Fundación de Santiago de León de Caracas

Fundación de Santiago de León de Caracas

El presente escrito del primer Cronista oficial de la ciudad, Enrique Bernardo Núñez, es un minucioso trabajo de investigación sobre los origenes de Caracas, fundamentado en documentos histórico de extraordinario valor encontrados en el Archivo Municipal; muchos de ellos, hasta entonces, inéditos.

 Por Enrique Bernardo Núñez

El descubrimiento por Francisco Fajardo de minas de oro en el lugar de los indios teques dio mayor importancia a la región llamada de los caracas
El descubrimiento por Francisco Fajardo de minas de oro en el lugar de los indios teques dio mayor importancia a la región llamada de los caracas

     El descubrimiento por Francisco Fajardo de minas de oro en el lugar de los indios teques dio mayor importancia a la región llamada de los caracas.     Mucho antes los españoles tenían noticias de estos venenos de oro, como se desprende de la relación que el gobernador Juan Péres de Tolosa hace al rey en 1548. La belicosidad de las tribus era obstáculo para poblarlas. Para esta época Guaicaipuro adolescente ha debido escuchar los relatos de los asaltos de esclavos en la costa de Borburata por los Cubagua y la Española. La conquista avanzaba por la Borburata hacia la nueva Valencia y el lago de Tacarigua y por la costa de los caracas hasta el valle del guaire. Nuestra Señora de la Concepción de la Borburata estaba fundada desde 1548 (27 de febrero).

     Francisco Fajardo comienza sus exploraciones en la costa de los caracas en 1555, el mismo año de la fundación de Valencia. Fajardo funda el Collado, en el mismo sitio donde hoy se halla Caraballeda, en 1560. De El Tocuyo y Barquisimeto fundadas en 1545 y 1552 salían tierra adentro las expediciones. También Villa Rica o Nirgua del Collado, ciudad de las Palmas o Nueva Jerez, entre Barquisimeto y Valencia, se funda a tiempo que Fajardo hacía sus primeras exploraciones.

     Para 1562 existían en la Gobernación de Venezuela siete pueblos de españoles con un total de siento sesenta vecinos o cabezas de familia. Los de Valencia y la Borburata no pasaban de veinte y cinco vecinos, por lo que se hallaban en gran riesgo de ser despoblados o destruidos.

     El gobernador Pablo Collado quitó el mando a su teniente Fajardo, fundador de un hato o ranchería en el valle de Maya o del Guaire, al cual dio el nombre de su patrono San Francisco, a seis leguas del Collado. El Gobernador envió a un Pablo Miranda a poblar las minas. Miranda hizo preso a Fajardo y lo remitió al Gobernador, y aunque éste luego lo dejó libre y envió a su villa del Collado, una vez que Miranda abandonó las minas por temor a Guaicaipuro, envió por su teniente a Juan Rodríguez Suárez, el fundador de Mérida (1561) y en guerra con Paramaconi, cacique de los toromaynas, fundó la villa de San Francisco, de efímera existencia. Rodríguez Suárez fue muerto por los arbacos en la loma de Terepaima cuando se dirigía al Tocuyo, depuesto por Collado que de nuevo dio el mando a Fajardo. Se dijo entonces que Fajardo no era extraño a esta muerte.

     En los mismos días Lope de Aguirre llegaba a Valencia. Fajardo bajó de nuevo al valle de San Francisco y solició auxilios del Gobernador. Este tenía en sus manos a los marañones de Lope de Aguirre, desbaratado hacía poco en Barquisimeto, y para deshacerse de ellos envió hasta ochenta con el andaluz Luis de Narváez, natural de Antequera, de los fundadores de El Tocuyo, y quien ya había estado con Juan de Villegas en la toma de posesión del Tacarigua y en la de Borburata. Pero Narváez y su gente fueron destruidos por los arbacos y meregotos en el alto de Las Mostazas, y solo escaparon dos españoles y un portugués para dar cuenta del desastre. Los marañones expiaron asi sus crímenes. Fajardo y los suyos tuvieron que salir de San Francisco, desde las alturas del camino vieron arder el pueblo, y a poco la propia villa del Collado se vio cercada por las huestes de Guaicaipuro.

     El licenciado Alonso o Alvaro Bernáldez, abogado de la cancillería de Santo Domingo donde tenía enemigos y protectores, fue enviado a tomar residencia a Collado. Lo halló culpable de negligencia en resistir a Lope de Aguirre y lo remitió preso a España. La tierra se hallaba en gran miseria y carestía. El licenciado no podía cobrar su salario, ni sus maravedises le alcanzaban para sostenerse. Despues de diez meses de gobierno tuvo a su vez que dar residencia al nuevo gobernador Alonso Pérez de Manzanedo, su deudo cercano, que sentenció a su favor. Pérez de Manzanedo muere el 23 de junio de 1563, después de nueve meses de gobierno, y Bernáldez asume de nuevo el mando, para el cual fue provisto por la Audiencia. Estaba de vuelta en Coro el 1° de enero del sesenta y cuatro. “La tierra, escribía, tiene necesidad de cabeza que la gobierne”. El valle de los caracas hacía brillar sus cálidos reflejos ante el único ojo del licenciado. Pensaba que cobraría prestigio en la Corte, aseguraría el gobierno, si llegare a ofrecerle la conquista o pacificación de los caracas. Nombró por capitán al mariscal Gutierre de la Peña que ambicionaba el cargo de Gobernador. Surgieron desavenencias entre ambos, o entre la autoridad civil y la militar. Bernáldez culpaba a Gutierre del fracaso de la expedición. No se dio prisa ni juntó gente, y se dilató tanto que los indios tuvieron tiempo de prepararse a la defensa. La real cédula de 17 de junio de 1563 mandaba hacer el castigo. Bernáldez decidió dirigirlo personalmente. Juntó gente en Coro, Borburata y Valencia, y con cien soldados llegó hasta la sabanas de Guaracarima, o junto al río de Cáncer. Los indios en gran multitud le cerraban el paso. Bernáldez se puso a hacerles discursos de paz, pero los indios respondieron con las armas e hicieron en sus filas todo el daño que pudieron, aunque solo hubo un negro muerto y siete heridos que luego sanaron, porque las flechas no tenían hierba. Entre los heridos se hallaba Sancho del Villar. Bernáldez se retiró para evitar mayores daños, “y por ser la tierra alta y montañosa”, y fue acuerdo del Real que se volviese por socorro.

Plano topográfico de una parte del valle de Los Caracas, en 1567, elaborado en 1913
Plano topográfico de una parte del valle de Los Caracas, en 1567, elaborado en 1913

     El valle de San Francisco estaba protegido por aquella muralla viviente. Animados por sus victorias habían matado más de noventa cristianos, y se disponían a caer sobre Valencia y la Borburata. El gobernador Pérez de Manzanedo calculaba que se necesitaban cuando menos doscientos hombres bien aderezados para sujetarlos. El licenciado Bernáldez proyectó nueva expedición y nombró para dirigirla a Diego de Losada, hombre ya avanzado en la cincuentena. Fue difícil convencerlo. A la postre se rindió a los deseos del Gobernador. En estos preparativos llegó al Tocuyo, en el mes de mayo de 1566, nuevo gobernador, Pedro Ponce de León. Tomó residencia a Bernáldez. Lo halló culpable, entre otros delitos, de haber permitido comercio con los corsarios ingleses, y lo mandó a presentarse ante el Consejo, previa fianza de veinte mil pesos oro. En cuatrocientos mil ducados se calculaba el beneficio de los corsarios. Ponce de León se halló con la situación planteada por los indios caracas y la necesidad del oro de las minas para las rentas, o con mas propiedad el salario del Gobernador y sus oficiales. Confirmó el nombramiento de Losada, y el 15 de diciembre de 1567 pudo anunciar al Rey el suceso de su teniente en la provincia o región de los caracas. “que con la gente que llevó tiene poblados los dos pueblos que los indios habían despoblado”, no sin decir de paso, “que no poca gloria le cabía a él, Ponce de León, en cosa tan importante”. Eran tantos los naturales añadía el Gobernador, que Losada pretendía fundar otros dos pueblos, y porque con las fama de las minas de oro acudía mucha gente de otras partes, con sus hijos y mujeres. 

     Estos dos pueblos no eran otros sino Santiago de León y Caraballeda, ya que San Francisco y el Collado, aunque no existiesen, se daban por fundados. Con más claridad, después de cumplir con la formalidad de “repoblar”, Losada y su gobernador prescindían sin decirlo, de San Francisco y el Collado, y daban así origen a infinitas confusiones.

     Es cierto que cuando hizo su entrada Diego de Losada, ya la región de los caracas abundaba en huellas españolas. El valle de las Adjuntas o de Macarao tenía el nombre de Juan Jorge Quiñones (valle de Juan Jorge) y el de Turmerito el del portugués Cortés Rico, ambos compañeros de Fajardo. A 12 leguas de la ciudad, donde el Guaire se junta con el Tuy, se extendía el valle de Salamanca o de los Locos, nombre dado por Juan Rodríguez Suárez. Los mariches habían conocido los estragos de los arcabuces y de un cañón pequeño, que disparó contra ellos Luis de Ceijas, compañero de Pedro de Miranda. En poder de Guaicaipuro estaba su mejor trofeo de guerra, el estoque de “siete cuartas” de Juan Rodríguez Suárez. Los indios de la costa tenían pedazos de espadas, y de uno de éstos sirvióse Tiuna, de Curucutí, para amenazar a Losada en el combate. Los mariches tenían pedazos de camisas blancas enviadas por los toromaynas, camisas de los cristianos muertos por ellos, y las agitaban como banderas ante los invasores. Los de la costa tenían los ornamentos pontificiales del obispo de Charcas y muchas alhajas, presas de un navío que recaló en Guaycamacuto, perseguido por un corsario. Los meregotos, en cambio, ocultaban la plata de la expedición de Narváez. La expedición de los caracas llegó a ser presagio de mala ventura.

     Losada quiso aprovechar la experiencia de las anteriores. Trazó cuidadosamente su plan de operaciones. Su objetivo era el valle de San Francisco, y desde allí haría frente a los ataques de los indios. La tierra de los caracas era lluviosa y dispuso la partida para la estación seca. Llevaba consigo a muchos veteranos de aquella región. Martín de Jaen, Juan de San Juan y Luis de Ceijas asistieron a la tercera expedición de Fajardo. Jaen fue con Lázaro Vásquez de los primeros alcaldes del Collado y acompañaron a Fajardo en su viaje de Caruao a Valencia. A Julián de Mendoza, testigo de la fundación de San Francisco. A Pedro Alonso Galeas, el marañón que se le huyó a Lope de Aguirre en la Margarita, y a Juan Serrano y Pedro García Camacho, sobrevivientes de la expedición de Narváez. A Francisco de Madrid, que hizo la campaña de Bernáldez, y quedó por algunos días con el Real en las sabanas de Guaracarima. Además, Luis de Salas salió para la Margarita en busca de los guaiqueríes de Fajardo que habían jurado volver a vengarse de Guaicaipuro. Llevaba consigo a Diego de Montes, gran conocedor de bálsamos y hierbas y maestro de cirugía, famoso por la operación practicada a Felipe de Hutten durante su entrada a tierras del Meta, y primer fundador de Nirgua. Y a Cristóbal Cobos, hijo de Alonso Cobos, el que ajustició a Fajardo. Y como prenda de fortuna a Francisco Guerrero, el renegado, un viejo andaluz que se halló cautivo en Constantinopla y asistió con Solimán al sitio de Viena en 1529. Venían de diversas regiones del globo. De España, de Italia, de África y Portugal. De Coro, la Borburata y el Tocuyo. Habían estado en las guerras de África, en el saco de Roma, en las provincias de Papamene y de los choques, en el Perú, en el Meta y el Apure. Llevaba gran cantidad de bagajes, rebaños de la Nueva Valencia, ofrecidos por el teniente de gobierno Alonso Díaz Moreno, semillas de legumbres, de acuerdo con lo establecido sobre fundación de ciudades. Losada aparecía como el jefe de la expedición, pero el verdadero general era el apóstol Santiago. Losada le hizo voto de consagrarle su conquista. Además, en Nirgua, a fin de reforzar la protección celeste, Losada decidió festejar el veinte de enero, día de San Sebastián, a fin de invocar su protección contra el veneno de las flechas, y le ofreció dedicarle una blanca ermita. Veinte hombres a caballo y más de ciento treinta infantes, Oviedo no alcanza a dar el nombre de todos ellos, componían propiamente el ejército.

     Losada salió del Tocuyo en los comienzos de 1567, y por Pascua Florida se hallaba en el valle de Cortés Rico, llamado en lo sucesivo Valle de la Pascua. A principios de abril pasa el Guaire y acampa en el valle de San Francisco. De todo lo expuesto no parece caber duda de que el año de la fundación de Caracas es el de 1567. En cuanto al mes y día será preciso acudir a la tradición. La más antigua señala el 25 de julio y algunas presunciones vienen a favorecerla. Era costumbre de los fundadores asociar el nombre de la comarca o región al de la fiesta del día. Así San Juan de Ampués dio principio a la fundación de Santa Ana de Coro el 26 de julio de 1527, día de Santa Ana. Así Juan de Carvajal funda Nuestra Señora de la Concepción del Tocuyo el 7 de diciembre de 1545, víspera de la Inmaculada. Así Garcí González de Silva la del Espíritu Santo de Querecrepe, tierra de los cumanagotos, en los días del Pentecostés. Aunque nada de particular tendría que el acta de fundación se hubiere dado en el mismo abril. De antemano Caracas estaba dedicada a Santiago, apóstol de España y su grito de guerra desde que el rey don Ramiro venció a los moros en la batalla de Clavijo. Losada lo invoca en la cuesta de San Pedro, frente al ejército de Guaicaipuro, y luego de la batalla de Maracapana, en el mismo vale de San Francisco. Losada ha debido recordar la casa paterna en Río Negro, en el camino de los peregrinos que iban a Compostela.

     Los cronistas hablan de “reedificación” de ambos pueblos ̶ los de San Francisco y el Collado ̶, si reedificación puede llamarse las de unas chozas cubiertas de paja, quemadas por los indios. Esto de reedificación no puede tomarse sino en su aceptación de “construir de nuevo”, o como ligereza o hipérbole de conquistadores y cronistas. Fue la de San Francisco una villa de pocos días. En cambio, Santiago de León subsiste hasta hoy. Al parecer, Santiago no fue fundada en el mismo sitio de San Francisco. El primero en decirlo es el propio fray Pedro Simón, quien, como Aguado, emplea el término “reedificar”. “Reedificó los dos pueblos, aunque no en los mismos sitios, llamándolos al uno Nuestra Señora de los Remedios y al otro Santiago de León, a devoción del Gobernador, porque quedase embebido en el nombre del pueblo parte del suyo”. A mediados del siglo XIX, los redactores de “La Opinión Nacional” hojeaban el “Diccionario Histórico Geográfico” del jesuita italiano Juan Domingo Coletti y vieron con sorpresa que se refería a dos ciudades, San Juan de León y Santiago de León, fundadas ambas en la provincia de Caracas, «en una amena llanura”. Solicitaron la opinión de Arístides Rojas (“Bibliófilo»), y éste publicó en aquel diario, el 10 de mayo de 1875, un artículo titulado “Orígenes Geográficos de Caracas”, en el cual refuta las afirmaciones de Coletti. Rojas habla en dicho artículo de la situación de San Francisco. Para el hato de Fajardo y la villa de San Francisco, Rojas señala a Catia y alrededores del Caroata o Carguata y el cerro del Calvario, “lugares desprovistos de vegetación”. Es lo que se desprende del relato de Oviedo. Y aunque en su descripción de la Provincia Juan de Pimentel emplea asimismo la palabra “reedificar”, dice que Losada dio principio a la fundación en las cercanías de Catuche o Catuchaquao, río o quebrada de las Guanábanas. Sea lo que fuere, ambos sitios, de Naciente a Poniente, cubre hoy la ciudad de Caracas. Con más exactitud, la planta de la nueva población quedaba entre el Catuche y el Caroata.

Diego de Losada pobló en 1567 los dos pueblos que en la región de los caracas los indios habían despoblado. Óleo sobre tela, obra de Antonio Herrera Toro. Concejo Municipal de Caracas
Diego de Losada pobló en 1567 los dos pueblos que en la región de los caracas los indios habían despoblado. Óleo sobre tela, obra de Antonio Herrera Toro. Concejo Municipal de Caracas

     Esto de cambiar de sitio las ciudades era frecuente en aquellos tiempos. Nueva Segovia de Barquisimeto, fundada primero en el río Buría, cambió de sitio cuatro veces. “Y nadie, dice fray Pedro de Aguado, se debe maravillar de que una ciudad o república se haya mudado tantas veces y con tanta facilidad, porque como para hacerse una casa de las que en estos vecinos moraban no fuesen menester muchos materiales de cal, piedra y ladrillo, sino solamente casas de arcabuco y paja de la cabaña, con mucha facilidad harían y desharían una casa de estas, y también porque los oficiales y obreros que las habían de hacer les costaba muy poco dinero. . .” Idéntica observación hace Oviedo cuando los vecinos de Caraballeda decidieron abandonarlo en 1586, para resistir al gobernador Luis de Rojas que pretendía intervenir en la elección de los alcaldes aquel año: “trasmigraciones que se hacían con facilidad en aquel tiempo, porque siendo las casas de vivienda unos bujios de paja, no reparaban los dueños en el poco costo de perderlas. . .” La guerra y las enfermedades influían asimismo en tales mudanzas. Nirgua cambió de sitio varias veces. Trujillo fundada en 1556 por Diego García de Paredes, fue llamada la ciudad portátil por las veces que hubo de cambiar de asiento. Es de imaginarse lo que sería la villa de San Francisco, rodeada de enemigos y con tan escasos pobladores. Los vecinos de la Borburata la abandonaron asimismo después del saqueo de los franceses, y se trasladaron a Valencia y a Santiago de León.

     Parece que por un momento ante el número de emboscadas y guazábaras que le daban los indios, Losada pensó salirse y abandonar su conquista. El propio Losada recibía una herida bajo la celada a la entrada de los mariches. Los víveres escaseaban. Los corsarios infestaban la costa de la mar. Ante él se extendía el valle de grandes sierras, regado por cuatro ríos. La sabana cubierta de cujíes. A poco Juan Salas de la Margarita. Apenas traían quince europeos, entre ellos Lázaro Vásquez Rojas, y sesenta guaiqueríes, pero buena cantidad de bastimentos. Salas no pudo acudir a la cita de la Borburata, según estaba convenido, porque los franceses saqueaban por aquellos días a Cumaná y Margarita, y luego en el mismo mes de marzo, a Borburata, y se vio obligado a ir con sus piraguas a Guaycamacuto. Con aquel refuerzo, y en medio de los cuidados de la guerra, Losada se decidió a emprender los trabajos de la fundación. El emperador Carlos V y luego su hijo y sucesor Felipe II habían dispuesto con prolijidad la forma que debía guardarse en la fundación de las poblaciones, y las calidades de la tierra, ya fuera en la costa de la mar o en la tierra dentro. Procurarían tener el agua cerca para su fácil aprovechamiento y los materiales necesarios para edificios, tierras de labor, cultura y pasto. El Gobernador en cuyo distrito estuviere declararía si lo que se ha de hacer es ciudad, villa o lugar, y conforme a lo que se declaraba, se formaría el   Concejo, República y oficiales de ella. 

     Si era ciudad metropolitana tendría doce regidores. Si diocesana o sufragánea, ocho regidores. Para las villas y lugares habría cuatro regidores. (Santiago de León tuvo en sus comienzos cuatro regidores). Parte del territorio se asignaba a los solares, propios, ejidos y dehesas para el ganado, y el resto se dividía en cuatro partes así: una para el fundador y las tres restantes en partes iguales para los pobladores. Plazas, calles y solares, debían repartirse a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ella las calles a la puerta y caminos principales, y éstos con tanto más compás abierto, que, aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma. La plaza mayor estaría en el centro. Su forma en cuadro prolongada, cuyo largo sería “una vez y media de su ancho”, por ser así más a propósito para las fiestas de caballos. Su grandeza proporcionada al número de sus vecinos, y en consideración a que las poblaciones puedan ir en aumento, no debía ser menos de doscientos pies de ancho y trescientos de largo, ni mayor de ochocientos pies de largo y quinientos treinta y dos de ancho. Y quedaría de buena proporción, si fuere de seiscientos pies de largo y cuatrocientos de ancho. De ella se sacarían las cuatro calles principales, una por medio de cada costado y dos más por cada esquina. Las cuatro esquinas mirarían a los cuatro vientos principales, para no hallarse expuestas a los dichos vientos, y las cuatro calles tendrían portales para comodidad de los tratantes. (Estos portales no los tuvo la plaza mayor de Santiago de León hasta 1754). El templo debía estar separado de otros edificios, que no pertenezcan a su calidad y ornato, y algo levantado del suelo, para ser visto y venerado de todas partes, de modo que se había de entrar en él por gradas. Entre la plaza mayor y el templo se edificarían las casas reales, cabildo y concejo, aduana y atarazana, a fin de que en caso de necesidad se puedan socorrer. (El sitio de estas casas las señaló Losada en la esquina del Principal). Las calles serían anchas en lugares fríos y angostas en los calientes. Anchas donde hubiese caballos, porque así convenía para la defensa. (Las calles de Santiago tuvieron en sus comienzos treinta y dos pies de ancho). Hecha la planta y repartidos los solares, cada uno de los pobladores armaría su toldo, a cuyo efecto debían llevarlo con las demás prevenciones, o harían ranchos o ramadas para protegerse, y con la mayor diligencia rodearían la plaza con cercos y palizadas para defenderse de los indios. Se disponía así mismo que la fundación se hiciese con paz y consentimiento de los naturales. Estos, en el valle de los Caracas, se negaban a prestar tal consentimiento.

     El acta de fundación de Caracas se ha perdido, pero no es difícil imaginar su contenido. En ella se haría constar con toda clase de pormenores y circunstancias del mandato recibido, cómo el teniente de gobernador y capitán general Diego de Losada, por el gobernador Pedro Ponce de León, después de señalar con cruz de madera lugar y sitio para la iglesia, casas de cabildo y plaza mayor, y de haber colocado en el centro el rollo o picota de la real justicia, montó a caballo, cubierto con todas sus armas y espada en mano, con sus pendones y banderas desplegadas, dijo en altas voces, cómo en aquel sitio, poblada en nombre de Dios y del Rey una villa a la cual puso el nombre de Santiago de León de Caracas, en honor del patrón de España y del Gobernador. Y que si alguna persona lo quisiese contradecir lo defendería a pie y a caballo. Y en señal de posesión dio golpes a la espada en la tierra, y los que estaban presentes respondieron: ¡Viva el Rey! No faltará seguramente en el acta relación detallada de lo ocurrido en la expedición desde El Tocuyo hasta el valle de San Francisco. Luego podrá leerse la firma de Losada, la del veedor, la de los testigos principales y la del escribano Alonso Ortiz. Tampoco es difícil imaginar la escena. Losada está a caballo, en el centro, junto a Gabriel de Ávila, alférez mayor, hombre de treinta años, Francisco Infante y su sobrino Gonzalo de Osorio, que van a ser primeros alcaldes. Los de a pie y de a caballo forman un cuadro entero con sus rodelas, espadas y arcabuces. Es decir, los ciento y cincuenta hombres del ejército, disminuido con las bajas de Francisco Márquez y Diego de Paradas. Entre ellos véanse los hijos del gobernador Ponce de León: Pedro, Francisco y Rodrigo. A Tomé y Alonso ndrea de Ledesma, de los fundadores de Trujillo, y a los que van a ser primeros regidores: Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Antequera y Sancho del Villar. El padre Blas de la Puente y el Fraile Baltasar García, capellanes de la expedición, y aquel soldado Juan Suárez, tocador de gaita. No faltan en esta escena las mujeres, entre ellas Elvira de Montes, mujer de Francisco de Vides e Inés de Mendoza, de Pedro Alonso Galeas, que valerosamente han corrido las contingencias de la aventura. Más allá, al fondo, de los “ochocientos hombres de servicio”, contemplan la escena.

     La ciudad era planta exótica en el valle. No solo tenía sus enemigos en las naciones de indios que la rodeaban sino entre sus mismos fundadores. Con motivo del reparto de tierras y encomiendas, la ciudad se dividió en dos partidos: el de Francisco Infante y el de Diego de Losada. Infante fue al Tocuyo, a deponer contra Losada, y el Gobernador Pedro Ponce de León le revocó los poderes y nombró para sucederle a su hijo Francisco. Muchos de sus parciales siguieron a Losada, y Santiago, de León, se vio a punto de ser despoblada.

FUENTES CONSULTADAS

  • Cónica de Caracas. Caracas, Núm. 1, enero 1951; Págs. 23-34.

Inauguración del Hotel Potomac

Inauguración del Hotel Potomac

Momento de la bendición del hotel por parte de monseñor Jesús María Pellín, lo acompañan el empresario Heraclio Atencio Bozo y su esposa
Momento de la bendición del hotel por parte de monseñor Jesús María Pellín, lo acompañan el empresario Heraclio Atencio Bozo y su esposa

     La urbanización San Bernardino anotó en los primeros días de noviembre de 1949 un acontecimiento espectacular. La inauguración del Hotel Potomac que convirtieron a las avenidas Vollmer y Caracas en las avenidas “Lumier” de la capital venezolana, por la irradiación de luz de su artística y potentemente iluminada fachada que da a su recinto nueva vida de esplendor.

     El Potomac fue uno de los hoteles de categoría ejecutiva construidos en esa urbanización caraqueña, entre 1944 y 1950. Junto con el Waldorf y el Astor. Los nombres de estos hoteles, de evidente referencia estadounidense, estaban cónsonos con las exigencias de los ejecutivos y diplomáticos que hacían vida en esa zona de Caracas. Para la época, la embajada americana tenía su sede en San Bernardino, al igual que reconocidas empresas norteamericanas como la petrolera Shell y la de bebidas gaseosas Coca Cola.

     El Hotel Potomac, propiedad del empresario Heraclio Atencio Bozo (1909-1974), contaba con un hermoso lobby con un estilo Art-Decó, pisos recubiertos con mármol de carrara y paredes decoradas con pinturas del joven Graziano Gasparini, quien entonces realizaba sus primeras participaciones como arquitecto en el país.  

     En la planta baja, también tenía la fuente de soda denominada Pacifico, la cual se hizo muy famoso por su chef, que fue traído directamente desde Francia. Dicen que allí se preparaba el mejor Banana Split de Venezuela. También fueron muy requeridas sus hamburguesas, hotdogs y sandwiches.

     Las 150 habitaciones se encontraban en los 4 pisos superiores. Todas amplias, con hermosas vistas y muy finamente decoradas. Contaban con baño privado, regadera con agua caliente; teléfono, servicio de limpieza y comida. El costo diario de alojamiento en habitación sencilla, al momento de apertura, era de 20 bolívares, poco menos de $6, al cambio de la época.

     A mediados de la década de 1950, Atencio Bozo tuvo problemas políticos con la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, por su relación con dirigentes del partido Acción Democrática (AD), por lo que tuvo que abandonar el país. La administración y gerencia del hotel quedó entonces en manos de Albino Leal, uno de sus empleados de mayor confianza.

    En 1958, luego del derrocamiento de Pérez Jiménez, Heraclio Atencio retornó al país, asumiendo nuevamente las riendas de su hotel hasta comienzos de la década de1970, cuando, por cuestiones de salud, decide venderlo por 13 millones de bolívares. El nuevo propietario era, el también empresario, Franco Luciano, quien lo administrará hasta finales de los 70. En 1978, la Electricidad de Caracas adquiere el hotel y, poco más de diez años después, encontrándose la estructura del Potomac muy deteriorada, lo vende a unos empresarios. El hotel es demolido y en sus terrenos se construye un local de comida rápida (Wendy´s), que posteriormente daría paso a un automercado (Excelsior Gama).

     El Hotel Potomac marcó una época en una Caracas atraída por inmigrantes, artistas, deportistas, políticos… Entre sus más célebres huéspedes destacan el escritor Gabriel García Márquez, quién escribo la novela «Cuando era feliz e indocumentado» mientras vivía en sus instalaciones.

Vista del hall del hotel, en la que se aprecia una de las pinturas del joven arquitecto Graziano Gasparini
Vista del hall del hotel, en la que se aprecia una de las pinturas del joven arquitecto Graziano Gasparini

     También estuvo alojada allí, en los años 50, la legendaria cantante polaca de origen judío Weronika Grynberg, mejor conocida como Wiera Gran, de visita en Caracas, para interpretar temas de Edith Piaf. Pero, sin duda, lo que marcó la historia del hotel fue el secuestro del goleador argentino Alfredo Di Stéfano, alojado allí, mientras su equipo, el famosísimo Real Madrid, competía en un torneo internacional en Caracas, en agosto de 1963.

     La Saeta Rubia, como apodaban al célebre jugador, fue retenido durante 80 horas por el movimiento guerrillero, Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), como una estrategia propagandística, para dar a conocer al mundo la lucha revolucionaria que sostenía en Venezuela un sector de la izquierda.

     La inauguración del hotel fue todo un acontecimiento. La prensa nacional se hizo eco de ello, en particular, la revista Elite, en cuya edición del 12 de noviembre de 1949 se publicó un amplio reportaje sobre el evento de apertura del moderno hospedaje caraqueño. 

Baile de gala celebrado en uno de los salones del hotel, amenizado por la orquesta de Aldemaro Romero
Baile de gala celebrado en uno de los salones del hotel, amenizado por la orquesta de Aldemaro Romero

Cocktail inaugural

     “El sábado 5 de noviembre se congregó en el Hotel Potomac “toda la Caracas de las grandes solemnidades”. Basta decir que fueron testigos de la bendición de sus salones y dependencias, todos los formadores de ese gran libro que se titulará el “Quién es quién en Venezuela”; los que, con personalidad definida y firme, son creadores y forjan el mañana.

      Reunión numerosa y cordial en la que los invitados, al congregarse, encontraron el escenario más adecuado a sus aspiraciones y deseos. El comedor, el Bar, el Hall y la incomparable terraza del Hotel fueron testigos mudos de la satisfacción, y su muestra más palpable, la prolongada estancia y sus expresivas manifestaciones augurando al Hotel el éxito más completo.

El Hotel Potomac convirtió a las avenidas Vollmer y Caracas, de San Bernardino, en las avenidas “Lumier” de la capital venezolana
El Hotel Potomac convirtió a las avenidas Vollmer y Caracas, de San Bernardino, en las avenidas “Lumier” de la capital venezolana

Baile de gala

     El comedor del Hotel, con su artístico decorado sobrio pero exquisito; pleno de belleza y con el completo echado. La cena suculenta servida por manos femeninas de uniformadas mesoneras que sonríen un poco cortadas por la solemnidad del acto, y el Bar, la fábrica de optimismo, despachando incansable materia prima.

    La concurrencia selectísima en atuendo de reunión de gala, muestra su agrado al comenzar el baile que se inicia al terminarse de servir la cena, y es entonces cuando se pone de relieve en todo su esplendor la belleza de las Damas, esa belleza “sui generis” de la mujer venezolana, que une a su figura cincelada por genial orfebre, el rostro ideal, en el que los ojos indiscretamente parleros hablan y ríen, prometen y niegan, pero casi siempre dicen un sentimiento amoroso de piedad.  

     Ese mirar que habla de vuestra ternura de madrecitas buena ¡os hace adorables, mujeres venezolanas! Y al cronista que no puede impedir que la vida le lleve rápidamente barranco abajo por la antecámara de la extinción, le pasa lo que al marino jubilado, que cuando contempla el mar… ¡suspira! . . .  pero bendice el momento en que pudo contemplaros y en que, por obra de la virtud inmarcesible de vuestro tierno mirar, vivió intensamente recuerdos de pasadas dichas.    

 

Una orquesta de maestros

     Un acierto la Orquesta de Aldemaro Romero, formada por verdaderos profesores que hacen en su arte geniales creaciones. No podía ser menos; la orquesta tenía necesariamente que encuadrar en el espléndido marco de la reunión. ¡A tal señor, tal honor!

     No es extraño que la orquesta Aldemaro tenga éxito, lleva como TAO, como su insignia señera, a la Estrella Elisa Soteldo, que con su voz pastosa que emociona, canta con el alma en los labios. . . ¡como dice en la canción la bella criatura! El inolvidable Federico te diría un piropo con fervor de oración: ¡Morenita y con ojeras de terciopelo morao! ¡Que el camino de tu vida esté sembrado de flores. . . sin espinas!

     Y así, cantando y bailando, y entre risas y promesas y optimismo y vida, bajo un bellísimo cielo bordado de cirros prometedores de bonanzas, se desliza, demasiado rápida, una noche inolvidable en la que la sociedad caraqueña inicia sus reuniones en los magníficos salones del Hotel Potomac.

     ¡El Hotel Potomac ha entrado en la vida social caraqueña por la puerta grande!

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 12 de noviembre de 1949

  • El Nacional. Caracas, 7 de noviembre de 1949

  • El Nacional. Caracas, 24 y 25 de agosto de 1963

  • Momento. Caracas, 28 de abril de 1965

El escudo de armas de la Ciudad de Caracas

El escudo de armas de la Ciudad de Caracas

Enrique Bernardo Núñez, escritor, periodista y Cronista de la ciudad de Caracas, publicó, en 1951, en la revista Crónica de Caracas, un magnífico estudio fundamentado en documentos de los siglos XVI y XVIII, y en una investigación de Arístides Rojas

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Enrique Bernardo Núñez

     “Por real cédula despachada en San Lorenzo del Escorial, el 4 de septiembre de 1591, y a petición del procurador general Simón Bolívar, Felipe II concedió por armas a la ciudad de Caracas “en campo de plata de un León de color pardo, puesto en pie, teniendo entre los brazos una venera de oro con la Cruz roja de Santiago, y por timbre un coronel de cinco puntas de oro”. Esta real cédula ha desaparecido. Por lo menos no existe en el archivo del Ayuntamiento. Quizás pueda hallarse en el Archivo de Indias, de Sevilla, o en Santo Domingo. O sin ir más lejos, en el enorme material no clasificado que se halla en el Archivo Nacional. O entre los papeles sepultado en el olvido de algún afortunado anticuario. Se sabe de ella por la cita que hace José de Oviedo y Baños en el Cap. VIII, Libro V de su Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela. Madrid, 1723.

     La misma descripción se hace en el memorial fecha 21 de marzo de 1763, dirigido por el Ayuntamiento al rey en el Supremo Consejo de Indias. Allí se pide, entre otras cosas, que el nombre de Nuestra Señora ennoblezca el escudo de la Ciudad con estas palabras: AVE MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ SIN PECADO CONCEBIDA: “Un león de color pardo puesto en pie, teniendo entre los brazos una venera de oro con la Cruz de Santiago y por timbre un coronel de cinco puntas de oro. . .”

     El Rey Carlos III lo acuerda en San Lorenzo, a 6 de noviembre de 1763, recibida en Caracas el 22 de enero de 1764. Por esta real cédula se declara que la orla del escudo debe ser “en los términos que se previenen por la ley 44, título 22, libro I de la Recopilación de estos Reynos, y no en el modo que proponéis y referís . . .” Suscitóse una discusión acerca de cuáles serían los términos de dicha orla. Sostenía el Ayuntamiento que muy bien podría ser AVE MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ SIN PECADO ORIGINAL EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER NATURAL (*) El Gobernador José Solano, por auto de 5 de julio de 1765, dispone se consulte de nuevo al Rey. La ciudad lo hace en un largo informe, fecha 1 de julio 1765. Alegaba que por hacer más breve la leyenda habían omitido la palabra ORIGINAL. Desde el Pardo, a 13 de marzo de 1766, el rey dispone que la orla del escudo sea en los precisos términos de AVE MARÍA SANTÍSIMA SIN PECADO CONCEBIDA EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER NATURAL. Esta real cédula recibióse en Cabildo el 12 de junio de 1766. Disponía además que no se pusiese dicha orla en el real pendón “y solo se pueda poner en las Armas de los Estandartes que construya o tenga esta ciudad…” Y los señores del Cabildo, después de besar y poner sobre su cabeza dicha real cédula dijeron que la obedecían y dieron gracias a S.M. por las mercedes con que se dignaba honrar a esta ciudad. No obstante, el 10 de abril de 1767 vuelven a suplicar al monarca con las más prolijas razones, les conceda añadir en dicha orla” el título tan glorioso de MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ”. Pero esta instancia no tuvo resultado y la orla quedó definitivamente tal como se halla expresada.

     En ninguno de estos documentos se hace mención del color verde donde el león aparece asentado, tal como se ve en casi todos los escudos de la ciudad, dibujados en épocas posteriores. Este color verde fue probablemente imaginado y añadido por algún dibujante de tiempos modernos y así se estampó sin examen, aun en los grabados del escudo de armas de la ciudad. (Arístides Rojas, Obras Escogidas, p. 722. París, 1907). Allí lo describe en los mismos términos ya transcritos, añadiendo:

     “todo exornado con trofeos de guerra”. Rojas se lamenta de que Caracas hubiese “abandonado el más bello recuerdo de sus primitivos días”. En la procesión cívica del 21 de julio de 1833 –refiere–, el gremio de sastres llevaba un guión de seda blanco con borlas de oro. En este guión, llevado por el señor Pablo Velásquez, se veían pintadas al óleo las armas de Caracas. Se recordaba así el primer Simón Bolívar, a quien Felipe II no hizo sino confirmar las mismas adoptadas por los fundadores. Desde sus primitivos días la ciudad había elegido el león como blasón suyo. El año de 1579, los regidores disponen “que los padrones con que se ha de medir el vino lleven el sello del león de esta ciudad”.

     Y diez años después , en septiembre de 1589, disponen que el fiel ejecutor tenga en su poder “un sello en el cual estén esculpidas las armas de esta ciudad, para sellar todas las cosas que se hubieren de vender ”. (**)

     En conmemoración del Día de Caracas, el gobernador Gonzalo Barrios ha dispuesto que se haga una edición del escudo de armas de la ciudad, conforme a la documentación arriba expresada. (Resolución de 16 de julio de 1947). Para la forma del escudo se adoptó la que aparece en la edición de la Gaceta de Caracas, dispuesta por la Academia Nacional de la Historia. El dibujo es obra de Carlos Uriarte”.

Caracas, 25 de julio de 1947

FUENTES CONSULTADAS

  • (*) V. “Los pendones de Santiago de león de Caracas”, por E.B.N Revista Nacional de Cultura, N° 55.

  • (**) V “La Ciudad de los Techos Rojos. –El León de Caracas”, por E.B.N. Se concibe que el valle de Caracas, pueda, en remotas épocas, haber sido un lago antes que el río Guaire abriese su camino hacia el Este, al pie de las colinas de Auyamas y la quebrada de Tipe se abriese otro, al oeste, hacia Catia y Cabo Blanco.– HUMLBOLDT   

ACTA

ACTA

ACTA

DEL NUEGO GOBIERNO LEVANTADA POR EL MUY ILUSTRE AYUNTAMIENTO DE CARACAS EL 19 DE ABRIL DE 1810

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Facsímil del Acta del 19 de abril de 1810
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Revolución de abril de 1810, óleo sobre tela, Juan Lovera, 1835

     En la ciudad de Caracas a diecinueve de abril de mil ochocientos diez, se juntaron en esta sala capitular los señores que abajo  firmarán, y son los que componen este muy ilustre Ayuntamiento, con motivo de la función eclesiástica del día de hoy, Jueves Santo, y principalmente con el de atender a la salud pública de este pueblo que se halla en total orfandad, no sólo por el cautiverio del señor  Don Fernando VII, sino también por haberse disuelto la junta que suplía su ausencia en todo lo tocante a la seguridad y defensa de sus dominios invadidos por el Emperador de los franceses, y demás urgencias de primera necesidad, a consecuencia de la ocupación casi total de los reinos y provincias de España, de donde ha resultado la dispersión de todos o casi todos los que componían la expresada junta y, por consiguiente, el cese de su funciones. Y aunque, según las últimas o penúltimas noticias derivadas de Cádiz, parece haberse sustituido otra forma de gobierno con el título de Regencia, sea lo que fuese de la certeza o incertidumbre de este hecho, y de la nulidad de su formación, no puede ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países, porque ni ha sido constituido por el voto de estos fieles habitantes, cuando han sido ya declarados, no colonos, sino partes integrantes de la Corona de España, y como tales han sido llamados al ejercicio de la soberanía interina, y a la reforma de la constitución nacional; y aunque pudiese prescindirse de esto, nunca podría hacerse de la impotencia en que ese mismo gobierno se halla de atender a la seguridad y prosperidad de estos territorios, y de administrarles cumplida justicia en los asuntos y causas propias de la suprema autoridad, en tales términos que por las circunstancias de la guerra, y de la conquista y usurpación de las armas francesas, no pueden valerse a sí mismos los miembros que compongan el indicado nuevo gobierno, en cuyo caso el derecho natural y todos los demás dictan la necesidad de procurar los medios de su conservación y defensa; y de erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva de España, y a las máximas que ha enseñado y publicado en innumerables papeles la junta suprema extinguida. Para tratar, pues, el Muy ilustre Ayuntamiento (M.I.A.) de un punto de  la mayor importancia tuvo a bien formar un cabildo extraordinario sin la menor dilación, porque ya pretendía la fermentación peligrosa en que se hallaba el pueblo con las novedades esparcidas, y con el temor de que por engaño o por fuerza  fuese inducido a reconocer un gobierno legítimo, invitando a su concurrencia  al  señor  Mariscal de Campo Don Vicente de Emparan, como su presidente, el cual lo verificó inmediatamente, y después de varias conferencias, cuyas resultas eran poco o nada satisfactorias al bien político de este leal vecindario, una gran porción de él congregada en las inmediaciones de estas casas consistoriales, levantó el grito, aclamando con su acostumbrada fidelidad al señor Don Fernando VII y a la soberanía interina del mismo pueblo; por lo que habiéndose aumentado los gritos y aclamaciones, cuando ya disuelto el primer tratado marchaba el cuerpo capitular a la Iglesia Metropolitana, tuvo por conveniente y necesario retroceder a la sala del Ayuntamiento, para tratar de nuevo sobre la seguridad y tranquilidad pública.

     Y entonces, aumentándose la congregación popular y sus clamores por lo que más le importaba, nombró para que representasen sus derechos, en calidad de diputados, a los señores  doctores don José Cortés de Madariaga, canónigo de merced de la mencionada iglesia; doctor Francisco José de Rivas, presbítero; don  José  Félix  Sosa y don Juan Germán Roscio, quienes  llamados y conducidos a esta sala con los prelados de las religiones fueron admitidos, y estando  juntos con los señores de este muy ilustre cuerpo entraron en las conferencias conducentes, hallándose también presentes el señor don Vicente Basadre, Intendente del ejército y Real Hacienda, y el señor Brigadier don Agustín  García, Comandante Subinspector de Artillería; y abierto el tratado por el señor Presidente, habló en primer lugar después de su señoría el diputado primero en el orden con que quedan nombrados, alegando los fundamentos y razones del caso, en cuya  inteligencia dijo entre otras cosas el señor Presidente, que no quería ningún mando, y saliendo ambos al balcón notificaron al pueblo su deliberación; y resultando conforme en que el mando Supremo quedase depositado en este Ayuntamiento Muy Ilustre, se procedió a lo demás que se dirá, y se reduce a que cesando igualmente en su empleo el señor don Vicente Basadre, quedase subrogado en su lugar el señor don Francisco de Berrío, fiscal de Su  Majestad en la Real Audiencia de esta capital, encargado del despacho de su Real Hacienda; que cesase igualmente en su respectivo mando el señor Brigadier don Agustín García, y el señor don José Vicente de Anca, Auditor de Guerra, asesor general de Gobierno y Teniente Gobernador, entendiéndose el cese para todos estos empleos; que continuando los demás tribunales en sus respectivas funciones, cesen del mismo modo en el ejercicio de su ministerio los señores que actualmente componen el de la Real Audiencia, y que el Muy Ilustre Ayuntamiento, usando de la Suprema autoridad depositada en él, subrogue en lugar de ellos los letrados que merecieron su confianza; que se conserve a cada uno de los empleados comprendidos en esta suspensión del sueldo fijo de sus respectivas plazas y graduaciones militares; de tal suerte, que el de los militares ha de quedar reducido al que merezca su grado, conforme a ordenanza; que continuar las órdenes de policía por ahora, exceptuando las que se han dado sobre vagos, en cuanto no sean conformes a las leyes y prácticas que rigen en estos dominios legítimamente comunicadas, y las dictadas novísimamente sobre anónimos, y sobre exigirse pasaporte y filiación de las personas conocidas y notables, que no pueden equivocarse ni confundirse con otras intrusas, incógnitas y sospechosas; que el Muy  Ilustre  Ayuntamiento para el ejercicio de sus funciones colegiadas haya de asociarse con los diputados del pueblo, que han de tener en él voz y voto en todos los negocios; que los demás empleados no comprendidos en el cese continúen por ahora en sus respectivas funciones, quedando con la  misma calidad sujeto el mando de las armas a las órdenes inmediatas del Teniente Coronel don Nicolás de Castro y Capitán don Juan Pablo de Ayala, que obraran con arreglo a las que recibieren del Muy Ilustre Ayuntamiento como depositario de la Suprema  Autoridad; que para ejercerla con  mejor orden en lo sucesivo, haya de formar cuanto antes el plan de administración y gobierno que sea más  conforme a la voluntad general del pueblo; que por virtud de las expresadas facultades pueda el Ilustre Ayuntamiento tomar las providencias del momento que no admitan demora, y que se publique por bando esta acta, en la cual también se insertan los demás diputados que posteriormente fueron nombrados por el pueblo, y son el Teniente de Caballería don Gabriel de Ponte, don  José  Félix  Ribas y el Teniente retirado don Francisco Javier Ustáriz, bien entendido que los dos primeros obtuvieron sus nombramientos por el gremio de Pardos, con la calidad de suplir el uno las ausencias del otro, sin necesidad de su simultánea concurrencia. En este estado notándose la equivocación padecida en cuanto a los diputados nombrados por el gremio de Pardos se advierte ser sólo el expresado don José Félix Ribas. Y se acordó añadir que por ahora toda la tropa de actual servicio tenga sueldo doble, y firmaron y juraron la obediencia debida a este nuevo gobierno.

     Vicente de Emparan; Vicente Basadre; Felipe Martínez y Aragón; Antonio Julián Álvarez; José Gutiérrez del Rivero; Francisco de Berrío; Francisco Espejo; Agustín García; José Vicente de Anca; José de las Llamozas; Martín Tovar Ponte; Feliciano Palacios; J.  Hilario Mora; Isidoro Antonio López  Méndez; licenciado Rafael González; Valentín de Rivas; José María Blanco; Dionisio Palacios;  Juan Ascanio; Pablo Nicolás González, Silvestre Tovar Liendo; doctor Nicolás Anzola; Lino de Clemente; doctor José Cortes, como  Diputado del Clero y del Pueblo; doctor Francisco José Rivas, como Diputado del Clero y del Pueblo; como Diputado del Pueblo, doctor Juan Germán Roscio; como Diputado del Pueblo, doctor Félix  Sosa; José Félix Ribas; Francisco Javier Ustáriz; Fray Felipe  Mota, prior; Fray Marcos Romero, guardián de San Francisco; Fray Bernardo Lanfranco, comendador de la Merced; doctor Juan Antonio Rojas Queipo, Rector del Seminario; Nicolás de Castro; Juan Pablo Ayala; Fausto Viana, Escribano Real y del nuevo Gobierno; José Tomás Santana, secretario escribano del Ilustre Ayuntamiento y diputados del pueblo que lo representan! Lo que ponemos por diligencia, que firmamos los infrascritos escribanos de que demos fe.

Fray Tomás Santana, Secretario Escribano.

El escudo de armas de la antigua Caracas

El escudo de armas de la antigua Caracas

     El escritor, historiador y periodista Arístides Rojas, publicó en la revista El Cojo Ilustrado, de abril de 1910, un denso trabajo sobre los orígenes del escudo de armas de Caracas, acompañado de imágenes que muestran la evolución histórica de uno de los más representativos símbolos de la ciudad.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Evolución histórica del escudo de armas de Caracas

     “En la procesión cívica que tuvo efecto en la mañana del 24 de julio de 1883, día del centésimo aniversario del natalicio de Bolívar, a la cbeza del gremio de sastres de la ciudad figuraba un guión de seda blanco con borlas de oro, que condujo el señor Pablo Velásquez. En este guión esta bellamente pintado al óleo, el antiguo sello o escudo de armas de Caracas; y el gremio de sastres, al ofrendar a Bolívar con tal obra, quiso sin duda, recordar con esto que aquel escudo había sido concedido por el monarca castellano Felipe II a Simón de Bolívar, el fundador en Venezuela de esta ilustre familia.

     Ningina ofrenda más meritoria, desde el punto de vista histórico, que aquella que recuerda el primer Bolívar que tanto contribuyó con sus talentos al desarrollo material y moral de la sociedad venezolana. Sábese que Bolívar, después de acompañar al gobernador Osorio en 1587, a la fundación del actual puerto de La Guaira, fue enviado a la colonia venezolana con el carácter de procurador cerca del monarca español, pudendo recabar de éste varias reales cédulas que fueron de mucho provecho al comercio y engrandecimiento de Caracas.

     Entre los granes beneficios conseguidos por Bolívar, uno de los principales fue el de que a La Guaira llegaran de España dos navíos anuales de menor porte, con flota o sin ella, para aprovechamiento de los vecinos; y además, un navío de registro ajuial, por cuenta particular de los habitantes de la capital. Así, la costa de Caracas, al crear su puerto, comenzaba directamente su comercio con los de la madre patria, prescindía del de Borburata.

     Muchas fueron las reales cédulas traídas a Caracas por el procurador Bolívar, figurando como principales, además de las mencionadas, las siguientes: por la de 4 de setiembre de 1591, Felipe II concede a Caracas un sello de armas; por la de 22 de junio de 1592, la creación de un seminario; y por la del 14 de setiembre del mismo año, un preceptorado de gramática castellana. Estas primeras concesiones del monarca de España, en pro de Caracas, pueblo pobre y reducido que apenas contaba veinte años de haber sido fundado, y sobre todo, las que se conexionaban con el adelanto intelectual de los pobladores, como la creación de un seminario y en defecto de éste, un preceptorado de gramática castellana, están de acuerdo con las concesiones que, desde un princpio, hiciera la corte de España a las diversas capitales de América.

     Dignos son de recordarse los sellos de armas concedidos por los monarcas de España a las principales ciudades fundadas por los conquistadores castellanos antes de surgir Caracas.

     La España tuvo desde 1507 un escudo de color encarnado atravesado por una banda blanca, dos cabezas de dragones de oro en campo rojo, como lo tenía en sui guión real, y por orla castillos y leones.

     La ciudad de Santo Domingo tuvo por armas un escudo partido horizontalmente: en la parte superior una llave y en la inferior la cruz de Santo Domingo. El escudo está sostenido por dos leones rampantes y arriba brilla una corona imperial. Casi todas las ciudades de la Española tuvieron sellos de armas.

     Santa María de Darién, esta primera ciudad del continente en 1509, de tan corta duración, tuvo por sello de armas un castillo de oro en campo rojo, y encima un sol del mismo metal. A los lados figuraban un león rampante y un cocodrilo. Por divisa se leía Nuestra Señora de la Antigua.

     El de Panamá, en 1521, consiste en un escudo partIdo en pal y en campo de oro; en la mitad de la derecha figuran un yugo y un manojo de flechas pardillo con los casquillos azules y las plumas plateadas, que era la divisa de los reyes católicos; y en la otra mitad de la izquierda dos carabelas, una encima de otra, como señal de que por allí se había de hacer el descubrimiento de la especería, y encima de ellas una estrella que denotaba el polo ártico, y en la orla del escudo castillos y leones.

     En el de Méjico, concedido en 1523, figura un castillo de tres torres, y sobre un nopal hermosa águila que lleva una cuebra en el pico. Al pie de aquél corren las aguas, y a los lados, fuera del escudo, dos leones, y una corona imperial por remate. Este sello simboliza la antigua ciudad de las aguas, fundada en el sitio donde apareció sobre un nopal un águila de piedra, de que habla la tradición azteca.

     El ayuntamiento de Méjico tuvo por sello de armas desde 1523, un escudo azul de color de agua, en señal de la laguna, un castillo dorado en medio y tres puentes de piedra que se dirigen a éste. Los de los lados sin llegar, y en cada uno un león con los pies en el puente y las garras en el castillo. Dentro de la sla se ven diez pencas verdes de nopal, y por remate de todo una corona. En 1533 fue concedido a Cartagena el escudo que tiene: una cruz verde en campo de oro y a los lados dos leónes rampantes.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Escudo actual de la ciudad de Caracas

     En el de Lima, concedido en 1537, figuran tres coronas de oro en campo azul y encima una estrella con orla del mismo metal, acompañada de este lema: Hoc signum vere regum est, y por tenantes dos águilas coronadas, que tienen sobre las cabezas una J y una K, iniciales de Juana y Carlos. Llamóse a Lima ciudad de los reyes por el día en que fue fundada, y de aquí las coronas de oro.

     El sello de armas de Quito, concedido en 1541, consiste en un castillo sobre dos montes, una cruz encima y dos águilas que extienden sobre ésta dos de sus garras.

     El sello de armas concedido por Felipe II a la ciudad de Caracas consiste en un león pardo rampante, en campo de plata, que tiene entre sus brazos una venera de oro con la cruz de Santiago, y por timbre una corona con cinco puntas de oro: todo exornado con trofeos de guerra [1]. Desde esta época Caracas llamóse muy noble y muy leal ciudad, y tuvo el tratamiento de Señoría, y goce de los privilegios y preeminencias de grande, como cabeza y metrópoli de la provincia de  Venezuela, según lo confrman todas la ordenanzas municipales de la época colonial  [2]. El origen de la venera en el escudo de armas de los pueblos que llevaron el nombre de Santiago, no es sino un recuerdo de la batalla de Clavijo en 808, donde por la primera vez, según la tradición, se presentó el apóstol a los Españoles, en medio de la batalla. 

     Al visitar el campo después de la victoria, vióse que por todas partes estaba lleno de veneras fósiles: de aquí esta concha en la Orden de Santiago, instituída desde aquellos tiempos. 

     [1] Más tarde, por real cédula de Carlos III, de 13 de marzo de 1766, este monarca concede al escudo de armas de Caracas, llevar una orla con la siguiente inscripción: Ave María Santisima, sin pecado concebida en el primer instante de su ser natural.

     [2] Antiguamente se marcaba con el sello de armas de Caracas, cuanto se ponía en venta; operación que era vigilada por el empleado del Cabildo conocido con el nombre de Fiel ejecutor.

     La venera y el león rampante fueron igualmente concedidos a otras ciudades de América. La ciudad de Santiago de los Caballeros, en la Española, tuvo por sello de armas un escudo colorado con veneras blancas; sobre el escudo había una orla blanca y en ésta siete veneras coloradas.

     Santiago de Chile tuvo su escudo en campo blanco, y en medio, un león rampante con una espada en la mano, y por orla ocho veneras de oro. Así figuraba casi siempre la venera, en los pueblos que llevan el nombre del apóstol Santiago.

     En el escudo de armas de la ciudad de Santiago de León de Caracas, que fue fundada el día de Santiago, 25 de julio de 1567, debía figurar también la cruz roja de la orden, lo que da al conjunto mucho realce. Este bello escudo de armas figuró en los pendones, estandartes, banderas, escudos, sellos, casas, reposterías y en los principales sitios y lugares de Caracas, así como en las impresiones oficiales y documentos municipales; más hoy solo existe, que sepamos, como un recuerdo que nos ha dejado el tiempo sobre la antigua fuente pública de la calle Oeste 2, entre las esquinas de Muñoz y Solis.

     En las felicitaciones dirigidas al historiador de Venezuela don José Oviedo y Baños, cuando éste publicó la primera parte de su obra, en 1723, aparecen unos versos del Lcdo. Don Alonso Escobar, presbítero, canónigo de la Catedral de Caracas, en los cuales leemos los siguientes conceptos dirigidos al sello de armas de la capital:

Corona de León, de cuyos rizos

Altivas crenchas visten el copete.

Gallarda novedad, que tu nobleza

Generosa guardó para tus sienes

Ilustre concha que en purpúreas líneas

Del Múrice dibujas los relieves

En cruzados diseños, que te exaltan

Cuando en fuertes escudos te ennoblecen

     Además de este sello de armas de la ciudad de Caracas, se conocía, en primer término, el de España, por lo general, esculpido en piedra, el cual figuraba en las principales oficinas, como la del Gobernador, la Audiencia, el Ayuntamiento, etc., etc. Al sello real seguían los sellos particulares de los titulados caballeros de Santiago y de Alcántara, etc., de los cuales se conserva uno que otro [1].

     ¿Cómo es posible, nos hemos preguntado muchas veces, que Caracas abandone el más bello recuerdo de sus primitivos días, el sello de armas que brilló en su cuna y la acompañó en los años de su adolescencia, en todos sus reveses y triunfos, cuando sus primogénitos tanto hicieron para fundarla y conservarla?

     Este sello debía guardarse con veneración, no solo porque fue timbre de la primitiva ciudad, sino por haberlo conseguido el primer Bolívar, quien en unión de Osorio Villegas contribuyó al progreso y desarrollo de Caracas. En los dos extremos de nuestra cadena histórica, al lado del sello de Colombia, y después del de Venezuela, debe figurar el sello de la primitiva Caracas, porque son inseparables el Bolívar de la Independencia, del Bolívar de la Colonia; y el sello de armas es timbre de la familia caraqueña, porque sintetiza la historia de su desarrollo, de sus conquistas, de sus aspiraciones, durante un espacio de tres siglos. Cuando se visita cada una de las capitales de la Edad Media, se remonta el pensamiento a la noche de los tiempos, al ver cómo estas conservan con veneración su sello de armas. Son ellos como libros de piedra con figuras esculpidas que hacen desfilar por los campos de la memoria todas las generaciones que se han hundido en el sepulcro: el sello de armas de Caracas, concedido a esta capital por Felipe II, nos recordará siempre a los primeros moradores que plantaron el trigo en el valle del Guaire, a los primeros templos, a los primeros triunfos en el orden político, y al primer Bolívar que contribuyó con sus luces a la fundación de la colonia y al engrandecimiento de aquella república compuesta de hombres trabajadores y probos”.

 

[1] En el pato del edificio de la Exposición, se conserva un hemoso sello de armas, el de Carlos V, el cual figuró en el Ayuntamiento de la Nueva Cádiz, capital de Cubagua desde 1527 hasta pocos años después en que fe destruida por completo esta primera colonia castellana  ̶ ̶ También reproducimos este escudo en el presente número.  ̶ ̶  

Orígenes del Parque del Este

Orígenes del Parque del Este

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Varias personalidades propusieron que el Parque del Este llevara por nombre “Manuel Díaz Rodríguez”, en homenaje a este célebre escritor mirandino, pero nunca esta propuesta fue tomada en cuenta

     Desde su apertura en el año 1961, el emblemático espacio capitalino de esparcimiento de la ciudadanía en el cual se crio el escritor mirandino Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), cuando era la Hacienda “San José”, ha sido nombrado y renombrado en tres ocasiones, pero nunca se ha tomado en cuenta el nombre del autor de ídolos Rotos

     Bajo la gestión de la junta militar de gobierno integrada por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, según decreto N° 443, de mayo de 1950, se ordena el proyecto del Parque del Este de Caracas bajo el diseño urbanístico y paisajístico del brasileño Roberto Burle Marx; y el botánico venezolano Leandro Aristiguieta.

      Casi once años más tarde se materializa la idea de darle a Caracas un lugar de esparcimiento con fastuosos bosques y jardines en los que queda representada, a través de más de 130 especies, la flora nacional, más una variada cantidad de animales, ubicados en espacios de cautiverio y otros en estado libre que pueden interactuar con los visitantes.

     El 19 de enero de 1961, el entonces presidente de la República, Rómulo Betancourt, corta la cinta tricolor que deja inaugurado el espacio ecológico más importante de la ciudad capital, que cuenta con amplios espacios de caminerías y ocupa los terrenos de la antigua hacienda San José, en un área de 82 hectáreas, con lugares emblemáticos como la laguna artificial, el serpentario, la concha acústica y el Planetario Humboldt.

     Este inmenso parque con caminarías de diseño orgánico serpenteado, propuesto por Burle Marx, fue delineado para recibir unos 6.000 visitantes al mes, sin embargo, en la actualidad sobrepasan las 30.000.

Múltiples nombres

     En sus más de sesenta años de operaciones el Parque del Este ha llevado varios nombres. Al principio fue llamado parque “Rómulo Gallegos”. A partir de 1983 le cambiaron el nombre a “Rómulo Betancourt”, en homenaje póstumo al ex mandatario que falleció el 28 de febrero de 1981. Pero desde 2002 pasó a denominarse Parque Generalísimo “Francisco de Miranda”, en tributo a la memoria del prócer de la Independencia de Venezuela.

     Antes de que el parque fuera abierto al público, varias personalidades propusieron que el Parque del Este llevara por nombre “Manuel Díaz Rodríguez”, en honor al escritor nacido en Chacao, el 28 de febrero de 1871, quien se crio en la Hacienda “San José” y se inspiró en ese espacio para escribir allí, entre otras de sus grandes obras, la novela “Peregrina”.

     A continuación, presentamos un interesante artículo de Augusto Germán Orihuela, publicado el 24 de agosto de 1960, en el diario El Nacional, en el cual expone sus razones para que el parque caraqueño rinda honor a la memoria del escritor que falleció en 1927, a la edad de 56 años.

     “En tierras que fueron de su propiedad ̶ Hacienda “San José” ̶ frente a los montes que tanto amó y en el ambiente en que escribiera, entre muchas obras más, su novela “Peregrina” está fomentando el Ministerio de Obras Pública un gran parque nacional que bien podría llevar su nombre: Manuel Díaz Rodríguez.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1950, se ordenó el proyecto del Parque del Este de Caracas bajo el diseño urbanístico y paisajístico del brasileño Roberto Burle Marx; y el botánico venezolano Leandro Aristiguieta
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1961, se inaugura el Parque del Este, un lugar de esparcimiento con fastuosos bosques y jardines, más de 130 especies de la flora nacional y una variada cantidad de animales
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Vista actual del hermoso Parque del Este

     Dentro de la generación “modernista” que dominó el panorama literario nacional durante los años que van de 1892 a 1925, más o menos, Manuel Díaz Rodríguez descolló principalmente por la maestría de su prosa, la variedad de géneros que cultivó y un profundo amor por la tierra venezolana.

     Hijo de isleños, nacido en la hacienda paterna “Las Dolores”, donde hoy está emplazada la urbanización “Altamira”, graduado en medicina, iniciado en las letras casi por azar y por orgullo, como él mismo cuenta en una bella página de “Sermones Líricos”, viajero por diversas latitudes, prestado a la política de un régimen dictatorial que aspiraba a prestigiarse con su nombre y su presencia y por el cual pasó sin desmedro de su dignidad y de su crédito, hasta ir a morir en Nueva York, víctima del flagelo terrible del cáncer, en 1927, Manuel Díaz Rodríguez, el que tiene lugar distinguido para siempre entre los grandes prosistas de nuestro país, al igual que José Enrique Rodó por la donosura del estilo, el primero que levantó el dedo acusador contra las huestes famélicas que por ineptitud de gobiernos anteriores incapaces de incorporar esa región al desarrollo nacional, vinieron a la “conquista” de la capital a mano de un hombre pequeñín y ambicioso, “a quien los doctores valencianos y caraqueños ayudarían a corromper”, ese mismo escritor de “Ídolos Rotos”, que calificar de insigne no resulta ni cursi no exagerado, bien merece dar su nombre a ese parque que con tanto entusiasmo se está incrementando y por el cual, y otros tantos como ése, clama la población atosigada por los gases de los automóviles de esta Caracas cosmopolita, a ratos incómoda e inhospitalaria que nos ha tocado vivir. Tan lejana y tan distinta de la que conoció el autor de “¡Música bárbara!”. Aunque desde luego, ya intuida en ese cuento magistral en todo lo que supone mecanización de la vida venezolana de nuestros días.

     Dar a ese parque nacional el nombre de Manuel Díaz Rodríguez, a mi modo de ver el más alto exponente del modernismo literario venezolano, sería acto de justicia y de interés para las generaciones venideras. Por más de un motivo sería decisión que mantendría incólume el recuerdo a una figura de las letras nacionales que bien merece, despertaría el interés por su obra y enaltecería al Gobierno”.

Loading
Abrir chat
1
¿Necesitas ayuda?
Escanea el código
Hola
¿En qué podemos ayudarte?