Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria

Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria

La idea de crear esta institución surgió en 1943, por iniciativa del entonces presidente de la República, general Isaías Medina Angarita, quien en ese mismo año ordenó iniciar las obras con el diseño del arquitecto Carlos Raúl Villanueva y la asesoría de los norteamericanos Frank Mc Vey y Thomas Penton. El Hospital Clínico Universitario, como también se le conoce, fue inaugurado en diciembre de 1954, pero no fue sino año medio después cuando entró en pleno funcionamiento. Para entonces, era el centro médico especializado más grande del país, contando con 1.250 camas

El Hospital Clínico Universitario contaba con 1.250 camas cuando se inauguró en 1954; era el más grande centro médico del país.

El Hospital Clínico Universitario contaba con 1.250 camas cuando se inauguró en 1954; era el más grande centro médico del país.

     La prensa de la época de su inauguración, recoge amplia información sobre las características del Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria. La consideraban entonces la masa arquitectónica más imponente y compleja de Caracas. “Su estructura domina el conjunto de la urbe estudiantil y muestra el nuevo espíritu de la arquitectura funcional en la dinámica concepción de sus ángulos y en la policromada decoración de sus exteriores, en los cuales alternan y se equilibran franjas amarillas y azules de tonos vivos sobre grandes paneles blancos o grises. De este modo el pesado edificio de cemento armado, a pesar de su majestad, pone una nota alegre al fondo de las numerosas construcciones que forman parte del primer centro cultural de la República.

     Esta obra, inicialmente proyectada como hospital simplemente universitario con 450 camas, fue convertida en un centro-base de la asistencia y del seguro social para toda la metrópoli, elevando su capacidad a un total de 1.250 camas. Se concibió y se realizó en consecuencia, en un bloque de 14 pisos y dos entresuelos (para tuberías e instalaciones eléctricas), sobre un área de 45.000 metros cuadrados. Su composición tiene forma rectangular, con dos patios interiores. 

     Una red de pasillos intercomunica las salas y cuerpos del edificio, de 130 metros los laterales y de 60 metros los que van de Este a Oeste. En sus caras oriental y occidental ostenta cuatro salientes, en todos los pisos, que dan al conjunto un bello despliegue de formas. En estas salientes se han ubicado salas colectivas, en las cuales cada cama está colocada angularmente en tal disposición que no puede verse la una de la otra.

     La cocina y la lavandería del Hospital tienen excepcionales proporciones. La primera puede suministrar comidas para 3.500 personas al día, la segunda puede rotar diariamente el inmenso menaje de ropas, mantelería y juegos de cama que requiere una institución de esta clase. Posee, además, una planta eléctrica de emergencia de 350 KW, que mantendrá activa la mecánica del Hospital en cualquier interrupción do los servicios públicos. Porque este instituto, en su funcionamiento’ normal, ha de ser algo como una ciudad concentrada en un solo cuerpo estructural, que tiene 86.000 metros cuadrados de salones y corredores en todos sus pisos, y en los 1.658 cuartos que componen su masa celular. Para unir esas plantas tiene 10 ascensores, dos montacargas y cuatro rampas. Por allí circularán en forma incesante, sobre el silencioso material aislador y absorbente de los pisos, los carros térmicos de la cocina, las camillas rodantes de los enfermos, los médicos, sus enfermeras, el personal de servicio, en su ir y venir desde los salones a los grandes laboratorios y a las farmacias de cada planta, o a una cualquiera de sus 6 salas de cirugía. Estos quirófanos fueron hechos de acuerdo con todos los adelantos que ha logrado hoy la ciencia médica; instrumental finísimo y completo, mesas y equipos de toda clase, iluminación cenital y cúpulas de observación para médicos y estudiantes.

Una de las salas para partos prematuros; equipados con los más modernos equipos médicos de la época.

Una de las salas para partos prematuros; equipados con los más modernos equipos médicos de la época.

La policromada decoración de sus exteriores, en los cuales alternan y se equilibran franjas amarillas y azules de tonos vivos sobre grandes paneles blancos o grises.

La policromada decoración de sus exteriores, en los cuales alternan y se equilibran franjas amarillas y azules de tonos vivos sobre grandes paneles blancos o grises.

     Cada planta tiene, en efecto, sus servicios completos, para hacer más efectiva la funcionalidad de Hospital, desde sus salones de recibo hasta sus albergues para médicos residentes, internos y enfermeras.

     Una compleja instalación eléctrica presta las más variadas facilidades a la vida y al trabajo dentro de la gigantesca construcción: luminosidad indirecta, luces de señales, citófonos, teléfonos, aparatos de calefacción y de aire acondicionado, etc. La cafetería, la panadería y demás servicios similares cuentan con trenes y equipos ultramodernos que harán atractiva y ultrarrápida la presentación de las cosas. Las plantas de asepsia están con la última palabra en su género.

     Además de utilidad obran en el Hospital Clínico los factores de solidez, seguridad y belleza. Los 342.000 metros cúbicos de su masa están fundidos en concreto armado antisísmico; los 35.000 metros cuadrados de sus áreas libres se han convertido en jardines y estacionamientos. Todo aquí concurre al beneficio humano, a las finalidades docentes y al prestigio estético, no solo de la Ciudad Universitaria, sino de Caracas. El costo total de la obra fue de Bs. 100.000.000”.

FUENTES CONSULTADAS

  • El Heraldo. Caracas, diciembre de 1954 

  • Élite. Caracas, 4 de diciembre de 1954

Las torres del Centro Simón Bolívar

Las torres del Centro Simón Bolívar

Conocidas también como las Torres de El Silencio, fueron el corazón y símbolo de la Caracas de los años 50 hasta la construcción de las Torres del Parque Central, en la década de 1970. El Centro Simón Bolívar contaba con más de 300 locales comerciales, restaurantes, salas de fiestas, oficinas, garajes y muchas otras instalaciones. Era el referente comercial más importante de la época.

     Con la inauguración de las dos Torres, el domingo 5 de diciembre de 1954, que las unió con la prolongación de la Avenida Bolívar hasta conectarla con la Autopista del Este, la ciudad capital adquirió un nítido rostro de modernidad.

     Diseñadas por el arquitecto venezolano Cipriano Domínguez, sus primeros esbozos datan de 1948, cuando el entonces presidente de la República, Rómulo Gallegos, ordenó la construcción de dicha obra, contemplada en lo que se conoce como Plan Rotival, proyecto de transformación urbana de Caracas, presentado en 1938 por el arquitecto francés Maurice Rotival.  

     Tras el derrocamiento de Gallegos, en noviembre de ese año 1948, la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder, le dio continuidad a la cimentación de dichos edificios, los cuales, finalmente, fueron concluido en el segundo año de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. 

Conocidas también como las Torres de El Silencio, fueron el corazón y símbolo de la Caracas de los años 50 hasta la construcción de las Torres del Parque Central, en la década de 1970

Conocidas también como las Torres de El Silencio, fueron el corazón y símbolo de la Caracas de los años 50 hasta la construcción de las Torres del Parque Central, en la década de 1970

Características de la obra

     “Dentro de las características esenciales del estilo moderno, las Torres del Centro Simón Bolívar ofrece un conjunto arquitectónico en el que están combinados los volúmenes y los colores, el sentido funcional y el aspecto decorativo, para fundir lo bello y lo útil en una composición equilibrada que merece parangonarse con las mejores realizaciones del urbanismo continental contemporáneo.

     Al terminarse el revestimiento de las Torres y la construcción del edificio-puente que las une, apareció en todo su valor el imponente aspecto general, que mantiene la unidad en medio de la diversidad de ángulos y perspectivas que caracteriza al conjunto. Bajo los rascacielos de 103 metros de altura, la horizontal arquitectónica del puente le da armonía y solidez a su doble silueta. Es el Centro Simón Bolívar un adorno de Caracas y al mismo tiempo un organismo funcional, con sus edificios, sus avenidas exteriores y sus vías subterráneas y con sus diversos planos de sótanos en donde ha nacido una ciudad bajo techo de intensa actividad comercial.

     Las Torres tienen 30 pisos fuera de tierra y 3 en los sótanos. El techo del piso 30 marca la cota 1.007,25. Sus estructuras de acero pesan 7.397 toneladas y, en las placas, escaleras y obras de concreto se utilizaron 14.682 metros cúbicos de material y 2.797 toneladas de cabilla. La superficie útil de la Torre Sur es de 57.122 metros cuadrados, la de la Torre Norte de 53.105, y la del puente que las une 14.193. El área total de las torres tiene capacidad para 18.000 personas.

     La obra de revestimiento de las torres se comenzó el 3 de febrero de 1954 y sus estructuras fueron cubiertas con 71.200 metros cuadrados de vermiculite. En el enchapamiento de las fachadas se invirtieron 39.919 metros cuadrados de cerámica y en el de los plafones y pisos 23.000.

     Las paredes, parte de los pisos y las columnas fueron revestidos con 26.000 metros cuadrados de mármol. Tienen sus propios depósitos de agua, uno en el sótano de cada edificio con capacidad para 230.000 litros y otro en cada piso 29–, para 130.000 litros. Las tuberías de agua y desagües alcanzan a 3.500 metros en cada Torre.

     La corriente eléctrica que consume cada Torre es de 3.000 KW., que serían suficientes para una población de 40.000 almas. Esta carga circula por 200 kilómetros de cables, mueve en cada Torre 12 ascensores y alimenta 7.000 puntos de luz.

     Los edificios Norte y Sur fueron completamente terminados, son grandes construcciones de ocho plantas, con sus juegos de ascensores, vestíbulos, pasillos y salones.

Diseñadas por el arquitecto venezolano Cipriano Domínguez, sus primeros esbozos datan de 1948, cuando el entonces presidente de la República, Rómulo Gallegos, ordenó la construcción de dicha obra

Diseñadas por el arquitecto venezolano Cipriano Domínguez, sus primeros esbozos datan de 1948, cuando el entonces presidente de la República, Rómulo Gallegos, ordenó la construcción de dicha obra.

Las Torres tienen una altura de 102 metros, con 30 pisos fuera de tierra y 3 en los sótanos. Sus estructuras de acero pesan 7.397 toneladas y, en las placas, escaleras y obras de concreto se utilizaron 14.682 metros cúbicos de material y 2.797 toneladas de cabilla.

Las Torres tienen una altura de 102 metros, con 30 pisos fuera de tierra y 3 en los sótanos. Sus estructuras de acero pesan 7.397 toneladas y, en las placas, escaleras y obras de concreto se utilizaron 14.682 metros cúbicos de material y 2.797 toneladas de cabilla.

El Centro Simón Bolívar cuenta con restaurantes, salas de fiestas, locales comerciales, oficinas, servicios de todo tipo, garajes y muchas otras instalaciones en su interior

El Centro Simón Bolívar cuenta con restaurantes, salas de fiestas, locales comerciales, oficinas, servicios de todo tipo, garajes y muchas otras instalaciones en su interior.

     La prolongación de la Avenida Bolívar, desde la calle Sur 11 hasta la calle Sur 25, en donde se conecta con la Autopista del Este a través de un trébol y dos puentes sobre el Guaire, costó Bs. 10.264.423 en sus obras estructurales, sin contar el valor de los inmuebles adquiridos para despejar la zona en el barrio de El Conde, que fue de Bs. 41.939.308. La longitud de las prolongaciones de 1.030 metros en los cuales se conserva la anchura y demás características del primer sector de la Avenida. La obra requirió puentes, muros de contención, rellenos, demoliciones, acondicionamiento de subrasantes, tuberías, pavimentos, brocales, cloacas, alcantarillas, impermeabilización e iluminación.

     Las obras, que practicaron el enlace de la Avenida Bolívar, por una parte, con la Autopista Caracas-La Guaira y con la Avenida San Martín, y por la otra con la Autopista del Este, resuelven el problema vial de Caracas a todo o largo del sinclinal del río Guaire y en el cuerpo central de la ciudad, permitiendo comunicaciones ininterrumpidas desde Petare y desde el Sur en busca de la salida hacia el Litoral. La Avenida Bolívar es, por tanto, la parte fundamental de esta red de comunicaciones urbana.

     El costo de las Torres Norte y Sur, el puente de unión entre las torres, la prolongación de los edificios Norte y Sur y el paso para peatones fue de Bs. 107.539.134,27. La prolongación de la Avenida hasta la calle 25 sur tuvo un costo de Bs. 52.614.676,05”.

     En muy poco tiempo, el Centro Simón Bolívar contó con restaurantes, salas de fiestas, locales comerciales, servicios de todo tipo, garajes y muchas otras instalaciones en su interior. Los espacios de oficinas fueron ocupados por instituciones del Estado y por algunas de las empresas de mayor prestigio en Venezuela.

FUENTES CONSULTADAS

  • El Universal. Caracas, 6 de diciembre de 1954

  • La Esfera. Caracas, 6 de diciembre de 1954

  • El Heraldo. Caracas, 4, 5, 6 y 7 de diciembre de 1954

Ciudad Vacacional Los Caracas

Ciudad Vacacional Los Caracas

Inaugurada en 1954, esta ciudad recreacional, ubicada frente al mar, cuenta con numerosos edificios, clubes sociales, restaurantes, hoteles, piscinas, apartamentos y casas, espacios de esparcimiento y comodidades para el disfrute de los obreros y demás trabajadores venezolanos

Para construir esta moderna ciudad recreacional, se escogió un paraje a 17 kilómetros al este del pueblo de Naiguatá, entre las vegas y valles del río Botuco, el río Grande y el río Chiquito, frente al mar Caribe
Para construir esta moderna ciudad recreacional, se escogió un paraje a 17 kilómetros al este del pueblo de Naiguatá, entre las vegas y valles del río Botuco, el río Grande y el río Chiquito, frente al mar Caribe

     Fue proyectado, en 1939, por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva y el médico Martín Vegas, como un centro agrícola para enfermos de lepra, en la que hubiera bloques de apartamentos de 28 a 40 habitaciones con todos sus servicios. Posteriormente, en 1944, durante el gobierno del general Isaías Medina y bajo la tutela del ingeniero Armando Vegas, se pensó en convertirlo en una Ciudad Hospital. Luego, durante el mandato de Rómulo Gallegos, se planteó darle a ese espacio de la hacienda Los Caracas, ubicado a 17 kilómetros de la población guaireña de Naiguatá, un uso recreacional. No obstante, el derrocamiento de Gallegos (24/11/1948), sepultó durante algún tiempo las intenciones de construir en el mencionado terreno litoralense.

     No fue sino en 1952, cuando el entonces presidente de la Junta de Gobierno, Germán Suárez Flamerich, propuso construir en los terrenos de la Hacienda Los Caracas, una Ciudad Vacacional. Los arquitectos Miguel Salvador, José Sánchez, Pedro Riquezes, Carlos Olmos iniciaron en aquel momento los estudios. Al año siguiente, ya instalado en el poder el coronel Marcos Pérez Jiménez, le dio gran impulso a las obras, las cuales fueron culminadas casi dos años después, en diciembre de 1954.

     En febrero de este último año, se creó el Instituto de Capacitación y Recreación de los Trabajadores (INCRET), ente que asumiría la responsabilidad gerencial de la Ciudad Vacacional de Los Caracas.

     En poco más de un año, se construyó un nuevo centro de población que se uniría a los nombres de Turén, Puerto Ordaz y Ciudad Piar, pero en contraste con las tres poblaciones anteriores, fundadas como centros de trabajo, esta nueva ciudad fue hecha para el descanso y el esparcimiento de las clases trabajadoras.

 

Topografía de la Ciudad Vacacional

     “Para construir esta moderna zona residencial y veraniega, se escogió un paraje ideal. A diecisiete kilómetros al este del pueblo de Naiguatá, entre las vegas y valles del río Botuco, el río Grande y el río Chiquito (que al unirse forman el río Los Caracas), frente al mar Caribe, se levantaron numerosos edificios, clubes sociales, restaurantes, hoteles, bloques de apartamentos y casas individuales que formaron el conjunto de la Ciudad Vacacional de Los Caracas.

 

Servicios

     Todas las exigencias y servicios que el organismo moderno impone para comodidad de las ciudades, fueron cumplidas al construirse la Ciudad Vacacional. Se construyeron los edificios del mercado, de los depósitos generales, de la panadería, del matadero, al mismo tiempo que se fundaron granjas para abastecimiento de los temporadistas. Para el servicio de vigilancia que ha de mantener el orden y asegurar la tranquilidad, se levantó un edificio con capacidad para tres oficiales y doce agentes de policía; para los católicos se construyó una capilla con capacidad para 500 feligreses. Se estableció un puesto de salud para atender los casos médico-quirúrgicos de urgencia, al mismo tiempo que se extendió por todos los terrenos de la inmensa edificación la red de un moderno sistema de alumbrado y se estableció un servicio de aseo urbano dotado de modernos incineradores. Un gran centro cívico-social, con sala de cine y toda clase de comercios.

Todas las exigencias y servicios que el organismo moderno impone para comodidad de las ciudades, fueron cumplidas al construirse la Ciudad Vacacional Los Caracas
Todas las exigencias y servicios que el organismo moderno impone para comodidad de las ciudades, fueron cumplidas al construirse la Ciudad Vacacional Los Caracas

Clubes Sociales

     Cuenta la Ciudad Vacacional de Los Caracas con dos magníficos centros sociales: el club de la zona de Los Caracas y el club de la zona del río Botuco. Ambos edificados a la orilla del mar y provistos de cocinas, restaurantes, casetas y duchas, todo con el propósito de hacer agradable la permanencia de los bañistas en la playa.

 

Bloques de apartamentos

     Al pasar de la portería de la Ciudad Vacacional, en la margen izquierda del río Los Caracas se encuentra el primer grupo de edificaciones, el cual está integrado por algunos de los edificios que ya mencionamos al referirnos a los diversos servicios generales que ella ofrece a sus visitantes: el edificio de la policía; la proveeduría; la lavandería y una estación de servicio. Enfrente, en la margen derecha del río, está otro grupo compuesto por el club-restaurante, las casetas de baño, y el edificio para los huéspedes de honor.

     Siguiendo aguas arriba el curso del río Los Caracas, se llega hasta la zona denominada de los servicios comunes. Está integrada por el centro cívico-social, dos jardines de infancia con capacidad de 75 a 100 niños, la vivienda del maestro y la capilla.

     Allí mismo se levanta el primer bloque de apartamentos. Enseguida de la zona de los servicios comunes se encuentran dos edificios de dormitorios colectivos, un bloque de 28 dormitorios; el mercado; el depósito y otro edificio de once dormitorios para tres personas cada uno.

     En la margen izquierda del río Los Caracas, frente a los edificios descritos, en la zona denominada “Campo Alegre”, hay un bloque de 24 dormitorios individuales, otro de cuatro apartamentos y dos casas.

 

Casas individuales

     En la zona de “Campo Alegre” tiene lugar la confluencia de los ríos Grande y Chiquito que dan lugar al nacimiento del río Los Caracas. De allí en adelante las edificaciones de la nueva ciudad cambian, reduciéndose de manera casi exclusiva a casas individuales de dos o tres dormitorios, formando diversos grupos en los lugares más bellos y los cuales se les ha dado el nombre con que tradicionalmente se conocían dichos sitios en la región.

La Ciudad Vacacional Los Caracas cuenta con clubes sociales, restaurantes, hoteles, piscinas, apartamentos y casas, espacios de esparcimiento y comodidades para el disfrute de los obreros y demás trabajadores venezolanos
La Ciudad Vacacional Los Caracas cuenta con clubes sociales, restaurantes, hoteles, piscinas, apartamentos y casas, espacios de esparcimiento y comodidades para el disfrute de los obreros y demás trabajadores venezolanos

     Las casas de este sector fueron construidas pensando en que los trabajadores y empleados públicos y sus familiares quisieran continuar su vida hogareña lejos del hotel y del club y por eso dichas viviendas están dotadas de cocina, lavandero y de todos los servicios indispensables.

     Continuando a lo largo del Río Grande se encuentra Vega Larga. Allí hay un primer grupo de treinta y tres casas y un bloque de veinticuatro dormitorios individuales, que se pueden unir de dos en dos. En la misma Vega Larga se encuentra más adelante un grupo de cuatro casas y otro de veinte. Siguen después, en el sitio denominado “Flamenco”, dos grupos de ocho y quince casas respectivamente; más adelante han en “Vega Luna” diecisiete casas, en “Ventura”, seis, en “El Corozo”, cuatro, y por último en “Cristóbal”, seis.

     A lo largo de Río Chiquito, remontando su cauce encontramos en “El Infiernito”, doce casas, la Granja y el Matadero. Luego en “La Pradera”, hay un grupo de siete y otro de cinco casas. Por último, en “El Níspero”, ubicado entre Río Chiquito y “Vega Larga” hay diez casas y dos bloques de veinticuatro dormitorios cada uno.

Apartamentos en la zona del río Botuco

     En cambio, en la zona del rio Botuco no se construyeron casas individuales, sino bloques de apartamentos, cada uno con su cocina y comedor colectivos. Cada apartamento cuenta además con su propia cocina. Existen además en la zona del río Botuco tres bloques de 28 apartamentos cada uno, y uno de cuarenta.

     Hay también en esta zona un edificio para hotel con capacidad para cuarenta y ocho huéspedes, y a orillas del mar, el club, que cuenta con todos los servicios para la comodidad del visitante, entre otros el bloque destinado al vestuario con 56 duchas para bañistas.

     En el conjunto de realizaciones de carácter social que ofrece a las clases trabajadoras la Ciudad Vacacional de Los Caracas, ocupa junto con el programa de la vivienda obrera adelantado por el Banco Obrero, puesto de valor presente e histórico.

     El costo total de la Ciudad Vacacional de Los Caracas fue de Bs. 67.000.000,00 (sesenta y siete millones de bolívares). 

FUENTES CONSULTADAS

  • El Heraldo. Caracas, diciembre de 1954

  • La Esfera. Caracas, diciembre de 1954

  • Élite. Caracas, 4 de diciembre de 1954

Breve noticia sobre Antímano

Breve noticia sobre Antímano

Por Enrique Bernardo Núñez (Cronista de la Ciudad)

     “El pueblo o estancia de Antímano, en el camino de Caracas a Los Valles de Aragua, abundaba en árboles frutales, particularmente duraznos, como toda la zona de Macarao, San Pedro, Los Teques y El Jarillo. En cambio, La Vega producía buenos dátiles.

     Al describir este camino Humboldt se refiere a ciertas muestras de roca primitiva de un verde oscuro, con granates, de gran espesor y en forma de balas de cañón que envió al Rey de España para sus gabinetes de Historia Natural. Era pueblo doctrinero “de indios tributarios”. Sitio obligado de los conquistadores de todos los tiempos.

Avenida con viejos árboles en el callejón de la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952
Avenida con viejos árboles en el callejón de la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952

     Cuando Joaquín Crespo hacía su entrada a Caracas en el año de 1892, se detuvo en Antímano a causa de lluvias torrenciales, aunque adelantó una fuerza a fin de prevenir desórdenes en la ciudad, que se hallaba sin autoridades. El Guaire registró entonces una de sus mayores crecidas.

     Diego de Losada se desvió un poco desde Las Adjuntas, por tierras de Caricuao, a fin de evitar las emboscadas que podían hacerles a orillas del río, y en busca de la tierra llana salió al valle de Cortés Rico, llamado desde entonces Valle de La Pascua.

    En los comienzos del Siglo XVII se hallan en Antímano las encomiendas de Nicolás Sainz de la Varguilla y Leonor Muñoz de Rojas, viuda del Capitán Luis Blanco de Villegas, encomienda que tuvo después Alonso de Hostos Díaz de Alfaro, y la de Domingo Vera de Ibargoyen, indios de nación toroymana.

     En San Pedro de Antímano la del Alférez Juan Fernández del Corro, de nación guayqueri. Del Corro tenía también encomienda en Naiguatá, de Indios Caracas. En La Vega poseía una Ruy Fernández de Fuenmayor.

     Antímano y La Vega tenían por Patrona a N. S. del Rosario. La Vega se distinguía con el título de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Para 1772 (Visita del Obispo Don Mariano Martí) Antímano tenía una población den quinientos trece habitantes, de los cuales ciento cincuenta y uno eran indios, setenta y ocho españoles, aparte de doscientos ochenta y cuatro entre españoles y “de otras castas”, dispersos en sus sementeras y haciendas de caña de azúcar. Martí hizo la visita de los naturales y conoció la instrucción que tenían de la Doctrina.

     Confirmó veintiocho personas. La iglesia era de tejas, con paredes de tapia y mampostería y disponía de cuatro altares, uno de ellos, el del lado de la Epístola, dedicado a N. S. de Guía. El libro de bautizos más antiguo se remonta al año de 1668. Otro más antiguo halló en La Vega, destruido en parte por la polilla. La primera partida legible era de 10 de marzo de 1652.

     Antímano es erigida en Parroquia el mismo año de la muerte del gobernador Guevara Vasconcelos. Se hallaba en posesión interina del gobierno del teniente del Rey, Don Juan de Casas, y del Arzobispado, sede vacante, el doctor Santiago Zuloaga (24 de noviembre de 1807). Como no había dotación para el alumbrado del Santísimo, la señorita Ana María Vega se obligó a entregar los alquileres de una casa de su propiedad en el pueblo, los cuales sumaban cincuenta pesos anuales. Cuarenta para dicho alumbrado y los diez restantes para una de las fiestas de Minerva, en el mes señalado por el señor Cura. Lo era en propiedad el doctor Pedro Echezuría y Echevarría, a quien dio posesión el presbítero Juan Nepomuceno Quintana, el 2 de junio de 1808 (1).

     Antonio Guzmán Blanco no lo eligió por simple capricho para una de sus moradas favoritas. Sus aires y aguas gozaban fama de ser los más puros que podían hallarse en el Valle de Caracas. Pasaba allí largas temporadas desde los días del Septenio. Sin embargo, su casa, a la salida del pueblo, donde estuvo en años recientes una fábrica de cerámica, no vino a ser construida sino a partir de 1880, durante el Gobierno llamado de la Reivindicación. La compra de los terrenos entre el Guaire, Montalbancito, el callejón que conducía al pozo de “La Vieja”, y el camino real, frente al cerro del Calvario, se efectúa el 13 y 15 de octubre de aquel año. El primero a las señoras Obdulia de Montes de Oca y María Montes de Oca de Talavera, y el segundo a la señora Amalia Arismendi de Briceño y otros, apoderados del doctor Mariano Briceño. Posteriormente, a 14 de diciembre del mismo año, adquiere otro más pequeño de los señores Rafael, Carlos y Pedro Yanes. El valor de estos terrenos fue de Bs. 16.400, Bs. 8.000 y Bs 400, respectivamente.

     Antímano vino a ser entonces durante las temporadas de Guzmán Blanco, el centro de la vida oficial del país. Los coches levantaban nubes de polvo en el camino de Caracas al pueblo llamado “el Versalles del Ilustre”. Criados, muebles, cocina, todo allí era francés.

     Alirio Díaz Guerra cuenta en su libro “Diez años en Venezuela”, lo ocurrido cierto domingo que el presidente quiso tener por invitados a los colombianos notables residentes en Caracas. El encargado de hacer las invitaciones fue el general León Landaeta. Tan estrictamente quiso cumplir, como se hacía generalmente, las órdenes recibidas, que consideró de su deber no hacer excepciones, y a varios de ellos equipó con dinero y trajes nuevos. 

Cerro cubierto de magnífica vegetación frente a la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952
Cerro cubierto de magnífica vegetación frente a la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952

     Entre los presentes se hallaban la señora viuda de O’Leary, doña Josefina Ospina, y los doctores Felipe Pérez y Nicolás Esguerra. Diógenes Arrieta no pudo asistir por hallarse enfermo. Al pie de la escalinata, un portero francés “se mantenía inmóvil como una estatua”. La confusión fue grande cuando se presentaron otros invitados en gran número, algunos de ellos indios encogidos y maltrechos. El mayordomo se inclinó ante la señora de Guzmán Blanco para anunciarle que la mesa estaba servida. El presidente apenas podía ocultar su enojo. Se improvisó un servicio aparte para aquellos invitados y se les hizo regresar cuanto antes. A Landaeta no le valieron disculpas –en vano alegaba que se le había ordenado invitar “a todos”–, y, cayó en desgracia. Cerca de este sitio de la casa de Guzmán Blanco, se halló Antonio Leocadio Guzmán de regreso de La Victoria, una noche de luna llena, con la patrulla del Juez Felipe Rodil.

Postal de la estación de Antímano, 1910
Postal de la estación de Antímano, 1910

     El nuevo templo de Antímano, levantado según los planos del ingeniero Augusto Lutowsky, fue inaugurado el 1 de enero de 1882. La línea férrea, cedida después a las obras del ferrocarril Caracas-Valencia, el 27 de abril de 1887. Juan Pablo Rojas Paúl y Raimundo Andueza Palacios heredaron esta predilección del Ilustre Americano por Antímano. Como en los tiempos antiguos estaba rodeado de tablones de caña. Famosas eran las haciendas “Caricuao” y “La Elvira” del general Manuel Antonio Matos, cuya casa estuvo situada en la calle real, que le separaba de un magnífico parque y jardín. Tenía Antímano arboledas dignas de un rey o de un artista. Vimos caer la de la plaza hace algunos años”.

NOTA: Posteriormente a la publicación del presente artículo consultamos el Libro 1 de la Parroquia de Antímano por cortesía del párroco, Pbro. Antonio Acuña

FUENTES CONSULTADAS

  • El Nacional. Caracas, 28 de noviembre de 1957
  • José de Oviedo y Baños. Historia de la Provincia de Venezuela
  • Alejandro de Humboldt. Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente
  • Vicente Dávila. Tomo I de Encomiendas
  • Relación de la Visita del Obispo Don Mariano Martí
  • Propiedades de Antonio Guzmán Blanco en Caracas.
  • (Libro manuscrito por el señor Don José Quintero). Cortesía del señor T. Sánchez Hurtado
  • Francisco González Guinán. Historia Contemporánea de Venezuela
  • Alirio Díaz Guerra. Diez Años en Venezuela (1885-1895)
El Calvario

El Calvario

Escalinatas de El Calvario. Dibujo anónimo
Escalinatas de El Calvario. Dibujo anónimo

     “La Colina del Calvario, como se sabe, está ubicada en el centro de Caracas, su altura y esa situación la convierten de hecho en un mirador natural. Desde él se divisa el cerro Ávila, hacia el Norte y Naciente, y por el Sur y Poniente las azules serranías de Turgua. El panorama no puede ser ni más bello ni más imponente. Pocas son las ciudades que tienen algo semejante, y, por ello, es polo que ha sido motivo de admiración de propios y extraños.

     Cuando Caracas era una ciudad aldea y las tierras que la cercaban pasaban desapercibidas, ya El Calvario servía de solaz a los habitantes, y era punto terminal de procesiones religiosas en ciertos días del año.

     El Nazareno de San Pablo, con el fervor que despertó siempre en el alma caraqueña, era conducido en andas por la Calle de la Amargura, vía ésta que bien le acomodaba el nombre, hasta la Ermita que existía en el alto plano, en donde años más tarde se hizo la arredoma que sirvió de asiento a la estatua del general Antonio Guzmán Blanco hasta el 1889, de cuyo pedestal fue derribada por la turba que en frenética reacción sancionaba el delirio de grandeza de aquel mandatario que permitió se le consagrara el bronce de los inmortales.

     Estas procesiones la integraban tanto o más de la mitad de la población de Caracas, y, su recorrido tardaba horas, porque el paso era parsimonioso, y, con cuya lentitud se imprimía recogimiento y fervor al acto. 

     Por lo general, las sombras de la noche acompañaban la ceremonia, y se encendían cirios para poder caminar en la oscuridad habitual, pues esos parajes, apenas tenían precaria luz de uno que otro candil, cuyo combustible era el aceite de coco.

     No solo esos actos le daban a El Calvario importancia: en las tardes, y también en las noches de luna, muchas personas se trasladaban allá para disfrutar de las diferentes fases del panorama que se presentaba a la vista: si de tarde, las florestas, los sembradíos de las vegas del Guaire; los cañaverales de las abundantes haciendas del valle de Caracas, y las frondas de los cafetales, y las montañas de sus cerros, que para entonces no habían sido talados, y cuya morfología ratificaba la fertilidad del trópico; y, si de noche, la limpidez del cielo que permitía ver en toda su esplendidez, las maravillas del espacio sideral.

     El Calvario era un complemento de las características de las costumbres sencillas de la ciudad, entre las cuales prevalecía el recogimiento y la contemplación de las bellezas naturales.

Jardines de El Calvario, 1953
Jardines de El Calvario, 1953

     Después del triunfo de la Revolución de Abril, acaudillada por el ya citado general Guzmán Blanco, y hecho ocurrido el año 1870, comenzó a agitarse una tendencia progresista en la República, y principalmente en Caracas. El Calvario gozó de esa tendencia: el gobierno lo escogió para el Acueducto, que se proyectaba y, al efecto, se establecieron los grandes tanques con sus otros aditamentos, para recibir las aguas de las vertientes de Macarao, que eran conducidas desde veinte kilómetros, poco más o menos, por canales y acequias descubiertas en su mayor recorrido. Desde esos tanques se distribuía el agua por la red de tubería instalada por calles y plazas, y de ahí conectadas hacia las casas y edificios. Este servicio no abarcaba sino a un sector de las viviendas.

     Pasado algún tiempo, se regularizó el servicio, lográndose que un mayor número de viviendas tuviera agua en un porcentaje de más del setenta por ciento (70%). El resto se proveía de las pilas y fuentes públicas, que el Gobierno había hecho construir a distancia prudencial. 

     Una Compañía Belga, cuyo representante en Caracas lo fue el señor Paquet, se hizo cargo de la administración del Acueducto, mediante contrato. Esa circunstancia tuvo por consecuencia, el ensanche de la distribución del agua y otras mejoras, cuyos resultados fueron eficientes. El Calvario quedó ligado al Acueducto, pues cuando se nombraba a éste, se decía el Acueducto de El Calvario.

     La importancia que adquirió el lugar con la instalación aludida, hizo que el presidente Guzmán Blanco prosiguiera con otras obras de embellecimiento, tales como amplios jardines, siembra de árboles en abundancia, construcción de pajareras con variados especímenes; asimismo jaulas con animales raros y de diversas especies. Se hicieron caminos amplios en todo el contorno de la colina por donde se accedía a ella hasta su máxima altura. Sus laderas fueron sembradas de árboles que le daban un aspecto bello y una frescura grata al paseante. En la parte noreste se construyó la escalinata, que aún hoy se conserva, y que es de admirable imponencia.

     A la par del embellecimiento de El Calvario, crecía su prestigio, y la gente que vivía en Caracas, como la que venía de fuera, lo escogieron de lugar favorito de esparcimiento.

     El general Guzmán Blanco pensó que ningún sitio era más apropiado para ubicar su monumental estatua que El Calvario; y, al ser decretado el descabellado homenaje, se procedió a su realización; y, precisamente en el propio centro de la Colina, y en donde estuvo la Ermita ya mencionada, quedó levantado el bronce, que desde cualquier ángulo de la ciudad podía divisarse, tal era de alto y voluminoso. Este desafiante monumento tuvo el triste y lógico fin, que queda dicho.

Estatua de Antonio Guzmán Blanco en el Parque El Calvario, derribada por el pueblo en 1889
Estatua de Antonio Guzmán Blanco en el Parque El Calvario, derribada por el pueblo en 1889
Capilla Nuestra Señora de Lourdes, El Calvario, diseñada por el arquitecto venezolano Juan Hurtado Manrique, en 1885
Capilla Nuestra Señora de Lourdes, El Calvario, diseñada por el arquitecto venezolano Juan Hurtado Manrique, en 1885

     Nuevas atenciones mereció El Calvario, y, entre una de las más notables fue la de ser el primer lugar público que se le alumbrara con luz eléctrica en la capital. Para iluminar el “Teatro Guzmán Blanco” (hoy Teatro Municipal) inaugurado en 1883 con motivo del Centenario del nacimiento del Libertador, se montó una planta eléctrica de modesto voltaje, y el fluido se distribuyó para iluminar el Teatro y parte de El Calvario. Cuando había función en el Teatro, no había luz en el “Paseo Guzmán Blanco”, que también así se llamaba. La consabida planta eléctrica estaba situada en una casa de la parte sur del Teatro, calle por en medio. 

     Algún tiempo después de tener Caracas su servicio de luz eléctrica, podía verse séquito nutrido de personalidades invitadas al efecto, para presenciar el novedoso acontecimiento. El público asistente puede decirse que fue la mayoría de los habitantes de Caracas y muchas personas que se trasladaron del interior.

     La impresión dejada por el tal simulacro, tuvo su pro y su contra; porque si hubo demostración de cierto mejoramiento en el Ejército, se registraron actos dolorosos: los fusiles que habían sido, como es natural, para ser disparados sin plomo, fueron proveídos por algunos soldados, de piedras que ocasionaron algunas desgracias, entre ellas, la herida que recibiera en un ojo el estudiante de artillería Maximiliano Iturbe.

Imagen de Nuestra Señora de Valvanera, ubicada en la capilla Nuestra Señora de Lourdes, en El Calvario
Imagen de Nuestra Señora de Valvanera, ubicada en la capilla Nuestra Señora de Lourdes, en El Calvario

     Andando el tiempo, “La Planicie” fue utilizada para construir la Academia Militar, cuyo proyecto fue obra del doctor Alejandro Chataing, de amplio y merecido renombre.

     El Decreto que creaba la Academia, lo firmó en 1904 el general Cipriano Castro, presidente de la República, y el edificio se inauguró dos años después, y prestó servicio como tal, hasta que, en 1955 se construyó una modernísima Academia a tono con el progreso que adquiere el país.

     En la antigua Academia de La Planicie funcionó un tiempo el Ministerio de la Defensa, y en su contorno se han hecho otras construcciones.

     No siempre El Calvario, en los últimos tiempos, ha conservado el mismo interés: ha tenido en veces crisis de olvido por parte de los caraqueños, y hasta ha sido descuidado por quienes estaban obligados a mantenerlo en el mismo plan de principal paseo capitalino.

     Pero, esas crisis no han sido definitivas, pues si hay algo en esta ciudad que la enorgullece, es ese sitio en donde generaciones han soñado debajo de sus árboles y meditado al recorrer sus caminos.

     También hubo, en cierta oportunidad, un intento de desaparecer sus jardines, instalando en ellos tanques y otras fundaciones. Afortunadamente, una voz sensata se dejó oír: la de Enrique Bernardo Núñez, insinuando que se detuviera la intención, que en resumida no pasaba de ser sino un exabrupto. Aquello abortó, y es de suponer, que esa preciada joya que es “El Calvario”, jamás sea amenazada con similar propósito.

     Y para concluir estos breves apuntes, diré que el Paseo Independencia (El Calvario), ha merecido mucha atención de las autoridades distritales, como puede comprobarse al recorrer sus avenidas, ver sus nuevas obras, y el esmerado cuidado de sus jardines, en donde se levantan los bustos de preclaros intelectuales nuestros, para quien pidió el mencionado Enrique Bernardo Núñez, en feliz oportunidad, un sitio apacible donde erigir sus imágenes. 

     Y allí están, sino todos, sí algunos que son muy merecedores del recuerdo, y que ojalá otros muchos vayan a hacerles compañía, y reciban también, como los que ya están, los rayos del sol y las brisas de la Patria que tanto honraron, y cuyo ejemplo es un estímulo a seguir”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Crónica de Caracas. Caracas. nov-dic. 1958; págs. 188-195

La Caracas de comienzos del siglo XIX

La Caracas de comienzos del siglo XIX

     Entre 1822 y 1823, Richard Bache (1784-1848), teniente de artillería del ejército de los Estados Unidos de Norteamérica, recorrió Venezuela y Colombia, tras lo cual publicó sus impresiones de viaje en un libro titulado “Notas de Colombia en los años 1822-23”, donde destaca con precisión los acontecimientos observados.

En 1827, el militar norteamericano Richard Bache (1784-1848), publicó un libro con sus impresiones de viaje por Colombia y Venezuela, en los años 1822-23”, donde destaca con precisión los acontecimientos observados en Caracas
En 1827, el militar norteamericano Richard Bache (1784-1848), publicó un libro con sus impresiones de viaje por Colombia y Venezuela, en los años 1822-23”, donde destaca con precisión los acontecimientos observados en Caracas

     Escribió que la extensión de la ciudad era mayor que el ancho que ocupaba de terreno. Los ríos Anauco y Caroata se encontraban del lado este y del lado sur estaba el Guaire, cruzados por “excelentes puentes de piedra”. El agua que consumían sus habitantes provenía del río Catuche que atravesaba a toda la ciudad. “Tiene cinco puentes, pero como sus ribazos se encuentran en la misma forma en que los diseñó la naturaleza – escarpados, irregulares y cubiertos de matorrales – este riachuelo, aunque presta útiles servicios, afea notablemente el aspecto de la ciudad”.

     Hizo notar que las calles estaban “bien pavimentadas con lajas”. Aunque por muchas de ellas corría un “agua clara”. Las aceras estaban en el mismo nivel que la calle, lo que las hacía de difícil circulación para las personas en vista del empedrado y varias protuberancias y “del posible encuentro con acémilas (mulas) que pasan rozando con las paredes”. Un mejor empedrado lo pudo constatar frente a edificios públicos y de algunas viviendas.

     Puso de relieve la colocación de guijarros blancos y negros que se mostraban de forma tal que servían para la colocación de un nombre, un escudo o un signo patriótico. “En el atrio de algunas iglesias frecuentemente nos da la bienvenida un fúnebre recordatorio, formado por un cráneo y huesos teñidos de sangre”. Puso de relieve que se usaban con frecuencia tibias de animales que se colocaban de forma vertical para que destacaran, “en la cavidad bajo la rótula, las piedras y conchas allí incrustadas, de varias formas y colores”.

     Consideró que las calles presentaban un ancho disminuido debido a la proyección de las ventanas lo que obligaba a las personas a lanzarse a la vía para seguir su camino. “En la noche los forasteros deberán proceder con cierta cautela para sacarles el cuerpo, por carecer las calles de alumbrado”. También identificó ocho plazas públicas en Caracas. Describió que la Plaza Mayor servía para el mercado de víveres. 

     A un costado de ella se encontraba la Catedral de la que describió que el coro ocupaba la mitad de la gran nave, “obstruyéndola en forma bastante incómoda”, además escribió que el aspecto exterior de esta edificación se notaba poco favorable “por enormes estribos de piedra, que refuerzan la fachada, a fin de preservarlo del efecto de los terremotos”.

     Respecto al mercado, que funcionaba en la Plaza Mayor, era muy concurrido en horas tempranas de la mañana porque así los concurrentes podían evitar “los calores del día”. El espacio ocupado carecía de casillas, puertos o cobertizos lo que obligaba a los vendedores a colocarse a lo largo de improvisados pasadizos donde ofertaban la mercancía. “En su mayor parte, las ventas están a cargo de mujeres de color, en cuya piel se combinan todos los tintes intermedios de la sangre europea, africana e indígena, y que son sirvientas o esclavas de los dueños de las grandes plantaciones vecinas; o también de pequeños agricultores, que cultivan parcelas por su cuenta”.

     De estas vendedoras puso en evidencia que solían esperar a su clientela en cuclillas. De ellas anotó que mostraban gran ingenio, gracia, cortesía y afabilidad de modales en la actividad comercial que practicaban, “muy distinto del rústico descaro que caracteriza a la mayoría de las mujeres de su clase en otros países”. En la comarca caraqueña destacó que no mostraban los sonidos “marimachos” de Billingsgate, “aquí se oye el lánguido, ceceoso y melódico acento de féminas llenas de amabilidad”. Su vestimenta la comparó con aquella propia de los lugares calurosos. El mismo consistía en una blusa que dejaba al descubierto ambos hombros y con faldas, por lo general andaban descalzas y con un sombrero igual al usado por los hombres. Los hombres vestían con pantalones hasta las rodillas, camisa y un sombrero de cogollo. Éstos portaban un machete en uno de sus muslos.

Bache hizo notar que las calles de Caracas estaban “bien pavimentadas con lajas”
Bache hizo notar que las calles de Caracas estaban “bien pavimentadas con lajas”

     Corroboró haber observado algunos artículos que se ofertaban al público como naranjas, limones, plátanos, bananos, guanábanas, aguacates, granadas, chirimoyas, uvas, higos, manzanas, melocotones, ciruelas, albaricoques, melones, tamarindos, guayabas, piñas, papas, remolachas, zanahorias, repollos, coliflores, lechugas, calabazas, ñames, alcachofas, nabos, batatas, “y una raíz amarillenta llamada apio”. De este último agregó que la parte superior se parecía mucho, en olor y sabor, al celery que se consumía en su país.

     En cuanto a los derivados alimenticios provenientes de animales describió la carne seca que se ofrecía cortada en lajas ahumada, “resultando muy poco apetecible”. Precisó que se conseguía carne de cordero y pescado, pero no carne de ternera. Se expendía manteca de cerdo envuelta en hojas de plátano que para Bache se utilizaba de manera exagerada en la preparación de los alimentos y que también se la utilizaba para aliviar los dolores de cabeza, untándola sobre un pedazo de seda negra y que las personas se la colocaban en las sienes. Del cazabe expresó que no gustaba a los estadounidenses así como la arepa a los europeos.

De una planta denominada cocuiza, agregó Bache, se podían elaborar sandalias y también cables, cuerdas y tejidos diversos. 

     El calzado que con ella se elaboraba era muy utilizado, especialmente en zonas fuera de Caracas. Acá la llevaban  artesanos, personas del servicio doméstico y arrieros. En los parajes interioranos las alpargatas la utilizaban “desde el alcalde y su esposa (y por lo común sin medias) hasta los individuos de ínfima condición social. Un par cuesta unos veinticinco centavos”. La pulpa de esta planta, redactó, servía para hacer jabones y la madera porosa del tallo, al secarse “es un excelente asentador para instrumentos cortantes, a causa del buen asperón que contiene”.

     El circulante general estaba conformado por cuartos, octavos, dieciseisavos y treintaidosavos de peso, eran piezas cortadas de manera irregular, por su forma y tamaño distintos. El nombre era de Macuquinas. Según consignó era aceptada sin inconvenientes en las transacciones que la requerían. Para intercambios de mayores sumas se utilizaban pesos y doblones. Citó a Humboldt para reseñar algunos aspectos de la sociedad caraqueña. Ésta no ofrecía mayores lugares variados, pero la calidez y sentimiento de bienestar se experimentaba con la jovialidad, cordialidad y cortesía de modales de los lugareños, según su experiencia. Escribió que entre los caraqueños existían dos clases de personas o generaciones muy distintas, propias de sociedades en que se estaban gestando cambios en sus ideas. Agregó que las consideraciones del naturalista alemán resultaban muy pertinentes, tal cual el mismo Bache lo había corroborado al conocer a varios caraqueños.

La Plaza Mayor servía para el mercado de víveres. Era muy concurrida en horas tempranas de la mañana, porque así los asistentes podían evitar “los calores del día”
La Plaza Mayor servía para el mercado de víveres. Era muy concurrida en horas tempranas de la mañana, porque así los asistentes podían evitar “los calores del día”

     Agregó a estas consideraciones que luego de 1804 habían estallado conflictos en esta comarca y que habían dejado en desolación varios lugares de ella. Pero su fuerza ya había disminuido para el momento cuando Bache conoció la ciudad. “La paz que pronto habrá de sobrevenir será doblemente apreciada al compararla con los horrores acarreados por el conflicto”. En este orden de ideas, se mostró con gran optimismo al subrayar que se estaba labrando un camino hacia la libertad más duradera, valorada y defendida. “No puede negarse, sin embargo – por mucho que lo deploren los partidarios del orden social y de las libertades civiles – que tienen excesiva figuración muchos de aquellos individuos que forman los grupos menos dignos de la clase que Humboldt designa como ‘la segunda generación’”.

     A este respecto indicó que esta era una realidad ineludible y que no debía sorprender a nadie. Porque era difícil no tropezar con el daño mientras se buscaba con afán el beneficio. Escribió que el bien estaba representado con el establecimiento de un gobierno libre, fundado en los derechos ciudadanos, y con la posibilidad de extender el pleno desarrollo de las facultades de los gobernados, en su vertiente física y moral.

     Las nuevas autoridades se habían constituido frente a las que negaban estas posibilidades y derechos. Por tal motivo, anotó con convencimiento que, el país había sido objeto de un cambio al instituir una forma de gobierno que favorecía la libertad y no la sumisión del individuo al Estado dominante. Convencimiento a partir del cual no temía que se le tildara de fariseo republicano.

     Puso a la vista del lector un mal que él percibió frente a lo que denominó el efímero encumbramiento de “ciertos hombres” de quienes no era posible esperar que contribuyeran al ornato y al perfeccionamiento de la vida en común de un país nuevo. 

Las monedas que circulaban en la época eran piezas de plata cortadas de manera irregular, llamadas Macuquinas
Las monedas que circulaban en la época eran piezas de plata cortadas de manera irregular, llamadas Macuquinas

     Muchos eran propensos, de acuerdo con su percepción, a perjudicarla gracias al lugar de poder que habían obtenido. “No obstante, semejante mal – como ya fue apuntado – es sólo pasajero, mientras que los beneficios obtenidos serán permanentes. Los méritos de un soldado intrépido, pronto para ejecutar o morir, no van siempre unidos a los que convienen a un ciudadano ejemplar y pacífico”. Para un soldado, tal como el bien lo conocía puesto que su oficio así le daba licencia para opinar a este respecto, en la batalla y la guerra lo requerido eran individuos valientes de disposición y con brazos bien dispuestos. En la paz, en cambio, los requisitos eran otros.

     Su visión plagada de optimismo la mostró con cierto afán apasionado e ingenuo. Pensó que una disposición positiva llevaría a los dirigentes a adecuarse a las nuevas condiciones de libertad y de justicia. “Después que hayan transcurrido algunos años de paz, el mílite rústico e iletrado tendrá que ceder su puesto al ciudadano culto e inteligente. En consecuencia, aquellos novi homines que sólo se recomiendan por su inclinación a contiendas y a situaciones irregulares, perderán prontamente su influjo; y a medida que se vaya apaciguando la tormenta que en otro tiempo desataron, se hundirán en el olvido y la desestimación”.

     A pesar de haber presenciado la existencia de admiradores de la monarquía el nuevo orden se desplegaba con los nuevos derechos adquiridos con la república. Escribió que para el momento de su visita no se daba a nadie el título de Don en la República de Colombia. “Lo corriente, para dirigirse a los criados, es utilizar el de ´usted’, abreviatura de su ´merced´”.

     Llamó la atención respecto a la vestimenta utilizada por los caballeros en Caracas quienes mostraban una indumentaria muy al estilo europeo, con preferencia el género europeo. “La única modificación consiste en el aditamento casi constante de una capa, sin mangas ni capuchón” cuya finalidad era la de encubrir cualquier falta de limpieza en su ropaje, “si tienen que aparecer repentinamente en público”. Los miembros de las iglesias y congregaciones religiosas lucían un hábito propio de sus congregaciones cuya diferencia estaba en la forma y los colores que usaban. Consistía en una sotana de seda negra, “aunque los Carmelitas la llevan blanca o un tanto amarillenta”, mientras los franciscanos la llevaban de color gris. El sombrero que llevaban consigo lo encontró semejante al utilizado por los cuáqueros anglosajones. En cuanto a las características físicas y fenotípicas de los hombres de Caracas señaló que eran de “estatura menor que la corriente”, de piel cetrina, entre amarillenta y oscura, con cabello y ojos negros, y “bien conformada contextura”.

Loading
Abrir chat
1
¿Necesitas ayuda?
Escanea el código
Hola
¿En qué podemos ayudarte?