La glorificación de Juan Crisóstomo Falcón

La glorificación de Juan Crisóstomo Falcón

POR AQUÍ PASARON

La glorificación de Juan Crisóstomo Falcón

Juan Crisóstomo Falcón, militar y político que gobernó en Venezuela entre 1863 y 1868. Fue uno de los líderes de la Guerra Federal (1863)

     En una interesante y poco común investigación en Venezuela, el historiador José María Salvador examinó algunos fenómenos artísticos efímeros producidos con las fiestas cívicas de este país suramericano, la gran mayoría de ellos escenificados en la ciudad de Caracas, centro del poder administrativo y político nacional desde los tiempos coloniales. Este examen fue presentado, en forma de obra, con el título Efímeras efemérides. Fiestas cívicas y arte efímero en la Venezuela de los siglos XVII-XIX, la cual fue publicada bajo el cuidado editorial de la Universidad Católica Andrés Bello, en el año 2001. En esta ocasión, haremos referencia a la interpretación que ofreció Salvador a lo que denominó “Gloria de Juan Crisóstomo Falcón”.

     Fue este un evento muy similar al que se había efectuado en torno a las figuras de Ezequiel Zamora, José Gregorio Monagas y Manuel E. Bruzual cuyos restos humanos fueron trasladados a Caracas para ser depositados en el Panteón Nacional, en noviembre de 1872. Dos años después, el mismo gobierno conducido por Antonio Guzmán Blanco, durante el 29 de abril y el 1ª de mayo de 1874, rindió honras fúnebres al transportar en triunfo al Panteón Nacional los despojos mortales del general Juan Crisóstomo Falcón (1820-1870).

     Los restos del insigne fueron exhibidos en un espléndido armazón en capilla ardiente levantada a la entrada del Camino Nuevo, en la calle de los Bravos. Desde tempranas horas de la mañana se encontraba listo el decorado urbano por donde transitarían los que conducirían el féretro a su destino. Salvador citó un fragmento de una crónica que describió el decorado que se hizo para tal acto. Una porción de la descripción fue como sigue. El trayecto que debía recorrer el féretro estaba adornado con un trofeo compuesto con un escudo, sobre el cual se escribió el nombre de cada una de las victorias de los defensores de las ideas federales.

     Alrededor de este escudo se habían colocado pequeñas banderas tricolores con insignias de duelo, encima de este grupo alegórico, flotaba un pabellón fúnebre, con una franja negra que tenía estampado la inicial del nombre del héroe, orlada por laureles de plata.

     De trecho en trecho se apreciaban columnas de mármol, de cuyo mástil colgaban coronas de siemprevivas, y sobre el capitel con las alas recogidas, se posaba el águila del genio, con un gesto de sorpresa por terrible catástrofe y encadenada en su magnífico vuelo. En cada esquina estaban, frente a frente, dos obeliscos truncados, símbolos de una ilustre existencia malograda, en los que se escribió, sobre mármol negro, los más recordados campos de batalla en los que el pueblo federal tuvo una destacada participación bajo la conducción de Falcón.

     Las casas de las calles, por donde transitarían quienes cargaban el féretro, tenían crespones, mientras los edificios públicos tenían colgaduras negras y la bandera nacional a media asta. En la esquina de la Torre, contigua a la catedral, se erguía un majestuoso arco de triunfo de fuerte textura guerrera, descrita en la misma crónica del modo como sigue. Su base mostraba grupos de cañones, cuyas culatas recibían las columnas formadas de fusiles, le acompañaban hachas, sables y clarines de guerra, le seguían mazos de picas que remataban en dos estrellas, cuyos rayos eran dos bayonetas, flameando entre ellas el pabellón venezolano. La vibra del arco estaba hecha de tambores unidos entre sí.

     Ante este arco marcial se erigió un gran obelisco en el que se apreciaba la imagen de Falcón enmarcada en oro, envuelto por las figuras alegóricas de Venezuela ciñéndole una corona de mirto, así como de la Fama en pregón de las campañas del mariscal, mientras en el medio de ambas figuras se veía el caballo de la Libertad. A las nueve de la mañana del día 29 de abril el presidente Guzmán Blanco, acompañado con miembros de su gabinete, los presidentes de las cámaras legislativas y altos funcionarios civiles y militares, se dirigió al catafalco erigido para la capilla ardiente. De inmediato se dio inicio a la procesión que llevaría los restos mortuorios al Panteón Nacional. Mientras tanto se escuchaban sones lúgubres ejecutados por la banda marcial, al repique de todas las campanas y el sonido de salvas de artillería. Detrás del lujoso carro funerario iban los funcionarios públicos, los miembros del Congreso, el presidente de la república con su gabinete y una brigada del regimiento de la guardia con la bandera enrollada.

     Luego de dos horas de lenta marcha llegaron al sitio de destino. El catafalco donde fue depositado el féretro fue descrito del siguiente modo. Era de gran magnificencia. Estaba compuesto de cuatro columnas que sostenían una elegante cúpula con relieves y arabescos de plata, sobre la cual se posaba, en disposición de alzar vuelo, el Cóndor americano, entre sus garras tenía una corona de laurel y una espada. Este cenotafio estuvo alumbrado por doce candelabros de plata, cuya luminosa luz contrastaba con la flamígera llama que despedían a su alrededor las lámparas funerarias.

En 1874, los restos mortales del general Juan Crisóstomo Falcón fueron sepultados en el Panteón Nacional, en Caracas

     La catedral también había sido investida por el luto, con cortinas negras matizadas con plata que cubrían las columnas en que destacaban trofeos y coronas con los nombres de las batallas triunfantes en las que había participado Falcón. El funeral religioso fue encabezado por el presidente Guzmán Blanco, junto a su comitiva. Al día siguiente, primero de mayo, se trasladaron las cenizas del mariscal al Panteón Nacional. Al concluir la ceremonia sacra, el ataúd fue montado en el carro triunfal, que los amigos de Falcón arrastraron de inmediato. Abrieron la marcha unos cañones y los dos caballos de batalla del prócer. Detrás iban el presidente de la república y su comitiva. 

     Desde la catedral la procesión tomó rumbo, al compás de una música marcial a lo largo de un trayecto flanqueado por trofeos de duelo y otros símbolos llorosos, con cortinas negras, acompañadas de pabellones enlutados colgando en las fachadas de las casas, hasta llegar a la plaza de la Trinidad, donde se había levantado un monumental arco de triunfo. El mismo era de estilo dórico, en él se había estampado: “A la memoria del Gran Ciudadano Mariscal Juan C. Falcón”, envuelta por los nombres: Antonio Guzmán Blanco y Manuel E. Bruzual. En la cara norte lucía idéntica dedicatoria, bordeada por los nombres: José Gregorio Monagas y José Rosario Gonzales, mientras en su bóveda se leían los nombres de quienes acompañaron a Falcón en sus andanzas militares. 

     En medio del sonar de la artillería, el féretro fue llevado bajo el arco del triunfo hasta el Panteón Nacional al compás de la marcha luctuosa de Donizetti. Raimundo Andueza Palacio pronunció el elogio fúnebre, mientras la orquesta y el coro interpretaron el responso de José Lorenzo Montero y, al final, los despojos del mariscal fueron inhumados en la bóveda que se les tenía destinada.

    Ya avanzada la edificación republicana se llevaron a cabo actos en que la celebración espectacular de la muerte estuvo presente. 

     Su apogeo se puede apreciar mediante las apoteósicas honras fúnebres que, luego de varios años de haber fallecido los honrados y glorificados quienes se habían marchado de su tierra natal, luego de cumplir con lo que se ensalzó como actos dignos de ser rememorados. Esta modalidad de recordación sirvió para enfatizar un presente, por lo general, fastuoso y magnánimo. Quienes lo ejecutaban se servían de ellos para mostrarse como símil del homenajeado. El siglo XIX fue un momento durante el cual las celebraciones alrededor de centenarios fueron acompañadas de exposiciones y actos luctuosos, con los que se rindió homenaje a próceres nacionales.

     En las postrimerías del siglo XIX se difundió la necesidad de recordar hazañas heroicas como, por ejemplo, el Descubrimiento de América, pero en la figura de Cristóbal Colón. Fue así como un conjunto de consideraciones de carácter histórico se difundió en aras de su justificación. Fue en la década del ochenta del mil ochocientos cuando se comenzó a generalizar su necesidad como restitución del papel cumplido por España en el mundo. Desde el país ibérico, con ecos en países como México y Argentina, se debatió la justificación del porqué celebrar el tercer centenario del Descubrimiento.

     Publicistas del momento, como el caso de Juan Varela, en España, Joaquín Baranda y Romero Rubio, en México, y Ernesto Quesada, en Argentina, fueron quienes se dieron a la tarea de legitimarla. En tal celebración la imagen de España y Portugal resultaron cruciales, porque se les asoció con la creación de un mundo nuevo y la fundación de un gran conjunto humano, aunque separado por las aguas del Atlántico.

     Fueron tiempos de reformulación de los proyectos modernos de la nación. Un conjunto de estrategias, con las cuales estampar en las mentalidades del momento imágenes con propósitos de cohesión social, se dieron cita en lo que se pudiera denominar ritos de iniciación republicana. Su objetivo fue la figuración e imaginación de la nación como una agrupación humana con atributos comunes. Con esos ritos se fue asentando lo que hoy se tiene como algo natural y normalizado por elites políticas y culturales, en momentos de redefinición de la nacionalidad. La interpretación del himno, rendir culto a los símbolos patrios, el homenaje a los héroes y a todos aquellos que hicieron posible la instauración republicana se hizo tradición, en un principio en la escuela de primeras letras para infantes.

     Con el tiempo cambiaron las denominaciones si en 1492 se celebró una fecha memorable, en el XX se le comenzaría a denominar bajo el nombre de Día de la Raza, quizá, con la intención de mayor inclusión de lo que hoy se precisa como expresión vencedores – vencidos. Ya en el 1900 la utilización de símbolos como forma de unificación nacional comenzó a formar parte de la legitimación de quienes ejercen el poder político. Se puede decir, tal como lo examinó Georges Balandier en su trabajo titulado: El poder en escenas (1992), que todo poder político intenta obtener subordinación por medio de la teatralidad, es decir, fiestas, conmemoraciones, celebraciones, elecciones, las que se esparcen por toda la sociedad como un fastuoso espectáculo.

     Su realización suele mostrar a quien ostenta el poder gubernamental ante el gobernado en analogía con el homenajeado. Las élites políticas y sus aliados culturales hacen uso de medios espectaculares, magnificentes, llenos de colorido y demostración de poderío. Con ella muestran su papel en la historia presente y el futuro que vendrá, por las manifestaciones que ejecutan exaltan valores y, con ello, reafirman su energía. El poderío político no se decanta únicamente con el espectáculo contemporáneo o circunstancial, porque al llevarlo a efecto intenta estampar en la memoria colectiva una impronta, a través de la duración, la reiteración, con lo que inmortaliza acontecimientos que sirven para mostrar atributos de origen.

     Por eso es preciso pensar en el desarrollo de una política de los lugares y obras monumentales. Así, una república asume una forma de reiterada novedad territorial, la ciudad, el espacio público y la misma nación. De ahí que se reordene, modifique y organice de acuerdo con requerimientos sociales y económicos. Quizás, lo de mayor relieve es tratar de no ser superado por el olvido y lo de crear condiciones específicas de trascendencia en el tiempo, la que se podría manifestar en conmemoraciones futuras. Se trata de una recurrencia a la imaginación con la que se invita a un futuro que de manera inevitable se ofrece plagado de mejoras. El guzmanato parece ser el mejor ejemplo de la teatralidad del poder con sus conmemoraciones, glorificaciones y ornato citadino. Por tanto, la “Gloria de Juan Crisóstomo Falcón” resultó ser una glorificación más y contextualizada en los afanes legitimadores del gobierno presidido por Antonio Guzmán Blanco.

Boletín – Volumen 77

Boletín – Volumen 77

BOLETINES

Boletín – Volumen 77

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     Esta edición correspondiente al 7 de abril de 1920 reseña una “Asamblea en la Cámara de Comercio de Caracas”. Entre los asuntos que en ella tuvieron especial atención fueron lo relacionado con la ratificación del Convenio, el Reglamento Arbitral y las Reglas para la disposición de las Mercaderías. Estos habían sido firmados con la Cámara de Comercio de los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo texto completo se había publicado con el número anterior del Boletín. En la misma asamblea se anunció que para el momento la Cámara contaba con 150 miembros, crecimiento adjudicado al trabajo realizado por la Directiva de esta corporación.

     Páginas después se insertó la continuación de un aparte titulado: “El tercero de los temas de la Alta Comisión Internacional – 1919”. Aparte correspondiente que estuvo dedicado a la Administración del Crédito Público, donde se señaló que con la Ley del 11 de junio de 1915 se transformó por completo el anterior sistema de administración. A partir de este momento la administración del Crédito Público pasó a depender del Ministro de Hacienda. De igual manera, se hizo mención a lo relacionado con el sistema fiscal, las fuentes de ingreso del fisco nacional, las proporciones de los gastos de crédito público, los atributos del sistema fiscal y la reforma monetaria basada en el sistema decimal y la referencia al Franco instituido en 1848.

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     Un breve artículo, reproducido de The Annalist (Nueva York, número 391, con fecha 23 de febrero de 1920) cuyo título fue: “Seria disminución de los aceites combustibles producida por la demanda creciente”. En él se señaló que su escasez, en suelo estadounidense se debía, de manera especial, a una gran demanda a escala planetaria por parte de embarcaciones y el uso industrial. Otro tanto se adjudicó a un Decreto dictado por el presidente mexicano Venustiano Carranza con lo que limitó la cantidad de taladros para la extracción de materias primas para la producción de combustibles. Esto provocó la disminución de transportes y sumado a esta circunstancia se dio a conocer que la explotación de yacimientos en California no era suficiente para cubrir la demanda existente.

     Un escrito denominado “El papel que desempeñan los bancos en el costo de la vida”, firmado por H. Pérez Dupuy y tomado de El Universal (abril 12 de 1920) en que su autor desmintió la conseja según la cual la inflación se debía a la expansión del crédito. Pérez Dupuy desarrolló su argumento según la afirmación que había algo de cierto en ella. Sin embargo, señaló que el crédito se podía clasificar en dos categorías. Uno, se utilizaba para fomentar el comercio y producción de bienes indispensables para la vida humana. Otros, eran destinados para actividades especulativas, no productivas. De acuerdo con sus argumentos serían estos últimos los que repercutían para incrementar la inflación.

     Entre las páginas 700 y 702 se editaron unas tablas tituladas “Curso del cambio en Venezuela durante los años de 1913 a 1919”. En ellas aparecen por cada año y dividido por los meses de enero a diciembre lo correspondiente a libras, dólares, florines, francos, marcos, pesetas y liras en el ámbito cambiario.

     Entre las páginas 702 y 710 fue insertado un artículo que llevó por título: “La Real Hacienda en el régimen colonial de España” cuyo autor era un profesor de historia de la universidad de Yale de nombre C. H. Haring. Este trabajo fue reproducido de: The American Historical Review, correspondiente a julio de 1918.

     En las páginas finales se dio a conocer: “Lista alfabética de los catálogos recibidos por la Cámara de Comercio de Caracas y existentes en su Biblioteca, para 1920”. La mayoría de estos inventarios eran del año de 1919, aunque habían de 1913, 1914 y 1918. En ellos se ofrecían maquinarias de distinto tipo, procesadoras de materias primas, materiales de construcción, autopartes y camiones de carga, entre otros, provenientes de distintos países.

     En la sección de correspondencias se pueden leer propuestas de una fábrica de chocolates y galletas, asentada en La Habana para negociar cacao proveniente de Venezuela. Desde Austria se proponían lazos comerciales con exportadores de cuero seco de res, café y cacao, entre otros productos. Propuestas desde París, Bordeaux, Marsella, Constanza, Oklahoma, Puerto Rico y Viena eran para relacionarse con exportadores venezolanos.

Más boletines

Boletín – Volumen 140

Una sostenida paralización ha caracterizado este mes.

Boletín – Volumen 126

Como se hizo habitual en el Boletín, la edición inicia con “Situación Mercantil”.

Boletín – Volumen 70

En este nuevo número toda la edición se dedicó a tratar y dar a conocer un asunto relacionado con la Corporación del Puerto de La Guaira.

Boletín – Volumen 76

Boletín – Volumen 76

BOLETINES

Boletín – Volumen 76

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     En esta edición, con fecha primero de marzo de 1920, se agregaron nuevos avisos publicitarios de representaciones para la importación y exportaciones de bienes bajo la firma J. G. White, servicios ópticos y de farmacopea a cargo de Constanzo Vanzina y de consignación y comisión en general bajo la responsabilidad de S. Plaza.

     Para este número setenta y seis los editores presentaron un Índice de la Ley de Aduanas (desde la letra A hasta la letra Z) con el propósito de facilitar su consulta por parte de quienes se dedicaban a actividades comerciales y mercantiles. En el mismo se advirtió que fue preparado por un conocedor de estos aspectos legales.

     Entre las páginas 686 y 690 se publicó “El tercero de los Temas de la Alta Comisión Internacional – 1919”. Este aparte fue dedicado al crédito nacional y los factores que lo afectaban junto con el monto y el carácter de las deudas públicas. En el mismo se aclaró el significado de las denominaciones Crédito exterior y Crédito interior. Se trató lo correspondiente a la Ley de Colombia del 22 de mayo de 1826, la nueva Ley de Crédito Público del 11 de junio de 1915. En lo que respecta al Crédito Interior se explicó que abarcaba la Deuda Nacional Interna Consolidada del 3% anual, la Deuda Inscrita y los Bonos del Tesoro que sumaban un total de 49.070.831,92 bolívares. 

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     Respecto al Crédito Exterior sumó un total de 93.952.410,73 bolívares. En esta última estuvo contemplada la Deuda Nacional del 3% por Convenios Diplomáticos, Certificados Provisionales (españoles), Deuda Diplomática del 3% anual (Emisión de 1905) y Deuda Diplomática sin intereses (Protocolo de arreglo venezolano – francés del 14 de enero de 1915). Para cada caso se daba la explicación de las deudas y cuya reclamación requería de atención gubernamental.

     En “Sección de Correspondencia”, como venía siendo usual en el Boletín, se ofertaban servicios para ensanchar relaciones económicas con casas comerciales asentadas en Venezuela. Las ofertas provenían de distintos espacios territoriales como Puerto Rico, Florencia, Yucatán, Nueva Orleans, Matanzas, Gibraltar, Lucca, El Cairo, Kansas City, Tokio y París. Las ofertas iban desde el ofrecimiento de bienes exportables junto con lo que pudiera ser colocado en tierras de Venezuela. Entre los bienes ofertados y demandados iban desde el café, el cacao, aceites, azúcar refinada y tabaco, se ofrecían desde el exterior cigarrillos, instrumental médico y odontológico.

     La comunicación enviada por el Consulado americano, el 2 de febrero de 1920, contemplaba algunas peticiones y propuestas de comerciantes y fabricantes estadounidenses. Entre ellas se ofertaban correas de transmisión, correas hechas de cuero, papel fino para correspondencia y jabones de distintos tipos y usos, el requerimiento se circunscribió a cueros, pieles, cuernos y otros productos similares provenientes de Venezuela. Una información suministrada por el mismo Cónsul daba cuenta de las exportaciones que se habían dirigido a territorio estadounidense, incluido Puerto Rico, por un monto 4.611.846 bolívares. Entre ellas se encontraban el café, cacao, cueros de res, pieles de chivo y venado, carboyas de hierro y cobre viejo, entre otros. Agregaron otra información proporcionada por el mismo funcionario respecto a las exportaciones para los meses de enero y febrero desde el año de 1912 hasta 1920.

     Una breve sección denominada “Participaciones” daba a conocer algunos cambios entre socios comerciales y aperturas de nuevos establecimientos comerciales. Una escueta comunicación presentaba información acerca del balance comercial de los Estados Unidos de Norteamérica. Comercio que le era favorable frente a sus socios en Asia, Suramérica y Europa. Líneas después se encargaron de anunciar la actualización del estudio que habían presentado en ediciones anteriores, titulado “Apuntes sobre la riqueza mineralógica de Venezuela”, escrito originalmente en 1915 por Germán González.

     Al final se presentó una información extractada del Suplemento Comercial de The Times, publicado en Londres, donde se informaba sobre las medidas recomendadas al gobierno británico por parte del Comité de Circulación y Cambios para la reforma de la circulación monetaria. De igual modo, se anexó un decreto firmado por el presidente provisional Márquez Bustillos relacionado con la creación de nuevos cargos en la aduana de La Guaira: un interventor, un guarda – almacén, un liquidador, dos oficiales auxiliares y cuatro oficiales de reconocimiento y almacenes, con sus respectivas asignaciones mensuales. Se anexó, asimismo un Suplemento al Boletín número 76 referido al “Convenio de Arbitraje comercial celebrado entre la Cámara de Comercio de Caracas y la Cámara de Comercio de los EEUU”, refrendado por H. L. Ferguson y H. Pérez Dupuy.

Más boletines

Boletín – Volumen 146

Esta edición de enero de 1926 comienza con una salutación por el nuevo año que comienza.

Boletín – Volumen 134

Esta edición de enero de 1925 abre con “1925” en que se presentó una salutación al presidente, Juan Vicente Gómez Chacón y su tren ministerial y ejecutivo.

Boletín – Volumen 123

Para esta edición con fecha 1 de febrero de 1924 se inicia con “Situación mercantil”

Rómulo Gallegos y su tiempo

Rómulo Gallegos y su tiempo

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Rómulo Gallegos y su tiempo

     Juan Liscano, poeta investigador folklórico, periodista y crítico literario, está preparando una obra biográfica sobre el maestro Rómulo Gallegos, de la cual la revista ÉLITE se complace en publicar uno de sus capítulos. En este nuevo libro, el autor analiza la figura del Maestro de Juventudes y su Tiempo, sus sentimientos y actitudes, tanto humanas como políticas. En el capítulo que reproducimos el lector podrá conocer la estatura moral del hombre que fue derrocado un 24 de noviembre de 1948.

      “Conviene ahora evocar, a grandes rasgos, el proceso político que se inició después de la muerte de Juan Vicente Gómez y desembocó en el derrocamiento del gobierno constitucional presidido por Rómulo Gallegos.

     Una vez fallecido el dictador, se encargó del Poder su ministro de la Defensa, el general Eleazar López Contreras. La perspectiva histórica destaca con aspectos cada vez más positivos, la gestión transicional que le correspondió desempeñar a este gobernante. Durante su presidencia se inició el proceso de conquistas democráticas venezolanas. Se fundaron nuevos partidos, inspirados en ideologías contemporáneas, y sindicatos obreros. López Contreras se propuso equilibrar las contradictorias fuerzas que intervenían en esa etapa de transición. Frenó las impaciencias de la izquierda y las exigencias de la derecha. Encauzó el país hacia un desarrollo democrático paulatino y gradual. 

     Le evitó a nuestra explosiva y extremista colectividad, fácil presa de cualquier radicalismo e intransigencia, las violentas oposiciones y, rectificando el rumbo cada vez, según por donde amenazaran tormentas y vientos fuertes, aparentemente insensible a la crítica, a los reclamos, a las imposiciones, desembocó en el restablecimiento de las garantías individuales y el acatamiento al principio de alternabilidad republicana. En lugar de reelegirse presentó al Congreso donde tenía mayoría, un candidato oficial: el coronel Isaías Medina Angarita, su ministro de la Defensa. La oposición democrática había lanzado ya la candidatura simbólica de Rómulo Gallegos. Medina Angarita salió electo presidente de la República. Su primer acto político fue permitir la legalización de Acción Democrática, compactada en torno a la candidatura de Gallegos y la del Partido Comunista bajo el nombre de Unión Popular Venezolana. Aceleró el desarrollo democrático del país. La liberalidad cordial del nuevo presidente coincidió con una etapa de alianza entre la U.R. S. S. y los Estados Unidos, impuesta por la Segunda Guerra Mundial. Esa alianza se tradujo en una colaboración entre el Capitalismo y el Socialismo, entre los partidos comunistas y los gobiernos anti-nazistas. Las repúblicas hispanoamericanas establecieron relaciones diplomáticas con la U.R. S. S. Norteamérica estaba especialmente interesada en ello. Venezuela rompió con el eje Tokio-Roma-Berlín. Los Estados Unidos impusieron esa ruptura pues Medina Angarita se inclinaba más bien hacia una neutralidad confortable. El Partido Comunista Venezolano apoyó decididamente el gobierno medinista. Acción Democrática constituyó la oposición.

     La política anti-nazista de Venezuela mereció la aceptación de este último partido, pero en el orden interior, se agravó su descontento frente al gobierno. El objetivo fundamental de A.D. era lograr una reforma constitucional que estableciera el sufragio universal y la elección directa para presidente de la República. Sabiéndose mayoritario en el país, ese partido aspiraba a alcanzar el Poder por la vía del sufragio universal. Pero Medina Angarita no se resolvía a apoyar una reforma, la cual, es preciso decirlo, implicaría la anulación de toda influencia suya o de su grupo. Rómulo Gallegos intervino frecuentemente como mediador entre la oposición adeísta y Medina. Aconsejó a este último la reforma constitucional. Se trataba de una conquista inobjetable, sin dejar lugar a dudas, la cual hubiera acelerado la evolución política de nuestro país. Pero ello equivalía a entregarle el poder a Acción Democrática, partido policlasista que congregaba a las mayorías. El grupo medinista no quería perder sus posiciones. Por otra parte, la candidatura de López Contreras empezaba a ganar terreno en el Congreso. El medinismo tampoco quería pactar con López Contreras. Faltando poco para el nuevo período presidencial, se inició una conspiración entre jóvenes oficiales del Ejército. Este, en verdad, no había obtenido ventaja alguna con el gobierno imperante. Medina colgó el uniforme y vistió traje de civil. La reacción castrense tomó cuerpo en grupos de jóvenes oficiales, en su mayoría contaminados por ideas de predominancia militarista y vaga exaltación fascista. Los modelos a seguir serían los junkers prusianos y las logias militares argentinas. El Ejército debía imponerse a la República como una superestructura. Pero semejantes propósitos, por lo demás harto confusos, mezclados con las peores inclinaciones caudillistas y apetencias de riqueza, fueron cuidadosamente disimulados cuando se trató de iniciar conversaciones con grupos civiles.

     Los conspiradores se acercaron a Acción Democrática, porque era el gran partido de oposición al régimen. Podía garantizar el control de la calle, en el supuesto de un golpe exitoso. Medina Angarita y los jefes militares en que se apoyaba, andaban ciegos frente a los manejos de los discípulos aprovechados que habían estudiado en el Perú, en la Argentina, en España. Acción Democrática oía a los militares, pero hubiera preferido una salida pacífica, hacia la constitucionalidad. Se perfiló una posible candidatura de equilibrio: la del Dr. Diógenes Escalante. El medinismo y el adeísmo coincidieron en apoyarla, pero Escalante perdió la razón, invalidándose para toda gestión intelectual. Los acuerdos se rompieron. Isaías Medina se entregaba de un todo a sus consejeros. Optó por lanzar un candidato propio, sin respaldo alguno de opinión. La conspiración recrudeció. Acción Democrática quedó definitivamente descontenta. El tránsito pacífico de un período presidencial a otro, resultaba cada vez menos probable. Los militares instaban a los civiles a actuar. El 18 de octubre de 1945 se alzaron algunos efectivos militares. En la noche de ese día el movimiento estaba fracasado, pero Medina, inhibido ante un estallido de violencia que había sido incapaz de sospechar, confundido, decepcionado, queriendo evitar derramamiento de sangre, renunciaba a la Presidencia, sin darle tiempo a los rebeldes a negociar su rendición. ¡El golpe había triunfado! Acción Democrática preparó el ánimo de la calle y apoyó la rebelión militar. Arremolinados y disputándose ya el Poder, los líderes militares y civiles constituyeron la Junta Revolucionaria de Gobierno en la que predominaron los segundos.

     En ese mismo momento empezó el descontento castrense. No cabía entendimiento alguno entre unos oficiales, mayoritariamente ambiciosos y reaccionarios, y unos dirigentes políticos con vocación popular. Acción Democrática creyó poder capitalizar para sí y para la causa democrática, la caída de Medina Angarita. Fue su primer error. Los militares, momentáneamente relegados a un segundo plano, se dedicaron, de inmediato, a preparar el asalto final al Poder.

     Acción Democrática había tenido que escoger entre quedarse fuera del golpe o integrarse a él, para imponer soluciones democráticas. Optó por lo segundo. Su vocación de poder fue más fuerte que su condición civilista. No supo o no pudo esperar. Cometió el pecado de impaciencia y comprometió sus ejecutorias pasadas, aliándose con militares que aspiraban, por sobre todo, a mejorar su situación financiera. Su empeño principal consistió, desde el momento de su llegada al gobierno, en limpiarse del pecado original, reformando la Constitución e instaurando un régimen de libertades públicas como nunca antes se había conocido en Venezuela. Cumplió con amplios propósitos. Pero cometió un segundo error. El de negarse a compartir responsabilidades de gobierno. Creyó que bastarían sus intenciones de gerenciar con probidad de Cosa Pública y el apoyo de la mayoría del electorado, para satisfacer a la colectividad y consolidar nuestra democracia. Olvidaba que, en países como el nuestro, de incipiente sentir democrático, de poderosos intereses creados, de tradición dictatorial, se requiere para consolidar cualquier gobierno, el apoyo o la neutralidad de sectores que, aunque minoritarios, pueden decidir las situaciones mejor que un millón de electores desarmados.

     El partido de gobierno se aisló y en lugar de presentarse como parte conciliadora que involuntariamente fuera arrastrada en esa aventura bárbara, asumió, engreídamente, todo el peso del rencor que suscitaba aquel atraco al Poder. Los militares, en cambio, se disfrazaban de ovejas. Finalmente, Acción Democrática carecía de experiencia de gobierno y de administración. Cometió equivocaciones. Se atolló. Creo enemistades inútilmente. No supo destacar sus realizaciones concretas.

     Puso todo su empeño en conceder libertades públicas y preparar unas elecciones impecables. Pero tras de respetar la oposición desatada que, por todos los medios, desacreditó su gestión y enardeció los ánimos, y tras de ganar dos procesos electorales, perdió el poder ante la arremetida de la oficialidad compactada, a la cual tácita e implícitamente, apoyaban los más diversos sectores minoritarios del país, desde agrupaciones de inspiración democrática que “dejaron hacer”, hasta frenéticos reaccionarios que preveían el regreso feliz a tiempos de la tiranía y represiones. Acción Democrática se mostró incapaz de apaciguar esa posición encarnizada.

     Los hechos que rodean la caída del régimen constitucional presidido, en ese entonces, por Rómulo Gallegos, son del dominio público y es poco lo que se pueda ya contar de novedoso sobre esa crisis. Gallegos se integró plenamente a su destino. Durante diez días se encaró con amenazas y peticiones del alto mando militar. Ningún peligro como ninguna proposición de componenda dudosa, conturbaron su riguroso sentir principista. Se le pidió dar la espalda a su partido y exilar a compañeros como Rómulo Betancourt ̶ cerebro y nervio de A.D., figura polémica de jefe de partido que con sus actuaciones abarca los 30 últimos años de vida política venezolana, hoy estadista serenado y superado a quien la mayoría nacional ungió con su voto multitudinario para la Presidencia Constitucional del período 1959-64 ̶ y a oficiales como Mario Vargas, ̶ enfermo a la sazón en los Estados Unidos ̶ ; se le propuso seguir gobernando pero en connubio con el Estado Mayor.

     Su inmensa autoridad moral contuvo momentáneamente, la rebelión. Los oficiales vacilaban ante su intransigencia austera. Su respuesta era: ‘No discuto con alzados. Que la oficialidad deponga su actitud y después veremos’.

     En medio de la confusión de esos días tensos, cinceló, con su actuación, la imagen del magistrado incorruptible. Como Vargas, encarnó la razón de la justicia frente al arrebato de la fuerza bruta. A la par que su figura crecía frente a los militares perjuros (que unos meses atrás habían proclamado la legalidad y pureza de las elecciones vigiladas por ellos mismos), rescató para su partido lo mejor que tuvo su gestión gubernamental: una voluntad consciente de llevar a cabo la primera experiencia de democracia representativa. Gallegos quizás hubiera podido negociar soluciones transitorias. Pero éstas, en el caso de resultar, en vez de servir la causa del civilismo y la democracia venezolana, hubiéranla escarnecido con una componenda que tarde o temprano, desembocaría en un control total del poder por parte de los militares. De modo que Gallegos, al oponerse a toda transacción que implicara una merma del Poder Civil, le devolvía, pese a la derrota inmediata, toda su razón de ser y toda su dignidad perdida. Acto de política trascendente fue ese de no ceder un ápice ante la presión castrense. Gracias a esa voluntad ejemplar, despertó el espíritu mismo de la Resistencia. Antes de ser apresado escribió una alocución que no pudo ser publicada ni leída por radio. En ella ponía a cada quien, en su lugar, para las luchas venideras:

‘En mi residencia particular acabo de recibir la noticia de que ha sido ocupado el Palacio Presidencial de Miraflores por fuerzas militares comandadas por el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez, donde se ha practicado la detención de varios ministros del despacho y sé que, llevando a cabo el atropello de las instituciones a que se han decidido las fuerzas armadas, vienen ya a apoderarse de mi persona. Culmina así un proceso de insurrección de las fuerzas de la guarnición de Caracas y del alto mando militar, iniciado hace diez días con un intento de ejercer presión sobre mi ánimo para imponerme líneas de conducta política, cosa que solo puede hacer el pueblo de Venezuela, cuya voluntad represento y cuya confianza poseo. A tales pretensiones me he opuesto enérgicamente en la defensa de la dignidad del poder civil, contra la cual acaba de asestarse, una vez más, un golpe de fuerza dirigido al establecimiento de una dictadura militar. ¡Pueblo de Venezuela!: Yo he cumplido mi deber, cumple tú ahora el tuyo no dejándote arrebatar el derecho que legítimamente habías conquistado de darte tu propio gobierno por acto cívico de soberanía popular.

Los Palos Grandes, Chacao

24 de noviembre de 1948’

     Trasladado de su hogar a la Escuela Militar, quedó detenido por el Estado Mayor felón. El gobernador de Caracas, general Juan de Dios Celis Paredes, le visitó un día, en gestión amistosa pero veladamente semi-oficiosa. Se trataba de encontrar qué hacer con el ilustre detenido. Celis Paredes le pregunta si desearía regresar a su casa de los Palos Grandes. Entonces comprendió que detrás de aquella pregunta estaba el comandante Carlos Delgado Chalbaud, cuyo empeño durante la crisis había sido el de lograr que Gallegos quedara de Presidente, pero ligado al Estado Mayor insurrecto. La respuesta del novelista presidente no dejó lugar a dudas: ‘Dígale a su comandante que hasta el 19 de abril de 1953, en Venezuela no hay sino dos sitios para mí: el palacio presidencial o la cárcel’. Finalmente se le embarcó en un avión  junto con su familia. Durante el vuelo el capitán de abordo le notificó que gozaba de visa para Cuba, México o los Estados Unidos y le preguntó que dónde preferiría quedarse. Gallegos escogió Cuba. Era el 5 de diciembre de 1948.

     Su prestigio brilló más en la adversidad. Reactualizó todos los grandes dramas políticos que arrojaban a hombres justos y probos al inmerecido exilio. Sus primeras declaraciones en el exterior fueron para comprometer a los Estados Unidos en la asonada que derrocara su gobierno legítimo. El Departamento de Estado se vio obligado a rechazar esas sospechas y a aclarar la presencia de un alto jefe de la Misión Militar norteamericana en el lugar de los sucesos. El presidente Truman más tarde, en documento harto importante y significativo, intentó explicar las razones que forzaban a los Estados Unidos a reconocer el nuevo gobierno venezolano y antes de llevar a cabo ese reconocimiento, dejó pasar varios meses, lo cual resulta excepcional en nuestro Continente. Gallegos entró a formar parte de la alegoría de una americanidad dividida entre fuerzas inferiores y superiores, entre impulsos civilizadores y arrebatos primarios. Se identificó en un plano vitral con la tesis mayor de su obra. Fue el personaje de una aventura histórica parecida a una novela suya. Su palabra tuvo inusitadas resonancias. Los países donde imperaban regímenes legales respetuosos de las libertades públicas, se solidarizaron con el Presidente derrocado y con la causa que representaba. Las organizaciones democráticas exaltaron sus ejecutorias y la honorabilidad de su persona trina: el maestro, el escritor y el político. La resultante de esa triple acción, inspirada siempre en una voluntad educadora, daba la suma total de la hombría de bien”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 11 de marzo de 1961

La revolución de abril de 1870 y sus rituales

La revolución de abril de 1870 y sus rituales

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La revolución de abril de 1870 y sus rituales

     En Efímeras efemérides (2001) su autor, José María Salvador denominó “espejismos de Narciso” los fastos que llevó a cabo Antonio Guzmán Blanco, mientras ocupó la presidencia de la República en Venezuela. Llamó a estos anales la despilfarradora “fiesta” en que este caudillo convirtió sus tres alternados períodos presidenciales, en el especial el Septenio (1870-1877), en que la desmesura, la aparatosa teatralidad y el recurso retórico formaron parte del culto a su ego, con la intención de su auto glorificación. De acuerdo con Salvador la interminable “fiesta” se puede apreciar por medio de tres núcleos. A saber: 1) los aniversarios de su conquista del poder (27 de abril de 1870) y del onomástico del Libertador (28 de octubre), 2) sus entradas triunfales en la capital al regresar de sus victorias militares o, por vía de excepción, su recibimiento solemne en otras ciudades de provincia, 3) su propia apoteosis de vida.

     Como se sabe, Guzmán Blanco accedió al poder del Estado al imponerse por vía de una de las tantas revoluciones protagonizadas en el 1800. Él lo hizo frente a los “Azules”, en una corta confrontación bélica, al mando de las tropas federales y liberales amarillos en Caracas. A pesar de haber sido una degollina contra habitantes caraqueños, Guzmán celebraría su “Toma de Caracas” como una hazaña memorable y digna de ocupar un sitial en los anales de la patria. Por vía imaginaria y de la figuración se estableció como una efeméride de la patria, en aras de demostrar el hito fundacional de la “Regeneración” de Venezuela. Durante casi veinte años el 27 de abril será conmemorado, en toda la geografía nacional, como fiesta patriótica, casi a la par de la que corresponde al natalicio del Libertador. La fastuosidad de tales actos ha sido considerada con un brillo de mayor espectáculo que los desarrollados, en este período, respecto a la Declaración de Independencia y la Firma del Acta de Independencia.

     La celebración de la Toma de Caracas, como efeméride patria, se inauguró al cumplirse un año (27 de abril de 1871) de ocupar la presidencia de la república y al que se presentó como acto inédito de la historia de Venezuela por parte de sus propagandistas. Desde un día antes, Caracas había sido orlada con arreglos florales, banderas nacionales y extranjeras, junto con una gran cantidad de arcos de triunfo, forrados de distintivos, vistosos farolillos, de palmas y sauces, y en todos ellos retratos de Guzmán Blanco y los de otros personajes del momento.

     Entre las actividades que se presentaron, una de ellas, fue la protagonizada por el general Manuel Oramas y sus hijos quienes escenificaron en la alcabala del Sur un simulacro de combate entre un supuesto ejército liberal (los amarillos) y otro conservador (los azules). Otro tanto hacían en las alturas aledañas a la parroquia San Juan los destacamentos de la tropa veterana encargada de la custodia de Caracas. Se tiene información que para el día 26 unas diez mil personas se dieron cita en la plaza Bolívar para observar un espectáculo pirotécnico de dos horas y media de duración, en el que se encendieron cohetes, petardos y luces de bengala, mientras se lanzaban al cielo globos de aire caliente. Como punto prominente de esta exhibición pirotécnica se montaron cuatro árboles de fuego en que, entre irradiaciones de fuego y luces de bengala se mostraron los retratos de Antonio Guzmán Blanco y de José Ignacio Pulido, adalides de la Revolución de Abril.

     Desde las cinco de la mañana el lanzamiento de cohetes acompañó a las salvas de la artillería y, casi a la misma hora, habitantes de San Juan prendieron fuego a otro árbol pirotécnico en honor a Guzmán Blanco. Poco tiempo después grupos provenientes de los municipios y parroquias caraqueñas se agolpaban para dar inicio a una marcha hacia el estado Zamora, donde a las dos de la tarde se ofrecería un gran banquete popular. Al mediodía al compás de música criolla, el retrato de cuerpo entero del Caudillo de Abril, tal como se le motejó a Guzmán Blanco, fue trasladado desde el centro de Caracas hasta el estado Zamora.

En el camino se alzaron varios pabellones militares, donde se habían colocado de seis a ocho asadores en que se asaban grandes trozos de carne de res, mientras de trecho en trecho había pilas de casabe y envases cargados de guarapo. Los presentes podían entretenerse con los tanques de agua y dispensadores en los quioscos de verdura, tiendas de follaje, frutas frescas y guaridas artificiales que, para la “fiesta”, había construido en su hacienda de Anauco Martín Tovar Galindo. En la misma llanura, en el lugar más alto, se exhibían dos cañones que de vez en cuando hacían salvas en honor al presidente provisional.

     Al llegar, precedido de unos trescientos jinetes, Guzmán Blanco fue recibido con salvas de artillería, vítores de los presentes y música para la ocasión. De ahí fue conducido hacia una tienda de campaña, en la que, a primera vista, se ubicó un retrato suyo con el uniforme que llevó en la Guerra Federal. En este mismo lugar el Concejo Administrador de Caracas le hizo entrega de una medalla de honor, tras un discurso de José Briceño al que de manera inmediata respondió el Autócrata Civilizador y enfatizar en él, el papel que tenía asignado para conducir a Venezuela por el rumbo del progreso y la civilización.

     Al concluir el banquete popular, próxima las cuatro de la tarde, el mandatario y sus colaboradores, junto con otras personas, entró por el puente de Punceres, transitó por las esquinas de Cují, el Conde y Jesús y, luego de doblar por el Puente Nuevo y Santa Rosalía, alcanzó la calle de Zea hasta San Jacinto, antes de desembocar en la plaza Bolívar, donde pronunció otra arenga. En horas de la noche, sus ministros y jefe de armas ofrecieron un agasajo al presidente, amenizado con un baile y música de una orquesta compuesta de veinte músicos. Entre los asistentes estuvieron doscientas diez damas y unos seiscientos caballeros que concurrieron a un salón adornado con flores, espejos, alfombras e iluminado con unas setecientas luces provenientes de arañas, girándulas, candelabros, lámparas y farolillos de papel de colores.

     Según describió Salvador, para la celebración del segundo aniversario de la Revolución de Abril, el Concejo Administrador de Caracas elaboró un cuidadoso programa para los días 25 al 27 de abril de 1872. Salvador expresó que una de las presentaciones que causó mayores elogios fue “una pieza de sorprendente efecto, que su autor hubo titulado Las Hijas de Eva. Otra, que tiene por nombre La Columna Gótica de no menos belleza y novedad que la anterior”, elaborada por los pirotécnicos Eleuterio Magdaleno y Lorenzo Angulo Rodríguez.

     Para el tercer aniversario, en 1873, de la Toma de Caracas, el Regenerador Guzmán Blanco se juramentó en el hacía poco tiempo construido Palacio Legislativo (Capitolio) como Presidente Constitucional de la República, tras despojarse de la investidura como Dictador, del que hasta entonces se hallaba investido. Para celebrar tan especial efeméride el comité directivo de las fiestas públicas, publicó un minucioso programa para la víspera y para el propio día de la conmemoración del aniversario. Salvador expresó que este onomástico de 1873 mostró una excepcional relevancia política.

     En esta celebración, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde se dispararon sin interrupción tres cañonazos cada cuarto de hora. A las dos de la tarde, junto con la exhibición, en el Palacio Legislativo, del Gran Cuadro Alegórico de la Batalla de Apure se inauguró la plaza Guzmán Blanco. Una hora más tarde, tras veintiuna salvas de cañón desde la cúspide del Calvario, los delegados de las parroquias acompañaron al Ilustre Americano hasta el Palacio Legislativo, en que, ante unas tres mil personas, se juramentó como presidente Constitucional de la República.

     Para la celebración del quinto aniversario (1875), el Regenerador se preparó para organizar en Caracas alegres fiestas en cuyo marco inauguró el Lazareto. Como todos los actos precedentes, regimientos de la guardia en uniforme de gala, precedido por la banda marcial, recorría las calles de la ciudad capital para la publicación del bando en que se invitaba a las celebraciones. Los espectáculos pirotécnicos tuvieron lugar privilegiado y dentro del Palacio Legislativo se exhibieron retratos de Guzmán Blanco, así como de próceres de la Independencia y otros republicanos que se habían destacado en la edificación de la República. En esta ocasión se ofreció al presidente un cuadro pintado por Ramón Bolet en marco dorado que representaba una alegoría alusiva al establecimiento sanitario recién inaugurado.

     Para el sexto aniversario, en 1876, de la Toma de Caracas y entre los actos que se presentarían, inauguró dos importantes obras públicas: el templo masónico y el cuartel de artillería. Como fue usual, por medio de un bando se invitó a los distintos actos programados. En la plaza Bolívar se desarrolló un espectáculo de retreta y fuegos de artificio. Durante el 27 de abril de 1879, apenas regresado Guzmán Blanco de Europa para dar inicio a otro período presidencial, conocido bajo la denominación “Quinquenio” en La Guiara se festejaron las conmemoraciones del 19 de abril de 1810, mezclados con el del 27 de abril de 1870.

     Al amanecer de ese día, salvas de cañón anunciaron el inicio de una misa que se oficiaría para agradecer a Dios la protección que Guzmán Blanco había ofrecido a la patria. Acudieron a la cita el cuerpo diplomático, industriales, comerciantes y empleados del gobierno, junto con ministros y otras figuras vinculadas con el mundo militar. En 1880 el Autócrata civilizador, en el marco de una nueva celebración de la Revolución de Abril, inauguró la basílica de Santa Ana, hoy llamada de Santa Teresa, aunque no estaba concluida. A las diez de la noche de la víspera, mientras las calles y plazas permanecían iluminadas con exuberancia, una gran cantidad de personas desfiló a pie y a caballo, entre música y cohetes, hasta la casa del Regenerador para agradecerle por las importantes obras realizadas. El propio día 27 el presidente inauguró la obra inconclusa. La basílica fue bendecida por el nuncio papal, Monseñor Roque Cocchia, en presencia del arzobispo de Caracas, Monseñor José Antonio Ponte, antes de que ambos prelados oficiasen la misa. En horas de la noche, la consabida secuencia de iluminaciones, retreta y fuegos artificiales cerró la fiesta en honor a la Toma de Caracas.

     El guzmanato se caracterizó por el espectáculo y la teatralidad política en que el mito del héroe regenerador y rehabilitador fue el centro de atención para el ensalzamiento de la figura de Antonio Guzmán Blanco. Uno de los propósitos fundamentales de estas acciones se relaciona con la afirmación de la autoridad de quien ejerce la máxima magistratura o un liderazgo político. No se trata de un reconocimiento del héroe como el más capaz o por ser quien asume todas las cargas que implican el sacrificio por la nación. Es mediante el drama que adquiere notoriedad el que lo ejecuta. Así, se hace dueño de la popularidad, así como que con sus actos refuerza adhesiones y se inviste de un poder necesario. Ya en estos tiempos el “príncipe” no cuenta con la diosa Fortuna, depende de las fuerzas históricas y del dominio de ellas que figura en conjunto con la puesta en escena de una comedia que se hace cotidiana, alrededor del culto heroico.

 

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