Trompeta de Louis Armstrong superó el racismo en Caracas

Trompeta de Louis Armstrong superó el racismo en Caracas

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Trompeta de Louis Armstrong superó el racismo en Caracas

Louis Armstrong se molestó por la poca asistencia de público a sus presentaciones en el Nuevo Circo de Caracas

     Louis Armstrong, virtuoso trompetista y cantante, considerado como una de las personalidades más carismáticas y de mayor creatividad en la historia del jazz, estuvo en Venezuela con su banda All-Stars a finales del año 1957, como parte de una gira de buena voluntad por varias capitales suramericanas.

     Por 140 mil bolívares (casi $42 mil dólares al cambio de la época de Bs. 3.35 por la divisa estadounidense) el empresario Roberto Allaz adquirió cinco fechas del tour del afamado músico nativo de New Orleans, según información aparecida en el diario Últimas Noticias el 17 de noviembre de 1957.

     La nota indicaba que se presentaría en el Teatro Municipal de Caracas, que el mencionado empresario estaba haciendo gestiones para que ofreciera una velada en la ciudad de Maracaibo y que una de las actuaciones en Caracas sería a beneficio de la Sociedad de Damas Bolivarianas.

     Armstrong, acompañado de su esposa Lucille y un trabuco siete de músicos llegaron a Maiquetía la mañana del viernes 29 de noviembre de 1957 con un voluminoso equipaje de 52 valijas. Unas tres mil personas se dieron cita en el aeropuerto para darle una cálida bienvenida a Venezuela.

Discriminación en el Tamanaco

En principio, el empresario contratante, contempló que Armstrong y su equipo se alojarían en el confortable Hotel Tamanaco de Las Mercedes. Pero los planes se trastocaron cuando los empleados estadounidenses del moderno hospedaje capitalino, en una actitud de discriminación racial, muy en boga por esos días en la nación norteña, manifestaron que no tenían habitaciones disponibles en ese momento, a pesar de que se habían hecho las reservaciones pertinentes, por lo que el estelar intérprete y su banda se vieron obligados a procurar alojamiento en otro lugar.

El célebre trompetista fue víctima de discriminación racial en el Hotel Tamanaco de Caracas

Rumbo al Waldorf

     Dieron media vuelta y partieron con su voluminoso equipaje hacia el centro de Caracas, donde fueron hospedados, con atención de primera categoría, en el Hotel Waldorf, situado entre las esquinas de Campo Elías a Puente Anauco, en la urbanización La Candelaria.

     Ese mismo día, pese al ajetreo de la llegada y el triste episodio que se experimentó en el Hotel del este caraqueño, Armstrong atendió a los representantes de los medios de comunicación.

     María Elena Páez, en crónica de Últimas Noticias, indicó que el artista, con un pañuelo en una mano y una pequeña cajita de crema en la otra, apareció ante los reporteros y se sentó pacientemente, dispuesto a satisfacer todas las curiosidades periodísticas, incluso las de su vida privada. Antes pidió que se le sirviera una copa de brandy con Benedictine, su bebida favorita.

     Mientras era acorralado por los reporteros, él, tranquilamente, guardó su pañuelo, abrió la caja de crema y procedió a darse una especie de masaje en los labios en los que se marca, claramente, la forma de la boquilla de la trompeta, después de 50 años de uso consecutivo.

     Una versión errada se mantiene en diferentes publicaciones y en redes sociales, la cual señala que Armstrong se alojó en el Hotel El Conde en una posterior actuación en Caracas. Pero no es cierto, jamás hizo una segunda visita a nuestro país.

Promovía la integración racial

     Antes de iniciar la conversación con los reporteros en un salón del hotel Waldorf, Armstrong aclaró que no quería referirse a la amarga experiencia vivida en el Tamanaco.

     Desde mediados de los años cincuenta, en plena efervescencia de la lucha por la integración racial en Estados Unidos, Armstrong asumió el papel de símbolo de la resistencia contra la segregación.

     Precisamente, en septiembre de 1957, tres meses antes de su llegada a Caracas, se negó a concretar una visita de buena voluntad a Rusia, promovida por el departamento de Estado, mientras no se resolviera un conflicto con estudiantes de color a los que le negaron la matriculación en una escuela secundaria en Arkansas.

     “¿Qué se supone que voy a decirle a los rusos cuando me pregunten por lo malo que está ocurriendo aquí?”, se preguntó Armstrong en una entrevista que le dio al reportero Larry Lubenow en un hotel de Dakota, para justificar su negativa a no viajar a territorio ruso, en plena época de la denominada Guerra Fría. En esa entrevista también criticó la falta de coraje del presidente Dwight Eisenhower por no emplear mano dura contra quienes se oponían a la integración racial en el conflicto racial de Arkansas.

     Algunas figuras artísticas de color como Sammy Davis Jr. criticaron la posición de Armstrong, mientras que otras personalidades que se identificaban con la lucha por los derechos civiles de los negros, como Jackie Robinson, Sugar Ray Robinson, Lena Horne, Eartha Kitt y Marian Anderson, lo apoyaron.

 La cita caraqueña

     Louis Armstrong y su banda Todos-Estrellas actuaron en varios escenarios caraqueños. El 29 de noviembre ofrecieron la primera presentación en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, luego el 1 y 2 de diciembre estuvieron en la Concha Acústica de Bello Monte, moderno recinto que había sido inaugurado a mediados de marzo de 1954. Luego se presentaron en el Hotel Ávila, en un programa de televisión de la planta Televisa, animado por Alberto Castillo Álvarez (el Inspector Nick) y finalmente hicieron dos audiencias en el Nuevo Circo, a precios populares, que no atrajeron mayor cantidad de público (se habló de menos de 100 personas) que provocaron tal molestia en el artista, quien prometió no volver más a Venezuela. 

La prensa de la época se hizo eco de la discriminación que fue objeto Louis Armstrong al llegar a Caracas

     No entendió que para el momento no existía en el país cultura por ese ritmo musical. A mediados de los años sesenta, Renny Ottolina trató de contratarlo para una de sus famosos magazines de la TV venezolana y Armstrong respondió que cumpliría su promesa de no volver a nuestro país.

     Cuando Louis Armstrong vino a Venezuela contaba 57 años de edad. Había nacido en New Orleans, Louisiana el 4 de agosto de 1900.

     A lo largo de su prolífica carrera apareció en más de cincuenta películas y grabó más de cincuenta discos. Uno de los temas que grabó que logró alcanzar mayor popularidad fue “What a Wonderful World”, el cual fue utilizado en 1987 en la película “Good Morning Vietnam”
Armstrong falleció a los 70 años, en Nueva York, el 6 de julio de 1971.

Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

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Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

¿Cómo era la ciudad de Caracas de hace casi 130 años?

     El bibliotecario de la Academia Nacional de la Historia, Erasmo Colina, en un interesante artículo publicado en la edición del 15 de julio de 1966, en el diario El Universal, el cual tituló: Aspectos de la Vida Caraqueña 1893-1894, presenta un amplio panorama de la dinámica de la capital venezolana a finales del siglo XIX.

     Colina hace un recorrido, más bien, suerte de inventario, por los nombres de las diferentes autoridades, las empresas de alumbrado y teléfonos que prestaban servicios, el transporte, el telégrafo y sus tarifas, los medios de comunicación impresos, los clubes y lugares de diversión, la red bancaria y precisa, entre otras cosas, que la matrícula de la Universidad de Caracas era de poco más de 400 estudiantes.

     Disfrutemos pues de la pormenorizada descripción

     “Jefe del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos de Venezuela, era el General Joaquín Crespo. El Secretario general, Dr. José R. Núñez; Secretarios: Doctores: Alirio Díaz Guerra, Luis F. Castillo y Augusto L. Figueredo. Traductor: Jorge L. Hartmann. Primer Telegrafista, Coronel Pedro María Sucre. 2do Señorita María Carbonell.

      El Cuartel de la Policía estaba ubicado al sur de la Plaza Bolívar. El Arzobispo de Caracas y Venezuela era el Ilustrísimo y Revmo. Sr. Dr. Críspulo Uzcátegui. Secretario de  Cámara del Arzobispado, Pbro. Dr. Gil Martínez. Provisor y Vicario General y Gobernador del Arzobispado, Dean Pro. Dr. Manuel Antonio Briceño. Teniente Provisor, Pro. Dr. Luis Felipe Esteves. Notario de la Curia Eclesiástica, Dr. Francisco Izquierdo Martí.

     Caracas tenía la llamada Empresa de Alumbrado Eléctrico, siendo sus contratistas y empresarios: G. Palacios. La oficina de elaboración estaba en S. 6, al Este del Mercado de San Pablo.

     Había para los años 1893-1894 y siguientes, servicio de ambulancias o sea camillas ad hoc para la traslación inmediata de heridos o enfermos y a disposición de quien desgraciadamente las necesitara, en los lugares siguientes: Sacristía de las Iglesias de Catedral, Santa Teresa, Santa Rosalía, Candelaria, San Juan, Altagracia, La Pastora, San José y Las Mercedes; Asilo de Huérfanos, Aserradero de Ramella y Panadería de Las Gradillas, Ferrenquín, Miranda y la de Zamuro.

     Las calles de Caracas eran transitadas por coches. Los de alquiler, tenían estaciones: de lujo — Boulevard Oeste del Capitolio, de número —Boulevard Este del Capitolio.

     Los coches de plaza estaban libres de patente, y sometidos a la siguiente tarifa: Por cada carrera de la estación o de sus inmediaciones, a cualquier punto de la ciudad, Bs. 1,50. Por cada hora dentro de la ciudad, Bs. 4. Por cada hora fuera de la ciudad, Bs. 5. El recorrido de coches era de 6 de la mañana hasta 10 de la noche. De las 12 en adelante el valor del pasaje era de Bs. 8.

     El Gobernador del D. F. era el doctor Juan Francisco Castillo; Secretario, Emilio Conde; Jefe de la Sección Política, Dr. Rafael Salazar Yanes; de la Sección Administrativa, Agustín García Pompa; de la Sección de Obras Públicas, José Cairós y M. 1er Oficial, Juan Pablo Penzo, 2do id., Juan Bautista Silguero hijo, Achivero General, y Encargado de la Estadística, el Coronel Santiago Carías. Portero, Ramón Ávila.

     Tenía Caracas agencias funerarias: entre Gradillas a San Francisco, Gran Agencia Funeraria; Torre a Veroes, La Nacional; Esquina de Veroes, La Equitativa.

     Estaba encargada del movimiento de vapores y noticias universales la Agencia Pumar. Estaba ubicada entre Principal y Santa Capilla, era su director Carlos Pumar. Existían además Agencias de Mercancías secas; de negocios de seguros, de Repartos (fundada en 1887); de Vapores, y diversas. Había en Caracas, las siguientes fábricas de cigarrillos: “La Legalidad”, “La Libertad”, “El Modelo”, “Chitón”, “Resurrexit”, “Flor de Cuba”, “La Cubana”, “La Fragancia”, “La América”, “La Africana”, “El Cojo”, “La Corona” y “El Espartano”.

     Diversiones: el Circo de Toros, ubicado en Oeste 12, N°5. Maderero a Puente Nuevo. Su Gerente: Heraclio de la Guardia. Circo de caballitos “Venezuela”, situado entre Reducto a Glorieta, propietarios: Benítez Hno., Alfredo Dupouy, Luis González y Guinand Fréres. Allí acudía la chiquillería de entonces, acompañada de sus padres o representantes. Al dirigirse a él, saludaban cortésmente a los transeúntes, y daban la acera a los ancianos y les tendían la mano en caso de haber algún estorbo o hueco en la vía. Lo mismo hacían cada vez que iban al Templo, al Colegio o a su hogar.

     En Caracas de fines del siglo pasado, según vemos en un Anuario de la época, existían los siguientes Clubs: América, Esq. de La Torre; Alemán, Camejo a Pajaritos; Bolívar, Padre Sierra a La Bolsa; Fénix, igual dirección; Unión, Santa Capilla a Mijares; Jockey, Carmelitas a Llaguno; Venezuela, Principal a Conde.

     La Prensa y Boletines en Caracas: Los periódicos que se publicaban para ese tiempo: El Anunciador Filatélico, el Boletín de la Agencia Pumar, el Boletín del Banco Monte Piedad, el Boletín del Ministerio de Obras Públicas, Boletín de la Riqueza Pública, Ciencias y Letras, El Cojo Ilustrado, La Clínica de los Niños Pobres, el Correo de Caracas. El Correo de los Estados, El Cosmopolita, El Deber, La Defensa, El Diario de Avisos, La Época, La Gaceta Forense, La Gaceta Médica de Caracas, La Gaceta Oficial, Guía de Caracas, La Justicia, El Látigo, Lucifer, El Noticiero, El Progreso, La Religión, El Reportero, El Republicano, El Palenque Español, La Revista Mercantil, El Siglo. La Situación, El Sol de América, El Tiempo, Venezuela Postal.

     Los relojes públicos existentes en la capital: el de la Torre de la Catedral, (hora oficial); uno en la torre de la Iglesia de San Juan, 12 eléctricos colocados así: uno en cada Plaza: La Pastora, Miranda, Candelaria, Washington, Santa Rosalía, 19 de Abril, del Teatro Municipal; 3 de Salón, en el Palacio Federal, Casa Amarilla y Concejo Municipal y el normal o regulador en la Torre de la Universidad.

     En los situados de las plazas, existían termómetros de alcohol con escala de Celcius y Farenheit. Se había encargado al señor Carlos D. Lemoine, para el cuido y arreglo de los relojes de Catedral y San José.

     Teléfonos: Había dos compañías: “The Venezuelan Telephone and Electrical Appliances Comp, Limited”. Entre Sociedad y Camejo, y la nueva “American Electric & Manufacturing C.”, de Gradillas a San Jacinto.

     El Telégrafo estaba entre las esquinas de Principal a Conde. Por diez palabras cobraban (según tarifa de la época) Bs. 1. De a 11 a 15 palabras, Bs. 1,25. De 16 a 20, Bs, 1,50, y de 21 a 25, 1,75. Por la noche doblaba el precio de los telegramas.
Universidad situada entre Bolsa a San Francisco, con sus dos amplios patios con las estatuas de Vargas y Cajigal, y los bulliciosos jóvenes que acudían a ella a seguir diversos cursos superiores. Era el Rector el Dr. Elías Rodríguez. El Vice-rector Dr. José Manuel Escalona; el Secretario, Dr. Vicente G. Guánchez; Archivero Adjunto, Carlos Toro Manrique; Adjunto a la Secretaría, Pedro A. Guánchez; Recaudador, Manuel H. Camacho. Contaba la Ilustre Universidad 34 Cátedras y más de 400 alumnos.

     Bancos: Había en Caracas los Bancos: Caracas, Venezuela, Monte Piedad, de Seguro y Economía.

     Tenía la ciudad baños públicos, Bibliotecas Públicas, Billares, Casas de Moneda o Cuño, Colegios, Escuelas, Academias, Boticas, Empresas de Construcción, Ferrocarriles, Dentistas, Doradores, Droguerías, Fábrica de Fósforos, etc.

     La gente era muy cortés, afable y según testigos, la gente se preocupaba por la cultura; la buena educación y urbanidad estaban presentes en todos los actos sociales. Había recato en el vestir y ningún menor era capaz de dirigir la palabra a una persona mayor, si no se le permitía o se le preguntaba algo.

     Pocos robos, pocos asesinatos y raros suicidios. Por las calles iban los vendedores de granjerías y por las ventanas asomaban lindas caras de las caraqueñitas gentiles. Las flores eran traídas de Galipán y de Gamboa. Era corriente el uso de sombrero y del paraguas.

Sanz, el licurgo venezolano

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Sanz, el licurgo venezolano

Miguel José Sanz (1756-1814), abogado, político, periodista e ideólogo de la independencia de Venezuela

     Miguel José Sanz (1756-1814) fue un abogado venezolano y uno de los consejeros del general Francisco de Miranda en la fundación de la Sociedad Patriótica que se instalaría en 1810. Fue nombrado junto a Antonio Nicolás Briceño, secretario del congreso de 1811. Vicepresidente de la cámara de representantes en 1812, se opuso a la capitulación de Miranda y fue el primer civil en ocupar la Secretaría de Estado, Guerra y Marina. Con el desplome de la Primera República (1812) pronunció en el congreso su célebre discurso a favor del perdón de los implicados en la rebelión de Valencia. Estuvo preso en el castillo San Felipe de Puerto Cabello. Prisionero tras la caída de la Primera República fue liberado en junio de 1813, por un dictamen de la Real Audiencia. Al llegar triunfante Bolívar a Caracas en agosto del mismo año, Sanz se incorporó de nuevo a la causa republicana, fue uno de los llamados a dictaminar sobre el plan de gobierno provisorio redactado por Francisco Javier Ustariz. En julio de 1814, cuando las fuerzas realistas se acercaban a Caracas, Sanz acompañó la emigración a oriente, y llegó a la isla de Margarita, a instancias del general José Félix Ribas, quien le nombró consejero de guerra, volvió a Tierra Firme y murió el 5 de diciembre de este año en la batalla de Úrica, donde fueron derrotadas las tropas republicanas.

En una crónica redactada por Enrique Bernardo Núñez estableció que el licenciado Miguel José Sanz (1756-1814) había escrito sus Ordenanzas Municipales por decreto de la Real Audiencia, el 25 de junio de 1800, y por comisión expresa del presidente gobernador Guevara Vasconcelos. 

     Las mismas fueron culminadas a finales de octubre de 1802. Constaban de diez libros, divididos en tres partes, con el título “Ordenanzas para el Gobierno y Policía de la Muy Ilustre Ciudad de Santiago de León de Caracas, Cabeza de la Provincia de Venezuela”. Estaban precedidas de un discurso preliminar, donde Sanz expuso el plan general de la obra y sus ideas filosóficas en materia de gobierno. Agregó Núñez que cada uno de los diez libros tenía una presentación o discurso que servían de introducción.

     Aunque estos diez libros se extraviaron, Núñez accedió al contenido de los mismos gracias al informe del Fiscal de su Majestad, Francisco Espejo (1758-1814). Según escribió, Sanz expuso razonamientos respecto a la moral, costumbres, educación, urbanismo, comercio, industrias, sanidad, hospitales, cárceles, moneda, abastos, precios de víveres, pesas y medidas, oficios mecánicos y establecimiento de gremios, conservación de bosques, distribución de las aguas, alumbrado, alquileres de casas, diversiones públicas, entre otras más.

     En el discurso preliminar del libro I explicó un plan y la necesidad de las Ordenanzas para el Gobierno político al interior de la ciudad. A continuación, Núñez expuso ideas desarrolladas por Sanz ante la necesidad de correcciones que le habría propuesto el Ayuntamiento. Desde el seno de éste se consideró que no era preciso expresar que los habitantes de la ciudad vivían sepultados en la barbarie y la rusticidad, y que en virtud de esta circunstancia se les había privado de la felicidad, tal como lo redactó Sanz. Pedía, entonces, se suprimiera esta expresión. Por su lado el Fiscal adujo que no era necesario eliminarla.

     Ante una frase que rezaba: “que congregadas las sociedades civiles después de la creación del hombre, se hizo en ellas fuerte el ambicioso y dominó a los demás que no pudieron resistirle”. El Fiscal adujo que con ella podría creerse que los Soberanos tenían su origen en una ambición primigenia de quienes quisieran serlo y las calificó como “equivocadas y peligrosas”. Espejo razonó que lo más prudente era enseñar a los pueblos que, una vez se constituyeron las sociedades, el poder se había legado a los más virtuosos. De igual manera, el Fiscal no tuvo reparos en defender privilegios, pero dejó asentado que nadie estaba exento de cumplir obligaciones frente a otros dentro de la sociedad. Esto es así porque nadie podía estar fuera del alcance de las reglas administrativas, y fue lo que intentó sostener el redactor de las Ordenanzas.

     Otra de las propuestas de supresión desde el Ayuntamiento, rememoradas por Núñez, tuvo que ver con lo acontecido con la conspiración descubierta el año de 1797. El Fiscal dio la razón al Ayuntamiento porque la “falta de ordenanzas de policía” no fue el motivo del movimiento sedicioso. En este orden de ideas, el Fiscal había argumentado que en los pueblos de “mayor civilización” se presentaban pensamientos de insurrección, adoptados por personas que prometían mejorar su situación por medio de la fortuna. Sin embargo, pidió fuese eliminado para protección de la memoria del futuro.

     El Fiscal, en atención a otro pedimento de supresión propuesto por el Ayuntamiento, “pasa los ojos por el folio 20”. En el mismo se leían las palabras independencia y libertad. Aunque se referían a asuntos administrativos o de policía de la ciudad, exhortó a su eliminación por absolutas y generales. Sanz, por otra parte, agregó que había sido un error haber permitido la extensión de la ciudad más allá de sus linderos. Sugirió que ella debía circunscribirse al terreno entre Catuche y el Caroata. Propuso una división en cuatro cuarteles, dos al norte y dos al sur, subdivididos, a su vez, en arrabales y barrios. A los de la Candelaria y San Juan se debían señalar límites y nombres. El Ayuntamiento desestimó tales divisiones, así como los nombres sugeridos para los cuarteles.

     El Fiscal se pronunció a favor de una nueva demarcación y consideró idónea la que se proponía en las Ordenanzas. En cuanto a los habitantes de los arrabales no tenían motivo de queja, porque se les dejaba en posesión de derechos como vecinos de Caracas, así como de sus habitaciones, tiendas, almacenes, talleres y estancias. Según Núñez, el Fiscal aclaró el pensamiento del suscriptor de las Ordenanzas. Poco importaba que los terrenos de los arrabales fuesen los más aptos para albergar comunidades humanas. La exigencia de dividir algunos cantones era porque representaban una extensión territorial impropia e incómoda.

     Dentro de las Ordenanzas, Sanz propuso un plan de seis escuelas a las que pudieran asistir los niños pertenecientes a todas las castas. El Ayuntamiento se opuso y el Fiscal le dio la razón a este último. En oposición a la propuesta de Sanz se exigía que las seis escuelas se establecieran sólo para niños blancos. Cómo no parecía justo un tipo de privilegio como este, dejaban a la iniciativa individual, tal como venía sucediendo, el de buscar los medios de instrucción para sus hijos. Esto, si encontraban contribuciones para sostenerlas porque los administradores de la ciudad alegaron no contar con arbitrios para tal propósito.

     Entre otras propuestas, las Ordenanzas fijaron la creación de un cargo de médico para la ciudad, el establecimiento de un depósito de harina de trigo y de maíz. También, se pedía limitar el número de esclavos en los hogares donde cumplían labores domésticas. En lo que respecta a los gremios, continúa en su narración Núñez, el Fiscal había mostrado inquietud por la inexistencia de un gremio de barberos. Este, de existir, debía ser cuidadosamente vigilado por la autoridad correspondiente, “así por la función característica de rapar la barba como por lo que en este país le son adyacentes, las de sangrar, sacar muelas, abrir vejigatorios y romper apostemas”, expresó el Fiscal Espejo.

     Hubo la propuesta de reducir las ventanas “voladas”, mientras en las nuevas edificaciones las ventanas que dan a la calle debían cubrirse con rejas embutidas. Los miembros del Ayuntamiento dijeron no a estas previsiones, sostuvieron sus argumentos a favor de las ventanas voladas porque en Madrid y otros lugares de la Metrópoli las había también. El Fiscal se encargó de desacreditar estas opiniones y calificó este razonamiento de insulso.

     Destacó Núñez otra de las previsiones configurada por Sanz en lo atinente a la embriaguez de algunos vecinos y el trato legal con los que debían ser penados. El Fiscal añadió la necesidad de castigar a quienes provocaban escándalos por la embriaguez. Pidió para quienes incurrían en ella el castigo público. Agregó que las pulperías y los propietarios cercanos al lugar de bullicios incitados por contaminación etílica, serían también responsables de lo que las borracheras públicas provocaban. Sin embargo, el Fiscal llegó a la resolución según la cual se le impondría multa o prisión al pulpero en cuya casa se pudiera comprobar que el infractor se había embriagado. En otros capítulos se hizo referencia a los juegos de pelota y otras actividades de diversión, como el de los baños en el río Guayre, los paseos públicos, del Coliseo en que se escenificaban comedias y otras piezas.

     Núñez dio término a esta reseña al señalar que el Fiscal había culminado su informe con dos “golpes de pluma” contra el Ayuntamiento. Como el Cabildo comprobó que, en el discurso preliminar redactado por Sanz, no se ofrecía una noticia exacta acerca de la creación del Ayuntamiento, sus privilegios y prerrogativas, “y a pesar de ello nada dice sobre este particular”, recomendó a la Audiencia solicitar los datos correspondientes para incluirlos en las Ordenanzas en un plazo no mayor de treinta días. De igual manera, como hubo la negación de escuchar al autor de ellas, lo que se tenía como un derecho de cualquier persona perteneciente al pueblo que lo estaba haciendo de modo pacífico y honesto, “y se trata de un abogado de talento y luces distinguidas entre los de su Colegio, investido además con el empleo de Asesor del Real Consulado, y su obra es el fruto de los mayores desvelos, de una inmensa lectura y de imponderable trabajo”, era pertinente escuchar sus alegatos. Sustentado en estos razonamientos el Fiscal alentó a la Audiencia a recibirle en sus estrados y que en ellos se le atendiera en acto público, a puertas abiertas, “y se recomiende a Su Majestad el singular mérito que ha contraído”. Núñez cerró este escrito rememorando que el Fiscal consideraba al Cabildo con competencias sólo económicas y ejecutivas en los casos de su exiguo conocimiento en otros asuntos. En palabras de Enrique Bernardo Núñez: “Estas Ordenanzas valieron a Sanz entre sus contemporáneos el título de Licurgo venezolano”.

     La reseña que me sirvió de base para este escrito no sólo se puede precisar en un ámbito jurídico y legal. Es preciso leer las Ordenanzas en un marco en el que era imprescindible establecer normas de funcionalidad social. También, ofrece la oportunidad de apreciar los valores presentes en una época que muchas veces iban a contracorriente de hábitos inveterados. Esta disposición, a su vez, permite al analista de hoy adentrarse en la mentalidad, o mentalidades, de un momento de la historia de Venezuela. Resulta, pues, un valioso testimonio de un investigador de la historia que no tuvo remilgos para considerar actos cotidianos en una historia totalizadora, frente a lo que aún predomina como historia política.

Plaza de San Jacinto

Plaza de San Jacinto

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Plaza de San Jacinto

     El escritor, narrador y ensayista venezolano, Enrique Bernardo Núñez (1895-1964) subrayó que para el año de 1603 el trazado de las calles de la ciudad de Caracas se apreciaba más firme y, por tanto, discernible para el investigador de tiempos posteriores. Caracas se ofrece de manera particular, tal como fue señalado por el Consejero Lisboa a quien le llamó la atención la forma cómo los caraqueños señalaban las direcciones. Éstas no lo hacían, aunque aún persiste la costumbre, por una numeración ordenada ni con base en los puntos cardinales. Las referencias de ubicación se hacían a partir de objetos o nombres de personas.

     Se hizo de común uso localizar direcciones mediante el sistema de indicar entre cuales esquinas se ubicaba el lugar que se espera encontrar. Bajo esta modalidad no ha resultado fácil dar con el número de alguna edificación. Esto se debe a que no es habitual el uso de números, ya sean árabes, griegos o latinos, como indicación ordenada de las casas asentadas en cada una de las manzanas de la comarca. 

     Quizá por comodidad o por desconocimiento se ha optado por puntos de referencia arbitrarios y fuera de toda lógica basada en inscripciones administrativas.

     Todavía resulta común que la referencia por números, cuando existe, se duplique entre edificaciones distintas. Para sortear este entuerto se ha procedido a agregar letras a casas residenciales y comerciales. Esto parece facilitar la ubicación de edificaciones entre las manzanas que dividen la ciudad. Se ha preferido colocar nombres de diversa procedencia a las distintas construcciones que se han levantado en Caracas. Por tal motivo, el nombre de las esquinas aparece como la solución para la ubicación de variados inmuebles asentados en la ciudad. Por eso lo examinado por Núñez, acerca del origen del nombre de algunas esquinas de Caracas, adquirió importancia histórica.

     Para el año señalado se procedió al empedrado de tres de las largas calles que atravesaban la ciudad de norte a sur con ruta hacia el Guayre. Eran calles al margen de los asientos de algunos encomenderos y cuyas casas contaban con grandes solares, como fue usual durante el Antiguo Régimen. Eran correderas de grandes pendientes y que aún para el año 1884 se hacían trabajos para rebajarlas como en la Avenida Norte o Calle Carabobo, “y cuando todavía hoy, sobre todo las de Cristóbal Mexía y Lázaro Vásquez, arrastran bastante agua”.

     Según relató, frente al Convento, del lado oeste, en la cuadra de Nuestra Señora de Chiquinquirá, entre San Jacinto y Traposos, fue el lugar en que se levantó la casa de los Bolívar, “donde debía nacer Simón Bolívar, tercero de este nombre, mejor conocido por el Libertador”. Núñez anotó que, el día 26 de marzo de 1812, el coronel Simón Bolívar, quien habitaba en la casa de las Gradillas, testada por un Aristiguieta, interrumpió al prelado Felipe Mota, quien comunicaba en la plaza que el terremoto de ese año era castigo divino por los pecados de los habitantes de la comarca, entre ellos, “la rebelión contra su rey y señor natural”.

     En su narración dejó estampado que, tanto el convento como la iglesia “era de paja”. Para 1608 los dominicos solicitaron se les entregara la ermita de San Sebastián y San Mauricio, que era de teja, para oficiar los santos sacramentos. Esta petición no fue satisfecha, en cambio, se les concedió dos solares, con la condición que uno de ellos fuese destinado a la plaza del convento. Años después, los regidores de la ciudad ordenaron que uno de los solares fuese reservado a la construcción de una plaza, para mayor magnificencia de la iglesia. Según Núñez, los linderos de este terreno eran como sigue: de un lado, calle real en el centro, con un solar del capitán José Serrano Pimentel, a los otros lados, con casas y solar de los herederos del capitán Pedro Navarro Villavicencio.

     Durante este tiempo, en San Jacinto se había extendido el barrio del Rosario. Los frailes de San Jacinto conservaban un tejar y una tenería, en una porción de territorio cedidos a Diego Vásquez de Escobedo, con esclavos en su beneficio. Años después, el procurador Antonio de Mendoza introdujo una queja contra los frailes, quienes, con el subterfugio de construir sementeras, se prestaban para recibir personas libres y a esclavos que escondían a otros esclavos fugitivos y mataban los animales que en ellas se introducían. Recordó Núñez que, el sitio conocido como Tejar estuvo bajo la administración de los frailes hasta 1809, cuando el gobernador Vicente Emparan y Orbe, luego de varios litigios, “lo rescató para construir una carnicería”.

     Durante 1809, tiempo después de haber llegado Emparan, la plaza fue siendo ocupada por quienes hacían vida en el mercado que, apenas iniciaba la instalación de puestos de ventas. Por supuesto, los clérigos no vieron con buenos ojos esta ocupación. Los oficios propios de la iglesia se veían perturbados por la gritería y vocerío de los vendedores en la plaza. En ésta la aglomeración de personas, junto con la combinación de bestias de carga y carruajes presentaban un aspecto que desagradaba a los representantes eclesiásticos y a la feligresía. 

     A esto se agregaba la “servidumbre de agua” y lo que conllevaba el uso personal y colectivo que se hacía de la misma y del vital líquido. De acuerdo con Núñez, lo que más repulsión causaba a los reverendos eran los tarantines de madera que se habían instalado en la plaza.

     En la protesta suscrita por el padre Juan José de Isaza expresó que, en estas casuchas de madera, además de ser obra y figuración de un pensamiento diabólico, eran escenario de actos que antes de su instalación resultaba muy difícil practicarlos. Esto lo ejemplificó al recordar que en ellas se cometían robos, servían para la embriaguez. De igual manera, para que ociosos dedicaran su pensamiento al morbo, pecados y para pactos impuros y plagados de libertinaje.

     Los terrenos ocupados por la plaza eran de utilidad pública y pertenecían a la ciudad. Por medio de los legisladores del Cabildo, se tomó una resolución para establecer un espacio de separación entre los vendedores y la casa de los sagrados oficios. Para ello el alarife de la ciudad Juan Basilio Piñango, inició el levantamiento del presupuesto para hacer las reformas estructurales que se requerían. En la esquina denominada San Jacinto se levantó una edificación que, en 1824, se quiso destinar para prisión de deudores y reos de delitos leves.

     El inmueble del convento de San Jacinto tuvo, luego de 1828, destinos distintos. Rememoró Núñez que, justo en este año la edificación se había reservado a la municipalidad, mientras una parte se destinó para una cárcel. Desaparecidos los conventos de hombres, de acuerdo con la ley del 23 de febrero de 1837, el edificio anejo a las rentas de la universidad se destinó a Casa de Beneficencia y cárcel pública. Hacia 1865 se utilizó como mercado central. Más adelante sería derribado y con ello muchos deudos se llevaron las osamentas que reposaban en las naves del templo. El mercado que se construyó en este lugar fue levantado en 1896. Su construcción estuvo bajo la supervisión del ingeniero Juan Hurtado Manrique, la inversión la inversión consignada para ello alcanzó los 187.000 bolívares y el material de hierro utilizado fue importado de Bélgica.

     Núñez, sin lugar a dudas, se destacó por ser un gran cronista. Ello porque supo aprovechar sus conocimientos historiográficos con una forma muy propia de narrar. Por tal motivo, al leer su examen acerca de los nombres adjudicados a algunos lugares de la ciudad los asoció con acontecimientos religiosos, sociales y políticos con los que dio vigor a sus razonamientos. Esto se evidencia al momento de hacer referencia a situaciones relacionadas con la plaza San Jacinto. Así, en el relato que vengo reseñando, agregó que en la cárcel de San Jacinto había estado como reo Antonio Leocadio Guzmán quien había sido condenado a muerte por actos considerados, por las autoridades, sediciosos, perniciosos y antisociales en el año de 1846.

     En este orden de ideas, anotó Núñez que uno de los cabecillas de la sedición adjudicada a Guzmán, Juan Flores, llamado Calvareño, sería ajusticiado en la plaza San Jacinto el 23 de diciembre de 1846. Rememoró Núñez que la prensa de la época se hizo eco de la noticia sin disimular su perplejidad ante la dureza de la sentencia para con unos, mientras para con otros las sanciones o penas hubiesen sido menos rigurosas en clara alusión al sentenciado Guzmán. También, pedía a los magistrados que tomaran decisiones que evitaran futuros trastornos, también en alusión al caso Guzmán. Núñez reprodujo algunos pormenores que giraron alrededor de la ejecución de Calvareño basado en lo escrito por Ramón Montes.

     En su transcripción recordó que el día de la ejecución había una tarde soleada. A un lado del templo se colocó el banquillo. Al mediodía se hizo sonar un redoble de tambor. El prisionero fue conducido por dos sacerdotes y en compañía de una escolta. Al disparar los fusileros, los mirones corrieron despavoridos. En cuanto a Guzmán, es harto sabido, que le fue conmutada la pena de muerte por parte del presidente de la república, José Tadeo Monagas, a cambio del destierro perpetuo. Condena esta última que no cumpliría gracias a las complicidades entre actores de la política y la denominada justicia venezolana.

     El cronista culminó al recordar que la plaza San Jacinto pasó a denominarse “El Venezolano”. Para el momento de escribir la crónica recordó que en ella se había erigido, por mandato del Congreso el 25 de abril de 1882, una imagen de Antonio Leocadio Guzmán. Aunque la estatua del tribuno liberal fue derribada, junto con la de su hijo, Antonio Guzmán Blanco, en una turbamulta suscitada el 26 de octubre de 1889. Rojas Paúl mandó que la réplica se repusiera, aunque sería en tiempos de Joaquín Crespo que se logró reponer en 1894.

     Respecto a la casa de Bolívar concluyó con estas palabras: “la casa de Bolívar está cerrada”. Según sus propios términos, su fachada estaba cubierta con mármol. En 1806, Juan Vicente Bolívar vendió la casa de San Jacinto a Juan de la Madriz, para comprar a Chirgua, que luego vino a constituir el patrimonio de su prole. Don Juan da la Madriz ofreció un banquete, siendo Bolívar presidente de Colombia, en 1827. En 1783 era una casa grande y sin lujos, con un patio principal de arcos, como el de las casas principales de aquellos tiempos, enrejados de hierro y de madera, con pavimentos de laja, ladrillos o de huesos pulidos por el uso. Casa de hidalgos ricos, anotó Núñez, espaciosa y confortable. En ella había vivido el gobernador y capitán general Felipe Ramírez Estenoz.

     El reloj de sol, grabado en 1803, que había estado en la puerta del mercado y antes a la entrada del convento fue desmontado, al igual que la estatua de “El Venezolano”, cuando fue demolido el edificio del Mercado Central o de San Jacinto.

     Sin duda, Núñez supo dar vida a los nombres de las esquinas del antiguo damero inaugurado por Diego de Losada durante los primigenios momentos de la conquista, colonización y evangelización ibéricas. Las esquinas de Caracas continúan siendo en la actualidad testimonio de acontecimientos, eventos y situaciones que han marcado la historia nacional.

Orígenes de la fábrica de café El Peñón

Orígenes de la fábrica de café El Peñón

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Orígenes de la fábrica de café El Peñón

     “El Peñón”, el mejor Café de América, se elabora en Caracas. Una Empresa Venezolana que emplea la Técnica más Moderna, Combinada con la Higiene más Estricta en el Proceso de Torrefacción

     Los buenos catadores dicen: “nada define a la calidad insuperable de café ‘El Peñón’, que su aroma exquisito y su delicioso sabor.”

     En el barrio industrial de Los Flores de Catia, se destaca moderno y espacioso el edificio de “El Peñón”, una de las empresas tostadoras de café más florecientes de nuestro país.

     Está acreditada industria, fundada en 1947, ha logrado conquistar el mercado venezolano gracias a la técnica moderna que emplea en el proceso de producción, a los medios de distribución eficientes que utiliza, al personal idóneo con que cuenta y al empeño que ha sido norma inalterable de sus dueños, de elaborar siempre un producto de alta calidad que satisfaga el gusto del público más exigente.

     Claro está, esto solo ha sido la clave del éxito de esta importante industria venezolana cien por cien, que con el aroma y el sabor exquisito de su maravilloso producto, nos reconforta el espíritu y nos hace recordar otros tiempos menos agitados, cuando no se conocía la televisión, ni se congestionaba el tránsito ni los papanatas obstruían las aceras tratando de localizar a los platillos voladores. Entonces la vida era más tranquila y el hombre podía darle rienda suelta al entendimiento estimulado por un sorbo de café, ese néctar delicioso que actualmente nos resulta imposible saborear.

     La consolidación económica de la referida empresa y el hecho mismo de que hoy en día al decir “El Peñón” no recordemos por asociación de ideas a Gibraltar, sino el mejor café de América, se debe, indiscutiblemente, a la férrea voluntad, a la extraordinaria capacidad de trabajo y a la acrisolada honradez del señor L. N. Díaz García, factor principal de la firma, quien al crear esta fuente segura de trabajo para muchos venezolanos se ha consagrado por entero a ella, dándole la más perfecta organización cosa que le ha permitido elevar, de un modo progresivo, su capacidad de producción y aumentar al mismo tiempo su prestigio que en la actualidad traspasa nuestra fronteras y recorre a Europa en misión amistosa, haciendo alarde de embajador sin “placet” de Venezuela, imponiendo la diplomacia del aroma y del buen gusto, porque es digno decirlo aquí, el café “El Peñón” no se consume solamente en nuestro país. Pese al serio inconveniente que ha surgido últimamente con el encarecimiento de la materia prima, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, la empresa continúa exportándolo en cantidades considerables a Curazao y a Europa.

La higiene más estricta combinada con la técnica más moderna, empleada en la elaboración del mejor café de América

     La demanda del producto determinada por su magnífica calidad, crece aceleradamente y no se limita ya a nuestra demarcación geográfica, sino que trasciende allende los mares y sería inconsecuencia por parte de la empresa no responder a esos requerimientos.

     Hay que destacar, también, que la industria “El Peñón” contribuye al incremento agrícola nacional, al utilizar como materia prima el mejor café que se produce en nuestro campo.

     Otro factor de progreso que ha incluido de manera tangible en el crecimiento admirable que ha alcanzado esta prestigiosa industria, ha sido la perfecta armonía que ha imperado en las relaciones obrero-patronales, producto del trato justo y de la buena remuneración al trabajador. La empresa no ha escatimado gastos para brindarle a su personal todas las facilidades que caracterizan a una industria moderna.

     Estas son a grandes rasgos, las características de la conocida industria café “El Peñón”, considerada como una de las principales en el ramo de la torrefacción de café en el país.

     En sus inicios se hizo famoso el slogan publicitario de la empresa: Tinto, con leche o marrón, más sabroso es El Peñón. Posteriormente, la frase fue modificada: Negrito, con leche o marrón, más sabroso es café El Peñón

Renny Ottolina imagen publicitaria de café El Peñn
Publicidad de café El Peñón, década de 1950
Fuente consultada: Comercio e Industria. Caracas, número 98, 1954; Págs. 38-39

Bandolerismo en tiempos de emancipación

Bandolerismo en tiempos de emancipación

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Bandolerismo en tiempos de emancipación

     Otro de los aspectos relacionados con la guerra de Independencia en el territorio venezolano, y que Germán Carrera Damas destacó en su texto Boves. Aspectos socioeconómicos de la Guerra de Independencia (1961, 1994), se relaciona con las penurias económicas y la carencia de elementos para seguir sosteniendo a los ejércitos en pugna, así como fenómenos sociales concomitantes. En anteriores crónicas había destacado el papel de los saqueos, asaltos y exacciones para alcanzar a cubrir con lo necesario para el conflicto armado. También, las acciones de saqueo entre los seguidores realistas, así como por parte de los defensores del republicanismo. En fin, se trató, tal como lo mostró Carrera en esta investigación, de una práctica común y no como una historiografía de ditirambo heroico ha señalado al asturiano José Tomás Boves como figura emblemática al respecto.

     Este historiador venezolano argumentó que un conjunto de circunstancias y condiciones, en cuanto al abastecimiento de las tropas realistas o republicanas, fueron compartidas por los contendientes en la querella armada. Por eso aseveró que era dable hablar, de manera determinante, acerca de la capacidad potencial de un territorio para alimentar y proveer a un grupo humano sumergido en condiciones específicas de dificultad, en conjunto con la desorganización de los canales de comunicación vial, de medios de transporte casi inexistentes, un intercambio comercial esmirriado, concentración de población desplazada y de tropas en lugares relativamente fijos o limitados. A esto se sumaba un “factor condicionante de orden general” al cual Carrera asoció con la práctica del saqueo y el pillaje: el denominado bandolerismo.

     Anotó Carrera algunos casos cuando, apenas se inició el conflicto bélico en 1814, ya había escasez y dificultades para el abastecimiento. Aunque la guerra fue el factor para determinar tales circunstancias con ella o como parte de ella, se presentó la necesidad de “salar” burros y mulas que se acompañaron de un maíz que se pudo recolectar. Con tal consumo se logró subsistir por unos días, de acuerdo con el texto citado por Carrera. Este mismo autor rememoró que, apenas Bolívar y los suyos ocuparon Caracas, se presentó una situación de agotamiento de recursos el que ya había adquirido rasgos generales en el país. Para ejemplificar tal situación recordó una acción administrativa, protagonizada por el Director General de Rentas ante la Junta de Diezmos, para que se distribuyeran los caudales de esta última y así disminuir el déficit que venía arrastrando el Erario.

     La respuesta a este requerimiento muestra el carácter de las carencias en la que se hallaba Caracas y sus adyacencias. En una comunicación emitida por el Director de Rentas éste expresó que no había recursos en caja para cumplir requerimientos, como el solicitado por un oficial del ejército para dar satisfacción a demandas de la tropa. Esto se debía a las dificultades que existían para llevar a cabo las cobranzas y por la falta de numerario provenientes de tributos por cobrar. En fin, por efectos del mismo conflicto la circulación de bienes se encontraba restringida, junto con ello la dificultad de acumular tributos en una realidad deficitaria y que, todavía, arrastraba secuelas del terremoto de 1812. Lo ensayado en la Segunda República se vio empañado por una realidad económica adversa y la agravación de la situación de miseria de los pueblos. La guerra absorbía los escasos recursos existentes y los agravaba por la creciente presión a la que estaba sometida la economía venezolana bajo el marco de un enfrentamiento bélico.

     La presentación de expedientes y requerimientos de la época permiten concluir que la crisis no era superable con simples fórmulas administrativas, políticas o militares. El problema de mayor gravedad era que no había espacio de donde extraer recursos. Así sucedía en Valencia, como en la guarnición de Caracas donde, para mediados de 1814, sólo se suministraba pescado seco el cual era trasladado desde el oriente del país, debido al agotamiento de la carne de ganado procedente de los valles de Aragua y de los Llanos. Carrera mostró la existencia de testimonios que evidencian el empobrecimiento del territorio en el centro del país. Se sabe que la provincia de Caracas y espacios colindantes eran de gran interés para los ejércitos en pugna, no sólo por ser un lugar estratégico, cercano al mar, sino por ser sede administrativa y de recursos económicos. Además, la densidad poblacional se concentraba en ella lo que resultaba un atractivo para el intercambio y circulación de bienes.

     La capital del país, sin embargo, transitaba por distintas dificultades de distinto orden al igual que Caucagua, Villa de Cura, Ocumare, Calabozo, Maracaibo y Barinas. En lo referente a Caracas, Carrera destacó al auge que había logrado alcanzar la reacción realista luego del ensayo de la Segunda República, con lo que cortó toda forma de comunicación con otros lugares del país. Subrayó que, en distintas comunicaciones oficiales, dadas a conocer en esta época se exigía que quienes poseían bienes debían cederlos a las fuerzas republicanas para enfrentar a los auspiciantes de la Monarquía.

     Otro elemento que se añadió a estas dificultades fue la llegada de pobladores de otros pueblos a Caracas, quienes huían del hambre y la miseria de sus lugares de origen. Aunque también se presentaron dificultades por la disminución demográfica de Caracas, debido a las personas que huían del conflicto bélico. Para ambas situaciones, hacia 1814, hubo señalamientos de la importancia que significaron en lo referente a la obtención de recursos. Al pedimento que se hacía desde otras provincias el Director General de Rentas respondió, para marzo de 1814, los contratiempos que había acarreado la llegada de personas provenientes de otros lugares del país, porque había grandes dificultades para obtener recursos y que lo que alcanzaba llegar a Caracas provenía del oriente del país y de alguno que otro buque extranjero.

     Carrera afirmó que lo mencionado acerca de la realidad social, en especial entre 1812 y 1814, mostraba signos heredados de una estructura económica constituida durante la época colonial. Señaló asimismo aspectos estrechamente vinculados con una estructuración histórica de larga data. Entre ellos destacó el escaso rendimiento de la mano de obra esclava, la preferencia de dedicar las tierras con mayores potencialidades, en especial las ubicadas en el centro del territorio nacional, a frutos sólo para la exportación. Hábitos que se habían trocado en costumbre pasaban ahora factura, los requerimientos alimenticios que provenían del exterior y que bien pudieron haber sido producidos en Venezuela no eran de fácil adquisición a la luz del conflicto bélico. Esta situación obligaba a los ejércitos a una movilización constante y hacía dificultosa la estadía prolongada en algunas zonas.

     Lo cierto de todo esto es que, la guerra debía desarrollarse en este esmirriado contexto, es decir de escasez y desquiciamiento económico. Carrera recalcó los esfuerzos realizados para proveer las tropas, equipar los soldados y pagarlos. Es dable pensar que para ello era necesario conseguir recursos a todo trance y de manera urgente. Lo prolongado del conflicto y sus secuelas destructivas, “precipitaron y agravaron el agotamiento de los recursos”. Con las constantes incursiones y ocupaciones del territorio central del país, durante el período de 1812 y 1814, obligaron a la población de esta región a exigencias abrumantes. No sólo había un problema grave con la situación económica sino el de la organización política y administrativa. “En suma, se creaba una situación en la cual la ineficacia de los medios legales y ordenados para hacerle frente, imponía la necesidad de los medios arbitrarios y violentos”.

     Ante esta coyuntura la historiografía venezolana se ha mostrado por medio de la ambivalencia entre intereses e ideales, en lo que respecta a los protagonistas armados. La historia patria y nacionalista ha asociado las acciones de los seguidores del rey sólo con intereses, mientras para las acciones de los patriotas se ha hecho referencia a ideales de libertad. En este sentido, Carrera añadió que el problema, para el historiador, no era la elección entre un “pillaje censurable” y “reivindicaciones populares”, “como lo ha creído ingenuamente cierta historiografía reciente que, llevada a su sentido revolucionario, ha incurrido en el exceso de juzgar el hecho por la condición del testigo”. Esta disposición es algo así como que la historia me interesa para mostrar sólo lo que el perverso español intentó someter al expoliado americano. Sin duda, una fuerte disposición que sirve más para propósitos contemporáneos que para el revisionismo histórico.

     Carrera enfrentó esta forma de estudiar el pasado al agregar que, de manera automática se declarara “revolucionario” todo hecho popular calificado negativamente por testigos e historiadores imbuidos de sentimientos e ideas antipopulares, en cualquiera de sus versiones, realista o patriota. Así, el saqueo y el pillaje, también los asesinatos y actos de crueldad florecidos del delirio o deseos de botín, se quieren hacer ver como actos propios de grupos revolucionarios o de reivindicación popular, “aunque tosca y embrionariamente expresados”. Está en lo cierto Carrera cuando afirmó que detrás de estas versiones de la historia se esconden aviesas intenciones. De gran importancia son estos señalamientos porque en la actualidad, casi sesenta años después de este estudio acerca de las condiciones socioeconómicas de la guerra de Independencia, la asociación del pillaje y el saqueo con el movimiento popular y revolucionario resultan ser muy familiares y, además de indicar la tendencia política que los reivindica como forma de legitimidad.

     En términos generales, Carrera llegó a reivindicar su examen alrededor del saqueo entendido de manera amplia como apropiación violenta o arbitraria de recursos de todo orden, con propósitos especialmente militares, al poner de relieve uno de los rasgos más resaltantes, por consistencia y reiteración, de la guerra de emancipación. El autor advirtió que no era fácil diferenciar de modo ostensible los casos de pillaje frente a los de saqueo. A lo que agregó que no había separación entre el empleo de botín de guerra para la subsistencia y aprovisionamiento del vencedor y el mero pillaje llevado a cabo por un soldado, a cuando lo conseguido se destinara para el pago de necesidades de vestimenta, alimentación o adquisición de armas o a hacer uso de medios poco éticos, en tiempos de conflicto, para satisfacer estas necesidades.

     A esta dramática situación se debe agregar el bandolerismo que se presentaba en estos territorios incluso antes de las acciones de Boves. Con la guerra se introdujo una visión acerca del bandolerismo tradicional muy cercana a la confusión. En efecto, los elementos de desconcierto se agregaron con la amplitud que entre 1812 y 1814 adquirió un fenómeno social conocido bajo la denominación bandolerismo, “y con la imprecisión en el uso de ese término, fruto de razones políticas obvias”. Carrera mostró cómo este fenómeno social, tal como lo denominó en su narración, se había presentado durante los tiempos de la Primera República, así como en la Segunda República, con la secuela de perjuicios causados por afanes de venganza, ante una situación de exclusión, proveniente de la época colonial y que los primeros patricios no lograron superar.

     Sin embargo, Carrera advirtió que el uso del calificativo “bandolero” fue utilizado de manera laxa y escaso rigor en lo concerniente a su connotación. Como ejemplo, citó una nota publicada el 27 de diciembre de 1813, en la Gaceta de Caracas, donde se describieron algunas acciones, en los llanos venezolanos, al describir como bandoleros a todo saqueador e incluso ladrones comunes que aprovecharon el desconcierto a favor suyo. Destacó Carrera algunos factores de desconcierto con respecto al bandolerismo como categoría y hecho histórico, ello, sin dejar de advertir, que fue un fenómeno generalizado en el país sin que se pueda asegurar que correspondió al bando realista. El adjetivo bandolero se utilizó indistintamente entre los representantes o simpatizantes de los grupos políticos en pugna. Se debe tener presente que el bandolerismo es una expresión propia de momentos conflictivos que, en territorio venezolano, entre 1812 y 1814, adquirió carácter de amenaza y riesgo para monárquicos y para republicanos.

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