Caracas en la década de 1840

Caracas en la década de 1840

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En la década de 1840, estaban habilitados tres caminos que comunicaban a La Guaira con la ciudad de Caracas

     Durante el 1800 las relaciones diplomáticas entre Brasil y Venezuela tuvieron muy poca incidencia sobre el acontecer nacional y no pasaban del ámbito de las formalidades y tratos propios del quehacer de las cancillerías. El primer Embajador del Imperio de Brasil en llegar a Venezuela, fue Miguel María Lisboa (1809-1881), Barón de Japurá. De las instrucciones que le fueron impartidas por su Gobierno, fechadas el 31 de mayo de 1842, se desprende que el principal objeto de su misión, aparte de mantener y estrechar las relaciones entre los dos países, era concertar la acción de resistencia por parte de Venezuela y Brasil frente a la amenaza contra la integridad territorial de ambos países, constituida por la pretensión inglesa de extender las fronteras de su Guayana por el territorio del Río Branco al sur hasta las bocas del Orinoco. Durante su permanencia de diez años en Caracas, de 1842 a 1852, los cuales no fueron ininterrumpidos por cuanto realizó varios viajes al exterior para cumplir misiones diplomáticas, se dedicó principalmente a la negociación de un tratado de límites entre el Imperio del Brasil y la República de Venezuela.

     Para el año de 1865 fue publicado, en Bruselas, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el cual había sido culminado por Lisboa en 1853 y que fue estructurado entre 1852 y 1854. Uno de los propósitos de su escrito tuvo que ver con el interés que existía entre los brasileros por conocer el estado social de las repúblicas que tenían frontera con el Brasil, interés que se avivó con la apertura del río Amazonas, lo que permitió un mayor acercamiento comercial con los países limítrofes del país amazónico.

     En el segmento correspondiente a la “Advertencia” de su escrito expuso que, entre otras razones, dar a conocer sus impresiones acerca de estos países limítrofes con la frontera brasileña tenían como motivo desvirtuar el efecto producido en el mundo literario las obras de escritores prevenidos en contra. Su propósito, entre otras razones, era desmentir creencias arraigadas y difundidas por escritores provenientes de distintas corrientes del pensamiento, ya lo fueran a favor de los americanos o lo fueran de quienes sólo divulgaron la idea según la cual la América española estaba sumida en la barbarie.

     En su relato puso de relieve que estaban habilitados tres caminos que se podían utilizar del trayecto desde La Guaira hasta Caracas. Ellos eran, el camino de “carros” de Catia, el de mulas construido por los españoles y el de las Dos Aguas el cual había venido siendo utilizado por los indígenas de la zona. De acuerdo con su versión la de Catia era la de mayor uso y que había sido diseñada bajo el mandato de Carlos Soublette. Subrayó que la construida por los españoles era también un “monumento de la pericia de los españoles, como constructores de caminos”. Acotó que las rampas que la constituían habían sido empedradas por los españoles desde hacía unos doscientos años y que seguían en un excelente estado. “hoy en día no hay en Venezuela obreros que hagan estos milagros”.

     El descenso de la montaña, entre La Guaira y Caracas lo llevó hasta La Pastora desde donde pudo observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire. De La Pastora agradeció haberla visto en horas nocturnas, porque era un camino descuidado, casi abandonado, con casas miserables que, “aún hoy, atestiguan el terrible terremoto de 1812, es muy lúgubre y aprieta el corazón”. Contó que, en los márgenes del río Guaire las tierras eran de rica fertilidad y que en ellas se podían ver haciendas de café, caña de azúcar y plantaciones de maíz, arroz y legumbres. Del lado sur del río la ciudad, indicó, estaba cruzada por tres ríos tributarios del Guaire, Anauco, Catuche y Caroata, los cuales provenían de la sierra que, a la población, “la dan de beber y sirven de colectores de sus despojos”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Desde La Pastora se podía observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire

     Más adelante advirtió su deseo de describir pormenorizadamente la ciudad, pero el temor a errar lo llevó más bien a incluir un plano de ella. Sin embargo, llevó a cabo una descripción en que destacó la existencia de 16 calles longitudinales, que se extendían de la sierra al Guaire, y 17 transversales de las cuales sólo las situadas en el centro de la ciudad estaban edificadas. De igual modo, le llamó la atención su distribución por cuadras y que cada esquina llevara nombres de personas o familias eminentes.

     Puso en evidencia la incomodidad de las calles de la ciudad y se mostró sorprendido que, siendo descendientes de “hábiles españoles” quienes las hubiesen construido del modo como el las reconoció, mostraran una calidad muy discutible. Aunque reconoció la construcción de aceras cómodas para el transeúnte. Reseñó que de las ocho plazas la principal era la de Bolívar o de la Catedral. En ella observó el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas. 

     En lo atinente a las casas subrayó que su exterior no tenía grandes atractivos, pero su interior era bastante cómodo, con espaciosas salas, con techos elevados y con alturas que amainaban los efectos del calor, al contrario de las casas de su país natal. Por lo general contaban con un solo piso porque, según corroboró, se elaboraron de una sola planta por temor a los movimientos telúricos. “Sin embargo, las que se consideran buenas, tienen un piso superior”. 

     El lugar que le sirvió de posada lo describió como amplio y que contaba con un amplio patio en la parte trasera, así como que las principales piezas de la casa conducían a él. A su vez, detrás de ese patio había otros de menor tamaño, en uno de los cuales se hallaba la cocina. Agregó que en la mayor parte de las calles corría agua corriente. “Vense, con todo, algunas casas con sobrado, como los palacios del Gobierno y del Arzobispo, la casa del Municipio y algunas otras particulares”.

     Lisboa argumentó no haber visto ningún edificio que valiera la pena como expresión de relevante arquitectura, sólo “el Palacio de Gobierno es una buena casa y nada más, sin ninguna pretensión arquitectónica exterior”. Tampoco lo eran los tres conventos de las hermanas dominicas, carmelitas y las de la concepción. Con mayor espacio y comodidad señaló al antiguo convento de San Francisco, cuyos espacios estaban dedicados a la biblioteca y al palacio legislativo. Otro ejemplo de “buena arquitectura” lo ilustró con la catedral, aunque su exterior estuviese estropeado. De la catedral agregó que “era mezquina e irregular por dentro”.

     Puso en evidencia que la ciudad estaba dividida en seis parroquias. A esta consideración sumó que la Prisión principal tenía apariencia triste e insalubre y que ocupaba el espacio del anterior convento denominado con el nombre San Ignacio. Sobre el río Catuche observó la existencia de cinco puentes designados bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy. Expresó que el Anauco se caracterizaba por ser un puente con buenas dimensiones, mientras el Caroata contaba con dos puentes, “de los cuales uno, el de San Pablo, es también grande y hermoso”. Subrayó que al estar la ciudad ubicada en tierras con inclinaciones y terrenos con declives diversos tenía el riesgo de inundaciones, tal como sucedía con la ciudad brasileña de San Pablo.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Frente a la Catedral de Caracas estaba el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Antiguo convento de San Francisco, en pleno centro de la ciudad

     El agua que bebían los caraqueños provenía del río Catuche, según lo relatado por Lisboa, aunque los más pudientes solían filtrarla. En lo que se refiere al camposanto señaló que estaba situado entre los ríos Catuche y Anauco y que había sido insuficiente, para la inhumación de cadáveres durante el año de 1851, cuando una epidemia de sarampión y de coqueluche había diezmado un número importante de niños de la ciudad. Debió ser clausurado por la municipalidad y se había instalado uno nuevo varios kilómetros de distancia del lugar señalado como la Trinidad. “El nuevo, situado en un terreno sin cercar, repugna tanto a las clases elevadas de la sociedad, que no llevan a él los cadáveres de sus parientes y prefieren, con perjuicio de la salud pública, embalsamarlos mal para poderlos depositar en el interior de las iglesias”.

     Expuso que no existía un teatro en Caracas y que el llamado La Unión no merecía tal calificación. De acuerdo con su afirmación, el mismo era “frecuentado únicamente por la clase ínfima de la Sociedad”. 

     Escribió que existía una plaza de toros la cual estaba inservible, lo que lo llevó a calificar de desgracia el “abominable ejercicio de torear y colear su práctica en Caracas por las calles”. Esta práctica le pareció de gran peligro para quienes transitaban por las calles y también para los habitantes de la ciudad. Más adelante escribió, “y está tan arraigada esta costumbre de torear y colear por las calles, que subsiste a despecho de varios mandamientos y ordenanzas municipales, que se han promulgado prohibiéndolo”.

     Llamó la atención en torno a la afición existente, entre los caraqueños de toda condición social, al “circo de gallos o gallera, y los venezolanos son aficionadísimos a ver luchar esos fanfarrones animales”. De la construcción y edificación de las casas describió que, en su gran mayoría, se habían construido de tierra. Las comparó con el procedimiento utilizado en su país y cuya denominación era Tapial, “que no es otra cosa sino tierra amasada y, en algunos casos, ligada por medio de paja picada (adobes)”. Puso a la vista del lector que la edificación de iglesias, así como las casas de mayor lujo eran las que exhibían una construcción levantada con ladrillos o mampostería.

     Según evidenció, el sistema de tapial lo utilizaban como una forma de prevención ante los movimientos telúricos. Sin embargo, edificaciones como la catedral, la iglesia de San Francisco, las casas de los condes de Tovar y de San Javier, al igual que otras casas, no se habían derrumbado con el terremoto de 1812, cuyos cimientos eran de ladrillos amalgamados. Mientras que, “la gran masa de ruinas que afea la ciudad presenta la triste vista del tapial descarnado”. Respecto a los relojes de la ciudad, agregó que sólo se había restituido el de la catedral luego del terremoto de 1812. En ésta había cuatro relojes y que el del lado norte “aún está con su terrible aguja señalando la hora fatal”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Sobre el río Catuche había cinco puentes bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy

     Ante la calamidad producida por el movimiento telúrico de 1812 afirmó que por obra del “dedo de la Providencia” que señalaba a los hombres que nada había estable en la tierra. Por otro lado, no dejó de ponderar las bondades naturales que exhibía la capital de Venezuela. De ella dijo que estaba situada entre los trópicos, bajo un influjo benéfico de un sol equinoccial y a una privilegiada altura lo que la hacía un lugar especial y de clima muy agradable. Incorporó a su consideración que las condiciones climáticas caraqueñas eran similares a la de la capital de Brasil. Para reafirmar su reflexión citó algunas cifras proporcionadas por Agustín Codazzi respecto a condiciones climáticas y la temperatura a lo largo del año.

     Terminó este acápite con lo que sigue, “No se sufren allí epidemias permanentes y destructoras como en otros puntos de la zona tórrida, aunque la fiebre amarilla y el cólera la hayan visitado a veces; con todo, el tifus es bastante corriente en la estación de calma, la terrible enfermedad del tenesmo, que reina con mucha frecuencia, es fatal a los europeos, y, en general, la recuperación de las fuerzas perdidas por la violencia de las fiebres, muy lenta y difícil. La mortalidad es desproporcionadamente grande en la edad infantil”.

La sociedad caraqueña de 1812

La sociedad caraqueña de 1812

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las mujeres caraqueñas eran graciosas, espirituales y simpáticas

     Para el año de 1812, Robert Semple presentó, en Londres, Bosquejo del estado actual de Caracas. Incluyendo un viaje por La Victoria y Valencia hasta Puerto Cabello. Lo poco que se conoce de él es que era de origen escocés quien había redactado textos relacionados con sus viajes a España, Sudáfrica, Turquía y Canadá, donde falleció. También de él se puede agregar que lo escrito alrededor de la Independencia de Venezuela muestra que experimentó una disposición positiva frente al movimiento que llevaron a cabo los americanos frente a la monarquía de España. No obstante, puso a la vista de los lectores que la ruptura del nexo colonial no mostraba, en un futuro cercano, un mejoramiento del modo de vida de los habitantes de esta parte del Atlántico.

     Antes de hacer referencia en torno a sus consideraciones respecto a la emancipación americana, me parece importante tomar en cuenta lo que describió de la sociedad caraqueña para 1812. En lo atinente a la mujer caraqueña asentó que eran graciosas, espirituales y simpáticas. “A sus encantos naturales saben unir el atractivo de sus vestidos y de su andar donoso. 

     Son, generalmente, bondadosas y afables en sus maneras, y cualquier falla que un inglés pueda observar frecuentemente en su conducta doméstica, no es otra cosa que la costumbre heredada de la vieja España”.

     Por otro lado, reseñó que Caracas contaba con un teatro de un tamaño más o menos grande y aceptable, “aunque con pobres decoraciones, y rara vez se llena”. Agregó que los actores que en él se presentaban eran de “las clases humildes”. Quienes fungían de histriones lo hacían en horas de la noche, mientras en el día se dedicaban a sus actividades habituales. “Considerando esta circunstancia, su actuación es aceptada con lenidad y, en general, el público no tiene dificultad en sentirse agradado”. En este orden, sumó a su descripción haber presenciado canciones patrióticas que eran entonadas en ocasiones para deleite del público asistente. A este respecto refirió haber presenciado que espectadores del teatro premiaban a los actores con aplausos y el lanzamiento de monedas. “Esto trae, en veces, inconvenientes” tal como anotó cuando presenció que una de las monedas alcanzó la cabeza de un actor quien interrumpió su puesta en escena para recoger “una amigable moneda”.

     En una ciudad de escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música. “Cuanto a ésta, los pobladores de Caracas tienen un gusto excelente y hacen rápidos progresos en el arte musical, aunque no lo habían cultivado extensamente hasta hace veinticinco años”. En contraste, sumó que dudaba que en alguno de los Estados angloamericanos ejecuciones musicales, como los que él escuchó en Caracas, hubiesen alcanzado el grado de perfección logrado en esta comarca.

     Según su pesquisa, este gusto por el arte de la interpretación musical se debía a la religión que se practicaba en las colonias de la América española, porque en sus ritos era usual el empleo de la música sagrada como de la profana. Escribió que en los países católico – romanos la distracción más importante provenía de las procesiones religiosas. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Caracas tenía escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música

     “La baraja y el billar ocupan a unos pocos, pero las procesiones de imágenes, la ornamentación de los templos con adornos y vasos de oro y plata y derroche de luz, la iluminación de las calles, las salvas de artillería y el repicar de las campanas, todo en conjunto forma una brillante exhibición que mueve el interés de todas las categorías, desde la del más rancio español hasta la del negro recién importado”. Sin embargo, presentó una consideración según la cual “el valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad”. Con lo que no dejó de criticar la pompa y el lujo del que se hacía gala por medio de los representantes de la iglesia católica en los ritos que se practicaban por estos lares.

     Al regresar de su incursión a Valencia, La Victoria y Puerto Cabello llegó de nuevo a Caracas de la que describió del modo como sigue. A unos veinte kilómetros al este de Caracas observó una apacible aldea cuyo origen era por “entero indígena”. Del lado oeste, opuesto al de La Guaira, observó una blanca torre de iglesia, la cual estaba rodeada de chozas, “señala un establecimiento formado por los Misioneros”. Además, a través del valle vio plantaciones de azúcar, café y maíz, las cuales tenían buena irrigación y “su uso general es favorecido por la naturaleza del terreno que va en declive hacia el este”. 

Este sistema de riego venía desde las partes altas de la montaña y se practicaba, de igual manera, en las plantaciones cercanas al río Tuy, aledañas a Las Cocuizas, en La Victoria y en los valles de Aragua.

     Agregó que el arado no era común ni frecuente en la comarca. “Todo el trabajo es hecho con la pala y la azada, generalmente por esclavos”. El transporte estaba en manos de indígenas y trabajadores libres, “cuya clase está aumentando rápidamente”. En cuanto a la alimentación refirió que era muy común el plátano y el maíz, a los cuales se sumaba la carne y el ajo. Contó que el maíz se consumía en “forma de torta”, cuyo procesamiento estaba a cargo de las mujeres. La carne de res se conseguía a dos peniques la libra, “aunque algunas veces, por días consecutivos, no se encuentra debido a la falta de regularidad en los envíos del interior, o a la sequía en el verano, cuando los pastos no pueden obtenerse a lo largo del camino”.

     Puso en evidencia que para conservar en buen estado la carne se la separaba en trozos, se le salpicaba sal y luego se colgaba en estacas a la intemperie para que se secara. Por otra parte, sumó que las aves de corral eran escasas y a precios muy altos, “un peso español es frecuentemente el precio de una gallina corriente”. Desde su perspectiva advirtió que la carne de carnero era desconocida. Le pareció extraño que un país que había sido colonizado desde hacía tres siglos por ibéricos no tuviese ovejas. En cambio, vio carne de cabra, “aunque es agradable cuando está tierna, nunca puede compararse por el sabor, lo delicada y lo nutritiva con la de carnero”.

     En cuanto al pescado logró precisar que en Caracas era difícil conseguirlo de buena calidad. Explicó que un esclavo debía dedicar de seis a siete horas para el traslado de pescado desde la costa a la ciudad. Lo que, sin duda, era poco estimulante para cualquier negociante. Respecto a los hábitos culinarios subrayó que eran de talante español y que en toda cocina el aceite y el ajo eran esenciales. De estos últimos señaló que eran importados en grandes cantidades. Agregó que los criollos eran muy aficionados a los dulces y confituras. “En vez de estas confituras, el pueblo corriente utiliza azúcar ordinaria en forma de panes, llamada papelón. También es costumbre en los banquetes, aún en los más elegantes, que los invitados tomen frutas y otras golosinas para sus bolsillos, como he podido verlo con gran sorpresa”. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad

     Puso en evidencia una costumbre que el adjudicó a los ingleses y que los lugareños habían tomado para sí. Al evocar los banquetes expresó que las personas, por lo general sobrias en su vida cotidiana, en estos banquetes consumían bebidas alcohólicas fuertes en abundancia, en especial, en actos políticos. En estos ágapes, indicó, los hombres conversaban de pie o caminando por el salón, mientras las damas permanecían en un cuarto aparte y las puertas abiertas. En lo tocante al contenido de la conversación señaló que era libre, “para un inglés, frecuentemente, demasiado. Todo puede ser dicho a condición de que sea ligeramente encubierto. Las más ordinarias alusiones se justifican como una pequeña ingenuidad”.

     Puso en evidencia que maneras y costumbres de la provincia eran las propias de España, “de ningún modo mejoradas al pasar el Atlántico, o por la mezcla de las sangres india o negra con la de los primeros conquistadores”. Bajo el influjo de esta consideración aseguró que podría sostenerse como un axioma “que dondequiera que haya esclavitud, hay corrupción de maneras”.

     Reflexionó, en este orden de cosas, que la esclavitud, o quienes la padecían, mostraban actitudes reactivas del esclavo contra sus dueños. Así como que con su abolición la actitud perversa, tal como calificó esta relación, frente a sus dueños no desaparecerá de inmediato. Aunque se había establecido una legislación que prohibía la trata de esclavos “muchos tienen todavía la opinión de que ellos son necesarios para la prosperidad del país”.

     Anexó a estas consideraciones el que los dueños de esclavos mostraban poco interés por el modo de vida que ellos experimentaban, sólo en momentos cuando debían rendir cuentas administrativas o en actos ceremoniales, los amos mostraban cierta preocupación para demostrar el cumplimiento de las reglas establecidas por las instituciones administrativas. Consideró esta actitud como una expresión de deshonestidad. El esclavo podría dejar de serlo si pagaba a su amo una cantidad de dinero, así como que tenía la posibilidad de encontrar un nuevo dueño y “puede venderse por sí mismo”.

     Semple estampó algunas consideraciones inherentes al comercio del que observó estaba en manos de europeos, españoles y canarios. Observó, igualmente, que entre ellos existía un espíritu de unión y que manifestaban “un impenetrable dialecto provincial”. Expuso que el europeo que esperara contar con un alto número de compradores debía esperar la realización de las primeras transacciones para que otros interesados aparecieran. “Los naturales del país, lejos de considerar esta transacción de sus negocios hecha por extranjeros como un reproche a su indolencia, tornan el hecho en una fuente de orgullo nacional”. Le sorprendió escuchar de varios habitantes de la provincia quienes llenos de ufanía expresaban que no tenían necesidad de ir a Europa a adquirir bienes, pero que los europeos si requerían y necesitaban de los productos venezolanos. Según expuso escuchó frases como la siguiente: “Nuestra riqueza y abundantes productos los atraen hacia acá y los convierten en nuestros siervos”.

     Asentó que las costumbres en las ciudades y en el interior mostraban grandes diferencias, “o al menos pertenecen a diferentes períodos del progreso de la sociedad”. La situación que tomó como referencia para llegar a esta conclusión fue lo visualizado en los llanos venezolanos. Lo primero que llamó su atención fue que los dueños de hatos y haciendas de los Llanos no residieran sino en Caracas, mientras dejaban sus propiedades en manos de esclavos o “gentes de color”.

     En comparación con lo observado en Caracas, en los llanos del país observó una población muy distinta a la proveniente del europeo y de los nativos de la costa. Mientras en lugares como Caracas y La Guaira precisó usos cercanos a la herencia española, en los Llanos observó a gente temeraria y que vivían sin leyes, “casi en estado salvaje, errante por las llanuras”. Los habitantes de estas tierras, agregó, acostumbraban a asaltar a los viajeros y ya se estaban conformando bandas de asalto. Vio que eran grandes consumidores de carne, la cual obtenían fuera de la ley. Culpó a quienes estaban dedicados a aplicar la ley por su lenidad.

     Adjudicó la actitud lejana de la moral y las buenas costumbres a la “mezcla de razas” y un clima que inducía a la indolencia y una relajación total para pasar el tiempo. “La mayor delicia tanto para los hombres como para las mujeres es mecerse en sus hamacas y fumar tabaco”. Este aparte que tramó como “Vista general” lo concluyó expresando que los detalles acerca de las razas que poblaban Venezuela, así como otras de las antiguas colonias de España habían sido objeto de estudio por otros estudiosos. Lo que sí aclaró es que no era apropiado expresar que la mayoría de la población la engrosaban los españoles o sus descendientes directos sino la de los mestizos.

Antímano y la política en Venezuela

Antímano y la política en Venezuela

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Cuando el cadáver del presidente Francisco Linares Alcántara era conducido al Panteón Nacional, se escucharon unos disparos y la gente corrió, el ataúd del difunto quedó abandonado en la calle

     Antes de hacer referencia a la excursión que había realizado a Antímano, la joven francesa Jenny Tallenay consideró de obligatoria recordación un episodio de la historia política de Venezuela, la cual guarda relación con dos figuras públicas como lo eran Francisco Linares Alcántara y Antonio Guzmán Blanco. Cuando Tallenay llegó a Venezuela, la silla presidencial la ocupaba el primero de los mencionados. De acuerdo con su percepción de las cosas, expresó que entre una cantidad de venezolanos esperaban que diera continuidad a lo que Guzmán Blanco venía ejecutando. No fue así. Hubo descontento por esta situación al que se sumó las dificultades financieras y económicas que comenzó a experimentar el país.

     Sin embargo, un evento inesperado llevó a Linares Alcántara al lecho de muerte. El cadáver fue trasladado para el Panteón Nacional. La visitante ofreció algunos pormenores de las exequias llevadas a cabo con mucha pompa. El féretro fue conducido en hombros, acompañado de una comitiva de personajes públicos y ocupantes de cargos relevantes, así como personas unidas por motivos diferentes se habían sumado a la procesión. De repente se escuchó un disparo a la altura de la esquina de la Trinidad. Los soldados al creer en un complot dispararon contra la comitiva, de inmediato la gente se dispersó “y el ataúd del difunto presidente fue colocado en la calle abandonado por sus cargadores. Después de unos momentos de desorden inenarrable varias personas levantaron el féretro y lo transportaron rápidamente al Panteón”.

     Escribió que nunca se llegó a saber el o los autores del indescriptible acto, aunque se suponía que había sido preparado por una facción política y anuncio de conflicto, puesto que desde ese momento so formaron guerrillas en el país. Sin embargo, Guzmán Blanco volvió a la presidencia en el año de 1879. Antes de este nombramiento, reseñó que en la ciudad de Caracas corrían las noticias más inverosímiles como las de la toma del poder por algún general o el levantamiento de un coronel descontento. “Este estado de crisis no nos causaba impresiones tan vivas como a los venezolanos, y no habíamos renunciado a nuestros paseos por la ciudad”.

     Por el estado de conmoción generalizada en la ciudad de Caracas se prohibió la salida del lugar. Sólo se podía lograr por medio de un salvoconducto. Éste les fue otorgado a ella y los suyos por el presidente encargado, general José Gregorio Valera. Contó que una mañana habían emprendido la marcha por el camino que conducía a Petare, pero fueron detenidos por “cuatro negros desharrapados, quienes, sentados en una acera, velaban por la seguridad pública”. Uno de ellos les exigió el salvoconducto e inmediatamente le fue entregado por ellos el papel que servía para salir de los suburbios caraqueños. Según narró a quien se lo entregaron lo había tomado al revés y luego de un rato les fue devuelto el documento. Comentó al respecto: “¡Es evidente que, si le hubiéramos dado, en vez de un documento oficial, la copia de una oda de Víctor Hugo, el resultado hubiera sido por completo el mismo!”.

     En su marcha, ya cerca de la plantación Mosquera, allí escucharon muy cercano a ellos un disparo. De inmediato, suspendieron la caminata y volvieron atrás. Al otro día se escucharon de nuevo detonaciones cerca del puente de hierro. El combate se había prolongado por varias horas, según contó. No obstante, solo un perro había sido víctima de una bala que le arrancó un pedazo de oreja. “Se había quemado mucha pólvora, lo cual, para la gente de color, es uno de los grandes atractivos de la guerra”.

     Los actos más serios, siguió narrando, se presentaron en el Calvario, así como en el campo donde se saqueaban haciendas, se robaban los animales y se llevaban a peones y negros para incorporarlos a las filas de cada uno de los bandos en pugna. En la trifulca que se generalizaba se derribaron estatuas erigidas a favor de Guzmán Blanco y la de la Universidad la lanzaron al piso frente a una banda militar. A propósito de lo que denominó una guerra al bronce y a la piedra comentó: “no se acostumbra en Europa a glorificar a ilustres personajes en vida, levantándoles así varias estatuas en su país natal; pero el lector no debe olvidar que estamos en la América del Sur, donde estas manifestaciones exageradas forman parte de los usos”. Aunque ellas serían de nuevo erigidas a la vuelta al poder, en 1879, de Guzmán Blanco.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En el pueblo de Antímano, el general Antonio Guzmán Blanco construyó una casa de campo para su disfrute

     En este beligerante ambiente relató que una noche un centinela había preguntado la contraseña a quien consideró un enemigo, al no responder “¡Patria Federal! el guardia disparó. Al acercarse descubrieron “un pobre burro errante que había pagado con su vida su descuido y su mutismo”. Relató que, en vísperas de una nueva toma de posesión, ella y sus acompañantes decidieron marchar a Antímano a entrevistarse con el general Cedeño. Contó que al pasar Palo Grande y el Empedrado “la escena se animó”. A ambos lados del camino los negros seguidores de Guzmán habían instalado chozas provisionales. El tránsito se tornaba tortuoso porque individuos “desharrapados” obstaculizaban el paso, a los lados se podían ver fogatas instaladas para asar pedazos de carne que habían tomado de las haciendas cercanas.

     En su narración anotó que al aparecer el coche que los llevaba muchos de los presentes se agolparon a su alrededor para pedirles tabaco. “Oficiales y soldados se precipitaban afanosamente. Habíamos previsto este episodio, de modo que nos habíamos provisto, antes de salir de Caracas, de tabacos y centavos”. Superado este escollo se toparon con una escena protagonizada por un toro y un grupo de negros que le perseguían y agregó que no quisieron ver el desenlace de “esta escena cruel” y mandaron al cochero que acelerara la marcha. 

     Pronto llegaron a un “bonito pueblo” denominado La Vega. Según su descripción estaba compuesto de algunas calles en declive, de una plaza pública sembrada de hierbas, de una pequeña iglesia, “blanca y limpia”. Reseñó que al pie de ésta se encontraba un amplio ingenio azucarero cuyos propietarios eran la familia Francia, “una de las más opulentas del país”.

     Respecto a los tres kilómetros que separaban el Valle de Antímano afirmó que los habían recorrido de manera muy lenta, “siendo detenidos a cada instante por patrullas de gente de color precedidas de sus oficiales montados sobre burros muy flacos”. De Antímano expresó que fueron recibidos luego de largas conversaciones y por ser extranjeros. De esta localidad recordó que era un pueblo bastante grande “sin carácter muy definido, pero de situación encantadora”. Refirió que Guzmán Blanco había mandado a construir una casa de campo para su disfrute. Lo describió como un lugar rodeado de montañas, excepto el camino que conducía a Caracas. El paisaje se veía ornamentado gracias al cauce del río Guaire, la presencia de bambúes y sauces de follaje ligero. “La iglesia de Antímano es bastante hermosa, y recuerda por su arquitectura, aunque en proporciones mucho más modestas, la Magdalena de París”.       

     Contó que debieron salir del lugar que “estaba muy congestionado” para descansar en otro sitio. Según reseñó, al estar cerca de la localidad Palo Grande, le había sucedido algo divertido. En el camino encontraron un negro que montaba un burro. Precedía un grupo de ocho o diez negros armados con fusiles. Contó que su cochero le informó que era “Pantaleón”, un coronel a quien le gustaba que le llamaran general. Según relató, era un hombre muy animado y conversador. Uno de sus acompañantes clamó por agua a lo que Pantaleón accedió a compartir su cantimplora con sus sedientos acompañantes, en ella tenía agua mezclada con aguardiente. Les exigió a sus subalternos que no bebieran más de dos sorbos. Al terminar cada uno de sus hombres, que obedecieron a su coronel, este último consumió el resto de lo que quedaba en el recipiente. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1879 comenzó un período presidencial denominado El Quinquenio, bajo el mando del general Antonio Guzmán Blanco

     Escribió más adelante: “Eran las siete de la noche cuando volvimos a Caracas donde hacían grandes preparativos para recibir dignamente las tropas victoriosas. Las casas estaban adornadas con flores; arcos de triunfo cubiertos de banderolas y divisas, se levantaban a la entrada de las calles; todo anunciaba una fiesta alegre”. Con esto hacía referencia al éxito de la Revolución Reivindicadora que restauró el culto a Guzmán Blanco, quien se presentaría en las elecciones de diciembre de 1878 de las que salió airoso por mayoría. En 1879 comenzó un período presidencial denominado El Quinquenio.

     Lo que vio en aquella oportunidad lo relató como sigue. Contó que, a las ocho de la mañana, bajo un cielo azul y un sol radiante, una gran cantidad de personas se dio a la tarea de aglomerarse en plazas, parques y vías públicas. “Señoras vestidas de blanco se habían engalanado con cintas amarillas en honor de los guzmancistas, quienes habían adoptado este color; los hombres llevaban colgadas al cuello cintas parecidas, pero más anchas con la divisa: ¡Viva Guzmán Blanco!, impresa en letras negras sobre la tela. 

Se exhibían por todas partes retratos litografiados del expresidente acompañados con palabras de alabanza, en el gusto hiperbólico español. Se esperaban con impaciencia los vencedores”.

     Agregó de seguidas que, a las nueve de la mañana una salva de artillería disparada desde el Calvario dio el aviso del arribo del “ejército libertador”. Según su parecer, todo se había realizado con el mayor orden. Más adelante indicó: “El general Cedeño, con mucha modestia y tacto, se negó a pasar por debajo de los arcos del triunfo, diciendo que no era más que un soldado, y que Guzmán Blanco solo, para quien había combatido, tenía derecho a este honor”. La marcha estuvo encabezada por cañones con guirnaldas de flores, colocadas sobre carretas y arrastradas por bueyes. Luego, venía “el general en jefe rodeado por sus principales oficiales a caballo, mula o asno, vestidos con trajes de toda clase”. Más atrás, identificó a soldados, “descalzos, bajo sus harapos, en una confusión muy pintoresca”. Observó que algunos llevaban bajo sus brazos gallinas y gallos, “otros llevaban racimos de plátanos, vimos a uno que había colgado chuletas crudas alrededor de su gorra, y todos, cubiertos de polvo, extenuados de cansancio, aclamaban a Guzmán y Cedeño”.

     Esta marcha cuando alcanzó el Capitolio paró y “negras caritativas acudieron con calabazas llenas de agua, ofreciendo de beber a los soldados”. De inmediato, se llevó a cabo un Tedeum de acción de gracia, en el que estuvieron presentes Cedeño y su estado mayor. El arzobispo fue el encargado del Tedeum desde la catedral. “Se reía, se circulaba alegremente en la ciudad, la animación era general”.

     Terminó este aparte rememorando que con la llegada de Guzmán Blanco obtuvo la toma de posesión de la “presidencia de la República y todo volvió al orden”. De acuerdo con su visión de las cosas, el ejército bajo su mando, aunque poco numeroso, “fue instruido y disciplinado. Los soldados que se ven hoy en Caracas llevan el uniforme, están provistos de buenas armas y ejercitados convenientemente”. Como lo expresé en líneas más arriba, Tallenay tuvo palabras de alabanza hacia la figura de Guzmán Blanco como presidente. Ella terminó este capítulo con las siguientes consideraciones. “Después de describir los cuadros extraños que anteceden, es justo señalar las reformas que siguieron a la guerra civil y los progresos cumplidos durante el período actual, de absoluto apaciguamiento y completa renovación”. Luego de permanecer en Caracas entre 1878 y 1880 se dedicó a visitar otras localidades de Venezuela hasta 1881 año de su partida para Europa.

Impresiones de un escocés en Caracas

Impresiones de un escocés en Caracas

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Una de las cosas que más sorprendió a Robert Semple de su visita a Caracas, fue la limpieza de las calles, construidas con “buen piso y en condiciones muy superiores a todo lo que había visto hasta entonces en las Antillas”.

     Robert Semple fue un agente de negocios inglés quien visitó Caracas entre los años 1810 y 1811, período durante el cual pudo constatar que, ante la ausencia de la metrópoli ocupada por Napoleón Bonaparte en 1808, los españoles americanos iniciaron el paso secesionista a imitación de los angloamericanos en el norte. Así como que no era mera casualidad que la Independencia se proclamara en Caracas el 5 de julio de 1811, un día después de la de las Trece Colonias y de la misma forma que lo hicieron los estadounidenses el 4 de julio de 1776. Las connotaciones “simbólicas o cabalísticas” estuvieron presentes entre los firmantes, según lo dejó escrito Semple.

     De su desembarco en La Guaira contó que, al estar ausente el comandante, fueron llevados a uno de los delegados, “un hombre ignorante e ineficaz, a primera vista, que no se acreditó bien en sus posteriores actuaciones. Su tonta auto importancia, al examinarnos resultaba risible, desplegando rodas las incapacidades de un presuntuoso recién encumbrado”. Esto lo había señalado a propósito de un impasse por la exigencia del pasaporte inglés para poder continuar su camino hacia Caracas. 

     Según relató ni en Inglaterra tal requisito era indispensable y que él no solía llevar el original de este documento en sus viajes. De La Guaira expresó que su población ascendía a unas ocho mil personas de “todos los colores”. Agregó que la mayor cantidad de sus habitantes eran gentes “de color” y que había pocos europeos y aun blancos criollos. De la ciudad observó que estaba construida al pie de una montaña y que sus calles eran bastante estrechas las que, cuando llovía, resultaban infranqueables. Contaba con un solo edificio importante, el de la Aduana. “Las autoridades no confían en el juramento de los comerciantes, como en Inglaterra y Norteamérica, sino que abren cada bulto para apreciar su valor y de acuerdo con éste cobran los derechos”. No obstante, señaló que los funcionarios cumplían su labor con “tolerancia y cortesía en la generalidad de los casos”.

      De acuerdo con su percepción, la iglesia de La Guaira “no es muy interesante”, al no contar con ningún objeto que atrajera a sus visitantes. El puerto fue comparado por él con un fondeadero y que por efecto de las olas debe ser constantemente reparada su estructura de madera. Del transporte, tanto de mercancías como de personas, se solía hacer a lomo de mula. “Cuando el viajero llega es tratado más o menos como un bulto de mercancías. Le dan una mula con una silla burda de tipo moro que tiene estribos por el estilo de los que se usan en España, y en todo el camino son de gran utilidad para él sus espuelas, su látigo y su paciencia para llegar a Caracas”.

     Según relató en su descripción, el camino de La Guaira a Caracas era “malo”. Decidió, en vez de montar una mula, transitarlo a pie. A lo que añadió: “Supongo que por lo extraño de esta determinación fue que me detuvieron a la salida”. A este respecto contó: el mulato que le servía de guía llevaba un portafolio donde había colocado unos dibujos de Morland y que un oficial “de color” revisó. De Macuto expresó que era una “limpia y placentera aldea situada a la orilla del mar, donde tienen residencias casi todos los habitantes ricos de La Guaira … con el tiempo, excederá a La Guaira en tamaño, como ya la supera en limpieza y regularidad”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Según el agente de negocios inglés, Robert Semple, para 1810-1811, la población de La Guaira ascendía a unas ocho mil personas de “todos los colores”

     En su descenso hacia Caracas pudo mirar la ciudad a la que describió como un valle en declive rodeado de altos montes y al fondo se podía observar un río que lo bordeaba. Tenía al frente la ciudad capital, “de la que solo se distinguían las torres de las iglesias emergiendo entre las nieblas matutinas”.  Al alcanzar el pie de la colina estaba colocada una puerta donde se encontraban guardianes, quienes estaban allí para revisar los documentos de los que pretendían llegar al valle caraqueño. Su inicial impresión la narró como sigue: “Luego que pasé las primeras casas me sorprendió la limpieza y la regularidad de casi todas las calles, de buen piso y en condiciones muy superiores a todo lo que había visto hasta entonces en las Antillas”.

     Del valle de Santiago de León de Caracas indicó que se extendía en un terreno como de unas veinte millas, con variaciones de ancho entre seis y siete millas. De igual manera, agregó que se encontraba ubicada hacia el lado norte y que era un espacio territorial que se explayaba en una pendiente hacia el sur donde se encontraba con el río Guaire. “Aunque se le da el nombre de río, en Norte América no se le consideraría sino un arroyo, pues es vadeable en todas las cercanías de la ciudad, excepto después de aguaceros torrenciales, cuando su volumen aumenta y corre con gran velocidad”.

     De los tres afluentes del Guaire, el de mayores ventajas anotó que era el río Catuche. De él sus afluentes se aprovechaban al suministrar agua para “las fuentes públicas, de las cuales hay varias, y también para las casas particulares, de las que algunas tienen tubería o aljibes”. Según escribió, las calles se encontraban separadas unas de otras por espacios de cien yardas o más, “y como se interceptan entre sí forman los lados de las manzanas a lo que aquí llaman cuadras”. De acuerdo con su conocimiento, cuando una de estas cuadras no estaba ocupada por casas, se le denominaba plaza y que en realidad era un espacio baldío que ocuparía una manzana o cuadra. Para Semple, la ciudad así estructurada resultaba sencilla para una ciudad de un tamaño importante, siempre y cuando lo permitiera el terreno donde se asentaba. “De una manera semejante está construida Filadelfia, pero la falta de lugares abiertos hace que esta ciudad norteamericana, en otros aspectos hermosa, resulte monótona y uniforme”.

     En Caracas prestó atención a algunas plazas, “pero ninguna de mucha importancia”, a no ser la Plaza Mayor o plaza grande, “donde está el mercado”. En el interior de ella observó pequeñas tiendas, “muy convenientes desde el punto de vista comercial”, aunque para él desfiguraban la que pudo haber sido la armonía del conjunto. Reseñó que el lugar donde el mercado funcionaba se podían conseguir frutos disímiles como plátanos, bananos, piñas, manzanas, peras, papas, castañas y variedad de legumbres que parecieran provenir de lugares templados y que acá se conseguían con facilidad. De ahí que anotó: “En los Estados Unidos de Norte América se observa que los cambios de clima obedecen a las diferentes estaciones que se suceden en el año, mientras que aquí, al ascender de la costa a estas elevadas y templadas regiones se experimenta, en trayecto relativamente corto, un cambio que pareciera ser posible sólo en largos intervalos de espacio y tiempo. Y en pocas horas se pasa del clima tórrido a las más suaves temperaturas de las zonas templadas”.

     De la Catedral expresó que era una edificación sin mayor lumbre, con una distribución interior irregular, “pues durante la celebración de la misa gran parte de la concurrencia no puede ver al sacerdote, y esto es importante, puesto que la ceremonia es parte esencial de la devoción”. Indicó que lo que daba prestancia a la catedral era el único reloj con el que contaba la ciudad. La iglesia más espléndida de Caracas, según lo relatado por Semple, era la que se había construido a expensas “de las gentes de color, y a la que parece que contribuyeron por espíritu de emulación”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Según relató Robert Semple en su descripción, el camino de La Guaira a Caracas era “malo”, por lo que decidió, en vez de montar una mula, transitarlo a pie

     De acuerdo con su conocimiento la población de la ciudad superaba los cuarenta mil habitantes, “una tercera parte de los cuales es de blancos”. Puso en la mira que existían muy pocos indios, pero las personas mezcladas con la “sangre india es general”. Destacó, además, que “todos los oficios son realizados por libertos de color, quienes son generalmente ingeniosos, pero indolentes e indiferentes en alto grado”. Sumó a esta consideración que éstos prometían llevar a cabo alguna tarea, sin intención de cumplir y cuando se les reprochaba por ello se “quedan perfectamente inconmovibles”.

     La única institución pública educativa, por lo que percibió, era la Universidad. Del sistema educativo expresó que era rutinario al igual que en la España de hacía doscientos años: “un corto número de autores latinos, el catecismo y la vida de los santos son los principales estudios”. Sin embargo, consideró que el “libre pensamiento” se estaba propagando con rapidez entre los jóvenes.

     De acuerdo con sus cálculos, ningún otro territorio de América del sur había sido tan disputado como el que ocupaba el valle de Caracas, puesto que la cantidad de grupos aborígenes y “su alta reputación de valerosos e inteligentes parece que detuvieron por algún tiempo la acción conquistadora de los españoles en una región cuya fertilidad, sin embargo, había excitado su codicia”. Escribió que el primer intento se hizo desde Margarita, luego desde Valencia se reclutaron elementos que pudieron someter a los habitantes originarios y fundar la ciudad. Relató que esta historia revestía gran interés. Además, contó haber escuchado a indios pronunciar el nombre de Guaicaipuro con entusiasmo. “Cuando en su lucha le faltaron otros medios, mandó prender fuego al bosque donde se encontraba, desplegando así una desesperada y sublime, aunque inútil, resistencia”.

     Luego de haber sido Coro la sede principal del Arzobispado de Venezuela, para finales del 1600, fue Caracas la principal provincia administrativa del reino. Semple añadió que, la elevada situación del valle de Caracas contaba con un aire puro y fresco, los cuales “ejercen un efecto directo sobre el carácter físico y moral de sus habitantes y los distingue con ventaja de los de la costa. El mismo concepto de distinción que las tribus vecinas tenían de los primeros pobladores de Caracas, puede tenerse de los habitantes del presente, ya que estos superan en rapidez de percepción, en actividad e inteligencia a los habitantes de la mayor parte de las otras ciudades de la Provincia”.

     No obstante, agregó que la carencia de una sólida educación y la ciega sujeción a un clero ignorante no permitían el desarrollo de tales cualidades naturales. “Aquel alto sentido español del honor que reina en algunos pechos, es en muchos otros suplantado por una mera apariencia jactanciosa, que finaliza en falsedad y engaño. Pero esta falsía no está siempre acompañada por suaves maneras o un exterior apacible, y altos ejemplos de rudeza unida a gran insinceridad pueden observarse. No podría hablar aquí de lo político o de los sentimientos generales del pueblo de Venezuela. Es un tema que merece ser tratado separadamente…”

     Esta aseveración le relacionó con lo heredado del colonialismo español y con situaciones similares en otros países latinoamericanos. De las mujeres expresó: “Quizás el carácter hispano subsiste en ellas más que en los hombres; y sus vestidos y maneras son una copia exacta de lo que he visto antes en la vieja España”. Indicó que tanto en España como en Caracas la ocupación durante las mañanas entre las mujeres era la asistencia a misa, trajeadas de negro, lucían medias de seda y batiendo un abanico que no cesaban de mover. “En estos casos una esclava, muchas veces más hermosa que la señora, la sigue, portando una pequeña alfombra sobre la cual habrá de arrodillarse aquélla”. (P. 30). Agregó que era un símbolo de distinción y que el sólo hecho de ser seguidas de una esclava con dicho objeto era señal de diferenciación. Anotó, luego, que se estaba debatiendo la eliminación de tal costumbre, aunque el legislador que reformara tal hábito “tiene que hacerlo con mano temblorosa”.

Funcionarios Públicos, Celebraciones y encuentros religiosos

Funcionarios Públicos, Celebraciones y encuentros religiosos

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El militar estadounidense Richard Bache dejó sus impresiones de un viaje por Colombia y Venezuela entre 1822 y 1823, en un curioso libro traducido al español y reditado por el Instituto Nacional de Hipódromos, en 1982

     En una anterior oportunidad, desde este espacio, he hecho referencia al militar estadounidense Richard Bache (1784-1848) quien visitó la República de Colombia y quien estuvo en Venezuela durante 1822 y 1823. Sus impresiones de viaje en el libro La República de Colombia en los años 1822-23. Notas de viaje. Con el itinerario de la ruta entre Caracas y Bogotá y un apéndice por un oficial del ejército de los Estados Unidos, el que fue publicado por el Instituto Nacional de Hipódromos en el año de 1982, mientras en Filadelfia vio la luz en 1826. En el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar se hace referencia a Bache en los siguientes términos: las impresiones de Bache y sus descripciones constituyen un valioso documento para el estudio de la época, donde destacan su minuciosidad y precisión en los acontecimientos observados.

     En esta oportunidad destacaré lo que redactó en el capítulo III en que hizo referencia a sus primeras visitas en la ciudad, lo que observó en el día de San Simón, los bailes que presenció, sus impresiones acerca del señor Blandín y lo que vio en una plantación de café. Por otra parte, un importante detalle resulta de su escrito el cual redactó como si fuese un diario.

     Escribió que el día 22 de octubre había sido presentado al Intendente General, Carlos Soublette a quien describió como un hombre imponente, atractivo y agraciado. Contó que, al pasar frente al Santísimo Sacramento y no haber hecho la reverencia debida, un centinela armado con su bayoneta le había llamado la atención, situación a partir de la cual escribió que su actitud fue por desconocimiento del sentido que tenía el acto litúrgico y la actitud que debía asumir de acuerdo con las costumbres locales. “Las circunstancias se presentaban para perder un tanto los estribos; y en este estado de ánimo llegué a la conclusión de que uno está en el deber de desaprobar estas ceremonias humillantes para un ser racional, absolutamente extemporáneas”. Agregó que obligar a reverencias con la bayoneta no tenía nada que ver con veneración. Por tanto, en lo sucesivo “siempre me hice el indiferente ante tales ceremonias, o procuré evitar el encuentro con la Custodia, cada vez que podía hacerlo discretamente”.

     La preocupación e incomodidad de Bache tuvo que ver con su adhesión protestante. Escribió, respecto a la situación descrita, que su actitud no sería la más correcta por encontrarse en un país extranjero y que requería de colaboración de sus naturales. “Sin embargo, continúo sosteniendo la opinión de que aquellos funcionarios públicos nuestros que residan en países católicos, si deben oponerse vigorosamente a cualquier arbitrariedad que pretenda imponérseles a sus derechos en materia de opinión religiosa, tanto por la degradación que ello implica, como con la finalidad de ir acostumbrando al público a una mayor tolerancia”. Según su apreciación, se mostró convencido que por medio del ejemplo de personas apreciadas y distinguidas se pudiera alcanzar la tolerancia frente a creencias religiosas distintas. Terminó expresando que el influjo clerical en Caracas se ha “reducido apenas en grado muy insignificante”.

     Su escrito fue redactado en forma de memoria de viaje con rasgos de un diario de vivencias. En un aparte con fecha octubre 23 relató haber ido de visita a casa de un general. En casa de éste llamó su atención su joven hija de nombre Conchita. Contó que ella había residido un tiempo en Filadelfia, cuando su padre debió exiliarse debido a problemas políticos. Según narró, Conchita había expresado su impresión al ver que en aquella ciudad estadounidense observó que edificaban una casa de ladrillos de tres pisos en pocas semanas, mientras en Caracas, aunque fuesen de un solo piso, tardaban años.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Bache describió al entonces Intendente General, Carlos Soublette, como un hombre imponente, atractivo y agraciado

     Refirió, para la misma fecha, haber conocido a oficiales ingleses que integraban el Estado Mayor del general Soublette y Páez y corroboró “en todos ellos cierta decepción” por la situación que habían experimentado en el país por no haber alcanzado lo que esperaban como legión extranjera. Por otro lado, indicó que había encontrado una distracción con una ceremonia denominada el Rosario. A la que describió como sigue. Al frente de la procesión marchaban jóvenes negros harapientos con faroles, colocados en la punta de una vara, luego venía un hombre con una gran cruz y otro con un pabellón que representaba a la Virgen. A ellos les seguían sacerdotes, una banda musical con violines y cantantes varones con instrumentos variados. A su vez, estaban acompañados con una música que, a intervalos, se vocalizaba con cánticos en latín. Son oportunidades, anotó, para que algunas personas hicieran una cuestación o colecta. Indicó que la música entonada le pareció agradable y la ceremonia la juzgó como llena de solemnidad.

     En otro párrafo con fecha 24 de octubre describió que había visitado una casa, situada al frente de la plaza, donde escuchaban a unas damas ejecutando melodías con el piano. De inmediato, fueron invitados para presenciar la ejecución de un indio acusado de haber cometido un asesinato. Tal ejecución del reo lo indujo a redactar algunas líneas en las que no dejó de mostrar repulsión. Refirió que el reo había sido amarrado a un poste y fusilado por un pelotón de soldados. 

     “Aquel fúnebre espectáculo parecía despertar muy poca curiosidad, pues no habría más de trescientas personas entre el público, principalmente mujeres, circunstancia que puede explicarse por la gran desproporción de sexos existentes en Caracas”.

     Esta última apreciación le sirvió a Bache para hacer una consideración acerca de la población caraqueña. Expresó que la presencia de mujeres en actos y aglomeraciones era mayor que la de hombres y, que se estimaba, que por cada cuatro o cinco mujeres había un hombre. “Esta desproporción se atribuye a los efectos de la guerra a muerte”. Para el mismo día había ido de visita a casa de una persona de nombre Francisco, de quien hizo referencia de manera condescendiente y al que adjudicó tener un gran afecto por la persona que acompañaba a Bache por la ciudad. Ya en la despedida le ofrecieron como hospedaje la casa del señor Francisco y lo trataron con gran cordialidad. “Al despedirme, hizo un expresivo gesto hasta entonces desconocido para mí: me apretó la mano contra su corazón, como en testimonio de la sinceridad de sus expresiones”.

     Para octubre 26 dejó escrito que había sido presentado a varios ciudadanos del país. Entre las personas que conoció, en medio de un almuerzo, estaban un doctor y un coronel quienes viajarían a Bogotá, en unos días, y le ofrecieron detalles que le servirían para el trayecto que él tenía como propósito visitar. Sumó, haber notado a un grupo de infantería, frente a la casa donde había almorzado, entre quienes vio a los oficiales montados en caballos, seguidos, a su vez, por unos soldados que iban descalzos, a excepción de unos pocos que llevaban una “especie de sandalias”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El militar estadounidense Richard Bache expresó en su libro que la presencia de mujeres en actos y aglomeraciones era mayor que la de hombres

     A esto incorporó la impresión que le causaba “constantemente la conducta amable y cortés de todos los eclesiásticos, quienes nunca dejaban de saludar, quitándose el sombrero, a todos los que pasaban a su lado”. Lamentó no haber podido determinar si se trataba de una actitud habitual o sólo lo era por las circunstancias de conciliarse con la opinión pública luego de los conflictos con España. Se quejó de no haberse adelantado en el saludo y con ello demostrar una actitud de urbanidad frente a los miembros del clero.

     Con fecha 27 de octubre anotó que después de un almuerzo recorrió a caballo una hacienda de un general, junto con otras personas que se unieron al paseo. Alabó las monturas y a quienes fungían de jinetes que llevaban “los caballos más gallardos y briosos que había contemplado en mi vida”. Describió que el camino que transitaron estaba muy bien empedrado y que, ante su vista, apreció “los paisajes más seductores, que variaban constantemente”. La esposa del general, contó Bache, fue la encargada de mostrar la gran extensión territorial que atendía en los momentos cuando su esposo se ausentaba por asuntos militares.

     Luego de este, según su percepción, reconfortante encuentro se dirigió al centro de Caracas, la cual lucía orlada e iluminada en honor al onomástico de Simón Bolívar, “el día de San Simón”. Con fecha 28 de octubre, “día de San Simón”, reseñó que las ceremonias habían iniciado con un desfile de funcionarios civiles y militares quienes se dirigían hacia la Catedral para la misa mayor. También observó cuerpos de infantería a los que comparó con algunos existentes en su país, “marchaban con muy buen compás, al son de una excelente banda”.

     Expresó que había ido de visita al despacho del general Soublette porque la misma era “ley en días santos” y que cualquier omisión en este orden era expresión de ruptura social. Contó que a las cuatro de la tarde fueron para una corrida de toros que le decepcionó, aunque “asistían alrededor de diez mil personas”. Según relato, los animales eran muy mansos y debían ser estimulados con pinchazos de garrocha. Añadió que las calles estaban “hermosamente ornamentadas con colgaduras de damasco, en las que se advertían los colores de la bandera”.  

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El 28 de octubre de 1822, los alredeores de la Catedral lucían adornados e iluminados en honor al onomástico de Simón Bolívar (Día de San Simón)

     Expresó que en horas de la noche se había presentado un “espléndido sarao conmemorativo”. La cena a la que fue invitado, a la luz de este acto, había sido “suntuosa” y la “música me cautivó no sólo por lo peculiar de su ritmo, sino también por el estilo del baile”. En comparación con algunos bailes franceses y estadounidenses, estimó que la danza que observó era “suave y gentil”. En general le pareció un baile representativo de cadencia y equilibrio. Sin embargo, en un momento del desarrollo de la fiesta hubo una interrupción. Una dama lloraba con gran desconsuelo porque “su esposo se había excedido en atenciones con otra beldad”. Consideró que tal forma de manifestar un descontento en una reunión festiva debió haber sido “irrefrenable”. “La compadecía muy sinceramente, sobre todo a su hija, quien llena de confusión salió en compañía de la madre”.

     Del general Soublette indicó: “ocupaba un asiento privilegiado en el testero del salón, repantigado con graciosa indiferencia, y parecía contemplar el regocijo de sus gobernados con indulgente satisfacción”. 

     También observó a las espaldas del general, a un par de graciosas hermanas, “cuyas rollizas mejillas e irreprochable frente delataban que jamás habían sido afectadas por las fatigas del pensamiento”. Dijo al respecto que divertían a los presentes por dormir plácidamente, “mientras en su torno resonaban la algazara y el ajetreo de la numerosa concurrencia”. Las que denominó “bellas durmientes” eran objeto de “admiración general”. Luego de describir esta situación, inusual para él, afirmó que con seguridad nunca el par de jóvenes había sido objeto de tan prolongada atención. Terminó este aparte de su relato con un comentario acerca del gobernador de la ciudad, “de quien se decía que había tenido que vivir oculto en un sótano durante cuatro años para escapar de las persecuciones de sus enemigos”.

De una corrida de toros a una corrida de cintas y algo más

De una corrida de toros a una corrida de cintas y algo más

POR AQUÍ PASARON

De una corrida de toros a una corrida de cintas y algo más

Durante el gobierno del general Guzmán Blanco, las corridas de toros en Caracas se realizaban en terrenos pertenecientes al hipódromo, en Sarría
Durante el gobierno del general Guzmán Blanco, las corridas de toros en Caracas se realizaban en terrenos pertenecientes al hipódromo, en Sarría

     Después de haber presenciado la corrida de toros a la que había sido invitada, Jenny de Tallenay, escribió que era más interesante que el “tumulto de la corrida” un acto llamado corrida de cintas que se presentó en el ambiente festivo parroquial. Describió la corrida de cintas de la siguiente manera. “La calle mostraba un decorado muy parecido al utilizado para la corrida de toros, con la diferencia que, de trecho en trecho, se extendían cuerdas a determinada altura, de una casa a otra. De estas cuerdas colgaban cintas de distintos colores y en cuya parte final llevaba un anillo de cobre”.

     El acto consistía, de acuerdo con su descripción, en que a la señal que se daba al extremo de la calle, algunos caballeros, portadores de una espada cada uno, partían a galope en sus caballos “cubiertos con elegantes caparazones”. A una velocidad constante la actividad consistía en atravesar con la espada uno de los anillos y tomarlo con la punta del arma. Para ella era un juego “muy animado” que mostraba un lado galante y amable. 

     Cuando un joven jinete cumplía con la tarea de tomar el anillo colgado en una cinta, se acercaba a una de las ventanas de las casas vecinas, “llenas de preciosas señoritas de ojos negros”, y hacía entrega de su trofeo a la más hermosa de ellas. Quien recibía la ofrenda entregaba al galante caballero unas flores que iban atados al extremo de la silla de montar y con las que adornaba a su valioso corcel.

     El más hábil de la justa, aquel que lograba ensartar la mayor cantidad de anillos, era paseado en hombros, al son de las charangas y el ruido de los fuegos artificiales. Agregó que el ruido de los cohetes era un “elemento indispensable de toda fiesta venezolana”. A cualquier hora se podían escuchar sus detonaciones porque hacía falta que la alegría se escuchara a lo lejos para “ser popular”. Más adelante agregó que fiestas como estas, que se desarrollaban en las calles, tendían a decaer. Desde 1881 se había instalado un hipódromo, “en el cual se dan corridas de toros”.

     Contó que en el nuevo establecimiento se apreciaban “tres o cuatro banderilleros atormentando sin mucho peligro unos bueyes flacos que parecen no tener otro cuidado sino volver a su establo lo más pronto posible”. Según su versión, para los días de corridas una gran cantidad de personas se aglomeraban en las taquillas para adquirir las entradas. Por lo que había observado, indicó: “una sociedad protectora de animales tendría mucho que hacer en Venezuela”.

     Muy cerca del hipódromo se encontraba una gallera. Describió que para preparar los gallos para una pelea se les cortaba la cresta, se les arrancaban las plumas del pecho y se les ataba por una pata durante semanas al pie de un poste y a alguna distancia de otro gallo, sin que pudieran acercarse para atacarse. “Cuando están bastante excitados por ese tratamiento bárbaro, se les hace entrar en el ruedo donde no tardan en encontrar la muerte”. Según constató los gallos negros y rojos eran los más ardientes y belicosos.

Las corridas de cintas se realizan en un ambiente festivo. Las calles son decoradas con cintas de colores
Las corridas de cintas se realizan en un ambiente festivo. Las calles son decoradas con cintas de colores
Tallenay describió el Palacio Legislativo de la República o Capitolio caraqueño, como un “monumento bastante satisfactorio”
Tallenay describió el Palacio Legislativo de la República o Capitolio caraqueño, como un “monumento bastante satisfactorio”

     Luego de haber presenciado este “bárbaro” acto volvió al lugar donde había sido invitada para presenciar la corrida de toros y la de cintas. Narró haber degustado un refresco preparado con guanábana, “fruta deliciosa y bastante rara, aún en Caracas”. Agregó que con esta fruta se preparaban bombones, confituras y helados. Otra fruta que llamó su atención fue la parchita o parcha. “Se cultivan dos especies, la mayor de las cuales proporciona una baya del tamaño de una piña, muy buena para comer aderezada con vino blanco, y la otra del tamaño de una manzana es apenas menos apreciada”.

      Narró que mientras conversaban en casa de su huésped con algunos lugareños, “tuvimos la oportunidad de constatar hasta qué punto les gustan los elogios y son sensibles a la crítica”, incluso si era benévola mostraban incomodidad y enojo. Agregó que entre si se prodigaban lisonjas con “las dosis más fuertes”. Afirmó que desde los periódicos más conocidos no se dejaba de comparar a Caracas con París, además de ponderarla como una capital refinada que mostraba ser muy civilizada. “Su tono es tal que pasarían en Europa, a pesar de su seriedad, por hojas satíricas untadas de miel”. Por eso añadió que quien había logrado cultivar amistades en Venezuela se tenía que cuidar de no expresar algo que pudiera herir el sentimiento patrio. “Casi había miedo de contradecirles”.

     Narró que continuaron sus paseos por la ciudad. En su tránsito se toparon, en una esquina de la Plaza Bolívar, con el Ayuntamiento “que no presenta nada notable”. Más adelante encontraron el Palacio Legislativo de la República, el Capitolio. De él expresó: “El conjunto del monumento es bastante satisfactorio”. Dijo en su descripción que del lado norte se encontraba un peristilo adornado con estatuas encargadas a un artista del país, “cuyas concepciones, hace falta decirlo, no tienen nada de ideal”. El salón destinado para las recepciones oficiales lo calificó de hermoso. De los cuadros expresó que como obras de arte eran de una calidad cuestionable, pero si tenían valor histórico por mostrar celebridades venezolanas.

     En otro lado observó unos muebles pintados con los colores de la bandera. de las salas dedicadas a las sesiones del Congreso las calificó de sencillas y donde había un espacio con rejas, destinado para el cuerpo diplomático. Sumó a su descripción que las mujeres no asistían a las sesiones, “como en Europa”, y tampoco existían tribunas públicas. Enfrente del Capitolio identificó una larga fachada, traspasada con ventanas ojivales o de estilo medieval, con un campanario pequeño que servía de adorno. Detrás de este espacio hubo un convento de franciscanos que fue transformado en Universidad Nacional. Hizo referencia acerca de la fachada que abarcaba este edificio y agregó que era mucho más grande que la edificación. Su visita a la construcción universitaria la condujo a un museo que funcionaba en la misma estructura. Allí apreció un museo y una biblioteca que estaban bajo la responsabilidad de Adolfo Ernst. 

     Para el museo agregó que se le había otorgado un amplio espacio y que albergaba una “reunión confusa de objetos curiosos más que una serie de colecciones serias”. Según su apreciación, Ernst no tenía tiempo ni presupuesto para mejorar la colección y darle una organización adecuada.

     A propósito de algunos objetos curiosos que encontró en el lugar, reseñó el caso de una “cabeza humana del tamaño de un puño”, al que calificó como un objeto “casi fantástico”. De acuerdo con su narración era obra de tribus indígenas del Orinoco, así como de algunos grupos de indios de Colombia, que practicaban “un modo particular de embalsamiento”. Agregó que eran piezas únicas desde que el gobierno de Colombia prohibió su venta pública, algunas de estas piezas podían llegar a los quinientos francos y por ello muchos indios “no tenían ningún escrúpulo en cometer para satisfacer su codicia”. Luego destacó la presencia en el museo de una bandera que había traído consigo Francisco Pizarro, que la había obtenido Antonio José de Sucre, en 1824, y que obsequió al Libertador.

     Al referir la presencia del ataúd donde reposaban los restos mortales de Simón Bolívar, “olvidados y desconocidos por tan largo tiempo en un cementerio pueblerino”, escribió: “triste mudanza de las cosas humanas”. En su opinión estos restos del pasado, “que deberían tener un sitio con los retratos reunidos en el Palacio Federal”, deberían estar en una galería especial que sería un museo histórico, por tal razón le pareció extraño encontrar colecciones zoológicas, botánicas y mineralógicas en el mismo lugar.

En la misma edificación donde se encuentra la Universidad de Caracas, se aloja el Museo Natural, que reúne objetos curiosos. Su director es el Dr. Adolfo Ernst
En la misma edificación donde se encuentra la Universidad de Caracas, se aloja el Museo Natural, que reúne objetos curiosos. Su director es el Dr. Adolfo Ernst

     Refirió que en este espacio había vitrinas cerradas con especies animales disecadas. Entre ellos colibríes, el querre – querre o gálgulo, “así nombrado a imitación de su ruido” el cardenal, de plumaje rojo; el garrapatero, “que presta tantos servicios al ganado de los llanos; el tucán, “cuyas plumas brillantes proporcionan a los indios un elegante tocado, así como adornos para su hamaca y el “ya acabó”, “de matices variados como el arco iris. Entre las grandes especies disecadas y que se mostraban en el mismo recinto observó el águila de los Andes, gavilanes, un aguilucho, el alcaraván, “pájaro de las playas, a medias acuático y a medias terrestre, cuyo grito se parece a un ladrido de perro”, el “tarotaro”, especie de ibis, “cuyo canto recuerda el tañido de una campana”, la guacharaca, “especie de faisán muy abundante en las tierras calientes de Venezuela y muy apreciado por los gastrónomos delicados”, la grulla, el guácharo, “especie de chotacabras que caza por la noche”.

     De la entomología y exhibición de insectos, en el museo de Caracas, le pareció muy escueta y poco representativa. En cuanto a los arácnidos ocupaban un lugar relevante. De esta especie describió la araña grande, muy común en Guayana, tarántulas amarillas, azules y rojas, también venenosas y que podían atacar al ganado.

     De acuerdo con versiones recogidas por ella, la más venosa era la arañita de playa, de pequeño tamaño, muy difícil de ver, “cuya mordedura tiene consecuencias graves, a no ser que la persona mordida sea sangrada inmediatamente”. A pesar de ser muy comunes en Venezuela, recalcó, los alacranes, que los había de dos tipos, de acuerdo con la información por ella recabada, el negro y el amarillo, este último de gran poder venenoso, lo expuesto acerca de ellos no era muy excelso.

     De la biblioteca añadió que había sido conformada por los libros tomados de los conventos luego de haber sido suprimidos por ley. Según relató reposaban en ella unos 23000 volúmenes, de los cuales la gran mayoría era de carácter teológico. En otro ambiente se instaló una habitación denominada Salón Académico, el que estaba dedicado a las sesiones del consejo de administración de la universidad y de los concursos literarios que parecían muy comunes. Del mobiliario destacó su talante gótico y elaborado de damasco rojo. Observó vidrieras pintadas que adornaban las ventanas y que tres retratos, el de Simón Bolívar, José María Vargas y Antonio Guzmán Blanco daban vida a las paredes. Añadió que con lo expuesto en este espacio se tenía el propósito de instalar una galería de bellas artes, pero para ella era “muy pobre aún” porque apenas albergaba pocos cuadros, siendo las principales obras de dos pintores venezolanos, Martín Tovar y Tovar y Ramón Bolet Peraza, quien había fallecido a temprana edad. Tallenay afirmó que muchos de sus bocetos y cuadros se los había llevado un coleccionista inglés de nombre Spence.

     Una de las consideraciones que plasmó en su Recuerdos… se relaciona con la estructura urbana y los monumentos públicos que se podían apreciar en la ciudad. Para Tallenay el carácter general de una ciudad, la organización de sus localidades o barrios, la trayectoria de sus principales edificaciones resumía su historia. Subrayó que los monumentos públicos de Caracas habían sido conformados durante la época colonial o en “la administración del general Guzmán Blanco”.

A lo largo de sus reflexiones, la francesa Jenny Tallenay no tuvo palabras adversas hacia el presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco y sus realizaciones
A lo largo de sus reflexiones, la francesa Jenny Tallenay no tuvo palabras adversas hacia el presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco y sus realizaciones

     A lo largo de sus reflexiones Tallenay no tuvo palabras adversas hacia Guzmán Blanco y sus realizaciones. En lo que respecta a una ciudad que poco había cambiado en su estructura urbana, después de declarada la Independencia, la ponderó como un tiempo que había transcurrido “sin dejar nada tras de sí”.

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