Así nacieron Los Chaguaramos

Así nacieron Los Chaguaramos

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Así nacieron Los Chaguaramos

     Durante siglos la superficie que hoy ocupa la urbanización Los Chaguaramos, en la parroquia San Pedro, en Caracas, estaba ocupada por haciendas debido a la productividad de sus suelos y a la presencia de los ríos Guaire y Valle, pero a mediados del siglo XX, con la expansión de la capital hacia el este y sureste de la ciudad, los espacios fueron cambiando su uso. Así, por ejemplo, muchos terrenos dedicados a la agricultura se fueron transformando en parcelas para la construcción de viviendas. Así sucedió a principios de la década de 1940 con la hacienda El Carmen o El Convento en lo que hoy llamamos Los Chaguaramos.

Aviso promocional de la urbanización Los Chaguaramos, 1945

     En 1941, el ingeniero José Antonio Madriz, un joven con mostachos del siglo XIX, que trabajaba con Luis Roche, el gran urbanizador de Altamira, entre otras famosas urbanizaciones caraqueñas, decidió constituir su propia empresa constructora.

     Durante siglos la superficie que hoy ocupa la urbanización Los Chaguaramos, en la parroquia San Pedro, en Caracas, estaba ocupada por haciendas debido a la productividad de sus suelos y a la presencia de los ríos Guaire y Valle, pero a mediados del siglo XX, con la expansión de la capital hacia el este y sureste de la ciudad, los espacios fueron cambiando su uso. Así, por ejemplo, muchos terrenos dedicados a la agricultura se fueron transformando en parcelas para la construcción de viviendas. Así sucedió a principios de la década de 1940 con la hacienda El Carmen o El Convento en lo que hoy llamamos Los Chaguaramos.

     En 1941, el ingeniero José Antonio Madriz, un joven con mostachos del siglo XIX, que trabajaba con Luis Roche, el gran urbanizador de Altamira, entre otras famosas urbanizaciones caraqueñas, decidió constituir su propia empresa constructora.

     Desde entonces, Madriz empezó a buscar un terreno apropiado para su proyecto. Los domingos, en lugar de dedicarse a descansar, recorría, infatigablemente, el valle de Caracas. Visitó haciendas, subió cerros, atravesó quebradas, midió, preguntó, discutió… No encontraba el lugar ideal. Pero un día abrió las páginas de una novela de Rómulo Gallegos, “El Último Solar”. Se encontró, súbitamente, con la descripción de la hacienda en que se desarrollaba la trama.

     Yo creo reconocer el lugar, musitó el ingeniero Madriz. Yo creo que es la hacienda El Carmen, a la que los campesinos denominan hacienda El Convento, la que está al lado de donde se desarrolla la Ciudad Universitaria.

     El domingo siguiente sorprendió a Madriz dando zancadas por las tierras de la hacienda El Carmen, calculando, a ojo de buen cubero, las dimensiones, atravesando senderos, planeando una posible urbanización, cribando las dificultades, empinándose en los cerros para obtener una visión de conjunto y preguntando a los campesinos que trabajaban allí:

¿De quién es esta hacienda?
No sabemos
¿De quién es esta hacienda?, repetía unos metros más allá
No sabemos, respondían
El ingeniero, por fin, consiguió averiguar que el propietario estaba en Europa, pero que en Caracas residían los apoderados.

     El destino quiso que se realizara la empresa, formando para diciembre de 1944 la sociedad J. A. MADRIZ GUERRERO Y CÍA, de la que también son socios los doctores Luis Pérez Dupuy y Silvestre Tovar, hijo, ambos también jóvenes profesionales venezolanos. La empresa se constituyó con un capital de tres millones de bolívares (Bs. 3.000.000)

Poner nombre no fue fácil

     Ya estaba, pues, constituida la sociedad. Ya, también, el doctor Madriz había repetido, una y otra vez, para satisfacción propia y de los demás, que la hacienda El Carmen reunía todos los requisitos de una urbanización de porvenir. No hay otro lugar urbanizable más próximo al centro. Y, por si fuera poco, quedará al lado de la Ciudad Universitaria.

     Los socios también se mostraron entusiasmados. Uno de ellos propuso que se escogiera, inmediatamente, el nombre de la futura urbanización.
Propongo, sugirió uno, que se denomine “Urbanización Centro del Este”.

     Propongo, dijo otro, que se llame “Fuente del Este”.
Yo diría que nada más apropiado -opinó el tercero- que se designe “Urbanización El Carmen”.

     La discusión se prolongó durante 15 días, hasta que se fijaron que el sendero por donde se penetra a la hacienda lo guarda, como soldados en posición de firmes, una doble hilera de chaguaramos. Además, la gente conocía la hacienda por el nombre de Los Chaguaramos más que el de por el Carmen.

     Se llamará Urbanización Los Chaguaramos, decidieron los socios.
Y así quedó

Los primeros trabajos

     En 1945 se iniciaron los levantamientos topográficos. La futura Urbanización Los Chaguaramos contaba con 400 mil metros cuadrados de terreno plano y unas 20 hectáreas de cerro.

     De un lado, queda la Ciudad Universitaria, del otro el Bosque de Los Caobos; y del otro la hacienda Valle Abajo, propiedad de Juan Simón Mendoza, muy cerca de la Urbanización Los Rosales.

     En el anteproyecto quedó claro que la urbanización le daría respuesta a dos necesidades fundamentales de los caraqueños de entonces: la primera, construcción de pequeños edificios de apartamentos residenciales, para personas de la clase media, las cuales contarán con tiendas y servicios generales para todos aquellos que circulen o estén vinculados a la Ciudad Universitaria. La segunda, casas para aquellas personas de situación económica holgada.

     La urbanización contará, además, con parques, plazas, campos deportivos y una hermosa iglesia para que los feligreses puedan asistir a misa. Los Chaguaramos contará también con el primer autocine del país (abrió sus puertas en 1949).

     Entre 1944 y 1945, la demanda de viviendas fue monumental, prácticamente, en menos de dos años, se vendió toda la urbanización. A partir de 1948, se iniciaría el proceso de entrega de viviendas y, por supuesto, el poblamiento de esta céntrica urbanización caraqueña.  

     Uno de los principales promotores de la conformación urbana del área fue el presidente de la República Isaías Medina Angarita, el cual comenzó a desarrollar en torno al eje de la Avenida Presidente Medina, también conocida como Avenida Victoria. La Urbanización Las Acacias, destinada a la Clase Media y a las colonias italianas, española y portuguesas establecidas en esa época en el país. También en su período presidencial se inició la construcción de la Ciudad Universitaria de Caracas para servirle de sede a la Universidad Central de Venezuela y es terminado luego bajo el gobierno de Marcos Pérez Jiménez en 1953. En ese nuevo gobierno se emprendieron otras obras públicas importantes como el Sistema de la Nacionalidad en honor a la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, construyendo el Paseo Los ilustres, Paseo Los Precursores y el Paseo Los Próceres con la Plaza Las Tres Gracias y la Plaza Los Símbolos. Cuenta también con el Helicoide, donde se encuentra la sede del SEBIN. Y la Sede del Comando Nacional Antidrogas de la Guardia Nacional. Por otra parte, se construyó la Plaza Tiuna para rendirle honores a los indígenas que habitaban Caracas antes de la colonización española.

     La Parroquia San Pedro fue creada mediante Gaceta Oficial del entonces Distrito Federal el 13 de octubre de 1994 con territorios que eran parte de las parroquias El Valle y Santa Rosalía, y parte este de San Agustín; mitad oeste del parque Jardín Botánico.

     En sus edificios y accesos se aprecia las huellas de la historia caraqueña, como las construcciones de la Ciudad Universitaria y el paseo de La Nacionalidad concebido en la década de 1950.

     Los espacios de la urbanización Los Chaguaramos, municipio Libertador, reflejan el crecimiento de la urbe caraqueña, desde la década de 1940 cuando experimentó una importante transformación.

     En sus edificios y accesos se aprecia las huellas de la historia caraqueña, como las construcciones de la Ciudad Universitaria y el paseo de La Nacionalidad. Asimismo, resaltan edificaciones como el Castillo Monte Líbano, ubicado en el límite con Colinas de Bello Monte, que es un monumento arquitectónico recordado por los vecinos por la visita a esta estructura del papa Juan Pablo II en 1985.

     Con la ampliación de la autopista Valle-Coche, se eliminó el Barrio «el hueco de Los Chaguaramos, que era un nido para la venta y consumo de drogas entre la población joven», según afirma Carmen Linares, vecina de la zona. «Ese era un grave problema que quedó prácticamente eliminado con el desalojo de este sector popular», afirmó.

     Recordó que hace unos años, cerca de la calle de las Ciencias, los vecinos protestaban constantemente por este problema. Dijo que en la actualidad se ha superado con ayuda de la organización vecinal el alto consumo de alcohol en la zona.

     Después de la ampliación «se logró reducir el 75% de la venta de alcohol». Por otra parte, Douglas Pérez, vecino del sector expresó que es necesario que tomen medidas para disminuir el congestionamiento vial en horas pico en la avenida principal.

     Los vecinos solicitan a las autoridades municipales tomar acciones para mejorar la seguridad y la recolección de basura, que son los principales males. En esta urbanización habitan cerca de 58.254 personas, según el censo del año 2011.

     En esta zona, como parte de los trabajos que realiza el Plan Caracas «Juntos es Posible», las cuadrillas continúan con las obras en las Plaza de la Tres Gracias y Paseo Los Ilustres.

Iglesia San Pedro

     Es una copia de la Basílica de San Pedro de la ciudad del Vaticano, pero en proporciones muchos menores, a diferencia de la basílica del Vaticano, está catalogada como basílica menor y fue fundada en 1952, está ubicada en la parroquia San Pedro de Caracas, urbanización Los Chaguaramos, siendo este espacio virtual empleado como medio para la evangelización, estar en contacto con sus feligreses y todo aquel que desee disponer de lecturas edificantes.

 

Fuentes: El Heraldo. Caracas, 12 de agosto de 1945; pág. 2; La Esfera. Caracas, agosto-septiembre de 1948

Cementerio Los Hijos de Dios

Cementerio Los Hijos de Dios

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Cementerio Los Hijos de Dios

Por Raúl Carrasquel y Valverde.
Caracas, mayo de 1920

     Los abuelos sepultaron a sus abuelos a los mismos pies del abuelo Ávila. El histórico, romántico y ruinoso Cementerio de los Hijos de Dios es la única tristeza del monte patricio de inmortal primavera y lozanía exuberante.

     Los Hijos de Dios, dicen que son “tus hijos” y, en verdad, tan solo son tus siervos, los pacientes de su supremo e ineludible poder. . . Y por eso y porque dispones a tu arbitrio de nuestros mezquinos alentares por todo premio y por todo descanso nos das el reposo y el galardón del osario, misterioso de silencio como una boca muda.

     Caracas es risueña, mocerilmente alegre y no la amedrenta el tener a norte y sur dos cementerios, y es que, mozuela de este siglo positivista, sabe bien que está garantizada la muerte, más nadie ni nada le responde la vida para el día siguiente. . .

     Por paradoja, macabro contraste, mucho de la belleza emotiva y sugerente de Santiago de León reside en este abandonado, silente y soleado Cementerio de los Hijos de Dios; hay tal mutismo luminoso  y tal ventolera montañesa en sus tres ruinosos patios, que se diafanizan más graves y quejumbrosos oscilan los saucedales, como antañones y telarañosos puñales que pretendieran arañar la comba mentida del cielo, nítidamente azulino, en ratos jaspeado de nubecillas blancas, blanquísimas.

     Mañanitas tórridas, horas mañaneras que enfiestáis el recinto olvidado vuestro es el milagro de los gorjeos vibrantes y de las hierbecillas humedecidas que acarician  a las carcomidas lozas que rezan los nombres de próceres, de mujeres que fueron elegancia y pasión de su tiempo, y de los que pasaron sin dejarnos nada, sin modelar sus vidas, sin grabar sus nombres. Para todas las bóvedas el mismo sol, que fuera él la deidad primera que alumbrara el mundo y calentara a los varones y a las varonas.

     El Ávila, detrás, impone respetuosidad y pide al visitante reverencia a la soberbia de sus moles agrestes, empenachadas de armiño. Y el cementerio de antaño, el osario de la nobleza mestiza y de los adalides emancipadores está lleno de una unción dilatada, de un murmurar de letanías y de trémolos rogares en la fe de las preces. 

     Los fuertes paredones, anaqueles de la vida, archivos de la muerte, llenos de bóvedas semicirculares; las tumbas irregularmente alineadas; aquí y acullá, cabriolas del tiempo, mausoleos afeados y en desequilibrio; cruces metálicas tomadas de orín, cruces de maderas podridas, cruces ineficaces que ya ni piden perdón ni señalan un nombre. Por las tapias mohosas se tienden a bañarse de sol churriguerescas lagartijas, “matos” y otros reptiles menores que medran en los edificios ruinosos, solitarios y soleados. Los pajarillos excursionan al exterior del Cementerio regresando gárrulos, traviesos, en musical algarabía.

     Dejemos transcurrir el tedio abominable del mediodía, y volvamos a los Hijos de Dios con la indolencia del atardecer. Hemos caminado extenso recorrido y para solaz de las pupilas y vencimiento del cansancio, oteamos el vastísimo panorama, los muchos panoramas del calle de Santiago.

El Cementerio Hijos de Dios fue diseñado y construido por el Ingeniero Olegario Meneses, en 1856

     Cúpulas esmaltadas de ocaso, torres católicas platicando con las lenguas vocingleras de sus campanas; terrazas, azoteas, techumbres de pizarra, campanarios que echan de sus ventanales a las miríadas de golondrinas; chimeneas fabriles, para-rayos, y las heráldicas melenas de magníficos chaguaramos y los mil brazos agresivos y contorsionados de las araucarias; la tumultuosa confusión de manchas grises, rojos de tejados, blancos de fachadas y verdes dominantes de vegetación, acogotados se columbran por la concavidad zafiro, donde dicen habita el Padre Nuestro, padre y Dios de estos Hijos. . . 

     Noche; hemos visitado el avilense Camposanto una propicia noche de plenilunio, en la que “la luna plateaba lo negro de un pino”; el silencio palpitaba sordamente en el vientre de la obscuridad; la Hécate de los nocturnos, era esferalmente bella y sin embargo no había en los contornos tétricos de la ruinosa Necrópolis un solo perro, más o menos famélico que ladrase madrigalescamente, cual suelen hacerlo poetillas de arrabal. Las sombras de los que íbamos se alargaban, se alargaban, se alargaban, como en los saudosos versos del gran Asunción Silva.

     Los tres cuerpos del Cementerio de los Hijos de Dios aparecieron en bloque más negros que la obscuridad; la luna plena daba con sus destellos en un sauce vecino a la entrada principal y le prestaba así un aspecto de espía o avanzada. Entramos, rechinaron lastimeramente los goznes del antiquísimo portal, y a nuestros pasos indecisos huía el silencio y se refugiaba en los rincones del recinto, abroquelados de zarzas y malezas; acortamos el tono de voz y hablando kempianas tonterías no olvidábamos el rondar de la luna que se cernía lívida y agorera como una bruja.

     El artista moscovita, el exotizante pintor Nicolás Ferdinandov, ejecutaba en el portátil armónium, dolidas sonatas salpicando la noche y el sitio y las almas de excelsas gotas de emociones, y todos estaban transfigurados por sortilegio de los salmos armónicos y de la soledad. Y todos se espiritualizaban, y el espíritu les saltaba a los ojos asombrados. Y eran todo espíritu!

     ¡Cementerio de los Hijos de Dios enclavado en los propios cimientos del Ávila; colocado el septentrión de la ciudad como para recordarnos que de continuo tenemos gravitando sobre nuestras cabezas a la Muerte, porque eres un florón de poesía, misterios y leyenda, venero y amo tus ruinas!

Orígenes de las boticas de Caracas

Orígenes de las boticas de Caracas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Orígenes de las boticas de Caracas

Por Próspero Navarro Sotillo

     Caracas cayó bajo el azote de enfermedades y flagelos no menos terribles, años después de su advenimiento al mundo de las ciudades en 1567. La primera (1580) fue la viruela y continuó hasta 1614 y 1617.

     Luego en 1667 se duplicaron las calamidades con la viruela (1687) y el vómito negro, de fatal complemento. Estos datos los aporta Fray Pedro Simón.

     Entre hambre y enfermedades no se pintaba un cuadro atractivo para los boticarios peninsulares, como cebo para atraerles. Los médicos brillaban por su ausencia y había que apelar a los curanderos. Los nombres de Diego Martín, licenciado Pérez de la Muela ̶ que no era “dentista” ̶ y Diego de Montes, figuran entre ellos.

     “No existía una institución docente” en el campo médico-farmacéutico. El escritor Mariano Picón Salas expresa al respecto que: “Los vecinos acuden a los extraños milagros de la flora indígena para su medicina en estado de naturaleza”. En la Venezuela colonial quien necesitara un remedio se lo preparaba sin necesidad de acudir a la botica. . .

     Y esa falta de conocimientos se acentúa más con la ausencia de instrucción o planteles docentes. El año 1591 es cuando se funda la primera escuela primaria en Caracas, según los datos aparecidos en la historia de la farmacia en Venezuela.

     Es la de Luis Cárdenas y se crea mediante “limosnas de los vecinos” que manda a pedir el Ayuntamiento. Un año después la correspondiente al “Preceptorado de Gramática” de Juan de Arteaga, que no alcanzó mucha difusión, El Seminario, comisión recibida por el Obispo de Venezuela, de Felipe II (1592), tampoco cristaliza en 1641 y solo es realidad en 1696.

     Sea como fuere la primera Botica de Caracas nace a finales de 1649, posiblemente. . . La va a “regentar” Marcos Portero de Los Santos que no era boticario titular y sí un práctico en Farmacia. Se desconoce el inventario sobre lo que expendía dicha botica.

 

Las boticas de Caracas

     Al referirnos especialmente a esa primera “Botica” caraqueña, comenzaremos por señalar el procedimiento seguido por Marcos Portero de Los Santos ante el Cabildo de Caracas. Con fecha 4 de septiembre de 1649, se conoce la petición de que “había una persona a propósito que quería abrir botica pública, y parece conveniente que la haya más en beneficio de los pobres”.

     La semilla dejada por Portero (o Porttero) abrió nuevos horizontes a profesionales de otras ramas, por ejemplo, a los médicos. Solo él y García Palomino no eran médicos ni cirujanos, allá por el siglo XVIII. La botica de Marcos Portero, tras muchas vicisitudes, su “negocio” de Botica cerró en 1651.

     El licenciado Pedro Ponce de León fundó la segunda Farmacia de Caracas, en 1652. Ponce de León Era médico, cirujano y boticario.

     De su “stock” farmacológico se desconoce descripción alguna. Se instaló “en un local perteneciente a la Catedral y pagaba por alquiler cinco pesos mensuales”. Según su testamento dejaba la botica, textos de medicina y cirugía y un “estuche de plata con toda su herramienta”.

     En 1656, Angelo Bartolome Soliaga y Pamphilio adquiere en “400 pesos macuquinos, pagaderos en tres plazos, por anualidades”, la botica de Ponce de León. Ejerció como médico contra la oposición de los existentes en Caracas, pues “no era médico diplomado” y sí protegido del Obispo Baños y Sotomayor. Así y todo lo fue en el Hospital de San Pablo.

     En 1690, Juan de Massa (o Maza) era cirujano y poseía una tienda para expendio de géneros y medicinas. Cerró sus puertas en 1694 “demente y paralítico” en el Hospital de San Pablo. En 1692, Antonio Valdés adquiere la botica que era de su colega cirujano Soliaga y Pamphilio cuando este falleció. La recibe por 620 pesos a crédito.

     Valdés era el cirujano proveedor de las medicinas al Hospital de San Pablo y allí ejercía su profesión de cirujano. Se ubicó con su botica en la calle de “Los Mercaderes” cuyo local pagaba cinco pesos mensuales de alquiler, pero se atrasó en el arrendamiento y Valdés argumentaría en su favor “para no pagar, su mucha pobreza”. Su deceso ocurrió en 1698.

     A comienzos de la década de 1690, Juan de Espinosa, quien era barbero, médico cirujano, boticario y . . . ¡curandero!, tenía en sus inicios un botiquín privado donde atendía a los clientes; luego lo trasformó en Botica Pública.

     Era nativo de Sevilla y se casó acá con Antonia Montes, “madre del también cirujano Andrés Bermúdez, discípulo de Espinosa, quien murió el 10 de abril de 1696 y las drogas de su botica fueron compradas por su pupilo Luis Cardozo, en doscientos veinticinco pesos”. La botica existió por 4 años. Dejó alguna plata, como también discípulos: en la medicina y. . . ¡la barbería!

     En 1694, Dyonisio Garcia Palomino adquiere, a la muerte de Juan Massa (o Maza), las existencias en medicamentos por 205 pesos. Se aclaraba esto: “. . . que ejerce el oficio de Boticario en esta ciudad por lo que se le decía Maestro Boticario”.

     Dos años después, en 1696, Luis Cardozo se asoció a Juan Antonio Angulo “en el negocio de Botica y Barbería” y remataría las drogas de la botica de su maestro Espinosa, cuando éste murió. Cardozo era barbero-sangrador y en 1709 lo despidieron del Convento de San Jacinto por “no hacer su oficio con cuidado”.

     Francisco Guerra Martínez, con el título de Maestro en Cirugía, llega a Caracas desde La Habana en 1694 y pide al Ayuntamiento que se le reconozca dicha credencial. Previo al examen en el Protomedicato y la reválida en Madrid, el Diploma estaba en regla y le fue autenticado por el cuerpo edilicio.

Primer boticario demandado

     Empieza él su profesión acá y tambien los problemas con los “no graduados” o “empíricos” ̶ que hoy todavía existen ̶ . Se instala con una botica, pero la corrección de una fórmula del doctor Gómez de Munar, relacionada con los “Polvos de Juan de Vigo” (en presencia de mismo cliente) señalando como “un disparate lo prescrito” creó un escándalo.

     El Alcalde Alfonso Piñango “fulminó causa criminal contra él por haber dado un medicamento diferente del que se le pidió”. Fue demandado el citado Guerra Martínez, le embargaron la farmacia y lo condenaron a 9 meses de prisión. Se registra así el primer caso de un boticario demandado por haber entregado un medicamento diferente al ordenado por el médico. 

     Es en el siglo XVII cuando se perfila el surgir de la popular Botica que se convertirá luego en la Farmacia de hoy, incluyéndose a la primera establecida en el interior del país por el medico Cristóbal Valdés Rodríguez de Espina, radicado en Trujillo en 1669.

 

Cifras desde 1800

     El censo de Caracas para los años 1800 (Humboldt) 40.000 habitantes; 1802 (Depons) 42.000 habitantes; 1812 (Palacios) 43.000 habitantes; 1825 (Sanavria) 29.843 habitantes y 1829 (Codazzi) 29.320 habitantes.

     Para 1830, la ciudad caraqueña posee unas siete boticas, cuyos dueños son los señores: José Antonio Rocha, Luis Hernández, Juan Francisco Rocha, Mariano Ascanio, Eduardo McClong, Claudio Rocha y la del médico Dr. Pedro Bárcenas.

     Queremos hacer referencia a este último (Bárcenas), quien fue soldado de nuestra independencia, luego estudiaría Medicina y Farmacia. Obtuvo esos títulos: Doctor en Medicina en 1824y el de Boticario (en el Protomedicato) el 18 de junio de 1825. “. . . prestó servicios en la Secretaría del Libertador”. Pero en la inspección a esas boticas veamos lo que ocurrió cuando “se verifico la visita de su farmacia, como no había sacado patente para botica, se le ordenó hacerlo o clausurarla”. Agrega seguidamente el texto consultado: “Por sus merecimientos, fue decretado el reposo de sus restos en el Panteón Nacional”.

     Luego viene Francisco Agustín Laperriere, de Finisterre (Francia), aprobado por la Facultad el 1° de octubre de 1832 y quien se establece en la calle de las Leyes Patrias. Ya en 1831 ̶ a modo de información ̶ la citada Facultad había convocado a los boticarios por cierto “mal estado existente en las boticas y situación de abandono en que se hallaban y convocó a los boticarios a resolver lo conducente”.

     Otros establecimientos de nuestra capital fueron instalados por los señores: Juan Bautista Cabrera, Gerardo Vigo Wadasquier y Carlos Alcántara. En 1837, en la antigua calle de las Leyes Patrias (en la esquina de Las Palmas o de “La Palma”) es don Jorge Braun ̶ de origen alemán ̶ quien convierte el “Almacén de Medicinas y Colores” en la Botica Principal.

     En 1840 abre sus puertas en la esquina de Pajaritos la Botica Central, cuyo fundador fue Don Guillermo Sturup, En la práctica dichas farmacias, situadas en la misma cuadra, serían luego lo que hoy conocemos como un mayor de Medicinas y de Drogas. Las únicas en Caracas en dicho comercio.

     Coincidencialmente, con la fundación de la Botica Central, la Facultad promulgó un acta el 29 de febrero, pues “las boticas de Caracas presentaron algunas irregularidades y se constató que despachaban recetas de intrusos lo que, a su juicio, ameritaba ya que se promulgara una reglamentación”.

     Y efectivamente ocurrió así, pues con la finalidad de oponerse a esos empíricos de la época, el 23 de mayo de 1840 el director de la Facultad, doctor José Joaquín González, ofició a Dr. Ángel Quintero, Secretario de Estado del Departamento del Interior y de Justicia. Y le remitió el Reglamento para la Organización de Boticas y Droguerías, rogándole que “si se consideraba por el Gobierno en armonía con las Leyes de la República pueda la Facultad hacerlo circular en quienes corresponda. El Gobierno con oficio N°594 del 24 de agosto, recomendó su inmediata circulación”.

     Aunque se atribuye, ya no el origen de las Ciencias Farmacológicas en Venezuela, aunque si la iniciación a alemanes y daneses, es importante ver aquí lo relacionado con nuestro Libertador Simón Bolívar. “Tal reglamento es la primera ordenación jurídica de la Venezuela Republicana, en materia de legislación farmacéutica”. Y rezaba así: “La Facultad Médica de Caracas hallándose investida con las atribuciones de que gozaban los antiguos protomedicatos, y siendo parte de ellas (como expresa el artículo 8° del Decreto del Libertador del 25 de junio de 1827) cuidar del exacto desempeño de los deberes profesionales de los individuos de los tres ramos (medicina, cirugía y farmacia), los censura y castiga con multas, suspensión, ha acordado en sesión del presente mes dar principio a la organización de los tres ramos dichos, tomando por ahora las medidas de mayor importancia: y siendo de los despachos de medicamentos del que depende en gran parte la salud pública, y del que abusa con escándalo y exceso por los charlatanes y aventureros, juzga por primera medida, dar a los farmacéuticos y drogueros este reglamento que les sirva de norma para evitar los daños expresados”.

 

Fuentes consultadas: Historia de la Farmacia Venezolana, del Dr. Néstor Oropeza

La india de El Paraíso cumple 110 años

La india de El Paraíso cumple 110 años

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La india de El Paraíso cumple 110 años

     La famosa estatua de La India en la urbanización caraqueña de El Paraíso fue colocada hace 110 años.

     La obra diseñada por el escultor Eloy Palacios se programó originalmente para ser inaugurada por Juan Vicente Gómez el 5 de julio de 1911, con ocasión del centenario de la Independencia, pero de acuerdo a un comentario publicado en la revista El Cojo Ilustrado, el dictador se empeñó en que debía llevar el lema de su gobierno (Unión, Paz y Trabajo), lo cual demoró la instalación. Finalmente, la inauguración de la escultura se efectuó el 21 de agosto.

     Gómez también se negó a que el monumento fuese erigido en el Campo de Carabobo, donde se libró la batalla decisiva de la independencia venezolana, debido a que consideró que la desnudez de la india era un irrespeto a la majestad de los próceres que participaron en la Batalla de Carabobo.

     A lo largo de estas once décadas la estatua de la India ha tenido dos ubicaciones en la caraqueñísima urbanización del suroeste de la ciudad.

     Primero estuvo frente al Hipódromo Nacional, a la altura del Instituto Pedagógico, en la avenida La Vega o 19 de diciembre (hoy José Antonio Páez). Luego, en 1966, fue trasladada al lugar donde se encuentra actualmente, al final de la misma avenida, en la entrada de La Vega, para darle paso a la construcción del ramal del Distribuidor La Araña que da acceso a los túneles que comunican con la autopista sur que conduce al Cementerio, a El Valle y Coche.

     Raúl S. Esteves escribió en la revista Líneas, en la edición de junio de 1972, un amplio reportaje con minuciosos detalles acerca del concepto de la obra, incluidos costos y escogencia de los candidatos a diseñar el monumento concebido para perpetuar la victoria obtenida frente España, que selló la independencia de Venezuela, el cual presentamos a continuación:

EL PRIMER MONUMENTO A LA BATALLA DE CARABOBO QUEDÓ EN CARACAS, ES LA POPULAR “INDIA DEL PARAÍSO”, SU ESCULTOR FUE ELOY PALACIOS Y COSTÓ 189.900 BOLÍVARES

     Antes de que en la llanura de Carabobo, donde en 1821 fueron libradas gloriosas acciones por el Ejército Libertador, quedara instalado el monumento alegórico hecho por el escultor español Rodríguez del Villar ̶ fallecido hace años en Valencia̶ ̶ fue decretada la erección de otros conjuntos escultóricos, para dar cumplimiento a un Decreto del Parlamento de Colombia fechado el 23 de julio de 1821.

Boceto del Monumento a Carabobo, elaborado por el escultor Eloy Palacios (Maturín, estado Monagas, 1847 - La Habana, 1919)

     El 21 de septiembre de 1887, cuando ejercía funciones de Presidente Provisional de la República el general Hermógenes López, hubo una disposición presidencial mediante la cual se ordenaba colocar en la Plaza Bolívar de Valencia una columna de mármol de diez metros de altura ̶ es la que ahora se conoce como El Monolito ̶ “destinada a perpetuar la última gran victoria obtenida por los ilustres Próceres de la Independencia en territorio de Venezuela”, como se manifestaba en el único Considerando del decreto mencionado.

Otro monumento conmemorativo

     En la Memoria del Ministerio de Obras Pública correspondiente al año de la inauguración, se informa que por Decreto de fecha 5 de julio de 1904, se ordenó la creación de un Monumento en la llanura de Carabobo, y para llevar a cabo su ejecución, fue promovido por ese Ministerio un concurso entre los ingenieros y escultores venezolanos. Escogido el proyecto que resultó ser el mejor entre los que fueron presentados, se confió al escultor Eloy Palacios su realización.

     Palacios ̶ autor también del conjunto escultórico erigido en La Victoria para rendir tributo al reconocimiento a la heroica batalla que fue librada en esa población aragüeña por las fuerzas patrióticas al mando de José Félix Ribas ̶ quiso dar a su obra un estilo original y para ello ideó un nuevo proyecto que fue aprobado por los representantes del Gobierno Nacional. El escultor dijo ante un grupo de amigos que había logrado inspiración en el medio tropical, fundamentalmente en una expresión de la llanura venezolana: la palma real, tres de cuyos troncos unidos sustituyeron la columna clásica que era tradicional en ese tipo de esculturas. Expresó también que había recordado una bella leyenda indígena que pone en el penacho de las palmeras la habitación de los dioses y para lograr tal simbolismo, hizo surgir del mismo capullo de la enorme palmera al genio de la independencia, con la bandera de la libertad en su diestra, y una antorcha en su mano izquierda.

     Los ciudadanos que fueron comisionados por el gobierno nacional para diligenciar todo lo relacionado con el Monumento resolvieron hacer algunas modificaciones al respecto y con fecha 10 de diciembre de 1909 hubo un decreto mediante el cual eran reformadas las inscripciones que debía llevar el grupo escultórico y se ordenaba hacer la erección del conjunto en el Paseo Independencia de Caracas.

     Pero, considerándose que la obra había sido concebida para ser levantada en una llanura ̶ la de Carabobo ̶ y que aquel sitio había sido desechado por inconvenientes surgidos después de la fecha del primer Decreto, se escogió la para aquella época llamada Avenida de La Vega, en Caracas, como sitio adecuado donde podía destacarse el hermoso grupo de Palmeras.

     En cuanto a las inscripciones, éstas quedaron dedicadas a inmortalizar el 24 de junio de 1821 y a los héroes que surgieron de la Batalla de Carabobo, y finalizaba así: “El gobierno de la República, bajo la Presidencia Constitucional del General Juan Vicente Gómez, erige este monumento – 1911”.

     Bajo relieves representativos de acciones épicas, y en el sitio donde nace la palmera tridimensional destacan tres figuras femeninas tocadas con gorros frigios en representación de Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, en una trinidad que sería eterna para el Escudo de Armas de la Gran Colombia, decretado por el Congreso de Cúcuta el 4 de octubre de 1821.

La inauguración

     Para la inauguración del Monumento había sido fijado el 24 de junio, pero tal acto no pudo realizarse sino el 21 de agosto de 1911, y en aquella oportunidad pronunció un discurso el doctor José Gil Fortoul, Ministro de Instrucción Pública, quien señaló que con esa ceremonia se ofrecía una prolongación de las festividades del Centenario y se daba cumplimiento a un Decreto del año 21, que ordenaba tributar en Caracas los honores del triunfo al Ejército de la Independencia. Emocionado el doctor Gil Fortoul expresó “. . . en el centro del paisaje de incomparable belleza, armoniosamente cercado por montañas que, al amanecer, se visten de cálidas nieblas que ve luego el sol a acariciar con matices de nácar y rosa, en este valle de El Paraíso, donde verdea la inmortal caña dulce y agita amorosamente su verde penacho el chaguaramo, aquí, en este paseo donde por las tardes de oro y púrpura, viene a derramarse, bulliciosa la ciudad. . .” 

Otras características del monumento

     De conformidad con lo establecido en un Decreto Ejecutivo de fecha 30 de junio de 1905, el Gobierno Nacional asumió la responsabilidad de realizar el Monumento y fue nombrada ̶ por resolución de ese mismo día ̶ un Jurado que formaron los doctores Jesús Muñoz Tébar, Alejandro Chataing y Emilio J. Maury, el cual debía conocer del mérito artístico de los proyectos que fueron presentados. Estos señores hicieron público el Veredicto correspondiente el día 15 de julio.

     Hubo seis proyectos y se declaró mejor el que fue ejecutado por el ingeniero Manuel Cipriano Pérez, ya que tanto en su aspecto monumental como en el artístico, reunía las condiciones exigidas en el Decreto Ejecutivo de 1904. A este proyecto, según declaración de los miembros del Jurado, siguieron en mérito los que fueron enviados por los ciudadanos Andrés Pérez Mujica y Lorenzo González, quienes estudiaban con notorio provecho el arte de la escultura en París, pensionados por el Gobierno Nacional.

     El día 6 de julio fue escogido el presupuesto para la realización de la obra y resultó favorecido el de Eloy G. Palacios, cuyo monto fue de 189.900 bolívares.

     En justa medida de retribución por el mérito concedido a los trabajos de Pérez Mujica y de González, se resolvió que estos escultores realizaran dos de las estatuas que figuran en el basamento del conjunto. El primero haría la de Colombia y el segundo, la de Ecuador.

     El documento fue firmado el 20 de julio de 1905, y Palacios se obligaba a entregar ̶ montado de un todo ̶ el Monumento el 24 de julio de 1907, pero no pudo cumplir tal compromiso y solicitó un año de plazo.

     Adujo Palacios que no le era posible dar por terminada su obra sino en 1908, por haberse visto obligado a recomenzar varias veces el trabajo, para mejorar algunos detalles, y porque buscaba la más apropiada armonía del conjunto en su deseo de hacer algo que resultara digno de su objeto y con la mayor perfección artística.

     El Monumento a la India, o simplemente “La India de El Paraíso”, como se le conoce popularmente, estuvo frente al Instituto Pedagógico hasta el año 1966, cuando fue trasladado hasta la redoma que está en la entrada de La Vega, su ubicación actual, para dar paso a las obras de construcción de la autopista que enlaza el sur de la ciudad con la vía que lleva al litoral guaireño.

     El original grupo escultórico, exponente del refinado simbolismo artístico que era característico en aquel tiempo, con sus relieves alegóricos custodiados por cóndores, con la hermosa mujer india que conserva el gorro frigio y una antorcha en su mano izquierda, pero que no tiene la bandera originalmente señalada por el autor para que la llevara en su mano derecha, no fue nunca a Carabobo, aunque sí representó el primer monumento concebido para inmortalizar en bronce y piedra esculpidos, la acción gloriosa de quienes participaron con las armas de la República en la batalla libertadora de 1821.

La India en la redoma de La Vega, 2020
Eloy Palacios, escultor y pintor, autor del Monumento a la Batalla de Carabobo, conocido popularmente como “La India del Paraíso”
Traslado de la India del Paraiso, del Pedagógico a la redoma de La Vega, 1966

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Urbanización Los Chorros

     De nuevo Don Eugenio Mendoza, un ciudadano al que mucho le deben los caraqueños en realizaciones urbanas, busca lo pintoresco del paisaje. Los Chorros son el norte. Hacia allá van los caraqueños a bañarse en sus pozos La Llovizna y ño Leandro. Don Eugenio, con ideas pero sin capital, logra interesar a su amigo Don Salvador Álvarez Michaud, hombre dinámico en la empresa de urbanización. Fundan la “Compañía El Ávila” y comprometen al doctor Alfredo Jahn para los planos y el presupuesto.

     Alvarez Michaud compra otras haciendas adyacentes para sumarla a “Los Castaños” y ampliar la urbanización. Los terrenos son ofrecidos a locha y a medio el metro cuadrado. No obstante, la gente todavía reticente a moverse de su casa de Caracas, no se decide a vivir en Los Chorros. Se tropezaba con la lejanía y la falta de comunicación. El Dr. Santos Dominicci a quien Don Eugenio le ha apartado un terreno lo rechaza con estas palabras: “necesitaría levantarme a las cinco de la mañana para transportarme a mi Clínica en Coche, pues gastaría dos horas para ir y dos para venir”.

     Míster Cherry, gerente inglés del tren de Petare, tenía la solución: llevar una línea desde Agua de Maíz hasta los Chorros. Don Eugenio, Gerente venezolano de los tranvías Caracas, por fin lo convenció vendiéndole además un lote de diez mil metros. El doctor Alfredo Jahn hizo tender un puente desde la casa de Louis Schlageter hasta la urbanización, Don Louis, que tenía una casa de temporadistas desde antes de construirse la urbanización de Los Chorros, no se cansaba de alabar su agua. La ofrecía a sus visitantes como si fuera un refresco.

     Las primeras casas que surgieron allí fueron las de Alfredo Pardo, Silvestre Tovar, Lorenzo Herrera Mendoza, Bartolomé López de Ceballos, Andrés Pietri, Manuel Felipe Núñez, José Loreto Arismendi, Pedro Mendoza, Carlos Siso, Helena Sanabria de Vegas, Soledad Braun, Felicia de Guzmán. La mayoría de estas personas estaban animadas de un gran amor por la naturaleza; empezaron por plantar grandes árboles para robustecer la flora y detener las crecientes de la quebrada de Tócome. La Compañía El Ávila en aquel tiempo no tuvo ayuda alguna del Gobierno, hizo cloacas y carreteras. La urbanización nunca se inundó.

     Mister Cherry, totalmente enamorado del paisaje, fabricó allí una magnífica casa que amobló a todo lujo. Solía decirle a Don Eugenio en su español enredado: ̶ Oiga colega, yo me conozco toda Europa, África, Asia y Oceanía y me parecen mejor Los Chorros. Conozco los Llanos y los Andes de Venezuela, las playas del Orinoco y del Caribe y me parecen mejor los Chorros. De modo que si los Chorros son mejor que todo lo que conozco no hay un sitio mejor en el mundo.

Paseo Los Caobos

     Caracas era una ciudad rodeada de haciendas. Hacia abril de 1920 la Compañía El Ávila, que después se denominó “Compañía de urbanización del Este”, adquiere para urbanizar las haciendas La Guía y La Industria de José Antonio Mosquera, hoy el hermoso paseo de Los Caobos. Al frente de dicha compañía están de nuevo Don Salvador Álvarez Michaud y Don Eugenio Mendoza.

     La Hacienda constaba de 563.000 metros cuadrados vendidos en un millón cuatrocientos mil bolívares. Una fortuna crecida para la época. Don Eugenio logra reunirla en noventa días. Vale la pena copiar párrafos del documento: “Cuánto dinero no han ganado personas que han adquirido terrenos en El Paraíso, El Ávila y después los han vendido. Esta pregunta sería contestada por quienes han triplicado sus inversiones en poco tiempo con esta clase de operaciones”.

     El primero que contestó fue el General Gómez, suscribiéndose con Br. 100.000. Lo siguió Don Juancho Gómez con cincuenta mil, Rafael Requena, Félix Galavis, Gertrudis López de Ceballos, y su hijo, Bartolomé, Juan Manuel Díaz y otros compraron acciones. La venta de los terrenos fue de Bs. 8, 7, 4, 3, el metro cuadrado. La Municipalidad prestó su apoyo tendiendo un puente sobre el río Anauco.

     Pero luego la operación se estancó porque Gómez trató de que le cedieran gratuitamente el lote del Museo de Bellas Artes y la Compañía se opuso. Los Caobos fueron conservados contra viento y marea por Don Eugenio Mendoza que rechazó jugosos negocios para explotar allí madera.

     Las primeras casas que allí surgieron fueron las de los doctores Tomás Bueno, Ricardo Razetti, la Clínica de Salvador Córdoba, la del doctor Carlos Acedo Toro y la de Don Eugenio. Por mucho tiempo estuvo allí instalado el Jai-Alai y el Restaurant La Suiza.

San Agustín y El Conde

     En 1925 ya se está enseñoreando la fiebre de oro de Venezuela, valorizando los terrenos. No pueden hacerse ya grandes mansiones sin desembolsar grandes cantidades de dinero. Por aquel tiempo surge una clase de urbanización nueva, al alcance de la clase media y la clase obrera, simbolizados en San Agustín del Norte y del Sur. Nace el “Sindicato prolongación Caracas”, dirigido por Don Luis Roche y Juan M. Benzo. Los acompañan para iniciar la equitativa urbanización: Alfonso Rivas, Tomás Sarmiento y Juan Bernardo Arismendi.

     Sobre los terrenos de La Yerbera, de la sucesión Guzmán Blanco, se levantaron hileras de casas pequeñas, uniformes, donde se ha aprovechado minuciosamente el espacio. Algunas tienen las ventanas cambiadas por balcones. Cada quien puede tener su casa por las facilidades que se donan.

     Ya la casa de ventanas españolas, amplia y acogedora, es un recuerdo del pasado. La primera guerra mundial ha traído como consecuencia que la casa se visite de noche cuando se regresa del trabajo. La casa se transforma en dormitorio. El amor sale a dialogar a los parques, a los clubs, a los bailes.

     Hacia 1927, en los terrenos de la antigua hacienda del Conde San Xavier, nace la urbanización El Conde para la clase media. Con cierta amplitud sobre las casas de San Agustín, intercalándose algunas hermosas quintas, según la fortuna del comprador, el Conde viene a ser una prolongación de San Agustín. La construyeron los hermanos Machado Hernández.

Urbanización la Florida y otras

     Por 1928 Don Luis Roche y Arismendi compran una hacienda de frutos menores del doctor Tomás Bueno para construir La Florida. La nueva urbanización fue la primera en Caracas con 22 metros de ancho y es la que abre el camino hacia el Este.

     También por aquel tiempo Don Eugenio Mendoza construye a Sebucán, haciendo los planos Hermán Steling, Edgard Pardo y Henrique Sibletz. Cincuenta bolívares se pagaba como cuota inicial del terreno. Fue una urbanización para ricos y pobres. Sebucán nació el 15 de junio de 1928.

     Caracas crece, se mete en la hacienda, la hacienda se mete en la ciudad. La Hacienda Blandín, donde se tomó la primera taza de café en Caracas, fue transformada en el Country Club. Sus propietarios compraron aquellos terrenos a Bs. 5 el metro cuadrado.

     Nacen los Claveles en 1932, entre Puente Hierro y la Roca Tarpeya, urbanización también de Don Luis Roche, después de haber construido Don Bosco, al lado de la Florida. Se urbaniza el peaje, propiedad de Don Eugenio Mendoza que casi regala a la gente pobre aquellos terrenos. Su consigna fue que “ningún rico podía hacer allí inversiones”

     Fue la urbanización para la gente de escasos medios. Nombres de trabajadores hoy bendicen su nombre, como sus primeros pobladores: Valerio Piña, Jacinto Arias, Martín Herrera.

     Las haciendas siguen parcelándose. En la de San Felipe nace La Castellana. La hacienda de Andrés Ibarra se convierte en Bello Monte. Su trapiche es hoy la Ciudad Universitaria. Los campos de nardos, cercanos a Petare, alabados por Arístides Rojas, son hoy La California, La Carlota. Mariperez es la hacienda de Chacao, de María Pérez. Las haciendas de melojo, de Don Cruz Orta, forman parte de la segunda etapa de Los Caobos. San Bernardino se levanta sobre las frescas campiñas de Gamboa, pobladas de durazno y de flores.

     Luego viene Altamira, iniciada igualmente por Roche, más o menos en 1942. Esta urbanización ostentará la mayor plaza de la capital, de 28 mil metros cuadrados. Será el centro del Este, una población nueva que crece apresurada, hermosa y moderna.

El Silencio

     En 1942, día aniversario de la Fundación de Caracas, el presidente Medina Angarita iniciaba el primer paso para construir sobre un barrio miserable la Caracas magnificente del porvenir. Trescientas treinta y una casas ocupadas por 3.100 personas cayeron bajo la pica demoledora para levantar allí las airosas y pesadas torres de la Avenida Bolívar. Sería ya la arquitectura recia, el bloque de cemento entronizado, el vuelo vertiginoso de una ciudad que se incorporaba para siempre al progreso avanzado del mundo.

     Lo interesante sería saber si Caracas está construída con arte, técnica y belleza, para que en ella viva feliz una humanidad que supo encontrar antaño en la paz sus mejores goces. Una ciudad que fue esencialmente romántica. Una ciudad donde la casa era lugar de armonía y recogimiento.

     Solo podrían contestarlo los señores arquitectos que hoy se reúnen a su sombra a dialogar.

     Guinand, por ejemplo, no se ha acostumbrado nunca al maquinismo de la época y prefiere el crecimiento limitado de la ciudad, para que no desaparezca la vieja fachada con su rezumo de magnolias y jazmines. El arquitecto Rafael Seijas Cook, constructor de aquel original Teatro Pimentel y viajero del mundo, desde su despacho de la torre sur de la Av. Bolívar, compara la técnica en el tiempo con otros países y emite el juicio alentador de que estos rascacielos son buenos en cualquier parte del mundo. Pero para la mayoría de las personas la Avenida Bolívar no fue construida con toda la técnica armoniosa. Sus avenidas señalan al viajante casas a la mitad o superficies de aleros que roban la generosidad del paisaje.

     Para nosotros la ciudad no es la misma que añoramos con depósitos de tradición. Quedan por ahí plazas antiguas, viejas estatuas que la gente no conoce. Todo está simplificado, duro geométrico. El árbol airoso de la hacienda ha muerto en la ciudad. El Ávila refulgía como una esmeralda. Para encontrarlo hemos tenido que tomar un ascensor.

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte I

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte I

     A tres lochas (37 céntimos y medio) compraron el terreno para construir quintas en El Paraíso los primeros inversionistas que se animaron, en 1891, a comenzar a poblar la entonces aristocrática urbanización al suroeste de Caracas. Ya a principios del siglo XX, hacia el lejano este de la ciudad, podía conseguirse un buen espacio en las faldas del cerro Ávila, en Los Chorros, por alrededor de una locha o medio (0,25 céntimos) el metro cuadrado. En un reportaje publicado en el diario La Esfera, el 9 de diciembre de 1959, bajo el título de “Medio siglo de arquitectura urbana”, Ana Mercedes Pérez ofrece interesantísimos detalles en torno a cómo se levantaron las primeras urbanizaciones en Caracas para las diferentes clases sociales.

 

Cómo nacieron las urbanizaciones de Caracas

      La ciudad no es la misma de la historia, aquella de nuestros antepasados, ya ni siquiera la dueña singular de nuestros recuerdos en amados sitios de la juventud. No es la que nos vio nacer ni la que nos dio las aguas del bautismo. Pareciera que lleva un antifaz. A lo largo de los años la hemos visto crecer, expandirse, desarticularse, enervarse o recogerse más en la intimidad de un recodo para darle paso a la avalancha de un mundo exterior que quiso conocerla y hacerla suya. La luz esplendorosa, el paisaje azulino, el patio y su turpial, la gota silente del tinajero han sido encerrados en un bloque de cemento. Era la casa de ladrillos, levantada con amor por la mano del hombre.

     Quedan exteriores que hemos visto siempre. Ya para fines de siglo enarbolaba un soberbio Capitolio construido en noventa días, que no ha perdido la heroicidad de su belleza. La Plaza Mayor está en el mismo sitio, dirigiendo el norte de las remembranzas de una vieja Caracas de gustos simples. 

Parque Los Caobos, urbanización El Paraíso, 1928

     El Teatro Municipal refulge para los caraqueños plenos de remembranzas, de murmullos musicales, de arte, de poderío. Allí se han dado los mejores espectáculos y Guzmán Blanco se dio el gusto de perpetuar su memoria cerca de un siglo. Había soñado con hacer de esta capital un pequeño París, haciendo construir una capilla semejante a la de la Ciudad-Luz, con vitrales tan hábilmente dispuestos por el arquitecto Hurtado Manrique, que no se semejaran a ninguno.

     Su obra en conjunto tiene el elogio de unos y el anatema de otros, de arquitectos serios como Carlos Guinand, que nunca le perdonará el haber derribado el templo de San Pablo ̶̶ una joya colonial de tres siglos ̶̶ para colocar en su lugar un teatro para la Ópera, que ha podido construirse en otro sitio.

     Pero. . . ¡si en verdad Guzmán hubiese hecho de Caracas su pequeño París! No hay que olvidar que París es recordado y encontrado en toda época inalterable y único y que los venezolanos siguen perdiéndose en su propia ciudad.

Capilla San Jose de Tarbes

Terremotos

     Caracas ha sido una ciudad sacudida en diversos siglos. En 1641 y 1766 -según cronistas-, dos fuertes terremotos hacen caer algunas casas y agrietan algunos templos. Los templos de los españoles fueron nuestra mejor herencia. Aunque si le preguntamos de nuevo a algunos románticos nos responderán que dónde hemos dejado las casas solariegas con sus patios olorosos a magnolia, a jazmín real, a estefanón, aromas naturales que se percibían desde el zaguán. Las plantas surgían de la misma tierra, en caprichosos círculos. Verdadera arquitectura para el trópico. En Coro y Valencia aún existen algunas de esas mansiones, desglosando su frescor entre rosales.

     El terremoto de 1900 con la revolución de pánico que despertó, volvió timoratos a algunos en la construcción, aunque personas adineradas se hacen construir fuertes casas contra temblores en la urbanización del Paraíso, iniciada nueve años atrás. Alberto Smith trajo casas prefabricadas y Roberto García, arquitecto notable cuando Guzmán Blanco, constructor de la parte norte del Capitolio, se construyó una casa de metal que los caraqueños apodan “casa de latón”. Era un contrasentido, para quien hubiera podido construirse la casa más bella de Caracas. Surgen otras casas de hierro, recubiertas de cemento en dicha urbanización. 

Primer impacto destructivo

     La traída del ferrocarril alemán a fines del siglo  ̶ ̶ informa Guinand ̶ abrió el primer impacto de destrucción. Vinieron ingenieros alemanes a construir estaciones de cemento a lo largo del país. Desde ese momento la gente novelera, que siempre la ha habido en Caracas, cambió el piso de ladrillo y su frescor por la cálida materia consistente. Surgirán entonces las industrias del cemento, la de Chellini y la de González Velásquez y se parecerán la mayoría de las casas a estaciones de ferrocarril.

     Todo comienza por vaciarse en cemento, embarandados y tejas, las primeras prensas de cemento y su fabuloso beneficio empieza por aniquilar lo nuestro. Desaparecen las primeras casas con techos rojos. El ladrillo y la cal, donde el hombre deja un poco de su espíritu, es reemplazado por la dura superficie. Lo lamentable es que grandes y serios arquitectos de la época, como Alejandro Chataign, no advirtieron el peligro de tan deplorable mal gusto a los caraqueños. La diferencia se observa cuando visitamos y encontramos en el Perú y Argentina hermosas mansiones con repulidos pisos de ladrillos.

San Jose de Tarbes El Paraiso
Casas en las urbanizaciones de Los Caobos y El Conde, 1932

Urbanización de El Paraíso

     En los terrenos que pertenecían al trapiche de los Echezuría, se empezó a construir El Paraíso en 1891. La primera casa fue la del gerente Don Felix Ribas. Creemos, aunque no lo damos por seguro, que fue Monte Helena ya próxima a desaparecer; la pica demoledora ha caído sobre sus puertas de más de medio siglo. Las guerras civiles y revoluciones detuvieron el progreso del Paraíso en sus primeros años. Crespo en 1895 decide continuarlo. El terremoto de 1900 lo estanca. Fue cinco años más tarde cuando el viejo Don Eugenio Mendoza (padre de los Mendoza Goiticoa) logra convencer a su compañero de labores en el tranvía Don Félix Ribas, para que le venda a su gran amigo Don Carlos Zuloaga, los terrenos que partían desde la Plaza Madariaga hasta la India. El 11 de diciembre de 1905, Don Eugenio, a nombre de los Tranvías de Caracas, traspasaba a su amigo Carlos Zuloaga, la propiedad con excepción de los lotes ya vencidos y vendidos.

     Don Eugenio vendió terrenos Bs. 0,37 el metro cuadrado. Despertó entre sus clientes la inquietud por construir. Las hermanas de Don Félix cambiaron sus acciones en el tranvía por terrenos en el Paraíso. Las primeras casas que surgieron fueron la quinta Mignon, donde se fundó después el Club Paraíso, la de José Loreto Arismendi, la de Don Carlos Zuluoaga, de Doña Catalina Ibarra de Delfino y de Raimundo Fonseca.

     El Paraíso permaneció por muchos años como una de las urbanizaciones aristocráticas. Allí nació nuestro hipódromo,  en 1908,  sobre un terreno que donó Don Carlos Zuloaga a la Municipalidad para un parque. Hoy, en el nuevo proyecto de la Gobernación, se realiza su sueño cincuenta años después. 

     El Colegio San José de Tarbes aumentó el prestigio de El Paraíso. Don Carlos también les regaló un terreno para que construyeran la capilla. La Municipalidad construyó la Plaza Madariaga comprando a tres reales la vara cuadrada.

Segundo impacto: La pianola

     Hacia 1915 llega a Caracas un raro artefacto que podía tocar mecánicamente desde la sublime serenata de Chopin hasta el cuplé de moda. Entra su voluminosa arquitectura en algunas mansiones y con ella la fiebre del one step y el two step.

     Ya se inicia tentador el mosaico hidraúlico y aunque para bailar no hay como el discreto piso de madera encerada, ésta también se desecha por el multicolor y novedoso cuadrante. Segundo impacto de destrucción.

     La pianola termina por aniquilar la belleza de ciertos patios caraqueños, aún poblados de enredaderas y pajareras. Caen las “bellísimas” al suelo y con ellas el aroma penetrante de una noche de luna. Surgen los potes de cemento con matas de palma. Pero, naturalmente, los caraqueños ya pueden deslizar los pies musicalmente sobre el mosaico que ya empieza a entronizarse. Algunos propietarios, de mal gusto, lo incrustan hasta en las paredes de su casa. Se dan bailes en los patios, los que antes eran solo en el salón y el paraqué. La línea de la casa se alarga en su entrada y se recorta en la cocina. La gente empieza por guardar la apariencia.

 

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