pobladores no aprovechaban todo su potencial y que sólo lo utilizaban para guisar en vez de usar azafrán. En cuanto al añil solo era utilizado para teñir el hilo de algodón que servía para fabricar las hamacas, de gran uso en la Provincia.

     Cercano a las costas, entre las haciendas de cacao, puso de relieve la existencia de un árbol que llevaba por nombre Cola que echaba una suerte de mazorca, en cuyo interior nacía un grano sólido de un tamaño mayor que el del cacao, “la que es muy refrigerante para el hígado, echado en el agua de beber”.

     Destacó la existencia de algunos animales silvestres como la danta, los chigüiros, báquiros, monos de variadas especies, conejos, lapas, lechones de pequeño tamaño, perros de agua, cuya piel era muy apetecida por los españoles, armadillos o cachicamos, morrocoyes, así como otros que el calificó de dañinos, gatos monteses, cunaguaros, zorros y rabopelados. También había mapurites, perezas, aves como la guacamaya, loros multicolores, cotorras, periquitos, palomas grandes como del “tamaño de una buena perdiz”, codornices en abundancia, aves de rapiña y variedad de anfibios, roedores y lagartos, entre otros.

Caracas vista por un periodista norteamericano

Caracas vista por un periodista norteamericano

Para William Eleroy Curtis el río Guaire “es uno de los más bellos, así como uno de los más fértiles del mundo.

Para William Eleroy Curtis el río Guaire “es uno de los más bellos, así como uno de los más fértiles del mundo.

     En el largo reportaje realizado en 1896 por el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, este expresó que la capital de Venezuela estaba asentada sobre la vertiente meridional de la “montaña La Silla”. Comparó su longitud con la de Boston por lo similar de sus dimensiones. Del río Guaire señaló que existía la creencia según la cual había sido un lago que desaguó en el mar debido a un movimiento telúrico y “es uno de los más bellos, así como uno de los más fértiles del mundo”.

     Señaló que, a lo largo de donde se asentaban las colinas, existía un acueducto que había sido construido bajo el gobierno de Antonio Guzmán Blanco en el año de 1874. Se puso en funcionamiento para aprovechar el agua que provenía de las montañas, cuyo depósito se encontraba en el cerro El Calvario. Hacia el lado este del valle caraqueño puso a la vista del lector la existencia de distintos cultivos de café cuyo verdor contrastaba con las plantaciones de caña de azúcar. Agregó que existía una vía férrea que se dirigía a un pueblo denominado El Encantado. 

     Vía que había sido construida para conectarse con otra línea proyectada por el litoral caraqueño. “Pero ha ido avanzando muy lentamente – sólo unas millas al año – y necesitaría un siglo, al paso que va, para alcanzar su destino final en el valle de Aragua”.

     En relación con la cantidad de habitantes de la ciudad expresó que no existían cifras confiables. Aunque se había realizado un censo en 1888, tampoco arrojaba un número fiable debido a que muchos, en especial “peones o clase trabajadora”, emplearon artimañas para evitar a los que realizaban el censo. Esto lo hicieron por temor a que el censo sirviera para su ingreso al ejército, al cual no deseaban pertenecer. Las cifras que arrojó este censo no eran dignas de confianza, según sus anotaciones. “De acuerdo al censo de 1886, se verificaron 498 mellizos, catorce personas de más de cien años de edad y 6.603 extranjeros de todas las nacionalidades. Otro hecho que demuestra la inexactitud del censo es que la población votante en el valle es de 15.608, un número muy grande en proporción a los habitantes”.

     Adujo que la razón por la cual la población no aumentaba se debía a los constantes conflictos armados suscitados desde 1810. Según escribió, estos conflictos “acabaron en una enorme mortandad”. Para Curtis mientras no existiera una paz duradera era imposible el crecimiento de la población, así como el ingreso de inmigrantes a los que se les pueda garantizar el respeto a sus propiedades y el derecho a la vida. De acuerdo con sus palabras, “Una de las influencias más eficaces para preservar la paz de la nación sería la educación de las masas”.

     Relacionado con este tema añadió que, Guzmán Blanco, al poco tiempo de tomar el poder el año de 1871, había expulsado a sacerdotes y monjas del territorio nacional, expropió conventos y monasterios y los transformó en colegios amparado en una ley de educación de obligatoria aplicación. A partir de este momento quienes recibían educación no sólo lo harían de manos de sacerdotes y monjas, en especial los niños entre los ocho y catorce años recibirían instrucción en colegios laicos. Con esta ley y las reformas gubernamentales se había alcanzado un promedio de 452 escolares por cada mil habitantes. Más adelante ofreció algunos detalles relacionados con otros institutos escolares.

La Universidad Central de Venezuela es una de las más grandes de la América del Sur. Su sede se encuentra ubicada frente al Capitolio, en el corazón de la ciudad.

La Universidad Central de Venezuela es una de las más grandes de la América del Sur. Su sede se encuentra ubicada frente al Capitolio, en el corazón de la ciudad.

De la Universidad Central expresó que era una de las más grandes de la América del Sur. “Dependen de ella un colegio de estudios clásicos y las escuelas de derecho, medicina, teología, ciencias e ingeniería. El edificio de la universidad que se encuentra opuesto al Capitolio, en el corazón de la ciudad, es una bellísima estructura de franco estilo gótico y que ocupa casi toda una cuadra”.

     En el mismo lugar se encuentra la Biblioteca Nacional, dirigida por el alemán Adolfo Ernst de quien expresó que era un eminente científico y con reconocimiento mundial. “A lo largo de las incontables revoluciones y mutaciones políticas en Venezuela, el Dr. Ernst ha conservado su lugar a la cabeza de los hombres ilustres de ese país, independientemente de cualquier partido y es respetado por todos”. Además, señaló que Ernst era el “único hombre capaz de preparar una historia verdadera de Venezuela, algo que nunca se ha escrito”.

     De la prensa escrita dejó dicho que era poco confiable y que servía más para desorientar a la población que a enseñar historia. Sus dueños cambiaban sus opiniones de acuerdo con el gobernante de turno. Temían a confiscaciones o encarcelamientos. Por otro lado, se refirió a algunos textos que habían sido redactados, por iniciativas diferentes, y que hacían referencia a la capital venezolana. Entre éstos rememoró al redactado por Edward B. Eastwick quien visitó el país a propósito del empréstito venezolano de 1864. De lo redactado por éste, Curtis escribió que había sido enviado como agente de la Asociación inglesa de accionistas, “… para saldar la deuda pública y al fracasar, se vengó ridiculizando al pueblo y condenando al país en términos generales”.

     Reseñó lo acontecido con el terremoto de 1812 y el de 1826 en Caracas. Expresó, a este respecto, que en el ánimo de los caraqueños existía inquietud, pero que comparaban otros movimientos telúricos, sucedidos luego de estos años, los cuales no dejaron tantos daños como el gran incendio de Chicago. Éste comenzó un 8 de octubre y duró hasta el 10 del mismo mes en 1871, en el que murieron trescientas personas y más de cien mil perdieron sus propiedades.

     De acuerdo con las apreciaciones de Curtis, el caraqueño mostraba, si bien preocupación, poco temor de otro sismo. Esto se debía a que las casas estaban construidas con gruesas paredes de adobe a prueba de terremotos y eran edificaciones de una sola planta. “Es un hecho que en relación con la población se destruyen más propiedades y más vidas se pierden anualmente en los incendios de los Estados Unidos”.

     Respecto a los incendios de Caracas anotó que los habitantes de esta ciudad solo recordaban el de un aserradero que había sido administrado por un irlandés norteamericano. Describió que en Caracas no había ninguna casa que poseyera una estufa o una cocinilla. “Uno puede pasear la vista sobre los techos desde lo alto de la torre de la Catedral o desde la colina de El Calvario en cualquier dirección sin que vea una columna de humo ni una chimenea. Y no hay un solo carro de bomberos ni hidratantes en las calles, ni extensiones de manguera colgados de manera sugerente en ninguno de los hoteles o edificios públicos”. Según su apreciación una compañía aseguradora contra incendios no era necesaria en condiciones como las de Caracas. En caso de un incendio sólo afectaría la parte interna de las edificaciones y no su exterior gracias al material con el que se habían construido las paredes.

En Caracas, las casas estaban construidas con gruesas paredes de adobe a prueba de terremotos y eran edificaciones de una sola planta.

En Caracas, las casas estaban construidas con gruesas paredes de adobe a prueba de terremotos y eran edificaciones de una sola planta.

     De Caracas y su diseño urbanístico, como el trazado en manzanas, era similar al de otras ciudades hispanoamericanas. Cada manzana estaba dividida por estrechas calles empedradas con pequeños guijarros. Cada calle estaba numerada a partir de la Plaza Bolívar. En lo atinente a la arquitectura indicó “no hay mayor variedad ni despliegue de buen gusto”. Para ratificar esta aseveración agregó que, las casas construidas eran iguales las unas de las otras, la diferencia más ostensible era su tamaño, o más alta o más ancha una de otra. En su descripción agregó que alguna podía estar pintada de verde, rosado o azul y de acuerdo con el gusto de sus dueños. De los enrejados no dejó de destacar que sobresalían a las aceras. “Pero estas casas de tan feo aspecto siempre muestran su peor lado a la calle, y nadie jamás podría juzgar por su apariencia exterior las comodidades y los lujos que contienen. La ciudad fue fundada en los tiempos en que la casa de todo hombre era como su castillo y debía asegurarse como tal. También compensan en anchura y en largo lo que les falta en altura. 

     Quizá la casa más fea de toda Caracas, vista desde afuera sea la del desaparecido Mr. Henry Boulton, un respetado y próspero comerciante”.

     Según Curtis, la parte exterior de esta vivienda dejaba la impresión que detrás de sus paredes estaba un establo o corral para ganado. Pero al atravesar hacia su interior todo aspecto exterior contrastaba con la magnificencia del interior de la vivienda. De esta situación escribió: “sólo entonces se comprende que la costumbre del millonario hispano – americano no es la de gastar su dinero en embellecer las calles sino utilizarlo por completo dentro de sus residencias”. Del mobiliario que observó en la casa de Boulton dijo que era tan vistoso y lujoso como los que se podían encontrar en Londres o Nueva York, en casa de cualquier príncipe comerciante. La extensión o territorio ocupado por casas como lo señalada le produjeron sentimientos encontrados.

     En este orden de ideas, pasó a describir una casa en Caracas, de las “mejores entre su tipo”, y que estaba ocupada por dos solterones. Los detalles los delineó así: la parte frontal consistía en una pared de adobe, como protección un techo inclinado cubierto de tejas rojas. Tenía una pesada puerta de roble y dos ventanas anchas cubiertas “de barrotes de hierro como los que protegen las prisiones. La puerta principal, que se abría en contadas ocasiones, estaba compuesta de una más pequeña, por la que apenas cabía una persona. La casa contaba con un timbre eléctrico el cual, cuando se activaba, servía para que un sirviente acudiera a abrir la puerta pequeña. Al traspasar ésta encontró un pasadizo ancho, alto y de gran amplitud que Curtis lo comparó con la nave de una iglesia.

El diseño urbanístico de Caracas, así como el trazado en manzanas, era similar al de otras ciudades hispanoamericanas. Sus casas son todas muy parecidas, con un techo inclinado cubierto de tejas rojas.

El diseño urbanístico de Caracas, así como el trazado en manzanas, era similar al de otras ciudades hispanoamericanas. Sus casas son todas muy parecidas, con un techo inclinado cubierto de tejas rojas.

     “Al pasar se llega a una escena de encanto tropical, un patio o solar sin más techo que el cielo estrellado, donde crecen y florecen en su exuberancia natural plantas que superan a todas cuantas puedan hallarse en los jardines botánicos de las latitudes septentrionales”.

     De seguida agregó que el ambiente estaba saturado del aroma de las flores con una fuente de agua que estimulaba una sensación de música perpetua. Esta parte de la casa estaba rodeada de un corredor desde donde pudo observar grandes ventanas dentro de cada uno de los cuartos que lo componían. Indicó que no había molduras ni cristales en los marcos, pero la privacidad se lograba con el uso de persianas de Venecia. El corredor, además, estaba enlosado con mosaicos de mármol azul y blanco, cubierto de alfombras persas.

     El cuarto de enfrente, que daba a la calle, de gran dimensión servía para recibir las visitas. El piso de éste era de mosaico y estaba cubierto con una gran alfombra. En el centro de este ambiente estaba una mesa copada de libros y distintos adornos y, sobre ella, había una lámpara de quinqué. Puso de relieve que, en un rincón, había un piano de cola y a sus lados estaban divanes, sillones, canapés, atriles y en las paredes cuadros y grabados enmarcados con elegancia.

     Del techo de la misma casa, añadió que era peculiar y que estimulaba la sensación de arquearse en el centro. Pero al ser observado de cerca logró descubrir que estaba cubierto de una pesada lona, fijada a una cornisa y forrado en papel tapiz. Indicó que entre la lona y las vigas que sostenían el techo había un espacio abierto. A este respecto anotó que este tipo de techo era muy común en países como Venezuela. La casa contaba con una biblioteca, además de las habitaciones para dormir, había una sala de billar y un gimnasio. El comedor también mostraba sus excelencias mobiliarias, más adentro de la casa estaba un pequeño espacio donde funcionaba la cocina y el lavandero, así como pequeñas habitaciones donde pernoctaban los criados. Del baño agregó que tenía una bañera a ras del piso y contaba con una regadera “que lanza un baño de ducha como si se tratara de un pequeño diluvio”.

La Caracas de 1864

La Caracas de 1864

El comisionado financiero inglés Edward Backhouse Eastwick (1814-1883), autor del libro Venezuela o apuntes sobre la vida en una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864.

El comisionado financiero inglés Edward Backhouse Eastwick (1814-1883), autor del libro Venezuela o apuntes sobre la vida en una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864.

     El comisionado financiero inglés Edward Backhouse Eastwick (1814-1883) fue un especialista en estudios orientales que estuvo en Venezuela a propósito del empréstito a Venezuela de 1864. A raíz de su visita escribió el libro titulado Venezuela o apuntes sobre la vida en una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864 el cual fue editado e impreso en Londres durante el año 1868, momento durante el cual aparecieron dos ediciones.

     Eastwick llegó a Venezuela a mediados de 1864, apenas culminada la Guerra Federal y comienzos de un gobierno defensor del federalismo. Eastwick contaba con el título de Caballero de la Orden del Baño, Fellow of the Royal Society y antiguo Secretario de la Legación Británica en Teherán. Sin embargo, en esta ocasión vino en representación de los banqueros ingleses.

     Arribó como representante del General Credit Company, entidad financiera radicada en la capital inglesa con la cual Antonio Guzmán Blanco había contratado el empréstito por parte de la Federación al alcanzar el poder político. El memorándum que preparó Eastwick ofreció detalles de la negociación y las obligaciones necesarias que debían cumplir el estado venezolano para hacer efectiva la hipoteca solicitada.

     Al cumplir su tarea de contratar la negociación, Eastwick decidió viajar, con el propósito de reunirse con Juan Crisóstomo Falcón, para Valencia y Puerto Cabello. Una porción de su viaje por estas tierras, la estampó en este texto en el que plasmó algunas de las características que observó, a partir de la mirada de un aristócrata inglés, relacionadas con la geografía, el relieve, datos estadísticos, la historia, hábitos de los pobladores las que mezcló con anécdotas y comentarios enmarcados en la mirada del otro.

     Antes de tomar la decisión de publicar sus notas, en un libro impreso, había dado a conocer sus impresiones sobre Venezuela en una revista que editaba Charles Dickens en Londres. Para esta nota tomaré como referencia la edición primera que se hizo en Venezuela durante el año de 1953.

     En el prefacio a la primera edición Eastwick comunicó que el día 7 de junio de 1864 recibió la invitación para viajar a este país suramericano, como Comisionado Financiero de la General Credit Company. En el mismo informó que el encargo se le había ofrecido a Lord Holbart quien no lo aceptó. Según su apreciación las “condiciones eran liberales”. Vendría con todos los gastos cubiertos y recibiría un millar de libras esterlinas por los servicios a cumplir por tres meses. Al recibir la propuesta no dudó en aceptarla, escribió al respecto “el placer de visitar un país nuevo, de aprender otro idioma, y la experiencia financiera que me dejaría el desempeño de semejante cometido, representaban para mí, atractivos todavía mayores que me inducían a no rehusar la designación”.

     En otro párrafo agregó que había regresado a su país el mismo año, en los últimos días de octubre. Para 1865 e inicios de 1866 escribió acerca de su experiencia en territorio venezolano para la revista de Dickens, All the Year Round, algunos de los capítulos que sirvieron para estructurar el libro. Entre los propósitos de llevar a cabo la redacción de su escrito fue la de brindar “una idea general de Venezuela y de su pueblo, de modo que lo allí descrito no debe tomarse al pie de la letra”. Respecto a la parte del libro relacionada con la tarea que vino a cumplir, “ya de mayor seriedad, referente a la misión que me tocó desempeñar”. Advirtió, en este orden, que había intentado suministrar información lo más fiel y exacta que logró acumular, “a fin de que puedan servir de guía a aquellos que – al viajar al extranjero en cumplimiento de misiones similares, con tan escasa experiencia como la mía – podrían correr el riesgo de naufragar en su empresa, al encontrarse con escollos cuya existencia no ha sido nunca señalada con la debida precisión”.

El desembarco en el Puerto de La Guaira La Guaira es a menudo muy peligroso, pues el mar está siempre muy picado.

El desembarco en el Puerto de La Guaira La Guaira es a menudo muy peligroso, pues el mar está siempre muy picado.

     De La Guaira y su llegada al país escribió que anclar en cualquier puerto, luego de un largo viaje, resultaba una experiencia de reposo. “No ocurre tal cosa en La Guaira, que en verdad no es ningún puerto, sino una rada abierta, donde – aunque rara vez el viento muestra demasiada fuerza – el mar está siempre muy picado, de tal forma que en cualquier tiempo el desembarco resulta difícil, y a menudo peligroso”.

     En las primeras líneas de su escrito se interrogó “¿Conque esta es Venezuela, la Pequeña Venecia?” De inmediato agregó que no veía ninguna semejanza entre Venecia y “estas grandes montañas, que parecen amontonadas unas encima de otras por Titanes que quisieran escalar alguna ciudad entre las nubes”. Hizo notar que era un nombre inapropiado y que mejor hubiese sido colocarle un nombre similar a los Pirineos o los Alpes, despojado de su nieve. 

     Al desembarcar, luego de ser auxiliado para pisar tierra por parte de las personas que lo acompañaban, dejó escrito que no existían motivos para entusiasmarse de lo que en el momento observó. “unos edificios oscuros impedían ahora la contemplación de las montañas, y la atmósfera era tan sofocante, y estaba tan impregnada del mefítico aroma del pescado en descomposición y de otros perfumes aún peores, que no había entusiasmo suficientemente poderoso para resistirlo. Sería conveniente que los venezolanos quienes se sienten tan orgullosos de su país y que se muestran tan sensibles ante las observaciones de los extranjeros se preocuparan por acondicionar un desembarcadero más limpio para sus visitantes”.

     Su primera experiencia fue en un hospedaje que no le causó mayor placer, tanto por el calor sofocante como por los olores fétidos que describió al principio. Luego pasó a otro hospedaje que no le disgustó, pero si la comida que servían por estar muy condimentada con ajo. De distracciones en las calles escribió que eran escasas, en especial por las costumbres de los comerciantes alemanes que provenían de Hamburgo y eran los que controlaban la mayor cantidad de negocios.

     En el trayecto hacia Caracas pudo constatar la frescura de la temperatura que variaba a medida que bajaban por la montaña. En medio de su relato describió la impresión que la habían causado algunos nombres utilizados en la comarca, en especial, Trinidad o Dolores. Por el camino se tropezaron con lugares donde vendían aguardiente y en el que los arrieros, carreteros y cocheros se instalaban para  proveerse de un trago. Escribió que los costados de la carretera, de hondos precipicios, causaban en él cierto malestar, en especial, por la forma como el cochero italiano los pasaba.

     Asentó en su texto que la llegada a Caracas le pareció sorpresiva, porque el camino transitado para llegar a ella no permitía visualizarla con claridad. Se hospedó en el hotel San Amande, lugar que describió como una casa cuadrada de dos pisos, cerca de la plaza donde funcionaba el mercado, muy cerca del centro de la capital. La habitación que le correspondió estaba situada frente a un gran salón que servía como comedor. Del lado izquierdo había tres dormitorios que servían para el hostelero y su familia. “El conserje era un negro corpulento que, por haber ocupado anteriormente un puesto en la aduana, conservaba grandes ínfulas de empleado público y se había puesto tan obeso que obstruía completamente la entrada”

El hermoso rostro de las mujeres caraqueñas deslumbra bajo la coquetona mantilla.

El hermoso rostro de las mujeres caraqueñas deslumbra bajo la coquetona mantilla.

     Del hostelero escribió que era una persona muy callada y que había llegado al país en calidad de coleccionista de museo. Había contraído matrimonio con una dama descendiente de ingleses y que había accedido a la instalación del hotel para acumular fortuna. También vivía allí una dama soltera que la mayor parte del tiempo estaba sentada al piano interpretando melodías. En cuanto a la servidumbre estaba compuesta de dos camareras de origen indígena y un mulato. De la cocinera sumó que era una mulata “enormemente gorda”. Describió con palabras halagadoras la habitación y el mobiliario que la acompañaba, además de la pulcritud del lugar.

     Agregó que el primer día fue invitado a cenar en casa de una persona en la que había habitaciones “muy hermosas”. La sala, escribió, contaba con un mobiliario como “el más elegante salón de París”. Observó un patio en la parte central de la casa en cuyo alrededor estaban las habitaciones, con un jardín “con profusión de hermosas flores y una fuente de agua clara”.

     Luego de esta velada, cerca de la medianoche, se había marchado para el hotel que le servía de albergue y donde esperaba descansar sin perturbación alguna. Sin embargo, a las tres de la mañana los ruidos de un campanario alteraron la quietud de la noche. Pensó que los caraqueños anunciaban, de este modo, algún percance como incendios o terremotos, o algún levantamiento armado. Junto con el sonar de las campanas comenzó a escuchar ruidos de cohetes y descargas de mosquetería. Expresó que tuvo la intención de acercarse a la ventana a ver que sucedía, pero el temor a los zancudos y a las niguas le persuadieron a no hacerlo. Espero a que aclarara un poco y ver con sus propios ojos el motivo de tanto ruido y escándalo. Caminó un poco y vio a una multitud que bordeaba una iglesia muy iluminada. 

     De inmediato preguntó de qué se trataba el asunto y le respondieron que era la fiesta de los isleños, “o sea los nativos de las Canarias, quienes forman en Caracas toda una colonia”. Aprovechó esta circunstancia para escribir que, en América del Sur, cada quien tenía un santo patrono, y en homenaje al suyo, los isleños se dieron sus artes para que el sueño huyera de los párpados de todos los que a aquellas horas dormían a pierna suelta en mi barrio”.

     Todavía, a plena luz del día, escribió, los nervios estaban alterados por el tañido de las campanas y los fuegos artificiales, que acompañaban a la jornada de toros coleados y a las procesiones. Sin embargo, esperaba que en algún momento la celebración llegara a su final y la tranquilidad se recuperara. Pero constató que los eventos católicos estaban muy presentes, así que los cohetes y el repicar de campanas fuese frecuente. “Durante semanas enteras, me tocó vivir en medio de semejante bullicio, y nunca logré acostumbrarme, ni disfrutar de aquel sueño gustoso y profundo que Sancho ensalza como la mejor de las mantas”.

     Sin embargo, a pesar de las incomodidades que estas festividades le produjeron agregó que tenían un atractivo para los extranjeros y los visitantes. Esto lo expresó porque, según su versión, el “bello sexo” se mostraba ataviado con indumentaria vistosa, tal como lo constató en la festividad en honor de Nuestra Señora de la Merced. “Para conceder entonces la manzana de oro a la Venus criolla, con preferencia a las demás beldades, tendría uno que poseer la parcialidad de un París, tan hermosos son los rostros que nos deslumbran bajo la coquetona mantilla, y tan graciosas aparecen las figuras que cruzan cimbreantes por las calles”. Ponderó que estos rostros, de mejillas sonrojadas y tez muy blanca, quizá su pudieran apreciar en otros lugares, “pero nunca tan rasgados ojos negros, dientes de tan alucinante blancura, talles tan esbeltos, pies y tobillos de tanta perfección, como los que posee la mujer venezolana”.

     En lo referente a la devoción practicada por estas damas comentó “es cosa que debe descartarse enteramente”. Según su propia convicción, las mujeres salían a la calle “para que las miren”. Mientras los hombres “se reúnen en grupos en las gradas de la iglesia, o forman corro dentro de éstas, para mirar a las mujeres”. De los cuadros que había al interior de las iglesias dijo que no tenían ningún valor. Las imágenes que logró observar dentro de estos recintos le parecieron contrarias al sentido común, “dejando aparte lo que se refiere a la devoción”. En horas del mediodía se realizaban procesiones, encabezadas por eclesiásticos y soldados. “De cuando en cuando, alzan la hostia, y todo el mundo cae de rodillas. Se disparan fusiles y cohetes, y hasta el uso de petardos y buscapiés se considera como señal de devoción en semejantes ocasiones”.

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