Caracas en automóvil

Caracas en automóvil

Paseo en automóvil por la Caracas de principios de siglo XX, a través de una deliciosa crónica escrita por el periodista Carlos Benito Figueredo (Serapio Padilla) y publicada en el diario caraqueño El Porvenir, el 29 de noviembre de 1905.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Paseo en automóvil por la Caracas de 1905

     “Soy aficionadísimo a todo lo que vuela, menos a los aparatos encallados para este objeto, los cuales han proporcionado más de una fractura, como ustedes saben mis lectores.

     Me encanta todo lo rápido por lo cual bendigo a diario el invento de la locomotora, que nos ha proporcionado el ferrocarril, y con él la ventaja de transportarnos rapidísimamente a cualquier parte, menos a El Valle de Caracas, aunque me dé pena decirlo.

     Conociendo mi buen amigo Antonio, el delirio que experimento por todo lo veloz, como es veloz el pensamiento de su tocayo Francisco Antonio Delpino y Lamas, invitóme para un paseo en automóvil, vehículo que, según la evolución de Razetti, desciende del pato, por el estentóreo cuá, cuá, cuá con que anuncia su presencia.

     Inmediatamente después de esta invitación me traslade a Caracas, y he me aquí ya sentado sobre un blando y cómodo cojín; a mi noble y buen amigo Antonio, volante en mano, dispuesto al movimiento y …. sale el bicho, como diría el Bachiller Munguía haciendo una revista taurina.

     Oiga compinche- le dije a mi amigo Antonio, ¿no hay peligro que se desboque este coroto?

     Que va don Serapio, que va; el automóvil cede más que un diputado bien pago y se detiene al tocar yo este manubrio.

     Pero compinche, haga por ir más despacio porque acabo de desayunarme y no voy hacer la digestión.

     Ni se preocupe usted, don Serapio; en cuanto lleguemos alguna farmacia se toma usted una copita de Elixir de Vargas y con esto digerirá hasta un adoquín que se haya comido.

     Compinche, pero que transformado encuentro el Puente de Hierro; le aseguro que no venía aquí desde aquel tiempo inmemorial en que era costumbre entre nosotros traer a las damas a comer el sabroso pan de horno caliente que nos ofreciera Nicanor.

     Ya lo creo, don Serapio; esto es una maravilla que alegrará su espíritu; ahora emprendemos la vía que nos conduce al Paraíso, en el cual abundaban antes las serpientes y hoy, en cambio, las flores lozanas que perfuman el ambiente.

     ! Olé por su mare compinche ¡¿usted cómo que es poeta?

     Yo poeta. Tan sólo he escrito en mi vida dos cuartetos que dediqué a Consuelo mi esposa, el día de su santo, y los cuales me han proporcionado tantos sinsabores que no quisiera ni acordarme de ellos. Pues mire, compinche, yo amo la literatura con ardor, y no me tache de majadero si le suplico que me recite esa composición mientras atravesamos la larga vía que nos conduce al Paraíso.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Emocionante paso por el Puente de Hierro

     Yo no puedo negarle nada hoy, don Serapio; lo he hecho mover de su tierruca, dejando tras de sí las delicias que pudiera haberle proporcionado su querido hogar. La composición a que me refiero dice así:

Hoy que es día de tu santo
y que cuentas primaveras,
quisiera amarte de veras
con cariño y amor santo.
De tu cariño hechicero
guardo un recuerdo precioso:
un mechón lindo y frondoso
de tu adorado cabello.

     No siga, compinche, pare, pare, que se me ha volado el cabello, …. digo el sombrero.

     Comprendido, compinche; creí que me decía que parara la recitación porque no le agradaban los versos.

     No lo crea, don Antonio; al mismo tiempo que usted decía: un mechón lindo y frondoso, lo cual compinche, no me cuela, lo mismo que aquello de que cuantas primaveras que tampoco me entra, vino un mechón de viento y me llevó el sombrero con que cubro mi adorado cabello: pero no fue nada el Stetson quedó en el mismo locomóvil.

     Perdone, don Serapio, no es locomóvil sino automóvil.

     Tiene razón, don Antonio, no olvidare el nombre en lo adelante.

     Y escuche usted, don Serapio, ¿cree usted que esos cuartetos merezcan la crítica que les hizo un periódico de esta capital?

     Le voy a ser franco, camará, no la merecen por ser dos nada más; pero el periodista gustó de esa composición y diría para sí: “la idea es bonita y nueva; puede que cambiando el autor eso del mechón frondoso y aquello de que cuentas primaveras merezca entonces un aplauso.”

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las concurridas calles de El Paraíso

     Yo voy a darle un consejo compañero; cuando usted quiera que un periódico aplauda calurosamente alguna concepción suya, aun cuando haya sido concebida con mancha y con pecado, llévele junto con el original un avisito de cuatro o cinco pesos y espere al día siguiente grandes y prolongados aplausos.

     Y si uno no tiene nada que avisar, don Serapio.

     Siempre hay, don Antonio, siempre hay. Y si no encuentra usted a la mano cualquier cosa que avisar, confecciona un embuste cualquiera, por ejemplo: que se le ha perdido la suegra, ofrece una gratificación a quien dé informes sobre su paradero.

     Mire, don Serapio, si el informe que le dieran sobre mi suegra fuese: “que se desbarrancó por el puente del Guanábano,” por ejemplo, crea usted que sería capaz de darle al informante hasta 5.000 pesos. Esto, por supuesto, acá entre nosotros. Pero crea usted, amigo Serapio, que acepto el consejo y no lo echaré en saco roto.

     Pero, camará ya estamos en El Paraíso.

     Me parece bien apearnos del coroto este para poder apreciar mejor las maravillas del sitio y gozar un rato aspirando, como bien dijo usted, “el perfume de las flores lozanas que embalsaman el ambiente.”

     No me parece mal. Daremos un paseito por estos contornos admirando la primorosa decoración de estas famosas quintas y luego iremos a San Bernardino, donde vera usted rostros seductores y cuerpecitos que han hecho volver locos a más de cuatro.

     Convenido, compinche.

     Mire usted, camarón, éste es un delicioso lugar convertido hoy en un verdadero paraíso, destinado por los ricos para pasar en él temporadas de recreo. El arte y la naturaleza se han asociado para presentar al visitante la maravilla de sus magnificencias.

     ¡Ah! compinche, y si usted viera alguno de los rostros habitadores de este paraíso. Los hay más preciosos que las rosas sembradas en sus jardines y de tallos más seductores que las palmeras que engalanan este bosque.

     Pues mire, camarón, si hay tanto bueno por aquí, sáqueme in continenti de este sitio antes que esas flores abran su cáliz al despuntar el sol.

     Bueno, iremos a San Bernardino, pero le advierto que si usted, por ser casado, huye del contacto de las muchachas bonitas, encontrará en aquel lugar un centenar de bellezas, capaces de sacar de quicios a más de un mortal.

     No, camará, condúzcame a Caracas y dejemos el paseo a San Bernardino para el próximo domingo, pues me suscribo desde ahora para un paseo dominical, mientras no se descomponga el automedonte”.

El escudo de armas de la antigua Caracas

El escudo de armas de la antigua Caracas

     El escritor, historiador y periodista Arístides Rojas, publicó en la revista El Cojo Ilustrado, de abril de 1910, un denso trabajo sobre los orígenes del escudo de armas de Caracas, acompañado de imágenes que muestran la evolución histórica de uno de los más representativos símbolos de la ciudad.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Evolución histórica del escudo de armas de Caracas

     “En la procesión cívica que tuvo efecto en la mañana del 24 de julio de 1883, día del centésimo aniversario del natalicio de Bolívar, a la cbeza del gremio de sastres de la ciudad figuraba un guión de seda blanco con borlas de oro, que condujo el señor Pablo Velásquez. En este guión esta bellamente pintado al óleo, el antiguo sello o escudo de armas de Caracas; y el gremio de sastres, al ofrendar a Bolívar con tal obra, quiso sin duda, recordar con esto que aquel escudo había sido concedido por el monarca castellano Felipe II a Simón de Bolívar, el fundador en Venezuela de esta ilustre familia.

     Ningina ofrenda más meritoria, desde el punto de vista histórico, que aquella que recuerda el primer Bolívar que tanto contribuyó con sus talentos al desarrollo material y moral de la sociedad venezolana. Sábese que Bolívar, después de acompañar al gobernador Osorio en 1587, a la fundación del actual puerto de La Guaira, fue enviado a la colonia venezolana con el carácter de procurador cerca del monarca español, pudendo recabar de éste varias reales cédulas que fueron de mucho provecho al comercio y engrandecimiento de Caracas.

     Entre los granes beneficios conseguidos por Bolívar, uno de los principales fue el de que a La Guaira llegaran de España dos navíos anuales de menor porte, con flota o sin ella, para aprovechamiento de los vecinos; y además, un navío de registro ajuial, por cuenta particular de los habitantes de la capital. Así, la costa de Caracas, al crear su puerto, comenzaba directamente su comercio con los de la madre patria, prescindía del de Borburata.

     Muchas fueron las reales cédulas traídas a Caracas por el procurador Bolívar, figurando como principales, además de las mencionadas, las siguientes: por la de 4 de setiembre de 1591, Felipe II concede a Caracas un sello de armas; por la de 22 de junio de 1592, la creación de un seminario; y por la del 14 de setiembre del mismo año, un preceptorado de gramática castellana. Estas primeras concesiones del monarca de España, en pro de Caracas, pueblo pobre y reducido que apenas contaba veinte años de haber sido fundado, y sobre todo, las que se conexionaban con el adelanto intelectual de los pobladores, como la creación de un seminario y en defecto de éste, un preceptorado de gramática castellana, están de acuerdo con las concesiones que, desde un princpio, hiciera la corte de España a las diversas capitales de América.

     Dignos son de recordarse los sellos de armas concedidos por los monarcas de España a las principales ciudades fundadas por los conquistadores castellanos antes de surgir Caracas.

     La España tuvo desde 1507 un escudo de color encarnado atravesado por una banda blanca, dos cabezas de dragones de oro en campo rojo, como lo tenía en sui guión real, y por orla castillos y leones.

     La ciudad de Santo Domingo tuvo por armas un escudo partido horizontalmente: en la parte superior una llave y en la inferior la cruz de Santo Domingo. El escudo está sostenido por dos leones rampantes y arriba brilla una corona imperial. Casi todas las ciudades de la Española tuvieron sellos de armas.

     Santa María de Darién, esta primera ciudad del continente en 1509, de tan corta duración, tuvo por sello de armas un castillo de oro en campo rojo, y encima un sol del mismo metal. A los lados figuraban un león rampante y un cocodrilo. Por divisa se leía Nuestra Señora de la Antigua.

     El de Panamá, en 1521, consiste en un escudo partIdo en pal y en campo de oro; en la mitad de la derecha figuran un yugo y un manojo de flechas pardillo con los casquillos azules y las plumas plateadas, que era la divisa de los reyes católicos; y en la otra mitad de la izquierda dos carabelas, una encima de otra, como señal de que por allí se había de hacer el descubrimiento de la especería, y encima de ellas una estrella que denotaba el polo ártico, y en la orla del escudo castillos y leones.

     En el de Méjico, concedido en 1523, figura un castillo de tres torres, y sobre un nopal hermosa águila que lleva una cuebra en el pico. Al pie de aquél corren las aguas, y a los lados, fuera del escudo, dos leones, y una corona imperial por remate. Este sello simboliza la antigua ciudad de las aguas, fundada en el sitio donde apareció sobre un nopal un águila de piedra, de que habla la tradición azteca.

     El ayuntamiento de Méjico tuvo por sello de armas desde 1523, un escudo azul de color de agua, en señal de la laguna, un castillo dorado en medio y tres puentes de piedra que se dirigen a éste. Los de los lados sin llegar, y en cada uno un león con los pies en el puente y las garras en el castillo. Dentro de la sla se ven diez pencas verdes de nopal, y por remate de todo una corona. En 1533 fue concedido a Cartagena el escudo que tiene: una cruz verde en campo de oro y a los lados dos leónes rampantes.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Escudo actual de la ciudad de Caracas

     En el de Lima, concedido en 1537, figuran tres coronas de oro en campo azul y encima una estrella con orla del mismo metal, acompañada de este lema: Hoc signum vere regum est, y por tenantes dos águilas coronadas, que tienen sobre las cabezas una J y una K, iniciales de Juana y Carlos. Llamóse a Lima ciudad de los reyes por el día en que fue fundada, y de aquí las coronas de oro.

     El sello de armas de Quito, concedido en 1541, consiste en un castillo sobre dos montes, una cruz encima y dos águilas que extienden sobre ésta dos de sus garras.

     El sello de armas concedido por Felipe II a la ciudad de Caracas consiste en un león pardo rampante, en campo de plata, que tiene entre sus brazos una venera de oro con la cruz de Santiago, y por timbre una corona con cinco puntas de oro: todo exornado con trofeos de guerra [1]. Desde esta época Caracas llamóse muy noble y muy leal ciudad, y tuvo el tratamiento de Señoría, y goce de los privilegios y preeminencias de grande, como cabeza y metrópoli de la provincia de  Venezuela, según lo confrman todas la ordenanzas municipales de la época colonial  [2]. El origen de la venera en el escudo de armas de los pueblos que llevaron el nombre de Santiago, no es sino un recuerdo de la batalla de Clavijo en 808, donde por la primera vez, según la tradición, se presentó el apóstol a los Españoles, en medio de la batalla. 

     Al visitar el campo después de la victoria, vióse que por todas partes estaba lleno de veneras fósiles: de aquí esta concha en la Orden de Santiago, instituída desde aquellos tiempos. 

     [1] Más tarde, por real cédula de Carlos III, de 13 de marzo de 1766, este monarca concede al escudo de armas de Caracas, llevar una orla con la siguiente inscripción: Ave María Santisima, sin pecado concebida en el primer instante de su ser natural.

     [2] Antiguamente se marcaba con el sello de armas de Caracas, cuanto se ponía en venta; operación que era vigilada por el empleado del Cabildo conocido con el nombre de Fiel ejecutor.

     La venera y el león rampante fueron igualmente concedidos a otras ciudades de América. La ciudad de Santiago de los Caballeros, en la Española, tuvo por sello de armas un escudo colorado con veneras blancas; sobre el escudo había una orla blanca y en ésta siete veneras coloradas.

     Santiago de Chile tuvo su escudo en campo blanco, y en medio, un león rampante con una espada en la mano, y por orla ocho veneras de oro. Así figuraba casi siempre la venera, en los pueblos que llevan el nombre del apóstol Santiago.

     En el escudo de armas de la ciudad de Santiago de León de Caracas, que fue fundada el día de Santiago, 25 de julio de 1567, debía figurar también la cruz roja de la orden, lo que da al conjunto mucho realce. Este bello escudo de armas figuró en los pendones, estandartes, banderas, escudos, sellos, casas, reposterías y en los principales sitios y lugares de Caracas, así como en las impresiones oficiales y documentos municipales; más hoy solo existe, que sepamos, como un recuerdo que nos ha dejado el tiempo sobre la antigua fuente pública de la calle Oeste 2, entre las esquinas de Muñoz y Solis.

     En las felicitaciones dirigidas al historiador de Venezuela don José Oviedo y Baños, cuando éste publicó la primera parte de su obra, en 1723, aparecen unos versos del Lcdo. Don Alonso Escobar, presbítero, canónigo de la Catedral de Caracas, en los cuales leemos los siguientes conceptos dirigidos al sello de armas de la capital:

Corona de León, de cuyos rizos

Altivas crenchas visten el copete.

Gallarda novedad, que tu nobleza

Generosa guardó para tus sienes

Ilustre concha que en purpúreas líneas

Del Múrice dibujas los relieves

En cruzados diseños, que te exaltan

Cuando en fuertes escudos te ennoblecen

     Además de este sello de armas de la ciudad de Caracas, se conocía, en primer término, el de España, por lo general, esculpido en piedra, el cual figuraba en las principales oficinas, como la del Gobernador, la Audiencia, el Ayuntamiento, etc., etc. Al sello real seguían los sellos particulares de los titulados caballeros de Santiago y de Alcántara, etc., de los cuales se conserva uno que otro [1].

     ¿Cómo es posible, nos hemos preguntado muchas veces, que Caracas abandone el más bello recuerdo de sus primitivos días, el sello de armas que brilló en su cuna y la acompañó en los años de su adolescencia, en todos sus reveses y triunfos, cuando sus primogénitos tanto hicieron para fundarla y conservarla?

     Este sello debía guardarse con veneración, no solo porque fue timbre de la primitiva ciudad, sino por haberlo conseguido el primer Bolívar, quien en unión de Osorio Villegas contribuyó al progreso y desarrollo de Caracas. En los dos extremos de nuestra cadena histórica, al lado del sello de Colombia, y después del de Venezuela, debe figurar el sello de la primitiva Caracas, porque son inseparables el Bolívar de la Independencia, del Bolívar de la Colonia; y el sello de armas es timbre de la familia caraqueña, porque sintetiza la historia de su desarrollo, de sus conquistas, de sus aspiraciones, durante un espacio de tres siglos. Cuando se visita cada una de las capitales de la Edad Media, se remonta el pensamiento a la noche de los tiempos, al ver cómo estas conservan con veneración su sello de armas. Son ellos como libros de piedra con figuras esculpidas que hacen desfilar por los campos de la memoria todas las generaciones que se han hundido en el sepulcro: el sello de armas de Caracas, concedido a esta capital por Felipe II, nos recordará siempre a los primeros moradores que plantaron el trigo en el valle del Guaire, a los primeros templos, a los primeros triunfos en el orden político, y al primer Bolívar que contribuyó con sus luces a la fundación de la colonia y al engrandecimiento de aquella república compuesta de hombres trabajadores y probos”.

 

[1] En el pato del edificio de la Exposición, se conserva un hemoso sello de armas, el de Carlos V, el cual figuró en el Ayuntamiento de la Nueva Cádiz, capital de Cubagua desde 1527 hasta pocos años después en que fe destruida por completo esta primera colonia castellana  ̶ ̶ También reproducimos este escudo en el presente número.  ̶ ̶  

Fundadores del deporte hípico en Caracas

Fundadores del deporte hípico en Caracas

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Gustavo J. Sanabria fue el de la idea de construir el Hipódromo de Sabana Grande, en la Caracas de 1896. Más tarde, en 1908, impulsó la realización del Hipódromo El Paraíso.

     “Para hablar de los hipódromos de Caracas, comencemos por recordar a don Gustavo Sanabria, el entusiasta y decidido precursor de su formación en la Sultana del Ávila.

      El primer hipódromo de Venezuela, propiamente dicho, se estableció en el año 1896 en los terrenos que hoy ocupa Las Delicias de Sabana Grande. La idea de construirlo fue de iniciativa privada de varios entusiastas del turf que presidió don Gustavo J. Sanabria. Él prestó el mayor apoyo moral y material al proyecto y en su empresa se vio acompañado de Francisco Sucre, John Boulton, Charles Rohl, Harry Ganteaume, F. L. Pantin, Eduardo Montaubán, Octavio y Alejandro Escobar Vargas, Felipe Toledo, doctor Elías Rodríguez, Manuel Lander Gallegos, doctor Luis Landaeta y el pintor Arturo Michelena. Muchos nombres, sin quererlo, se escapan a nuestra memoria. Pero fueron los pioneros de un deporte que hoy no debemos llamar de los reyes, sino de todos los estratos sociales que han contribuido para que nuestra hípica alcanzase la jerarquía que para ella soñaron sus precursores en el final del medio siglo pasado. Para aquella época era presidente de la República el general Joaquín Crespo. Como buen llanero, tenía pasión por los caballos y prestó su resuelto apoyo para la nueva empresa. De sus hatos en el llano trajo los mejores caballos para actuar en carreras.

     Luego se importaron los primeros purasangres que tuvimos. Entre ellos recordamos a Fascalli, Dickund, la recordada yegua Calixta,y el caballo Monroe, el primero que produjo caballos de carrera criollos y de cuyos descendientes no recordamos sino a la gran yegua Simpatía. Entonces corrían caballos criollos, Vencedor, del general Crespo; Sangría, Párate Bueno y el famoso Borinquen, ganador de treintidós [sic] carreras consecutivas y que siempre fue conducido por el gentleman ridder Harry Cadenas.

      Conviene, a propósito, recordar una anécdota de entonces. El jinete oficial del general Crespo, un señor de apellido Noble, de nacionalidad norteamericana, enfermó violentamente. Una hora antes del match que sostendrían Rompelínea y Vencedor, del general Crespo el último, éste se quejaba de no tener un jinete de confianza que montase a su caballo. Un señor de apellido González, de la mayor confianza de Crespo y por lo tanto jefe de sus edecanes, y que pesaba 70 kilos y usaba una larga barba al estilo de la época, se ofreció para hacerlo. El general Crespo aceptó la gentileza de su amigo. Pero el jinete advirtió que, como llanero, lo haría en silla de montar y no en silla de carrera. Tal circunstancia hacía que el caballo corriera con 78 kilos. Con todo y ello, Vencedor derrotó a Rompelínea ante el asombro de la “muchedumbre” que poblaba el hipódromo de Sabana Grande.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El presidente de la República, Joaquín Crespo, como buen llanero, tenía pasión por los caballos y prestó su resuelto apoyo para construcción del Hipódromo de Sabana Grande. De sus hatos en el llano trajo los mejores caballos para actuar en carreras

     Don Gustavo Sanabria era, para el año de 1907, Gobernador Civil y Militar del Distrito Federal. Para celebrar el establecimiento o inauguración del servicio de tranvías eléctricos, se propuso trasladar a El Paraíso el hipódromo de Sabana Grande. El presidente de la República era entonces el general Cipriano Castro, y se mostraba en desacuerdo con tal medida por cuanto temía que ella afectara mucho a las rentas municipales. Don Gustavo Sanabria lo convenció y le dijo que el hipódromo era una propiedad privada, que por lo tanto no afectaría a las rentas, y logró así su propósito. Convencido Castro, se procedió a trasladar las tribunas, que habían sido importadas de Inglaterra y son las mismas que luego se instalaron en el Hipódromo Nacional. Todos los gastos de instalación fueron costeados por don Gustavo Sanabria. Es él, pues, el fundador del Hipódromo Nacional de El Paraíso. 

     Siendo todavía don Gustavo Sanabria gobernador de Caracas y funcionando ya el Hipódromo Nacional, trajo desde Maracay a los mejores caballos que entonces corrían. Eran de su propiedad y descendían todos de los primeros caballos ingleses que se importaron a Venezuela. Un domingo, estando enfermo en su casa de la esquina de El Principal, se enteró don Gustavo que sus caballos habían ganado fácilmente las primeras carreras. Sabiendo que en las restantes tenía inscritos a los mejores caballos, rogó que se los retirasen. No quería ganarlas todas y evitar así las murmuraciones naturales por cuanto eran caballos del Gobernador Civil y Militar. Pero el público no se percataba de que esos caballos eran los mejores porque no eran criollos sino descendientes de grandes purasangres ingleses, los únicos que había en el país. No fueron retirados los caballos. Y cuando como se esperaba, ganaron cómodamente, los Comisarios fueron sacados a pedradas de su sitio. Y entonces sí que había piedras en el hipódromo. En la pista, sobre todo. Los Comisarios eran entonces autoridades máximas y eran handicappers. Pero con todo y eso, los sacaron a pedradas. La deplorable situación económica del hipódromo de entonces llegó hasta hacer imposible el pago de los mínimos premios que se asignaban en las carreras.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las tribunas del Hipódromo de Sabana Grande, que fueron importadas de Inglaterra en 1896, fueron trasladadas e instaladas en el Hipódromo de El Paraíso, en 1908

     Siendo de don Gustavo Sanabria la mayoría de los caballos ganadores y como no había con qué pagarle los premios, sus amigos y socios de la empresa le propusieron que tomara los terrenos del hipódromo en pago de la deuda. Don Gustavo siempre rechazó tal proposición.

     Los miembros de la junta directiva eran ad-honorem, igual que los Comisarios y demás personal técnico de las carreras. Entre los años de 1912 y 1920 figuraron como Comisarios los señores Francisco J. Sucre, Octavio Escobar, doctor Elías Rodríguez, Felipe S. Toledo, Andrés Mata, F. L, Pantin, Edgard Ganteaume, M. A. Matos Ibarra, doctor Juan Iturbe, Bernardo Guzmán Blanco, Eduardo Eraso, Andrés Ibarra y el coronel chileno Samuel McGill.

     Entre los años 1924 y 1926, figuraron el doctor J. P. Larralde, Oswaldo Stelling, Antonio Ramella y Antonio Reyes. Para 1927 lo fueron el doctor José Vicente Camacho, Oswaldo Stelling y Ramón Rotundo Mendoza. 

     Y, hasta 1930, fueron Comisarios, don Carlos Márquez Mármol, Oswaldo Stelling y Juan Santos González. Lo demás es ampliamente conocido. Interesa destacar que don Gustavo J. Sanabria es el fundador del hipismo en Venezuela. Es curioso que no exista, para un hombre de tantos méritos en nuestra hípica, un gran clásico que mantenga latente su valor dentro del turf nacional. Es propicia la ocasión en que “Última Hora Hípica” me ha pedido una semblanza sobre él, con ocasión de homenajear en su sexto aniversario l turf venezolano de todos los tiempos, proponer que se establezca un gran clásico que lleve por nombre el de don Gustavo J. Sanabria, fundador del hipismo venezolano”.

 

FUENTES CONSULTADAS

  • Márquez Mármol. Carlos. El Hipismo en Venezuela. En: Crónica de Caracas. Caracas, abril-junio, 1957
  • Última Hora Hípica. Caracas, 1956
Orígenes del Parque del Este

Orígenes del Parque del Este

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Varias personalidades propusieron que el Parque del Este llevara por nombre “Manuel Díaz Rodríguez”, en homenaje a este célebre escritor mirandino, pero nunca esta propuesta fue tomada en cuenta

     Desde su apertura en el año 1961, el emblemático espacio capitalino de esparcimiento de la ciudadanía en el cual se crio el escritor mirandino Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), cuando era la Hacienda “San José”, ha sido nombrado y renombrado en tres ocasiones, pero nunca se ha tomado en cuenta el nombre del autor de ídolos Rotos

     Bajo la gestión de la junta militar de gobierno integrada por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, según decreto N° 443, de mayo de 1950, se ordena el proyecto del Parque del Este de Caracas bajo el diseño urbanístico y paisajístico del brasileño Roberto Burle Marx; y el botánico venezolano Leandro Aristiguieta.

      Casi once años más tarde se materializa la idea de darle a Caracas un lugar de esparcimiento con fastuosos bosques y jardines en los que queda representada, a través de más de 130 especies, la flora nacional, más una variada cantidad de animales, ubicados en espacios de cautiverio y otros en estado libre que pueden interactuar con los visitantes.

     El 19 de enero de 1961, el entonces presidente de la República, Rómulo Betancourt, corta la cinta tricolor que deja inaugurado el espacio ecológico más importante de la ciudad capital, que cuenta con amplios espacios de caminerías y ocupa los terrenos de la antigua hacienda San José, en un área de 82 hectáreas, con lugares emblemáticos como la laguna artificial, el serpentario, la concha acústica y el Planetario Humboldt.

     Este inmenso parque con caminarías de diseño orgánico serpenteado, propuesto por Burle Marx, fue delineado para recibir unos 6.000 visitantes al mes, sin embargo, en la actualidad sobrepasan las 30.000.

Múltiples nombres

     En sus más de sesenta años de operaciones el Parque del Este ha llevado varios nombres. Al principio fue llamado parque “Rómulo Gallegos”. A partir de 1983 le cambiaron el nombre a “Rómulo Betancourt”, en homenaje póstumo al ex mandatario que falleció el 28 de febrero de 1981. Pero desde 2002 pasó a denominarse Parque Generalísimo “Francisco de Miranda”, en tributo a la memoria del prócer de la Independencia de Venezuela.

     Antes de que el parque fuera abierto al público, varias personalidades propusieron que el Parque del Este llevara por nombre “Manuel Díaz Rodríguez”, en honor al escritor nacido en Chacao, el 28 de febrero de 1871, quien se crio en la Hacienda “San José” y se inspiró en ese espacio para escribir allí, entre otras de sus grandes obras, la novela “Peregrina”.

     A continuación, presentamos un interesante artículo de Augusto Germán Orihuela, publicado el 24 de agosto de 1960, en el diario El Nacional, en el cual expone sus razones para que el parque caraqueño rinda honor a la memoria del escritor que falleció en 1927, a la edad de 56 años.

     “En tierras que fueron de su propiedad ̶ Hacienda “San José” ̶ frente a los montes que tanto amó y en el ambiente en que escribiera, entre muchas obras más, su novela “Peregrina” está fomentando el Ministerio de Obras Pública un gran parque nacional que bien podría llevar su nombre: Manuel Díaz Rodríguez.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1950, se ordenó el proyecto del Parque del Este de Caracas bajo el diseño urbanístico y paisajístico del brasileño Roberto Burle Marx; y el botánico venezolano Leandro Aristiguieta
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1961, se inaugura el Parque del Este, un lugar de esparcimiento con fastuosos bosques y jardines, más de 130 especies de la flora nacional y una variada cantidad de animales
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Vista actual del hermoso Parque del Este

     Dentro de la generación “modernista” que dominó el panorama literario nacional durante los años que van de 1892 a 1925, más o menos, Manuel Díaz Rodríguez descolló principalmente por la maestría de su prosa, la variedad de géneros que cultivó y un profundo amor por la tierra venezolana.

     Hijo de isleños, nacido en la hacienda paterna “Las Dolores”, donde hoy está emplazada la urbanización “Altamira”, graduado en medicina, iniciado en las letras casi por azar y por orgullo, como él mismo cuenta en una bella página de “Sermones Líricos”, viajero por diversas latitudes, prestado a la política de un régimen dictatorial que aspiraba a prestigiarse con su nombre y su presencia y por el cual pasó sin desmedro de su dignidad y de su crédito, hasta ir a morir en Nueva York, víctima del flagelo terrible del cáncer, en 1927, Manuel Díaz Rodríguez, el que tiene lugar distinguido para siempre entre los grandes prosistas de nuestro país, al igual que José Enrique Rodó por la donosura del estilo, el primero que levantó el dedo acusador contra las huestes famélicas que por ineptitud de gobiernos anteriores incapaces de incorporar esa región al desarrollo nacional, vinieron a la “conquista” de la capital a mano de un hombre pequeñín y ambicioso, “a quien los doctores valencianos y caraqueños ayudarían a corromper”, ese mismo escritor de “Ídolos Rotos”, que calificar de insigne no resulta ni cursi no exagerado, bien merece dar su nombre a ese parque que con tanto entusiasmo se está incrementando y por el cual, y otros tantos como ése, clama la población atosigada por los gases de los automóviles de esta Caracas cosmopolita, a ratos incómoda e inhospitalaria que nos ha tocado vivir. Tan lejana y tan distinta de la que conoció el autor de “¡Música bárbara!”. Aunque desde luego, ya intuida en ese cuento magistral en todo lo que supone mecanización de la vida venezolana de nuestros días.

     Dar a ese parque nacional el nombre de Manuel Díaz Rodríguez, a mi modo de ver el más alto exponente del modernismo literario venezolano, sería acto de justicia y de interés para las generaciones venideras. Por más de un motivo sería decisión que mantendría incólume el recuerdo a una figura de las letras nacionales que bien merece, despertaría el interés por su obra y enaltecería al Gobierno”.

Antímano y la política en Venezuela

Antímano y la política en Venezuela

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Cuando el cadáver del presidente Francisco Linares Alcántara era conducido al Panteón Nacional, se escucharon unos disparos y la gente corrió, el ataúd del difunto quedó abandonado en la calle

     Antes de hacer referencia a la excursión que había realizado a Antímano, la joven francesa Jenny Tallenay consideró de obligatoria recordación un episodio de la historia política de Venezuela, la cual guarda relación con dos figuras públicas como lo eran Francisco Linares Alcántara y Antonio Guzmán Blanco. Cuando Tallenay llegó a Venezuela, la silla presidencial la ocupaba el primero de los mencionados. De acuerdo con su percepción de las cosas, expresó que entre una cantidad de venezolanos esperaban que diera continuidad a lo que Guzmán Blanco venía ejecutando. No fue así. Hubo descontento por esta situación al que se sumó las dificultades financieras y económicas que comenzó a experimentar el país.

     Sin embargo, un evento inesperado llevó a Linares Alcántara al lecho de muerte. El cadáver fue trasladado para el Panteón Nacional. La visitante ofreció algunos pormenores de las exequias llevadas a cabo con mucha pompa. El féretro fue conducido en hombros, acompañado de una comitiva de personajes públicos y ocupantes de cargos relevantes, así como personas unidas por motivos diferentes se habían sumado a la procesión. De repente se escuchó un disparo a la altura de la esquina de la Trinidad. Los soldados al creer en un complot dispararon contra la comitiva, de inmediato la gente se dispersó “y el ataúd del difunto presidente fue colocado en la calle abandonado por sus cargadores. Después de unos momentos de desorden inenarrable varias personas levantaron el féretro y lo transportaron rápidamente al Panteón”.

     Escribió que nunca se llegó a saber el o los autores del indescriptible acto, aunque se suponía que había sido preparado por una facción política y anuncio de conflicto, puesto que desde ese momento so formaron guerrillas en el país. Sin embargo, Guzmán Blanco volvió a la presidencia en el año de 1879. Antes de este nombramiento, reseñó que en la ciudad de Caracas corrían las noticias más inverosímiles como las de la toma del poder por algún general o el levantamiento de un coronel descontento. “Este estado de crisis no nos causaba impresiones tan vivas como a los venezolanos, y no habíamos renunciado a nuestros paseos por la ciudad”.

     Por el estado de conmoción generalizada en la ciudad de Caracas se prohibió la salida del lugar. Sólo se podía lograr por medio de un salvoconducto. Éste les fue otorgado a ella y los suyos por el presidente encargado, general José Gregorio Valera. Contó que una mañana habían emprendido la marcha por el camino que conducía a Petare, pero fueron detenidos por “cuatro negros desharrapados, quienes, sentados en una acera, velaban por la seguridad pública”. Uno de ellos les exigió el salvoconducto e inmediatamente le fue entregado por ellos el papel que servía para salir de los suburbios caraqueños. Según narró a quien se lo entregaron lo había tomado al revés y luego de un rato les fue devuelto el documento. Comentó al respecto: “¡Es evidente que, si le hubiéramos dado, en vez de un documento oficial, la copia de una oda de Víctor Hugo, el resultado hubiera sido por completo el mismo!”.

     En su marcha, ya cerca de la plantación Mosquera, allí escucharon muy cercano a ellos un disparo. De inmediato, suspendieron la caminata y volvieron atrás. Al otro día se escucharon de nuevo detonaciones cerca del puente de hierro. El combate se había prolongado por varias horas, según contó. No obstante, solo un perro había sido víctima de una bala que le arrancó un pedazo de oreja. “Se había quemado mucha pólvora, lo cual, para la gente de color, es uno de los grandes atractivos de la guerra”.

     Los actos más serios, siguió narrando, se presentaron en el Calvario, así como en el campo donde se saqueaban haciendas, se robaban los animales y se llevaban a peones y negros para incorporarlos a las filas de cada uno de los bandos en pugna. En la trifulca que se generalizaba se derribaron estatuas erigidas a favor de Guzmán Blanco y la de la Universidad la lanzaron al piso frente a una banda militar. A propósito de lo que denominó una guerra al bronce y a la piedra comentó: “no se acostumbra en Europa a glorificar a ilustres personajes en vida, levantándoles así varias estatuas en su país natal; pero el lector no debe olvidar que estamos en la América del Sur, donde estas manifestaciones exageradas forman parte de los usos”. Aunque ellas serían de nuevo erigidas a la vuelta al poder, en 1879, de Guzmán Blanco.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En el pueblo de Antímano, el general Antonio Guzmán Blanco construyó una casa de campo para su disfrute

     En este beligerante ambiente relató que una noche un centinela había preguntado la contraseña a quien consideró un enemigo, al no responder “¡Patria Federal! el guardia disparó. Al acercarse descubrieron “un pobre burro errante que había pagado con su vida su descuido y su mutismo”. Relató que, en vísperas de una nueva toma de posesión, ella y sus acompañantes decidieron marchar a Antímano a entrevistarse con el general Cedeño. Contó que al pasar Palo Grande y el Empedrado “la escena se animó”. A ambos lados del camino los negros seguidores de Guzmán habían instalado chozas provisionales. El tránsito se tornaba tortuoso porque individuos “desharrapados” obstaculizaban el paso, a los lados se podían ver fogatas instaladas para asar pedazos de carne que habían tomado de las haciendas cercanas.

     En su narración anotó que al aparecer el coche que los llevaba muchos de los presentes se agolparon a su alrededor para pedirles tabaco. “Oficiales y soldados se precipitaban afanosamente. Habíamos previsto este episodio, de modo que nos habíamos provisto, antes de salir de Caracas, de tabacos y centavos”. Superado este escollo se toparon con una escena protagonizada por un toro y un grupo de negros que le perseguían y agregó que no quisieron ver el desenlace de “esta escena cruel” y mandaron al cochero que acelerara la marcha. 

     Pronto llegaron a un “bonito pueblo” denominado La Vega. Según su descripción estaba compuesto de algunas calles en declive, de una plaza pública sembrada de hierbas, de una pequeña iglesia, “blanca y limpia”. Reseñó que al pie de ésta se encontraba un amplio ingenio azucarero cuyos propietarios eran la familia Francia, “una de las más opulentas del país”.

     Respecto a los tres kilómetros que separaban el Valle de Antímano afirmó que los habían recorrido de manera muy lenta, “siendo detenidos a cada instante por patrullas de gente de color precedidas de sus oficiales montados sobre burros muy flacos”. De Antímano expresó que fueron recibidos luego de largas conversaciones y por ser extranjeros. De esta localidad recordó que era un pueblo bastante grande “sin carácter muy definido, pero de situación encantadora”. Refirió que Guzmán Blanco había mandado a construir una casa de campo para su disfrute. Lo describió como un lugar rodeado de montañas, excepto el camino que conducía a Caracas. El paisaje se veía ornamentado gracias al cauce del río Guaire, la presencia de bambúes y sauces de follaje ligero. “La iglesia de Antímano es bastante hermosa, y recuerda por su arquitectura, aunque en proporciones mucho más modestas, la Magdalena de París”.       

     Contó que debieron salir del lugar que “estaba muy congestionado” para descansar en otro sitio. Según reseñó, al estar cerca de la localidad Palo Grande, le había sucedido algo divertido. En el camino encontraron un negro que montaba un burro. Precedía un grupo de ocho o diez negros armados con fusiles. Contó que su cochero le informó que era “Pantaleón”, un coronel a quien le gustaba que le llamaran general. Según relató, era un hombre muy animado y conversador. Uno de sus acompañantes clamó por agua a lo que Pantaleón accedió a compartir su cantimplora con sus sedientos acompañantes, en ella tenía agua mezclada con aguardiente. Les exigió a sus subalternos que no bebieran más de dos sorbos. Al terminar cada uno de sus hombres, que obedecieron a su coronel, este último consumió el resto de lo que quedaba en el recipiente. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1879 comenzó un período presidencial denominado El Quinquenio, bajo el mando del general Antonio Guzmán Blanco

     Escribió más adelante: “Eran las siete de la noche cuando volvimos a Caracas donde hacían grandes preparativos para recibir dignamente las tropas victoriosas. Las casas estaban adornadas con flores; arcos de triunfo cubiertos de banderolas y divisas, se levantaban a la entrada de las calles; todo anunciaba una fiesta alegre”. Con esto hacía referencia al éxito de la Revolución Reivindicadora que restauró el culto a Guzmán Blanco, quien se presentaría en las elecciones de diciembre de 1878 de las que salió airoso por mayoría. En 1879 comenzó un período presidencial denominado El Quinquenio.

     Lo que vio en aquella oportunidad lo relató como sigue. Contó que, a las ocho de la mañana, bajo un cielo azul y un sol radiante, una gran cantidad de personas se dio a la tarea de aglomerarse en plazas, parques y vías públicas. “Señoras vestidas de blanco se habían engalanado con cintas amarillas en honor de los guzmancistas, quienes habían adoptado este color; los hombres llevaban colgadas al cuello cintas parecidas, pero más anchas con la divisa: ¡Viva Guzmán Blanco!, impresa en letras negras sobre la tela. 

Se exhibían por todas partes retratos litografiados del expresidente acompañados con palabras de alabanza, en el gusto hiperbólico español. Se esperaban con impaciencia los vencedores”.

     Agregó de seguidas que, a las nueve de la mañana una salva de artillería disparada desde el Calvario dio el aviso del arribo del “ejército libertador”. Según su parecer, todo se había realizado con el mayor orden. Más adelante indicó: “El general Cedeño, con mucha modestia y tacto, se negó a pasar por debajo de los arcos del triunfo, diciendo que no era más que un soldado, y que Guzmán Blanco solo, para quien había combatido, tenía derecho a este honor”. La marcha estuvo encabezada por cañones con guirnaldas de flores, colocadas sobre carretas y arrastradas por bueyes. Luego, venía “el general en jefe rodeado por sus principales oficiales a caballo, mula o asno, vestidos con trajes de toda clase”. Más atrás, identificó a soldados, “descalzos, bajo sus harapos, en una confusión muy pintoresca”. Observó que algunos llevaban bajo sus brazos gallinas y gallos, “otros llevaban racimos de plátanos, vimos a uno que había colgado chuletas crudas alrededor de su gorra, y todos, cubiertos de polvo, extenuados de cansancio, aclamaban a Guzmán y Cedeño”.

     Esta marcha cuando alcanzó el Capitolio paró y “negras caritativas acudieron con calabazas llenas de agua, ofreciendo de beber a los soldados”. De inmediato, se llevó a cabo un Tedeum de acción de gracia, en el que estuvieron presentes Cedeño y su estado mayor. El arzobispo fue el encargado del Tedeum desde la catedral. “Se reía, se circulaba alegremente en la ciudad, la animación era general”.

     Terminó este aparte rememorando que con la llegada de Guzmán Blanco obtuvo la toma de posesión de la “presidencia de la República y todo volvió al orden”. De acuerdo con su visión de las cosas, el ejército bajo su mando, aunque poco numeroso, “fue instruido y disciplinado. Los soldados que se ven hoy en Caracas llevan el uniforme, están provistos de buenas armas y ejercitados convenientemente”. Como lo expresé en líneas más arriba, Tallenay tuvo palabras de alabanza hacia la figura de Guzmán Blanco como presidente. Ella terminó este capítulo con las siguientes consideraciones. “Después de describir los cuadros extraños que anteceden, es justo señalar las reformas que siguieron a la guerra civil y los progresos cumplidos durante el período actual, de absoluto apaciguamiento y completa renovación”. Luego de permanecer en Caracas entre 1878 y 1880 se dedicó a visitar otras localidades de Venezuela hasta 1881 año de su partida para Europa.

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