Felipe Larrazábal: Un biógrafo conspirador

Felipe Larrazábal: Un biógrafo conspirador

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Felipe Larrazábal: Un biógrafo conspirador

Felipe Larrazábal fue uno de los primeros en recopilar los escritos de Simón Bolívar

     Si se busca en los registros de google quien fue Felipe Larrazábal (1816-1873) seguro se encontrará información acerca de él como la siguiente: fue un músico, abogado y político venezolano. Hombre de letras y cultivador de las bellas artes, destacado por su labor musical en Venezuela y su participación para lograr la libertad de imprenta. Fue un representante del romanticismo venezolano y uno de los primeros en recopilar los escritos de Simón Bolívar.

     Sin embargo, tuvo una activa vida política, al lado de sus inclinaciones como publicista y un letrado preocupado por el porvenir político de Venezuela. En 1871 salió de territorio venezolano para refugiarse en la isla de Curazao. Durante su permanencia en ella no dejó de conspirar, junto con Matías Salazar (1828-1872), un connotado representante del liberalismo venezolano, contra el gobierno del Autócrata Civilizador, Antonio Guzmán Blanco. El gobierno de éste les había proveído de recursos económicos para aliviar su situación de exiliados. Sin embargo, invirtieron esos recursos en la compra de armamento para invadir Venezuela y derrocar al gobierno.

     Mientras Larrazábal permaneció en la isla de Curazao, ya sin recursos económicos, Matías Salazar emprendió camino a perpetrar la invasión y, junto con ella, derrocar a Guzmán Blanco. No obstante, las cosas no le salieron como las había ideado en su plan. Salazar fue capturado y luego sería fusilado en el mes de mayo de 1872.

     Aunque Larrazábal conservó bajo su protección tres mil cartas inéditas del Libertador y un manuscrito dedicado a una biografía acerca del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Además, tenía una ventaja representada en el manejo de las artes musicales y los bailes de los que supo sacar ventaja.

     No dejó de pensar en llevar a cabo una publicación en la que las misivas de Simón Bolívar se dieran a conocer. Pensaba Larrazábal que el preciso y fiel conocimiento de la vida y obra del Libertador se encontraba en su correspondencia. 

     En la parte introductoria de La vida y correspondencia general del Libertador Simón Bolívar (1863) escribió Larrazábal que no se podían perder de mengua, “los datos y noticias más exactas; las apreciaciones más interesantes, que están en nuestras manos”. Durante su exilio se propuso como meta hacer llegar al público lo que él consideraba testimonios cruciales y así dar a conocer lo que en vida había se cristalizado con las acciones del Libertador.

     Desde Curazao emprendió la marcha hacia otros rumbos, donde pudiese encontrar el impresor adecuado para la tarea impuesta. Desde esta isla se trasladó a la ciudad de Nueva York, en donde permaneció una corta temporada para de ahí dirigirse a Francia, donde se llevaría a cabo la impresión de las cartas de Bolívar y la biografía preparada acerca de Sucre. El año de 1873 se embarcó en el bajel Ville du Havre. Sin embargo, la embarcación chocó en Alta Mar con otra nave y se hundieron en sus aguas las cartas que desde joven se dedicó a coleccionar y con ellas la vida de Larrazábal. Esto sucedió el 23 de noviembre de aquel año.

     Cuando se habla de letrados y publicistas venezolanos del 1800, se recuerdan los casos emblemáticos de Francisco Javier Yanes, Rafael María Baralt, Juan Vicente González y el propio de Felipe Larrazábal. Como sucedió en el decimonono la biografía se convirtió en la narrativa predilecta de quienes se dedicaron a la historia en tiempos de edificación republicana. Durante este período la biografía jugó un importante papel en la creación de una conciencia histórica, cuya mejor característica fue la exaltación heroica y el enaltecimiento de la gloria y el honor. Se pensaba, en este tiempo, que la historia sería el baluarte fundamental para fortalecer el denominado carácter nacional del venezolano.

     Lo que se suele destacar de Larrazábal fue su actitud combativa en la querella política, un destacado músico y un dedicado jurista. Sus progenitores eran originarios de Bilbao, España. Por circunstancias que se presentaron entre los años de 1814 y 1816 en Venezuela, los padres de Larrazábal decidieron volver a España, donde de Cádiz pasaron a Madrid y fijaron residencia en la capital española. En esta ciudad Felipe Larrazábal, al lado de sus hermanos, Juan Manuel y Juan Antonio comenzaron sus estudios de música. De vuelta en Venezuela, para 1830, continuarían sus estudios musicales bajo la orientación de Atanasio Bello, quien fue uno de los fundadores, junto con José María Izaza, de la Sociedad Filarmónica en 1831 a petición de José Antonio Páez. Felipe Larrazábal también fue discípulo de un laureado flautista, Juan Meserón, al igual que de Juan José Tovar en el Colegio de la Independencia cuyo diseñador fue Feliciano Montenegro Colón.

     Junto con sus hermanos tocaba en la Orquesta Filarmónica de Caracas, bajo la batuta de Toribio Segura. En conjunto con la actividad musical, Felipe Larrazábal ejecutaba trabajos de traducción de libros porque conocía el latín, el griego, el inglés, el francés y el italiano. Entretanto, estudiaba derecho en la Universidad Central y redactaba artículos de prensa para el periódico La Bandera Nacional. En 1842 recibió el título de Doctor en Derecho y pronto comenzó a ejercer su profesión en la ciudad de Caracas. También ejercicio la docencia en el Colegio de la Independencia donde dictó clases en la cátedra de Derecho Natural, a la cual se ofreció a impartir sin compensación económica.

     Larrazábal figuró entre los fundadores de la agrupación política denominada La sociedad Liberal, creada en 1840. Uno de los propósitos de esta organización fue enfrentar a quienes propulsaron la Ley de abril de 1834. Como varios de sus coetáneos abrazó algunas propuestas del credo liberal en su vertiente política, aunque las combinó con ideas provenientes del cristianismo, en especial, lo relacionado con la fraternidad y la igualdad natural de los seres humanos. En lo referente al liberalismo político rechazó varios de sus principios.

Felipe Larrazábal conservó bajo su protección más de tres mil cartas inéditas del Libertador

     Sus mayores argumentaciones, en este orden de ideas, las esbozo frente a la Ley del 10 de abril. La consideró una ley que estimulaba la usura, además de provenir de argumentos trazados por parte de economistas y enciclopedistas del siglo XVIII y quienes se habían apropiado de estas ideas en Venezuela, pretendían convencer a los venezolanos que la tasa de interés representaba una descarada violación de la propiedad. Bajo estos conceptos alcanzó a anotar que los pensadores del siglo XVIII mostraron una disposición destructora frente a las bondades que el cristianismo proponía como beneficios perdurables en las potestades civiles.

     Entre sus textos de examen respecto a la situación política en Venezuela, lo ofreció en su estudio titulado Ojeada histórico – política sobre Venezuela en los catorce años de su administración constitucional, cuyo año de aparición fue en 1844 en El Venezolano.

     Entre las reflexiones en él presentadas señaló que la oligarquía venezolana se había originado en el año de 1836. Fue a partir de este año que este grupo se dio a la tarea de monopolizar todos los cargos públicos en detrimento de las libertades civiles y la aplicación de las leyes. Como ejemplos citó el caso del Código de Imprenta, con el que se estableció la censura ejercida por el impresor, en 1839, y para 1841 se instituyó el Banco Nacional, “compuesto en su mayor parte de extranjeros, y hasta su dirección está a cargo, en mengua de nacionales, de William Smith, ciudadano inglés”.

     A los treinta años de edad llegó a ser diputado por Caracas. Junto con sus hermanos, Salvador y Juan Manuel, fundaron un impreso, opuesto al gobierno, que llevó por nombre El Patriota. Fue un órgano periodístico que promovió la candidatura por la carrera presidencial de Antonio Leocadio Guzmán. Fue a raíz de esta iniciativa que se enemistó con Juan Vicente González adversario, para ese entonces, de la candidatura a la presidencia de Guzmán. Para 1845 la publicación de El Venezolano dejó de circular. Sin embargo, surgieron otros impresos promovidos por los liberales como El Patriota y que también se editaban en la imprenta de Guzmán, entre ellos se encontraban El Trabuco, Las Avispas, El Sin Camisa y La Centella.

     Durante la campaña electoral de 1846 la prensa escrita sirvió para desplegar razonamientos en el contexto de la querella política del momento. Larrazábal fue un entusiasta defensor de la candidatura guzmancista porque asoció a Guzmán con la creación del liberalismo en Venezuela y como el segundo Bolívar, la elección recayó en José Tadeo Monagas, candidato al que Páez le dio aval, aunque mostrara arrepentimiento tiempo después. Al poco rato, Larrazábal llegó al convencimiento de que la candidatura que el favoreció no llegó a calar en todo el territorio nacional y que la misma estuvo concentrada en la región central de Venezuela.

     El ventajismo de quienes tenían en sus manos las decisiones públicas rebasó toda posible concordia frente a los liberales de Guzmán. Desde el poder presidencial y desde el Parlamento se idearon distintas artimañas para sacar del ruedo electoral a Guzmán. Incluso en pleno conteo de votos se le birlaron votos a favor, acciones a las que hicieron frente Guzmán y Larrazábal. Bajo este contexto, el primero de septiembre de 1846 un grupo de seguidores de Guzmán se levantaron en armas al grito de “mueran los oligarcas”. Ya para octubre, momento cuando se llevaron a cabo las elecciones, la rebelión había sido sometida. La elección le fue favorable al candidato paecista: José Tadeo Monagas.

     Debido a este caldeado ambiente Felipe Larrazábal había emprendido el camino, junto con Blas Bruzual, del exilio hacia Curazao. Sin embargo, Monagas extendió un indulto, el 8 de junio de 1847, y Larrazábal logró regresar al país. No siguió el camino de la oposición y se plegó al nuevo gobierno, por tal razón, se le encargó de la redacción del nuevo órgano informativo titulado El Constitucional. Para este entonces la escena política venezolana se mostró con una mayor disposición autoritaria en la relación gobernantes – gobernados. La impronta de los eventos del 24 de enero de 1848 marcaría la pauta del autoritarismo y el irrespeto al pacto constitucional.

     Larrazábal llegó a ocupar altos cargos durante el periodo de los Monagas. Gracias a una resolución proveniente de la vicepresidencia de la república se ordenó que los jueces de primera instancia, jefes políticos y administradores de rentas públicas de Caracas tenían que cesar sus funciones y, por tanto, proceder al nombramiento de nuevos representantes de los cargos cesantes. De este modo Larrazábal llegó a ocupar el cargo de juez de primera instancia en sustitución de Pedro R. Peraza. También ocupó otras plazas en la administración de los Monagas: diputado al congreso de 1849, por Caracas, miembro principal de la Dirección General de Instrucción Pública, oficial mayor de rentas públicas y agente confidencial en Holanda. Dentro de la administración pública se destacó como uno de los promotores por la abolición de la esclavitud.

     En 1869, a raíz de la creación de Unión Liberal, promovida por Antonio Guzmán Blanco y su padre, Antonio Leocadio Guzmán, Felipe Larrazábal los acompañó como miembro fundador. Para este momento Venezuela continuaba siendo pasto de rencillas políticas que se dirimían por la vía de las armas. Existía un grupo denominado Los Lincheros, promovido por personas cercanas a los Monagas y que sembraban temor y zozobra entre los que consideraban sus opositores.

     Tiempos mejores pensó Felipe Larrazábal vendrían con la toma del poder por parte de Antonio Guzmán Blanco. Con seguridad llegó a corroborar como algunos utilizan las ideologías políticas para provecho personal y de sus acólitos. De nuevo el credo liberal sirvió para legitimar el autoritarismo. Se le presentó otra oportunidad para la conspiración en contra de quien creyó llevaría a Venezuela por el camino de la magnanimidad, se equivocó otra vez y recurrió a lo que en ese momento se presentaba como única oportunidad de cambio, la conspiración armada. Aunque sin olvidar su pasión por la historia que cultivó hasta el día de su infausta muerte.

Caracas, una percepción entre el siglo XIX y el XX

Caracas, una percepción entre el siglo XIX y el XX

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Caracas, una percepción entre el siglo XIX y el XX

Para 1810 residían en Caracas cerca de 50.000 almas

     A lo largo de la historia, la ciudad ha sido objeto de distintas consideraciones, en especial su papel en el desarrollo de una nueva forma de acumulación, distribución e intercambio basada en el modelo capitalista. Por lo general, se tiende a confundir este importante escenario de la era y mundo moderno porque, por lo general, muchos creen que ella surgió en la modernidad o con el capitalismo. Sin embargo, la ciudad es de larga data y su papel dentro de las comunidades humanas ha cambiado en conjunto con las esferas económica, social, política, económica y cultural.

     En el texto Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad urbana (Caracas 1870-1980) su autor, Rafael Cartay (Barinas, 1941) le dedica un aparte, de unas treinta páginas, que vale la pena rememorar y que me permite disertar acerca de la ciudad y sus inherencias caraqueñas. Este historiador venezolano inició su disertación al poner en evidencia que una gama de especialistas, en temas dedicados a la ciudad, no han logrado llegar a conclusiones definitivas respecto a su verdadera significación histórica.

     Cita un ejemplo, de hecho, el dominante y divulgado por quienes se asumen legatarios del marxismo, la de oponer al “campo”, o la oposición rural – urbano. Durante las décadas del sesenta al ochenta fue una preocupación entre universitarios, en especial geógrafos.

     Cartay prefirió un enfoque más actual según el cual la ciudad guarda en su seno lo rural, es decir, si se pretende una aproximación a su rol en la historia, debe ser asumido su estudio bajo un lente plagado de heterogeneidad, pluralidad, cruces e intersecciones. En todo caso, lo recomendable es extender un estudio donde se destaque la multiplicidad y la variedad de los intercambios humanos de los que ella ha sido escenario. El autor subraya la necesidad de estudiar el proceso histórico en el que se contextualiza su conformación moderna. De igual manera, reveló la necesidad de un acercamiento a las redes económicas, las formas de intercambio de bienes y servicios que ayudan a satisfacer las necesidades de sus pobladores como de otros más allá de sus linderos.

     Una de las primeras consideraciones que hace este historiador acerca de este tema es que, el proceso de urbanización en el país “ha sido tardío pero explosivo”. Esto se evidencia con los cambios que comenzó a experimentar Venezuela en el siglo XX. Hablar de una ciudad moderna antes de esta centuria resultaría arriesgado puesto que el territorio venezolano fue teatro de cambios importantes, en lo concerniente a su urbanismo, en la década del treinta del 1900. Cartay tomó algunas cifras de un estudio hecho por CORDIPLAN en 1968. Según se estimó en este año para 1936 un 66 por ciento de la población era rural y el resto, un 34,7 por ciento, ocupaba espacios urbanos.

     El cambio fue rápido porque para 1961 el 67,5 por ciento de la población era urbana y un 32,5 por ciento rural. Para la década del noventa cerca de un ochenta por ciento de la población había devenido urbana. Se debe agregar que este vertiginoso giro no fue un atributo venezolano, también en otras porciones territoriales del orbe sucedió algo similar. Cartay adjudicó estas transformaciones al aporte de las migraciones externas y por medio del despliegue de las políticas de salud pública. Por supuesto, estos cambios concitaron otras situaciones al interior de las ciudades, en especial, en lo que refiere a los inmigrantes internos y externos. Distintos estudios señalan que Caracas, en la primera década del 1900, no superaba los noventa mil habitantes. La capital de la república no mostraba grandes contrastes con respecto a su estructura durante el 1800, con calles estrechas, pavimentadas en el Centro, pocas aceras, casas de un solo piso, con ventanales que sobresalían e impedían un tránsito fluido por las aceras, las casas de mampostería las poseían quienes tenían recursos económicos. Era la Caracas de los techos rojos a las que Pérez Bonalde dedicó algunos de sus poemas y Núñez sus eruditas crónicas.

Caracas, hacia 1920 contaba con 118.000 pobladores, y treinta años más tarde, superaba el millón de personas

    Cartay resume en pocas palabras lo que Picón Salas y García Sánchez escribieron acerca de una Caracas decimonónica en pleno siglo XX. Quienes venían de La Guaira se encontraban con Caño Amarillo adonde se asentaban familias en casuchas de barro y techos de zinc, pulperías regentadas por isleños y las lavanderías administradas por chinos, coches halados por caballos, mulas con las que se trasladaban mercancías, pensiones miserables y burdeles de mala reputación.

     Caracas continuaba siendo una ciudad con pocas atracciones, salvo las retretas y tertulias de la Plaza Bolívar o las visitas a la iglesia, con dos salas de cine y un solo hotel con algunas comodidades, el Klindt. Una ciudad en la que aún se veían restos del sismo de 1812 y merodeadores sin calzado y trajes harapientos.

     La fundación de Caracas fue tardía respecto a otras ciudades del orbe. Después de sesenta y nueve años de haber desembarcado los primeros contingentes españoles, en 1567 fue fundada a instancias de Diego de Losada, luego de la fundación de El Tocuyo, Coro y Cumaná. Para 1810 residían en ella cerca de 50.000 almas. Hacia 1920 contaba con 118.000 pobladores, en 1956 superó el millón de personas, dos millones para 1965 y los tres millones para 1990. Cartay recuerda que para 1965 albergaba una quinta parte de la población del país, “pero en ella se cometía más de la mitad de todos los delitos registrados en el país”.

     Ya para este año se cifran en un número de 400.000 familias habitando en ella y que llevaban su existencia diaria en ranchos que no contaban con servicios básicos. Una población que fue sembrando en su aparato psíquico la desesperanza, el abandono y el resentimiento. La ciudad comenzó a extenderse hacia el lado sur del río Guaire, con un puente y un tranvía, abriendo paso a la urbanización El Paraíso. Luego de la década de 1930 se desplegó hacia el lado este. Cartay estableció que, la ciudad comenzó a alejarse de sus atributos “y se vuelve anárquica y policéntrica, sin principio ordenador y sin reglas, continuamente en transición hacia un modelo que nadie conoce ni regula”.

     El autor califica al año de 1920 como el de la transición de una comarca meramente rural a una de predominio urbano. En este año la capital de la república contaba con algunos servicios públicos rudimentarios, como electricidad, teléfonos, acueductos y cloacas. Una ciudad aldeana con matices afrancesados heredados de los tiempos de Guzmán Blanco desde la década de 1870. Para este año de 1920 había 13.476 viviendas, cifra no muy distinta a la de 1890 que fue de 13.419 viviendas. Los caraqueños vivían en insalubres “corralones” o casas de vecindad, con un solo baño. Caracas comienza a cambiar su fisonomía después del fallecimiento de Juan Vicente Gómez, en diciembre de 1935.

     La ciudad que se comienza a transformar en este tiempo vio alentado el ímpetu modernizador a la luz de los ingresos petroleros. En 1938 se creó la Dirección de Urbanismo. Quienes la encabezaron buscaron asesoría de ingenieros franceses para elaborar un plan de urbanismo en correspondencia a lo que ya se venía realizando en ciudades como Buenos Aires, La Habana, Santiago de Chile y Bogotá. Bajo esta iniciativa se estableció el Plan Rotival (1940). Aunque no fue generalizado lo que desde sus propuestas se llevó a cabo se construyó la avenida Bolívar, inaugurada el 31 de diciembre de 1949 y se reorganizó el barrio El Silencio que, anteriormente, amparó en su seno prostíbulos, bares con mala reputación y la concomitante miseria.

Panorama de Caracas, Venezuela circa 1900.

     Quizás, las mayores evocaciones relacionadas con el cambio de la ciudad sean la fundación de la urbanización El Paraíso, mediante un decreto de Andueza Palacio en 1891, con lo que lugares como El Calvario, Antímano y Los Chorros fueron desplazados como sitios de esparcimiento, y la aparición del tranvía eléctrico en 1905, cuyo recorrido era Caño Amarillo y Sabana Grande. Escribió Cartay que la urbanización El Paraíso fue el primer urbanismo moderno de la ciudad.

     Su prístino nombre fue Ciudad Nueva. Se estableció en los antiguos terrenos de la hacienda de los Echezuría, adquiridos en 1890 por la Compañía de Tranvías de Caracas. Luego de cuatro años se establecieron las primeras viviendas cuyos primeros ocupantes fueron las familias Boulton, Eraso,Torres Cárdenas, Francia, Zuloaga y Pacanins.

     Para 1906 el Jockey Club adquirió unos terrenos donde se construyó el hipódromo, inaugurado en 1908. Cuando la urbanización se extendió lo hizo en correspondencia con la avenida 19 de Diciembre. 

     Durante los primeros treinta años del 1900 fue un lugar de distracción porque concentraba un hipódromo, una gallera, un campo de atletismo propiedad de alemanes, el estadio de béisbol Los Samanes, una amplia laguna, el parque de La República y las plazas Petión y Madariaga. A finales del 1800 se construyó un edificio, sede de la primera exposición industrial de Venezuela (1895), el que luego serviría para labores educativas que lleva por nombre San José de Tarbes.

     Los más desafortunados fueron extendiendo la ciudad hacia el lado oeste. Asentamientos como Barrio Obrero, San Agustín del Sur, Agua Salud, Catia, Los Jardines del Valle se constituyeron en las primeras décadas del 1900. En los primeros veinte años de esta centuria la ciudad se expandió hacia el este. Primero fueron Los Chorros, a los que le seguirían, La Florida, Las Delicias de Sabana Grande, Campo Alegre, el Country Club, Altamira, La Castellana y Los Palos Grandes, entre otros. Las primeras edificaciones para los sectores de menores recursos se llevaron a cabo en la década de 1950 e inspiradas en construcciones francesas.

     En palabras de este historiador barinés, las restricciones topográficas del estrecho valle caraqueño que acota el área habitable y utilizable por las actividades económicas, administrativas, políticas, sociales y de esparcimiento, contribuyó a que los espacios territoriales incrementaran su valor. Ello contribuyó, en gran proporción, a que los pobladores de escasos recursos recurrieran a invadir las colinas aledañas. Los sectores más pudientes llevaron a la ciudad un patrón lineal y alargado, “disperso y de altos costos”. Mientras los más pobres ocuparon terrenos poco estables y en el lecho de quebradas. La denominada clase media que comenzó a crecer a mediados del 1900, “se ubicó dentro de un patrón de alta densidad, conocida como de ‘propiedad horizontal’, en diversas localizaciones”.

     Lo que denomina Cartay “patrón segregacionista” responde a la misma forma como se encuentra estructurada la comunidad nacional y la sociedad venezolana. También, esta segregación se puede apreciar en otras grandes capitales de los distintos países latinoamericanos. De acuerdo con él, ha sido la concentración de la burocracia estatal e industrial las que han contribuido con la segmentación de la población. Cartay ofreció algunas cifras ilustrativas en lo concerniente a este asunto. Para 1967, en la ciudad capital se concentraba el 46 por ciento del personal contratado por la industria y la mayor parte de los empleados del Estado. Años después, en 1980, las cifras se mantenían o se habían elevado, puesto que el 66 por ciento de los establecimientos industriales del país se localizaban en las regiones capital y central, “con más del 45 por ciento del capital fijo y más del 70 por ciento del personal empleado en el parque industrial del país”.

     En términos generales, Caracas rememora el cerro El Ávila, también su viabilidad a la que las autoridades han prestado mayor atención. Una característica les acompaña a las distintas edificaciones en ella asentadas, ventanas y puertas tras rejas de seguridad, un deteriorado sistema de transporte público, con escasos lugares de esparcimiento, pero sí con una variedad de centros comerciales y ventas callejera de comidas. En fin, lo que se puede apreciar en la vía pública expresa lo que un desarrollo inarmónico y anárquico ha hecho de la capital venezolana.

El Ávila Indígena: Waraira Repano

El Ávila Indígena: Waraira Repano

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El Ávila Indígena: Waraira Repano

FelicianoEl Ávila, visto por el maestro Manuel Cabré Montenegro Colón

     El cerro Ávila, oficialmente llamado Waraira Repano, es un parque nacional (1958) localizado en la cadena del litoral central de la Cordillera de la Costa, en el centro-norte de Venezuela.

     Ubicado en la fila montañosa al norte de Caracas, se extiende por todo el norte del estado Miranda y sur del estado La Guaira.

     El Ávila posee cuatro cumbres relevantes: el Pico Naiguatá, con una altura de 2.765 metros sobre el nivel del mar, el Pico Oriental con 2.640 metros, el Pico Occidental con 2.480 metros y por último el Pico El Ávila con una altitud de 2.250 metros.

     El cerro era conocido por los aborígenes habitantes del valle de Caracas como “Waraira Repano», que significa “Sierra Grande”. No obstante, el historiador José Oviedo y Baños señala que para el siglo XVI la imponente montaña, que se erige frente a la ciudad, comenzó a ser conocida como Ávila. El origen del nombre proviene de un alférez mayor de campo, de nombre Gabriel de Ávila, quien acompañó al español Diego de Losada en la conquista y población del valle del río Guaire.

     En 1568, ya fundada Santiago de León de Caracas, Gabriel participó en la batalla de Maracapana, librada por Losada contra un grupo de caciques indígenas que pretendían recuperar la soberanía sobre el valle.

     En 1573, el alférez mayor fue nombrado alcalde de Caracas. Para entonces era propietario de unas tierras cultivadas al norte de la ciudad, a la que llamó Estancia de los Ávila, de ahí surgiría el nombre del cerro. Fue el fundador de la familia Ávila que primero se estableció en Caracas. Uno de sus descendientes es el sacerdote José Cecilio Ávila, rector de la UCV, entre 1825 y 1827), años en los que fundó nuevas cátedras y exhortó a Simón Bolívar para que le diera protección a la enseñanza de la educación superior.

Desde 1958, el cerro Ávila es Parque Nacional

Sierra Grande

     En 1960, el escritor Julián Padrón publicó en la Revista Shell, uno de los mejores trabajos históricos sobre el cerro Ávila.

     Se pregunta Padrón, en los inicios de su artículo: “¿Qué idea del Ávila tenían los aborígenes del valle de Caracas?

     De inmediato el célebre literato oriental responde:

     “Once años después del establecimiento de los españoles en el valle, el Gobernador Don Juan de Pimentel calculaba en 4.000 los indios más cercanos a los pueblos de Santiago y Caraballeda. Vivían seguramente en el valle, al borde de los ríos y de las quebradas, junto a sus siembras, en barrios de pocas casas. 

Desde 1958, el cerro Ávila es Parque Nacional

     Los pueblos de indios estaban separados unos de otros por varias leguas, y se comunicaban entre sí por caminos torcidos sobre tierra doblada y en parte montañosa. Los de tierra adentro trocaban cosas de comer por sal y pescado con los de la mar. No tenían adoraciones ni santuarios, ni casa ni lugar dedicado a ello; pero tenían piaches a quienes respetaban. El gobernador señala otros hábitos y costumbres de los indios que son los que repiten todos los conquistadores.

     En medio de esos indios de la nación caracas estaba esa serranía que presiden los picos Ávila, La Silla y Naiguatá; los que habitaban la costa contemplaban el rostro adusto, vertical, de la sierra que mira al mar, con blancura de espuma al pie y blancura de nube en la cabellera. Los que moraban en el valle tenían una imagen de verdura desde el pie del monte hasta la línea de la fila que corta en escotaduras el azul del cielo. Algo similar a quienes hoy lo contemplan desde el horizonte del mar litoralense, y a quienes lo hacen viajando por la carretera de Catia a Petare.

     Desgraciadamente no tenemos ningún testimonio donde conste la admiración que los caracas sentían por el Ávila. Los etnólogos y arqueólogos no han descifrado todavía las inscripciones aborígenes que aparecen en las piedras y estelas de los alrededores. Pero el caraqueño actual que haya tenido la fortuna de admirar la montaña en la cima del cerro el Volcán, situado al sur, desde donde se abarca en una visión panorámica los pueblos de Baruta y El Hatillo las serranías del Tuy, y todo el valle desde Catia hasta Petare con la extraordinaria montaña al fondo, podrán comprender por qué a toda esa sierra los indios la llamaban Waraira Repano, que quiere decir Sierra Grande”.

Fuentes Consultadas

  • Caracas, 22 de abril de 2010, decreto N° 7.388, mediante el cual se dispone que la extensión que comprende el Parque Nacional “El Ávila” se denominará en lo adelante Parque Nacional “Waraira Repano”.
  • Biern, Pedro Luis. El Ávila su Historia. Caracas: Corporación Prag, 1980.
  • Padrón, Julián. El Ávila indígena. Revista Shell. Caracas, abril de 1960.

Montenegro Colón: Entre la traición y la instrucción

Montenegro Colón: Entre la traición y la instrucción

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Montenegro Colón: Entre la traición y la instrucción

Feliciano Montenegro Colón

     Acusado de haber sustraído de la Secretaría de Guerra documentos clasificados, y de haberse apropiado de cierta cantidad de dinero, el caraqueño Feliciano Montenegro Colón fue el autor, en la década de 1840, de varias obras sobre temas educativos e históricos. A partir de la semblanza de Feliciano Montenegro Colón (1781-1853) que realizaron Napoleón Franceschi (1999) en El culto a los héroes y la formación de la nación venezolana y Lucía Raynero (2007) en Clío frente al espejo. La concepción de la historia en la historiografía venezolana (1830-1865), se puede alcanzar una aproximación a lo que este caraqueño protagonizó durante una porción del 1800 venezolano, en especial la fracción correspondiente a los primeros años de la edificación republicana.

     De acuerdo con lo señalado por estos estudiosos de la historiografía de Venezuela, la vida de Montenegro Colón estuvo marcada por la traición. Una acusación de felonía en su contra se debió a la extracción de unos papeles secretos pertenecientes a la Secretaría de Guerra en el año de la declaración de la Independencia, 1811. “A partir de entonces, su vida estará marcada por esa fecha y también se moldeará a raíz de aquel incidente”, escribió Raynero en el libro mencionado en el párrafo anterior.

     El mismo Montenegro Colón se había encargado de insertar una carta, dentro del texto Recuerdos históricos y curiosidades útiles dado a conocer en 1847, refrendada por Francisco Javier Yanes en la que éste expresó su reconocimiento, hacia Montenegro Colón, por la firme denuncia en contra de Morillo, Moxó, Aldama y Morales en la capital de España durante el conflicto bélico que libraban los españoles americanos contra la monarquía española. De igual modo, gracias a esta denuncia fue resaltada su posición favorable a la causa de la humanidad y con lo que mostró “su buen corazón”, al garantizar la vida de algunos personajes hechos prisioneros bajo el mando de tropas realistas, luego del derrumbe de la Primera República. Esta inserción tuvo como motivo mostrar su verdadero patriotismo, ratificado por una respetable figura de la Venezuela republicana como fue el caso de Yanes.

     Montenegro Colón provenía de una familia acomodada de la Provincia de Caracas. Ello le permitió gozar de privilegios como los de haber cursado la carrera de filosofía en la Universidad de Caracas, de donde se graduó a mediados del año 1797. Luego de 1830 se dio a la tarea de demostrar que había sido condiscípulo de Simón Bolívar y que estaba emparentado con él por medio de su ascendencia y parentesco con la familia Madriz. A pesar de mostrar un concepto muy alto de sí mismo era de disposición irascible porque se enemistó con uno de sus protectores, José María Vargas, al igual que lo hizo con Fermín Toro y Carlos Soublette.

     Montenegro Colón se había iniciado como integrante de la fuerza militar en 1798, cuando ingresó al Batallón Veterano de Caracas y para 1799 formó parte del Batallón del Regimiento de la Reina en el Cuartel San Carlos, en el que estuvo por cinco años. En 1803 se había dirigido a España para continuar sus estudios y formar parte del Batallón de Valencia. Sus vivencias en España las rememoró en una publicación de 1846, Manifestación documentada en justa defensa de Feliciano Montenegro Colón.

     Para el 24 de septiembre de 1810 se dieron cita las Cortes de Cádiz. Entre los integrantes de dicha convocatoria estaban entre veinte y treinta diputados elegidos como suplentes, quienes representaban a los españoles americanos. Por Caracas fueron escogidos Esteban Palacios y Fermín de Clemente, mientras que por Maracaibo se encargó a José Domingo Rus. A petición de las Cortes Clemente y Palacios comisionaron a Montenegro Colón para que trajera una comunicación dirigida al Ayuntamiento caraqueño. Lo cierto fue que en Caracas se calificó como “rara misión” la representada por Montenegro Colón. Una de las quejas fue por no haber dirigido la información que él traía consigo a la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII en Venezuela. Otra había sido que él fue comisionado por parte de dos personas que desconocieron el pronunciamiento del 19 de abril de 1810.

     Cuentan que Montenegro Colón, desde el mismo día de su llegada, había sido sometido a un minucioso interrogatorio por parte de los miembros de la Junta Suprema en Caracas. Debido a esta interpelación pudo corroborar que su papel como emisario había fracasado. Dos situaciones determinaron su circunstancia. Una, el desconocimiento de las credenciales que portaba como mensajero de las Cortes. La otra, porque el camino que llevaría a la ruptura del nexo Colonial ya llevaba un trayecto andado. A finales de enero de 1811 se dio a conocer una protesta contra las Cortes de Cádiz por considerarlas irritas e ilegales al igual que al Consejo de Regencia. En consecuencia, los actos de aquellos diputados suplentes no contaban con ningún tipo de legalidad y, por mampuesto, el rol de emisario de Montenegro Colón tampoco vino revestido de legalidad.

     Sin embargo, prefirió quedarse en Caracas. Instalado en esta ciudad se le encomendó el cargo de Oficial Mayor en la Secretaría de Guerra. Tiempo después se suscitaron los eventos que precedieron a la Independencia de 1811. Montenegro Colón se encontraba ocupado en su cargo de Oficial Mayor en la Secretaría de Guerra. Para 1831 reveló, en Conducta militar y política de Feliciano Montenegro durante su dependencia del gobierno español. Demostración de sus servicios a la causa americana bajo la protección de la República Mexicana, que había solicitado en los días 28 de mayo y 17 de junio de 1811 un pasaporte para dirigirse a los Estados Unidos. Entre los argumentos de su defensa estuvo centrado en lo que Cristóbal Mendoza notificó al Congreso respecto a la huida de Montenegro Colón, llevada a cabo el 29 de junio de 1811 luego del supuesto robo de unos papeles secretos.

     Desde este momento comenzaron a difundirse rumores acerca de la extracción de documentación de importancia estratégica y militar, y que había sido Montenegro Colón quien los había tomado, de manera subrepticia de la Secretaría de Guerra, junto con una cantidad de dinero. Seguidamente, se embarcó en el buque El Príncipe, lo que provocó una serie de rumores relacionados con el hurto junto a las distintas conspiraciones protagonizadas por los enemigos de la causa republicana. En su trayecto paró en Curazao, de donde se embarcó para Puerto Rico. En este lugar se reunió con el Comisionado Regio, Antonio Cortabarría, luego llegaría a Cádiz.

Feliciano Montenegro Colón fue el autor, en la década de 1840, de varias obras sobre temas educativos e históricos

     Bajo estas circunstancias Juan Germán Roscio acusó a Montenegro Colón de “oficial desertor”, aunque no lo llamó ladrón de documentos o traidor a la causa patriótica. En España se incorporó a la lucha a favor de la expulsión de las tropas napoleónicas. A inicios de 1816 regresó a Venezuela y las autoridades del momento, con Pablo Morillo a la cabeza, lo nombraron presidente del Consejo de Guerra. Cargo que aceptó, según sus propias palabras para proteger a los patriotas Garmendia y Juan de la Madriz, entre otros encausados. En 1847 se encargaría de describir su actuación ante quienes lo acusaban de godo y traidor. Señaló en esta ocasión que se había encargado de salvar muchas mujeres y otros acusados por las autoridades del momento. Estudiosos de esta cuestión han expresado que tanto Francisco Javier Yanes como Rafael María Baralt dieron fe de su actuación humanitaria, frente a lo que los realistas pretendieron someter a algunos pobladores de la Provincia.

     Quizá, las dos áreas donde tuvo destacada participación y por la que se le recuerda fueron sus escritos alrededor de la historia y geografía de Venezuela y la labor desplegada en la instrucción escolar en Caracas. El 19 de abril de 1836 instaló el Colegio de la Independencia. Fue una fecha emblemática porque rememoró “el inicio del imperio de la libertad y de las luces”, porque sin ellos era imposible desplegar el conocimiento y la instrucción. También le sirvió para ratificar su patriotismo y compromiso republicano. Uno de los propósitos de impartir un saber útil a los jóvenes se relacionaba con “abrir las puertas a la civilización”. El colegio se encargaría de disminuir la ignorancia como una de las causas de los trastornos de los que era presa el país. Hizo coincidir los objetivos del Colegio con los propios de la constitución de 1830, es decir, fomentar los principios de la libertad civil, la igualdad legal, de la soberanía e independencia de los pueblos.

     Fue el Colegio de la Independencia el segundo que se abrió en Venezuela siendo Feliciano Montenegro Colón su director.

     La subdirección quedó en manos del hijo de Francisco Javier Yanes. El local donde comenzó a funcionar era alquilado, cuyo pago fue por cuenta de José María Vargas. Al cabo de un tiempo, Manuel Felipe Tovar cedió, en calidad de préstamo, una edificación más amplia y otorgó a su director seis meses de gracia en el pago de alquiler.

     La matrícula inicial fue de dieciséis estudiantes que al cabo del mismo mes llegaría a veintidós. Se aceptó a cuatro cursantes de escasos recursos cuyos gastos los cubriría la dirección del Colegio. Para 1841, el Colegio albergaba a 160 participantes dirigidos por dieciséis profesores. El plan de estudio era fundamentos de religión católica, urbanidad, lectura y escritura, gramática francesa, castellana, latina e inglesa, aritmética, álgebra, geometría, geografía, elementos de historia, física básica y teneduría de libros.

     Montenegro Colón se encargó de escoger al personal que impartiría la enseñanza de estas materias. Durante sus ocho años de existencia pasaron por sus aulas distintas personalidades vinculadas con las artes y las letras de Caracas. Con la apertura de esta institución educativa su promotor fue objeto de encomiables comentarios. José Antonio Páez le felicitó por la apertura del recinto educativo y agregó que sería recordado con gratitud por los venezolanos.

     La casa cedida por Tovar resultó pequeña y por tal razón, en 1837, el gobierno le proporcionó la parte principal del convento de San Francisco. Como la edificación estaba en muy mal estado Montenegro Colón contrató a unos constructores para que se acondicionara el lugar con destino a la instrucción. La Secretaría del Interior le otorgó el local con la condición de que traspasara la institución a manos del Estado, sin indemnización alguna, al momento de fallecer. Igualmente, debió admitir a dos estudiantes pobres de las trece provincias de Venezuela. El Tesoro nacional le otorgó un préstamo de doce mil pesos y algunos padres adelantaron las mensualidades dedicadas para la educación de sus hijos.

     No faltaron quienes se opusieron a la cesión del convento de San Francisco para que funcionara el Colegio de la Independencia. Los diputados de Caracas pidieron al Congreso que ese espacio fuese ocupado por la Universidad de Caracas, otros recomendaron que se utilizara para establecer tribunales u oficinas, con cuyas rentas se podría mantener el Colegio. A pesar de estas objeciones su inauguración se llevó a cabo el 25 de abril de 1840. Una de las características de esta institución fue que, junto con la instrucción escolar, se hacía énfasis en educar a los jóvenes para que fuesen buenos ciudadanos, así como el cuidado del aseo y la higiene para prevenir enfermedades y epidemias.

     El Colegio de la Independencia tuvo una corta vida. Las deudas contraídas para la refacción del local y la crisis económica a principios de la década de 1840 formaron parte de la crisis que hizo desaparecer este proyecto educativo. A partir de 1837, Montenegro Colón había mostrado sus quejas por la manutención de los alumnos de escasos recursos. Señaló que para acondicionar el edificio se habían invertido cuarenta y un mil pesos y lo que pagaban los alumnos no cubrían los gastos y menos una renta para reinvertir en el mismo. Para 1842 el declive de la institución era evidente. Las razones del colapso fueron la crisis económica, la poca capacidad de reposición de los estudiantes que egresaban, las deudas contraídas, una fuerte demanda económica y la aparición de otros colegios que surgieron para la época con otras ofertas de instrucción.

Topografía caraqueña y déficit policial

Topografía caraqueña y déficit policial

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Topografía caraqueña y déficit policial

Para 1902, la ciudad constaba de 499 cuadras, además de 26 callejones y dos pasajes

     En total, para el año 1902, la ciudad constaba de 499 cuadras, además de 26 callejones y dos pasajes. Esas cuadras formaban 232 manzanas habitadas, fuera de las partes cultivadas de flores y hortalizas. En vista de estos datos, para atender debidamente a la conservación del orden en la ciudad, el cuerpo de policía requería entonces, de al menos quinientos individuos.

     Pero la realidad era otra, en ese año, la policía de Caracas no contaba sino de doscientos gendarmes, cifra que no alcanza a dar ni un policía por cada manzana, cuando lo más apropiado debía ser uno o dos en cada cuadra. Era, pues, injusto achacarle a esa institución, todos los males de inseguridad que padecía entonces la capital, porque no siempre se halla presente algún miembro suyo a los desórdenes que ocurren

     Para 1902, es decir, a comienzos del siglo XX, Caracas estaba dividida en Avenidas y Calles. Unas y otras eran rectas, tanto en dirección de Norte a Sur como de Este a Oeste. Estas a su vez estaban divididas en cuadras, todas de igual longitud, la cual es de 125 metros, por lo que forman cuadrados perfectos que se denominan manzanas.

De Norte a Sur

      La Avenida Norte Sur, que comienza en el sitio denominado Lagunita y termina en la esquina de La Piedras, consta de 16 cuadras 

Calles Norte-Sur

N° 1 Comienza en el Hospital Vargas y termina en el Guaire: 17 cuadras

N° 2 Comienza en la Luneta de la Merced y termina en el Río Guaire: 15 cuadras

N° 3 Desde la esquina de Nazareno hasta el río Guaire: 18 cuadras

N° 4 Desde la Caja de Agua hasta el río Guaire: 15 cuadras

N° 5 Desde el Barranco hasta el río Guaire: 20 cuadras

N° 6 Desde el Cementerio de los Hijos de Dios hasta Quinta Crespo: 19 cuadras

N° 7 Desde la esquina de San Luis hasta le estación del Ferrocarril Central del Valle: 18 cuadras

N° 8 Desde la Toma de agua hasta el Empedrado: 25 cuadras

N° 9 Desde el río Anauco hasta el boulevard de El Cristo: 14 cuadras

N° 10 Desde la Puerta de Caracas hasta el Guaire: 15 cuadras

N° 11 Desde el Juego de Pelota, o sea, Santo Tomás hasta Puente Victoria: 7 cuadras

N° 12 Desde la esquina de las Mercedes hasta el río Guaire: 11 cuadras

N° 13 Desde la Tejería de Tovar Galindo hasta La Tejería (en la Misericordia): 8 cuadras

N° 14 Desde la Puerta de Caracas hasta el río Guaire: 15 cuadras

N° 15 Desde Salsipuedes hasta Hacienda del Conde: 6 cuadras

Norte 14 bis Desde San Daniel hasta el Barranco: 3 cuadras

Norte 16 Desde el Nazareno hasta Sucre: 3 cuadras

Norte 18 Desde Santa Isabel a Santa Rosa: 2 cuadras

Norte 20 De  La Soledad a San Ruperto: 1 cuadra

Sur 10 bis De Caño Amarillo a las Escalinata del Calvario: 1

Total: 249 cuadras

De Este a Oeste

La Avenida Este-Oeste, que comienza en la Estación del Ferrocarril Central y termina

En los inicios de la carretera de La Guaira, consta de 18 cuadras

 

Calles Este-Oeste

N° 1 De Anauco a Tinajitas: 16 cuadras

N° 2 De Peligro a la estación del Ferrocarril de La Guaira: 15 cuadras

N° 3 De Anauco a Buena Vista: 15 cuadras

N° 4 De los Lechozos al túnel del Calvario: 15 cuadras

N° 5  De Anauco a Las Flores: 16 cuadras

N° 6 De Anauco al Silencio: 14 cuadras

N° 7 De Anauco a San Rafael: 17 cuadras

N° 8 Del Matadero al restaurant del Calvario: 12 cuadras

N° 9 De Palo Negro a  Infiernito: 14 cuadras

N° 10 De Matadero a Angelitos: 11 cuadras

N° 11 De Jabonería a San Ruperto: 13 cuadras

N° 12 Del Boulevard del Cristo a Jesús: 11 cuadras

N° 13 De San Rafael a La Libertad: 14 cuadras

N° 14 De La Yegüera al Guarataro: 13 cuadras

N° 15 De Anauco a Santa Isabel: 10 cuadras

N° 16 De La Quebrada a la Quebrada de Lazarinos: 14 cuadras

N° 18 Del Puente de Hierro a La Viuda: 11 cuadras

Oeste 17 de La Coromoto a Santa Ana: 1 cuadra

Total: 250 cuadras

PANORAMA DE CARACAS 1900
En los inicios del siglo XX, solo habían 200 policías para el resguardo de la seguridad de la capital
Panorama de Caracas, Venezuela circa 1900.

Fuentes Consultadas

  • La Semana. Revista Literaria. Caracas, 1° de mayo de 1902.

  • Crónica de Caracas. Caracas, N° 68/71, enero-diciembre de 1966.

Calles de Caracas en 1821

Calles de Caracas en 1821

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Calles de Caracas en 1821

El gobernador de Caracas, Andrés Narvarte, ordenó el arreglo de algunas calles, en especial la de los suburbios de La Trinidad y

     El historiador venezolano Enrique Bernardo Núñez, en su obra La ciudad de los techos rojos, anotó que en fecha 20 de septiembre de 1821, el concejal José Nepomuceno Chávez propuso que para el ornato y para el mejoramiento del ordenamiento de Caracas, era conveniente colocar números a las casas y dar nombre a las calles. Los miembros del Concejo Municipal acordaron que el señor Chávez junto con el síndico Pedro Herrera elaboraran el proyecto y que, una vez aprobado por la instancia correspondiente, poner en práctica lo en él contemplado. En esta misma sesión se llevó a cabo la lectura del decreto de julio 20 acerca de los honores que se rendirían al Libertador y como encargados de ejecutarlo se acordó que fuesen los miembros del Ayuntamiento.

     Los preparativos fueron encargados a Juan Nepomuceno Chávez, Antonio Díaz y Pedro José Herrera. Dicho reconocimiento a Bolívar fue dado a conocer por bando el lunes 8 de octubre. En este comunicado oficial, emitido por los integrantes de la municipalidad se dio a conocer que el mismo se efectuaría el 28 de este mes. Los funerales por los caídos en el campo de batalla se efectuarían el día 29. Núñez atribuyó al nombre de la calle del Triunfo a esta circunstancia. Fue en esta vía por donde cinco años más tarde, el 10 de enero de 1827, entró el Libertador, tal como lo había hecho el 7 de agosto de 1813. La fiesta del “Regocijo” tal cual fue llamada la actividad en que se rendiría honor a Bolívar se calculó en ocho mil pesos de la época. 

     Sin embargo, no había recursos para costear tales actos. La solución fue la de pedir colaboraciones a las corporaciones existentes, incluso el cabildo eclesiástico, la municipalidad junto con el cabildo y hasta el vicepresidente, Carlos Soublette, prometió una porción de pesos con garantías de reintegro, porque las exangües arcas así lo requerían.

     Núñez escribió que, en la misma oportunidad cuando se dio a conocer el bando del “Regocijo”, el gobernador Andrés Narvarte propuso que, para el arreglo de algunas calles, en especial los suburbios de La Trinidad y Pastora, donde habían ruinas de edificaciones dejadas por el sismo de 1812, se obligara a sus propietarios a que dejaran doce varas de distancia, al frente de cada construcción, para un nuevo ordenamiento de las calles y así facilitar a los transeúntes su circulación. El 11 de octubre se ordenó a los alcaldes de barrio y custodios de policía a levantar un censo de sus respectivas manzanas, en un plazo no mayor a los tres días. Otro bando de policía ordenó a los vecinos con recursos económicos a colocar luces en la puerta de sus viviendas, para que sirvieran de luminarias en horas de la noche.

     Por orden del Concejo se colocó una lámpara en el lugar denominado El Principal, conjuntamente se dio a conocer, entre algunas corporaciones, el contenido y fiel cumplimiento de lo establecido en el bando citado con anterioridad. En abril del año siguiente el cura de la iglesia de San Pablo comunicó, a las autoridades municipales, acerca de la presencia de una fetidez “insufrible” en este recinto de devoción, así como del mal estado del piso que se abría con frecuencia y dejaba al descubierto los sepulcros allí ubicados. En virtud de esta situación las autoridades del municipio dictaron fuertes medidas para que todos los entierros se hicieran en el cementerio provisional de Anauco, mientras se concluía el de La Vega. En Anauco se instaló, a finales de 1821, el degredo para variolosos.

     El traslado de los infectados por viruela para el lugar indicado con anterioridad, fue objeto de quejas por parte del cura de Candelaria, por el temor a contagios entre sus feligreses, debido a lo cercano de esta nueva instalación. Ante esta situación los miembros del Concejo Municipal encomendaron al director de hospitales para que respondiera a las quejas emitidas por el párroco. El director de hospitales respondió que el degredo no revestía ningún peligro para la difusión del terrible mal, “pues en física médica se prueba matemáticamente que los contagios más activos se desvirtúan en la atmósfera y quedan absolutamente sin acción a cuarenta pasos del lugar de infección”, con lo que se dio por cerrado el asunto.

     Para el 23 de diciembre de 1821, los comisionados Chávez y Herrera presentaron el proyecto en que se estableció el posible nombre de las calles de la ciudad. El mismo fue aprobado con ligeras modificaciones. Las 16 calles ubicadas de norte a sur recibieron los nombres del Comercio, de Las Leyes Patrias, Carabobo, Zea, Roscio y Ustáriz, entre otros nombres. 

     Las 17 calles establecidas entre el este y el oeste, recibieron denominaciones tales como: Calle de las Fuentes, del Estío, la de los Bravos, de las Ciencias, del Sol, del Orinoco, Juncal, Agricultura, Fertilidad y Unión, entre otras. Núñez hizo referencia a una de las esquinas “más célebres de Caracas”, Marcos Parra. Él escribió a este respecto que, el 17 de marzo de 1828 una persona, cuyo nombre era Marcos Parra solicitó un terreno o solar en la esquina del Basurero, calle de La Pedrera, hacia Caroata, para ser utilizada en actividades productivas y lucrativas.

     La respuesta del procurador Tomás Hernández Sanabria fue favorable para con el solicitante, porque redundaría en el incremento poblacional, así como que la renta que prometió cancelar era beneficiosa para las arcas públicas y la fábrica que habría de levantar en el lugar favorecería a la industria nacional. Siendo así, las autoridades municipales dieron la buena pro a la petición de Parra y concedieron el solar de dieciséis varas de frente y treinta y cuatro de fondo, bajo un pago de dos pesos anuales, a quien fungía como administrador de las rentas. El 27 de junio de 1780, el Ayuntamiento reconoció a la Pedrera del Cerro como parte de la calle llamada La Faltriquera. Esta y otras pedreras formaban parte de las tenencias de los Propios (o bienes que pertenecían a los municipios y que generaban rentas públicas) de la ciudad, aunque varias personas se habían adueñado de ellas y las explotaban sin ningún tipo de regulación.

     En este año ellas se habían ofrecido en arriendo a vecinos de la ciudad. De igual manera, el Ayuntamiento se reservó las facultades para sancionar a aquellos que las explotaban para beneficio personal y que no le aportaban nada a las arcas nacionales. En agosto de 1784, Juan Agustín de Herrera solicitó treinta varas de terreno en el cerro de La Pedrera, “en vista de que interesa a la hermosura y compostura de la ciudad allanar por aquella parte la dificultad de la calle que llaman de La Faltriquera y finalizar el puente allí iniciado”. La concesión fue otorgada a cambio de abrir un camino para la construcción de un puente.

     No muy lejos de estas porciones territoriales, la Viñeta de San Felipe, que se denominaría después Mamey y de Padre Hermoso, en que los Padres del Oratorio tenían huerta de recreo acorde con las reglas de su corporación, llegó a ser, por un buen tiempo, morada del general José Antonio Páez. Hacia el año de 1795 la cuadra de La Viñeta se llamaba Pedro García. Como era muy común en esta época, carecía de agua limpia. El Ayuntamiento se había negado a conceder una petición hecha por el procurador del Oratorio para una “paja de agua”. No se concedió porque un representante de una diputación, Francisco García de Quintana alegó que perjudicaría al Real Hospital.

     Para 1822, La Viñeta había pasado a manos de Hilario Cardozo. Luego sería propiedad del licenciado Diego Bautista Urbaneja quien la vendió a doña Barbarita Nieves (1803-1847). Esta fue compañera sentimental de Páez desde el año de 1821, cuando el Centauro de los Llanos se separó de su verdadera esposa. En este mismo recinto domiciliario llegó a alojarse José Tadeo Monagas. Tiempo después se llevaron a cabo ensayos para el cultivo de flores en los jardines de La Viñeta. La casa de La Viñeta sería convertida luego en un cuartel denominado del Mamey y antes de ser demolida llegó a ser sede de la escuela Gran Colombia.

     En este orden de ideas, Núñez hizo referencia al padre Pedro Ramón Palacios y Sojo quien llegó como portador de una licencia para establecer el Oratorio de San Felipe de Neri, de cuya congregación había sido presidente. El encargado de hacer la dedicación fue el obispo Mariano Martí el 18 de diciembre de 1771. Desde la Catedral había dirigido en procesión al Santísimo Sacramento y el cuerpo de San Justino, mártir. 

     Núñez anotó que el obispo Martí había tenido preferencia por la Casa de San Felipe. Para 1777 se había concluido la edificación dedicada a la residencia, y comenzó a funcionar la nueva iglesia de mayor espacio, cuya construcción la aprovechó Guzmán Blanco para la Iglesia de Santa Teresa.

     En su descripción, Núñez destacó que el Oratorio contó con unos cipreses que fueron admirados por Alejandro de Humboldt y que sirvieron de referencia para otorgar el nombre a la calle y la esquina de Juan Clemente. El mismo padre Palacios y Sojo fundó junto con Juan Manuel Olivares un establecimiento escolar dedicado al arte musical, en su estancia de café y frutas de San José de Chacao. Algunos de los discípulos de este recinto escolar dedicado a la música fue José Antonio Caro de Boesi, de quien se dice era oriundo de Chacao. Caro de Boesi se destacó hacia 1786, lo hizo con su gran misa en re mayor, la que parece haber sido escrita entre este año y 1790.

     De igual manera, Núñez informó acerca del hallazgo de un archivo musical en el sótano de la Escuela Nacional de Música para el año de 1937. Este descubrimiento reveló la existencia de otro compositor de nombre “más o menos semejante”. En un amarillento manuscrito se lee, de acuerdo con lo redactado por Núñez lo siguiente: “misa a cuatro voces con violines y bajo. Compuesta por el señor Juan Bohesi de Caro. Copiada por un humilde hermano del Oratorio del Sor. San Felipe”. Apuntado esto indicó que no era fácil suponer que el copista confundiera a Juan Bohesi o Boesi de Caro, a quien probablemente conociera, con José Antonio. “Con probabilidad, son dos personajes distintos”. La conjetura se presenta, de acuerdo con Núñez, por si este Juan Bohesi vino de Roma en compañía del archivo musical y los instrumentos trasladados por el padre Sojo, a su “regreso de la “Ciudad Eterna”.

     Destacó Núñez otro manuscrito en que se estampó lo siguiente: “Misa de difuntos a 3 voces con violines y bajos. Para el uso del Oratorio del P.S. Felipe Neri. Año de 1779. Violín Segundo”. Este historiador venezolano expresó que la música en la ciudad de Caracas trazó una senda entre la Viñeta de la esquina del Padre Hermoso, el Oratorio de los Cipreses y la hacienda San Felipe, en Chacao. Al finalizar su escrito en torno a las calles de Caracas en 1821 indicó: “En la esquina de San Felipe, casa marcada entonces con el número 112 (calle Carabobo), hoy 44, vivió sus últimos años Juan Vicente González, redactor de El Heraldo y autor de la biografía de José Félix Ribas. Allí murió el 1 de octubre de 1866”.

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