Caracas 1821-1830

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Caracas 1821-1830

     En Historia de Caracas, Tomás Polanco Alcántara escribió que entre 1821 y 1830 Caracas había experimentado la más grave disminución jurídico – política jamás nunca vista desde su fundación. De acuerdo con Polanco esa desvaloración se debió a que dejó de ser ciudad capital, al imponer las autoridades del momento este rol a la ciudad de Bogotá con el establecimiento de la República de Colombia. Con este cambio los órganos e instituciones oficiales de Colombia se establecieron en Bogotá, lo que trajo una serie de consecuencias económicas, sociales y políticas que afectaron a Caracas, de manera especial.

     Según este historiador en el Anuario, editado por los miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País, en el año de 1835, ofreció algunas noticias estadísticas que permiten visualizar cómo era Caracas para los años mencionados con anterioridad. Esta comarca estaba dividida en cinco parroquias la cual contaba con una población aproximada a las 29.846 personas, siendo San Pablo la parroquia con el mayor número de éstas. De esa cifra, 2.127 eran hombres casados, 5.849 eran niños que no superaban los 16 años de edad, 2.342 eran hombres solteros cuyas edades oscilaban entre los 15 y 60 años y 659 hombres solteros mayores de 50. Había 13.200 mujeres solteras. El total de esclavos estaba en una cifra cercana a los 3.000 y el de los eclesiásticos era de 119.

     El porcentaje de mujeres, 51 por ciento, era mayor al de los hombres. Se ha dicho, con insistencia, que la guerra a favor de la emancipación diezmó, en gran proporción, a la población masculina, al igual que sucedió con otros conflictos bélicos que se desarrollaron durante el siglo XIX venezolano. El número de habitantes en pueblos aledaños era pírrico, tal como lo señaló Polanco Alcántara en la obra que sirve de referencia para la elaboración de esta crónica. Por ejemplo, Chacao y El Valle no superaban la cifra de 2.000 pobladores, La Vega 1.500 y Antímano 1.300.

     La crisis económica que afectó a la ciudad fue reseñada por cronistas, viajeros, representantes de gobiernos extranjeros y funcionarios gubernamentales. El Comisionado francés en Venezuela redactó un informe y lo dirigió a representantes del gobierno de Francia, donde expresó que todo lo que rodeaba a Caracas, era ruina y pobreza. Polanco Alcántara rememoró el caso de las cartas redactadas por Briceño Méndez y Soublette dirigidas a Simón Bolívar, en que se podía leer descripciones de la comarca y en las que se expresaba el temor a la ruina que acechaba sobre sus espaldas. A las preocupaciones personales se unían los problemas que se presentaban alrededor de las actividades comerciales con países de otras latitudes, en especial España y que, para estos años, no mostraba mejoría.

     Este historiador venezolano citó algunos párrafos de una misiva que Soublette había dirigido a O’Leary, fechada en agosto 14 de 1828. En la misma el primero señaló que la situación económica de la comarca podía mejorar si se lograba estimular la actividad comercial y la agricultura. Vale la pena anotar una parte de la comunicación dirigida por Briceño Méndez al Libertador, donde le expresó lo siguiente: “el gran mal que tenemos aquí es la miseria”. De igual manera, indicó que era difícil describir las penurias por las que atravesaba el territorio, en el que nadie tenía nada y que poco faltaba para que el hambre se convirtiese en peste. El origen de esta calamitosa situación fue adjudicado al estado de ánimo de los pobladores, presa de la incertidumbre y desconfianza que existía entre las personas y, por si fuera poco, no había suficiente equivalente general para el pago de las transacciones comerciales.

     Para ratificar la situación crítica de la ciudad de Caracas, para este momento, Polanco Alcántara citó el análisis preparado por José Rafael Revenga, Ministro de Hacienda de la República de Colombia, quien había sido enviado por Bolívar para que examinara la situación fiscal de Venezuela. 

     Lo presentado por Revenga acerca de la situación de Caracas fue sombrío. En su exposición mostró las dificultades por las que atravesaba la agricultura, la destrucción de los caminos, la carencia de capitales para la inversión, el cobro por préstamos con tasas de interés que rondaban el 10 por ciento por mes, la desaparición de las casas de comercio extranjeras, el incremento del gasto público, la escasez de establecimientos para la instrucción pública, la incompleta legislación comercial, la falta de transparencia en los juicios civiles y mercantiles. Por tal motivo, Revenga calificó la situación como menesterosa y de progresivo deterioro y añadió que, “sin aliciente ni estímulo a la industria, el país marcha hacia la desolación”.

     Esta calamitosa realidad se vio acrecentada por la crisis política que condicionaba la constante tensión entre los grupos de presión de Caracas y las autoridades instaladas en Bogotá. En una misiva fechada en Caracas el 25 de mayo de 1826, Cristóbal Hurtado de Mendoza le informó al Libertador que, desde 1821 se estaba gestando una insurrección en contra del poder instalado en la capital de la república colombina. El mismo tenía su origen en la perjudicial circunstancia por la que atravesaba Venezuela, en especial Caracas en el contexto de la República de Colombia. Cuando estalló la crisis, en octubre 5 de 1826, al ser convocada una asamblea por parte de los integrantes de la comunidad política, Mendoza llegó a expresar que el abuso de todos los principios, el aparato de la fuerza armada, la ofensa que se hacía al buen sentido y al pueblo en general en lo más sensible de sus derechos, avizoraban el derrumbe de la república.

     Indicó Polanco Alcántara que a Bolívar le causaba gran preocupación el trance por el cual atravesaba Caracas. En vista de las quejas, reclamaciones y rebeliones políticas se trasladó a la capital de Venezuela, donde indultó a quienes habían participado en protestas contra el poder establecido. Su permanencia en la ciudad ayudó a calmar hasta cierto punto el malestar colectivo. A su llegada se le rindió un homenaje y como contrapartida promulgó dos decretos de gran importancia. Uno de ellos fue el relacionado con la reforma de la Universidad de Caracas y la reglamentación de la Hacienda Pública. No obstante, el estatus político que se había establecido con la creación de la República de Colombia se hizo insostenible.

     Por otra parte, Polanco Alcántara reseñó, a partir de lo esbozado por José Antonio Calcaño, algunos pormenores relacionados con la actividad musical desplegada en la ciudad. Destacó actuaciones musicales protagonizadas por artistas italianos, que en 1822 ofrecieron conciertos con fragmentos de ópera y también la presentación de obras de Moratín y Martínez de La Rosa. Fue una época cuando surgieron nuevos compositores entre quienes se encontraban José María Montero, José Lorenzo Montero, Juan Bautista Carreño y Juan de La Cruz Carreño. Se tiene como evidencia montajes teatrales en Caracas, donde hubo censores de espectáculos como el señor José Luís Ramos a quien sucedieron el escritor e impresor Domingo Navas Spínola y José Núñez de Cáceres.

     Para este tiempo existía el teatro de Ambrosio Cardozo entre las esquinas de Chorro y Coliseo para cuya administración, Cardozo en asociación con el coronel José María Ponce, habían obtenido el permiso de funcionamiento por parte de Bolívar. De acuerdo con información obtenida de Anuario de la Provincia de Caracas, indicó que en la comarca había un total de ocho escuelas en la que participaban 504 estudiantes. 

     Mientras en el Colegio Seminario cursaban estudios 23 colegiales y en la Universidad de Caracas lo hacía 374 participantes distribuidos en 17 cátedras. La universidad funcionaba con una renta anual de 18.000 pesos. Gracias a la reforma estatuida por Bolívar, sus cuatro facultades: filosofía, teología, jurisprudencia y medicina fueron impulsadas con transformaciones curriculares y administrativas. En el libro Historia de la Universidad Central de Venezuela su autor, Ildefonso Leal, examinó los cambios operados en esta institución de Educación Superior. En esta época se le otorgó el privilegio de la autonomía universitaria, además se eliminaron los criterios discriminatorios basados en la raza para el ingreso en ella y la “posibilidad de que fuere elegido rector quien ostentara el título de doctor otorgado por la facultad de medicina”. Los que ocuparon el cargo de rector en este período fueron: Miguel Castro y Marrón (1821-1823), Felipe Fermín Paúl (1823-1825), José Cecilio Ávila (1825-1827), José María Vargas (1827-1829) y José Nicolás Díaz (1829-1832). Se debe agregar que la facultad de mayor dinamismo y actualidad era la de ciencias médicas y naturales.

     Polanco Alcántara destacó que en unas condiciones como las que se experimentó en este período de parálisis urbana, de trastorno económico, penuria poblacional y de actividad docente esmirriada, pudo haber existido y haberse mantenido un periódico llamado El Observador Caraqueño, de muy buena calidad y cuyos 65 números se dieron a conocer entre el primero de enero de 1824 hasta el 24 de marzo de 1825. Este mismo historiador lo describió como un impreso de cuatro páginas, publicados todos en la imprenta de Valentín Espinal, ubicada en el número 146 de la calle La Paz. Entre los propósitos de este impreso estuvo la reclamación por el cumplimiento de las leyes, proponer las mejoras correspondientes al mundo de la jurisprudencia, defender los derechos contemplados en las leyes y la difusión o conocimiento de las leyes por parte de la población lectora.

     Este historiador venezolano denotó que El Observador Caraqueño fue un rotativo que, durante su corta existencia, formó un cuerpo doctrinario de teoría política. Igualmente, demostró la “erudición de sus autores y su sagacidad e interés en formar opinión sensata e ilustrada”. Polanco Alcántara estampó que esta disposición se podía corroborar al revisar sus numerosos artículos y los comentarios extendidos acerca de la Independencia, en conjunto con la legislación establecida y la interpretación de las leyes. Los editores de este órgano periodístico fueron Francisco Javier Yánez y Cristóbal Mendoza.

     Es importante rememorar lo que Polanco Alcántara señaló acerca de los contenidos de este impreso y que para quien lo redactado en él se mostró de modo cauteloso. Por eso advirtió que el periódico “muestra, en una forma muy cuidadosa y que posiblemente estaba destinada a sólo advertir a tiempo esas circunstancias que no podrían tolerarse ni las arbitrariedades de las autoridades militares, ni los abusos de los cuerpos políticos de Bogotá”.

     Señaló, de igual manera, que a pesar de la advertencia original respecto a que el periódico tendría el propósito indicado con anterioridad, en sus páginas se dieron cita otras informaciones como la de la venta de casas y “una curiosa oferta, hecha en dos oportunidades por Gregorio Azcune, calle el Sol número 186, de dar nociones de electricidad médica para la salud del género humano”.

     En términos generales, lo señalado líneas antes puede ser considerado como el ambiente corriente que estuvo presente en Caracas en los tiempos cuando existió la República de Colombia, el cual ayuda a comprender, en parte, el movimiento político denominado La Cosiata, al que la historia patria y nacionalista vincula con la oligarquía caraqueña y su malquerencia hacia la figura del Libertador. Sin embargo, es necesario estudiar las condiciones sociales, económicas y políticas presentes en esta época para atribuir responsabilidades en lo que respecta al desmembramiento de la República de Colombia. Es indispensable, por tanto, recurrir a testimonios de este momento de la historia para un acercamiento distinto al que la historia patria y nacionalista ha difundido.

Caracas 1830-1870

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Caracas 1830-1870

Entre 1830 y 1870, el general José Antonio Páez gobernó a Venezuela durante 13 años, 1830-1834, 1839-1943 y 1861-1863

     Para 1830, Caracas había sido escenario de conflictos bélicos que se desarrollaron con las intenciones de un grupo a favor de la ruptura colonial, frente a quienes defendieron la causa del rey o monarquía española. También la de haber pasado a ocupar un lugar secundario con el establecimiento de la República de Colombia (1821-1830). Ya para 1830 se requirió establecer una capital para la República de Venezuela, luego de la separación de Nueva Granada. En las sesiones del Congreso Constituyente, a inicios del año de 1830, se discutió este asunto. En los debates desarrollados en ellas la decisión osciló entre dos alternativas para su establecimiento, Valencia o Caracas. Aquel Congreso dio inicio a sus sesiones un 6 de mayo de 1830 en la ciudad de Valencia, capital provisional de Venezuela durante la realización del Congreso. Contó con la asistencia de 33 diputados de los 48 que se habían elegido en representación de las provincias de Cumaná, Barcelona, Margarita, Caracas, Carabobo, Coro, Mérida, Barinas, Apure y Guayana. Tuvo como propósito decidir respecto a los pasos que deberían seguirse por parte del Departamento de Venezuela en vista del creciente y continuo distanciamiento con el Gobierno Central de la República de Colombia, localizado en la ciudad de Bogotá.

     Este Congreso se caracterizó por una disposición contraria a los objetivos de Simón Bolívar y la creación de un gran estado al norte de Suramérica. Se había elegido la ciudad de Valencia, donde estaba radicado José Antonio Páez, quien fungía como jefe civil y militar del Departamento de Venezuela, y por haber sido el punto de origen del movimiento separatista conocido bajo la denominación La Cosiata, que ocurrió entre 1826 y 1829. El descontento existente llevó, al momento de proponerse un pacto con el Gobierno de la República de Colombia, a que la presencia de Bolívar en territorio colombiano se puso en duda porque se adjudicaba a su mando los males por los que atravesaba Venezuela.

     El 14 de octubre de 1830, fecha de cierre del Congreso, se tomó la decisión de separarse de la República de Colombia. A partir de este instante surgió el denominado Estado de Venezuela, cuyas bases políticas y legales que fundamentaron el nacimiento de dicha república, como nación independiente, se hallaban contenidas en la Constitución de 1830, elaborada por este congreso convocado por el general José Antonio Páez con el fin de legitimar la separación de Venezuela de la República de Colombia, y con el que finalizó uno de los objetivos del plan de Bolívar.

     Al año siguiente, cuando se regularizó la organización constitucional de Venezuela, en otro decreto fechado el 30 de mayo de 1831, se estableció como capital definitiva de la república a la ciudad de Caracas. En consecuencia, se procedió a ordenar el traslado de los representantes gubernamentales a esta ciudad, así como preparar toda la infraestructura donde deberían funcionar los poderes públicos. Dicho cambio se llevó a cabo el día 3 de julio de 1830.

Antes de 1863, la ciudad estaba enmarcada entre los ríos Guaire, Anauco, Catuche y Caroata

     Los estudios realizados acerca de este período señalan que la necesidad de establecer a Caracas como ciudad capital fue esgrimida con argumentos desarrollados por Ángel Quintero y con el apoyo del vicepresidente de la República, Diego Bautista Urbaneja. Quien representó a los que proponían como capital a Valencia fue Miguel Peña. El historiador venezolano Tomás Polanco Alcántara señaló, en atingencia con este asunto, que la edad avanzada y el retiro, de Miguel Peña, a los Estados Unidos de Norteamérica influyeron para que las propuestas de Quintero calaran y llegar a convencer a José Antonio Páez acerca de la conveniencia de Caracas como capital de la república de Venezuela.

     En el libro Historia de Caracas, redactado por Polanco Alcántara, éste señaló que bien podía considerarse que, el tiempo transcurrido a partir de la decisión del Congreso en fecha 30 de mayo de 1831 hasta el Tratado de Coche, correspondiente al 24 de abril de 1863, se puede considerar un período, cercano a los treinta años, en cuanto a que la ciudad como tal fue bastante uniforme, si bien escenario de cambios políticos, sus características urbanas no fueron objeto de grandes transformaciones.

     Respecto a la ciudad y sus características, fue presentada una suerte de informe por los representantes del Colegio de Ingenieros, en la figura de quien lo presidía para 1869 Juan José Mendoza. Informe el cual había sido elaborado de acuerdo con el censo levantado este preciso año. 

     Lo que sigue está sustentado en una sinopsis presentada por Polanco Alcántara al comparar lo delineado por Mendoza y cotejado con lo que se puede leer en Anuario de la Provincia de Caracas, correspondiente al año de 1834.

     El censo levantado en Caracas durante el año de 1869 determinó la población de Caracas en 47.597 habitantes que contrasta con la cifra de 29.486 personas, según un censo de 1825. Por lo que se aprecia, Caracas fue una ciudad que en cuarenta y cuatro años no pudo duplicar su población. Las causas de tal situación fueron atribuidas, por parte de los integrantes del Colegio de Ingenieros y de su directiva, a la presencia de numerosas enfermedades endémicas y por las epidemias que solían presentarse con cierta frecuencia, también por la alta tasa de mortalidad infantil y, en especial, por los conflictos armados que habían azotado a la Republica y cuyas repercusiones se experimentaron en Caracas.

     Algunos viajeros, visitantes o representantes de gobiernos extranjeros en Venezuela como el caso de Karl Ferdinand Appun y, especialmente, el representante del gobierno brasileño, el Consejero Lisboa, destacaron la escasa transformación de la ciudad desde los tiempos de la Independencia hasta mediados del ochocientos. El diplomático brasileño, dueño de una fina pluma y con rigor metódico en sus narraciones ofreció una interesante descripción de la Caracas que observó en este período. Llegó a lamentar que todavía para 1852 se veían las ruinas que había dejado el sismo de 1812. También, sin ser el único porque hicieron lo propio Paul Rosti, Anton Goering y William Duane, entre otros, describió el deplorable estado de las calles, con aceras a nivel de las vías, la insalubridad, la falta de higiene entre muchos de los pobladores de la ciudad, la casi inexistente existencia de transportes, la escasa cantidad de edificaciones públicas, la desordenada distribución de lugares comerciales como la de un mercado ubicado en la Plaza Mayor, la falta de lugares de esparcimiento, el aspecto triste de las edificaciones, la lenta reconstrucción de los centros de devoción arruinados con el terremoto, la inexistencia de teatros y la insuficiencia de puentes para pasar de un lugar a otro en la ciudad.

     Polanco Alcántara comparó dos planos que se habían elaborado, uno, para 1843, otro, en 1862. A partir de su cotejo llegó a concluir que la ciudad, para esa época, no había sido objeto de mayores cambios o transformaciones estructurales y de ornato. Antes de 1863, la ciudad estaba “encerrada entre el Guaire, el Anauco y el conjunto formado por el Catuche y el Caroata”. Sus dameros estaban constituidos por 140 esquinas, distribuidas en 16 calles de norte a sur y de este a oeste. Como ejemplo se puede citar el que la ciudad para 1852 contaba con dos puentes más que en 1843, cuyos puntos de referencia seguían siendo los mismos: el Palacio Arzobispal, el Palacio de Gobierno, la Universidad, las iglesias, cementerios y conventos.

     Una de las figuras destacadas de este período fue José María Vargas (1786-1854) quien estuvo al frente de la Dirección General de Instrucción Pública, entre los años de 1838 y 1851.

     Vargas preconizó la idea según la cual todo debía esperarse de un pueblo educado, a la vez que criticó al gobierno liberal por no prestar la debida atención a la instrucción del pueblo. En un informe preparado en 1847 se informó que, de las 96 parroquias de la Provincia, 51 no contaban con escuelas públicas. Para ese año había 2.792 alumnos de instrucción primaria en toda la Provincia, distribuidos así: 1.609 alumnos en escuelas públicas, el resto, 1.153 en escuelas privadas. Mientras que en la Universidad de Caracas cursaban carreras universitaria 520 aspirantes a títulos académicos.

     Se sabe la preocupación que mostró Vargas por el descuido existente frente a la instrucción pública, por parte de quienes tenían en sus manos las riendas del Estado. El período al que se hace referencia tuvo como características problemas existentes debido a la falta de maestros, la carencia de locales adecuados para la enseñanza, la escasez de libros, la inexistencia de materiales idóneos para desarrollar el proceso de enseñanza – aprendizaje, así como un carente presupuesto para satisfacer un funcionamiento mínimo de las escuelas de Caracas y del país en general. 

En 1852 todavía se veían en Caracas las ruinas dejadas por el terremoto de 1812

     Ha llamado la atención de estudiosos de la historia de Venezuela que para esta época hubiese una inclinación hacia la música y su aprendizaje. De hecho, entre otras cuestiones difundidas por los viajeros estaba la destreza que mostraban algunos pobladores por la interpretación musical y la ejecución de melodías en el piano. Por lo general, eran jovencitas que habían sido entrenadas en su ejecución. Para este tiempo, se fundó y organizó una Sociedad Filarmónica impulsada por Atanasio Bello (1800-1876) quien en vida ejecutaba el violín y había participado como soldado en batallas a favor de los republicanos. Uno de los propósitos de esta Sociedad fue la de impulsar la educación musical en la Provincia.

     Las actividades culturales fueron escasas durante este período. Quizás las más generalizadas fueron las correspondientes al teatro. Para el año de 1834 habían alcanzado territorio caraqueño algunos artistas de origen español, aunque sin mayores reconocimientos en una sociedad que poco conocía de estos asuntos. Se recuerda que en esta época se presentó la ópera El Barbero de Sevilla en el año de 1836. 

     La Sociedad Filarmónica presentaba algunos esporádicos conciertos en la Provincia. Hubo la intención de generalizar actividades teatrales en Caracas. En efecto, en la década del cincuenta se instaló el Teatro de Caracas, entre las esquinas de Veroes y las Ibarras, cuya inauguración fue el 22 de octubre de 1854 con el montaje de la ópera Ernani de Giuseppe Verdi.

     Hubo la publicación de obras impresas y que dieron a conocer recopilaciones de leyes, periódicos y revistas y que dan cuenta de una demanda por parte de una élite instruida, aunque limitada a sectores puntuales de la población. La mayoría de los libros impresos que llegaban a territorio venezolano provenían de España. Por otro lado, el trabajo con la imprenta tuvo un representante señero en la figura de Valentín Espinal quien, por casi cincuenta años, imprimió diversos escritos desde Caracas. Hubo otros impresores como Tomás Antero, Domingo Navas Spínola y Antonio Damirón.

     Otro aspecto que llama mucho la atención de quienes han estudiado este período de la historia, es la existencia de un importante número de personas dedicadas a la música. Muchos llegaron a ocupar cargos públicos de relevancia con lo que se dio impulso a la interpretación musical. Pero, estuvo restringido a un segmento de la sociedad, porque una formación académica extendida para toda la población no estuvo presente. De igual manera, sucedió con la impresión de libros, folletos y periódicos cuya demanda estuvo acotada entre elites citadinas y no para todos los integrantes de la sociedad. 

     Uno de los acontecimientos cuya repercusión fue nacional, aunque suscitado en Caracas, para el 24 de enero de 1848, cuando hordas militaristas y afines a los Monagas invadieron el Congreso de la República. En la segunda mitad del siglo XIX, Caracas comenzó a experimentar cambios a la luz de los procesos modernizadores propiciados por Antonio Guzmán Blanco. 

     Durante este período se abren nuevos espacios públicos y se presenta una nueva ornamentación de la ciudad capital.

Evolución de la demografía en Venezuela

Evolución de la demografía en Venezuela

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Evolución de la demografía en Venezuela

     En un interesante libro publicado por la Fundación Bigott, en el año 2003, que lleva por título Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad urbana (Caracas 1870-1980), se ofrece un interesante panorama de los cambios y transformaciones de Venezuela desde un momento histórico, denominado por los historiadores proceso de modernización. Lo interesante de lo expuesto en esta obra es cómo varios de los cambios alrededor de la familia, el entretenimiento, la sexualidad, el ocio y las relaciones laborales, entre otros sirven de base para mostrar cómo una nueva sensibilidad se fue desplegando en conjunto con tendencias ideológicas, sociales y políticas. Rafael Cartay (Barinas, 1941) fue quien estructuró una obra de gran utilidad y con la que es posible una aproximación a la historia del país a partir de una perspectiva distinta a la usual y privilegiada por los historiadores como ha sido la historia política.

      En esta ocasión voy a hacer referencia a lo que Cartay expuso como comportamiento demográfico de los venezolanos. Para alcanzar sus inferencias hizo uso de fuentes diversas existentes en el país. Según este destacado historiador, el comportamiento demográfico en Venezuela, durante los dos últimos siglos son los siguientes:

 

  1. Elevado y persistente crecimiento de la tasa de natalidad, aunque a partir de la década de 1960 disminuyó su impulso.
  2. Importante reducción de la tasa de fecundidad desde la década de 1960.
  3. Constante reducción de la tasa de mortalidad, desde 1941.
  4. Aumento del promedio de esperanza de vida, desde la década de 1940.
  5. Baja tasa inmigratoria, con aumento desde la década de 1950.
  6. Desde la década de 1930 la población del país ha aumentado.
  7. El promedio de edad de la población es de predominancia juvenil.
  8. Fuerte movimiento poblacional hacia las ciudades del centro de Venezuela.
  9. Población concentrada en la franja costera – montañosa del norte del país.
  10. Concentración poblacional en las grandes capitales.

     Las cifras mostradas por Cartay llevan a considerar que la tasa de natalidad se ha caracterizado al mostrar una tendencia hacia el crecimiento, entre 1891 y 1961, con períodos de decrecimiento como lo fue por la propagación del paludismo, y con tendencias al crecimiento gracias a las políticas epidemiológicas y de higiene personal. Llama la atención que la tasa de natalidad se redujo debido a la tasa de fecundidad. Esta pauta pasó de 6,6 hijos por mujer, hacia 1961, a 3,6 para mediados de la década de 1980. Esta disminución se debió, de igual modo, a la agregación de las mujeres a un mercado de trabajo más amplio y a su incorporación al sistema de educación, así como al costo de las viviendas, el precio de los alimentos y los costos de manutención familiar.

     El mismo autor dejó asentado que la tasa de mortalidad ha sufrido modificaciones desde finales de 1800. Un primer período que arranca desde 1887 hasta 1924, cuya tasa fue de 22 por cada cien. Un segundo periodo que inicia hacia 1925, cuando la tasa muestra una disminución, en especial para 1941. Según este historiador venezolano, la disminución de la tasa de mortalidad tuvo su razón de ser en la formación de un conjunto de profesionales de la medicina, quienes adquirieron sus conocimientos en los Estados Unidos de Norteamérica, a partir de 1925, la creación de la Oficina Nacional de Salud y a un convenio firmado con la Fundación Rockefeller, “interesada en ayudar a sus compañías en la explotación del petróleo venezolano, en la década de 1920 que permitió el combate del paludismo y la anquilostomiasis”. Gracias a estas prácticas bajó la

     incidencia de la malaria y del tétano infantil, que era la principal causa de muerte entre los recién nacidos.

     La esperanza de vida de los venezolanos también mostró efectos positivos. Si para 1880 el promedio alcanzaba los 29,34 años para 1903 se había calculado en 24,58 años. El cambio se presentó luego del año de 1931. Entre este año y 1961 pasó de 32,45 años a los 61,37 años y logró alcanzar para los años de 1990 a 71,1 años.

     De acuerdo con lo examinado por Cartay, estos cambios demográficos no se debieron a la inmigración, al contrario de lo sucedido en países como Brasil, Uruguay y Argentina. La incidencia de la inmigración en la estructura poblacional del país se presentó luego de 1944. En más de un siglo, entre 1830 y 1932, habían ingresado al país sólo 63.420 inmigrantes. Pero, para 1961 inmigrantes italianos, españoles y portugueses habían superado la cantidad de los 500 mil. Para la década de 1970 los inmigrantes que se sembraron en Venezuela provenían del Cono Sur, Perú, Colombia, Ecuador y República Dominicana. De mayor importancia ha sido la emigración interna o migración campo ciudad que se convirtió en algo usual luego de 1916 y como corolario de las actividades que se desarrollaron con la explotación del petróleo.

     Es de destacar que, de acuerdo con la información proporcionada por este historiador venezolano, Venezuela se muestra diferente en lo que respecta a su desarrollo demográfico frente a otros países del orbe. La suma de estos elementos, tal como lo puso de relieve Cartay, sin incluir la migración interna, la población de Venezuela ha tenido un crecimiento considerable. El momento más destacado, en este sentido, fue en la década de 1950 cuando la población creció a un ritmo de 4% y que se duplicara entre este año y 1971, y de triplicarse entre 1950 y 1981. Cartay anotó que históricamente no había sido así. Entre 1900 y 1920 el crecimiento demográfico fue muy lento, casi nulo, “porque la elevada tasa de natalidad fue compensada por una alta tasa de mortalidad, pero luego la tasa de mortalidad comienza a descender, al principio suavemente, mientras se mantenía alta la tasa de natalidad”. Dentro de esta dinámica, la población se ha caracterizado por mostrar una media mayoritaria de integrantes jóvenes. Durante 1950 un 42 por ciento de la población estaba constituida por menores de los catorce años de edad, proporción que se mantuvo hasta los años de 1990 cuando representaba a un 37 por ciento del total poblacional.

     Cartay puso de relieve otra característica de la población del país. Su distribución a lo largo y ancho del territorio no parece haber variado durante siglos. Ha mostrado una tendencia a concentrarse en la franja costera montañosa de la parte norte. Dos variables han marcado esta tendencia. Una, la migración interna. Otra, por la acción del Estado y su política de gasto público que ha privilegiado a las grandes capitales estatales. Rememora que los censos nacionales revelan esta situación. Desde el primero realizado en 1873 ponen en evidencia lo destacado por él. En efecto, un 61 por ciento de los habitantes del territorio vivía en una reducida porción de Venezuela, representada en un 20 por ciento, con la tendencia hacia un aumento con el paso de los años. Esto se puede constatar con el censo realizado en 1991 con el que se mostró que el 40 por ciento de la población ocupaba un rectángulo territorial cercano a los 21 mil kilómetros cuadrados, lo que significa un 2,3 por ciento del total territorial. “De ese 40 por ciento, el 22 por ciento correspondía a la subregión capital, con apenas el 1 por ciento del territorio nacional”.

     Para mostrar un crecimiento contundente de la población recordó que para 1920 no había ninguna ciudad de Venezuela con un número mayor a los 100 mil habitantes, quizás sólo Caracas llegaba o superaba ese número. Cartay caracteriza a este fenómeno como acelerado y desordenado, que pasó del 29 por ciento en 1936 al 84 por ciento en 1990. Las consecuencias de tal magnitud de cambios se muestran en la precariedad de los servicios públicos y el servicio que deben cumplir, tal como ha venido sucediendo en el ámbito educativo y en el de salud.

     Citó el caso de Educación que, de acuerdo con las cifras tomadas de fuentes distintas, mostró un crecimiento en el número de docentes, entre 1961 y 1982, mayor a cuatro veces, mientras la matrícula estudiantil, en todos los niveles, en más de tres veces. En lo atinente a la educación superior, la tasa de escolaridad fue del 1 por ciento para 1960 y 21 por ciento para la década de 1980, “el número de docentes se incrementó en 9 veces y la matrícula universitaria en 13 veces”.

     En términos generales, indicó el autor, lo que ocurrió en Venezuela debe ser analizado poniendo como ejemplo a lo acontecido en el Área Metropolitana de Caracas, constituida por los municipios Libertador, que sigue siendo el más poblado, junto con los municipios de Baruta, Chacao, El Hatillo y Sucre. Según sus cálculos, la población pasó de 704.567 habitantes en 1950 a 1.360.019 pobladores para 1961. Para el año de 1971 superó los dos millones y llegó a la cercana cifra de tres millones en 1990. “Una población que apenas equivalía al 3,9 por ciento de la población total del país en 1873, pasó a representar el 9,20 por ciento en 1941, el 17,76 por ciento en 1961 y el 20,4 por ciento en 1971”.

     El estudio proporcionado en este texto obliga a comparar la Venezuela del siglo XIX con la que se extendió durante la centuria del XX. Este requerimiento permitiría una aproximación a una serie de cambios que dieron al país una fisonomía que se estructuró en un tiempo relativamente corto. De igual manera, permitiría colocar en su lugar al papel que cumplió la industria petrolera en la transformación del país. Permitiría, de igual manera, explicar la estabilidad alcanzada durante una porción del siglo XX de un sistema político basado en acuerdos y la representación de la soberanía, uno de los propósitos del liberalismo decimonónico.

     Por otro lado, las líneas hasta acá esbozadas servirían de base para mostrar cómo la historia no supone un ascenso constante. Si se estudia con algo de detenimiento la historia de Venezuela, como comunidad nacional que se comenzó a estructurar durante el siglo XIX, se constataría la gran cantidad de problemas no resueltos al interior de la sociedad. Toda esta centuria estuvo caracterizada por llamados al despliegue educativo en aras de instruir habilidades y destrezas de los habitantes de esta porción territorial. Pero, quizás, uno de los grandes bemoles para alcanzar el anhelado progreso en el 1800 y el desarrollo autónomo en el 1900 no estuvo centrado sólo en el plano educativo.

     Los estudios demográficos no sólo muestran un crecimiento vegetativo, también sirven de base para el estudio de elementos culturales que se presentan en conjunto con migraciones internas y de las que provienen fuera del territorio nacional. Por lo general, se suele olvidar que al lado de números que ofrecen la oportunidad de explicar cambios, también dan cuenta de factores que pudieran propiciar, ralentizar o impedir cambios en la estructura social, de la que la demografía es indispensable.

Trompeta de Louis Armstrong superó el racismo en Caracas

Trompeta de Louis Armstrong superó el racismo en Caracas

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Trompeta de Louis Armstrong superó el racismo en Caracas

Louis Armstrong se molestó por la poca asistencia de público a sus presentaciones en el Nuevo Circo de Caracas

     Louis Armstrong, virtuoso trompetista y cantante, considerado como una de las personalidades más carismáticas y de mayor creatividad en la historia del jazz, estuvo en Venezuela con su banda All-Stars a finales del año 1957, como parte de una gira de buena voluntad por varias capitales suramericanas.

     Por 140 mil bolívares (casi $42 mil dólares al cambio de la época de Bs. 3.35 por la divisa estadounidense) el empresario Roberto Allaz adquirió cinco fechas del tour del afamado músico nativo de New Orleans, según información aparecida en el diario Últimas Noticias el 17 de noviembre de 1957.

     La nota indicaba que se presentaría en el Teatro Municipal de Caracas, que el mencionado empresario estaba haciendo gestiones para que ofreciera una velada en la ciudad de Maracaibo y que una de las actuaciones en Caracas sería a beneficio de la Sociedad de Damas Bolivarianas.

     Armstrong, acompañado de su esposa Lucille y un trabuco siete de músicos llegaron a Maiquetía la mañana del viernes 29 de noviembre de 1957 con un voluminoso equipaje de 52 valijas. Unas tres mil personas se dieron cita en el aeropuerto para darle una cálida bienvenida a Venezuela.

Discriminación en el Tamanaco

En principio, el empresario contratante, contempló que Armstrong y su equipo se alojarían en el confortable Hotel Tamanaco de Las Mercedes. Pero los planes se trastocaron cuando los empleados estadounidenses del moderno hospedaje capitalino, en una actitud de discriminación racial, muy en boga por esos días en la nación norteña, manifestaron que no tenían habitaciones disponibles en ese momento, a pesar de que se habían hecho las reservaciones pertinentes, por lo que el estelar intérprete y su banda se vieron obligados a procurar alojamiento en otro lugar.

El célebre trompetista fue víctima de discriminación racial en el Hotel Tamanaco de Caracas

Rumbo al Waldorf

     Dieron media vuelta y partieron con su voluminoso equipaje hacia el centro de Caracas, donde fueron hospedados, con atención de primera categoría, en el Hotel Waldorf, situado entre las esquinas de Campo Elías a Puente Anauco, en la urbanización La Candelaria.

     Ese mismo día, pese al ajetreo de la llegada y el triste episodio que se experimentó en el Hotel del este caraqueño, Armstrong atendió a los representantes de los medios de comunicación.

     María Elena Páez, en crónica de Últimas Noticias, indicó que el artista, con un pañuelo en una mano y una pequeña cajita de crema en la otra, apareció ante los reporteros y se sentó pacientemente, dispuesto a satisfacer todas las curiosidades periodísticas, incluso las de su vida privada. Antes pidió que se le sirviera una copa de brandy con Benedictine, su bebida favorita.

     Mientras era acorralado por los reporteros, él, tranquilamente, guardó su pañuelo, abrió la caja de crema y procedió a darse una especie de masaje en los labios en los que se marca, claramente, la forma de la boquilla de la trompeta, después de 50 años de uso consecutivo.

     Una versión errada se mantiene en diferentes publicaciones y en redes sociales, la cual señala que Armstrong se alojó en el Hotel El Conde en una posterior actuación en Caracas. Pero no es cierto, jamás hizo una segunda visita a nuestro país.

Promovía la integración racial

     Antes de iniciar la conversación con los reporteros en un salón del hotel Waldorf, Armstrong aclaró que no quería referirse a la amarga experiencia vivida en el Tamanaco.

     Desde mediados de los años cincuenta, en plena efervescencia de la lucha por la integración racial en Estados Unidos, Armstrong asumió el papel de símbolo de la resistencia contra la segregación.

     Precisamente, en septiembre de 1957, tres meses antes de su llegada a Caracas, se negó a concretar una visita de buena voluntad a Rusia, promovida por el departamento de Estado, mientras no se resolviera un conflicto con estudiantes de color a los que le negaron la matriculación en una escuela secundaria en Arkansas.

     “¿Qué se supone que voy a decirle a los rusos cuando me pregunten por lo malo que está ocurriendo aquí?”, se preguntó Armstrong en una entrevista que le dio al reportero Larry Lubenow en un hotel de Dakota, para justificar su negativa a no viajar a territorio ruso, en plena época de la denominada Guerra Fría. En esa entrevista también criticó la falta de coraje del presidente Dwight Eisenhower por no emplear mano dura contra quienes se oponían a la integración racial en el conflicto racial de Arkansas.

     Algunas figuras artísticas de color como Sammy Davis Jr. criticaron la posición de Armstrong, mientras que otras personalidades que se identificaban con la lucha por los derechos civiles de los negros, como Jackie Robinson, Sugar Ray Robinson, Lena Horne, Eartha Kitt y Marian Anderson, lo apoyaron.

 La cita caraqueña

     Louis Armstrong y su banda Todos-Estrellas actuaron en varios escenarios caraqueños. El 29 de noviembre ofrecieron la primera presentación en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, luego el 1 y 2 de diciembre estuvieron en la Concha Acústica de Bello Monte, moderno recinto que había sido inaugurado a mediados de marzo de 1954. Luego se presentaron en el Hotel Ávila, en un programa de televisión de la planta Televisa, animado por Alberto Castillo Álvarez (el Inspector Nick) y finalmente hicieron dos audiencias en el Nuevo Circo, a precios populares, que no atrajeron mayor cantidad de público (se habló de menos de 100 personas) que provocaron tal molestia en el artista, quien prometió no volver más a Venezuela. 

La prensa de la época se hizo eco de la discriminación que fue objeto Louis Armstrong al llegar a Caracas

     No entendió que para el momento no existía en el país cultura por ese ritmo musical. A mediados de los años sesenta, Renny Ottolina trató de contratarlo para una de sus famosos magazines de la TV venezolana y Armstrong respondió que cumpliría su promesa de no volver a nuestro país.

     Cuando Louis Armstrong vino a Venezuela contaba 57 años de edad. Había nacido en New Orleans, Louisiana el 4 de agosto de 1900.

     A lo largo de su prolífica carrera apareció en más de cincuenta películas y grabó más de cincuenta discos. Uno de los temas que grabó que logró alcanzar mayor popularidad fue “What a Wonderful World”, el cual fue utilizado en 1987 en la película “Good Morning Vietnam”
Armstrong falleció a los 70 años, en Nueva York, el 6 de julio de 1971.

Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

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Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

¿Cómo era la ciudad de Caracas de hace casi 130 años?

     El bibliotecario de la Academia Nacional de la Historia, Erasmo Colina, en un interesante artículo publicado en la edición del 15 de julio de 1966, en el diario El Universal, el cual tituló: Aspectos de la Vida Caraqueña 1893-1894, presenta un amplio panorama de la dinámica de la capital venezolana a finales del siglo XIX.

     Colina hace un recorrido, más bien, suerte de inventario, por los nombres de las diferentes autoridades, las empresas de alumbrado y teléfonos que prestaban servicios, el transporte, el telégrafo y sus tarifas, los medios de comunicación impresos, los clubes y lugares de diversión, la red bancaria y precisa, entre otras cosas, que la matrícula de la Universidad de Caracas era de poco más de 400 estudiantes.

     Disfrutemos pues de la pormenorizada descripción

     “Jefe del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos de Venezuela, era el General Joaquín Crespo. El Secretario general, Dr. José R. Núñez; Secretarios: Doctores: Alirio Díaz Guerra, Luis F. Castillo y Augusto L. Figueredo. Traductor: Jorge L. Hartmann. Primer Telegrafista, Coronel Pedro María Sucre. 2do Señorita María Carbonell.

      El Cuartel de la Policía estaba ubicado al sur de la Plaza Bolívar. El Arzobispo de Caracas y Venezuela era el Ilustrísimo y Revmo. Sr. Dr. Críspulo Uzcátegui. Secretario de  Cámara del Arzobispado, Pbro. Dr. Gil Martínez. Provisor y Vicario General y Gobernador del Arzobispado, Dean Pro. Dr. Manuel Antonio Briceño. Teniente Provisor, Pro. Dr. Luis Felipe Esteves. Notario de la Curia Eclesiástica, Dr. Francisco Izquierdo Martí.

     Caracas tenía la llamada Empresa de Alumbrado Eléctrico, siendo sus contratistas y empresarios: G. Palacios. La oficina de elaboración estaba en S. 6, al Este del Mercado de San Pablo.

     Había para los años 1893-1894 y siguientes, servicio de ambulancias o sea camillas ad hoc para la traslación inmediata de heridos o enfermos y a disposición de quien desgraciadamente las necesitara, en los lugares siguientes: Sacristía de las Iglesias de Catedral, Santa Teresa, Santa Rosalía, Candelaria, San Juan, Altagracia, La Pastora, San José y Las Mercedes; Asilo de Huérfanos, Aserradero de Ramella y Panadería de Las Gradillas, Ferrenquín, Miranda y la de Zamuro.

     Las calles de Caracas eran transitadas por coches. Los de alquiler, tenían estaciones: de lujo — Boulevard Oeste del Capitolio, de número —Boulevard Este del Capitolio.

     Los coches de plaza estaban libres de patente, y sometidos a la siguiente tarifa: Por cada carrera de la estación o de sus inmediaciones, a cualquier punto de la ciudad, Bs. 1,50. Por cada hora dentro de la ciudad, Bs. 4. Por cada hora fuera de la ciudad, Bs. 5. El recorrido de coches era de 6 de la mañana hasta 10 de la noche. De las 12 en adelante el valor del pasaje era de Bs. 8.

     El Gobernador del D. F. era el doctor Juan Francisco Castillo; Secretario, Emilio Conde; Jefe de la Sección Política, Dr. Rafael Salazar Yanes; de la Sección Administrativa, Agustín García Pompa; de la Sección de Obras Públicas, José Cairós y M. 1er Oficial, Juan Pablo Penzo, 2do id., Juan Bautista Silguero hijo, Achivero General, y Encargado de la Estadística, el Coronel Santiago Carías. Portero, Ramón Ávila.

     Tenía Caracas agencias funerarias: entre Gradillas a San Francisco, Gran Agencia Funeraria; Torre a Veroes, La Nacional; Esquina de Veroes, La Equitativa.

     Estaba encargada del movimiento de vapores y noticias universales la Agencia Pumar. Estaba ubicada entre Principal y Santa Capilla, era su director Carlos Pumar. Existían además Agencias de Mercancías secas; de negocios de seguros, de Repartos (fundada en 1887); de Vapores, y diversas. Había en Caracas, las siguientes fábricas de cigarrillos: “La Legalidad”, “La Libertad”, “El Modelo”, “Chitón”, “Resurrexit”, “Flor de Cuba”, “La Cubana”, “La Fragancia”, “La América”, “La Africana”, “El Cojo”, “La Corona” y “El Espartano”.

     Diversiones: el Circo de Toros, ubicado en Oeste 12, N°5. Maderero a Puente Nuevo. Su Gerente: Heraclio de la Guardia. Circo de caballitos “Venezuela”, situado entre Reducto a Glorieta, propietarios: Benítez Hno., Alfredo Dupouy, Luis González y Guinand Fréres. Allí acudía la chiquillería de entonces, acompañada de sus padres o representantes. Al dirigirse a él, saludaban cortésmente a los transeúntes, y daban la acera a los ancianos y les tendían la mano en caso de haber algún estorbo o hueco en la vía. Lo mismo hacían cada vez que iban al Templo, al Colegio o a su hogar.

     En Caracas de fines del siglo pasado, según vemos en un Anuario de la época, existían los siguientes Clubs: América, Esq. de La Torre; Alemán, Camejo a Pajaritos; Bolívar, Padre Sierra a La Bolsa; Fénix, igual dirección; Unión, Santa Capilla a Mijares; Jockey, Carmelitas a Llaguno; Venezuela, Principal a Conde.

     La Prensa y Boletines en Caracas: Los periódicos que se publicaban para ese tiempo: El Anunciador Filatélico, el Boletín de la Agencia Pumar, el Boletín del Banco Monte Piedad, el Boletín del Ministerio de Obras Públicas, Boletín de la Riqueza Pública, Ciencias y Letras, El Cojo Ilustrado, La Clínica de los Niños Pobres, el Correo de Caracas. El Correo de los Estados, El Cosmopolita, El Deber, La Defensa, El Diario de Avisos, La Época, La Gaceta Forense, La Gaceta Médica de Caracas, La Gaceta Oficial, Guía de Caracas, La Justicia, El Látigo, Lucifer, El Noticiero, El Progreso, La Religión, El Reportero, El Republicano, El Palenque Español, La Revista Mercantil, El Siglo. La Situación, El Sol de América, El Tiempo, Venezuela Postal.

     Los relojes públicos existentes en la capital: el de la Torre de la Catedral, (hora oficial); uno en la torre de la Iglesia de San Juan, 12 eléctricos colocados así: uno en cada Plaza: La Pastora, Miranda, Candelaria, Washington, Santa Rosalía, 19 de Abril, del Teatro Municipal; 3 de Salón, en el Palacio Federal, Casa Amarilla y Concejo Municipal y el normal o regulador en la Torre de la Universidad.

     En los situados de las plazas, existían termómetros de alcohol con escala de Celcius y Farenheit. Se había encargado al señor Carlos D. Lemoine, para el cuido y arreglo de los relojes de Catedral y San José.

     Teléfonos: Había dos compañías: “The Venezuelan Telephone and Electrical Appliances Comp, Limited”. Entre Sociedad y Camejo, y la nueva “American Electric & Manufacturing C.”, de Gradillas a San Jacinto.

     El Telégrafo estaba entre las esquinas de Principal a Conde. Por diez palabras cobraban (según tarifa de la época) Bs. 1. De a 11 a 15 palabras, Bs. 1,25. De 16 a 20, Bs, 1,50, y de 21 a 25, 1,75. Por la noche doblaba el precio de los telegramas.
Universidad situada entre Bolsa a San Francisco, con sus dos amplios patios con las estatuas de Vargas y Cajigal, y los bulliciosos jóvenes que acudían a ella a seguir diversos cursos superiores. Era el Rector el Dr. Elías Rodríguez. El Vice-rector Dr. José Manuel Escalona; el Secretario, Dr. Vicente G. Guánchez; Archivero Adjunto, Carlos Toro Manrique; Adjunto a la Secretaría, Pedro A. Guánchez; Recaudador, Manuel H. Camacho. Contaba la Ilustre Universidad 34 Cátedras y más de 400 alumnos.

     Bancos: Había en Caracas los Bancos: Caracas, Venezuela, Monte Piedad, de Seguro y Economía.

     Tenía la ciudad baños públicos, Bibliotecas Públicas, Billares, Casas de Moneda o Cuño, Colegios, Escuelas, Academias, Boticas, Empresas de Construcción, Ferrocarriles, Dentistas, Doradores, Droguerías, Fábrica de Fósforos, etc.

     La gente era muy cortés, afable y según testigos, la gente se preocupaba por la cultura; la buena educación y urbanidad estaban presentes en todos los actos sociales. Había recato en el vestir y ningún menor era capaz de dirigir la palabra a una persona mayor, si no se le permitía o se le preguntaba algo.

     Pocos robos, pocos asesinatos y raros suicidios. Por las calles iban los vendedores de granjerías y por las ventanas asomaban lindas caras de las caraqueñitas gentiles. Las flores eran traídas de Galipán y de Gamboa. Era corriente el uso de sombrero y del paraguas.

Sanz, el licurgo venezolano

Sanz, el licurgo venezolano

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Sanz, el licurgo venezolano

Miguel José Sanz (1756-1814), abogado, político, periodista e ideólogo de la independencia de Venezuela

     Miguel José Sanz (1756-1814) fue un abogado venezolano y uno de los consejeros del general Francisco de Miranda en la fundación de la Sociedad Patriótica que se instalaría en 1810. Fue nombrado junto a Antonio Nicolás Briceño, secretario del congreso de 1811. Vicepresidente de la cámara de representantes en 1812, se opuso a la capitulación de Miranda y fue el primer civil en ocupar la Secretaría de Estado, Guerra y Marina. Con el desplome de la Primera República (1812) pronunció en el congreso su célebre discurso a favor del perdón de los implicados en la rebelión de Valencia. Estuvo preso en el castillo San Felipe de Puerto Cabello. Prisionero tras la caída de la Primera República fue liberado en junio de 1813, por un dictamen de la Real Audiencia. Al llegar triunfante Bolívar a Caracas en agosto del mismo año, Sanz se incorporó de nuevo a la causa republicana, fue uno de los llamados a dictaminar sobre el plan de gobierno provisorio redactado por Francisco Javier Ustariz. En julio de 1814, cuando las fuerzas realistas se acercaban a Caracas, Sanz acompañó la emigración a oriente, y llegó a la isla de Margarita, a instancias del general José Félix Ribas, quien le nombró consejero de guerra, volvió a Tierra Firme y murió el 5 de diciembre de este año en la batalla de Úrica, donde fueron derrotadas las tropas republicanas.

En una crónica redactada por Enrique Bernardo Núñez estableció que el licenciado Miguel José Sanz (1756-1814) había escrito sus Ordenanzas Municipales por decreto de la Real Audiencia, el 25 de junio de 1800, y por comisión expresa del presidente gobernador Guevara Vasconcelos. 

     Las mismas fueron culminadas a finales de octubre de 1802. Constaban de diez libros, divididos en tres partes, con el título “Ordenanzas para el Gobierno y Policía de la Muy Ilustre Ciudad de Santiago de León de Caracas, Cabeza de la Provincia de Venezuela”. Estaban precedidas de un discurso preliminar, donde Sanz expuso el plan general de la obra y sus ideas filosóficas en materia de gobierno. Agregó Núñez que cada uno de los diez libros tenía una presentación o discurso que servían de introducción.

     Aunque estos diez libros se extraviaron, Núñez accedió al contenido de los mismos gracias al informe del Fiscal de su Majestad, Francisco Espejo (1758-1814). Según escribió, Sanz expuso razonamientos respecto a la moral, costumbres, educación, urbanismo, comercio, industrias, sanidad, hospitales, cárceles, moneda, abastos, precios de víveres, pesas y medidas, oficios mecánicos y establecimiento de gremios, conservación de bosques, distribución de las aguas, alumbrado, alquileres de casas, diversiones públicas, entre otras más.

     En el discurso preliminar del libro I explicó un plan y la necesidad de las Ordenanzas para el Gobierno político al interior de la ciudad. A continuación, Núñez expuso ideas desarrolladas por Sanz ante la necesidad de correcciones que le habría propuesto el Ayuntamiento. Desde el seno de éste se consideró que no era preciso expresar que los habitantes de la ciudad vivían sepultados en la barbarie y la rusticidad, y que en virtud de esta circunstancia se les había privado de la felicidad, tal como lo redactó Sanz. Pedía, entonces, se suprimiera esta expresión. Por su lado el Fiscal adujo que no era necesario eliminarla.

     Ante una frase que rezaba: “que congregadas las sociedades civiles después de la creación del hombre, se hizo en ellas fuerte el ambicioso y dominó a los demás que no pudieron resistirle”. El Fiscal adujo que con ella podría creerse que los Soberanos tenían su origen en una ambición primigenia de quienes quisieran serlo y las calificó como “equivocadas y peligrosas”. Espejo razonó que lo más prudente era enseñar a los pueblos que, una vez se constituyeron las sociedades, el poder se había legado a los más virtuosos. De igual manera, el Fiscal no tuvo reparos en defender privilegios, pero dejó asentado que nadie estaba exento de cumplir obligaciones frente a otros dentro de la sociedad. Esto es así porque nadie podía estar fuera del alcance de las reglas administrativas, y fue lo que intentó sostener el redactor de las Ordenanzas.

     Otra de las propuestas de supresión desde el Ayuntamiento, rememoradas por Núñez, tuvo que ver con lo acontecido con la conspiración descubierta el año de 1797. El Fiscal dio la razón al Ayuntamiento porque la “falta de ordenanzas de policía” no fue el motivo del movimiento sedicioso. En este orden de ideas, el Fiscal había argumentado que en los pueblos de “mayor civilización” se presentaban pensamientos de insurrección, adoptados por personas que prometían mejorar su situación por medio de la fortuna. Sin embargo, pidió fuese eliminado para protección de la memoria del futuro.

     El Fiscal, en atención a otro pedimento de supresión propuesto por el Ayuntamiento, “pasa los ojos por el folio 20”. En el mismo se leían las palabras independencia y libertad. Aunque se referían a asuntos administrativos o de policía de la ciudad, exhortó a su eliminación por absolutas y generales. Sanz, por otra parte, agregó que había sido un error haber permitido la extensión de la ciudad más allá de sus linderos. Sugirió que ella debía circunscribirse al terreno entre Catuche y el Caroata. Propuso una división en cuatro cuarteles, dos al norte y dos al sur, subdivididos, a su vez, en arrabales y barrios. A los de la Candelaria y San Juan se debían señalar límites y nombres. El Ayuntamiento desestimó tales divisiones, así como los nombres sugeridos para los cuarteles.

     El Fiscal se pronunció a favor de una nueva demarcación y consideró idónea la que se proponía en las Ordenanzas. En cuanto a los habitantes de los arrabales no tenían motivo de queja, porque se les dejaba en posesión de derechos como vecinos de Caracas, así como de sus habitaciones, tiendas, almacenes, talleres y estancias. Según Núñez, el Fiscal aclaró el pensamiento del suscriptor de las Ordenanzas. Poco importaba que los terrenos de los arrabales fuesen los más aptos para albergar comunidades humanas. La exigencia de dividir algunos cantones era porque representaban una extensión territorial impropia e incómoda.

     Dentro de las Ordenanzas, Sanz propuso un plan de seis escuelas a las que pudieran asistir los niños pertenecientes a todas las castas. El Ayuntamiento se opuso y el Fiscal le dio la razón a este último. En oposición a la propuesta de Sanz se exigía que las seis escuelas se establecieran sólo para niños blancos. Cómo no parecía justo un tipo de privilegio como este, dejaban a la iniciativa individual, tal como venía sucediendo, el de buscar los medios de instrucción para sus hijos. Esto, si encontraban contribuciones para sostenerlas porque los administradores de la ciudad alegaron no contar con arbitrios para tal propósito.

     Entre otras propuestas, las Ordenanzas fijaron la creación de un cargo de médico para la ciudad, el establecimiento de un depósito de harina de trigo y de maíz. También, se pedía limitar el número de esclavos en los hogares donde cumplían labores domésticas. En lo que respecta a los gremios, continúa en su narración Núñez, el Fiscal había mostrado inquietud por la inexistencia de un gremio de barberos. Este, de existir, debía ser cuidadosamente vigilado por la autoridad correspondiente, “así por la función característica de rapar la barba como por lo que en este país le son adyacentes, las de sangrar, sacar muelas, abrir vejigatorios y romper apostemas”, expresó el Fiscal Espejo.

     Hubo la propuesta de reducir las ventanas “voladas”, mientras en las nuevas edificaciones las ventanas que dan a la calle debían cubrirse con rejas embutidas. Los miembros del Ayuntamiento dijeron no a estas previsiones, sostuvieron sus argumentos a favor de las ventanas voladas porque en Madrid y otros lugares de la Metrópoli las había también. El Fiscal se encargó de desacreditar estas opiniones y calificó este razonamiento de insulso.

     Destacó Núñez otra de las previsiones configurada por Sanz en lo atinente a la embriaguez de algunos vecinos y el trato legal con los que debían ser penados. El Fiscal añadió la necesidad de castigar a quienes provocaban escándalos por la embriaguez. Pidió para quienes incurrían en ella el castigo público. Agregó que las pulperías y los propietarios cercanos al lugar de bullicios incitados por contaminación etílica, serían también responsables de lo que las borracheras públicas provocaban. Sin embargo, el Fiscal llegó a la resolución según la cual se le impondría multa o prisión al pulpero en cuya casa se pudiera comprobar que el infractor se había embriagado. En otros capítulos se hizo referencia a los juegos de pelota y otras actividades de diversión, como el de los baños en el río Guayre, los paseos públicos, del Coliseo en que se escenificaban comedias y otras piezas.

     Núñez dio término a esta reseña al señalar que el Fiscal había culminado su informe con dos “golpes de pluma” contra el Ayuntamiento. Como el Cabildo comprobó que, en el discurso preliminar redactado por Sanz, no se ofrecía una noticia exacta acerca de la creación del Ayuntamiento, sus privilegios y prerrogativas, “y a pesar de ello nada dice sobre este particular”, recomendó a la Audiencia solicitar los datos correspondientes para incluirlos en las Ordenanzas en un plazo no mayor de treinta días. De igual manera, como hubo la negación de escuchar al autor de ellas, lo que se tenía como un derecho de cualquier persona perteneciente al pueblo que lo estaba haciendo de modo pacífico y honesto, “y se trata de un abogado de talento y luces distinguidas entre los de su Colegio, investido además con el empleo de Asesor del Real Consulado, y su obra es el fruto de los mayores desvelos, de una inmensa lectura y de imponderable trabajo”, era pertinente escuchar sus alegatos. Sustentado en estos razonamientos el Fiscal alentó a la Audiencia a recibirle en sus estrados y que en ellos se le atendiera en acto público, a puertas abiertas, “y se recomiende a Su Majestad el singular mérito que ha contraído”. Núñez cerró este escrito rememorando que el Fiscal consideraba al Cabildo con competencias sólo económicas y ejecutivas en los casos de su exiguo conocimiento en otros asuntos. En palabras de Enrique Bernardo Núñez: “Estas Ordenanzas valieron a Sanz entre sus contemporáneos el título de Licurgo venezolano”.

     La reseña que me sirvió de base para este escrito no sólo se puede precisar en un ámbito jurídico y legal. Es preciso leer las Ordenanzas en un marco en el que era imprescindible establecer normas de funcionalidad social. También, ofrece la oportunidad de apreciar los valores presentes en una época que muchas veces iban a contracorriente de hábitos inveterados. Esta disposición, a su vez, permite al analista de hoy adentrarse en la mentalidad, o mentalidades, de un momento de la historia de Venezuela. Resulta, pues, un valioso testimonio de un investigador de la historia que no tuvo remilgos para considerar actos cotidianos en una historia totalizadora, frente a lo que aún predomina como historia política.

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