Grandes etapas de la vida de Caracas
El ritmo del crecimiento de Caracas ha ido borrando de manera implacable todos los recuerdos de la vieja ciudad. Calles, edificios, costumbres, todo ha sufrido una modificación total y hasta el área metropolitana tradicional se ha ampliado en forma fantástica al tender la ciudad hacia el mar su brazo de la Autopista. Por eso resulta interesante brindar al lector en apretada síntesis periodística algunas de las más importantes relaciones que sobre la vida de Caracas en los siglos pasados escribieron cronistas de crédito.
Estas son cinco estampas que informaron los hechos principales contenidos en las relaciones de Pimentel, Oviedo y Baños, Humboldt, el consejero Lisboa y un viajero norteamericano y dan una noticia bastante veraz y acabada de cuanto fue sucediendo en esta Caracas desde los días de su fundación en 1567, vísperas de la Guerra Federal.
Caracas de 1572
La relación de Don Juan de Pimentel
Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas y sobre el hermoso valle en el cual se levanta se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, el Caballero del Hábito de Santiago, Don Juan de Pimentel. La escribió en el año 1572 por mandato de su Majestad el rey de España.
Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.
Mal clima
La ciudad había sido fundada por Diego de Losada en el año de 1567. Cuando llega Pimentel y emprende su tarea de cronista todavía el nuevo pueblo se reduce a un mísero conjunto de cabañas pajizas, los vecinos son pobres y los días corren iguales. Por estos años, empieza diciendo Pimentel, la provincia de Caracas cuenta con dos pueblos de españoles: el de Nuestra Señora de Caraballeda que está en la costa del mar y el de Santiago de León de Caracas que dista seis leguas de Caraballeda por ser el camino muy torcido. Cuenta que Caracas está fundada en un valle campiña de tres buenas leguas de largo y media de ancho y que todo el valle que se llama de San Francisco declina y corre hacia el sur. Encuentra que el clima del valle es fresco, húmedo y de muchas lluvias, las cuales comienzan generalmente en mayo y acaban en diciembre. Corren en el valle dos vientos contrarios casi todo el año: uno de oriente, otro de occidente. El de oriente sopla desde las nueve o diez horas del día hasta las tres de la tarde, es un viento claro y templado, salvo en el invierno que trae mucha agua. El de occidente sopla de tarde y dura toda la noche.
Viene con niebla emparamada, es áspero y desabrido porque procede de unas altas sierras que están a la banda poniente del pueblo. Apunta asimismo Pimentel que este viento lo sienten mucho “los que están tocados de dolor de bubas” por venir frío y desabrido. El cielo del valle, dice, todo lo más del tiempo del año es nebuloso de día y de noche y hay muchas mudanzas y diferencias en su tiempo. Afirma que el sitio y el valle de la ciudad de Santiago de León de Caracas se tiene por más enfermo que sano por los vientos contrarios que en él se corren. Las enfermedades más corrientes son el romadizo y el catarro que suelen dar dos veces en el año, a la entrada y a la salida del invierno. Los catarros, comenta, son más graves a la entrada del invierno que a la salida porque con las lluvias nuevas se revuelven las quebradas y los ríos que descienden de la sierra. A los naturales, agrega Pimentel, se les agrava la enfermedad porque tienen la costumbre de bañarse y entonces sufren dolor de costado. Otras causas de la mayor virulencia de la enfermedad de los nativos las encuentra el Gobernador en dos hechos: lo mucho que beben en las borracheras y el maíz jojoto que comen.
Pobres viviendas
Informa el Gobernador al Rey que sus súbditos de la ciudad de Santiago de León de Caracas viven en casas de madera, de palos hincados en la tierra y con techos de paja. La mayoría de las casas, afirma, son de tapia, sin alto alguno y cubiertas de cogollos de caña. De 1570 en adelante se han comenzado a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja. Concluye su información oficial diciendo que en Caracas hay una iglesia parroquial de dos curas en ella y que también existe un monasterio, el de San Francisco, de tapias no durables comenzado a fundar por Fray Alonso Vidal el cual vino de Santo Domingo con tal fin.
Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.
Caracas de 1700
Un hermoso valle tan fértil como alegre
Desde los días de la descripción de Juan de Pimentel han pasado ciento cincuenta años. Siglo y medio durante los cuales la mísera lechería se han transformado. Sus calles son anchas y derechas, la mayoría de sus casas son de tapia y de ladrillo. Parques y jardines, plazas y conventos hacen hermoso y reconfortan te el lugar. Un vecino de la ciudad, el muy ilustre José Oviedo y Baños, en el año de 1723, describe con emocionado canto lírico, la ciudad asentada según él “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable, que de Poniente a Oriente se dilata por cuatro leguas de longitud y poco más de media de latitud en diez y medio de altura septentrional al pie de unas altas sierras que con distancia de cinco leguas la dividen del mar en el punto que forman cuatro ríos que porque le faltase circunstancia para acreditarla paso , la cercan por todas partes, sin padecer los que la aneguen.
Hermosas con recato y bizarros caballeros
Para Oviedo en el valle de Caracas debió existir el Paraíso Terrenal, a la ciudad la encuentra sin tacha y a sus gentes sin defectos. “Sus calles son anchas, largas y derechas, dice, con salida y correspondencia” en buena proporción a todas partes, y como están pendientes y empedradas, ni mantienen polvo, ni consienten lodos; sus edificios los más son bajos, por recelos de los temblores, algunos de ladrillos y lo común de tapias, pero bien dispuestos y repartidos en su fábrica; las casas son tan dilatadas en los sitios que casi todas tienen espaciosos patios, jardines y huertas, que regadas con diferentes acequias que cruzan la ciudad, saliendo encañadas del río Catuche, producen tanta variedad de flores, que admiran su abundancia todo el año, hermoseándola cuatro plazas, las tres medianas y la principal bien grande y en proporción cuadrada. Fuera de la innumerable multitud de negros y mulatos que la asisten, la habitan mil vecinos españoles, y entre ellos dos títulos de Castilla que la ilustran, y otros muchos caballeros de conocidas prosapias, que la ennoblecen; sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos; hablan la lengua castellana con perfección, sin aquellos resabios con que la vician en los más puertos de las Indias, y por lo benévolo del clima son de hermosos cuerpos y gallardas disposiciones, sin que se halle ninguno contrahecho ni con fealdad disforme, siendo en general de espíritus bizarros y corazones briosos, y tan inclinados a todo lo que es política, que hasta los negros (siendo criollos) se desdeñan de no saber leer y escribir; y en lo que más se extreman es en el agasajo con que tratan a la gente forastera, siendo el agrado con que la reciben atractivo con que la detienen pues el que llegó a estar dos meses en Caracas no acierta después a salir de ella; las mujeres son hermosas con recato y afables con señorío, tratándose con tal honestidad y con tan gran recogimiento, que de milagro, entre la gente ordinaria, se ve alguna de cara blanca de vivir escandaloso, y esa suele ser venida de otras partes recibiendo por castigo de su defecto el ultraje y desprecio con que la tratan las otras…
Pero la joya más preciosa que adorna esta ciudad y de que puede vanagloriarse con razón teniéndola por prenda de su mayor felicidad, es el convento de monjas de la Concepción, vergel de perfecciones y cigarral de virtudes: no hay cosa en él que no sea santidad y todo exhala fragancia de cielo…
Caracas en 1800
Una casa grande, casi aislada
Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800. Habitan “una casa grande, casi aislada, situada en la parte más elevada de la ciudad”: Desde lo alto de una galería podía contemplar al mismo tiempo la cima de la Silla, la cresta de Galipán y el risueño valle del Guaire, cuyo rico cultivo contrastaba con el sombrío cerco de las montañas que lo rodea. Era la época de la sequía y las faldas de la serranía eran incendiadas por los campesinos que quemando la paja creían mejorar los pastos. Para ese año de 1800 la población de Caracas llegaba a 40.000 personas, de los cuales doce mil eran blancos y veintisiete mil libres de color.
“Caracas ha debido ser colocada más al Este”
Lamenta Humboldt que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, más debajo de la desembocadura del Anauco en el Guaire, en donde el valle dirigiéndose hacia Chacao, se ensancha en una llanada ancha y como nivelada por la acción de las aguas. Quiere explicar el gran viajero alemán, la fundación de Caracas en la parte más angosta del valle diciendo que en esa época los españoles atraídos por la fama de las minas de oro de Los Teques, no eran aun dueños de todo el valle y prefirieron quedarse cerca del camino que conduce a la costa.
Aspecto triste y severo
Dice Humboldt en su relación que la escasa anchura del valle y la proximidad de las altas montañas del Ávila y de la Silla, dan a la situación de Caracas un aspecto triste y severo sobre todo en aquella estación del año en que reina la temperatura fresca, de los meses de noviembre y diciembre.
Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.
Las mañanas son entonces de gran belleza: a través de un cielo puro y sereno se divisan claramente los dos domos o pirámides redondeadas de la Silla y la cresta dentada del cerro del Ávila. Pero hacia la tarde, la atmósfera se espesa, las montañas se encapotan: masas de vapores se cuelgan a los flancos de aquéllas, y las dividen como en zonas superpuestas. Lentamente estas zonas se confunden, el aire frío que desciende de la Silla se cuela entre las nieblas y condensa los vapores ligeros en gruesas nubes. Estas bajan a menudo y se las ve avanzar, a ras de tierra, hacia La Pastora de Caracas y hacia el vecino barrio de La Trinidad. “” Ante el aspecto de este cielo brumoso, yo me creía, escribe Humboldt, no en un valle templado de la zona tórrida, sino en el fondo de Alemania, sobre las montañas de Harz, cubiertas de pinos y abetos, pero este aspecto melancólico y el contraste que se observa durante este tiempo entre la serenidad de la mañana y el cielo cubierto de la tarde, no se advierte en medio del estío, las noches de Junio y Julio en Caracas son claras y deliciosas y “la atmósfera conserva, casi sin interrupción, aquella transparencia y pureza propias en tiempo quieto de las alturas y de los valles elevados”
Actores y estrellas
Encontró Humboldt en Caracas ocho iglesias, cinco conventos y un teatro que podía contener de mil quinientas a mil ochocientas personas. La sala del espectáculo estaba dispuesta de tal modo que el patio, en el cual se sentaban los hombres separados de las mujeres, estaba descubierto, y “se veían al mismo tiempo los actores y las estrellas”. Como el tiempo nebuloso le hacía perder al sabio muchas observaciones de los satélites, desde un palco del teatro podía asegurarse si Júpiter estaría visible durante la noche. Encuentra las calles de la ciudad anchas, bien alineadas y cortadas en ángulos rectos como las de todas las ciudades fundadas por los españoles en América. Observa que las casas son más elevadas de lo que debieran en un país sujeto a terremotos. Y encuentra que las plazas de San Francisco y Altagracia presentan un espectáculo agradable al viajero.
Las risueñas siembras del Valle
Los viajeros encuentran todos los alrededores de la ciudad cultivados. El clima fresco y delicioso favorece el cultivo de las producciones equinocciales. El principal cultivo es el del café. “Cuando este arbolito se halla en flor, dice H., toda la llanura que se extiende más allá de Chacao, ofrece el aspecto más risueño y alegre”. Y al lado del árbol del café y del banano ven los sabios europeos con sorpresa grandes huertos de hortalizas y legumbres de sus países, las fresas, las viñas y casi todos los árboles frutales de la zona templada. Reseñan el hecho de que a medida que en las inmediaciones de Caracas se han establecido los cultivos de café, ha aumentado el número de negros cultivadores y de que en el valle se están reemplazando el cultivo de los manzanos y membrillos por el del maíz y las legumbres. El arroz regado por canales se cultivaba en la llanura de Chacao. Olivos grandes y frondosos eran orgullo en el patio del convento de San Felipe Neri.
Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.
La sociedad de Caracas
Encuentra Humboldt que mientras en Méjico y Bogotá hay una tendencia decidida por el estudio profundo de las ciencias; en Quito y en Lima, más gusto por las letras; en La Habana y Caracas de 1800 hay mayor reconocimiento de las relaciones políticas de las naciones y miran más sobre el estado de las colonias y de la metrópoli. Y Observa que en Caracas se han conservado las costumbres nacionales mejor que en otras ciudades del continente y aun cuando su sociedad no ofrece placeres muy vivos y variados, se experimenta sin embargo en el seno de las familias, aquel sentimiento de bienestar que inspiran la franca alegría y la cordialidad, unidos a los modales de la buena educación. Dice el sabio alemán que para 1800 existían en Caracas “como en todas partes en donde se prepara un gran cambio de ideas, dos especies de hombres, podría decirse, dos generaciones muy diferentes. La una, que es poco numerosa, conserva una viva adhesión a las antiguas costumbres, a la sencillez de los hábitos, a la moderación de los deseos. No viven sino de las imágenes del pasado. La América les parece la propiedad de sus antepasados que la conquistaron. Repugnando lo que se llama las luces del siglo, conservan con cuidado sus prejuicios hereditarios. . .”
La otra, menos preocupada del presente que del porvenir, tienen una inclinación a menudo irreflexiva por los hábitos e ideas nuevas. He conocido en Caracas, agrega, en esta segunda generación, varias personas distinguidas tanto por su gusto como por su estudio, la suavidad de sus maneras y la elevación de sus sentimientos; los he conocido también que desdeñosas por todo lo que presentan de estimable y de bello el carácter, la literatura y las artes españolas, han perdido su individualidad nacional, sin haber asegurado, en su trato con los extranjeros, nociones precisas sobre las verdaderas bases de la felicidad y del orden social”. En muchas familias de Caracas halló gusto por la instrucción, conocimiento de las literaturas italiana y francesa y una predilección decidida por la música. Asimismo, halló que o existía ningún establecimiento en donde se enseñaran las ciencias exactas, el dibujo y la pintura y que en medio de naturaleza tan prodigiosa y tan roca en producciones, nadie se ocupaba del estudio de las plantas y de los minerales. En la ciudad solo hay un anciano, en el convento de San Francisco, que calculaba el almanaque para todas las provincias de Venezuela y que tenía conocimientos de la astronomía moderna. Y un día vio con sorpresa su casa invadida por todos los frailes de San Francisco quienes deseaban ver una brújula de inclinación.
Caracas en 1806
La ciudad vista por un francés
En 1806, llega a Venezuela Francisco Depons, viene como agente del gobierno francés en Caracas. El diplomático se entusiasma con el nuevo país y considera que es necesario incluir una relación fiel de su vida en los anales de la geografía y de la historia. En estas tierras, dice Depons, la naturaleza vierte sus dones con mano larga y despliega toda su magnificencia sin que el resto del globo se haya dado cuenta de ello. Escribe entonces su “Viaje a la Parte Oriental de Tierra Firme” y alega para su trabajo los méritos de la verdad como base y de la exactitud como ornamento.
Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.
Calles y plazas
Depons es ordenadamente minucioso en sus relaciones. A su vista nada escapa. Su reseña lo abarca todo. A la vida de Caracas en el año de 1806 dedica largas notas. Las primeras están consagradas a reseñar el aspecto general que presentan las plazas, las iglesias y las casas de la ciudad que fundara Diego de Lozada. Encuentra que la Plaza Mayor (hoy Plaza Bolívar) la afean unas barracas construidas en los ángulos sur y oeste, las cuales se alquilan a mercaderes en provecho del Ayuntamiento. Allí se efectúa el mercado de todas las provisiones: legumbres, frutas, carnes, salazones, pescado, aves, caza, pan, loros, monos, perezosas, pájaros. Y observa que la Catedral, situada en el ángulo oriental, no guarda con ella ninguna simetría.
Dice de las otras plazas que la de Candelaria no está embaldosada, pero que en su conjunto presenta un aspecto bien agradable y que está rodeada por una verja de hierro; la de San Pablo es de forma cuadrada y tiene por todo adorno una fuente colocada en el centro; la de La Trinidad, “que ni forma de plaza tiene, servirá solo para recordar a la posteridad la incuria de los caraqueños; la de La Pastora, al igual que las casuchas que la rodean, “muestran solo el triste aspecto de monumentos abandonados a la voracidad del tiempo”; la de San Juan, espaciosa, irregular y sin embaldosado es utilizada por las milicias para sus ejercicios a caballo. Las casas particulares las encuentra bellas y bien construidas, muchas de hermosa apariencia. Algunas de ladrillos, la mayoría de tapias. Los tejados son puntiagudos o de dos aguas. El maderamen bien trabado y la techumbre de tejas curvas. Lo impresiona la riqueza del mobiliario en las casas de la g ente notable de Caracas y se detiene en los detalles de aquel lujo. En esas ricas casas de caraqueños se ven, dice Depons, “hermosos espejos, cortinas de damasco carmesí en las ventanas y puertas del interior, sillas y sofás de madera de estilo gótico sobrecargados de dorado y con asientos de cuero, de damasco o de cerda, altos lechos cuyos elevados doseles muestran un exceso de dorado, cubiertos con hermosas colchas de damasco y muchas almohadas de plumas con fundas de ricas muselinas guarnecidas de encajes; sin embargo, no hay más que un lecho de semejante magnificencia en cada casa principal; ordinariamente es el lecho nupcial el cual por otra parte no es más que un mueble de lujo. La mirada se detiene también sobre las mesas de patas doradas, cómodas en las que el dorador agotó todos los recursos del arte, bellas arañas colgadas en el apartamento principal, cornisas que parecen haber sido empapadas en oro, soberbias alfombras que cubren por lo menos toda la parte de la sala donde están los puestos de honor, pues los muebles se hallan dispuestos en la sala de modo que el sofá, parte esencial del mobiliario, quede colocado en una extremidad, con sillas a derecha e izquierda, y en la otra extremidad la cama principal de la casa, en un cuarto cuya puerta permanece abierta, a menos que no esté en una alcoba igualmente abierta y al lado de los puestos de honor. Estas especies de apartamentos siempre limpísimos y muy bien adornados, parecen como vedados a los habitantes de la casa. Solo se abren, con muy pocas excepciones, cuando alguien viene a llenar los dulces deberes de la amistad o el pesado ceremonial de la etiqueta”.
Fiestas
Encontró el francés que en Caracas las fiestas religiosas eran tantas que, en realidad, en muy pocos días del año no se celebraban las de algún santo o virgen. Se multiplicaban hasta lo infinito porque cada fiesta estaba precedida por una novena consagrada únicamente a las preces; y la seguía una octava, durante la cual los fieles del barrio y aún los del resto de la ciudad, mezclaban las plegarias con diversiones públicas, como fuegos artificiales, música y bailes. Para el viajero francés el acto más brillante de tales celebraciones lo constituían las procesiones que por lo regular tenían lugar en horas de la tarde. Muchos pendones y la cruz abrían la marcha. Los hombres iban en dos filas detrás del santo y los principales de la ciudad llevan, cada uno, un cirio encendido; luego venía la música, los clérigos y, por último, las mujeres contenidas por una barrera de bayonetas.
En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.
El teatro, el juego de la pelota y otros juegos
Para el año de 1806, el teatro era la única diversión pública de Caracas. Solo había funciones los días de fiesta. El precio de entrada un real. A las representaciones asistían todos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, mendigos y paisanos, gobernantes y gobernados. Los actores eran malos y las obras peores. La declamación era monótona, semejante al tono con que un niño de diez años pudiera leer una lección. Ni gracia, ni acción, ni poses naturales, ni inflexiones de la voz, en una palabra, nada de lo que constituye un actor, extrañaba a los viajeros cómo era posible que demostrando los caraqueños gran gusto por la instrucción, miraran con tanta indiferencia algo tan importante en la vida de toda ciudad y que carecieran de un teatro cuya fábrica embelleciera a la ciudad y de actores que no fueran unos autómatas. Para el año de llegada de Depons a Caracas existían en la ciudad tres frontones en donde se jugaba a la pelota a mano limpia o con pala. Uno estaba ubicado al sur de la ciudad, cerca del Guaire, el segundo hacia el oriente, no lejos del Catuche, y el tercero en el este, a cosa de media legua de la ciudad. Los vascos habían introducido este juego pero luego lo habían abandonado a los del país, quienes observaban exactamente las reglas y lo practicaban bastante bien. Algunos billares a los cuales asistía casi nadie, formaban el resto de las diversiones de Caracas. El juego por interés se practicaba con mucha frecuencia entre gente de recursos.
Ni liceos, ni paseos, ni cafés
Se lamenta Depons de la vida que se lleva en Caracas y dice: “Si Caracas poseyera paseos públicos, liceos, salones de lectura, cafés tendría ahora la oportunidad de hablar de ellos. Pero para vergüenza de esta gran ciudad debo decir que ahora se ignoran las características de los progresos de la civilización. Cada español vive en su casa como en una prisión. No sale sino a la iglesia o a cumplir sus obligaciones. Ni siquiera trata de endulzar su soledad con juegos cultos; gusta solo de aquellos que lo arruinan, no de los que pueden distraerlo”.
Blancos, esclavos y manumisos
Para 1806, año de la relación de Depons, la población de Caracas estaba dividida en: blancos, esclavos, manumisos y escasísimos indios. Los blancos constituían la cuarta parte del total de los cuarenta mil habitantes. Entre la población blanca se contaban seis títulos de Castilla, tres marqueses y tres condes, pero todos los blancos presumían de hidalgos y todos eran hacendados o negociantes, militares, clérigos o monjes, empleados judiciales o de hacienda. Ninguno se dedicaba a oficios o artes mecánicos. Los europeos que residían en Caracas formaban dos clases bien diferenciadas con bastante claridad. La primera la formaban los empleados venidos de España, estos vivían con gran lujo y abusaban de su poder, ofendiendo de esta manera a los criollos quienes se sentían injustamente postergados. La otra clase de europeos residentes en Caracas estaba formada por los vascos y los catalanes, los cuales no intervenían en los negocios públicos, sino que habían venido a trabajar con el deseo de hacer fortuna. Unos y otros eran igualmente industriosos, pero los vascos se distinguían de los catalanes en que, sin fatigarse tanto, administraban mejor sus negocios. Vizcaínos y catalanes se distinguían entre sus connacionales por su buena fe en los negocios y su exactitud en los pagos. Los canarios formaban otro importante número de gentes trabajadoras.
En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.
Las caraqueñas
Son encantadoras, suaves, sencillas, seductoras, dice galante el francés. Y añade, la mayoría tiene el cabello negro como el jade y la tez de alabastro. Sus ojos grandes y rasgados y sus labios encarnados matizan agradablemente la blancura de su piel. Es lástima, agrega, que la estatura de las mujeres de Caracas no corresponda a la armonía de sus facciones. Muy pocas sobrepasan la estatura media. “Como pasan la mayor parte de la vida en la ventana, podría decirse que la naturaleza ha querido embellecerles la parte del cuerpo que dejan ver con gran frecuencia. Se adornan con elegancia y en cierto modo les halaga la vanidad que se las tome por francesas”.
Lamenta que en Caracas no haya escuelas para señoritas. Su educación se limita a rezar mucho, leer mal y escribir peor. Ta solo un joven inflamado de amor puede descifrar semejantes garabatos. No les enseñan mucho ni baile, ni dibujo. Cuando aprenden se reduce a tocar por rutina un poco de guitarra o de piano. Sin embargo, su inteligencia, su honestidad, su natural coquetería, su gracia en el vestir, logra borrar la impresión que produce esa defectuosa educación.
Esto por lo que corresponde a las clases pudientes de la ciudad, a las blancas cuyos padres o maridos poseen bienes de fortuna o empleos lucrativos, porque la suerte que otras, dice el viajero lleno de pesar, “no tienen a su alcance más medio para ganarse la vida que provocar las pasiones para satisfacerlas después”. Más de doscientas mujeres vivían así para 1806, saliendo de noche para ganar el sustento del día siguiente. Su traje solía consistir en una falda y manta blancas, con un sombrero de cartón cubierto de tela y adornado con flores pintadas o lentejuelas. Cuando la edad o la enfermedad las obligaba a abandonar esta vida, se dedicaban a pedir limosna.
Los esclavos domésticos eran numerosísimos y la riqueza de las casas principales se medía por el número de ellos. Siempre tenía que haber más de los necesarios, lo contrario se juzgaba como tacañería. Cualquiera blanca, aunque sin gran fortuna, va a la iglesia seguida de dos esclavas negras o mulatas. Las verdaderas ricas llevan cinco o seis. Y había casas en Caracas en donde existían doce o catorce esclavas sin contar con los sirvientes de los hombres. Caracas era la ciudad de las Indias Occidentales con mayor número de manumisos o descendientes de manumisos. Estos ejercían todos los oficios desdeñados de los blancos. Todos los carpinteros, ebanistas, albañiles, herreros, tallistas, cerrajeros, orfebres eran para la hora del viaje de Depons, manumisos o descendientes de manumisos. En ningún oficio descollaban, pues como los aprendían por rutina carecían de los principios del arte. Su trabajo era mucho más barato que el del obrero europeo. Se sustentaban gracias a su gran sobriedad en medio de toda clase de privaciones. Por lo general, sobrecargados de familia, vivían en casas muy malas, dormían sobre cueros y se alimentaban con víveres del país. Su pobreza era tal que siempre que se les encargaba un trabajo siempre había que darles adelantos en dinero. Dice Depons que no hacen del trabajo una disciplina diaria, sino que se acuerdan de él solo cuando les aprieta el hambre. Los dominaba el gusto de pasar la vida en funciones religiosas y formaban la totalidad de las cofradías. Todas las iglesias contaban con cofradías constituidas por pardos libres. Cada una tenía su uniforme cuya diferencia era el color, son como sayales de monjes y los había azules, rojos, negros, etc.
Las cofradías asistían a las procesiones y a los entierros. Iban a todas las iglesias, pero especialmente a la de Altagracia. Todos los rosarios que discurrían por la ciudad hasta las nueve de la noche se componían exclusivamente de manumisos. Depons apunta como hecho curioso el de que a lo largo de los años ninguno de éstos haya pensado en cultivar la tierra. La nube de mendigos de ambos sexos que pululaban por las calles de la Caracas de 1806 impresionó a Depons. A toda hora entraban a las casas y lo mismo el inválido que el robusto, el joven y el viejo, el ciego y el que goza de buena vista gozaban de la caridad pública y de noche la mayoría se tendía a dormir sin ninguna protección, a lo largo de las paredes de las iglesias y del palacio arzobispal. El arzobispo repartía limosna general todos los sábados y cada mendigo recibía medio esquelino, o sea la dieciseisava parte de un peso fuerte, y en esto se invertían setenta y seis pesos fuertes, lo que corresponde a un mínimum de mil doscientos mendigos, fuera de los pobres vergonzantes cuyo número era mucho mayor y entre los que repartía secretamente sus rentas Don Francisco Ibarra, Prelado de Caracas.
Caracas de 1852
El libro del consejero Lisboa
En el año de 1866 fue editado en Bruselas el libro “Relacao de uma viagem a Venezuela, Nova Granada e Equador”, escrito por el brasileño consejero M.M. Lisboa. El autor había vivido en Inglaterra y en 1853 decidió regresar a su patria. En Southamptom se embarcó en el vapor “Orinoco” y semanas más tarde arribaba a La Guaira. Sus notas sobre la vida y costumbre de la Caracas de 1853 son curiosas e imparciales.
Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.
El nombre de las esquinas, confusión de extranjeros
Uno de los primeros motivos de confusión que encontró Lisboa en su recorrida por la tranquila capital de Venezuela lo halló en el nombre de las esquinas. Pues a pesar de que las calles de Caracas tienen sus nombres como de Carabobo, de las Leyes Patrias, del Comercio, etc., y aun en algunos casos sus números, nadie conocía la posición de las casas sino por esquinas, método que al principio causa confusión al extranjero. Había para 1853 en Caracas ciento cuarenta esquinas son sus nombres, que en algunos casos se explicaban como recuerdos de propiedades particulares o de títulos de familia como las esquinas de Conde, las Ibarras, las Madrices, las Peláez, etc. Las calzadas de la ciudad las encontró muy incómodas y consistían en piedra menuda o guijarro con la parte delgada para arriba. Coches particulares había muy pocos; de alquiler apenas los del comerciante Delfino el cual mantenía una línea regular y diaria de diligencias para La Guaira y de paseos para los arrabales de la ciudad. En los días de la visita de Lisboa a Caracas firmó la Municipalidad un contrato en virtud se obligó un empresario a pavimentar toda la ciudad en el plazo de ocho años, construyendo aceras en toda ella, empedrando a la española las calles longitudinales y macadamizando las transversales. Para la realización de esta obra, cedía el Concejo la renta destinada al arreglo de calles que consistía en un impuesto del alquiler de medio mes de todas las casas alquiladas y de cual se descubrió que producía diez y seis mil pesos anuales aun cuando solo se acusaban como entradas por este respecto, siete mil pesos.
Las tiendas ocupaban principalmente las calles de las leyes Patrias y del Comercio entre la Plaza de San Francisco y la de San Pablo. En ellas vio el Consejero Lisboa profusión del almacenes y quincallas y artículos ingleses, franceses, alemanes y americanos, pero sin que ningún establecimiento brillara pro su decorosa apariencia.
Se proyecta en 1853 la urbanización “El Paraíso”
Cuenta Lisboa que un caraqueño ilustre muy amigo suyo y concejero municipal presentó en ese año a la consideración de la Diputación Provincial, el proyecto de construir el más lindo paseo público que pueda imaginarse en Caracas y el cual de acuerdo con los planes ocuparía seis cuadras de terreno en la parte inferior de la ciudad bordeando por el lado del sur el río Guaire y accesible por el magnífico puente comenzado (Puente Hierro). A los esfuerzos de este mismo amigo de Lisboa debió Caracas el alumbrado que poseía para 1853. Consistía en faroles encristalados, conteniendo cada uno una luz con cuatro picos, pero sin reverberos. Esta iluminación era sostenida por medio de un impuesto de cuatro reales sobre cada cerdo consumido en la ciudad, impuesto que arrojaba una renta anual de cuatro mil pesos.
Casas, nada más
Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más, sin pretensión alguna en la arquitectura exterior. Los tres conventos que subsistían de Monjas, Carmelitas de la Concepción son pequeñas iglesias; el edificio ocupado en parte por el Palacio Arzobispal y en parte por la Universidad de Caracas, es una construcción extensa pero baja y sencilla. Más espacioso, elevado y cómodo encuentra el antiguo Convento de San Francisco, sede en ese tiempo del Congreso Nacional y de la Biblioteca, la iglesia del edificio la califico como la mejor de Caracas, sin exceptuar la Catedral. Esta se encontraba sin acabar y desmoronada por fuera.
Cómicos, toros y gallos
Afirma Lisboa que para 1853 no había un solo teatro en Caracas, pues tal nombre no merecía el miserable lugar denominado la Unión, frecuentado por la clase ínfima de la población. Sin embargo, por los mismos días, la Municipalidad había concedido gratuitamente a una compañía suficiente terreno en la Plaza Bolívar para edificar un teatro capaz de contener dos mil espectadores. Existía asimismo una plaza de toros, inútil pues la afición caraqueña era por el coleo en calles y plazas públicas con grave riesgo de los transeúntes. También había un circo de gallos. Y agrega: “Son los venezolanos apasionadísimos por esas luchas. Personas de alta posición social hasta generales interésanse por tales peleas, crían gallos, hacen apuestas y frecuentan la gallera con gran entusiasmo”.
El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.
Caracas en 1857
La posada de Bassetti
En el año 1857 visitaron a Caracas un grupo de viajeros norteamericanos. Uno de ellos con indudables condiciones de cronista escribió sus impresiones para el periódico “Harper´s New Monthly Magazine” y las publicó en el año 1858. De allí las tradujo y las dio a conocer por primera vez al público venezolano Juan José Churión. Los viajeros llegan a hospedarse en la posada de Bassetti que está situada en la Calle del Comercio y la cual ostenta en el portal y pintado en un farol el nombre del dueño. l centro de la casa es un gran patio rodeado por amplios corredores. En el dormitorio que se les asigna encuentran hamacas y mosquiteros. La casa es de un solo piso como casi todos los edificios de la ciudad y construida a prueba de terremotos. El patio principal es el centro de vida de la posada; al amanecer los viajeros se preparan para el camino y la taza de café o de chocolate se sirve en el corredor tan pronto como se levantan los huéspedes. Al anochecer, después de la comida, los jóvenes montan sus caballos y salen a pavonearse a los ojos de las señoritas sentadas en las ventanas.
Pintura de José Tadeo
Visitando la ciudad el norteamericano encamina sus pasos hacia la plaza de San Pablo. Frente a la Plaza, al lado de la tienda del operador de carretas, en una casa de tres ventanas y tan sencilla en el exterior como en el interior, vive el hombre más rico y poderoso de Venezuela para ese momento: José Tadeo Monagas.
El hombre acababa de hacerse alargar su período de gobierno. Le pinta el viajero como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad. Todas las mañanas va a pie o a caballo a la Casa de Gobierno con vestido corriente y nunca solo, sino acompañado de media docena de oficiales de tez morena brillantemente uniformados.
Situación del Ejército
El viajero está ahora en la Plaza Bolívar y observa en la esquina opuesta a la oficina del telégrafo y cerca de la Casa de Gobierno, el cuartel. Un oficial de brillante uniforme está tendido en un banco de la puerta, es blanco. Tirados en el suelo en todas las actitudes hay cerca de 20 soldados indios y negros; su traje es de chaqueta corta, mugrienta, de color marrón o azul y pantalones con raya roja. Le pagan un real al día por ración, cuando les pagan. Mil seiscientos hombres forman la fuerza de Caracas. Cuenta el viajero, que a la hora en que se hacía sentir y oír el soldado en la Caracas de 1857, era después de las diez de la noche, cuando al pasearse los trasnochadores oían su retumbante “quién vive”, al que se contesta inmediatamente: “Venezolano”. El centinela gritaba otra vez: “¿Qué gente?”, y había que contestar: “Ciudadano”. Quien no contestaba a tiempo corría el riesgo de encontrarse con una bala o recibir lo que en una ocasión recibió el ministro norteamericano: un pinchazo del soldado que no sabía de fueros diplomáticos.
“El buque está a la vista”, “El buque llegó”
En otro de los lados de la Plaza Bolívar está el telégrafo, es un edificio pequeño que mira a la Catedral. Un alambre tendido de allí a La Guaira atraviesa la montaña y Caracas está muy orgullosa de su telégrafo. “El buque está a la vista”, “El buque llegó”, son los mensajes enviados por el operador yanqui y que hacen que Caracas soñolienta abra los ojos. El paquebote ISABEL y su capitán Tood, son conocidos de todos los viajeros, su goletica es el único medio regular de comunicación entre Venezuela y el exterior; lleva quincenalmente pasajeros y correspondencia desde La Guaira a San Thomas y hace el enlace con los vapores que llegan allí. En el telégrafo se pagan 25 céntimos por un mensaje sencillo hasta las cuatro, después de esa hora el precio se dobla y se vuelve a doblar después de las nueve de la noche.
Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.
Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.
La Quinta Avenida de Caracas
Al Puente de la Trinidad le llama el viajero la Quinta Avenida de Caracas. E invita al lector a acompañarlo en su excursión por esa calle. “Son las seis de la tarde. Todos los jóvenes pasean por la calle y todas las mujeres bonitas están en las ventanas salientes y enrejadas. . . Qué ojos. . . Qué hombros. . . Qué brazos. . . Qué prueba para un extranjero. Antes del anochecer, es lo más agradable pasear por las calles, pararse en las ventanas de las señoritas conocidas y hablar con ellas a través de los barrotes. Si se tiene un caballo bonito y se monta bien, puede lucir su paseo haciendo estaciones en las ventanas que quiera, pues el caballo puede ir a todas partes donde su amo es admitido”.
Danzas, valses, polkas y mazurkas
Cuando llega la noche los paseantes desaparecen y las ventanas se cierran; a las ocho parece que toda Caracas está durmiendo. A distancia oye el viajero música y al aproximarse ve un grupo de gentes alrededor de las ventanas de una casa. Se acerca y mira. Es un baile y el grupo de las personas que están en las ventanas tiene el derecho de ver el baile, de oír la música y de apreciar y criticar a las parejas. Los bailes se comprometen por turnos que generalmente se componen de cuatro o cinco piezas, un vals, polka, mazurka y siempre una danza. La danza es el baile favorito de los caraqueños: se forma una doble fila, señores a un lado, señoras del otro, la primera pareja se inclina delante de la que sigue, y procede con algunas elegantes estaciones, entre las cuales figura una especia de vals para las dos parejas juntas, concluyendo la figura con un vals sencillo y una polka hasta que todos estén en gracioso balanceo al compás de la música, lo que es muy llamativo y toca motivos distintos para cada fase de la danza. Así hasta las dos o tres de la madrugada, que es cuando se van a sus casas a pie, puesto que dos o tres carruajes que hay en la ciudad son más bien para exhibirlos que para usarlos.
Buenas noches, Caracas
Pero la larga excursión del norteamericano lo ha fatigado. Y ahora dice, “volvamos a nuestra posada. Pasamos en salvo los centinelas cuyos ‘quién vive’ contestamos en la forma autorizada, obedeciendo silenciosamente la orden de atravesar la calle. El sereno embozado y armado acaba de gritar ‘las 12m en punto y sereno’. Miramos al firmamento lleno de estrellas, entre las que resplandece la Cruz del Sur y nos estremecemos pensando en las pulgas que vamos a encontrar. El muchacho medio dormido nos abre al fin la puerta después de estrepitosas llamadas, y buenas noches a Caracas.”
FUENTE CONSULTADA
- Elite. Caracas, marzo de 1954. Edición extraordinaria.
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