La fidelidad de los caraqueños a Fernando VII, en 1808

La fidelidad de los caraqueños a Fernando VII, en 1808

Fernando VII (1784-1833) fue rey de España entre 1808 y 1833.

Fernando VII (1784-1833) fue rey de España entre 1808 y 1833.

     A propósito de los sucesos que se suscitaron en el seno de la monarquía española, durante 1808, con las denominadas abdicaciones de Bayona, se rompió con una tradición en lo que se refiere a la investidura de un nuevo monarca. Varios de los habitantes de Caracas recibieron, en el curso de este año, la información según la cual se llevó a cabo la proclamación de un nuevo rey, el hasta entonces Príncipe de Asturias, quien fue proclamado como Fernando VII. Durante el mismo año no cesarían de llegar noticias alrededor de los acontecimientos políticos de los que la península ibérica era el escenario. A partir del 18 de marzo de este año, se presentaron una serie de manifestaciones políticas, propiciadas por el conde de Montijo, contra el “Favorito”, Manuel Godoy y acusaciones contra los que encabezaban la monarquía frente a las acciones de este último durante el reinado de Carlos IV.

     Desde 1807, un grupo de aristócratas españoles comenzaron a fraguar un movimiento político para desbancar a Godoy y su protector, el rey Carlos, para lo que utilizaron a su hijo en aras de una sustitución. Lo que se conoce como el Motín de Aranjuez fue el episodio que derivó en la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando, en marzo de 1808. Quienes idearon el golpe contra Godoy lo hicieron también para apartar de la corona al rey de turno. Hacía un tiempo que alrededor de la persona de “El Deseado”, Fernando de Asturias, se habían tejido toda una red de reales seguidores para lograr la regeneración del poder político español. Luego del motín El Deseado logró la cesión de la corona de manos de su padre. No obstante, mientras esto sucedía Napoleón Bonaparte había obtenido, por la firma del tratado de Fontainebleau, autorización para cruzar España con rumbo a Portugal, el motivo: obligar a la corte portuguesa a cumplir con el bloqueo comercial contra Inglaterra.

     Las Abdicaciones de Bayona, por otro lado, tuvieron lugar entre el 5 y 6 de mayo de 1808 en la ciudad francesa de Bayona. Es el nombre por el que se conocen las sucesivas renuncias al trono por parte de Fernando VII, que devuelve a su padre la corona obtenida con el motín de Aranjuez, y de Carlos IV, que en la víspera había cedido estos derechos en favor del emperador francés Napoleón Bonaparte. Un mes más tarde, Napoleón designó como rey de España e Indias a su hermano, que reinó con el nombre de José Napoleón I.

     Las renuncias han sido consideradas forzadas por algunos historiadores, pero otros han señalado que ni Carlos IV ni Fernando VII estuvieron a la altura para hacer frente a las presiones y a las amenazas de Napoleón. Las abdicaciones no fueron reconocidas ni en España ni en la América española por los españoles americanos y la explosión de rechazo al nuevo rey José I y de lealtad al cautivo Fernando VII fueron “generales en todos los lugares de la monarquía”, según François-Xavier Guerra. Los españoles “patriotas” llamaron a José I “el rey intruso”.

     El 15 de julio de 1808 los caraqueños conocieron la información de la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo. Los fieles vasallos y las autoridades reales de Caracas se encontraban a la espera de la Real Cédula, que ordenara el desarrollo de las pertinentes conmemoraciones ante tan importante evento: la proclamación de un nuevo monarca.

El pueblo caraqueño salió a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII.

El pueblo caraqueño salió a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII.

     En medio de la espera oficial para llevar a cabo una nueva proclamación, en menos de veinte años de la anterior correspondiente a la de Carlos IV, tocaron evidenciar otras noticias provenientes del Viejo Continente. Esta vez llegó una comitiva francesa, el 14 de julio, al Puerto de La Guaira en el bergantín Serpent, cuyo propósito era reunirse con el gobernador y capitán general, Juan de Casas, y entregarle unos pliegos procedentes de la metrópoli. Al ser recibidas las buenas nuevas, el 15 de julio, la algarada en la ciudad capital se generalizó

     Esta situación obligó a las autoridades a sostener una serie de encuentros para tomar las decisiones que consideraron de mayor pertinencia, en el marco legal y jurídico, dentro del Reino. Por supuesto, la inquietud fue uno de los aspectos de mayor presencia ante el temor de un nuevo sometimiento colonial o, por otra parte, enfrentar a quienes venían coqueteando con ideas afrancesadas y republicanas.

     Tanto la información de los emisarios franceses como la propia de la proclamación y jura del nuevo monarca se mezclaron con las ceremonias respectivas. Estas debieron regirse tal cual lo ordenaba la Real Cédula del 10 de abril de 1808. Estas noticias se generalizaron por toda la Provincia. Ante tal situación un grupo de avecindados, de modo espontáneo, salieron a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII. Fue por esto que quienes representaban el Ayuntamiento debieron responder de manera presurosa a las peticiones de los integrantes del pueblo.

     La intempestiva medida que los miembros del Ayuntamiento se vieron en la obligación de cumplir, de manera inmediata, no lograron apaciguar los ánimos de aquellos que pedían medidas rápidas y presurosas. Después de sostener dos reuniones, el Ayuntamiento decidió colocar un retrato de Fernando VII en la sala capitular. Con esta maniobra sus miembros intentaban mostrar su adhesión al proclamado monarca. Sin embargo, la decisión respecto al destino de la Provincia no se había discutido aún. El 16 de julio se realizó otra reunión en la que las autoridades decidieron esperar los distintos pliegos en los que se comunicaban las preocupantes noticias que informaban de la renuncia de Fernando VII a favor de su padre, Carlos IV, y la dimisión de este último a favor de su Majestad Imperial y Real, el Emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte.

     En otro pliego, refrendado por el secretario del Consejo y Cámara de Indias, Silvestre Collar, se ofreció la información acerca de la formación de una Junta de Gobierno en Sevilla. Collar, como representante de la Junta de Sevilla, la que se reconocía como Suprema de España y de las Indias, reafirmó la noticia sobre el Real Despacho con el que se llevó a cabo la renuncia de Carlos IV a la corona de España. Como se puede apreciar fueron cuatro informaciones que debieron ser asimiladas por las autoridades de la Provincia. La dimisión a través de la cual Fernando fue nombrado Rey de España y las Indias, la Real Cédula que establecía su proclamación, la cesión del trono a Napoleón Bonaparte y la ordenanza que exigía reconocer a su hermano como rey, así como el mandato de conformar una Junta de Gobierno protectora de los derechos del monarca despojado de la corona. Estas cuatro noticias, que se mezclaron durante el año de 1808 en la Provincia de Caracas, derivaron en decisiones apresuradas, así como que se combinaron con la suspicacia provocada por la injerencia de los franceses en los asuntos políticos del Reino.

Los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo.

Los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo.

     Entre los días correspondientes al 17 y 18 de julio se efectuaron sendas reuniones, en que se deliberó y consideró lo concerniente a la acefalía del poder monárquico. En la primera se aprobó las represalias contra los franceses y sus haberes en la Provincia de Caracas. En la segunda se alcanzó el acuerdo según el cual debían darse a conocer, por bando y pregón, los acuerdos a que se llegarán a presentar desde el Ayuntamiento. De igual forma, se presentó una sinopsis de lo establecido en la Real Cédula del 10 de abril en cuyo contenido se hizo público el ascenso al trono de Fernando VII y el requerimiento de una nueva proclamación en tan inusuales circunstancias. Se dio a conocer, por la misma vía, el modo cómo las noticias acerca de las abdicaciones habían llegado hasta la Provincia. Ante la presentación de la comitiva francesa, portadora de las inéditas noticias, los habitantes de la Provincia se negaron a plegarse a un “nuevo amo”, así como que Carlos IV no tenía derecho al trono y menos a cederlo a un representante de una potencia extranjera.

     Sin duda, es dable pensar en decisiones tomadas de manera emotiva y enmarcadas en el temor a un nuevo sometimiento colonial. La jura a favor de Fernando VII estuvo cargada de expresiones cuya sensibilidad fue evidente ante el poderío francés y las pretensiones del emperador de los franceses. Días después, el 27 de julio, a continuación de largas y repetidas sesiones el Ayuntamiento dio a conocer una resolución final. En ésta se desconoció la propuesta de Cuellar, acerca de la adhesión a una Junta Suprema, porque según la legislación vigente ello contradecía la justa y debida obediencia a su “Augusto Soberano Don Fernando VII”. De este modo, solo se intentaba demostrar la soberanía representada en su figura regia y de los legítimos sucesores de la Casa de Borbón.

     Sin embargo, en los órganos competentes se establecieron los lineamientos que debían regir la conformación de Juntas para garantizar la “paz y seguridad general”. En medio de tanta confusión los representantes del mantuanaje caraqueño prepararon un documento que hicieron llegar al gobernador el 29 de julio. En él cerca de 45 personas abogaban por la necesidad de establecer una Junta Suprema en la ciudad de Caracas. Entre otras propuestas estaba la conformación de una Junta que tratara directamente con el gobernador y capitán general, cuya justificación se hizo al apelar a la soberanía del pueblo. Según la propuesta ella debía estar compuesta por letrados, militares, eclesiásticos, comerciantes y vecinos particulares. No obstante, esta propuesta provocó el procesamiento de los firmantes como desleales. El proceso judicial se extendería hasta el mes de abril de 1809, cuando los fiscales encargados del caso decidieron que no existían elementos de juicio para castigar delito alguno.

     En términos generales, los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo. Las respuestas expresadas en otros lugares de ultramar permiten pensar en un tipo de unidad alrededor de actos relacionados con el ejercicio del poder regio. Esa unidad se reafirmaba, como se puso de relieve en este año, en lo que tradicionalmente la hacía posible: la jura y proclamación del monarca. Los razonamientos que se conocen de este período no son una expresión de disquisiciones filosóficas o teorizaciones acerca de principios políticos. La emotividad se impuso a partir de las acciones napoleónicas que llevaron al encierro de las autoridades españolas en Bayona. La sustitución de Fernando VII por José Bonaparte condujo a pensar en el derrumbe de la monarquía que, en trescientos años, no había experimentado un trance como el vivido este año.

     La idea acerca de un imperio imperecedero, divino y eterno se resquebrajó y con ellos los temores de pérdida de privilegios y prerrogativas obtenidas con el tiempo. Se debe tener presente que uno de los elementos fundamentales de adhesión a la autoridad establecida se demostraba con actos, conmemoraciones, celebraciones, proclamaciones que, a su vez, representaban la idea de comunidad de los integrantes del Reino. Esto quedó demostrado con la celebración del cumpleaños del “desdichado”, así como las misas, Te Deum, salvas de cañones que, de manera espontánea, se llevaron a cabo alrededor de la figura de Fernando VII y su proclamación. Como conclusión se pudiera argüir que aún no se había definido claramente lo que sucedería posteriormente. Lo cierto del caso, es que entre 1808 y 1809 la América española comenzó a transitar por otros derroteros a la luz de los conflictos entre los imperios trasatlánticos. Además, parece estar claro las debilidades que España ya venía arrastrando desde los tiempos de Utrecht y la Guerra de Sucesión. Quienes empujaron la conformación de una nueva realidad política y administrativa se vieron impelidos por pugnas entre potencias del momento, lo que no desdice los anhelos de experimentar lo que la idea de soberanía y la de representación comenzó a significar desde el lapso del 1700.

Guerrillas e intentos de reconquista española

Guerrillas e intentos de reconquista española

Uno de los primeros movimientos guerrilleros en la Provincia de Caracas, lo encabezó José Dionisio Cisneros (), quien comenzó sus incursiones desde las montañas de los Valles del Tuy. Durante una década Cisneros y los suyos con “vivas al rey” ejecutaron acciones que tenían la finalidad de minar las bases de apoyo con las que contaban los republicanos.

Fue en la Provincia de Caracas que surgió la figura de José Dionisio Cisneros quien comenzó sus incursiones guerrilleras desde las montañas de los Valles del Tuy.

Fue en la Provincia de Caracas que surgió la figura de José Dionisio Cisneros quien comenzó sus incursiones guerrilleras desde las montañas de los Valles del Tuy.

     Durante los años de 1821 y 1825, germinaron agrupaciones bélicas cuyo propósito se concentró en la búsqueda por restituir el poder español en la Provincia de Caracas. Sin embargo, sus acciones se concentraron en saqueos de propiedades y asesinatos de dueños de hacienda a nombre de la Corona de España. Estas agrupaciones se conocieron bajo la denominación de facciones con ella se designó a una parcialidad, bando o pandilla de gente amotinada o rebelada de forma violenta en sus acciones. De igual manera, hubo las partidas asimiladas con un grupo de tropas armadas y que actuaban de acuerdo con un tipo de organización militar. Por último, se encontraban las guerrillas o una agrupación de tropa no muy numerosa que, al mando de un jefe particular, con poca o ninguna dependencia de un ejército, acosaba y molestaba al gobierno de turno.

     En este orden de ideas, es dable asegurar que hasta 1831, España acicateó a grupos guerrilleros con el firme propósito de debilitar el nuevo orden republicano, recién inaugurado en la antigua Capitanía General de Venezuela. Los integrantes de estas agrupaciones habían sido soldados de la causa realista. El ejército realista derrotado en Carabobo durante 1821 se atrincheró en Puerto Cabello, desde donde operó hasta ser recuperado por los patriotas en 1823. La coordinación de estas operaciones, para la resistencia y la contraofensiva, se llevó a cabo con el apoyo logístico y militar español proveniente de Cuba y Puerto Rico. Fue desde estos lugares que se logró mantener Coro y Maracaibo a salvo del ejército republicano. Sin embargo, provisiones, hombres y ayuda para las tropas fieles al rey hubieron de ser auxiliadas desde Martinica y Curazao, y subvencionados por las Cajas Reales de La Habana, Puerto Rico y México. Las acciones promovidas por el general de campo Miguel de la Torre y, posteriormente, Francisco Tomás Morales muestran la intención de las autoridades españolas por continuar con la guerra luego de la Batalla de Carabobo.

     Fue el 24 de junio de 1824 que se conquistó la Provincia de Caracas, porción territorial de relevante importancia por el significado administrativo, político y económico representado en ella desde los tiempos de la colonia. Frente a esta realidad, Coro había sido reforzada, desde julio 24 de 1821, con tropas comandadas por el coronel Tello y bajo el mando de La Torre. Tello llegó a la antigua capital de la Gobernación para fortificar las fuerzas insurreccionadas, a favor de la monarquía, conducidas por el coronel Pedro Luis Inchauspe y dejar asentadas guerrillas para combatir a las fuerzas republicanas. 

     Algo similar quiso ejecutar Morales en Maracaibo, pero fue rebasado por las fuerzas republicanas y decidió capitular al entregar la plaza de Maracaibo. La justificación se centró en las dificultades de mantener esta región bajo la bandera del rey español y para evitar mayores penurias a sus habitantes.

     Al ser neutralizado el ejército regular español, la resistencia de los realistas, en la antigua Capitanía General de Venezuela, se orientaría hacia la intensificación de las acciones guerrilleras con las que se pensó en una próxima reconquista del territorio venezolano. Los distintos focos de resistencia realista se desplegaron por varios sitios de la geografía nacional. Su objetivo fue el de debilitar al ejército republicano en nombre de la monarquía y cuyas acciones era la de minar la entereza e integridad republicanas.

     Fue en la Provincia de Caracas que surgió la figura de José Dionisio Cisneros quien comenzó sus incursiones guerrilleras desde las montañas de los Valles del Tuy. Durante una década Cisneros y los suyos con “vivas al rey” ejecutaron acciones que tenían la finalidad de minar las bases de apoyo con las que contaban los republicanos.

     Luego de la recuperación de Puerto Cabello y la capitulación del castillo de San Felipe, en 1823, las esperanzas de rescate del territorio perdido se concentraron en las acciones guerrilleras, con la que cobraron impulso nuevas estrategias bélicas sobre la Provincia. Es en este contexto, en las postrimerías de 1821, cuando la figura de Cisneros apareció en las montañas del lado occidental de Caracas. Su asedio fue una preocupación constante entre quienes tenían en sus manos los destinos republicanos.

Muy poco se ha expresado en la historiografía que las ejecutorias de José Dionisio Cisneros tuvieron como motivación la de restituir el poder español.

Muy poco se ha expresado en la historiografía que las ejecutorias de José Dionisio Cisneros tuvieron como motivación la de restituir el poder español.

     Originario de Baruta y de ascendencia indígena, Cisneros había vivido como arriero de mulas, experiencia que le sirvió para sus incursiones y atacar los distintos cantones de la Provincia de Caracas. Se sabe que había formado parte del ejército español bajo el grado de coronel. Su accionar partía desde las poblaciones de Santa Lucía y Charallave. Fue enfrentado por la denominada Columna de Operaciones contra Cisneros, designación con la que se llevó a cabo las llamadas Operaciones del Tuy. La historiografía nacionalista ha revelado que la guerrilla capitaneada por él no dejó de causar malestar en las autoridades, por sus constantes penetraciones y por las afectaciones económicas que le acompañaron por lo que, desde un inicio se dedicaron recursos y hombres para erradicarla.

     Sin embargo, esa misma historiografía ha divulgado la idea según la cual fue una guerrilla dedicada al bandolerismo y saqueo constante. Muy poco se ha expresado que las ejecutorias de Cisneros tuvieron como motivación la de restituir el poder español. Si se lee con atención lo redactado por José Domingo Díaz, quien para 1822 ocupaba el cargo de Intendente en Puerto Rico, se puede constatar la importancia de las acciones de Cisneros con vistas a la reconquista. El mismo Díaz, en su texto Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, hizo referencia al caso de otros integrantes del ejército español que, luego de la derrota de Carabobo, decidieron continuar la resistencia y se apostaron en las montañas que circundaban Caracas.

     Las acciones de esta guerrilla no dejaron de mostrar las fisuras sociales con las que emergió la república. Para 1824 otro ataque de Cisneros despertó preocupación entre las autoridades. El asalto al cuartel de Petare muestra como el descontento frente al mantuanismo arraigado en la sociedad venezolana estaba vivo, por la participación de negros en el amotinamiento que le acompañó. 

Los ataques perpetrados desde los valles del Tuy afectaron el desenvolvimiento económico de la Provincia puesto que las zonas escogidas por el representante guerrillero eran los de abastecimiento y distribución de bienes. En combinación con esto sus operaciones implicaban el desalojo y abandono de propiedades de los hacendados, situación que se venía experimentado desde 1814 y practicada por los grupos en pugna.

     Los ataques de Cisneros y sus correligionarios continuaron hasta 1829 cuando tropas comandadas por el coronel Cistiaga neutralizaron sus acometimientos. Sin embargo, mientras aquél llevó a cabo confiscaciones y repartición de botín, las autoridades se vieron impelidas a tomar medidas que sirvieran para anular por completo a guerrilleros que luchaban a favor de la monarquía. El uso de una fuerza regular no dio resultado favorable a la autoridad republicana. Por tal razón, estimularon la creación de los llamados Campos Volantes o un cuerpo militar paralelo al ejército establecido. Con éstos se intentó repeler y perseguir a los guerrilleros, así como ofrecer protección a los productores del campo y a los hacendados. No obstante, estas fuerzas llegaron a cometer actos vandálicos similares a los cometidos por Cisneros y sus seguidores.

      A pesar de que la historia patria desconozca la táctica y estrategia guerrillera como eslabón de reconquista, las evidencias apuntan que la corona española tuvo como sus bastiones principales en La Habana y Puerto Rico dentro de lo que se calificó como pacificación de América. Similar al movimiento de Cisneros lo fueron los bandos que actuaban bajo la dirección de Doroteo Herrera, Juan Celestino Centeno, Inocencio Rodríguez y Manuel Rodríguez en las regiones montañosas de Guires, Valles del Tuy, Orituco, San Sebastián, Los Teques, Charallave y otros lugares de Caracas.

La pacificación de Cisneros fue rememorada por José Antonio Páez en su Autobiografía, aunque con algunos elementos de exageración.

La pacificación de Cisneros fue rememorada por José Antonio Páez en su Autobiografía, aunque con algunos elementos de exageración.

     Con lo acontecido alrededor de “La Cosiata”, en 1826, las esperanzas de reconquista alimentaron los propósitos de la Corona. La crisis en las postrimerías del veinte, que dio al traste con la República de Colombia, fue propicia para el intento de conformar una fuerza armada regular o Ejército de Tierra Firme con las partidas guerrilleras, y con ello emprender la lucha de reconquista. Esta disposición muestra a las claras que desde la autoridad monárquica se sobredimensionó el papel de la guerrilla en sus antiguas posesiones. A lo que se debe agregar que la crisis política interna derivaría en la reinstauración de una forma de gobierno de tipo monárquico, de acuerdo con la percepción de los defensores de la monarquía. Otro tanto se debió a las maniobras de Cisneros que en la mayor parte de las oportunidades no estuvieron acordes con las fórmulas propuestas por las autoridades españolas.

     Una de ellas se relacionó con su actitud hostil hacia José de Arizábalo y Orobio, quien había sido comisionado por Miguel de la Torre para comandar las tropas realistas americanas en Venezuela. Uno de los puntos de alejamiento fue la hostilidad y actos criminales cometidos por Cisneros y sus dirigidos. Entre ambos hombres hubo desacuerdos propiciados por el mediador Alvarenga, quien había sido designado por Arizábalo para convencer a Cisneros para que dejara de lado las actividades que desacreditaban el “buen trato” español. Empero, Cisneros fue renuente a participar en actividades conjuntas con el oficial español, al razonar que había recibido instrucciones de un sacerdote para no acometer nuevos actos bélicos. Esto llevó a pensar que Cisneros no era fiel a una lucha en favor de la monarquía.

     Después del fracaso de la unión colombiana y de la instauración republicana, Cisneros continuó con sus actividades. La pacificación de Cisneros fue rememorada por José Antonio Páez en su Autobiografía, aunque con algunos elementos de exageración. Lo cierto del caso, es que para 1831 las acciones bélicas por él comandadas no existían. 

     Sin embargo, los triunfos por él adquiridos fueron acicate para avivar las pretensiones de la monarquía. El nombramiento de Arizábalo así lo ratifica y quien venía con el firme propósito de coordinar las actividades guerrilleras con un único objetivo: la reconquista. La habilidad de este guerrillero permitió sobrevivir a todos los intentos para acabar con sus acciones, al lado de avivar las esperanzas de reconquista.

     La negación de Cisneros a plegarse a los mandos impuestos por las autoridades españolas evitó su derrota cuando Arizábalo fracasó en 1829. Uno de los razonamientos que utilizó aquél era que no tenía como estrategia enfrentar ejércitos grandes, también que para no correr riesgos eliminaba a heridos y enfermos dentro de sus filas. En este orden, se puede poner en duda la disposición de Cisneros para luchar a favor de las banderas del rey, aunque es indubitable las afectaciones económicas y de propiedades destruidas que ejecutó, lo que le valió el mote de bandolero. Pero, también se le asoció con fanatismo religioso, acusación reiterada por Páez, porque al llevar a cabo sus actividades belicosas lo hacía a nombre y servicio de Dios y del Rey. Cisneros se pacificaría en noviembre de 1831 aunque las guerrillas continuaron su existencia en el territorio de Venezuela.

     Se debe agregar, en este orden, que el tratamiento historiográfico acerca de la guerrilla o partida de guerrillas durante los tiempos de emancipación, no ha tenido una consideración equilibrada entre algunos historiadores venezolanos. En primera instancia, esto se debe a la orientación romántico – nacionalista asumida por parte de aquellos que han hecho referencia a figuras como la de Dionisio Cisneros. En segundo lugar, la historia patria o historiografía nacionalista ha establecido una suerte de exigencia a partir de la cual, cuando se hace referencia a la Independencia, es necesario tomar partido por el bando patriota y republicano. Así, todo aquello que no se asimile a patriota, criollo, república, debe ser encuadrado en intereses, maldad, saqueo e inhumanidad. Si lo es para quienes han sido catalogados de positivistas, sucede lo propio para quienes han asumido el marxismo historiográfico quienes a aquella disposición agregan la de lucha de clases. Aunque, coinciden en el examen de personajes históricos, como el caso acá tratado, bajo la consideración de bandolerismo.

Entre la atracción y la repulsión

Entre la atracción y la repulsión

Testimonios de tres viajeros que estuvieron en Caracas en el siglo XIX: Consejero Lisboa, Eastwick y Laverde.

Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, primer representante diplomático brasileño acreditado en Venezuela. Autor del libro “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”, donde narra sus andanzas por tierras venezolanas.

Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, primer representante diplomático brasileño acreditado en Venezuela. Autor del libro “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”, donde narra sus andanzas por tierras venezolanas.

     Sir Francis Bacon (1561-1626) escribió un ensayo sobre los viajes en el siglo XVII. En este ensayo, Bacon ofreció varios consejos para el viajero. Algunos de estos consejos incluyen llevar un diario de viaje, buscar lugares interesantes y actividades interesantes, utilizar libros guía y preguntar a la gente del lugar e intentar vivir diferentes experiencias en cada lugar. Lo que se denominó Arte Apódemica hace referencia a lo que el viajero debía extender, ante sus lectores, de su experiencia en lugares por él explorados. Es bajo este contexto que debe ser leída la literatura del viajero.

     Por ejemplo, Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, estuvo en el país, primero entre 1843 y 1844, cuando Venezuela era gobernada por Carlos Soublette. Luego retornó en 1852 hasta 1854, entonces mandaban los Monagas, de la mano de José Gregorio Monagas. En la primera ocasión su estadía fue como ministro Consejero del gobierno brasileño. En la segunda, lo hizo como ministro Plenipotenciario del Brasil.

     Sus reflexiones y observaciones las desarrolló en un libro que terminó de escribir en 1853, aunque vería la luz pública en 1865 con el título “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”. La primera edición apareció en Bruselas, Bélgica en ese año. Para el año de 1954 se realizaría su traducción al castellano en Venezuela. Lisboa advirtió desde las primeras líneas de su escrito, que el propósito del mismo era ofrecer al lector, en especial brasileño, un conjunto de rasgos de países que limitaban con el Brasil. 

     También advirtió la necesidad de superar el desconocimiento de las cualidades de su civilización, en lo que de ellas debería considerarse de importancia y los elementos de desorden y decadencia que impedían su progreso.

     De igual forma, recordó que la orientación de su relato discrepaba con la de varios europeos, quienes solo se habían dedicado a redactar asuntos bélicos y de la revolución de Independencia. Hizo notar que, al ser un hombre de ideas monárquicas, católico, brasileño y de prosapia latina muchas de sus configuraciones iban a ser objeto de críticas, en las que se expresarían discordancias respecto a sus planteamientos.

     Luego de su primer encuentro con esta comarca regresaría en tiempos cuando la esclavitud había sido abolida, además advirtió que en el país no se mostraban grandes contrastes con lo que había observado la primera vez. Aunque recorrió el litoral central y oriental, entre otros el valle de Aragua, su mayor admiración fue Caracas, el cerro el Ávila el cual recorrió hasta la llamada Silla de Caracas desde donde observó un valle que se extendía con un verdor y riachuelos alrededor de sembradíos diversos. Fue este valle, bañado por el Guaire y otros afluentes que más estimularon su atenta mirada. No dejó de destacar algunos hábitos, costumbres, la composición social y los atributos étnicos de la población de Caracas. Similar a lo que algunos viajeros y visitantes de este valle, provenientes de otros lugares del mundo, les cautivó, se dejó atrapar por la admirable riqueza natural que exhibía la ciudad.

     Describió otros aspectos de la ciudad que mostraban una inclinación desoladora y alejada de la civilización. Entre ellos la inexistencia de teatros y que la plaza de toros no servía. Por otro lado, describió que las casas eran de un solo piso y estaban construidas en mampostería y las calificó como construcciones de lujo. Indicó que no había un registro exacto de la cantidad de habitantes, pero si se sabía que había 880 esclavos. De igual manera, destacó la existencia de una abundante vegetación y la variedad de frutos y bienes provenientes de una pródiga naturaleza.

Edward Eastwick, diplomático inglés, autor de una serie de artículos sobre Venezuela, publicados en el libro “Venezuela o apuntes sobre la vida de una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864”.

Edward Eastwick, diplomático inglés, autor de una serie de artículos sobre Venezuela, publicados en el libro “Venezuela o apuntes sobre la vida de una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864”.

     Durante los meses de julio y octubre de 1864 Edward Eastwick (1814-1883) viajó a Venezuela, en calidad de Comisionado de la General Credit Company de Londres, institución con la que Antonio Guzmán Blanco había acordado un empréstito para el gobierno federal. Durante su estadía conoció y describió aspectos relacionados con La Guaira, Caracas, Valencia y Puerto Cabello. Sus impresiones de viaje fueron publicadas en la revista londinense All the year Round entre 1865 y 1866. Para 1868 se publicarían en forma de libro y para 1959 aparecería una versión en castellano de trescientas cuarenta y cinco páginas.

     Una de sus primeras consideraciones la sustentó en consideraciones vertidas por Humboldt. Según Eastwick, La Guaira resultaba ser una localidad en la que se podía constatar la grandiosidad de la naturaleza frente a la pequeñez humana, aunque el calor fuese sofocante. No dejó de mostrar repulsión acerca de las comidas porque en la cocción de los alimentos utilizaban el ajo. No dejó de destacar los nombres de las personas que calificó de extraños y cómicos, como el de una dama llamada Dolores Fuertes de Barriga. Igualmente, el aguacate le pareció combinado de sabores entre calabaza, melón y tipo de “queso rancio”.

     Bajo este mismo marco de ideas indicó que al suramericano no le pasaba por su mente el de llevar a cabo acciones en beneficio de los demás, aseveración que estuvo acompañada de la observación de animales muertos en plena vía cuando, muy bien agregó, pudieran ser arrojados por los abismos y así evitar nubes de moscas y zamuros a su alrededor, así como alejar los malos olores. Llegó a escribir que en Venezuela se practicaba la “perfecta igualdad” con lo que intentó significar la intromisión de sirvientes y harapientos en prácticas domésticas como conversaciones, juegos, bailes y fiestas.

     Con desdén refirió el caso de funcionarios y personas, de nivel acomodado y no acomodado, quienes ejercían sus oficios o se presentaban a reuniones con un tabaco en la boca. En una parte de su escrito no dejó de señalar que, el criollo exhibía excelentes cualidades, pero sentía aversión por “todo esfuerzo físico” y que, por tal circunstancia las haciendas producían gracias al trabajo de indios y mestizos.

     Entre el conjunto de viajeros que llegaron a Caracas a raíz del Centenario en 1883, Isidoro Laverde Amaya (1852-1903) sobresale, para el lector de hoy, por mostrar un talante distinto a otros de los invitados por parte de la administración guzmancista para este evento, y quienes relataron algunas de sus impresiones de la ciudad de Caracas. Distinto entre quienes se dedicaron a narrar algunos aspectos de la sociedad caraqueña por el orden de sus ideas y conceptos. Diferentes porque a unas cuantas de sus aseveraciones las ratifica con citas de autores reconocidos en el canon para la época de escribir sus opiniones. Algunos de ellos: Alejandro de Humboldt, Andrés Bello, Miguel Tejera, Luis Razetti, Lisandro Alvarado y el argentino Miguel Cané. Algunas de sus argumentaciones que acá expondré aparecieron en: “Viaje a Caracas”, editado en Bogotá, en 1885.

     Como todo visitante que arribaba al puerto de La Guaira comentó acerca del “horrible calor” y el embarazoso desembarque que allí se practicaba, en aguas pletóricas de toninas y tiburones. Su primera y grata impresión fue la riqueza de la flora existente en la travesía hacia Caracas. Utilizó el ferrocarril del cual hizo comentarios elogiosos y mostró sorpresa por la audacia de los ingenieros que lo hicieron posible. Sin embargo, le disgustó que la velocidad con la que avanzaba no lo dejara contemplar de mejor manera la bella naturaleza.

     Un dato curioso que ofrece el viajero es la necesidad de llevar a cabo comparaciones. En el caso del europeo es el de ubicarse en un lugar escrutador normativo. Desde esta disposición se ve impelido, por sus convencimientos de vivencia en civilización y lo que se consideraba era la experiencia del progreso, a resaltar las virtudes de la naturaleza ante las carencias que visualizan en el mundo social, al lado de atributos como la belleza natural, la beldad de la mujer caraqueña y la amabilidad de los hombres de Caracas. Contraste de imponderable importancia porque la mirada que ofrecieron, quienes llevaron a cabo la misma tarea, provenientes de Bogotá y quienes sin dejar de tener como referente a Colombia no lo hicieron con una orientación de superioridad.

Isidoro Laverde Amaya, escritor colombiano que estuvo en la capital venezolana durante las festividades del Centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, en 1883. Publicó sus impresiones de la ciudad en el libro “Viaje a Caracas”.

Isidoro Laverde Amaya, escritor colombiano que estuvo en la capital venezolana durante las festividades del Centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, en 1883. Publicó sus impresiones de la ciudad en el libro “Viaje a Caracas”.

     Una de estas disposiciones la trajo a colación Laverde cuando le correspondió comparar el servicio ofrecido por la compañía ferrocarrilera y lo que había experimentado en su propio país. Para ratificar esta opinión le sirvieron de referente los trabajadores, encargados de hacer llegar el equipaje al pasajero, a quienes se refirió con encomio frente a los de su país porque en éste eran muy dados al hurto. En su ponderación escribió que en Caracas muchos sabían leer y escribir. Los “amos” les entregaban dinero que llegaba sin alteración alguna a su recibidor, al igual que las cartas a sus destinatarios.

     Le impresionó la sencillez en el vestir de los habitantes de la comarca, la decencia en sus casas, el aseo con el que se exhibían, lo que adjudicó a las costumbres de los habitantes de tierras bajas, tal como en Colombia, y no por la cercanía al mar o por vecindad con centros civilizados. En este orden de ideas, rememoró el caso de Tolima a la que comparó con Venezuela, en contextura física, viveza, agilidad y prontos para el trabajo. No podían faltar las alabanzas a la figura de Antonio Guzmán Blanco en lo referente a la ornamentación y cambios en la ciudad. El aseo de la ciudad llamó su atención. Con sorpresa expresó que la policía no tenía que obligar a los habitantes para que no afearan la ciudad, tal como sucedía en Bogotá.

     Dibujó la ciudad caraqueña como un espacio amable para el visitante. Entre sus ventajas puso a la vista de sus lectores las casas de asistencia, hoteles y restaurantes existentes. Entre éstos escogió como ejemplo de su descripción el llamado “sospechosamente” Gato Negro, al que describió como una fondita donde se expresaba el sentimiento democrático, en él vio, en conjunto, empleados, gentes del pueblo y la burguesía saborear las sabrosas hallacas.

     La rutina de este establecimiento la describió así: desayuno de seis a nueve. Almuerzo doce del mediodía. La comida entre seis y siete de la tarde. Los platos característicos eran: hervido o caldo, una sopa que estaba acompañada, en fuente aparte y para ser mezclado en ella, repollo, zanahorias y yuca, según Laverde el denominado Puchero colombiano. Era el plato indispensable de todo almuerzo. 

     Luego venía pescado de “variedad extraordinaria y gusto variado”. Anotó que los platos acá eran más sazonados y con un sabor más fuerte que los de Colombia. Incorporó a su relato que, en sustitución de los tamales de Santa Fe, en Caracas se elaboraban hallacas (son tamales más civilizados, escribió), cuya característica de mayor realce era el uso de pasas pequeñas y una masa más fina. La hallaca figuraba en el almuerzo los días domingo.

     Dejó dicho que el plato que más sorprendía eran las caraotas que se dividían en blancas o negras, siendo éste el alimento preferido del pueblo. En lo atinente al chocolate lo describió como un producto de fama en Suramérica. Alabó el pan que se elaboraba en la comarca, así como al queso de mano, singularidad llanera, y que representaba una especialidad por su buen gusto. El vino tinto para acompañar las comidas costaba dos reales y lo servían con hielo en los restaurantes.

     No dejó de destacar los atributos del clima imperante que lo asoció con una primavera perpetua, a la usanza de Humboldt, así como el carácter imaginativo del pueblo. Gracias a su imaginación gustaban de las bellas artes y en las casas había un piano ejecutado por señoritas. Relató que éstas salían solas a la calle con vestimenta elegante. Había tres o cuatro modistas que traían revistas, cada 15 a 20 días, desde Europa y que servían de modelo para las confecciones elegidas por las damas. Llamó la atención que por el anhelo de seguir la moda muchos padres habían caído en la ruina al endeudarse con el fin de complacer a sus hijas y esposas. Confirmó que era una práctica funesta aupada por el lujo. No obstante, las mujeres mostraban buen gusto y sobriedad.

Caracas vista por un hijo de Páez

Caracas vista por un hijo de Páez

Ramón Páez (1810-1894), hijo del general José Antonio Páez, escribió una obra titulada Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Publicada originalmente en inglés, en 1862.

Ramón Páez (1810-1894), hijo del general José Antonio Páez, escribió una obra titulada Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Publicada originalmente en inglés, en 1862.

     Ramón Páez (1810-1894), hijo del general José Antonio Páez, escribió una obra titulada Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Texto publicado originalmente en inglés, en Nueva York, en agosto de 1862. Posteriormente, la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, lo editó en español, en 1973.

     En su obra, Ramón Páez describió la vida en los llanos venezolanos y colombianos, así como algunos de los hábitos y costumbres de los lugareños. Se trata de una colección de anécdotas y relatos. Su obra está considerada como una de las primeras que se escribió en el ámbito de la literatura venezolana y que describe la vida rural y paisajes llaneros.

     Entre las actividades que ejerció en su vida se encuentran las de diplomático, pintor y escritor. Nació en Achaguas, estado Apure, en 1810, y falleció en Calabozo, estado Guárico, en 1894. Sus primeros estudios los realizó en Caracas, en el Colegio de la Parroquia de la Merced. Siendo aún muy joven fue enviado a España, donde mostró su interés por la botánica y la lengua inglesa. Luego se marcharía a Londres adonde culminaron sus estudios.

     Regresó a Venezuela por poco tiempo, retornando a Londres en 1839 junto a una delegación que acompañó al ministro plenipotenciario de Venezuela en Inglaterra. Años después, en 1846, recorrió con su padre los llanos de Venezuela. De esta visita escribió su primera obra, Escenas Rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela.

     Acompañó a su progenitor en la incursión que llevó a cabo en Curazao, durante 1848, y en la batalla de Taratara el mismo año. Luego de la capitulación de su padre, en 1849, Ramón Páez vivió en calidad de exilado en Curazao hasta 1850. Este mismo año se reunió con su padre en Nueva York donde le acompañó hasta el día de su fallecimiento en el año de 1873.

     Entre 1882 a 1887, entabló una querella frente al gobierno venezolano de entonces, debido al traslado de los restos del general Páez. Sin embargo, en 1888 formó parte de la comitiva que trasladó los despojos del “Taita” al territorio que le vio nacer.

     Aunque el libro mencionado está centrado en los llanos venezolanos, el último apartado lo tituló “Caracas”, donde relata que viajaron desde la localidad de Calabozo con rumbo a los Valles de Aragua. En un punto del camino se despidieron de la comitiva que los acompañaba a él y a su padre. Al llegar a su destino, les atacó un estado febril, que lo afectó más a él que al gran caudillo.

     Antes de alcanzar la ciudad capital fueron objeto de un ataque por parte de tropas forajidas en las cercanías de Villa de Cura. Al arribar a Caracas, cuenta Ramón Páez que fueron recibidos con “las mayores demostraciones del fervor popular y de respeto por el General en Jefe. Las calles estaban repletas de gentes de todos los partidos y condiciones; hermosas damas fueron las encargadas de presentar a nuestro Caudillo coronas de laurel”. Redactó que todas las esquinas estaban ornadas de arcos triunfales, adornados con banderas y pinturas alegóricas, “entre las que sobresalían los retratos de Bolívar y Páez”. En este orden no dejó pasar la oportunidad para escribir que quienes en ese momento lanzaban sus vivas “al desinteresado patriota, un año después pedía su cabeza al tirano Monagas”.

     Agregó a su descripción que a su llegada habían sido agasajados con una espléndida merienda preparada “por las personalidades de Caracas en los espaciosos corredores de la casa del General, cuyos sótanos se habían surtido con los vinos y las conservas más exquisitas”. Luego narró que por toda la ciudad de Caracas se sabía que Monagas y “sus semisalvajes tropas – que aún estaban en Barcelona fraguando la ruina de la República iban a ser los huéspedes del general Páez, hasta tanto que les fuera preparada una conveniente residencia”.

El general José Antonio Páez recorrió gran parte de los llanos en compañía de su hijo Ramón, quien luego plasmaría en un libro sus impresiones de lo vivido en ese viaje.

El general José Antonio Páez recorrió gran parte de los llanos en compañía de su hijo Ramón, quien luego plasmaría en un libro sus impresiones de lo vivido en ese viaje.

     En este orden de ideas, indicó que el nuevo presidente había retardado su llegada, “y esta demora fue aún más odiosa debido a que el país no gozaba entonces de una firme condición”. A esta opinión sumó que muchos de los dirigentes de la anterior rebelión andaban a sus anchas, “y la pandilla de la Sierra se había dejado ver de nuevo muy numerosa bajo el mando de Rangel, un audaz mestizo, antiguo partidario de Cisneros, otro bandido indio, que bajo el pretexto de combatir por España había sembrado el terror durante once años en los alrededores de Caracas”.

     De acuerdo con su percepción en países envueltos en revueltas militares y civiles, “se habían trocado los papeles, y este antiguo terror de las montañas, se tornó en el instrumento más eficaz para la supresión de las cuadrillas de malhechores que erraban por los inaccesibles vericuetos de la Sierra”. Sin embargo, agregó que todavía mostraba inclinación por obedecer a su antiguo socio Rangel.

     En las líneas trazadas acerca de Cisneros agregó que éste “fue convertido de un implacable bandido, en un sumiso esclavo del general Páez, es extremadamente singular y se me permitirá que le de cabida en estas Rudas Escenas”. Del mismo personaje subrayó que utilizó la imagen de la monarquía española para poner en jaque a las mejores tropas de la ciudad de Caracas.

     Contó que un pequeño hijo del indio alzado había sido capturado por las autoridades militares y que “había sido enviado como trofeo al General”. Pero el trato con el pequeño joven era muy difícil y Páez decidió ser su padrino. “Ya cristianizado el pequeño salvaje, fue puesto en una escuela junto con los hijos de su padrino, y tratado con la misma consideración que a cualquiera de ellos”. En su narración refirió que al Cisneros enterarse del destino de su hijo, había enviado una carta de agradecimiento a Páez con una de sus concubinas.

Uno de los grabados aparecidos en la edición original de la obra de Ramón Páez, en 1862.

Uno de los grabados aparecidos en la edición original de la obra de Ramón Páez, en 1862.

     Pero en ella agregó que continuaría su lucha a favor de la corona española. Páez aprovecho la oportunidad para invitar a un encuentro al indio alzado en armas. No obstante, Cisneros se negó. En otra oportunidad cedió a la invitación de su ahora compadre y puso como condición que el general fuese solo al encuentro en un lugar específico en la parte sur de Caracas, muy cerca del Tuy.

     “Siguiendo el camino marcado en la carta de instrucciones que se la había enviado, cabalgó el General dentro del monte hasta que fue detenido por un espantable ¿Quién Vive? De uno de los centinelas; contestando satisfactoriamente el reto, él siguió y otro ¿Quién Vive? Le hizo ver una larga fila de soldados salvajes que le apuntaban a la cabeza con sus fusiles, no escuchó ni una palabra más hasta que llegó al Cuartel del Jefe bajo una gran Ceiba. Por la fama y las hazañas de Cisneros, el General pensaba encontrarse con un poderoso guerrero indio rodeado por un estado mayor de igualmente atléticos hombres”. Destacó que fue grande la sorpresa de Páez al ver a “una mezquina criatura, con el rostro medio oculto por una masa de cabellos caído que avanzaba hacia él”.

En 1888, Ramón Páez estuvo presente en el traslado de los restos de su padre, el general José Antonio Páez, a Caracas.

En 1888, Ramón Páez estuvo presente en el traslado de los restos de su padre, el general José Antonio Páez, a Caracas.

     En su narración recordó que el General trató de convencer al forajido para que abandonara sus ilícitas actividades, al tiempo que le ofreció una buena paga dentro de las filas castrenses venezolanas, pero insistió en seguir en el servicio del Rey de España. Luego Cisneros devolvió la amable visita al General, pero sin traspasar los límites del Valle. Reunión a partir de la cual se mostró ecuánime con el general Páez. “Disolvió entonces su guardia de cuatrocientos soldados, indios todos los cuales quedaron al servicio del gobierno, y se dedicó a la cría del ganado siguiendo el ejemplo de su compadre, quien le avanzó el necesario número de cabezas para establecer una fundación en el caserío indio de Camatagua”.

     A pesar de su colaboración para la erradicación de malhechores enemigos de la República, Cisneros cayó en desgracia, luego de haber sido procesado como colaborador de su antiguo compinche Rangel.

     De tal modo que Páez se vio en la obligación de retirarlo de todo mando y citarlo al Cuartel General de Villa de Cura, para que respondiera de los actos que se le atribuían. Ramón Páez escribió al respecto:

“Una noche, mientras conversaba el general con dos de sus oficiales, en el corredor de una solitaria casa, en la que se había detenido poco antes de llegar al pueblo, Cisneros, trabuco y espada en mano, surgió repentinamente ante él. Sospechando alguna traición, el General avanzó en el acto sobre él y le preguntó: ¿Por qué está usted aquí? Vengo – respondió fríamente Cisneros – a preguntar la causa de mi destitución”. En su relato Ramón Páez comentó que en un descuido de Cisneros el General le había despojado del trabuco y la espada. El caudillo llanero “ordenó a uno de sus oficiales que le pusieran grillos. Ulteriores investigaciones probaron que Cisneros, disgustado por verse destituido en el mando por un Teniente – Coronel, invitó a sus hombres a que le siguieran, invitación que por lo menos, fue inmediatamente aceptada por la tercera parte”.

     En su narración dejó escrito que al siguiente día de la captura de Cisneros fue procesado por un consejo de guerra del que se emitió la sentencia de fusilamiento. Sin embargo, el procesado no parecía dar crédito a la sentencia hasta que estuvo frente al paredón de fusilamiento, “tornóse muy sumiso, y pidió licencia para hablar. Dirigióse a la turba reunida en la plaza protestando de su inocencia contra el cargo de traición que se le imputaba, aunque reconocía que aquello era el justo pago de sus antiguos crímenes”.

     Terminó este acápite reseñando que, a los pocos días de la ejecución había llegado a Caracas el cadáver de Rangel, “agujereado de balas y atravesado sobre el lomo de un burro”. Luego de reseñar estos incidentes escribió que por fin llegaron para cumplir con el deseo de Monagas, “de que fuera el general Páez el primero que lo saludara en la rada de La Guaira”.

La universidad, el clero y prácticas religiosas inusuales

La universidad, el clero y prácticas religiosas inusuales

La primera sede de la Universidad de Caracas estuvo ubicada en la vía que pasaba por el sur de la Plaza mayor”.

La primera sede de la Universidad de Caracas estuvo ubicada en la vía que pasaba por el sur de la Plaza mayor”.

     El coronel William Duane de origen estadounidense escribió en su libro Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823 detenidas líneas de lo que observó, para este caso, en la ciudad de Caracas. Entre ellas se encuentran sus consideraciones sobre la instrucción pública, el papel del clero y la práctica del catolicismo, tanto en tiempos de la colonia como lo que observó durante su visita a la República de Colombia.

     En este orden ideas esbozó lo que viene. El Colegio de estudios universitarios, el cual había sido fundado en 1778, estimuló en Duane la comparación con edificaciones levantadas en Europa durante los siglos once y doce de nuestra era. El Colegio que él visitó cuando estuvo por Caracas fue convertido en universidad durante el año de 1792. 

     Llamó la atención que para entrar a este edificio había que bajar un escalón “debido posiblemente a que la inclinación dada a la calle ocurrió en fecha muy posterior a la construcción del inmueble, ubicado hacia la parte meridional de la vía que pasa por el sur de la Plaza mayor”.

     En su descripción destacó la existencia de una escalera de dos tramos que conducía a habitaciones ubicadas en el primer piso que eran mucho más espaciosas y con entradas de aire, al contrario de las construidas en la planta baja cuyos “salones inferiores son muy oscuros, y se ven más apiñados de lo que suele ocurrir, por lo general, en los edificios públicos caraqueños”. Al momento de su visita fue informado que las instalaciones albergaban cerca de cien estudiantes, “y se caracterizaban por un traje grotesco y ciertamente superfluo”. De acuerdo con su descripción la indumentaria consistía en una suerte de sotana color púrpura o Jacinto pálido, con birrete festoneado del mismo tono, de forma parecida al utilizado por parte de los sacerdotes de la iglesia griega, a lo que agregaba una especie de estola de color carmesí que, para Duane, era lo más extravagante del atuendo de los estudiantes que alcanzó a observar.

     Quienes los guiaban, un miembro del clero secular quien era uno de los profesores, por las instalaciones de la universidad fueron conducidos a las instalaciones de la biblioteca. Escribió que se había puesto a examinar el lomo de muchos pesados volúmenes en “folio y en cuarto”, donde los padres de la iglesia y los canonistas, Johannes Scotus Erigena y Tomás de Aquino, defendían tesis ya olvidadas para los pensadores modernos. Esto lo ratificó por la limpieza y orden, y “con trazas de que su reposo no era perturbado jamás”. Agregó que individuos de gran “prestancia y virtud” habían pasado por las instalaciones de esta universidad de los que mencionó a: J. G. Roscio, los Toro, los Tovar, los Bolívar, los Montilla, los Gual, los Palacios y los Salazar, entre otros.

     De lo observado en la biblioteca indicó que muy poco había que reseñar, puesto que en ella no había nada moderno que pudiera ser relevante. Sin embargo, lo más actual fue un mapa del mundo, que estaba colgado a gran altura, “que desafiaba todo examen, aun cuando se usaran anteojos; una de las damas que nos acompañaban pudo darse cuenta de que estaba puesto al revés, haciendo la observación – que produjo gran hilaridad en nuestro afable guía – de que también el mapa había sido objeto de una revolución. Se trataba probablemente de una travesura de algún estudiante”.

A Duane le llamó la atención que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras.

A Duane le llamó la atención que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras.

     No obstante, contó haber experimentado mayor placer y gusto cuando fueron conducidos al salón donde se dictaban las clases de matemáticas. Narró haber visto en el pizarrón, que estaba sin haber sido borrada la última clase, diagramas trazados recientemente. Llamó su atención que sobre la cátedra del profesor vio el retrato de un personaje que lucía una indumentaria, no la usual entre los españoles sino de los ingleses de hacía un siglo. Acerca de esto anotó: “fui informado que representaba a Isaac Newton, circunstancia bastante significativa de la disminución de los prejuicios bajo el influjo de la libertad, por implicar un singular contraste con la filosofía de Scotus, el lógico irlandés”.

     Respecto a esta observación agregó que Newton fue catalogado como ateo entre sus connacionales, por no haber reconocido los “treinta y nueve artículos”. En cambio, en el país que visitaba y en el que apenas hacía siete años que se había abrogado la Inquisición, “ya las corrientes de la época habían hecho colocar su retrato en un lugar que probablemente habría estado ocupado en otro tiempo por el de Atanasio o el de Scotus”. 

     Para él esta acción era reveladora del progreso de los sentimientos generosos y de las ideas liberales, “y lo consideré mucho más interesante por el hecho de que el bondadoso clérigo, que me informó de tal circunstancia parecía compartir el placer experimentado por mí”.

     No obstante, no había encontrado en los anaqueles de la biblioteca la Lógica de Condillac ni tampoco el Ensayo sobre el Entendimiento de John Locke. Mostró su satisfacción por los cambios que se venían introduciendo en lo referente a las modernas vertientes del saber filosófico, a pesar de no ser aún “los apropiados al nivel cultural de nuestra época”. Contó haber visto libros de Condillac en bibliotecas particulares. Argumentó, en este sentido, que durante el período cuando se constituyeron las Cortes españolas no fue un desperdicio del todo. En este momento las prensas de Valladolid y de otros lugares de España difundieron distintas obras, del pensamiento universal, en lengua española. Destacó que observó algunas obras del ilustrado francés Holbach que estaban en la biblioteca particular de una dama. Aunque la joven dama contestó algunas de sus preguntas, a este respecto, calificó sus justificaciones como ingenuas, ya que la joven conservaba las obras para un pretendiente anhelado.

     Entre sus anotaciones relacionadas con la universidad contó que le habían informado que sólo había un participante en la carrera de medicina, “noticia que no me causó ningún asombro, pues son diversos los factores que concurren a desacreditar la profesión médica”. Según su apreciación, esto se debía a una herencia de los tiempos del colonialismo español. Desde España se generaron prejuicios debido a las sátiras que con justificación se presentaron en ese país por las prácticas curanderas y alejadas al ejercicio medicinal científico, “se trasladaron naturalmente a regiones donde se habla el mismo idioma y rigen costumbres análogas”.

     Para Duane el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares. “En consecuencia, los profesionales de la medicina no perciben, en virtud de ser tan esporádicamente necesarios sus servicios, una remuneración similar a la que obtienen en aquellos países donde sí se les solicita en mayor grado”. Sin embargo, añadió en su escrito, que la Universidad de Caracas había tenido el honor de contar con alumnos que en los momentos de su visita eran de gran importancia en el ejercicio de sus profesiones. Uno de los males que observó y que anulaban una enseñanza efectiva en ella consistía en el hecho de que las clases sólo eran impartidas por eclesiásticos, “quienes, aparentando mayor preocupación por las cosas del otro mundo, a fin de mantener a los hombres en un estado de servidumbre mística, ponen especial empeño en no capacitarlos para este mundo (o en segregarlos del mismo), donde la sabiduría del Todopoderoso ha puesto a vivir a los mortales”.

Según Duane, el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares.

Según Duane, el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares.

     De las congregaciones religiosas acotó que en los tiempos coloniales la opulencia y el poderío de los eclesiásticos eran similar al de los clérigos de los siglos XIV y XV en Europa.

     Por otra parte, también criticó el que las órdenes monásticas se disputaban entre sí la influencia que anhelaban, así como las disputas que el clero secular mantenía con ellas. Sin embargo, la Revolución había logrado aminorar dichas querellas. Convino en reseñar que un conglomerado religioso que rendía resultados de mayor beneficio era la de un grupo de damas jóvenes, pertenecientes a las familias más pudientes de la ciudad, “quienes no se sienten hastiadas del mundo y que consideran deber suyo promover el bienestar del prójimo”. Estas féminas no practicaban votos religiosos, pero se dedicaban a la educación de otras jóvenes, así como a obras de caridad.

     Duane llamó la atención de que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras. 

En cuanto a sus características generales señaló que no mostraba nada interesante en su fachada. Sin embargo, al entrar en ella consideró que el altar ofrecía una apariencia respetable, “sin los superfluos oropeles que se observan en otras iglesias”. De ella destacó su división en tres naves. Consideró que el techo estaba bien construido y que la iluminación parecía ser suficiente para un lugar de culto. En fin, le pareció agradable a la vista la decoración del altar por no ser ostentosa.

     Líneas después, contó haber asistido a la misa mayor. La misma la describió como un acto plagado de pompa y magnificencia “usuales del ritual católico en tales ocasiones; la música, que, en todas las regiones de la Gran Colombia muy interesante por su excelente calidad, era aquí muy imponente”. Pero, le resultó incómodo y fuera de contexto el coro que estaba ubicado en la nave oeste porque portaban vestimentas extrañas para él en la liturgia católica y porque los asistentes a la misa no tuvieron la oportunidad de participar en las interpretaciones de la liturgia católica.

     Indicó que la jerarquía eclesiástica mostraba una disposición poco organizada. Además de haber muchas vacantes entre las sedes de la Iglesia católica dentro de los territorios de la Gran Colombia. En este orden, expresó que la sede de Caracas estuvo representada por un arzobispo que había abrazado la causa realista y de su posterior retiro a territorio peninsular. Sin embargo, agregó que “los principios son establecidos por la República, y el Concordato es el mismo que existía entre el Papa y España”.

     Por otro lado, hizo referencia a que muchos extranjeros que visitaban a la América española, y quienes desconocían los hábitos y costumbres de la Iglesia Católica, tal como se evidenciaba en los territorios que se mantenían fieles a sus mandatos y creencias, “se sienten proclives a tratar con ligereza e indiscreto desdén los actos del culto que se exhiben ocasionalmente en la vía pública”. Hizo referencia a que los actos públicos, relacionados con la liturgia católica, en países como Inglaterra y los Estados Unidos se circunscribían en el ámbito de los templos.

     En este sentido, describió haber sido testigo de prácticas religiosas que se presentaban en Caracas. Mencionó algunas de ellas. Contó que, al pasar por una de las calles caraqueñas, escuchó el tintineo de una campanilla. La que le era familiar porque la escuchó en el recinto de una iglesia. Refirió haber observado a un reducido grupo de clérigos y acólitos con investidura ceremonial, delante de la procesión iba un chiquillo, quien era el encargado de hacer sonar la campanilla. Detrás veía un sacerdote que llevaba los sacramentos y el cáliz, venían con él otros clérigos y niños y mujeres detrás de ellos. Esta marcha la calificó de inusitada porque se llevaba a cabo para llevar la comunión para alguien que se encontraba en trance de muerte.

La Guaira y Caracas a comienzos del siglo XX

La Guaira y Caracas a comienzos del siglo XX

En 1912, Leonard Dalton publicó un libro titulado Venezuela, en el que aparecen interesantes cuadros estadísticos, reseñas históricas, pinturas y paisajes de ciudades que visitó a principios del siglo XX.

En 1912, Leonard Dalton publicó un libro titulado Venezuela, en el que aparecen interesantes cuadros estadísticos, reseñas históricas, pinturas y paisajes de ciudades que visitó a principios del siglo XX.

     Leonard Dalton (1887-1914) fue un representante de negocios de origen británico. Visitó Venezuela en la primera década del 1900 en momentos cuando Juan Vicente Gómez ejercía la presidencia de la República. Como resultado de su estancia por estas tierras redactó un libro titulado Venezuela que fue publicado en 1912 por parte de T. Fisher Unwin en la ciudad de Londres. En esta obra muestra el recorrido que llevó a cabo por distintas localidades del país suramericano.

     Entre los pocos comentarios que se han dado a conocer de esta obra resalta el capítulo dedicado a la geología, considerado un interesante aporte acerca de una materia novedosa en el país. En el mismo texto aparecen cuadros estadísticos, reseñas históricas, pinturas y paisajes de ciudades en las que estuvo Dalton.

     Entre las consideraciones que estampó en su texto fue que, por razones obvias, la región central de Venezuela, “o sea la que queda en torno a la capital de la República”, era la zona de mayor atracción para los europeos. De ahí que fuese el lugar más visitado por comerciantes, naturalistas, visitantes y viajeros, quienes por interés científico o por razones comerciales, o sólo por el placer de conocer tierras nuevas venían a él. Todos ellos realizaban sus primeros contactos a través de La Guaira, “el puerto principal de la república”.

     De la localidad guaireña escribió que el primer poblado que se fundó en ella fue Caraballeda.

     La ciudad de La Guaira tuvo como fundación el año de 1588, al poco tiempo que la sede del gobierno se trasladara desde Cora a Caracas. De acuerdo con su percepción, La Guaira tenía épocas de un calor “realmente insoportable. En otros tiempos la rada debe haber sido muy insegura, pues el oleaje que bate continuamente esta costa impide un buen anclaje fuera del puerto”.

     Agregó que la edificación portuaria pertenecía a una compañía británica y que faltaba mucho por culminarla. Los trabajos realizados, hasta el momento, sólo habían permitido aminorar el efecto de la marea, aunque sin neutralizar su ímpetu. Describió que en sus cercanías era poco común presenciar fuertes ventiscas. Contó que las obras del puerto se comenzaron a estructurar en diciembre de 1885, aunque el primer malecón fue derrumbado por una gran marejada en diciembre de 1887. El segundo intento se comenzó a partir de julio de 1888 y se culminó en julio de 1891, “en forma más o menos igual al que hoy existe”.

     En su texto destacó que desde el poblado de Maiquetía partía una línea ferroviaria que atravesaba La Guaira y llegaba hasta un nuevo balneario denominado Macuto, el cual gozaba de buena asistencia durante el año. Al puerto de La Guaira llegaban la mayor cantidad de los productos producidos en la parte central de Venezuela. Señaló que los principales renglones utilizados para la exportación eran el café, el algodón, el cacao, los cueros, oro, cauchos, perlas, plumas de garza y alpargatas. Entre las fábricas que puso a la vista de sus lectores estaban las del tabaco, cigarrillos, sombreros y zapatos, entre otros bienes de consumo interno. En los alrededores de la playa no observó vegetación que valiera la pena ser destacada, aunque puso de relieve las plantaciones de caña de la familia Boulton.

A comienzos del 1900, desde el poblado de Maiquetía partía una línea ferroviaria que atravesaba La Guaira y llegaba hasta un balneario denominado Macuto, el cual gozaba de gran popularidad.

A comienzos del 1900, desde el poblado de Maiquetía partía una línea ferroviaria que atravesaba La Guaira y llegaba hasta un balneario denominado Macuto, el cual gozaba de gran popularidad.

     Expuso que más allá del muelle existía una estrecha calle con lugares comerciales en los cuales se expendían distintas frutas propias de la zona tropical y de la templada, con los cuales se fabricaban “excelentes refrescos”. Describió haber visto numerosos cocos de color verde y barriles llenos con el guarapo que se extraía de ellos cuyo costo era de un centavo por vaso, “no muy agradable para un paladar no habituado, pero que es probablemente la más efectiva de las bebidas refrescantes venezolanas”. Durante los momentos de mayor penetración de los rayos solares era acogedor sentarse alrededor de unas mesas resguardadas por la vegetación, “aunque es justo consignar que el visitante se siente más impresionado por el sucio aspecto de esta callejuela frontera que por los alicientes reales del paraje”.

     Sumó a su descripción que el transporte hacia Caracas se hacía por dos medios distintos. Por vía ferroviaria y por carretera. La vía férrea era para el transporte de carga expresa, “aunque la gran cantidad de burros y mulas cargados que parten de Maiquetía antes del amanecer demuestran que el ferrocarril no carece de competencia”. 

     Expuso que la carretera estaba muy bien construida y que el sector no macadamizado o pavimentado se utilizaba muy poco. Indicó que en gran parte del trayecto hacia Caracas se podía presenciar una espléndida vista hacia el Caribe. Del ferrocarril expresó que algunos tramos estaban al borde de precipicios muy profundos. Aunque parecía ser riesgoso trasladarse en él no llegó a conocer percances que lamentar. Agregó que era una gran labor de ingeniería y que en varios puntos del camino había vigilantes que advertían sobre algún riesgo que pudiera derivar en accidente.

     Redactó que Caracas estaba situada en el margen septentrional del río Guaire, en un valle inclinado de la cordillera de la costa, lo que hacía que la parte norte de la ciudad fuese más alta que la meridional. De acuerdo con la información que obtuvo la fundación de la ciudad de Caracas fue en 1567 y que su escogencia fue por la uniformidad de su clima, distinto a la ciudad de Coro en que sus temperaturas se caracterizaban por ser más calurosas y de tierras estériles. En Caracas los momentos de mayor calor se presentaban a mediados del año, “bastante molesto a cualquier hora del día”. A pesar de ser un lugar de pocos habitantes, la ciudad le pareció atractiva, así como a otros visitantes que llegó a consultar.

Dalton describió El Capitolio como un amplio edificio de estilo cuasi morisco, con dos divisiones principales y en cuya parte central se encontraba un patio.

Dalton describió El Capitolio como un amplio edificio de estilo cuasi morisco, con dos divisiones principales y en cuya parte central se encontraba un patio.

     Resaltó que las calles caraqueñas eran estrechas, “aunque tal circunstancia resulta poco perceptible por ser las casas y edificios de un solo piso”. Añadió que los barrios más apartados del centro estaban pavimentados con guijarros o pedruscos, mientras el área central mostraba calles pavimentadas con cemento. Expuso que las pocas edificaciones de dos pisos eran edificios públicos. Como era usual la plaza se encontraba en el centro de la ciudad. Alrededor de ella se encontraba la catedral, las oficinas del Gobierno Federal, el Palacio de Justicia, el Palacio Arzobispal, la Casa Amarilla, una oficina de correos y el hotel Klindt, el principal de la ciudad.

     En el centro de la plaza estaba una estatua ecuestre de bronce con la representación de Simón Bolívar. Respecto al Capitolio indicó que se encontraba situado en la parte sur oeste de la plaza Bolívar. Además, señaló que era un amplio edificio de estilo cuasi morisco, con dos divisiones principales y en cuya parte central se encontraba un patio. Dentro de sus instalaciones había pinturas y grabados alusivos a los próceres de la independencia y a las principales batallas que sellaron la derrota de los ejércitos realistas. Sin embargo, no describió otras construcciones en las que se albergaban oficinas gubernamentales. 

     De acuerdo con sus argumentaciones solo merecían ser mencionados el edificio de la Universidad, el ocupado por el Teatro Municipal, el Panteón y la residencia presidencial en Miraflores.

     Destacó que en el cerro El Calvario estaban ubicados el Observatorio y el Paseo Independencia, “desde el cual – en horas de la tarde – se capta un hermoso panorama de la ciudad”. Anotó que del lado sur del río Guaire, atravesado por dos puentes, se encontraba otro paseo denominado El Paraíso, lugar donde las personas de alcurnia tenían sus residencias. Agregó que quienes tenían la posibilidad económica disfrutaban recorrer en coche este lugar al caer la tarde, “y podemos observar de paso que los vehículos (por lo general victorias o pequeños landós con capota) son excelentes y muy baratos”. Describió que los paseantes llevaban bastón, que utilizaban para guiar al conductor: “un golpecito en el brazo derecho indica que debe girar en esa dirección, un toque en la espalda que debe detenerse”.

Caracas desde El Calvario, hermoso panorama de la ciudad.

Caracas desde El Calvario, hermoso panorama de la ciudad.

     Indicó que entre la plaza principal de la ciudad y el Teatro Municipal se encontraba un café de nombre “La India”, lugar éste en que personas jóvenes acudían a degustar confituras y cerveza en horas de la mañana. De igual manera, se ofrecían “jícaras de chocolate (que son excelentes), y también a consumir licores menos inocuos a la salida del teatro”. En lo que se refiere al té o al “afternoon tea” era poco usual su consumo entre los habitantes de la ciudad, “aunque es posible que el creciente auge de la colonia británica llegue a influir decisivamente a este respecto”. Señaló que consideraba de poca utilidad reseñar la existencia de hospitales y otras plazas existentes en Caracas, aunque puso de relieve la existencia de dos mataderos en distintos lugares de la capital.

     En lo que se refiere al abastecimiento del agua, entre los pobladores, ella provenía del río Macarao. Sus aguas eran conducidas por un acueducto hasta El Calvario, donde era objeto de filtrado. 

     También existían depósitos de agua provenientes del cerro la Silla. De acuerdo con su percepción el servicio de tranvía y de teléfonos “es excelente; ambos fueron inaugurados por empresas británicas, quienes continúan administrándolos hoy día”. La energía eléctrica requerida para el funcionamiento del tranvía, así como para el alumbrado público, era generada por las cascadas de El Encantado y Los Naranjos que provenían del lado sur de la ciudad. Destacó, igualmente, que la ciudad contaba con una fábrica donde se producía cerveza, otras de fósforos, muebles y cigarrillos. Sumó a su descripción la siguiente consideración: “Las observaciones consignadas acerca del comercio de La Guaira son también aplicables a la capital, pues prácticamente todas las mercancías de que se dispone en Caracas pasaron primeramente a través de dicho puerto”.

     Agregó que la zona de mayor pujanza económica se encontraba en la parte inferior del valle del Guaire. Recordó haber hecho algunas anotaciones de la hacienda de caña del señor Juan Díaz. De seguida, anotó que habían existido, aún algunas se conservaban, cultivos de trigo. Argumentó que gracias al benigno clima de Caracas pudiera desarrollarse este tipo de cultivos en vez de adquirirlo por medio de la importación. En terrenos cercanos a la capital observó haciendas de café y que en las zonas altas donde se cultivaba este fruto estaban consideradas de gran rentabilidad.

     Hacia el lado este de la ciudad observó la existencia de sembradíos de café y cacao. Indicó que Petare era la localidad de mayor impulso del estado Miranda, “con casi 7000 habitantes”. La actividad económica de mayor vigor en la localidad petareña era la fabricación de alpargatas, cigarrillos y almidón, “el cual se fabrica a base de harina de yuca”. Petare llegó a ser la primera estación del terminal del ferrocarril, según la información que expuso ante sus lectores. Además, argumentó que el proyecto ferrocarrilero propuesto desde tiempos de Antonio Guzmán Blanco tenía como meta que alcanzara la ciudad de Valencia. 

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