Días de noviembre neblinosos, grises, enguantados de humedad. Noviembre de los muertos, propicio a las rememoraciones, a los recuerdos de los que han traspuesto la plataforma de su viaje final. Días para evocar tradiciones, leyendas, cuentos, consejos de abuelas o historias de fantasmas. Bajo este mes de nieblas, bajo estos días de duelo nació esta crónica de Alberto Caminos sobre el viejo cementerio de San Francisco, ubicado en pleno corazón de Caracas.
“Los cementerios particulares”
Cosas del tiempo y de los hombres de ese tiempo era costumbre antaño, en nuestros días iniciales de la colonia, el poseer Cementerios particulares.
Con un simple impuesto, con el pago de tal o cual renta, tenían su vida de polvo y hueso los Cementerios de Asociaciones, cuerpos, conventos, etc.
De ahí este viejo Cementerio del Templo de San Francisco (antiguo convento del mismo nombre), el de la esquina de Los Canónigos, el de San Pedro y tanto otro fácil de señalar por medio de viejas lecturas, en el lomo polvoriento de los textos.
De ahí que no haya por qué extrañarse el que hoy en pleno Siglo XX, y en pleno corazón de Caracas, la cámara del Repórter haya podido enfocar estos aspectos macabros que más bien parecen estar ubicados en sitios desolados, áridos, tristes, lejos de los bocinazos de los automóviles, de los cláxones de los carros de paseo, de la campanilla lenta de los tranvías eléctricos y de la voz chillona del billetero o el pregonero por menor.
Los franciscanos en caracas
Obra de auténtico valor, labor de cultura, de enseñanza, la de las Misiones Religiosas en tierras caribes. De ellas resalta por su apostolado y perseverancia a pesar de malos fracasos y pérdidas de vidas, la de los Franciscanos.
Acerca de la fecha en que llegaron a Caracas los primeros franciscanos se menciona (Padre Lodares) el que un empleado del Archivo Nacional encontrara una nota que decía: “Haber sido el capitán Díaz Alfaro quien trajo los primeros franciscanos a Caracas en el año 1569”.
Otros autores dicen que fue ese mismo año el valeroso Garci González de Silva y es hasta casi posible que intervinieran los dos, pues el primero de los nombrados vivía en Caracas para el año en cuestión, y el segundo colaboró eficazmente en este asunto de las Misiones Franciscanas. Sin embargo, se cree que el convento no se comenzó a fundar sino hasta el año de 1574, ya que en la memoria presentada por el gobernador de Caracas Don Juan de Pimentel, que llegó a esta ciudad el año de 1577, dice a este respecto: “En esta ciudad de Santiago de León hay un Monasterio de San Francisco, de tapias no durables; comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal que vino de Santo Domingo con otros frailes (ha) tres años a el dicho efecto, en cuya fundación le halló Fr. Francisco de Arta, Comisario que por orden de V. Majestad vino con siete religiosos y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”. Y todavía como para darle mayor consistencia a estas afirmaciones añade un plano de la ciudad en el cual no aparece ningún otro convento sino el de San Francisco y precisamente en el lugar que actualmente ocupa el Templo del mismo nombre.
Como ya hemos dicho era costumbre sancionada por la ley esto de los cementerios particulares. Debido a eso el Convento de San Francisco poseía el suyo, donde eran enterrados no tan solo los frailes sino todo aquel elemento pudiente, de significación, que se hiciera acreedor a tal honor o que pudiera hacerlo.
Buena prueba de ello nos la da la visita que hemos hecho al viejo cementerio del Convento franciscano de Caracas, ubicado en la esquina de San Francisco ocupada actualmente por el Templo del mismo nombre.
Apellidos conocidos y de relieve en la Colonia. Nombres ilustres de elementos españoles de la época, se pueden advertir en las lápidas que cubren las bóvedas que han resistido el embate de los años. penetra el espíritu una especia de recogimiento mezclado con su poco de pavor el presenciar los sótanos del Templo de San Francisco.
Ataúdes ruinosos, esqueletos que solo esperan la caricia del viento para espolvorear su hueso centenario, viejas maderas que han probado su calidad, asombran las pupilas del explorador que ignorara la cercanía de paisaje tan grave y tan secular.
Estrechos pasadizos conducen a los departamentos de los sótanos. Después de la amplia sacristía, caminando poco trecho estamos en ellos. El creyente que reza, el paseante que escampa a las puertas del templo, la muchacha que vino a cumplir la promesa, ninguno quizás sospechará que a pocos pasos suyos se levanta este pequeño cementerio secular, combatido por los años que han hecho mella en su vida de huesos y polvo.
Los momentos pasados en la tétrica compañía nos han ensombrecido los rostros. Meditaciones, pensamientos, imaginación. Salimos al aire fresco de la calle y ante el paisaje pujante y vigoroso de la vida que ríe y vibra, lo otro parece un sueño”.
FUENTE CONSULTADA
- Caminos, Alberto. El viejo cementerio de San Francisco. Elite. Caracas, 22 de noviembre de 1949; Páginas 44-45 y 60
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