Impresiones de la Caracas de 1878-1881

Impresiones de la Caracas de 1878-1881

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Impresiones de la Caracas de 1878-1881

Las mujeres caraqueñas son muy hermosas y los hombres lucen muy elegantes con esos sombreros de copa alta
Las mujeres caraqueñas son muy hermosas y los hombres lucen muy elegantes con esos sombreros de copa alta

     En anteriores oportunidades, desde este mismo espacio, se ha hecho referencia a la obra Recuerdos de Venezuela dado a conocer en París para el año de 1884 y a su autora Jenny de Tallenay. En esta ocasión el énfasis se centrará en sus descripciones de los lugares y aspectos generales de la población y la ciudad de Caracas, durante el itinerario que llevó a cabo entre 1878 y 1881. En esta oportunidad, haremos mención de sus primeras impresiones acerca de la ciudad que visitó entre estos años. Resulta de gran interés llevar el hilo de sus descripciones plagadas de consideraciones éticas y estéticas. Descripciones que pudieran resultar al lector de hoy chocantes. Sin embargo, no deja de ser importante rememorar la visión de un otro relacionada con formas de ser, hábitos o costumbres que para ella resultaban extraños y, por momentos, repulsivos, porque indican algunos atributos que para la historia y el historiador son representaciones retadoras en su verificación y verosimilitud. De ahí la importancia de las páginas escritas por viajeros que pernoctaron en tierra venezolana durante un período de tiempo, como lo es el caso que compete en las siguientes líneas.

     Refirió que a su llegada a Caracas fue alojada en el Gran Hotel y donde le fue servida “una gran variedad de manjares”, de los cuales expresó ya eran conocidos para ella y sus acompañantes. De quienes cumplían labores de atención para los que se alojaban en sus habitaciones expresó que eran cuatro o cinco negros, cuyas vestimentas eran vistosas y limpias. Del jefe de ellos expresó que había sido el encargado de atenderles, de nombre Sánchez quien conocía algunas palabras del idioma francés. 

     “No nos perdía de vista, riendo a carcajadas y enseñando sus dientes blancos al alargarnos los platos”. Escribió que mientras degustaban un café algunos venezolanos, “todos generales o doctores”, les habían sido presentados. De ellos afirmó que sólo hablaban español y que era un idioma de poco dominio para ella y sus acompañantes. Para su primera incursión a algunos lugares de Caracas se había ofrecido para acompañarles, en su travesía, el general Joaquín Díaz, ministro de hacienda, quien vivía en el Gran Hotel.

     Dejó escrito que, desde este hospedaje se divisaban las casas que eran de un solo piso y que el paisaje que se divisaba era bastante pintoresco. Hacia el norte describió la Sierra del Ávila que, según sus palabras, formaba una magnífica línea de barrancos, masas de árboles, torrentes, declives herbosos, rocas desnudas, “todo de un color de oro viejo” y que se teñía de púrpura a ciertas horas. Hacia el sur precisó otra cadena de montañas menos imponente que la del norte, con montículos, y al pie de la cual corría un impetuoso río, el Guaire, rodeado de cultivos y pastos.

     Entre estos dos cortes naturales y de este a oeste, se extendía el valle de Chacao. Éste mostraba varios declives que estaban surcados por tres ríos tributarios del Guaire. En los declives observó el levantamiento de casas blancas y en las que se veían grandes penachos de algunas palmeras o las formas espléndidas de grandes sauces, muy comunes en el valle, cuyo aspecto le pareció de rara elegancia.

La francesa Jenny Tallenay llegó a Venezuela en 1881 y se alojó en el Gran Hotel, donde le servían “una gran variedad de manjares”
La francesa Jenny Tallenay llegó a Venezuela en 1881 y se alojó en el Gran Hotel, donde le servían “una gran variedad de manjares”
Caracas, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para 1881, contaba con 8.194 casas y 55.638 habitantes
Caracas, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para 1881, contaba con 8.194 casas y 55.638 habitantes

     Agregó que la ciudad, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para el momento de su visita la ciudad ocupaba tres millones seiscientos mil metros cuadrados, con 8194 casas y 55.638 ocupantes. Añadió que las lluvias eran frecuentes, en especial de mayo a noviembre. Indicó, en vísperas del inicio del paseo que había tomado una taza de cacao, acompañada de una rebanada de pan y untada con mantequilla de coco.

     Al salir, en horas de la mañana, destacó haber experimentado una fresca brisa proveniente del cercano litoral. Al ser domingo, la ciudad se mostraba alegre y con ánimo. Al transitar por algunos lugares de la ciudad se topó con unas negras trajeadas con ropas de algodón y señoritas en mantilla que se dirigían a la iglesia de la que se escuchaba el repique de las campanas. A quienes identificó como europeos llevaban sombrero de copa alta y levita. El indio, “con color de bronce”, vestía con pantalón de cutí y camisa de color. Observó a mulatas que conversaban y llevaban sobre sus hombros mantones negros.

     Al llegar al “corazón de la ciudad”, es decir a La Plaza Bolívar, la describió como un lugar dedicado a los héroes de la Independencia. Según sus palabras, estaba rodeada por hermosos caobos cuyos troncos florecían en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo. Observó que la plaza tenía una forma cuadrada. Estaba acompañada de fuentes en las cuatro esquinas y que en el centro de la plaza se había levantado la estatua ecuestre de Bolívar. La calificó de ser una hermosa obra, elaborada en Múnich y encargada por Antonio Guzmán Blanco, que había sido inaugurada en 1874. Según anotó, era de bronce y “aunque un poco exagerada en algunos de sus detalles”, mostraba un conjunto imponente.

     En su relato expresó que de la plaza Bolívar partían cuatro calles principales o avenidas, identificadas de acuerdo con los cuatro puntos cardinales y “formando una cruz perfecta”. Las calles intermedias eran indicadas con números precedidos de las palabras norte, sur, este y oeste. Mientras todas las calles situadas hacia el norte estaban identificadas con números impares comenzando por el 1, las del sur lo estaban con números impares y comenzaban con el número 2. Según su relato, esta forma de organización urbana era muy usual en la América española, aunque para los extranjeros era complicada. 

     Los lugares ocupados por las casas formaban espacios cuadrados o cuadras. Sin embargo, no dejó de hacer notar que para ubicarse en una dirección específica hacía falta estar familiarizado con Caracas. Esto lo corroboró al decir que, el lugar en que cuatro cuadras constituían los ángulos de dos calles que se cruzaban en una esquina, tenían un nombre específico, para ella completamente arbitrario porque no tenía ninguna relación con el sistema urbano establecido.

     Observó que las casas eran solo de una planta baja. El interior de ellas era muy parecido a las de España con un corredor que daba acceso a dos patios rodeados de una galería con columnas, a los cuales daban las puertas de los cuartos, luego otro corredor en dirección hacia donde estaban la cocina, la despensa y los cuartos de los sirvientes. Los patios lucían plantas, poblados de pájaros y “engalanados a menudo con un surtidor de estilo morisco”.

     Contó que, luego de la cena volvió a la plaza para escuchar algo de música ejecutada por una orquesta. Sin embargo, se encontró que quienes amenizaban el acto musical eran “pobres negros, sin uniforme, apenas vestidos, que llevaban lastimosamente sus instrumentos en los cuales soplaban con aire atontado”. Vio a lo lejos a Francisco Linares Alcántara, sentado en su balcón junto con su esposa, quienes desde allí observaban el concierto. Aunque, expresó que no lo divisiva claramente debido a la “luz vacilante” proporcionada por las lámparas de petróleo que iluminaban de modo tenue la calle.

La Plaza Bolívar es el “corazón de la ciudad” y está rodeada por hermosos caobos en cuyos troncos floren en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo
La Plaza Bolívar es el “corazón de la ciudad” y está rodeada por hermosos caobos en cuyos troncos floren en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo

     No obstante, ponderó la magnificencia de las noches caraqueñas, al contemplar “millares de estrellas que centellaban en el cielo, y un viento suave y tibio nos traía de paso el perfume de las flores”. Describió una plaza Bolívar, colmada de personas, cuya característica era una mezcla de “razas”, tipos y vestidos “muy extraños”. Observó a las señoritas llevar trajes vistosos, con la cara enmarcada en una bonita mantilla “graciosamente levantada sobre la nuca”, caminaban en grupos de tres o cuatro charlando entre sí y juntas con los brazos. “Casi todas eran de estatura media y tenían los rasgos delicados y regulares animados por bellos ojos negros llenos de viveza y dulzura”. No obstante, le causó le produjo una sensación de extrañeza y repulsión la cantidad de maquillaje con el que cubrían sus rostros.

     En su descripción hizo notar que, los bancos de piedra, colocados debajo de los árboles, los ocupaban negros desharrapados. Sumó a su descripción que jóvenes de pie e inmóviles se formaban en hilera para ver pasar a las señoritas y, en ocasiones, les lanzaban palabras de admiración. 

     “Algunos políticos graves y reservados platicaban misteriosamente en la sombra, y por encima de los ruidos de pasos y voces se oían por momentos las notas jadeantes de la banda que tocaba por deber y con toda conciencia de la disciplina”. Apreció que entre la multitud de los “elegantes” se veían, de vez en cuando, entre los sombreros de fieltro y panamá, algunos sombreros europeos de copa alta. De acuerdo con sus palabras y conocimiento, en Venezuela estos sombreros de estilo europeo se habían extendido desde hacía veinte años y que habían causado buena impresión desde un inicio. Recordó que se había introducido el sombrero de resortes. “De modo que los negritos persiguieron en las calles a los que se atrevieron primero a llevarlos, gritando a voz en cuello: ¡Pum – Pá! ¡Pum – Pá!, por alusión al ruido que resulta de la tensión repentina de la tela del sombrero desplazada por los resortes”. De acuerdo con ella, el nombre se habría popularizado y generalizado y para el momento de su visita una de las grandes tiendas de sombreros de Caracas llevaba por nombre: “La Rosa y el Pum – Pá”.

     Otro de los aspectos que reseñó fue luego de su visita a la Casa Amarilla ocupada, para el momento, por el presidente Francisco Linares Alcántara. 

La Casa Amarilla es la residencia presidencial. Tiene un solo piso, con una estructura regular y sus doce ventanas que dan hacia la plaza Bolívar
La Casa Amarilla es la residencia presidencial. Tiene un solo piso, con una estructura regular y sus doce ventanas que dan hacia la plaza Bolívar

     Como contexto de su narración reflexionó que en Suramérica los cambios “repentinos de fortuna” que permitían a personas de condición muy humilde alcanzar rangos de alta investidura, eran muy usuales. Del presidente expresó que era uno de los cazadores más atrevidos del país, insensible a la fatiga y las privaciones. Había sido cestero en su vida juvenil y su madre era de origen africano, aunque se equivoca al determinar su supuesto origen humilde. Destacó la autora que, gracias a su participación en guerras civiles había alcanzado notoriedad como el de asumir la presidencia de la República.

     Señaló que lo había conocido dos días después de llegar a Caracas. De la residencia presidencial expresó que era una hermosa casa de un solo piso, con una estructura regular y que sus doce ventanas daban hacia la plaza Bolívar. Las seis ventanas superiores estaban adornadas de balcones de hierro y coronadas por una cornisa sobre la cual, en la parte del centro, se levantaba un medio punto en forma de concha que portaba las armas de Venezuela. Al igual que otras casas de la ciudad, tenía el patio orlado con un surtidor, sombreado de plátanos espléndidos, según su opinión. “Nada hay más gracioso, más fresco y más verde”. Refirió que fueron recibidos, ella y sus acompañantes, en un pequeño salón del primer piso, “amueblado con bastante lujo, pero sin demasiado buen gusto”. Del presidente Linares Alcántara comentó: que estaba en uniforme y que le acompañaban dos edecanes, quienes se ubicaron uno en cada lado del presidente. “Era un hombre joven aún, de estatura elevada; aunque mulato, tenía las facciones finas y regulares”. Indicó, además, que el pelo “un poco crespo” revelaba sus raíces africanas, de lo contrario se le pudiera atribuir un origen indio, subrayó. De su esposa expresó que era una mujer joven y encantadora, cuyo origen se remontaba a las antiguas familias españolas que se habían asentado en el país. Por sus bellezas y encantos se distinguía entre otras de su género. 

     Como queda dicho, en las palabras esbozadas a partir de sus iniciales apreciaciones, es posible corroborar una percepción particular y no ajena de valoraciones éticas y estéticas frente a otro, distinto, pero atractivo en la medida que permite esbozar una realidad llena de exotismo, extrañeza y encanto.

Un paseo por el norte de Caracas

Un paseo por el norte de Caracas

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Un paseo por el norte de Caracas

Jenny de Tallenay dejó sus impresiones de viaje por el país (1878-1881) en su libro “Souvenirs du Venezuela”

     Al igual que otros viajeros provenientes del continente europeo, Jenny de Tallenay mostró asombro y emoción ante el espectáculo de la naturaleza en las tierras que ocupa Venezuela. No perdió tiempo para hacer comentarios de plantas, flores, frutas, animales e insectos que encontró en sus excursiones a zonas más verdes a las afueras de la ciudad. Y esto se debe a que ella no limitó su tiempo en Venezuela a estar solo en la capital, por el contrario, como ya habían hecho otros visitantes europeos, se trasladó fuera de ella para el encuentro de otros paisajes y nuevas experiencias. En su recorrido anduvo por el litoral, conoció Puerto Cabello y su Cumbre, hasta llegar a las minas de Aroa en el actual estado Yaracuy, para retornar a la capital del país por la vía de Valencia y Maracay. Se debe agregar que, a sus consideraciones acerca de una naturaleza pródiga y exótica, sumó observaciones sobre hábitos y costumbres de los caraqueños, así como de otros habitantes de los lugares que visitó. Asunto, este último que, por lo general, se suele soslayar por parte de quienes reseñan su texto.

     En continuidad con lo expresado por parte de Jenny de Tallenay en su diario de viaje cuyo título fue Recuerdos de Venezuela que, como lo hemos expresado en anteriores oportunidades, ofrece una valiosa información acerca de la Caracas de finales del 1800. 

     Sin embargo, se debe recordar que no todo lo anotado por esta dama de origen francés puede ser asumido al pie de la letra, no sólo por evidentes yerros históricos y geográficos, así como por la cantidad de juicios de valor emitidos, los que son importantes a tomar en consideración al momento de utilizar el texto como un testimonio valido en toda la extensión de la palabra.

     Junto con el secretario de la Legación de España en Caracas, Tallenay y sus acompañantes, comenzaron una excursión hacia los lados de Catuche y el río del mismo nombre que cruzaba el lugar. La dirección que tomaron fue hacia lo alto de la ciudad para presenciar la naturaleza que se ofrecía espléndida. De acuerdo con su narración mientras se adentraban al lugar de destino se toparon con una pared de adobe de un metro de ancho por dos de largo e indicó “aquí, la ciudad; más allá, el campo”, según su valoración, era el traslado sin transición de la animación a la soledad. En un lugar “edificios apretados”, en el otro una “llanura inculta” cubierta de matorrales, de plantas entremezcladas de espinos y manojos de flores.

     Anotó que los alrededores de Caracas estaban henchidos de barrancos y que los terremotos habían agrietado el suelo arcilloso del valle, así como que las aguas habían contribuido a ensancharlo más. El mismo proceso natural había formado grandes precipicios, anchos en proporción y que se extendían en grandes surcos o quebradas, a grandes distancias. Ella los llamó “vallecitos” que se desplegaban hasta la ciudad capital, adonde se podían apreciar, al lado de calles concurridas, hundimientos repentinos, llenos de una vegetación exuberante.

     El camino que siguieron los llevó a la cima de uno de los precipicios. Observaron en su caminata un amplio terreno cercado y rodeado de murallas. La primera impresión que tuvieron del mismo, cuenta Tallenay, era la de un cementerio, pero al cabo de un momento apareció una persona que les abrió la puerta. Al traspasarla observaron una “bella sabana de agua cuya superficie, brillante de luz, estaba levemente rizada por la brisa matinal”. De este modo constataron que se trataba de un depósito de agua o toma de agua, cuyo propósito era abastecer del importante líquido a uno de los lugares cercanos a la ciudad. Según sus palabras se trataba de un “trabajo hermoso” encargado por el general Antonio Guzmán Blanco. Sus aguas provenían del río Catuche, eran muy claras y transparentes. Eran aguas que se tenían como de efecto muy higiénico. Efecto atribuido a que en su recorrido lo hacían sobre raíces de zarzaparrilla y por ello eran las preferidas de los caraqueños.

El agua que se consume en Caracas, en gran proporción proviene del río Catuche; “son aguas muy claras y transparentes”

     En su incursión atravesaron el río Catuche para incorporarse al bosque. Contó que el contraste del paisaje era “violento”, porque una suerte de oscuridad sucedía a los vivos resplandores de la llanura, una humedad fría y penetrante se experimentaba con los ardores del sol. Advirtió sobre la presencia de grandes árboles con gruesas ramas cargadas de orquídeas y flores de gran variedad que, a su vez, estaban acompañadas de floridas lianas y rodeados de extensos matorrales. Su sorpresa ante el impresionante bosque la expresó de esta manera: “! Cómo describir este mundo de vegetales, este asalto al espacio por estas masas de vegetación, estos insectos zumbantes, estos pájaros de alegre plumaje, esta maraña de cosas vivas siempre en acción subiendo del suelo hacia el cielo azul ¡”

     No dejó de mostrar su admiración y rememorar tiempos de encanto infantil y juvenil cuando comenzó a experimentar los prodigios de la naturaleza. A medida que avanzaban en su expedición, observaba gruesas matas floridas, rocas, troncos que interrumpían el paso hacia el bosque. 

     Al cabo de un rato se encontraron de nuevo con el río Catuche, pero en las alturas lucía un torrente impetuoso. Anotó que entre las raras plantas que consiguieron estaba el Guaco, utilizado como antídoto entre los pobladores que hacen vida en los alrededores del Orinoco y del Cauca contra el veneno de cierto tipo de serpientes. Indicó que entre algunos pobladores del país era utilizado de manera preventiva, al recordar que los “indios llegan a inocularse en la muñeca algunas gotas y se pretende que pueden arrostrar por lo menos durante un tiempo, a consecuencia de esta operación, los colmillos acerados del más terrible crótalo”.

     En su travesía observaron árboles de dimensiones medias de Onoto “que da un hermoso color de grana”. Narró que la tintura se obtenía de una especie de bayas del tamaño de un hueso de cereza. Su recolección era por temporadas y que para obtener la tintura se les debía pasar por agua hirviente. Al pasar por agua hirviente se abrían y se espesaban poco a poco y de ahí resultaba un hermoso matiz rojizo y listo para utilizar. Según su opinión, se utilizaban para teñir cobijas y mantos. “Los indios del interior tiñen con onoto las plumas de su tocado y lo emplean para tatuarse el cuerpo. Las mujeres caribes fabrican con él brazaletes para adornar sus brazos y tobillos”.

     En su recorrido pararon para almorzar en un lugar llamado los Mecedores, cuyo nombre se debió a que los árboles estaban entrelazados unos con otros por grandes lianas, “algunas de las cuales forman columpios naturales, lo cual valió a esta localidad la denominación que le fue dada”. Mientras degustaban su almuerzo se apareció una culebra de un metro y medio de tamaño. Sus acompañantes hombres le aplastaron la cabeza y luego la expusieron ante sus ojos. Tallenay puso en evidencia que era un crótalo “adolescente aún porque no tenía sino tres cascabeles al extremo de la cola”.

     A propósito de este inoportuno encuentro rememoró que en algunos lugares se rezaban oraciones a San Pablo luego de la mordedura de una serpiente, con lo que aseguró, llena de ingenuidad, “que basta llevar con uno para estar asegurado de una protección eficaz contra todo peligro”. Argumentó que existían algunos individuos que tenían el privilegio de curar por medio de rezos y con ello neutralizar los efectos del veneno. “Estos curanderos son muy venerados entre sus compatriotas y pronto su fama se extiende de un pueblo a otro”. En este orden, narró que, si a algún peón lo mordía una serpiente, enviaba de inmediato a un mensajero para traer al curandero más cercano y recitar la “Oración mágica”. Agregó que parecían haber casos de curación, aunque se usaban cataplasmas no se sabía que era lo más efectivo, si esta aplicación o la oración mágica.

Hermoso grabado tomado del libro de Tallenay

     Gracias a la sorpresiva presencia del inoportuno reptil habían descubierto una flor denominada Rosa de la Montaña, cuya forma y tamaño era similar a tres alcachofas juntas. La describió como una planta de una gran belleza, contaba con matices que iban desde el color rosado pálido a la púrpura más intensa y con una exquisita armonía. De acuerdo con su conocimiento, parecía ser una planta muy rara de encontrar en el país porque no volvió a ver otras de la misma especie en los lugares que visitó. Sería en las cercanías de Puerto Cabello en donde un cazador se la había mostrado como una planta curiosa e interesante.

      Contó que, a las cinco de la tarde decidieron volver al lugar donde se hospedaban y que había sido la repentina aparición en el firmamento de nubarrones negruzcos, los que estimularon el afán de regresar. Al tomar el camino de regreso se volvieron a topar con el guardián de la toma de agua. Se mostró sorprendida al ver que en una de sus manos sostenía un gran insecto bastante largo, delgado y que movía las patas de forma desesperada. Lo llamaban Caballito del Diablo, muy común en América de acuerdo con su percepción, “cuyas formas tan extrañas parecen casi incompatibles con una organización vital regular”.
     Al entrar a Caracas indicó que caía una fuerte lluvia. “Es necesario haberse encontrado bajo un chaparrón tropical para formarse una idea de él”. Comparó este gran chaparrón con un diluvio y que a medida que caía el agua se formaban a su paso torrentes y cataratas, la comparó con una tromba acuosa que barría todo a su paso. Contó que, mojados hasta los huesos, en medio de las calles transformadas en ríos, no les quedó otra posibilidad que refugiarse en la primera casa que encontraron. 

     Según indicó, la casualidad los condujo a la morada de una “honrada familia” inglesa que se había radicado en estas tierras desde hacía bastante tiempo. Según escribió, fueron atendidos con gran amabilidad y cordialidad por parte de esta familia asentada en Venezuela.

      Al día siguiente, fueron invitados a una corrida de toros que se celebraría al domingo siguiente. La invitación fue por parte de los miembros del cuerpo diplomático acreditado en el país. Estableció que en Venezuela era muy común que las esposas y señoras ocuparan las ventanas, para apreciar actos como el mencionado, mientras los hombres ocupaban el centro del salón y conversando entre ellos. Agregó, además, que las damas se colocaban en dos círculos, uno correspondiente a las mujeres casadas, otro con las jóvenes solteras. Los hombres se situaban en distintas partes ya lo fuera en el patio, o en un reducido salón anejo a la sala de recepción o de pie en las puertas. Para ella esta costumbre no posibilitaba un verdadero diálogo entre los integrantes de la sociedad. Lo que para ella mostraba la poca atención que se prestaban los unos a los otros.

      En la “fiesta”, tal como la denominó, se presentaron algunos hombres a caballo, en mangas de camisa, quienes perseguían con voces altisonantes a unos “apacibles rumiantes” que eran estimulados por otros hombres y que a poco lanzaban cornadas y perseguían a sus incitadores. Para los caballeros la actividad consistía en tomar por la cola a uno de los toros y con un rápido movimiento y torsión derribar al animal. “Una pandilla de negritos que chillaban, silbaban, sacudían sus harapos, seguía el grupo ecuestre, blandiendo largas hojas de plátanos a manera de estandartes”. Para ella, el espectáculo se mostraba con alegría, con la calle orlada con las banderas de Venezuela y de otros países, combinadas con guirnaldas. Era una fiesta de gran colorido que, “bajo este cielo azul, deslumbraba la vista”. 

La joven Jenny de Tallenay, hija de Henry de Tallenay, encargado de negocios y Cónsul general de Francia en Venezuela, llegó al país en 1878 y desde entonces se dedicó a recorrer algunas partes del país. Sus impresiones de esas incursiones que les dejaría su estancia de tres años por estas tierras, las publicaría en un libro titulado “Souvenirs du Venezuela”, acompañado de ilustraciones de Saint-Elme Gautier y editado en París por la editorial Plon en 1884.

Jackie Robinson en Venezuela

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Jackie Robinson en Venezuela

Cuando Jackie Robinson estuvo en Venezuela con las Estrellas Negras, acababa de firmar con los Dodgers de Brooklyn y en 1947 se convirtió en el primer pelotero negro que jugó en las Grandes Ligas
La poderosa selección de jugadores de las Ligas Negras de los Estados Unidos que visitó Venezuela a finales de 1945 y comienzos de 1946

     El legendario jugador de pelota, Jackie Robinson, estuvo en Venezuela, junto con otras once grandes figuras de las Ligas Negras, antes de debutar en Grandes Ligas con los Dodgers y romper la barrera racial en el mejor béisbol del mundo. La presencia de esos peloteros de color impulsó la creación en el país de la pelota profesional y del juego de los bates, guantes y pelotas, en general

     A manera de introducción para separar definitivamente las categorías amateur y profesional en el béisbol venezolano, a finales del año 1945 se celebró en Venezuela una serie internacional, organizada por los empresarios Bernardo Vizcaya y los hermanos Luis Jesús y Luis Alejandro Blanco Chataing, la cual representó gran atractivo para el público por la presencia de los mejores jugadores de las Ligas Negras de los Estados Unidos, agrupados en el equipo American All-Stars.

     Entre el 24 de noviembre y el 31 de diciembre de ese año, poco después del derrocamiento del gobierno del general Isaías Medina Angarita, se disputó la llamada «Serie Monumental» entre las Estrellas Venezolanas, equipo integrado en su mayoría por los jugadores titulares del equipo Cervecería Caracas, bajo el mando de José Antonio Casanova; las Estrellas del Caribe, selección de peloteros cubanos, boricuas, nicaragüenses y venezolanos, dirigidos por Daniel «Chino» Canónico y la representación estadounidense con los mejores peloteros de color del momento, que con George Felton Snow como mánager, tenía en sus filas a Jackie Robinson (shortstop), Roy Campanella (outfielder-catcher), Buck Leonard (primera base), Quincy Trouppe (catcher), Eugene Benson (outfielder), Parnell Woods (tercera base), Sam Jethroe (outfielder), Marvin Baker (segunda base) y los lanzadores Roy Welmaker, George Jefferson, Bill Anderson y Verdel Mathis. 

     Las Estrellas Negras mostraron su talento en los estadios Cerveza Caracas de la capital y en el recién inaugurado Olímpico de la capital zuliana. En el diamante de San Agustín ganaron siete de nueve compromisos de la fase eliminatoria y barrieron a la tropa lupulosa en cinco choques de la instancia decisiva. Luego viajaron a Maracaibo para dar cuenta de las Estrellas Zulianas en tres de cuatro choques.

El domingo 2 de diciembre se produce la gran celebración de la afición, cuando el Cervecería fábrica racimo de cuatro anotaciones en el primer episodio ante Bill Anderson, mientras que Julio «Brujo» Bracho ejecuta excepcional relevo de ocho episodios en rescate de Alejandro «Patón» Carrasquel, para guiar a los capitalinos a victoria de 6-2 ante la estelar selección estadounidense.

     Las Estrellas del Caribe también consiguieron un éxito contra el American All-Stars. Fue el sábado 8 de diciembre, cuando el zuliano Domingo Barboza logró superar un cuadrangular de dos carreras en el primer acto de Buck Leonard y sus compañeros lo apoyaron con una anotación en el quinto y dos en el sexto, para darle victoria de 3 carreras por 2. 

El norteamericano Jackie Robinson retorna a la inicial donde el venezolano Carlos “Terremoto” Ascanio intenta ponerlo out

     Leonard fue el mejor toletero de la serie al dejar promedio de .723, encabezó el departamento de cuadrangulares con 4 y compartió el liderato de remolcadas con Marvin Baker al fletar 12 rayitas.

     Jackie Robinson, quien al año siguiente se convirtió en el primer jugador negro que intervino en el béisbol moderno de Grandes Ligas, también exhibió su talento en Venezuela al conectar para average de .339 con un vuelacerca, 13 anotadas, cinco remolcadas y un robo.

     Una vez que concluyó este evento todos los peloteros venezolanos que participaron en él fueron declarados profesionales, tal y como lo establecía el convenio suscrito a mediados de año en reunión de la Federación Internacional de Béisbol Amateur celebrada en Panamá, lo que provocó que los dirigentes de la pelota de primera división en Venezuela comenzarán a realizar aceleradas gestiones para crear una liga de béisbol profesional.

 

La glorificación de Juan Crisóstomo Falcón

La glorificación de Juan Crisóstomo Falcón

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La glorificación de Juan Crisóstomo Falcón

Juan Crisóstomo Falcón, militar y político que gobernó en Venezuela entre 1863 y 1868. Fue uno de los líderes de la Guerra Federal (1863)

     En una interesante y poco común investigación en Venezuela, el historiador José María Salvador examinó algunos fenómenos artísticos efímeros producidos con las fiestas cívicas de este país suramericano, la gran mayoría de ellos escenificados en la ciudad de Caracas, centro del poder administrativo y político nacional desde los tiempos coloniales. Este examen fue presentado, en forma de obra, con el título Efímeras efemérides. Fiestas cívicas y arte efímero en la Venezuela de los siglos XVII-XIX, la cual fue publicada bajo el cuidado editorial de la Universidad Católica Andrés Bello, en el año 2001. En esta ocasión, haremos referencia a la interpretación que ofreció Salvador a lo que denominó “Gloria de Juan Crisóstomo Falcón”.

     Fue este un evento muy similar al que se había efectuado en torno a las figuras de Ezequiel Zamora, José Gregorio Monagas y Manuel E. Bruzual cuyos restos humanos fueron trasladados a Caracas para ser depositados en el Panteón Nacional, en noviembre de 1872. Dos años después, el mismo gobierno conducido por Antonio Guzmán Blanco, durante el 29 de abril y el 1ª de mayo de 1874, rindió honras fúnebres al transportar en triunfo al Panteón Nacional los despojos mortales del general Juan Crisóstomo Falcón (1820-1870).

     Los restos del insigne fueron exhibidos en un espléndido armazón en capilla ardiente levantada a la entrada del Camino Nuevo, en la calle de los Bravos. Desde tempranas horas de la mañana se encontraba listo el decorado urbano por donde transitarían los que conducirían el féretro a su destino. Salvador citó un fragmento de una crónica que describió el decorado que se hizo para tal acto. Una porción de la descripción fue como sigue. El trayecto que debía recorrer el féretro estaba adornado con un trofeo compuesto con un escudo, sobre el cual se escribió el nombre de cada una de las victorias de los defensores de las ideas federales.

     Alrededor de este escudo se habían colocado pequeñas banderas tricolores con insignias de duelo, encima de este grupo alegórico, flotaba un pabellón fúnebre, con una franja negra que tenía estampado la inicial del nombre del héroe, orlada por laureles de plata.

     De trecho en trecho se apreciaban columnas de mármol, de cuyo mástil colgaban coronas de siemprevivas, y sobre el capitel con las alas recogidas, se posaba el águila del genio, con un gesto de sorpresa por terrible catástrofe y encadenada en su magnífico vuelo. En cada esquina estaban, frente a frente, dos obeliscos truncados, símbolos de una ilustre existencia malograda, en los que se escribió, sobre mármol negro, los más recordados campos de batalla en los que el pueblo federal tuvo una destacada participación bajo la conducción de Falcón.

     Las casas de las calles, por donde transitarían quienes cargaban el féretro, tenían crespones, mientras los edificios públicos tenían colgaduras negras y la bandera nacional a media asta. En la esquina de la Torre, contigua a la catedral, se erguía un majestuoso arco de triunfo de fuerte textura guerrera, descrita en la misma crónica del modo como sigue. Su base mostraba grupos de cañones, cuyas culatas recibían las columnas formadas de fusiles, le acompañaban hachas, sables y clarines de guerra, le seguían mazos de picas que remataban en dos estrellas, cuyos rayos eran dos bayonetas, flameando entre ellas el pabellón venezolano. La vibra del arco estaba hecha de tambores unidos entre sí.

     Ante este arco marcial se erigió un gran obelisco en el que se apreciaba la imagen de Falcón enmarcada en oro, envuelto por las figuras alegóricas de Venezuela ciñéndole una corona de mirto, así como de la Fama en pregón de las campañas del mariscal, mientras en el medio de ambas figuras se veía el caballo de la Libertad. A las nueve de la mañana del día 29 de abril el presidente Guzmán Blanco, acompañado con miembros de su gabinete, los presidentes de las cámaras legislativas y altos funcionarios civiles y militares, se dirigió al catafalco erigido para la capilla ardiente. De inmediato se dio inicio a la procesión que llevaría los restos mortuorios al Panteón Nacional. Mientras tanto se escuchaban sones lúgubres ejecutados por la banda marcial, al repique de todas las campanas y el sonido de salvas de artillería. Detrás del lujoso carro funerario iban los funcionarios públicos, los miembros del Congreso, el presidente de la república con su gabinete y una brigada del regimiento de la guardia con la bandera enrollada.

     Luego de dos horas de lenta marcha llegaron al sitio de destino. El catafalco donde fue depositado el féretro fue descrito del siguiente modo. Era de gran magnificencia. Estaba compuesto de cuatro columnas que sostenían una elegante cúpula con relieves y arabescos de plata, sobre la cual se posaba, en disposición de alzar vuelo, el Cóndor americano, entre sus garras tenía una corona de laurel y una espada. Este cenotafio estuvo alumbrado por doce candelabros de plata, cuya luminosa luz contrastaba con la flamígera llama que despedían a su alrededor las lámparas funerarias.

En 1874, los restos mortales del general Juan Crisóstomo Falcón fueron sepultados en el Panteón Nacional, en Caracas

     La catedral también había sido investida por el luto, con cortinas negras matizadas con plata que cubrían las columnas en que destacaban trofeos y coronas con los nombres de las batallas triunfantes en las que había participado Falcón. El funeral religioso fue encabezado por el presidente Guzmán Blanco, junto a su comitiva. Al día siguiente, primero de mayo, se trasladaron las cenizas del mariscal al Panteón Nacional. Al concluir la ceremonia sacra, el ataúd fue montado en el carro triunfal, que los amigos de Falcón arrastraron de inmediato. Abrieron la marcha unos cañones y los dos caballos de batalla del prócer. Detrás iban el presidente de la república y su comitiva. 

     Desde la catedral la procesión tomó rumbo, al compás de una música marcial a lo largo de un trayecto flanqueado por trofeos de duelo y otros símbolos llorosos, con cortinas negras, acompañadas de pabellones enlutados colgando en las fachadas de las casas, hasta llegar a la plaza de la Trinidad, donde se había levantado un monumental arco de triunfo. El mismo era de estilo dórico, en él se había estampado: “A la memoria del Gran Ciudadano Mariscal Juan C. Falcón”, envuelta por los nombres: Antonio Guzmán Blanco y Manuel E. Bruzual. En la cara norte lucía idéntica dedicatoria, bordeada por los nombres: José Gregorio Monagas y José Rosario Gonzales, mientras en su bóveda se leían los nombres de quienes acompañaron a Falcón en sus andanzas militares. 

     En medio del sonar de la artillería, el féretro fue llevado bajo el arco del triunfo hasta el Panteón Nacional al compás de la marcha luctuosa de Donizetti. Raimundo Andueza Palacio pronunció el elogio fúnebre, mientras la orquesta y el coro interpretaron el responso de José Lorenzo Montero y, al final, los despojos del mariscal fueron inhumados en la bóveda que se les tenía destinada.

    Ya avanzada la edificación republicana se llevaron a cabo actos en que la celebración espectacular de la muerte estuvo presente. 

     Su apogeo se puede apreciar mediante las apoteósicas honras fúnebres que, luego de varios años de haber fallecido los honrados y glorificados quienes se habían marchado de su tierra natal, luego de cumplir con lo que se ensalzó como actos dignos de ser rememorados. Esta modalidad de recordación sirvió para enfatizar un presente, por lo general, fastuoso y magnánimo. Quienes lo ejecutaban se servían de ellos para mostrarse como símil del homenajeado. El siglo XIX fue un momento durante el cual las celebraciones alrededor de centenarios fueron acompañadas de exposiciones y actos luctuosos, con los que se rindió homenaje a próceres nacionales.

     En las postrimerías del siglo XIX se difundió la necesidad de recordar hazañas heroicas como, por ejemplo, el Descubrimiento de América, pero en la figura de Cristóbal Colón. Fue así como un conjunto de consideraciones de carácter histórico se difundió en aras de su justificación. Fue en la década del ochenta del mil ochocientos cuando se comenzó a generalizar su necesidad como restitución del papel cumplido por España en el mundo. Desde el país ibérico, con ecos en países como México y Argentina, se debatió la justificación del porqué celebrar el tercer centenario del Descubrimiento.

     Publicistas del momento, como el caso de Juan Varela, en España, Joaquín Baranda y Romero Rubio, en México, y Ernesto Quesada, en Argentina, fueron quienes se dieron a la tarea de legitimarla. En tal celebración la imagen de España y Portugal resultaron cruciales, porque se les asoció con la creación de un mundo nuevo y la fundación de un gran conjunto humano, aunque separado por las aguas del Atlántico.

     Fueron tiempos de reformulación de los proyectos modernos de la nación. Un conjunto de estrategias, con las cuales estampar en las mentalidades del momento imágenes con propósitos de cohesión social, se dieron cita en lo que se pudiera denominar ritos de iniciación republicana. Su objetivo fue la figuración e imaginación de la nación como una agrupación humana con atributos comunes. Con esos ritos se fue asentando lo que hoy se tiene como algo natural y normalizado por elites políticas y culturales, en momentos de redefinición de la nacionalidad. La interpretación del himno, rendir culto a los símbolos patrios, el homenaje a los héroes y a todos aquellos que hicieron posible la instauración republicana se hizo tradición, en un principio en la escuela de primeras letras para infantes.

     Con el tiempo cambiaron las denominaciones si en 1492 se celebró una fecha memorable, en el XX se le comenzaría a denominar bajo el nombre de Día de la Raza, quizá, con la intención de mayor inclusión de lo que hoy se precisa como expresión vencedores – vencidos. Ya en el 1900 la utilización de símbolos como forma de unificación nacional comenzó a formar parte de la legitimación de quienes ejercen el poder político. Se puede decir, tal como lo examinó Georges Balandier en su trabajo titulado: El poder en escenas (1992), que todo poder político intenta obtener subordinación por medio de la teatralidad, es decir, fiestas, conmemoraciones, celebraciones, elecciones, las que se esparcen por toda la sociedad como un fastuoso espectáculo.

     Su realización suele mostrar a quien ostenta el poder gubernamental ante el gobernado en analogía con el homenajeado. Las élites políticas y sus aliados culturales hacen uso de medios espectaculares, magnificentes, llenos de colorido y demostración de poderío. Con ella muestran su papel en la historia presente y el futuro que vendrá, por las manifestaciones que ejecutan exaltan valores y, con ello, reafirman su energía. El poderío político no se decanta únicamente con el espectáculo contemporáneo o circunstancial, porque al llevarlo a efecto intenta estampar en la memoria colectiva una impronta, a través de la duración, la reiteración, con lo que inmortaliza acontecimientos que sirven para mostrar atributos de origen.

     Por eso es preciso pensar en el desarrollo de una política de los lugares y obras monumentales. Así, una república asume una forma de reiterada novedad territorial, la ciudad, el espacio público y la misma nación. De ahí que se reordene, modifique y organice de acuerdo con requerimientos sociales y económicos. Quizás, lo de mayor relieve es tratar de no ser superado por el olvido y lo de crear condiciones específicas de trascendencia en el tiempo, la que se podría manifestar en conmemoraciones futuras. Se trata de una recurrencia a la imaginación con la que se invita a un futuro que de manera inevitable se ofrece plagado de mejoras. El guzmanato parece ser el mejor ejemplo de la teatralidad del poder con sus conmemoraciones, glorificaciones y ornato citadino. Por tanto, la “Gloria de Juan Crisóstomo Falcón” resultó ser una glorificación más y contextualizada en los afanes legitimadores del gobierno presidido por Antonio Guzmán Blanco.

La revolución de abril de 1870 y sus rituales

La revolución de abril de 1870 y sus rituales

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La revolución de abril de 1870 y sus rituales

     En Efímeras efemérides (2001) su autor, José María Salvador denominó “espejismos de Narciso” los fastos que llevó a cabo Antonio Guzmán Blanco, mientras ocupó la presidencia de la República en Venezuela. Llamó a estos anales la despilfarradora “fiesta” en que este caudillo convirtió sus tres alternados períodos presidenciales, en el especial el Septenio (1870-1877), en que la desmesura, la aparatosa teatralidad y el recurso retórico formaron parte del culto a su ego, con la intención de su auto glorificación. De acuerdo con Salvador la interminable “fiesta” se puede apreciar por medio de tres núcleos. A saber: 1) los aniversarios de su conquista del poder (27 de abril de 1870) y del onomástico del Libertador (28 de octubre), 2) sus entradas triunfales en la capital al regresar de sus victorias militares o, por vía de excepción, su recibimiento solemne en otras ciudades de provincia, 3) su propia apoteosis de vida.

     Como se sabe, Guzmán Blanco accedió al poder del Estado al imponerse por vía de una de las tantas revoluciones protagonizadas en el 1800. Él lo hizo frente a los “Azules”, en una corta confrontación bélica, al mando de las tropas federales y liberales amarillos en Caracas. A pesar de haber sido una degollina contra habitantes caraqueños, Guzmán celebraría su “Toma de Caracas” como una hazaña memorable y digna de ocupar un sitial en los anales de la patria. Por vía imaginaria y de la figuración se estableció como una efeméride de la patria, en aras de demostrar el hito fundacional de la “Regeneración” de Venezuela. Durante casi veinte años el 27 de abril será conmemorado, en toda la geografía nacional, como fiesta patriótica, casi a la par de la que corresponde al natalicio del Libertador. La fastuosidad de tales actos ha sido considerada con un brillo de mayor espectáculo que los desarrollados, en este período, respecto a la Declaración de Independencia y la Firma del Acta de Independencia.

     La celebración de la Toma de Caracas, como efeméride patria, se inauguró al cumplirse un año (27 de abril de 1871) de ocupar la presidencia de la república y al que se presentó como acto inédito de la historia de Venezuela por parte de sus propagandistas. Desde un día antes, Caracas había sido orlada con arreglos florales, banderas nacionales y extranjeras, junto con una gran cantidad de arcos de triunfo, forrados de distintivos, vistosos farolillos, de palmas y sauces, y en todos ellos retratos de Guzmán Blanco y los de otros personajes del momento.

     Entre las actividades que se presentaron, una de ellas, fue la protagonizada por el general Manuel Oramas y sus hijos quienes escenificaron en la alcabala del Sur un simulacro de combate entre un supuesto ejército liberal (los amarillos) y otro conservador (los azules). Otro tanto hacían en las alturas aledañas a la parroquia San Juan los destacamentos de la tropa veterana encargada de la custodia de Caracas. Se tiene información que para el día 26 unas diez mil personas se dieron cita en la plaza Bolívar para observar un espectáculo pirotécnico de dos horas y media de duración, en el que se encendieron cohetes, petardos y luces de bengala, mientras se lanzaban al cielo globos de aire caliente. Como punto prominente de esta exhibición pirotécnica se montaron cuatro árboles de fuego en que, entre irradiaciones de fuego y luces de bengala se mostraron los retratos de Antonio Guzmán Blanco y de José Ignacio Pulido, adalides de la Revolución de Abril.

     Desde las cinco de la mañana el lanzamiento de cohetes acompañó a las salvas de la artillería y, casi a la misma hora, habitantes de San Juan prendieron fuego a otro árbol pirotécnico en honor a Guzmán Blanco. Poco tiempo después grupos provenientes de los municipios y parroquias caraqueñas se agolpaban para dar inicio a una marcha hacia el estado Zamora, donde a las dos de la tarde se ofrecería un gran banquete popular. Al mediodía al compás de música criolla, el retrato de cuerpo entero del Caudillo de Abril, tal como se le motejó a Guzmán Blanco, fue trasladado desde el centro de Caracas hasta el estado Zamora.

En el camino se alzaron varios pabellones militares, donde se habían colocado de seis a ocho asadores en que se asaban grandes trozos de carne de res, mientras de trecho en trecho había pilas de casabe y envases cargados de guarapo. Los presentes podían entretenerse con los tanques de agua y dispensadores en los quioscos de verdura, tiendas de follaje, frutas frescas y guaridas artificiales que, para la “fiesta”, había construido en su hacienda de Anauco Martín Tovar Galindo. En la misma llanura, en el lugar más alto, se exhibían dos cañones que de vez en cuando hacían salvas en honor al presidente provisional.

     Al llegar, precedido de unos trescientos jinetes, Guzmán Blanco fue recibido con salvas de artillería, vítores de los presentes y música para la ocasión. De ahí fue conducido hacia una tienda de campaña, en la que, a primera vista, se ubicó un retrato suyo con el uniforme que llevó en la Guerra Federal. En este mismo lugar el Concejo Administrador de Caracas le hizo entrega de una medalla de honor, tras un discurso de José Briceño al que de manera inmediata respondió el Autócrata Civilizador y enfatizar en él, el papel que tenía asignado para conducir a Venezuela por el rumbo del progreso y la civilización.

     Al concluir el banquete popular, próxima las cuatro de la tarde, el mandatario y sus colaboradores, junto con otras personas, entró por el puente de Punceres, transitó por las esquinas de Cují, el Conde y Jesús y, luego de doblar por el Puente Nuevo y Santa Rosalía, alcanzó la calle de Zea hasta San Jacinto, antes de desembocar en la plaza Bolívar, donde pronunció otra arenga. En horas de la noche, sus ministros y jefe de armas ofrecieron un agasajo al presidente, amenizado con un baile y música de una orquesta compuesta de veinte músicos. Entre los asistentes estuvieron doscientas diez damas y unos seiscientos caballeros que concurrieron a un salón adornado con flores, espejos, alfombras e iluminado con unas setecientas luces provenientes de arañas, girándulas, candelabros, lámparas y farolillos de papel de colores.

     Según describió Salvador, para la celebración del segundo aniversario de la Revolución de Abril, el Concejo Administrador de Caracas elaboró un cuidadoso programa para los días 25 al 27 de abril de 1872. Salvador expresó que una de las presentaciones que causó mayores elogios fue “una pieza de sorprendente efecto, que su autor hubo titulado Las Hijas de Eva. Otra, que tiene por nombre La Columna Gótica de no menos belleza y novedad que la anterior”, elaborada por los pirotécnicos Eleuterio Magdaleno y Lorenzo Angulo Rodríguez.

     Para el tercer aniversario, en 1873, de la Toma de Caracas, el Regenerador Guzmán Blanco se juramentó en el hacía poco tiempo construido Palacio Legislativo (Capitolio) como Presidente Constitucional de la República, tras despojarse de la investidura como Dictador, del que hasta entonces se hallaba investido. Para celebrar tan especial efeméride el comité directivo de las fiestas públicas, publicó un minucioso programa para la víspera y para el propio día de la conmemoración del aniversario. Salvador expresó que este onomástico de 1873 mostró una excepcional relevancia política.

     En esta celebración, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde se dispararon sin interrupción tres cañonazos cada cuarto de hora. A las dos de la tarde, junto con la exhibición, en el Palacio Legislativo, del Gran Cuadro Alegórico de la Batalla de Apure se inauguró la plaza Guzmán Blanco. Una hora más tarde, tras veintiuna salvas de cañón desde la cúspide del Calvario, los delegados de las parroquias acompañaron al Ilustre Americano hasta el Palacio Legislativo, en que, ante unas tres mil personas, se juramentó como presidente Constitucional de la República.

     Para la celebración del quinto aniversario (1875), el Regenerador se preparó para organizar en Caracas alegres fiestas en cuyo marco inauguró el Lazareto. Como todos los actos precedentes, regimientos de la guardia en uniforme de gala, precedido por la banda marcial, recorría las calles de la ciudad capital para la publicación del bando en que se invitaba a las celebraciones. Los espectáculos pirotécnicos tuvieron lugar privilegiado y dentro del Palacio Legislativo se exhibieron retratos de Guzmán Blanco, así como de próceres de la Independencia y otros republicanos que se habían destacado en la edificación de la República. En esta ocasión se ofreció al presidente un cuadro pintado por Ramón Bolet en marco dorado que representaba una alegoría alusiva al establecimiento sanitario recién inaugurado.

     Para el sexto aniversario, en 1876, de la Toma de Caracas y entre los actos que se presentarían, inauguró dos importantes obras públicas: el templo masónico y el cuartel de artillería. Como fue usual, por medio de un bando se invitó a los distintos actos programados. En la plaza Bolívar se desarrolló un espectáculo de retreta y fuegos de artificio. Durante el 27 de abril de 1879, apenas regresado Guzmán Blanco de Europa para dar inicio a otro período presidencial, conocido bajo la denominación “Quinquenio” en La Guiara se festejaron las conmemoraciones del 19 de abril de 1810, mezclados con el del 27 de abril de 1870.

     Al amanecer de ese día, salvas de cañón anunciaron el inicio de una misa que se oficiaría para agradecer a Dios la protección que Guzmán Blanco había ofrecido a la patria. Acudieron a la cita el cuerpo diplomático, industriales, comerciantes y empleados del gobierno, junto con ministros y otras figuras vinculadas con el mundo militar. En 1880 el Autócrata civilizador, en el marco de una nueva celebración de la Revolución de Abril, inauguró la basílica de Santa Ana, hoy llamada de Santa Teresa, aunque no estaba concluida. A las diez de la noche de la víspera, mientras las calles y plazas permanecían iluminadas con exuberancia, una gran cantidad de personas desfiló a pie y a caballo, entre música y cohetes, hasta la casa del Regenerador para agradecerle por las importantes obras realizadas. El propio día 27 el presidente inauguró la obra inconclusa. La basílica fue bendecida por el nuncio papal, Monseñor Roque Cocchia, en presencia del arzobispo de Caracas, Monseñor José Antonio Ponte, antes de que ambos prelados oficiasen la misa. En horas de la noche, la consabida secuencia de iluminaciones, retreta y fuegos artificiales cerró la fiesta en honor a la Toma de Caracas.

     El guzmanato se caracterizó por el espectáculo y la teatralidad política en que el mito del héroe regenerador y rehabilitador fue el centro de atención para el ensalzamiento de la figura de Antonio Guzmán Blanco. Uno de los propósitos fundamentales de estas acciones se relaciona con la afirmación de la autoridad de quien ejerce la máxima magistratura o un liderazgo político. No se trata de un reconocimiento del héroe como el más capaz o por ser quien asume todas las cargas que implican el sacrificio por la nación. Es mediante el drama que adquiere notoriedad el que lo ejecuta. Así, se hace dueño de la popularidad, así como que con sus actos refuerza adhesiones y se inviste de un poder necesario. Ya en estos tiempos el “príncipe” no cuenta con la diosa Fortuna, depende de las fuerzas históricas y del dominio de ellas que figura en conjunto con la puesta en escena de una comedia que se hace cotidiana, alrededor del culto heroico.

 

La Cucarachita Martina

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La Cucarachita Martina

Pocos saben que el cuento infantil La Cucarachita Martina fue escrito por el científico venezolano Vicente Marcano

     Pocos saben que el célebre cuento infantil La Cucarachita Martina (en algunas partes del mundo le pusieron el apellido Martínez) fue escrito por el ingeniero, químico, geólogo y profesor universitario caraqueño Vicente Marcano.

     Hombre de ciencias, Marcano nació en 1848 y falleció en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, en 1891, a los 43 años. Desde muy joven se dedicó al estudio de diversos frutos tropicales, en particular del banano o cambur. Luego realizó estudios superiores de química y mineralogía en París. Aunque sus restos reposan en el Panteón Nacional, muy poco se conoce sobre sus aportes a la ciencia y a la cultura venezolana.

     Marcano realizó la mayor parte de sus investigaciones en laboratorios fundados por él mismo en Venezuela, publicó en revistas nacionales e internacionales, y obtuvo varias patentes de invención las cuales fueron utilizadas para crear un emprendimiento exitoso en los Estados Unidos de América.

     En 1871, fue comisionado especial en la exploración de las islas venezolanas y en 1874, de la Colonia Guzmán Blanco. Fue colaborador del periódico La Tribuna Liberal (1875-1877).

     En 1877, ocupó el cargo de segundo designado a la presidencia del estado Barcelona. Al año siguiente, fue nombrado comisario general de Venezuela en la Exposición Universal de París. En 1880, utilizó el seudónimo de «Tito Salcedo» para escribir cuentos y una novela inconclusa, El tesoro del pirata. Entre sus cuentos destaca La Cucarachita Martina, publicado en la Revista Comercial, ese año 1880.

     La Cucarachita Martina es una fábula popular que ha experimentado diversas transformaciones. Se han encontrado versiones de este cuento en Portugal, Chile, Ecuador, México, Brasil, Puerto Rico, Costa Rica, Uruguay y Cuba. En Venezuela también se han escrito adaptaciones de La Cucarachita Martina, bajo el apellido Martínez; la versión más conocida es la de Antonio Arraiz.

     He aquí la versión original de La Cucarachita Martina, escrita, como indicamos, por Vicente Marcano:

 

La cucarachita Martina

     Ding-dong-ding-dong hacía el reloj de la Catedral de Caracas dando las seis de la mañana. Los burros cargados de malojo, caminaban con lentitud, al compás de los palos que sesgadamente les aplicaban los isleños que los conducían; las cántaras de leche aguardaban en los umbrales de las puertas, a que se levantaran los perezosos sirvientes que dormían en los zaguanes.

     Hacendosa como toda pobre, la Cucarachita Martina estaba barre que barre a la puerta de su casa. De cuando en cuando apoyaba los codos sobre el mango de la escoba, tomaba aliento y zuás, zuás, continuaba su tarea. De repente se detiene asombrada; de entre el intersticio de dos lajas que se afanaba en dejar limpio de todo polvo y basura sale rodando, tilín, tilín, una moneda de medio real. Se precipita sobre la fugitiva que había llegado hasta el empedrado de la calle, se agacha sobre el borde de la acera y la recoge presa de la mayor alegría.

     La pobre Cucarachita no había poseído nunca tanto dinero junto: el corazón se le saltaba por la boca.

     Recuesta la escoba contra la pared y se sienta en el umbral de su casita.

     Los malojeros seguían apaleando sus burros, y las cántaras de leche eran entradas al interior de las casas.

     Pero la Cucarachita Martina no veía nada de esto; sumida en la más profunda reflexión, meditaba sobre el empleo que debía dar al capital que la providencia acababa de poner entre sus manos.

─Si compro conservas de coco ─decía─ se me acaba.

Y hacía un signo negativo con la cabeza. 

─Si compro majarete, se me acaba ─repetía en la mayor indecisión.

─Si compro papelón, se me acaba también ─observó muy juiciosamente.

     Y la Cucarachita Martina, permanecía sumida en la más profunda reflexión

     Transcurridos que fueron algunos instantes, se levantó resueltamente bajo la inspiración de una idea luminosa, metió la moneda en el bolsillo del delantal, guardó en casa la escoba detrás de una puerta y subió calle arriba.

     La Cucarachita subió calle arriba a pasos precipitados hasta la plaza de San Jacinto, donde Ambrosio el quincallero tiene su venta de estampas, novenas y toda clase de baratijas.

     Gastó hasta el último centavo en cintas de todos colores y alegre, satisfecha, emprendió de nuevo el camino de su casa, donde le agurdaban los quehaceres domésticos.

     A la caida de la tarde la Cucarachita se apresuró a terminar su comida. Lavó los platos que acomodó en la alacena, fregó las ollas, se peinó con gran esmero y se adornó con las cintas que había comprado aquella mañana. Enseguida se puso un traje a la moda, botinas Luis XV y se sentó a la ventana.

     La Cucarachita Martina sentada a la ventana miraba y miraba a los elegantes que iban de paseo. Por la acera enfrente venía un pollino, de valona bien tallada, cascos recortados, orejas afeitadas, el que viera a la Cucarachita tan hermosa y bien vestida se enamoró perdidamente de ella. Dio tres relinchos y Cucarachita le sonrió.

La Cucarachita Martina es una fábula popular que ha experimentado diversas transformaciones

Encantado y fuera de sí, el pollino se acercó a la ventana y le dijo:

─! ¡Bella Cucarachita! ¿quieres casarte conmigo? 

─ ¿Y tú cómo haces? replicó la prudente Cucarachita.

     El pollino se separó un poco de la ventana, levantó la cola, alzó la cabeza, abrió la boca y prorrumpió en un largo y estrepitoso rebuzno -hi-han, hi-han.

     Asustada la Cucarachita cerró la ventana y el pollino se alejó continuando desconsolado su paseo.

     Poco después, bajó del alero de la casa de enfrente un gato barcino quien viendo la Cucarachita tan hermosa y bien vestida se enamoró perdidamente de ella; después de acercársele le dijo:

─Hermosa Cucarachita: ¿quieres casarte conmigo?

─ ¿Y tú cómo haces?, dijo aquella ya desconfiada.

     El barcino arqueó el lomo, erizó el pelo, sacó las uñas y por tres veces hizo fú-fú-fú

─Usted me asusta, dijo la cucarachita cerrando con precipitación la ventana, a la que volvió a sentarse tan luego como el gato se fue aullando por los tejados.

     Distraída la Cucarachita no había visto cruzar la esquina a Ratón Pérez que, varita en mano y muy emperejilado, se contoneaba por la acera. Traía pantalón de cuadros, paltó cruzado con flor en el ojal, sombrero de seda y puestos sus lentes de arillos de oro, no despegaba la vista de la Cucarachita de quien, al verla tan hermosa y bien vestida, se había enamorado perdidamente.

     Después de saludarla con fina cortesía a que ella correspondió con sonrisa afable, se acercó y le dijo:

─ ¿Y tú cómo haces?, dijo esta entre el temor y la esperanza. Ratón Pérez abrió la boca dejando ver dos hileras de dientes blancos como los granos de una lechosa jojota; luego con mucha suavidad hizo por tres veces: cui-cui-cui.

     En el colmo de la alegría la Cucarachita le dijo: 

─Ratón Pérez, contigo sí, me caso yo.

     Gracias a las influencias de Ratón Pérez con el gobernador del distrito, se consiguieron las dispensas y el matrimonio pudo fijarse para dentro de corto tiempo a pesar de que los novios eran primos.

     El sábado de la semana siguiente la casa de la boda se hallaba por la noche muy iluminada, la ventana estaba abierta, la sala había sido empetatada y sobre las mesas se veían briseras con velas de estearina y floreros con ramilletes.

     A poco llegaron varios coches que se detuvieron a la puerta. Del primero bajó la Cucarachita Martina con corona de azahares, traje blanco y zapatos de raso del mismo color, seguida de Ratón Pérez vestido de casaca y guantes.

     La boda se celebró con lujo pues el novio era acomodado. Hubo un espléndido banquete al que sucedió un rumboso baile que duró hasta las dos de la madrugada.

     La felicidad no hizo olvidar a la recién casada sus antiguas costumbres piadosas, así que, al siguiente día, la Cucarachita Martina se hallaba de pie muy temprano, limpió la casa, puso al fuego la olla del hervido y con la gorra puesta y el rosario en la mano entró al cuatro de Ratón Pérez que en bata y chinelas se hallaba sentado delante del escritorio.

 ─Ratón Pérez, le dijo: voy a misa, porque es domingo, te recomiendo mucho tengas cuidado de la casa.

     Por de prisa que anduvo la Cucarachita, llegó a la iglesia de la Merced cuando ya la misa estaba terminada y tuvo que acudir a otros templos lo que la hizo permanecer fuera de la casa hasta ya pasadas las once de la mañana.

     Entre tanto, Ratón Pérez se impacientaba por no ver llegar a su esposa. Sintió hambre y se fue a registrar en la cocina por ver si encontraba algún pedazo de queso. Sus pesquisas habían sido inútiles, cuando alcanzó a ver la olla del hervido.

     Imprudente, se subió sobre una cafetera que había al lado, levantó la tapa de aquella y asomó la cabeza por entre el torbellino de vapor que desprendía.

     Hacía esfuerzos por distinguir algo ya cocido con qué satisfacer su apetito, cuando le dio un vahído; exhaló un grito y cayó dentro del caldo hirviente.

     Cuando la Cucarachita volvió de la iglesia buscó a Ratón Pérez por toda la casa y no hallándolo fue al vecindario preguntando si lo habían visto salir.

     Nadie había visto salir a Ratón Pérez y la Cucarachita Martina comenzaba a inquietarse vivamente.

     A tanto dar vueltas se asomó como por inadvertencia a la olla y encontró a su marido, muerto sobre una hoja de repollo, entre un pedazo de ahuyama y otro de ñame.

     La pobre viuda daba gritos de desesperación, se mesaba los cabellos y decía llorando, lo que no ha cesado de repetir:

Ratón Pérez calló en la olla

Y la Cucarachita Martina

Lo siente y lo llora

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