Fiestas, mujeres y café en la Caracas de 1800
William Duane, periodista norteamericano, ferviente partidario de la libertad de América del Sur, que ayudó a los patriotas de Hispanoamérica.
El coronel William Duane (1760-1835), proveniente de los Estados Unidos de Norteamérica, redactó un libro titulado, en español, Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823, de proporciones poco usuales dentro de la literatura de viajeros y que visitaron Venezuela durante la centuria del 1800. Libro dentro del cual hizo referencia a una serie de aspectos y situaciones de un país que recién había roto las cadenas del coloniaje ibérico. También visitó Bogotá para constatar con su propia mirada lo que se desarrollaba en la República de Colombia, creada el 17 de diciembre de 1919.
William Duane fue un periodista, editor y militar estadounidense de gran influencia durante el período de la República temprana de los Estados Unidos. Duane fue editor del periódico Aurora, donde luchó con éxito contra las infames Leyes de Extranjería y Sedición que estuvieron vigentes entre 1798 y 1801. Thomas Jefferson citó a Duane como un factor importante en su ascenso a la presidencia en 1801.
Como militar, Duane sirvió como coronel en el Ejército de los Estados Unidos y como oficial de la Milicia de Pensilvania. También se desempeñó como Adjunto General en la defensa de Filadelfia durante la Guerra de 1812. Además, fue autor de varios libros sobre tácticas militares para las fuerzas armadas de los Estados Unidos.
Es recordado como un gran defensor de Suramérica. El periódico Aurora de Duane defendió la lucha por la independencia de Suramérica y fue la principal fuente de información en los Estados Unidos sobre el conflicto, desde 1811 hasta 1822, entre españoles americanos y españoles europeos. Por tal circunstancia, Duane viajó a Colombia y Venezuela, donde fue recibido como un héroe.
El mencionado libro resulta ser un escrito con descripciones muy equilibradas, con pocos juicios de valor, quizá por la simpatía que experimentaba con quienes hicieron posible la Independencia y estaban en búsqueda por sentar las bases republicanas. Es un libro particular por el despliegue de explicaciones que ofreció Duane y, en especial, por la gran cantidad de digresiones que desplegó en cada uno de los capítulos de su obra. A pesar de ser un simpatizante con los repúblicos suramericanos, tal como se hacía referencia, en este tiempo, a los espacios territoriales al sur de los Estados Unidos, no dejó de reconocer las dificultades existentes para la consolidación de formas de gobierno republicanas.
De Duane no se puede decir que fue un escritor lleno de animadversiones y que se dejase llevar por estereotipos. Por el estilo de su narración se puede precisar el intento de un acercamiento a un punto medio, con el cual muestra el intento de expresar sus observaciones de manera mesurada, incluso las religiosas, siendo él un anglicano.
Por otro lado, trató de ser equilibrado al momento cuando hizo referencia a los amerindios y el trato que ahora recibían en el período republicano. De ellos expresó que no se les trataba como esclavos con el pretexto de ofrecerles protección por medio de las encomiendas, tal como había sucedido en tiempos coloniales. Puso a la vista de sus potenciales lectores que ya no vivían confinados en pueblos de Misión o de Indios. Según sus palabras ya no estaban obligados a vivir sólo con sus “compatriotas”, “tan infortunados como él, para cultivar en común una parcela de terreno, y pagar a sus tiranos un canon anual, sólo porque sus antepasados habían sido sometidos a la esclavitud por invasores extranjeros, y porque tal servidumbre se transmitía de padres a hijos”.
A comienzos de la década de 1820, Duane visitó la residencia que poseía la familia Blandín en el Valle de Chacao, donde había una plantación de café rodeada de flores. “Casona de la Hacienda de Blandín; óleo sobre tela. Miguel Cabré.
Ante esto escribió sentirse complacido porque era una manifestación de “regeneración racional” y, además, de haber experimentado una mayor complacencia y admiración, durante un ágape al que fue convidado, al observar un grupo de damas “… tan hermosas y elegantes, fui informado de que no todas las beldades de Caracas se encontraban presentes…” La persona que le servía de guía le dijo que muchas damas hermosas estaban ausentes porque pertenecían a familias que abrazaron la causa realista. Por tal situación no solían asistir a saraos como al que Duane había sido invitado.
En la misma celebración contó haber visto a Lino de Clemente, acompañado de sus lindas esposa e hija y “… quienes habían salvado la vida milagrosamente huyendo hacia el destierro, y que ahora figuraban entre las familias más distinguidas del país…” Al observar escenas como esta contó haber experimentado gran regocijo, porque apreció una celebración en libertad, así como un encuentro alejado de la venganza sobre las mujeres tal como sucedió con ellas y las acciones de los realistas en su contra.
De seguida reprodujo algunas palabras que un “venerable patriota” le había comunicado respecto al alejamiento de algunas familias frente a las celebraciones que los patriotas llevaban a cabo en la ciudad. Su interlocutor le comunicó que era muy cierto que estas damas, cuya filiación con familias realistas, se habían establecido como norma no asistir a estos encuentros organizados por los patriotas. Además, agregó que por “ser mujeres” sus progenitores las habían criado bajo principios diferentes y que no se les podía enjuiciar por esto y menos intentar cambiar esta actitud frente a la vida. También le había expresado que eran personas inocentes y que muchas de ellas merecían respeto y admiración.
En este sentido, vale la pena traer a colación una reflexión que hizo el “venerable patriota”, quien se había interrogado que perjuicio había de provocar esta actitud de las mujeres a los hombres que habían abrazado la causa independentista. “… Mujeres no nos faltan que sean dignas esposas de nuestros hijos; y si no quieren casarse con republicanos, no les será fácil encontrar marido en esta tierra. No es posible que se mantengan solteras durante los próximos cincuenta años, y si al fin llegan a casarse, tendrán que hacerlo con hombres patriotas, y entonces sus hijos – a quienes tanto habrán de amar – serán ciudadanos de Colombia y no de España…”
Escribió que se había marchado de esta celebración a una hora bastante avanzada de la noche. De esta fiesta expuso que no recordaba haber asistido a un encuentro similar donde haya habido tanta profusión de obsequios. Menos haber estado en un encuentro donde la “… espontánea felicidad y regocijo como el que allí prevalecía” y del cual él formó parte.
Por lo general, los viajeros que estuvieron en Venezuela destacaron, entre otros atributos de los caraqueños y venezolanos, el trato amable y cordial que éstos dispensaban a las personas que visitaban y pernoctaban en la ciudad. Destacó el caso de un estadounidense que residía en la capital de la república de nombre Franklin Litchfield y quien, además, había contraído nupcias con una dama de la ciudad. Destacó, asimismo, que la hospitalidad de esta pareja para con quienes provenían de los Estados Unidos de Norteamérica era excepcional.
Más adelante hizo referencia a una excursión, organizada por damas y caballeros de Caracas, para realizar una visita a la residencia que poseía la familia Blandín en el Valle de Chacao, ubicada al este de la ciudad y muy cerca de la falda sur de La Silla. En su descripción destacó que la casa estaba situada a más de mil seiscientos metros del camino que llevaba a la localidad de Petare. Vía que se extendía a lo largo del cauce por el cual corría un río que servía para regar la plantación de café que allí existía. Sus linderos estaban demarcados por árboles cargados de limas de gran vistosidad, “… a pesar de que las plantas no se veían muy bien cuidadas… El lugar dentro del cual se cultivaba el café estaba rodeado de flores.… La senda que nos condujo hasta ella pasaba por entre avenidas de cafetos, hermosos, lujuriantes y cargados de fruto…”
En los ágapes caraqueños de comienzos del siglo XIX, a los que asistió Duane, solo estaban las damas que abrazaron las causas republicanas. No así, las que pertenecían a familias partidarias de la monarquía española.
En sus instalaciones pudo observar a mujeres jóvenes que eran las encargadas de recoger las bayas de color pardo que crecían en largos racimos, los cuales eran depositados en cestas que llevaban colgando en el brazo izquierdo. Ingresaron, él y sus acompañantes, por el lado este de la casa y en la que se topó con un hermoso arroyuelo del cual se desprendían sonidos placenteros para el oído. Había otros pequeños arroyos, uno de ellos que derivaba en una gran pila de forma circular elaborada con mampostería, “… construida a un nivel inferior en dos o tres pies a la superficie del suelo”.
Contó que el señor Blandín les había recibido de manera muy cordial. Luego pasaron a un gran salón donde les ofrecieron y degustaron bebidas de frutas. Aprovechó la oportunidad para explorar un poco el lugar al cual calificó como un espacio espléndido y cuyas instalaciones eran perfectas. No perdió la oportunidad para la comparación con lugares por él conocidos en la India. Sin embargo, agregó que el dueño de la hacienda, para evitar los daños ocasionados por el terremoto de 1812, en casas elaboradas con paredes de tapia, prefirió edificar la residencia con bambú. Contaba con un techo que cubría toda la casa y que “… tenía varias habitaciones de muy buen aspecto dentro del verandah, como lo llamarían en el Indostán”.
Al frente de la vivienda pudo apreciar la existencia de los molinos, pilones y lugares destinados para la limpieza del grano, los almacenes ocupaban un terreno extenso, de acuerdo con sus propias palabras. Puso a la vista de sus potenciales lectores que había un arroyo, cuya fuente provenía de La Silla y el cual funcionaba por medio de “… ingeniosos artificios para que impulsara una enorme rueda de molino, la cual realizaba las funciones que desempeña la mano de obra en otras plantaciones, como las diversas operaciones relacionadas con la limpieza y descerezo del grano…” También logró ver una herrería, una carpintería y otros talleres cuyo funcionamiento era en tiempos y períodos estacionales. Aunque muy necesarios cuando escaseaba la mano de obra calificada debido a las dimensiones y magnitud de este asentamiento cafetero y residencial.
Expuso que el número de árboles ascendía a una cantidad aproximada de diez mil y cuyo producto promedio individual estaba estimado en un peso al año. Más adelante contó que al estar el suelo escardado, se dedicó a analizarlo de manera cuidadosa y detenida. Del mismo expresó que el humus era de composición y textura liviana, muy similar a la ceniza, mezclado con esquisto o pizarra pulverizada, en la que se advertían chispas de un brillo borroso, muy similares al cuarzo, pero no tan grandes ni relucientes. Llegó a la conclusión de que se trataba de un humus delgado y de poca consistencia.
Refutó a quienes expresaron que el cafeto no se prestaba para ser cultivado cerca de los mares o costas, Depons uno de ellos. Sin embargo, expuso que en Maiquetía presenció el cultivo de cafetos que florecían con la misma belleza y profusión que en la hacienda del señor Blandín.
Aprovechó esta ocasión para expresar que el padre de éste había sido “… el primero en introducir el cultivo del café en 1784, había sido propietario de una plantación en las colonias francesas…”
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