Inauguración de la Avenida Bolívar

Inauguración de la Avenida Bolívar

Construida entre el 25 de julio de 1945 y el 31 de diciembre de 1949, la Avenida Bolívar coloca a Caracas a la altura de Roma, Paris, Londres y Nueva York. Por supuesto que la moderna vía caraqueña no será superior a la Quinta Avenida o a la Calle Corrientes o a la Avenida de los Campos Elíseos. Pero todas esas vías no supusieron más trabajo que el de construirlas, mientras que la nuestra ha tenido que comenzar por destruir intensamente, rompiendo la ciudad, trastornando su vida, para llegar a resolver su tránsito, en principio, y, en gran parte más tarde, el duro problema de la vivienda

La Avenida Bolívar fue construida entre 1945 y 1949, e inaugurada por el presidente de la Junta Militar de Gobierno, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud
La Avenida Bolívar fue construida entre 1945 y 1949, e inaugurada por el presidente de la Junta Militar de Gobierno, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud

     “Ante distinguidas, así como de numeroso público, el presidente de la Junta Militar de Gobierno, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, procedió a las doce del mediodía a cortar el cordón que dejó abierto definitivamente el transito por la Avenida Bolívar.

     El tramo inaugurado es de aproximadamente unos 1.600 metros. Tiene unos 33 metros de ancho en toda su extensión, pero según se informó, en algunos sitios será ensanchada para que permita el estacionamiento de vehículos a ambos lados.

     La hora marcada por el meridiano ese 31 de diciembre de 1949 fue para Venezuela el momento cumbre de su historia progresista en el medio siglo que ese día terminó.

     Caracas entera, asombrada ante la realidad de lo que constituía su mayor preocupación, acompañó emocionada a la Junta de Gobierno y los técnicos dirigentes de la Avenida en los actos inaugurales.

     Realizado el mencionado corte de la cinta por el presidente de la Junta Militar de Gobierno, quedó abierta al público para el tráfico de vehículos una espléndida vía que supone una capacidad por lo menos de seis calles, con lo que Caracas verá satisfecha que el arduo problema de la circulación tiende desde este momento a mejorar y van desapareciendo las causas que motivaban el atascamiento que constantemente se producía.

     La visión de la Avenida, perfecta y bellísima en toda su extensión, desde su apertura y todo el día 1° de enero del recién nacido año 1950, fue la contemplación obligada de la ciudadanía, que, con exaltación entusiasta y asombrada, circuló por ella incansable y orgullosa de la obra realizada por Venezuela en beneficio de la urbe capitalina.

     Uno de los momentos culminante de la inauguración fue cuando el presidente de la Junta de Gobierno impuso al Dr. Oscar Rodríguez, gerente de la Cía. Anónima Obras de la Avenida Bolívar, la Cruz de la orden Francisco de Miranda en Segunda Clase.

     La numerosísima asistencia de invitados fue obsequiada con un lunch durante el cual se repartió con la mayor profusión un cuaderno descriptivo de la Avenida que fue aceptado por el público con el mayor entusiasmo, dedicándose de inmediato a recoger los autógrafos de los miembros del Gobierno y técnicos dirigentes de la Avenida, haciendo así del cuaderno un documento histórico de inapreciable valor.

La Avenida contaba con aproximadamente unos 1.600 metros de longitud, y unos 33 metros de ancho en toda su extensión
La Avenida contaba con aproximadamente unos 1.600 metros de longitud, y unos 33 metros de ancho en toda su extensión

Caracas a la atura de Roma, Paris, Londres y Nueva York

     Más de uno sonreirá maliciosamente ante lo que considerará como pretensión atrevida cuando estampamos los enunciados contenidos en el intertítulo de este párrafo los títulos.

     Sin embargo, al escribirlos los hemos considerado cuidadosamente para no vernos atrapados por la crítica de posibles contradictores.

     Evidentemente no trataremos de comparar a Caracas con la admirable grandiosidad de aquellas ciudades del Viejo Mundo, en las que la historia por milenios se ha hecho piedra, perspectiva y vía; tampoco tratamos de ponerla en parangón con la gigantesca acumulación de técnica y economía que son las grandes metrópolis del Nuevo Continente.

     Más modestamente, queremos señalar, que Caracas abandonando sus encantos coloniales de princesa olvidada en el maternal regazo del Ávila, despierta y se acompasa al ritmo marcado por una civilización inexorable en sus leyes económicas, técnicas, demográficas, etc.

     Por obra y gracia de la Avenida Bolívar, nuestra otrora dormida ciudad del Ávila entra en los términos que la permiten establecer cierto orden de comparación entre las metrópolis mundiales.

Caracas

     La Avenida Bolívar es necesariamente exponente de la técnica más moderna y su belleza es de orden funcional. Su utilidad funcional, tanto como su belleza urbanística, queda reflejada como área de pulmón de la ciudad al estar acompañada del parque Los Caobos.

 

Paris

     La Avenida de los Campos Elíseos correspondería a la Avenida Bolívar y el Jardín de la Tullerías al Parque Los Caobos. Sus magníficas proporciones equilibradas, la arquitectura de sus monumentos y edificios, su inigualable perspectiva, hacen merecedora a la vía parisina del primer puesto entre las grandes avenidas del mundo.

 

Londres

     Hyde Park es, sin duda, el pulmón por excelencia y difícilmente podrá ser aventajada en el mundo. La elección de Grosvenor PL y Vauxhall Bge. Road hasta el río ha sido hecha pensando en Buckingham Palace y la Estación Victoria, las cuales llenan el trayecto con la grandeza característica y propia de Londres, la capital del más grande Imperio.  

 

Roma

     La Vía del Corso, que se inicia en la Plaza Venecia, para llegar a la del Popolo, antes de entrar al grandioso parque de Villa Borghese, el pulmón romano, presenta un sorprendente paralelo en diseño con la vía de la Avenida Bolívar y el amplio parque de Los Caobos, hecha la salvedad de que el gigantesco parque de Roma está considerado como uno de los más hermosos de Europa 

 

Nueva York

     La Quinta Avenida es por antonomasia la avenida del siglo XX. Parte de Washington Square para verterse en Central Park, el pulmón de Manhattan.

     Sus características son las propias de la ciudad americana: estructura rectilínea en un diagrama de calles a ángulo recto. Cubos esbeltos que se elevan al cielo que limitan la calle y la perspectiva que ofrece al viandante haciéndole sentirse pequeño ante la magnitud de los universalmente conocidos rascacielos. La europea es la belleza clásica y equilibrada de Roma, espiritualizada en Paris y Londres; América es la belleza de la forma creada por las técnicas aplicadas sociales y económicas de la hora actual de la civilización.

En su época, la moderna vía caraqueña fue comparada con la Quinta Avenida de Nueva York, con la Calle Corrientes de Buenos Aires, la Vía del Corso de Roma y con la Avenida de los Campos Elíseos de París
En su época, la moderna vía caraqueña fue comparada con la Quinta Avenida de Nueva York, con la Calle Corrientes de Buenos Aires, la Vía del Corso de Roma y con la Avenida de los Campos Elíseos de París
Los trabajos de la Avenida Bolívar requirieron el empleo de un crecidísimo número de trabajadores y de las máquinas más modernas y potentes de la época
Los trabajos de la Avenida Bolívar requirieron el empleo de un crecidísimo número de trabajadores y de las máquinas más modernas y potentes de la época

Los “Caterpillar” en la Avenida Bolívar

     Los trabajos llevados a cabo en las obras de la Avenida Bolívar proporcionaron cuatrocientas mil toneladas de tierra, las cuales fueron transportadas en ochenta mil camiones.

     La tierra de la Avenida Bolívar sirvió para rellenar las quebradas del Este, donde con ayuda de las máquinas “Caterpillar” se construyó otra gran avenida.

     Esas cifras muestran la ingente obra que se realizó. Jamás se había emprendido obra urbana de igual envergadura, no ya en Caracas, sino en el mundo entero.

     Evidentemente, las magníficas avenidas de los grandes países tuvieron que hacerse. No podemos decir que la Avenida Bolívar es superior a la Quinta Avenida o a la Calle Corrientes o a la Avenida de los Campos Elíseos. Pero todas esas vías no supusieron más trabajo que el de construirlas, mientras que nuestra Avenida Bolívar ha tenido que comenzar por destruir intensamente, rompiendo la ciudad, trastornando su vida, para llegar a resolver su tránsito, en principio, y, en gran parte más tarde, el duro problema de la vivienda.

     La Avenida Bolívar es un ejemplo de actividad y un lujo que solo pueden permitirse los países jóvenes y en plena prosperidad.

     Los trabajos de la Avenida Bolívar requirieron el empleo de un crecidísimo número de trabajadores y de las máquinas más modernas y potentes. La célebre “bola” que derrumbó el Hotel Majestic en una noche fue una innovación realmente “enérgica” en materia de demoliciones.

     En cuanto a los trabajos de excavación, remoción y carga de tierra, y a otros muchos, como el de los célebres pilotes hundidos por potentes grúas para proteger los edificios que no habían de ser derrumbados y para preparar los puentes provisionales que mantuvieron la continuidad en el tránsito, los famosos motores Diesel y los tractores y grúas, palas mecánicas.

     “Traxcavatores”, traíllas y otras máquinas de la marca “Caterpillar”, prestaron el mayor concurso para conseguir la seguridad en el trabajo y la rapidez que ha caracterizado todo cuanto se ha hecho en la Avenida Bolívar.

     Alcanzar la ciudad en tres minutos, desde El Silencio al Parque Carabobo, parece un milagro.

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 7 de enero de 1950

  • Últimas Noticias. Caracas, 2 de enero de 1950

Primera transmisión radial deportiva

Primera transmisión radial deportiva

Esteban Ballesté fue el primero que narró en Venezuela, a través de la radio, las incidencias de un evento deportivo. Se trató de una pelea de boxeo que se llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas, el 22 de marzo de 1931
Esteban Ballesté fue el primero que narró en Venezuela, a través de la radio, las incidencias de un evento deportivo. Se trató de una pelea de boxeo que se llevó a cabo en el Nuevo Circo de Caracas, el 22 de marzo de 1931

     El domingo 22 de marzo de 1931, cuando en Barranquilla, Colombia, un grupo de venezolanos, exiliados políticos, firmaba lo que se conoció luego en la historia como “El Plan de Barranquilla”, documento en el que se criticaba a la dictadura del general Juan Vicente Gómez, en la ciudad de Caracas se transmitía por primera vez, a través de la radio, un evento deportivo.

     Era la época en la que el beisbol, las carreras de caballos y el boxeo acaparaban la atención de los venezolanos. Entonces, los peleadores Simón Chávez, Sixto Escobar, Firpo Zuliano, y Héctor Chaffardet, entre otros, acrecentaban el fanatismo de los caraqueños.

     Ese 22 de marzo, Esteban Ballesté, hijo, narró desde el Nuevo Circo, a través de la emisora Broadcasting Caracas (Radio Caracas Radio RCR, hoy inactiva en el dial 750 am. Pero al aire a través de Internet), las incidencias de la pelea por el título welter entre el puertorriqueño Pedro Malavé, conocido en los medios deportivos como Pete Martín, y el norteamericano Tommy White, el Gato Salvaje de Arizona.

     Un mes más tarde, el domingo 26 de abril, Ballesté narraría por primera vez en el país, también por la Broadcasting Caracas, los acontecimientos de un emocionante juego de pelota de primera división, entre los “Eternos rivales”, Royal Criollos y Magallanes, desde la entonces mezquita del beisbol, el estadio San Agustín.

     Ballesté fue igualmente el primero que, junto con Miguel Alcides Toro, narró desde el exterior un combate de boxeo para Venezuela.

     El viernes 22 de diciembre de 1939, se transmitió en vivo por Radio Caracas Radio, desde el Madison Square Garden de Nueva York, la pelea entre el venezolano Simón Chávez (El Pollo de la Palmita), quien perdió por decisión, y el norteamericano Pete Scalzo.

     Esa fue la primera vez también en la que un venezolano peleó en el histórico coso neoyorkino y la primera transmisión radial, en vivo, desde el exterior para nuestro país, de un evento deportivo. 

     Ballesté nació en Caracas en 1907 y falleció en Nueva York, tras caerse de un caballo, en 1946. Su padre, de igual nombre, fue un conocido comerciante cubano, fundador del Automóvil Touring Club de Venezuela, en 1913.

El Nuevo Circo de Caracas, fue el escenario desde donde se transmitió por radio, por primera vez en el país, un evento deportivo. Ese día, se enfrentaron el puertorriqueño Pete Martín y el norteamericano Tommy White
El Nuevo Circo de Caracas, fue el escenario desde donde se transmitió por radio, por primera vez en el país, un evento deportivo. Ese día, se enfrentaron el puertorriqueño Pete Martín y el norteamericano Tommy White
La primera emisora radial de Venezuela fue AYRE, fundada en 1926, pero la primera que transmitió un evento deportivo fue la Broadcasting Caracas (Radio Caracas Radio RCR)
La primera emisora radial de Venezuela fue AYRE, fundada en 1926, pero la primera que transmitió un evento deportivo fue la Broadcasting Caracas (Radio Caracas Radio RCR)

Una tarde histórica

     La prensa de la época recogió este histórico acontecimiento, acaecido apenas cinco años después de la puesta al aire de la primera emisora de radio del país: AYRE (1926). El lunes 23 de marzo de 1931, El Nuevo Diario relató el evento de la siguiente manera:

     “Qué soberbio aspecto presentaba nuestro estadio pugilístico en la tarde de ayer (…) Todos los detalles de un coliseo norteamericano: lleno completo (…), mucho ajetreo en las apuestas; lentes cinematográficos por distintos sitios; la voz sonora del señor Ballesté, hijo, speaker de la Broadcasting Caracas, transmitiendo el curso de la pelea (…), un éxito completo para la Radio”.

     El periodista Juan Antillano Valarino (AVJota) también se hizo eco de tan magno acontecimiento, desde las páginas del diario El Heraldo, en la edición correspondiente al 23 de marzo, dijo que: “La Estación de Radio I.B.C. Broadcasting Caracas perifoneó de manera magistral a Puerto Rico y otras ciudades del exterior, las incidencias de la gran tarde de boxeo de ayer, la cual será de grata recordación para los anales del boxeo en Venezuela”.

     Sin duda, que este evento marcó un hito en la historia deportiva del país. Fue la primera transmisión directa y a su vez llevada en vivo al exterior. Como cosa curiosa, pero normal para entonces, dos peleadores extranjeros disputaban un campeonato venezolano.

     La victoria del nuevo campeón Tommy White se produjo tras diez encarnizados asaltos, donde él llevó la mejor parte, por lo que la Comisión de Boxeo del Distrito Federal, luego de leída las tarjetas, le entregó la faja que llevaba el escudo nacional, que fue besado por el norteamericano en gesto emocionado recogido por las cámaras cinematográficas que filmaron por primera vez para los cines de Venezuela un programa boxístico, el cual incluyó dos peleas preliminares, una entre José Rafael Cueche y el puertorriqueño Villa y el también boricua “Moralito” contra Luis Liscano, así como un combate de semifondo entre el español Franklin Martínez y el italiano Max Izane.

     Fue una velada deportiva que pasó a la historia, y que jamás deberá ser olvidada.

El siniestro que conmovió a Caracas

El siniestro que conmovió a Caracas

La noche del diez de junio de 1927 un incendio seguido de tremenda explosión, estremeció el centro de la ciudad, el casco de lo que todavía era un apacible poblado, y ese suceso causó conmoción en todo el país. El siniestro tuvo lugar entre las esquinas de Sociedad y Traposos, a una cuadra de la Plaza Bolívar, y se produjo en los Almacenes de Quincalla y Ferretería de los señores Eduardo y Antonio Santana A., resultandos dañados otros establecimientos comerciales contiguos, muertas algunas personas y lesionadas muchas más. Entonces no existía un cuerpo de bomberos. Los incendios eran atendidos por la policía, que guardaba en su sede un viejo camión cisterna llamado “La Benemérita”.

Por Raúl S. Esteves

Una de las primeras víctimas fue el oficial de la policía, Víctor Ramón Pérez, quien falleció por contusiones y quemaduras
Una de las primeras víctimas fue el oficial de la policía, Víctor Ramón Pérez, quien falleció por contusiones y quemaduras

La urbe de entonces

     “Caracas era entonces una urbe de ambiente muy sosegado. Sus calles eran angostas, los edificios no sobresalían con altura mayores a los 4 pisos y el tránsito automotor iniciaba tímidamente el desplazamiento del que era movido por tracción animal. El tranvía eléctrico apareció como una conquista moderna y los automóviles de lujo no costaban más de cuatro mil bolívares.

     Los diarios de aquel día, escuálidos de avisos y atiborrados de artículos y de comentarios, traían unas cuantas noticias que debieron ser de mucho interés: Laureano Vallenilla Lanz, director del periódico oficial “El Nuevo Diario”, viajaba hacia Europa con pasaporte diplomático en el vapor inglés “Toloa” y fue objeto de un magnífico recibimiento por la plana directiva del “Diario de la Marina”, cuando el buque hizo escala en La Habana. El pintor Rafael Monasterios exponía obras suyas en los jardines del Club Venezuela y prorrogó la muestra hasta el día diecinueve. La Agencia de Lotería “El Sol” anunció que había dado el tercer premio con el número 7088, y el aviso lo firmaba el propietario de la agencia, señor Alberto Fontes.

     El presbítero Salvador Montes de Oca había sido elegido Obispo de Valencia; sesionaban el Congreso Nacional y el Concejo Municipal. En lo internacional, Albania había roto relaciones con Yugoslavia.

     Gómez estaba en el poder.

     Era viernes y buena parte de los habitantes de Caracas plenaban, para matar el nocturno aburrimiento, las tres más importantes salas de exhibición cinematográfica. Quienes habían ido al “Rialto” veían “Casado y con Suegra”, y “El Doctor Jack”, con Harold Lloyd como el protagonista principal. En el “Ayacucho” proyectaban ̶ Noche Extraordinaria de Gala ̶ una cinta con Norma Talmadge y Eugene O’Brien, titulada “La Princesa de Granstark”, y los asistentes a la sala del “Rívoli” pasaban un rato entretenido con “El Boticario Rural, de W. C. Field y Luise Brooks, cuyas actuaciones humorísticas estaban de moda en el ambiente cinematográfico. Con todo y esos excelentes programas de cine, el precio de las entradas oscilaba entre real y medio y cinco bolívares.

     Policías armados con rolos que sus manos inquietas convertían en objetos volátiles, agentes del orden con negros morriones sobre sus cabezas, cumplían turnos de ronda por el centro comercial de la ciudad. A intervalos pasaba un coche, trepidaba un tranvía que “iba a guardar” o cruzaba una limousine de ronroneante motor que a esa hora y por aquella zona, no podía “correr a sesenta”, a menos que tuviera sobre sus placas el leoncito gomero que era símbolo de poder.

 

La voz de alarma

     Poco después de las diez un “número” llegó a su cuartel policial que estaba entre las esquinas de Monjas a San Francisco, y con voz jadeante, dio la voz de alarma: ̶ De Sociedad a Traposos hay un gran incendio!!

     Dice uno de los cronistas periodísticos que “se inició activamente la lucha contra el fuego, acudiendo en el acto un fuerte contingente del cuerpo de seguridad, a cuyo frente estuvieron atendiendo el salvamento, el señor gobernador del Distrito Federal, su secretario general, su secretario privado, el señor prefecto del Departamento, el coronel Pedro l. García, jefe de la policía, el jefe civil de Catedral y otras personalidades y funcionarios públicos. . .”.

     Asegura el cronista que ya estaba al cabo de heroicos esfuerzos, localizado el fuego en el almacén de la ferretería y poco faltaba para dar fin a la ardua tarea de extinguirlo, cuando una formidable explosión causó la mayor catástrofe, ocasionando varias víctimas, al tiempo que avivaba las llamas. La lucha contra el voraz elemento tuvo que ser intensificada, hasta convertirse en una tarea titánica que conllevó al no menos terrible del salvamento de las víctimas.

 

Muertos y heridos

     Dice igualmente la información periodística que durante aquella dolorosa circunstancia fueron recogidos en el primer momento dos cadáveres. Llevados al Hospital Vargas quedó identificado uno de ellos como de Don José de la Torre, distinguido y honorable elemento de la colonia española, dueño de la Confitería “Venezuela”, instalada en la esquina de Las Madrices. Este señor, al tener conocimiento de lo que sucedía, había salido de su negocio y cuando cruzaba la calle cerca de la esquina de Los Traposos, se produjo la explosión y recibió de lleno un pesado artefacto metálico que le ocasionó espantosa herida en la parte posterior del cráneo, con pérdida de masa encefálica.

     El otro cadáver fue el de un agente de apellido Solórzano, chapa número 274, quien cumplía labores de salvamento y pereció al ser sepultado por una pared caída casi a la entrada misma del local incendiado. En el Hospital Vargas fueron recibidos más de treinta heridos, algunos de gravedad y casi todos quedaron bajo vigilancia médica. Era la inicial remesa de un lamentable saldo dejado por la destructora fuerza producida quizá por la chispa de un corto circuito.

     Entre los primeros heridos y contusos que fueron conducidos al centro asistencial situado en la parroquia San José, estuvieron Juan López A., alto empleado de la Casa Santana, quien presentó fractura en un brazo y heridas en el cuello; José Pacheco, empleado de la Sanidad; Marcos Sergio Navarro, policía N° 20, y Luis Mendoza. Quedaron hospitalizadas diecinueve personas.

Interior del comercio donde se inició el incendio que conmovió a Caracas, en 1927
Interior del comercio donde se inició el incendio que conmovió a Caracas, en 1927

     Recibieron atención médica y pudieron regresar, Mauricio Sajourné, caballero francés que era empleado del Teatro Ayacucho. Este señor fue auxiliado por Elías Bernard, redactor de

     “El Nuevo Diario”, y conducido en un auto hasta el Hospital Vargas, donde también habían recibido atención médica Francisco Bertorelli, repórter del mismo periódico; Gustavo Moreno Hidalgo, empleado de la Imprenta Nacional; Luis Hernández Gómez, empleado de la Jefatura de Catedral y el oficial de policía Luis Puig Ros.

     En clínicas particulares fueron curados algunos de los que recibieron lesiones, entre ellos, el señor Roberto Santana, factor importante de la firma que resultó ser la más seriamente afectada.

     Dice una crónica que “. . . el señor ministro de Relaciones Interiores, doctor Pedro Manuel Arcaya, se trasladó al Hospital Vargas para conocer personalmente del estado de los heridos que recibían atención de internos y externos de ese instituto convocados de urgencia, los cuales cumplieron gran actividad. El Dr. López Viloria, Inspector de los Hospitales, dirigió el auxilio en los diferentes salones, acompañado por el doctor Toledo Trujillo, y también el Padre García, Capellán del Hospital, prestó solícitos cuidados a los lesionados.

     En las primeras horas de la noche falleció en la clínica del doctor Virgilio González Lugo el caballero alemán Hans Günter Strack, joven llegado de Hamburgo días antes para perfeccionar sus estudios del idioma español y desempeñaba labores como empleado de la empresa Lünning y Cía, una de las que resultó afectada. Hans murió como consecuencia de fuertes contusiones generalizadas y quemaduras sufridas cuando colaboraba en las labores de extinción del fuego. También murió al día siguiente en el Hospital Vargas, Pedro Vicente García, empleado de la Sanidad, de 23 años, natural de Barcelona.

     Se tenía la certeza de que entre los escombros había más cadáveres y por ello las comisiones de salvamento, incrementadas con la inclusión de colaboradores particulares, removían los despojos humeantes y buscaban entre otros, los cuerpos sin vida de un peón de Sanidad que manejaba una bomba de agua junto con el agente de policía N° 274, Solórzano, ingresado muerto al Hospital Vargas poco antes. El peón desaparecido era Modesto Rodríguez, natural de Barquisimeto, de quien se dijo había sido visto cuando caía bajo el peso de una pared, junto con los agentes policiales Carlos José Rojas, N° 25, y Víctor R. Páez, N° 217.

     Los señores Mauricio Sajourné y José María Sanglade, amigos de Roberto Santana, ayudaban a este último en el rescate de algunos objetos de valor, cuando se produjo la explosión. Quedaron prácticamente enterrados por escombros de aproximadamente cuatro metros de altura y afortunadamente fueron sacados a tiempo. El señor Sajourné, pese a que estaba herido, ayudó a salir a Sanglade, quien se encontraba casi asfixiado.

     También recibieron atención médica en el Vargas, José Manuel Kiensler, agente N° 280; Cecilio Oropeza, obrero del Aseo Urbano; José Pacheco, obrero de Sanidad; Luis Mendoza; Víctor M. Abad, agente N° 23; Adán Flores, agente N° 151; Marcos Sergio Navarro. Agente N° 20; Froilán Hernández, oficial de policía; Pedro Vicente García, obrero de Sanidad, quien murió; Marcos Maraoquín, Jesús María Ascanio, Salvador Blanco, José Rafael López y siete lesionados más cuyos nombres no pudo conseguir el cronista.

     Víctor Araujo, un hombre del pueblo, carretillero, vecino de Caño Amarillo, encontró la muerte en el incendio. En el sitio de la tragedia fueron hallados posteriormente los cadáveres de un joven y de un niño, los cuales no pudieron ser identificados. El primero era como de dieciséis a veinte años y el otro, como de doce a catorce años. Respecto a este último, un cronista de “El Universal” que estuvo en el interior de la casa incendiada cuando se produjo la explosión ̶ y cuyo nombre no dan en la información del diario ̶, asegura que se trataba de un limpiabotas que no se sabe cómo se metió en el lugar y que él lo vio danzando entre objetos dispersos, poco antes del estallido.

     El señor Cristóbal Chitty, empleado de la casa Santana, resultó con aporreos y contusiones, al igual que el coronel P. Saines, jefe Civil de Candelaria; José Manuel Quiles, el coronel Gámez, el joven Alfredo Quintana Llamozas, Guillermo Anderson, empleado del Banco de Venezuela; Pedro Jam, Rafael Cosmos, Daniel Albornoz, oficial de policía, Ramón Luigi, Gustavo Moreno, Cecilio Terife, Luis Hernández Gómez, secretario de la Jefatura Civil de Catedral y el maestro Carlos Bonett.

 

Trágica muerte de dos hermanitas de la caridad

     Un hecho que causó profunda consternación fue el de las muertes, en horribles circunstancias, de dos hermanitas de la caridad pertenecientes a la congregación que atendía el colegio para niñas Santa Rosa de Lima, instalado en una casa situada de Camejo a Colón, cuyo fondo era contiguo a la Casa Santana.

     Sor Josefina de la Madre de Dios, de treinta y seis años, llamada Naqueda Ruiz en la vida privada, y Sor Concepción de Santa Rosa de Lima, (Itos Dona E.), de treinta y siete años, ambas nacidas en Granada, España, ponían a salvo bordados, libros y vestidos de las alumnas cuando se vinieron abajo las paredes y quedaron sepultadas. Sus cadáveres fueron extraídos a las once y cuarto de la mañana, el día siguiente.

La noche del diez de junio de 1927, un incendio seguido de tremenda explosión, estremeció el centro de la ciudad
La noche del diez de junio de 1927, un incendio seguido de tremenda explosión, estremeció el centro de la ciudad

Establecimientos dañados

     Las firmas comerciales que sufrieron daños de mayor consideración fueron: Eduardo Santana Sucs., Almacén de Drogas de Lünning y Cía.; Agencia de Billetes La Estrella Roja, Lucca e Hijos, Sombrerería Musso, Papelería García, Quincalla “La Japonesa”, Tipografía Moderna, de C. Terife; Royal Bank of Canadá, Papelería Ray, Fotografía Balda, Santana y Cía. Sucs., Mueblería Padrón, Salón de Ventas del Radio, Sastrería Solaguier, Zapatería El Águila.

     Pasó apreciable tiempo antes de que pudiera ser estimado el monto de las pérdidas, pero se calculó que las mismas fueron superiores a varios millares de bolívares. Muchas de las firmas afectadas tenían póliza de seguro.

     Los daños pueden ser apreciados solo con decir que la explosión fue sentida hasta en los más apartados lugares de la ciudad. Un gran depósito de ácido se estrelló contra una pared en la cuadra entre Cruz Verde y Zamuro, y varios fragmentos cayeron en casas situadas de Maderero a Miranda. 

     Los vitrales del templo de Santa Teresa resultaron rotos y el reloj de la casa Pádula, ubicada entre Gradillas y Sociedad, quedó inmovilizado. Otros establecimientos afectados fueron la Joyería Americana, el Avio del Sastre, la Casa J. M. Correa y El Escándalo.

     Una tijera quedó clavada del aviso de la Joyería Americana, en tanto que en las azoteas del teatro Ayacucho y de la Sastrería Cubría, se produjeron incendios por la caída de pedazos de materias diversas todavía en llamas.

     El costo de la mercancía que fue destruida quedó estimado en unos cinco millones de bolívares, y la fuerza explosiva se dice que desplazó una potencia de doscientas atmósferas, contándose que no fue mayor debido a que las cuadrillas de salvamento habían sacado poco antes trece cuñetes de pólvora.

     El Dr. Elías Rodríguez había dejado estacionado su auto frente a la Universidad, en la Plaza de la ley, y vidrios caídos sobre la capota del mismo, la dejaron inservible.

     A las cuatro de la tarde del día siguiente fue sacada la caja fuerte de la Casa Santana y en otra de caudales perteneciente a una empresa vecina, fueron encontradas varias morocotas fundidas.

     El doctor Chacín Itriago, director de Salud Nacional, estaba en Maracay. Recibió la noticia del siniestro a las once de la noche, poco antes de las dos de la mañana ya había llegado a Caracas.

     Un fuerte destacamento de la Guarnición de Caracas formó, después de la explosión, un cordón de aislamiento alrededor de la manzana. Esa fuerza estaba comandada por el general Eleazar López Contreras, quien era jefe de dicha Guarnición.

     Un contingente al mando del general Rafael María Velasco, gobernador del Distrito Federal, junto con sesenta obreros de Sanidad, bajo la dirección de los coroneles Joaquín Espejo, jefe de la Desinfección; C. Casanova, jefe del Drenaje, y Enrique Cabeza, colaboraron en las labores de búsqueda entre los escombros.

 

Duelo general

     La Cámara de Diputados, la Iglesia y todas las instituciones públicas y privadas, decretaron duelos y los espectáculos fueron suspendidos, incluypendose las retretas de la Plaza Bolívar.

     Lee Lowa, una actriz que se presentaba en Caracas, sugirió que se hiciese una colecta pública en favor de los damnificados sin recursos económicos y pocos días después ya se había recogido una suma superior a los treinta mil bolívares.

   Casas distribuidoras de productos, tales como bombas para extinción de incendios, cajas fuertes y vidrios de seguridad, publicaron avisos en los diarios, haciendo referencia a lo ocurrido, y sacaban partido publicitario a la mercancía que ponían a la disposición de los comerciantes, “para que se previniesen”

 

Después del incendio ¡¡Asegurarse!!

     El origen del incendio no quedó esclarecido, pero el de la tremenda explosión, sí: en el depósito de la Casa Santana había una gran cantidad de pólvora asignada a la sección de objetos de cacería y, según una crónica publicada en “El Universal”, ello no estaba del todo de acuerdo con la ley.

     Lo cierto es que poco después el señor Roberto Santana contrajo matrimonio con Belén Gómez, hija del Benemérito. La gracia popular innata en el caraqueño, sacó partido a ese hecho social con dicho que circuló profusamente en la ciudad: -Después del incendio, ¡¡hay que asegurarse!!

 

Casa con historia

     El inmueble donde estuvo la casa comercial de los Santana había pertenecido al prócer José Félix Ribas y años antes también había sido destruida por un incendio cuando allí operaba la firma de Juan Benzo”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Esteves, Raúl S. El Incendio de la casa Santana. Elite. Caracas, 28 de mayo de 1966

Fundación de Santiago de León de Caracas

Fundación de Santiago de León de Caracas

El presente escrito del primer Cronista oficial de la ciudad, Enrique Bernardo Núñez, es un minucioso trabajo de investigación sobre los origenes de Caracas, fundamentado en documentos histórico de extraordinario valor encontrados en el Archivo Municipal; muchos de ellos, hasta entonces, inéditos.

 Por Enrique Bernardo Núñez

El descubrimiento por Francisco Fajardo de minas de oro en el lugar de los indios teques dio mayor importancia a la región llamada de los caracas
El descubrimiento por Francisco Fajardo de minas de oro en el lugar de los indios teques dio mayor importancia a la región llamada de los caracas

     El descubrimiento por Francisco Fajardo de minas de oro en el lugar de los indios teques dio mayor importancia a la región llamada de los caracas.     Mucho antes los españoles tenían noticias de estos venenos de oro, como se desprende de la relación que el gobernador Juan Péres de Tolosa hace al rey en 1548. La belicosidad de las tribus era obstáculo para poblarlas. Para esta época Guaicaipuro adolescente ha debido escuchar los relatos de los asaltos de esclavos en la costa de Borburata por los Cubagua y la Española. La conquista avanzaba por la Borburata hacia la nueva Valencia y el lago de Tacarigua y por la costa de los caracas hasta el valle del guaire. Nuestra Señora de la Concepción de la Borburata estaba fundada desde 1548 (27 de febrero).

     Francisco Fajardo comienza sus exploraciones en la costa de los caracas en 1555, el mismo año de la fundación de Valencia. Fajardo funda el Collado, en el mismo sitio donde hoy se halla Caraballeda, en 1560. De El Tocuyo y Barquisimeto fundadas en 1545 y 1552 salían tierra adentro las expediciones. También Villa Rica o Nirgua del Collado, ciudad de las Palmas o Nueva Jerez, entre Barquisimeto y Valencia, se funda a tiempo que Fajardo hacía sus primeras exploraciones.

     Para 1562 existían en la Gobernación de Venezuela siete pueblos de españoles con un total de siento sesenta vecinos o cabezas de familia. Los de Valencia y la Borburata no pasaban de veinte y cinco vecinos, por lo que se hallaban en gran riesgo de ser despoblados o destruidos.

     El gobernador Pablo Collado quitó el mando a su teniente Fajardo, fundador de un hato o ranchería en el valle de Maya o del Guaire, al cual dio el nombre de su patrono San Francisco, a seis leguas del Collado. El Gobernador envió a un Pablo Miranda a poblar las minas. Miranda hizo preso a Fajardo y lo remitió al Gobernador, y aunque éste luego lo dejó libre y envió a su villa del Collado, una vez que Miranda abandonó las minas por temor a Guaicaipuro, envió por su teniente a Juan Rodríguez Suárez, el fundador de Mérida (1561) y en guerra con Paramaconi, cacique de los toromaynas, fundó la villa de San Francisco, de efímera existencia. Rodríguez Suárez fue muerto por los arbacos en la loma de Terepaima cuando se dirigía al Tocuyo, depuesto por Collado que de nuevo dio el mando a Fajardo. Se dijo entonces que Fajardo no era extraño a esta muerte.

     En los mismos días Lope de Aguirre llegaba a Valencia. Fajardo bajó de nuevo al valle de San Francisco y solició auxilios del Gobernador. Este tenía en sus manos a los marañones de Lope de Aguirre, desbaratado hacía poco en Barquisimeto, y para deshacerse de ellos envió hasta ochenta con el andaluz Luis de Narváez, natural de Antequera, de los fundadores de El Tocuyo, y quien ya había estado con Juan de Villegas en la toma de posesión del Tacarigua y en la de Borburata. Pero Narváez y su gente fueron destruidos por los arbacos y meregotos en el alto de Las Mostazas, y solo escaparon dos españoles y un portugués para dar cuenta del desastre. Los marañones expiaron asi sus crímenes. Fajardo y los suyos tuvieron que salir de San Francisco, desde las alturas del camino vieron arder el pueblo, y a poco la propia villa del Collado se vio cercada por las huestes de Guaicaipuro.

     El licenciado Alonso o Alvaro Bernáldez, abogado de la cancillería de Santo Domingo donde tenía enemigos y protectores, fue enviado a tomar residencia a Collado. Lo halló culpable de negligencia en resistir a Lope de Aguirre y lo remitió preso a España. La tierra se hallaba en gran miseria y carestía. El licenciado no podía cobrar su salario, ni sus maravedises le alcanzaban para sostenerse. Despues de diez meses de gobierno tuvo a su vez que dar residencia al nuevo gobernador Alonso Pérez de Manzanedo, su deudo cercano, que sentenció a su favor. Pérez de Manzanedo muere el 23 de junio de 1563, después de nueve meses de gobierno, y Bernáldez asume de nuevo el mando, para el cual fue provisto por la Audiencia. Estaba de vuelta en Coro el 1° de enero del sesenta y cuatro. “La tierra, escribía, tiene necesidad de cabeza que la gobierne”. El valle de los caracas hacía brillar sus cálidos reflejos ante el único ojo del licenciado. Pensaba que cobraría prestigio en la Corte, aseguraría el gobierno, si llegare a ofrecerle la conquista o pacificación de los caracas. Nombró por capitán al mariscal Gutierre de la Peña que ambicionaba el cargo de Gobernador. Surgieron desavenencias entre ambos, o entre la autoridad civil y la militar. Bernáldez culpaba a Gutierre del fracaso de la expedición. No se dio prisa ni juntó gente, y se dilató tanto que los indios tuvieron tiempo de prepararse a la defensa. La real cédula de 17 de junio de 1563 mandaba hacer el castigo. Bernáldez decidió dirigirlo personalmente. Juntó gente en Coro, Borburata y Valencia, y con cien soldados llegó hasta la sabanas de Guaracarima, o junto al río de Cáncer. Los indios en gran multitud le cerraban el paso. Bernáldez se puso a hacerles discursos de paz, pero los indios respondieron con las armas e hicieron en sus filas todo el daño que pudieron, aunque solo hubo un negro muerto y siete heridos que luego sanaron, porque las flechas no tenían hierba. Entre los heridos se hallaba Sancho del Villar. Bernáldez se retiró para evitar mayores daños, “y por ser la tierra alta y montañosa”, y fue acuerdo del Real que se volviese por socorro.

Plano topográfico de una parte del valle de Los Caracas, en 1567, elaborado en 1913
Plano topográfico de una parte del valle de Los Caracas, en 1567, elaborado en 1913

     El valle de San Francisco estaba protegido por aquella muralla viviente. Animados por sus victorias habían matado más de noventa cristianos, y se disponían a caer sobre Valencia y la Borburata. El gobernador Pérez de Manzanedo calculaba que se necesitaban cuando menos doscientos hombres bien aderezados para sujetarlos. El licenciado Bernáldez proyectó nueva expedición y nombró para dirigirla a Diego de Losada, hombre ya avanzado en la cincuentena. Fue difícil convencerlo. A la postre se rindió a los deseos del Gobernador. En estos preparativos llegó al Tocuyo, en el mes de mayo de 1566, nuevo gobernador, Pedro Ponce de León. Tomó residencia a Bernáldez. Lo halló culpable, entre otros delitos, de haber permitido comercio con los corsarios ingleses, y lo mandó a presentarse ante el Consejo, previa fianza de veinte mil pesos oro. En cuatrocientos mil ducados se calculaba el beneficio de los corsarios. Ponce de León se halló con la situación planteada por los indios caracas y la necesidad del oro de las minas para las rentas, o con mas propiedad el salario del Gobernador y sus oficiales. Confirmó el nombramiento de Losada, y el 15 de diciembre de 1567 pudo anunciar al Rey el suceso de su teniente en la provincia o región de los caracas. “que con la gente que llevó tiene poblados los dos pueblos que los indios habían despoblado”, no sin decir de paso, “que no poca gloria le cabía a él, Ponce de León, en cosa tan importante”. Eran tantos los naturales añadía el Gobernador, que Losada pretendía fundar otros dos pueblos, y porque con las fama de las minas de oro acudía mucha gente de otras partes, con sus hijos y mujeres. 

     Estos dos pueblos no eran otros sino Santiago de León y Caraballeda, ya que San Francisco y el Collado, aunque no existiesen, se daban por fundados. Con más claridad, después de cumplir con la formalidad de “repoblar”, Losada y su gobernador prescindían sin decirlo, de San Francisco y el Collado, y daban así origen a infinitas confusiones.

     Es cierto que cuando hizo su entrada Diego de Losada, ya la región de los caracas abundaba en huellas españolas. El valle de las Adjuntas o de Macarao tenía el nombre de Juan Jorge Quiñones (valle de Juan Jorge) y el de Turmerito el del portugués Cortés Rico, ambos compañeros de Fajardo. A 12 leguas de la ciudad, donde el Guaire se junta con el Tuy, se extendía el valle de Salamanca o de los Locos, nombre dado por Juan Rodríguez Suárez. Los mariches habían conocido los estragos de los arcabuces y de un cañón pequeño, que disparó contra ellos Luis de Ceijas, compañero de Pedro de Miranda. En poder de Guaicaipuro estaba su mejor trofeo de guerra, el estoque de “siete cuartas” de Juan Rodríguez Suárez. Los indios de la costa tenían pedazos de espadas, y de uno de éstos sirvióse Tiuna, de Curucutí, para amenazar a Losada en el combate. Los mariches tenían pedazos de camisas blancas enviadas por los toromaynas, camisas de los cristianos muertos por ellos, y las agitaban como banderas ante los invasores. Los de la costa tenían los ornamentos pontificiales del obispo de Charcas y muchas alhajas, presas de un navío que recaló en Guaycamacuto, perseguido por un corsario. Los meregotos, en cambio, ocultaban la plata de la expedición de Narváez. La expedición de los caracas llegó a ser presagio de mala ventura.

     Losada quiso aprovechar la experiencia de las anteriores. Trazó cuidadosamente su plan de operaciones. Su objetivo era el valle de San Francisco, y desde allí haría frente a los ataques de los indios. La tierra de los caracas era lluviosa y dispuso la partida para la estación seca. Llevaba consigo a muchos veteranos de aquella región. Martín de Jaen, Juan de San Juan y Luis de Ceijas asistieron a la tercera expedición de Fajardo. Jaen fue con Lázaro Vásquez de los primeros alcaldes del Collado y acompañaron a Fajardo en su viaje de Caruao a Valencia. A Julián de Mendoza, testigo de la fundación de San Francisco. A Pedro Alonso Galeas, el marañón que se le huyó a Lope de Aguirre en la Margarita, y a Juan Serrano y Pedro García Camacho, sobrevivientes de la expedición de Narváez. A Francisco de Madrid, que hizo la campaña de Bernáldez, y quedó por algunos días con el Real en las sabanas de Guaracarima. Además, Luis de Salas salió para la Margarita en busca de los guaiqueríes de Fajardo que habían jurado volver a vengarse de Guaicaipuro. Llevaba consigo a Diego de Montes, gran conocedor de bálsamos y hierbas y maestro de cirugía, famoso por la operación practicada a Felipe de Hutten durante su entrada a tierras del Meta, y primer fundador de Nirgua. Y a Cristóbal Cobos, hijo de Alonso Cobos, el que ajustició a Fajardo. Y como prenda de fortuna a Francisco Guerrero, el renegado, un viejo andaluz que se halló cautivo en Constantinopla y asistió con Solimán al sitio de Viena en 1529. Venían de diversas regiones del globo. De España, de Italia, de África y Portugal. De Coro, la Borburata y el Tocuyo. Habían estado en las guerras de África, en el saco de Roma, en las provincias de Papamene y de los choques, en el Perú, en el Meta y el Apure. Llevaba gran cantidad de bagajes, rebaños de la Nueva Valencia, ofrecidos por el teniente de gobierno Alonso Díaz Moreno, semillas de legumbres, de acuerdo con lo establecido sobre fundación de ciudades. Losada aparecía como el jefe de la expedición, pero el verdadero general era el apóstol Santiago. Losada le hizo voto de consagrarle su conquista. Además, en Nirgua, a fin de reforzar la protección celeste, Losada decidió festejar el veinte de enero, día de San Sebastián, a fin de invocar su protección contra el veneno de las flechas, y le ofreció dedicarle una blanca ermita. Veinte hombres a caballo y más de ciento treinta infantes, Oviedo no alcanza a dar el nombre de todos ellos, componían propiamente el ejército.

     Losada salió del Tocuyo en los comienzos de 1567, y por Pascua Florida se hallaba en el valle de Cortés Rico, llamado en lo sucesivo Valle de la Pascua. A principios de abril pasa el Guaire y acampa en el valle de San Francisco. De todo lo expuesto no parece caber duda de que el año de la fundación de Caracas es el de 1567. En cuanto al mes y día será preciso acudir a la tradición. La más antigua señala el 25 de julio y algunas presunciones vienen a favorecerla. Era costumbre de los fundadores asociar el nombre de la comarca o región al de la fiesta del día. Así San Juan de Ampués dio principio a la fundación de Santa Ana de Coro el 26 de julio de 1527, día de Santa Ana. Así Juan de Carvajal funda Nuestra Señora de la Concepción del Tocuyo el 7 de diciembre de 1545, víspera de la Inmaculada. Así Garcí González de Silva la del Espíritu Santo de Querecrepe, tierra de los cumanagotos, en los días del Pentecostés. Aunque nada de particular tendría que el acta de fundación se hubiere dado en el mismo abril. De antemano Caracas estaba dedicada a Santiago, apóstol de España y su grito de guerra desde que el rey don Ramiro venció a los moros en la batalla de Clavijo. Losada lo invoca en la cuesta de San Pedro, frente al ejército de Guaicaipuro, y luego de la batalla de Maracapana, en el mismo vale de San Francisco. Losada ha debido recordar la casa paterna en Río Negro, en el camino de los peregrinos que iban a Compostela.

     Los cronistas hablan de “reedificación” de ambos pueblos ̶ los de San Francisco y el Collado ̶, si reedificación puede llamarse las de unas chozas cubiertas de paja, quemadas por los indios. Esto de reedificación no puede tomarse sino en su aceptación de “construir de nuevo”, o como ligereza o hipérbole de conquistadores y cronistas. Fue la de San Francisco una villa de pocos días. En cambio, Santiago de León subsiste hasta hoy. Al parecer, Santiago no fue fundada en el mismo sitio de San Francisco. El primero en decirlo es el propio fray Pedro Simón, quien, como Aguado, emplea el término “reedificar”. “Reedificó los dos pueblos, aunque no en los mismos sitios, llamándolos al uno Nuestra Señora de los Remedios y al otro Santiago de León, a devoción del Gobernador, porque quedase embebido en el nombre del pueblo parte del suyo”. A mediados del siglo XIX, los redactores de “La Opinión Nacional” hojeaban el “Diccionario Histórico Geográfico” del jesuita italiano Juan Domingo Coletti y vieron con sorpresa que se refería a dos ciudades, San Juan de León y Santiago de León, fundadas ambas en la provincia de Caracas, «en una amena llanura”. Solicitaron la opinión de Arístides Rojas (“Bibliófilo»), y éste publicó en aquel diario, el 10 de mayo de 1875, un artículo titulado “Orígenes Geográficos de Caracas”, en el cual refuta las afirmaciones de Coletti. Rojas habla en dicho artículo de la situación de San Francisco. Para el hato de Fajardo y la villa de San Francisco, Rojas señala a Catia y alrededores del Caroata o Carguata y el cerro del Calvario, “lugares desprovistos de vegetación”. Es lo que se desprende del relato de Oviedo. Y aunque en su descripción de la Provincia Juan de Pimentel emplea asimismo la palabra “reedificar”, dice que Losada dio principio a la fundación en las cercanías de Catuche o Catuchaquao, río o quebrada de las Guanábanas. Sea lo que fuere, ambos sitios, de Naciente a Poniente, cubre hoy la ciudad de Caracas. Con más exactitud, la planta de la nueva población quedaba entre el Catuche y el Caroata.

Diego de Losada pobló en 1567 los dos pueblos que en la región de los caracas los indios habían despoblado. Óleo sobre tela, obra de Antonio Herrera Toro. Concejo Municipal de Caracas
Diego de Losada pobló en 1567 los dos pueblos que en la región de los caracas los indios habían despoblado. Óleo sobre tela, obra de Antonio Herrera Toro. Concejo Municipal de Caracas

     Esto de cambiar de sitio las ciudades era frecuente en aquellos tiempos. Nueva Segovia de Barquisimeto, fundada primero en el río Buría, cambió de sitio cuatro veces. “Y nadie, dice fray Pedro de Aguado, se debe maravillar de que una ciudad o república se haya mudado tantas veces y con tanta facilidad, porque como para hacerse una casa de las que en estos vecinos moraban no fuesen menester muchos materiales de cal, piedra y ladrillo, sino solamente casas de arcabuco y paja de la cabaña, con mucha facilidad harían y desharían una casa de estas, y también porque los oficiales y obreros que las habían de hacer les costaba muy poco dinero. . .” Idéntica observación hace Oviedo cuando los vecinos de Caraballeda decidieron abandonarlo en 1586, para resistir al gobernador Luis de Rojas que pretendía intervenir en la elección de los alcaldes aquel año: “trasmigraciones que se hacían con facilidad en aquel tiempo, porque siendo las casas de vivienda unos bujios de paja, no reparaban los dueños en el poco costo de perderlas. . .” La guerra y las enfermedades influían asimismo en tales mudanzas. Nirgua cambió de sitio varias veces. Trujillo fundada en 1556 por Diego García de Paredes, fue llamada la ciudad portátil por las veces que hubo de cambiar de asiento. Es de imaginarse lo que sería la villa de San Francisco, rodeada de enemigos y con tan escasos pobladores. Los vecinos de la Borburata la abandonaron asimismo después del saqueo de los franceses, y se trasladaron a Valencia y a Santiago de León.

     Parece que por un momento ante el número de emboscadas y guazábaras que le daban los indios, Losada pensó salirse y abandonar su conquista. El propio Losada recibía una herida bajo la celada a la entrada de los mariches. Los víveres escaseaban. Los corsarios infestaban la costa de la mar. Ante él se extendía el valle de grandes sierras, regado por cuatro ríos. La sabana cubierta de cujíes. A poco Juan Salas de la Margarita. Apenas traían quince europeos, entre ellos Lázaro Vásquez Rojas, y sesenta guaiqueríes, pero buena cantidad de bastimentos. Salas no pudo acudir a la cita de la Borburata, según estaba convenido, porque los franceses saqueaban por aquellos días a Cumaná y Margarita, y luego en el mismo mes de marzo, a Borburata, y se vio obligado a ir con sus piraguas a Guaycamacuto. Con aquel refuerzo, y en medio de los cuidados de la guerra, Losada se decidió a emprender los trabajos de la fundación. El emperador Carlos V y luego su hijo y sucesor Felipe II habían dispuesto con prolijidad la forma que debía guardarse en la fundación de las poblaciones, y las calidades de la tierra, ya fuera en la costa de la mar o en la tierra dentro. Procurarían tener el agua cerca para su fácil aprovechamiento y los materiales necesarios para edificios, tierras de labor, cultura y pasto. El Gobernador en cuyo distrito estuviere declararía si lo que se ha de hacer es ciudad, villa o lugar, y conforme a lo que se declaraba, se formaría el   Concejo, República y oficiales de ella. 

     Si era ciudad metropolitana tendría doce regidores. Si diocesana o sufragánea, ocho regidores. Para las villas y lugares habría cuatro regidores. (Santiago de León tuvo en sus comienzos cuatro regidores). Parte del territorio se asignaba a los solares, propios, ejidos y dehesas para el ganado, y el resto se dividía en cuatro partes así: una para el fundador y las tres restantes en partes iguales para los pobladores. Plazas, calles y solares, debían repartirse a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ella las calles a la puerta y caminos principales, y éstos con tanto más compás abierto, que, aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma. La plaza mayor estaría en el centro. Su forma en cuadro prolongada, cuyo largo sería “una vez y media de su ancho”, por ser así más a propósito para las fiestas de caballos. Su grandeza proporcionada al número de sus vecinos, y en consideración a que las poblaciones puedan ir en aumento, no debía ser menos de doscientos pies de ancho y trescientos de largo, ni mayor de ochocientos pies de largo y quinientos treinta y dos de ancho. Y quedaría de buena proporción, si fuere de seiscientos pies de largo y cuatrocientos de ancho. De ella se sacarían las cuatro calles principales, una por medio de cada costado y dos más por cada esquina. Las cuatro esquinas mirarían a los cuatro vientos principales, para no hallarse expuestas a los dichos vientos, y las cuatro calles tendrían portales para comodidad de los tratantes. (Estos portales no los tuvo la plaza mayor de Santiago de León hasta 1754). El templo debía estar separado de otros edificios, que no pertenezcan a su calidad y ornato, y algo levantado del suelo, para ser visto y venerado de todas partes, de modo que se había de entrar en él por gradas. Entre la plaza mayor y el templo se edificarían las casas reales, cabildo y concejo, aduana y atarazana, a fin de que en caso de necesidad se puedan socorrer. (El sitio de estas casas las señaló Losada en la esquina del Principal). Las calles serían anchas en lugares fríos y angostas en los calientes. Anchas donde hubiese caballos, porque así convenía para la defensa. (Las calles de Santiago tuvieron en sus comienzos treinta y dos pies de ancho). Hecha la planta y repartidos los solares, cada uno de los pobladores armaría su toldo, a cuyo efecto debían llevarlo con las demás prevenciones, o harían ranchos o ramadas para protegerse, y con la mayor diligencia rodearían la plaza con cercos y palizadas para defenderse de los indios. Se disponía así mismo que la fundación se hiciese con paz y consentimiento de los naturales. Estos, en el valle de los Caracas, se negaban a prestar tal consentimiento.

     El acta de fundación de Caracas se ha perdido, pero no es difícil imaginar su contenido. En ella se haría constar con toda clase de pormenores y circunstancias del mandato recibido, cómo el teniente de gobernador y capitán general Diego de Losada, por el gobernador Pedro Ponce de León, después de señalar con cruz de madera lugar y sitio para la iglesia, casas de cabildo y plaza mayor, y de haber colocado en el centro el rollo o picota de la real justicia, montó a caballo, cubierto con todas sus armas y espada en mano, con sus pendones y banderas desplegadas, dijo en altas voces, cómo en aquel sitio, poblada en nombre de Dios y del Rey una villa a la cual puso el nombre de Santiago de León de Caracas, en honor del patrón de España y del Gobernador. Y que si alguna persona lo quisiese contradecir lo defendería a pie y a caballo. Y en señal de posesión dio golpes a la espada en la tierra, y los que estaban presentes respondieron: ¡Viva el Rey! No faltará seguramente en el acta relación detallada de lo ocurrido en la expedición desde El Tocuyo hasta el valle de San Francisco. Luego podrá leerse la firma de Losada, la del veedor, la de los testigos principales y la del escribano Alonso Ortiz. Tampoco es difícil imaginar la escena. Losada está a caballo, en el centro, junto a Gabriel de Ávila, alférez mayor, hombre de treinta años, Francisco Infante y su sobrino Gonzalo de Osorio, que van a ser primeros alcaldes. Los de a pie y de a caballo forman un cuadro entero con sus rodelas, espadas y arcabuces. Es decir, los ciento y cincuenta hombres del ejército, disminuido con las bajas de Francisco Márquez y Diego de Paradas. Entre ellos véanse los hijos del gobernador Ponce de León: Pedro, Francisco y Rodrigo. A Tomé y Alonso ndrea de Ledesma, de los fundadores de Trujillo, y a los que van a ser primeros regidores: Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Antequera y Sancho del Villar. El padre Blas de la Puente y el Fraile Baltasar García, capellanes de la expedición, y aquel soldado Juan Suárez, tocador de gaita. No faltan en esta escena las mujeres, entre ellas Elvira de Montes, mujer de Francisco de Vides e Inés de Mendoza, de Pedro Alonso Galeas, que valerosamente han corrido las contingencias de la aventura. Más allá, al fondo, de los “ochocientos hombres de servicio”, contemplan la escena.

     La ciudad era planta exótica en el valle. No solo tenía sus enemigos en las naciones de indios que la rodeaban sino entre sus mismos fundadores. Con motivo del reparto de tierras y encomiendas, la ciudad se dividió en dos partidos: el de Francisco Infante y el de Diego de Losada. Infante fue al Tocuyo, a deponer contra Losada, y el Gobernador Pedro Ponce de León le revocó los poderes y nombró para sucederle a su hijo Francisco. Muchos de sus parciales siguieron a Losada, y Santiago, de León, se vio a punto de ser despoblada.

FUENTES CONSULTADAS

  • Cónica de Caracas. Caracas, Núm. 1, enero 1951; Págs. 23-34.

Caracas cuna de la Independencia

Caracas cuna de la Independencia

El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), relató algunos aspectos políticos que observó durante su viaje a Caracas, entre 1810 y 1812
El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), relató algunos aspectos políticos que observó durante su viaje a Caracas, entre 1810 y 1812

     El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), tramó un conjunto de argumentos a partir de lo que observó en la Provincia de Caracas, luego de los sucesos que venían ocurriendo en la América española como consecuencia de la política napoleónica en España, luego de 1808. Una de las primeras aseveraciones de Semple fue que desde el momento mismo cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones, “ha existido un fuerte partido dispuesto a llevarlo todo hasta el extremo sin limitarse a la declaración de independencia absoluta”.

     Semple puso a la vista del lector que esta intención se había disimulado poco o, en todo caso, no se había sabido disimular en las distintas proclamas que se habían dado a conocer, junto con la de Caracas en 1810. De acuerdo con su convencimiento, “las violentas invectivas que ellas contenían contra el viejo régimen español, el resultado final era claro para cualquier criterio imparcial”. Sumó a este convencimiento que las manifestaciones de adhesión a Fernando Séptimo eran “frías y teatrales”.

     Semple señala a Caracas, adonde estaba asentado el Ayuntamiento, como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española, así como a quien se tenía como su máxima autoridad, Fernando VII. De igual manera insistió que la declaración de Independencia de 1811 se llevó a efecto para que coincidiera con la celebración de la Independencia de los Estados Unidos. Ante las acciones napoleónicas en España varios integrantes de la sociedad caraqueña, como españoles y canarios, comenzaron a conspirar contra las nuevas autoridades en Caracas, protestas que también se presentarían en Cumaná y Barcelona. Otros preferirían el exilio en Puerto Rico, Cuba y Curazao. Para este informante británico estos mismos hombres habrían permitido que lo sucedido en Caracas se extendiera por gran parte de la Capitanía General y de Nueva Granada, al abandonar a su suerte propiedades y el territorio que sirvió de base a sus riquezas porque debieron mantenerse firmes y defender sus posiciones.

     Señaló que el comienzo de la “Revolución de Caracas la Junta formada con carácter temporal urgió la convocatoria de un Congreso general”. Aunque expresó palabras de encomio hacia la figura de don Martín Tovar y Ponte reconoció que, como presidente de la Junta, no tuvo la actuación convincente que el momento ameritaba. De igual modo, el triunvirato instituido en 1811, integrado por Cristóbal Mendoza, Juan Escalona y Baltasar Padrón, que se instituyó junto con el primer Congreso de la nación y con el que se dio fin a la Junta a favor de los derechos de Fernando VII como primer monarca del Reino, tampoco funcionó como se esperaba. Expuso que en momentos de turbulencia surgían organizaciones como la Sociedad Patriótica. Ésta según su percepción discutía temas de importancia, pero con frecuencia se lidiaban asuntos que atentaban contra el propio gobierno que decían defender.

     Criticó a la Sociedad Patriótica de Caracas por sus imposturas frente a la política inglesa porque algunos miembros del Congreso calificaban a los ingleses como “tiranos de los mares”. Ante esto escribió que, de no haber sido por Inglaterra todos los buques que se encontraban en Cuba y Puerto Rico hubiesen bloqueado a Venezuela. Arrogó a Francisco de Miranda el que se hiciera eco de esta apreciación porque, según Semple, buscaba quedar bien ante los miembros del parlamento. Su argumentación frente a la Sociedad Patriótica fue la de atribuir los grandes males que sufriría el país dos años después de la ratificación de fidelidad a Fernando VII, asumida por la elite caraqueña del momento.

Robert Semple señala a Caracas como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española
Robert Semple señala a Caracas como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española

     No deja de llamar la atención el papel asignado por Semple a la elite caraqueña y su fuerte inclinación por constreñir a las otras provincias a continuar la senda escogida por ella, a raíz de los sucesos en la península y la política napoleónica en España. Las consideraciones de Semple no dejan de ser interesantes e importantes, a pesar de sus enunciaciones como agente del gobierno inglés. Así, atribuye el conflicto que surgió, en estos años, y que condujo a lo que él denominó Guerra Civil, al empeño de la elite caraqueña por imponer sus intereses a las restantes provincias. Dejó escrito, en su informe, que una de las primeras medidas que tomó la nueva elite fue la de obligar a Coro a sumarse a la política trazada desde Caracas.

     Sumó, a sus consideraciones, que luego del fracaso del Marqués del Toro en Coro las cosas se calmaron un tiempo, aunque sin dejar de recordar que algunos atribuyeron esta derrota a la supuesta ayuda inglesa a favor de los corianos. Sin embargo, al Caracas declarar la Independencia, “no todas las provincias estaban preparadas para una medida tan decisiva que, innecesariamente, parecía romper con violencia los lazos que aún hacían de España, para muchos, objeto de respeto, y en las actuales circunstancias de piedad”.

     Aún unidos al Reino de España se encontraban Santa Fe o Cundinamarca, al igual que Guayana y Valencia. Desde Caracas se urdieron las acciones para constreñir a otras provincias, adscritas al Reino, que siguieran el camino trazado por Caracas. Respecto a Valencia, Robert Semple anotó que quienes defendieron esta plaza, a favor de la figura de Fernando VII, fue un “batallón de pardos y gente de color”. Es de hacer notar que Semple llamó primera Guerra Civil al enfrentamiento en Coro y segunda Guerra Civil a la escenificada en Valencia. Presenta Semple una descripción de lo acontecido en este lugar ubicado en la parte central de Venezuela que, bien vale la pena rememorar.

     En algún momento del enfrentamiento, escribió Semple, los caraqueños pensaron que tenían el triunfo asegurado, pero los que defendían Valencia no se entregaron de manera fácil. “Los de Caracas intentaron penetrar en las casas y avanzar contra las barricadas donde se hallaban apostadas tropas del batallón de Pardos, pero fueron rechazados en todos los sectores. Finalmente, después de haber retenido la ciudad durante diez horas, se retiraron, dejando toda la artillería que antes habían capturado … los pardos del lado valenciano pelearon con animosidad peculiar. El general Miranda se expuso él mismo considerablemente y dirigió la acción con serenidad. Escapó ileso, pero varios individuos pertenecientes a la clase más respetable de Caracas fueron muertos o heridos. El número de asaltantes fue como de dos mil seiscientos hombres, mientras que un cálculo razonable del número de sus oponentes no los eleva a más de setecientos hombres armados”.

     Semple relacionó estas acciones con el inicio de la Guerra Civil en Venezuela, “en la cual la justicia del ataque a Valencia es más dudosa que la política de los valencianos”. Ante esta experiencia elucubró que, si la “naturaleza humana” no fuese siempre la misma, “nos sorprendiera ver a los caraqueños, en la propia infancia de su república, negando a otros el derecho de elegir su forma de gobierno, después que tan celosamente ellos lo habían ejercido para sí, y llevando a cabo como su primer acto, un ataque contra sus hermanos, por el sólo hecho de que éstos eran adictos al Rey”.

Cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones
Cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones

     En su relato agregó que la fuerza comandada por Miranda había logrado someter a los valencianos gracias al número de efectivos que le acompañaban. Para él, el rencor ciudadano de los valencianos no había desaparecido. “Cualquiera que sea el estado actual de las cosas, es evidente de la semilla del odio y el descontento ha prendido honda y ampliamente. Parece que Caracas se ha investido de muchos derechos y bajo falsas apariencias de prontitud y energía, ha observado una conducta que puede tacharse de irreflexiva y cruel”. Se preguntó qué derecho tenía la elite económica caraqueña para dictar leyes a corianos y valencianos. La respuesta sería, desde la perspectiva de Caracas, de acuerdo con Semple, aplicar la fuerza porque eran necearías medidas para evitar el ingreso de tropas extranjeras por esos territorios.

     En sus anotaciones escribió que el gobierno de Caracas, en su afán por aplicar leyes fuertes, se había dado a la tarea de crear un tribunal de vigilancia que daba aval al gobierno para invadir casas particulares y arrestar a personas “por la menor sospecha”. En Caracas el único teatro fue clausurado con la excusa, según el mismo Semple, de temor ante la aglomeración de personas, tampoco se permitían bailes, reuniones ni conciertos. 

     “Toda la población masculina fue armada y recibía instrucción militar con regularidad, de manera que entre la gente distinguida llegó a ser moda dormir en los cuarteles”. En lo redactado por Semple, en este sentido, se puede notar un talante de censura y de repulsión por las medidas que se habían establecido desde 1810, a las que no dejó de calificar como imitación de la Revolución Francesa, como, por ejemplo, la generalización del concepto ciudadano y la eliminación de los títulos nobiliarios, “a pesar de que el Congreso no había dictado ninguna ley con respecto a éstos”.

     No dejó de criticar a Miranda quien, por momentos, mostraba actitud exaltada. La Revolución, señaló, estaba conduciendo al país a su ruina, en especial, porque se perdían cultivos por falta de mano de obra que ahora servían como soldados, tal cual él pudo observar en Caracas con el añil. Por otro lado, Semple repitió, en algunos de los párrafos de su escrito, la disposición de los hispanoamericanos de comparar la revolución que habían comenzado en 1810, con lo acontecido en las Trece Colonias a finales del siglo XVIII. En sus consideraciones apuntó que “los patriotas de Sur América” estaban equivocados al copiar la Constitución de los estadounidenses porque “cualquier constitución depende más del sentimiento general y espíritu del pueblo, que de la mera forma constitucional”.

     Sin embargo, aseveró que la lucha contra España era justa, inclusive mucho más que la librada contra los ingleses por parte de los colonos del norte de América. Esto se debió a “la marcada diferencia de los caracteres español e inglés, tal como son en sus pueblos de origen y en sus colonias”. Vio con preocupación el “nuevo espíritu que se estaba formando en América”. Asoció esta disposición con una suerte de “fanatismo religioso”. Con esto hizo referencia a la fuerte inclinación, presentada entre los del norte y de sur América, de negar sus vínculos con Europa, tal como lo había podido corroborar entre la elite caraqueña. Este fanatismo, de acuerdo con sus palabras, llevaba a considerar magnánimos, justos y tolerantes a quienes se oponían a la monarquía española, mientras “a los ingleses sus descendientes los denominan, piratas, tiranos y rufianes; mientras que los descendientes de españoles califican a éstos de godos y le imputan a la presente generación todas las crueldades cometidas desde la llegada de los primeros conquistadores. En cuanto al término Madre Patria se usa muchas veces despreciativamente y a título de reproche”.

     Con convicción escribió que este lado del Atlántico no volvería a caer en manos de gobiernos europeos, “pues ya esa época pasó o está pasando rápidamente”. Para él los que se imaginaban una era de felicidad para América estaban equivocados. “Ahora la escena ha cambiado. Entre provincias, ciudades y aldeas se han iniciado luchas a las que ha seguido el derramamiento de sangre”. Al final, consideró que Inglaterra no había cumplido un papel regulador en el conflicto bélico que comenzó en Caracas. Reclamó al gobierno inglés su posición vacilante respecto a los hispanoamericanos y el apoyo que brindaba a la monarquía española en su lucha contra las tropas de Napoleón, solo por preservar sus intereses económicos. Para él existían dos formas para que Europa tuviera influencia política en América. La primera, era “cultivar con celo” una relación con los nuevos estados y los que estaban por consolidarse. Otra, adquirir sitios importantes que hasta el momento permanecían “abandonados”, por medio de convenios o tratados sin intervenir de manera directa en sus decisiones y gobiernos.  

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