La primera taza de café en el valle de Caracas

La primera taza de café en el valle de Caracas

Prof. Arístides Rojas*

     “Con el patronímico francés de Blandain o Blandín, se conocen en las cercanías de Caracas, dos sitios; el uno es la quebrada y puente de este nombre, en la antigua carretera de Catia, lugar que atraviesa la locomotora de La Guaira; el otro, la bella plantación de café, al pie de la silla del Ávila, vecina del pueblo de Chacao. Recuerdan estos lugares a la antigua y culta familia franco-venezolana que figuró en esta ciudad, desde mediados del último siglo, ya en el desarrollo del arte musical, ya en el cultivo del café, en el valle de Caracas, y la cual dio a la iglesia venezolana un sacerdote ejemplar, un patricio a la revolución de 1810 y dos bellas y distinguidas señoritas, dechados de virtudes domésticas y sociales, origen de las conocidas familias de Argaín, Echenique, Báez-Blandín, Aguerrevere, González-Alzualde, Rodríguez-Supervie, etc., etc.

     Don Pedro Blandaín, joven de bellas prendas, después de haber cursado en su país la profesión de farmacéutico, quiso visitar a Venezuela, y al llegar a Caracas, por los años 1740 a 1741, juzgó que en ésta podía fundarse un buen establecimiento de farmacia, que ninguno tenía la capital en aquel entonces.

     La primera botica en Caracas databa de cien años atrás, 1649, cuando por intervención del Ayuntamiento, formóse un bolso entre los vecinos pudientes, para llevar a remate el pensamiento de tener una botica, la cual fue abierta al público, y puesta bajo la inspección de un señor Marcos Portero. Pero esta botica, sin estímulo, sin población que la favoreciera, sin médicos que la frecuentaran, pues era cosa muy rara, en aquella época ver a un discípulo de Esculapio por las solitarias calles de Caracas, hubo de desaparecer, continuando el expendio de drogas en las tiendas y ventorrillos de la ciudad, como es de uso todavía en nuestros campos. El estudio de las ciencias médicas no comenzó en la Universidad de Caracas sino en 1763.

     La primera botica francesa que tuvo Caracas, fundada por Don Pedro Blandaín, figuró cerca de la esquina del Cují, en la actual Avenida Este, número 54, casa que hasta ahora pocos años, tuvo sobre el portón un balconcete. (1)

     A poco de haberse Don Pedro instalado en Caracas, unióse en matrimonio con la graciosa caraqueña Dona Mariana Blanco de Valois, de la cual tuvo varios hijos; y como era hombre a quien gustaba vivir con holgura, hízose de nueva y hermosa casa que habitó, y fue esta la solariega de la familia Blandain. (2). En los días de 1776 a 1778, la familia Blandain había perdido cuatro hijos, pero conservaba otros cuatro: Don Domingo, que acaba de recibir la tonsura y el grado de Doctor en Teología, y figuró más tarde como Doctoral en el Cabildo eclesiástico; Don Bartolomé, que después de viajar por Europa, tomaba a su patria para dedicarse a la agricultura y al cultivo del arte musical, que era su encanto; y las señoritas María de Jesús y Manuela, ornato de la sociedad caraqueña en aquella época. A poco esta familia, con sus entroncamientos de Argain, Echenique, Báez, constituyó por varios respectos, uno de los centros distinguidos de la sociedad caraqueña.

     A estas familias, como a las de Aresteigueta, Machillanda, Uztáriz y otras más que figuraron en los mismos días, se refieren las siguientes frases del Conde de Segur, cuando en 1784, hubo de conocer el estado social de la capital de Venezuela. “El Gobernador — escribe— me presentó a las familias más distinguidas de la ciudad, donde tropezamos con hombres algo taciturnos y serios; pero en revancha, conocimos gran número de señoritas, tan notables por la belleza de sus rostros, la riqueza de sus trajes, la elegancia de sus modales y por su amor al baile y a la música, como también por la vivacidad de cierta coquetería que sabía unir muy bien la alegría a la decencia”.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

     Y a estas mismas familias se refieren los conceptos de Humboldt que visitó a Caracas en 1799: “He encontrado en las familias de Caracas —escribe— decidido gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana y notable predilección por la música que cultivan con éxito, y la, cual, como toda bella arte, sirve de núcleo que acerca las diversas clases de la sociedad”.

      Todavía, treinta años más tarde, después de concluida la revolución que dio origen a la República de Venezuela, entre los diversos conceptos expresados por viajeros europeos, respecto de la sociedad de Caracas, en la época de Colombia, encontramos los siguientes del americano Duane, que visitó las arboledas de Blandain en 1823, y fue obsequiado por esta familia. Después de significar lo conocido que era de los viajeros el nombre de Blandain, así como era proverbial la hospitalidad de ella, agrega: “el orden y felicidad de esta familia son envidiables, no porque ella sea inferior a sus méritos, sino porque sería de desearse que toda la humanidad participara de semejante dicha”. (3)

     En la época en que el Conde de Segur visitó esta ciudad, el vecino y pintoresco pueblo de Chacao, en la región oriental de la Silla de Ávila, era sitio de recreo de algunas familias de la capital que, dueñas de estancias frutales y de fértiles terrenos cultivados, pasaban en el campo cierta temporada del año. Podemos llamar a tal época, época primaveral, porque fue, durante ella, cuando se despertó el amor a la agricultura y al comercio, visitaron la capital los herborizadores alemanes que debían preceder a Humboldt, y se ejecutaron bajo las arboledas del Ávila, los primeros cuartetos de música clásica que iban a dar ensanche al arte musical en la ciudad de Losada. En estos días finalmente, veían en Caracas la primera luz dos ingenios destinados a llenar páginas inmortales en la historia de América: Bello, el cantor de la zona Tórrida; Bolívar, el genio de la guerra, que debía conducir en triunfo sus legiones desde Caracas hasta las nevadas cumbres que circundan al dilatado Titicaca.

     ¿Cómo surgió el cultivo del café en el valle de Caracas? Desde 1728, época en que se estableció en esta capital la Compañía Guipuzcoana, no se cultivaba en el valle sino poco trigo, que fue poco a poco abandonado a causa de la plaga; alguna caña, algodón, tabaco, productos que servían para el abasto de la población, y muchos frutos menores; desde entonces comenzó casi en todo Venezuela el movimiento agrícola, con el cultivo del añil y del cacao, que constituían los principales artículos de exportación. Más, la riqueza de Venezuela no estaba cifrada en el cacao, que ha ido decayendo, ni en el añil, casi abandonado, ni en el tabaco, que poco se exporta, ni en la caña, cuyos productos no pueden rivalizar con los de las Antillas, ni en el trigo, cuyo cultivo está limitado a los pueblos de la Cordillera, ni en el algodón, que no puede competir con el de Estados Unidos, sino el café que se cultiva en una gran parte de la República.

     Sábese que el arbusto del café, oriundo de Abisinia, fue traído de París a Guadalupe por Desclieux, en 1720. De aquí pasó a Cayena en 1725, y en seguida a Venezuela. Los primeros que introdujeron esta planta entre nosotros fueron los misioneros castellanos, por los años de 1730 a 1732, y el primer terreno donde, prosperó fue a orillas del Orinoco. El padre Gumilla nos dice, que el mismo lo sembró en sus misiones, de donde se extendió por todas partes. El misionero italiano Gilli lo encontró frutal en tierra de los Tamanacos, entre el Guárico y el Apure, durante su residencia en estos lugares, a mediados del último siglo. En el Brasil, la planta data de 1771, probablemente llevada de las Misiones de Venezuela.

     La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784. En las estancias de Chacao, llamadas “Blandín”, “San Felipe” y «“La Floresta”, que pertenecieron a Don Bartolomé Blandín y a los Presbíteros Sojo y Mohedano, cura éste último del pueblo de Chacao, crecía el célebre arbusto, más como planta exótica de adorno que como planta productiva. Los granos y arbustitos recibidos de las Antillas francesas, habían sido distribuidos entre estos agricultores que se apresuraron a cuidarlos. Pero andando el tiempo, el padre Mohedano concibe en 1784 el proyecto de fundar un establecimiento formal, recoge los pies que puede, de las diversas huertas de Chacao, planta seis mil arbolillos, los cuales sucumben en casi su totalidad. Reunidos entonces los tres agricultores mencionados, forman semilleros, según el método practicado- en las Antillas, y lograron cincuenta mil arbustos que rindieron copiosa cosecha.

     Al hablar de la introducción del café en el valle de Caracas, viene a la memoria el del arte musical, durante una época en la cual los señores Blandín y Sojo desempeñaban importante papel en la filarmonía de la capital. Los recuerdos del arte musical y del cultivo del café son para el campo de Chacao, lo que para los viejos castillos feudales las leyendas de los trovadores: cada boscaje, cada roca, la choza derruida, el árbol secular, por donde quiera, la memoria evoca recuerdos placenteros de generaciones que desaparecieron. Cuando se visitan las arboledas y jardines de “Blandín”, de “La Floresta” y “ San Felipe”, haciendas cercanas, como lo estuvieron sus primitivos dueños, unidos por la amistad, el sentimiento y la patria; cuando se contemplan los chorros de Tócome, la cascada de Sebucán, las aguas abundosas que serpean por las pendientes del Ávila; cuando el viajero posa sus miradas sobre las ruinas de Bello Monte, o solicita bajo las arboledas de los bucares floridos, cubiertos con manto de escarlata, las arboledas de café coronadas de albos jazmines que embalsaman el aire; el pensamiento se transporta a los días apacibles en que figuraban Mohedano, Sojo y Blandín; época en que comenzaba a levantarse en el viejo mundo la gran figura de Miranda, y a orillas del Anauco y del Guaire, las de Bello y Bolívar. El padre Sojo y Don Bartolomé Blandín acompañado este de sus hermanas María de Jesús y Manuela, llenas de talento musical, reunían en sus haciendas de Chacao a los aficionados de Caracas; y este lazo de unión que fortalecía el amor al arte, llegó a ser en la capital el verdadero núcleo de la música moderna. El padre Sojo, de la familia materna de Bolívar, espíritu altamente progresista, después de haber visitado a España y a Italia, y en esta muy especialmente a Roma, en los días de Clemente XIV, regresó a Caracas con el objeto de concluir el convento de Neristas, que a sus esfuerzos levantara, y del cual fue Prepósito. El convento fue abierto en 1771. (4)

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

     Las primeras reuniones musicales de Caracas se verificaron en el local de esta Institución, y en Chacao, bajo las arboledas de “Blandín” y de “La Floresta”. El primer cuarteto fue ejecutado a la sombra de los naranjeros, en los días en que sonreían sobre los terrenos de Chacao los primeros arbustos del café. A estas tertulias musicales asistían igualmente muchos señores de la capital.

     En 1786 llegaron a Caracas dos naturalistas alemanes, los señores Bredemeyer y Schultz, quienes comenzaron sus excursiones por el valle de Chacao y vertientes del Ávila. Al instante hicieron amistad con el padre Sojo, y la intimidad que entre todos llego a formarse, fue de brillantes resultados para el adelantamiento del arte musical, pues agradecidos los viajeros, a su regreso a Europa en 1789, después de haber visitado otras regiones de Venezuela, remitieron al padre Sojo algunos instrumentos de música que se necesitaban en Caracas, y partituras de Pleyel, de Mozart y de Haydn. Esta fue la primera música clásica que vino a Caracas, y sirvió de modelo a los aficionados, que muy pronto comprendieron las bellezas de aquellos autores.

     A proporción que las plantaciones crecían a la sombra paternal de los bucares, con frecuencia eran visitados por todos aquellos que, en pos de una esperanza, veían deslizarse los días y aguardaban la solución de una promesa. Por dos ocasiones, antes de florecer el café, los bucares perdieron sus hojas, y aparecieron sobre las peladas copas macetas de flores color de escarlata que hacían aparecer las arboledas, como un mar de fuego. Cuánta alegría se apoderó de los agricultores, cuando en cierta mañana, ¡al cabo de dos años brotaron los capullos que en las jóvenes ramas de los cafetales anunciaban la deseada flor! A poco, todos los arboles aparecieron materialmente cubiertos de jazmines blancos que embalsamaban el aire. El europeo que por la vez primera contempla una arboleda de café en flor, recibe una impresión que le acompaña para siempre. Le parece que sobre todos los árboles ha caído prolongada nevada, aunque el ambiente que lo rodea es tibio y agradable. Al instante, siente el aroma de las flores que le invita a penetrar en el boscaje, tocar con sus manos los jazmines, llevarlos al olfato, para en seguida contemplarlos con emoción. No es nevada, no es escarcha; es la diosa Flora, que tiende sobre los cafetales encajes de armiño, nuncios de la buena cosecha que va a dar vida a los campos y pan a la familia. Pero todavía es más profunda la emoción, cuando, al caer las flores, asoman los frutos, que al madurarse aparecen como macetitas de corales rojos que tachonan el monte sombreado por los bucares revestidos.

     De antemano se había convenido, en que la primera taza de café sería tomada a la sombra de las arboledas frutales de Blandín, en día festivo, con asistencia de aficionados a la música y de familias y personajes de Caracas. Esto pasaba a fines de 1786. Cuando llegó el día fijado, desde muy temprano, la familia Blandín y sus entroncamientos de Echenique, Argain y Báez, aguardaban a la selecta concurrencia, la cual fue llegando por grupos, unos en cabalgaduras, otros en carretas de bueyes, pues la calesa no había, para aquel entonces, hecho surco en las calles de la capital ni el camino de Chacao. Por otra parte, era de lujo, tanto para caballeros como para damas, manejar con gracia las riendas del fogoso corcel, que se presentaba ricamente enjaezado, según uso de la época.

     La casa de Blandín y sus contornos ostentaban graciosos adornos campestres, sobre todo, la sala improvisada bajo la arboleda, en cuyos extremos figuraban los sellos de armas de España y de Francia. En esta área estaba la mesa del almuerzo, en la cual sobresalían tres arbustos de café artísticamente colocados en floreros de porcelana. Por la primera vez, iba a verificarse, al pie de la Silla del Ávila, inmortalizada por Humboldt, una fiesta tan llena de novedad y de atractivos, pues que celebraba el cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, fiesta a la cual contribuía lo más distinguido de la capital con sus personas, y los aficionados al arte musical, con las armonías de Mozart y de Beethoven. La música, el canto, la sonrisa de las gracias y el entusiasmo juvenil, iban a ser el alma de aquella tenida campestre.

     Espléndido apareció a los convidados el poético recinto, donde las damas y caballeros de la familia Blandín hacían los honores de la fiesta, favorecidas de la gracia y gentileza que caracteriza a personas cultas, acostumbradas al trato social. Por todas partes sobresalían ricos muebles dorados o de caoba, forrados de damasco encarnado, espejos venecianos, cortinas de seda, y cuanto era del gusto de aquellos días, en los cuales el dorado y la seda tenían que sobresalir.

     La fiesta da comienzo con un paseo por los cafetales, que estaban cargados de frutos rojos. Al regreso de la concurrencia, rompe la música de baile, y el entusiasmo se apodera de la juventud. Después de prolongadas horas de danza, comienzan los cuartetos musicales y el canto de las damas, el cual encontró quizá eco entre las aves no acostumbradas a las dulces melodías del canto y a los acordes del clavecino.

     A las doce del día comienza el almuerzo, y concluido este, toma el recinto otro aspecto. Todas las mesas desaparecieron menos una, la central, que tenía los arbustos de café, de que hemos hablado, y la cual fue al instante exornada de flores y cubierta de bandejas y platos del Japón y de China. Y por ser tan numerosa la concurrencia, la familia Blandín se vio en la necesidad de conseguir las vajillas de sus relacionados, que de tono y buen gusto era en aquella época, dar fiestas en que figurasen los ricos platos de las familias notables de Caracas.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

     Cuando llega el momento de servir el café, cuya fragancia se derrama por el poético recinto, vése un grupo de tres sacerdotes, que, precedidos del anfitrión de la fiesta, Don Bartolomé Blandín, se acercaron a la mesa: eran éstos, Mohedano, el padre Sojo y el padre Doctor Domingo Blandín, que, desde 1.775, había comenzado a figurar en el clero de Caracas. (5) Llegan a la mesa en el momento en que la primera cafetera vacía su contenido en la transparente taza de porcelana, la cual es presentada inmediatamente al virtuoso cura de Chacao. Un aplauso de entusiasmo acompaña a este incidente, al cual sucede momento de silencio. Allí no había nada preparado, en materia de discurso, porque todo era espontáneo, como era generoso el corazón de la concurrencia. Nadie había “Soñado con la oratoria ni con frases estudiadas; pero al fijarse todas las miradas sobre el padre Mohedano, que tenía en sus manos la taza de café que se le había presentado, algo esperaba la concurrencia. Mohedano conmovido, lo comprende así, y dirigiendo sus miradas al grupo más numeroso, dice:

     “Bendiga Dios al hombre de los campos sostenido por la constancia y por la fe. Bendiga Dios el fruto fecundo, don de la sabia Naturaleza a los hombres de buena voluntad. 

     Dice San Agustín que cuando el agricultor, al conducir el arado, confía la semilla al campo, no teme, ni la lluvia que cae, ni el cierzo que sopla, porque los rigores de la estación desaparecen ante las esperanzas de la cosecha. Así nosotros, a pesar del invierno de esta vida mortal, debemos sembrar, acompañada de lágrimas, la semilla que Dios ama: la de nuestra buena voluntad y de nuestras obras, y pensar en las dichas que nos proporcionara abundante cosecha”.

     Aplausos prolongados contestaron estas bellas frases del cura de Chacao, las cuales fueron continuadas por las siguientes del padre Sojo: “Bendiga Dios el arte, rico don de la Providencia, siempre generosa y propicia al amor de los seres, cuando esta sostenido por la fe, embellecido por la esperanza y fortalecido por la caridad”. (6)

     El padre Don Domingo Blandín quiso igualmente hablar, y comenzando con la primera frase de sus predecesores, dijo: “Bendiga Dios la familia que sabe conducir a sus hijos por la vía del deber y del amor a lo grande y a lo justo. Es así como el noble ejemplo se transmite de padres a hijos y continúa como legado inagotable. Bendiga Dios esta concurrencia que ha venido a festejar con las armonías del arte musical y las gracias y virtudes del hogar, esta fiesta campestre, comienzo de una época que se inaugura, bajo los auspicios de la fraternidad social”. Al terminar, el joven sacerdote tomo una rosa de uno de los ramilletes que figuraban en la mesa, y se dirigió al grupo en que estaba su madre, a la cual le presentó la flor, después de haberla besado con efusión. La concurrencia celebró tan bello incidente del amor íntimo, delicado, al cual sucedieron las expansiones sociales y la franqueza y libertad que proporciona el campo a las familias cultas.

     Desde aquel momento la juventud se entregó a la danza, y el resto de la concurrencia se dividió en grupos. Mientras que aquella respiraba solamente el placer fugaz, los hombres serios se habían retirado al boscaje que estaba orillas del torrente que baña la plantación. Allí se departió acerca de los sucesos de la América del Norte y de los temores que anunciaban en Francia algún cambio de cosas. Y como en una reunión de tal carácter, cuyo tema obligado tenía que ser el cultivo del café y el porvenir agrícola que aguardaba a Venezuela, los anfitriones Mohedano, Sojo y Blandín, los primeros cultivadores del café en el valle de Caracas, hubieron de ser agasajados, no solo por sus méritos sociales y virtudes eximias sino también por el espíritu civilizador, que fue siempre el norte de estos preclaros varones.

     Ya hemos hablado anteriormente del padre Sojo y de Don Bartolomé Blandín, aficionados al arte musical, que después de haber visitado el viejo mundo, trajeron a su patria gran contingente de progreso, del cual supo aprovecharse la sociedad caraqueña. En cuanto al padre Mohedano, cura de Chacao, nacido en la villa de Talarrubias (Extremadura), había pisado a Caracas en 1.759, como familiar del Obispo Diez Madroñero. A poco recibe las sagradas órdenes y asciende a Secretario del Obispado. En 1.769, al crearse la parroquia de Chacao, Mohedano se opone al curato y lo obtiene. En 1.798, Carlos IV le elige Obispo de Guayana, nombramiento confirmado por Pío VIII en 1.800. Monseñor Ibarra le consagra en 1.801, pero su apostolado fue de corta duración, pues murió en 1.803. Según ha escrito uno de sus sabios apologistas, el Obispo de Tricala, Mohedano fue uno de los mejores oradores sagrados de Caracas. Su elocuencia, dice, era toda de sentimiento religioso, realzado por la modestia de su virtud. La sencillez y austeridad que se transparentaban en su semblante, daban a su voz debilitada dulce influencia sobre los corazones”.

     Hablábase del porvenir del café, cuando Mohedano manifestó a sus amigos con quienes departía, que esperaba en lo sucesivo, buenas cosechas, pues su producto lo tenía destinado para concluir el templo de Chacao, blanco de todas sus esperanzas. Morir después de haber levantado un templo y de haber sido útil a mis semejantes, será, dijo, mi más dulce recompensa.

     Entonces alguien aseguró a Mohedano, que, por sus virtudes excelsas, era digno del pontificado y que este sería el fin más glorioso de su vida.

     — No, no, replico el virtuoso pastor. Jamás he ambicionado tanta honra. Mi único deseo, mi anhelo es ver feliz a mi grey, para lo que aspiro continuar siendo médico del alma y médico del cuerpo. (7) Rematar el templo de Chacao, ver desarrollado el cultivo del café y después morir en el seno de Dios y con el cariño de mi grey, he aquí mi única ambición.

     Catorce años más tarde de aquel en que se había efectuado tan bella fiesta en el campo de Chacao, dos de estos hombres habían desaparecido: el padre Sojo que murió a fines del siglo, después de haber extendido el cultivo del café por los campos de los Mariches y lugares limítrofes; y Mohedano que después de ejercer el episcopado a orillas del Orinoco, dejó la tierra en 1.803. Solo a Blandín vino a solicitarle la Revolución de 1.810. Abraza desde un principio el movimiento del 19 de abril del mismo año, y su nombre figura con los de Roscio y Tovar en los bonos de la Revolución Venezolana. Asiste después, como suplente, al Constituyente de Venezuela de 1.811, y cuando todo turbio corre, abandona el patrio suelo, para regresar con el triunfo de Bolívar en 1.821.

     Nueve años después desapareció Bolívar, y cinco más tarde, en 1.835, se extinguió a la edad de noventa años, el único que quedaba de los tres fundadores del cultivo del café en el valle de Caracas. Con su muerte quedaba extinguido el patronímico Blandaín.

     Blandin es el sitio de Venezuela que ha sido más visitado por nacionales y extranjeros durante un siglo; y no hay celebridad europea o nacional que no le haya dedicado algunas líneas, durante este lapso de tiempo. Segur, Humboldt, Bonpland, Boussingault, Sthephenson, y con estos, Miranda, Bolívar y los magnates de la Revolución de 1.810, todos estos hombres preclaros, visitaron el pintoresco sitio, dejando en el corazón de la distinguida familia que allí figuró, frases placenteras que son aplausos de diferentes nacionalidades a la virtud modesta coronada con los atributos del arte.

     Un siglo ha pasado con sus conquistas, cataclismos, virtudes y crímenes, desde el día en que fueron sembrados en el campo de Chacao los primeros granos del arbusto sabeo; y aún no ha muerto en la memoria de los hombres el recuerdo de los tres varones insignes, orgullo del patrio suelo: Mohedano, Sojo y Blandín. Chacao fue destruido por el terremoto de 1812, pero nuevo templo surgió de las ruinas para bendecir la memoria de Mohedano, mientras que las arboledas de “San Felipe”, y las palmeras del Orinoco, cantan hosanna al pastor que rindió la vida al peso de sus virtudes. Del padre Sojo hablan los anales del arte musical en Venezuela, las campiñas de “La Floresta” hoy propiedad de sus deudos, los cimientos graníticos de la fachada de Santa Teresa y los árboles frescos y lozanos que en el área del extinguido convento de Neristas circundan la estatua de Washington. El nombre de Blandín no ha muerto: lo llevan, el sitio al Oeste de Caracas, por donde pasa después de vencer alturas la locomotora de La Guaira; y la famosa posesión de café, que con orgullo conserva uno de los deudos de aquella notable familia. En este sitio celebre, siempre visitado, la memoria evoca cada día el recuerdo de sucesos inmortales, el nombre de varones ilustres y las virtudes de generaciones ya extinguidas, que supieron legar a la presente lo que habían recibido de sus antepasados: el buen ejemplo. El patronímico Blandín ha desaparecido; pero quedan los de sus sucesores Echenique, Báez, Aguerrevere, Rodríguez Supervie, etc., etc., que guardan las virtudes y galas sociales de sus progenitores.

     Desapareció el primer clavecino que figuró entonces por los años de 1.772 a 1.773, y aún se conserva el primer piano clavecino que llegó más tarde, y las arpas francesas, instrumentos que figuraron en los conciertos de Chacao. Sobresalgan en el museo de algún anticuario las pocas bandejas y platos del Japón y de China que han sobrevivido a ciento treinta años de peripecias, así como los curiosos muebles almidonados como inútiles y restaurados hoy por el arte.

     Los viejos árboles del Ávila aún viven, para recordar las voces argentinas de María de Jesús y de Manuela, en tanto que el torrente que se desprende de las altas cumbres, después de bañar con sus aguas murmurantes los troncos añosos y los jóvenes bucares, va a perderse en la corriente del lejano Guaire”.

  • * Historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño (1826-1894), autor de innumerables y valiosos trabajos de carácter histórico. Sus restos reposan en el Panteón Nacional

NOTAS

  • (1) Ya sea porque los límites al Este de Caracas, llegaban, en la época a que nos referimos a la esquina del Cují, ya porque los sucesores de Don Pedro quisieron vivir en un mismo vecindario, es lo cierto que las hermosas casas de la familia Blandain y de sus sucesores Blandain y Echenique-Blandain-Báez-Blandain, Aguerrevere, Alzualde, etc., etc.., figuran en esta área de Caracas, conservándose aun las que resistieron el terremoto de 1812.

     

  • (2) Esta casa destruida por el terremoto de 1810, bellamente reconstruida hace como cuarenta y cinco años, es la marcada con el N° 47 de la misma avenida

     

  • (3) Conde de Segur. Memoires, Souvenir et Anecdotes, 3 vol. Humboldt. Viajes. Duane. A visit to Colombia, 1 vol. 1827.

     

  • (4) En el área que ocupó el convento y templo de Nerista, figura hoy el parque de Washington, en cuyo centro descuella la estatua de este gran patricio. Nuevos árboles han sustituido a los añejos cipreses del antiguo patio, pero aún se conserva el nombre de esquina de los Cipreses, a la que lo lleva hace más de un siglo.

     

  • (5) El Doctor Don Domingo Blandín, Racionero de la Catedral de Cuenca, en el Ecuador, tomó posesión de la misma dignidad, en la Catedral de Caracas, en 1807. El 25 de junio de este año ascendió a la de Doctoral, y el 6 de noviembre de 1814, a la de Chantre

     

  • (6) Hace más de cuarenta años que tuvimos el placer de escuchar a la señora Dolores Báez una gran parte de los pormenores que dejamos narrados. Todavía, después de cien años, se conservan muchos de éstos, entre los numerosos descendientes de la familia Blandín. En las frases pronunciadas por el padre Sojo, falta el último párrafo, que no hemos podido descifrar en el apagado manuscrito con que fuimos favorecidos, lo mismo que las palabras de Don Bartolomé Blandín, borradas por completo

     

  • (7) Aludía con estas frases a la asistencia y medicinas que facilitaba a los enfermos de Chacao y de sus alrededores

La semana mayor en caracas

La semana mayor en caracas

El naturalista y fotógrafo húngaro Pal Rosti quedó impresionado por la multitud de caraqueños que se congregan en las procesiones y misas de Semana Santa

El naturalista y fotógrafo húngaro Pal Rosti quedó impresionado por la multitud de caraqueños que se congregan en las procesiones y misas de Semana Santa.

     Por lo general al naturalista húngaro Pal Rosti se le ha calificado como geógrafo en las varias semblanzas que de él se pueden encontrar en las redes sociales y Google. Sin embargo, una de sus facetas principales fue la de la fotografía, tal como lo muestran las colecciones de esta práctica artística que llegó a atesorar en su vida. Su viaje por América le sirvió para ejercitar y practicar el arte de la fotografía que había perfeccionado en Francia, en tiempos de un exilio forzado. De él también es preciso indicar que tuvo como referente intelectual a Alejandro von Humboldt a quien cita con regularidad en sus Memoria de un viaje por América (1861), por lo que no resulta exagerado que su periplo, por estas tierras americanas, fue transitado de acuerdo con las referencias estampadas por el naturalista alemán.

     En este orden de ideas, es necesario agregar que fue un escrutador de algunas costumbres de los venezolanos, en especial los caraqueños, que son de necesaria referencia para una aproximación de la cotidianidad de la Venezuela de los Monagas y de la segunda mitad del 1800. Por supuesto, algunas de sus consideraciones llevan la impronta, típica de la narrativa del viajero, de la mirada ambivalente. Por un lado, la disposición atrayente de una exuberante naturaleza y la fertilidad de un suelo que contrastaba con su experiencia de vida. Por otro, las dudas que experimentó ante la supuesta apatía de los nativos caraqueños hacia el trabajo productivo, con lo que no dejó de considerar una forma de ser caracterizada por el desdén y el acomodamiento ante una naturaleza que lo arropaba. Condiciones naturales que, además, se ofrecían amables para el arado y la cría de animales.

     De igual manera, no dejó de lado consideraciones relacionadas con hábitos y costumbres de una ciudad triste y melancólica que lo hicieron sentir la lejanía de Europa y de la vida civilizada. Una ciudad, como la Caracas que conoció, sin teatros, bulevares o paseos ratificó su repulsión. Se debe añadir, en este sentido, que la narración tramada por el viajero está colmada de comparaciones con respecto a su lugar de origen que, a los ojos de hoy, pueden resultar odiosas. Sin embargo, es necesario leer sus figuraciones bajo el contexto del momento en que redactó sus líneas y lo que para el momento se tenía como expresión de civilización.

     En lo que narró Rosti no faltaron consideraciones de orden político y social, menos culturales. Son éstas las que pueden llamar la atención del analista de hoy. En descargo de calificaciones como las de eurocentrismo entre los viajeros es indispensable tener en mente su experiencia como un europeo aristócrata. Además, un individuo formado en el mundo académico húngaro, alemán y francés. Otro tanto debe ser expresado de quienes, como viajeros o exploradores, visitaron América, Venezuela en especial, mostraron ser hijos de la Ilustración europea cuya impronta más generalizada tuvo que ver con el impacto del mundo natural y geomorfológico en la vida humana.

     Por otra parte, dentro del ámbito cultural la vida y prácticas religiosas también fueron objeto escrutador de hombres como Rosti. Éste presenció procesiones y misas de las que no dejó de quedar impresionado por la cantidad de ellas en esta comarca. En una parte de su libro narró que durante una misa que presenció los cañonazos no faltaban. Los sonidos de las balas de cañón comenzaban desde horas muy tempranas de la mañana y se repetían en el transcurso de la misa. Además, indicó, a lo largo del día continuaban los cañonazos. “La misa dura horas; a pesar del calor agotador la iglesia y las calles están repletas y las damas no desdeñan la ruta más larga al retornar a sus casas”.

     Para Rosti, la festividad religiosa de mayor relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa. Observó muy animada a las damas días antes de esta festividad. Agregó que ellas mostraban gran alegría “como entre nosotros lo hacen los niños por la Nochebuena”. Hizo una descripción en la que destacó una magnífica misa llevada a cabo un Domingo de Ramos, la que estaba acompañada de cañonazos y lanzamiento de cohetes y se solían bendecir hojas de palma entrelazadas, las que luego eran colocadas en ventanas y puertas, “para que la maldad y la enfermedad se mantengan a distancia”. Con el Domingo de Ramos se daba inicio a las procesiones que cruzaban la ciudad luego de salir de un templo.

     Las ceremonias solían comenzar a las seis de la tarde. “Delante llevan una gran bandera o una cruz – que cambian todos los días -, luego vienen, formando una larga hilera, los portadores de velas; las pantallas que protegen las velas son de papel y – naturalmente – carecen de utilidad, pues se incendian sin cesar”. Llevaban también los santos, tallados con madera, con ropajes de terciopelo y adornados con oro, en algunas procesiones llevaban a la Virgen María. Detrás solían venir los sacerdotes, varios soldados y gente de la comunidad.

     De la presencia militar indicó: “Apenas se puede imaginar cosa más cómica que la milicia venezolana en estas procesiones” De los integrantes de esta milicia escribió que la gran mayoría de soldados eran mestizos “de estúpida expresión en el rostro”. Del uniforme que portaban lo describió así: contaban con un pantalón azul con rayas vino tinto, frac o chaqueta de tela de lienzo con solapas color vino tinto y cola corta, “- hablo del uniforme de gala – , pero está tan desteñido y roto que más bien parece gris o color de leche; su color originario – a lo más – se puede suponer”.

En el siglo XIX, la festividad religiosa de más relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa

En el siglo XIX, la festividad religiosa de más relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa.

     En lo referente a los zapatos y el uso de corbatas no eran obligatorios en el uniforme del soldado de Venezuela, según su apreciación, pero “el que puede conseguir tan supernumerarios artículos los puede usar libremente”. Agregó haber conocido casos extraordinarios de soldados que habían recibido botas para cumplir sus servicios. “Así tuve la suerte de ver varias botas durante los desfiles, y – según el mayor o menor desgaste de las mismas – pude también calcular el tiempo de servicio del dueño respectivo”.

     Además, identificó en los soldados el uso de una cartuchera, colgada al cuello, y de una deficiente arma lo que daba cierto matiz bélico al que la portaba, “pero la borra totalmente la actitud floja y negligente de los soldados, que podría ser de cualquier cosa menos de militar”. En cuanto a los oficiales de mayor rango puso a la vista del lector que también eran mestizos y que sus uniformes lucían más limpios que el de sus subalternos. 

     Según la información que recabó, en Venezuela había cerca de dos mil hombres incorporados al ejército. 

     En este mismo orden de ideas, agregó: “En la República independiente de Venezuela no existe ningún censo de soldados, ni obligatoriedad del servicio militar como en Inglaterra, pero en lugar de ello hay la recluta, ´libre y voluntaria´ y el atrapar con lazo a ´los voluntarios´, cosa que no existe en Inglaterra. Así se reúne en las filas la chusma”.

     Comentó, no sin dejar de mostrar suspicacia, que, si las cárceles del país se llenaban de malhechores y se requerían efectivos para integrar las milicias, se recurría a los prisioneros a quienes se obligaba a pasar entre ocho o diez años, incluso de por vida, de servicio en el ejército. “La disciplina y los ejercicios militares no los conocen los combatientes venezolanos ni por referencias, y la moral que impera en este ejército, después de lo dicho, ni siquiera creo necesario mencionarla”.

     Luego de haber realizado esta digresión volvió a hacer referencia a la procesión. Añadió que ésta iba acompañada de bandas musicales, integradas en especial por negros quienes de acuerdo con Rosti tenían un sentido especial para la ejecución musical.

     Observó que en el desarrollo de las procesiones las damas se ubicaban en las ventanas de sus casas o de las de algún vecino. También los más jóvenes se agolpaban en las ventanas, aunque luego de haber pasado el desfile corrían por las calles para adelantar la procesión y bailar. Expuso que “el pueblo” se reunía en “cantidad asombrosa” no seguía la marcha del acto religioso y más bien se adelantaba para disfrutar del espectáculo.

     Esto le sirvió para anotar: “En realidad todo esto toma matiz de diversión y los espectadores – aunque se hincan de rodillas, dándose golpes de pecho ante los santos más venerados – apenas pueden aparentar devoción o recogimiento”.

En la Catedral se concentraban centenares de feligreses durante la Semana Mayor.

En la Catedral se concentraban centenares de feligreses durante la Semana Mayor.

     Las procesiones que comenzaban al terminar la tarde se extendían hasta las ocho o diez de la noche. El Jueves Santo, el arzobispo de Caracas, con la presencia del presidente de la República, sus ministros y el cuerpo diplomático, llevaba a cabo la ceremonia del lavado de los pies. El Viernes Santo presenció el correteo de la multitud por las calles de la ciudad.

     “Las damas nobles – y también las del pueblo que pueden hacerlo – se visten de negro y así mismo los hombres llevan fracs negros; esta costumbre está tan generalizada que yo mismo decidí vestir según esta moda europea desde tempranas horas de la mañana, no fuera a ser que de alguna manera me tomaran por pagano”.

     Sumó a su descripción que a los días de pena se agregaban los de fiesta y regocijo. Para el día domingo se presentaban los actos de coleo de toros. Observó que los “señoritos” divertían a las damas con sus piruetas frente a los novillos. De éstos expresó que se mostraban más asustados que furiosos. 

     Sin embargo, ponderó la habilidad de los jinetes para controlar sus caballos, así como al toro.

     Al final de la tarde los jinetes desfilan y se exhiben frente a las señoritas que más de uno lleva cortejándola. Ya avanzada la noche algunos se reunían para bailar en una de las “casas de un noble”. Contó haber asistido a uno de estos bailes y expresó que, al igual que en La Habana, estaban de moda las piezas musicales provenientes de Europa como el vals o la polka. “Sin embargo – como en Cuba – la preferida es la danza” (72) “A las damas acostumbran pedirles todo un turno, que se compone de tres o cuatro piezas y termina con la danza; pero con el consentimiento del bailarín también se puede obtener un palmito, de la bella señorita, en cuyos ojos radiantes hay mucha más expresión que en sus labios color de rosa”.

     Expresó que había pasado un mes en Caracas y menos tiempo de lo que hubiera deseado convivir con los habitantes de la ciudad capital en sus círculos sociales, “debido a la celosa reserva de los caraqueños hacia el forastero”.

     Recordó haber paseado por las “hermosas montañas de Caracas”, así como por su espléndido valle donde retrató “los más hermosos puntos de la magníficamente ubicada ciudad”. Sus más significativas fotografías, escribió en su texto, las había dejado en el Museo Nacional Húngaro. Luego de su incursión a otros lugares del país estableció tres divisiones regionales que caracterizó así. La de las costas y los valles de la cordillera, adonde la tierra estaba labrada y se encontraban cultivos de café, cacao y añil, árboles frutales, cultivos de caña de azúcar, siembras de maíz y tierras en las que se podían encontrar cultivos de cebada y trigo. Otra, la de las llanuras destinadas casi exclusivamente a la cría de ganado vacuno. Y, la última, las inmensas selvas inhóspitas en las que la vida civilizada escaseaba.

Boletín – Volumen 101

Boletín – Volumen 101

BOLETINES

Boletín – Volumen 101

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     Número correspondiente al primer día de abril de 1922 que proporciona información relacionada con “Situación mercantil” (Pp. 1489-1492), en que se advierte cierta recuperación de las llamadas mercancías seca, “demuestra que la necesidad de abastecerse mueve”. Le sigue, “El cable en Maracaibo” en que la Cámara de comercio protesta ante el mal funcionamiento del cable francés. “La comunicación radiotelegráfica de Caracas con el exterior” (P. 1492) cuyo costo era de 2,65 bolívares por palabra y la puesta a disposición del servicio en la isla de San Martín. En “Los bancos venezolanos y los de Chile” (Pp.1492-1495) en que su autor, Francisco Rivas Vicuña, embajador de Chile en Venezuela, comparó dos bancos de Chile con los dos de Venezuela.

     “Del informe de la dirección del Banco de Venezuela a la Asamblea General Ordinaria de 13 de marzo de 1922” (Pp. 1495-1499), donde se hace referencia a la crisis que atravesaba el país desde 1920 a raíz de la caída de los precios del café. De seguida, “La utilización del ázoe atmosférico y el problema de la fertilización agraria” (Pp. 1499-1501), en donde se hace referencia a la fertilización de la tierra por medios químicos y con ellos una mayor producción en el mundo y redactado por R. Lomónaco.

Boletín 92

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     A continuación, “Sobre minas del estado Mérida” (Pp. 1501-1502) en el que se estampó: “es entre los de la república uno de los más ricos en minas”. De ellas se destacó las de oro, esmeraldas y petróleo. Entre las carillas 1502 y 1512 se editó un escrito resultado de una expedición realizada por el inglés Hamilton Rice, entre septiembre de 1919 y abril de 1920, “El río Negro, el Canal de Casiquiare y el Alto Orinoco”.

     A continuación, se incluyó un informe elaborado por David H. Sutherland y presentado a la dirección de la British Controlled Oilfield con sede en Londres, entre la que destaca los estudios realizados en terrenos de Buchivacoa, en “La industria del petróleo en Venezuela” (Pp. 1512-1513). Luego se insertó “Circulación de oro en Inglaterra” (Pp. 1513-1514) en la que se hace saber que en este país insular había la intención de permitir el intercambio del oro sin restricciones, mediante la circulación de monedas de oro.

     Entre las carillas 1514 y 1526 se presenta la continuación del trabajo preparado por el historiador estadounidense, C. H. Haring, el capítulo IX: “Galeones y flotas” correspondiente a la segunda parte de su obra El comercio y la navegación entre España y las Indias en época de los Habsburgo.

     En “Sección de correspondencia” (P. 1526) se informa acerca de propuestas de intercambios comerciales desde Londres, Magdeburgo y Piraeus. Luego, los cuadros “Exportación de cacao por La Guaira en 1921”, “Tipos de cambio en Caracas en marzo de 1922, “Cuadro comparativo del comercio de cacao en Nueva York en los seis últimos años”, “Comercio de café en Maracaibo en febrero de 1922”, “Café y cacao exportados por La Guaira en febrero de 1922”, “Valores de las Bolsas de Caracas y Maracaibo en marzo de 1922”, “Precios de productos en diversos lugares de Venezuela en febrero de 1922”. En la página 1532 se insertó “La situación en Barcelona, Apure y Tucupita”, en que se informa la crisis mercantil generalizada en Anzoátegui, al igual de lo que sucedía en Apure y en Tucupita. La crisis giraba alrededor de la restricción del mercado con respecto al ganado y del maíz y del cacao.

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La paralización de los primeros diez días de octubre se fue atenuando luego con la llegada de algunos compradores de Apure.

Interioridades del “Barcelonazo”

Interioridades del “Barcelonazo”

Por Víctor Manuel Reinoso

     “Cuatro años después del “Barcelonazo”, en 1965, los presos continuaban defendiéndose de los 30 años de cárcel que ha pedido el fiscal militar. En el cuartel de Barcelona, el 26 de junio de 1961, murieron 18 personas, pero la justicia militar no se ha interesado por establecer quién los mató. Los abogados dicen que los jefes máximos de ese movimiento fracasado están en libertad. Vivas Ramírez y Massó Perdomo son los oficiales retirados a quienes les han sumado varios expedientes. El “Barcelonazo” fracasó porque el gobierno comenzó a detener a los implicados el 30 de mayo de ese año.

     El 26 de junio fue sábado. Para un centenar de venezolanos fue el aniversario de algo triste. Como ya es costumbre, un grupo de familiares y amigos acudieron a un funeral en memoria de Tony Pérez. Ese día se cumplieron cuatro años de su muerte. Pero Tony Pérez fue solo uno de los 18 muertos del “Barcelonazo”.

     Del “Barcelonazo”se ha escrito bastante. El golpe que tuvo por escenario el cuartel “Pedro María Freites” de Barcelona, se produjo el lunes 26 de junio de 1961. Ese amanecer, y por 6 horas, los insurrectos fueron los dueños de la situación en la capital de Anzoátegui. Pero más tarde todo se acabó.   Los conjurados habían soñado con que Cumaná, Maturín, Ciudad Bolívar, La Guaira, Maracay, Valencia y Maracaibo respaldarían el golpe que terminaría con el régimen de Betancourt.

     Y eso fue lo que no sucedió.

El comandante Oscar Tamayo Suárez, sindicado de ser el jefe del “Barcelonazo”, nunca fue hecho prisionero

El comandante Oscar Tamayo Suárez, sindicado de ser el jefe del “Barcelonazo”, nunca fue hecho prisionero.

     Cerca de las nueve de la mañana, cuando, los oficiales que habían estado con los alzados se dieron vuelta hacia el gobierno, sobrevino una matanza en el patio del Cuartel Freites. Dieciocho hombres que se habían sumado al golpe fueron masacrados dentro del cuartel. Todos eran civiles. Quienes dispararon contra ellos fueron los soldados. Cuatro años después, los, protagonistas de esa intentona, siguen presos. En el Consejo de Guerra han pedido para ellos 30 años de prisión, mientras uno de los oficiales, considerado como uno de los jefes del alzamiento, fue puesto en libertad. El Mayor Vivas Ramírez y el Capitán Massó Perdomo, quienes tomaron el cuartel de Barcelona, están en el Cuartel San Carlos. Sus juicios, actualmente, están en la evacuación de pruebas. Y mientras los abogados esperan que haya un sobreseimiento general, los expedientes se llenan de alegatos. Los pocos que han salido en libertad se niegan a contar su participación en el “Barcelonazo”.

     Los mismos urredistas, que en junio de 1961 fueron sindicados de estar aliados con los insurrectos, a esta altura tampoco quieren hablar del asunto porque pertenecen a la Ancha Base.

     El “Barcelonazo”, sin embargo, tiene sus novedades, a pesar del tiempo que ha transcurrido. Sus organizadores lo planearon tanto o más que el golpe del 20 de abril del 60, abortado en San Cristóbal, tanto o más que el atentado del 24 de junio del 60, que estuvo a punto de mandar a Betancourt al cementerio.

     ¿Por qué el “Barcelonazo” se acabó apenas comenzó el día?

     La respuesta es simple.

     Porque el gobierno esperaba ese golpe. Sus servicios policiales habían comenzado a dar caza a los conspiradores con un mes de anticipación.

     Los venezolanos fueron despertados el lunes 26 de junio de 1961 con la noticia de que un grupo de Oficiales había tomado el Cuartel Freites de Barcelona. Pero mientras la ciudadanía se quedaba esperando noticias, el gobierno ya sabía quiénes eran sus protagonistas y solo faltaba por saber cómo iban a terminar.

     Después de la intentona del general Castro León en San Cristóbal y del atentado de “Los Próceres”, el gobierno de Betancourt no había perdido de vista a un grupo de oficiales y civiles. Entre los oficiales estaba el teniente coronel Oscar Tamayo Suárez, todo un personaje en la época de Pérez Jiménez. Cuando Tamayo entró a Venezuela para intervenir en el golpe fijado para el año 61, los servicios secretos del gobierno no tardaron en saberlo.

     Y el 30 de mayo de 1961, cuando un grupo de opositores se aprestaban a reunirse en un apartamento del “23 de Enero”, el SIFA comenzaba los allanamientos. A las 5,30 de la tarde de ese 30 de mayo, una comisión de esta Policía Militar se dirigió al bloque 24 del “23 de Enero” y allanó en seguida el apartamento 615 de la letra B, detuvo a un grupo de personas cuyos nombres se pasaron a expedientes, y decomisaron 4 subametralladoras M-2 calibre 30 y una carabina M-1 calibre 30. Uno de los detenidos alcanzó a lanzar una pistola por una ventana. Virgilio Carrera Aray, a cuyo nombre estaba ese apartamento, fue detenido poco después, cuando llegaba a él y dijo que se lo había dado prestado a Juan Bautista Rojas sin saber que lo utilizaria en reuniones secretas.

     El SIFA estaba bien dateado. Sabía que en esa reunión iban a detener a Adolfo Meinhart Lares, un civil que había entrado clandestinamente al país en diciembre del 60. Juan Bautista Rojas declararía después que a esa reunión acudiría el Mayor (R) Vivas Ramírez, fugitivo del 7 de septiembre del 58; el Capitán Massó Perdomo, a quien Pérez Jiménez había hecho preso el 1° de enero del 58 y el Teniente Hugo Barillas. Rojas se había encargado de llevar esas armas al apartamento para que sus amigos se protegieran. Y el mismo Rojas se iba a encargar de llevar a esta gente a la reunión. ¿Por qué el SIFA no lo detuvo esa misma tarde? Porque Rojas, “Rojitas”, que también se hacía llamar “Cruz”, tenía un aparato de radio que sintonizaba las radios de la Digepol y del SIFA. Cuando ya iba a salir en busca de sus jefes en un Volkswagen negro, escuchó que el apartamento 615 estaba siendo allanado. Rojas y los invitados especiales pasaron un rato después no lejos del sitio del allanamiento y solo se devolvieron cuando se convencieron que habían sido delatados por alguien.

     Allí mismo la policía comenzó a llenarse de nombres y después, cuando la mayoría de ellos ya estuvieron presos, les cargarían 16 atentados terroristas.

     El mismo 30 de mayo, por la noche,después de interrogar a los primeros detenidos, otra comisión del SIFA salió hacia la calle Bolivia, de los Flores de Catia, y allanó la quinta “Carolina”, donde encontró un lote de armas, comenzando por 5 subametralladoras, 8 rifles, 13 fusiles, varias escopetas, 6 cajas de dinamita y proyectiles. Entre la lista presentada por la comisión también aparecieron 50 uniformes de la Guardia Nacional , cizallas y documentos. El propietario de esta casa, Luis Coello Ron, declararía después que él le había arrendado su quinta a Rojas.

El capitán retirado Masso Perdomo cuando salía hacia el exilio. Es el del maletín, a quien abraza su madre, y avanza rodeado de policías

El capitán retirado Masso Perdomo cuando salía hacia el exilio. Es el del maletín, a quien abraza su madre, y avanza rodeado de policías.

     Pero la cacería de enemigos del régimen seguía. El 9 de junio del 61, gracias a la información de los detenidos y los papeles encontrados en los allanamientos, fue la Digepol la que se dirigió en la noche hacia la Plaza Altamira con el propósito de allanar el pent-house del edificio “Cadora”, donde habían tenido noticias de que podían encontrar escondido a Tamayo Suárez. Pero en el pent-house de Luis Alfonso Osorio no encontraron al ex-Comandante de la Guardia Nacional. La comisión de la Digepol, de la cual formaba parte su propio director, Santos Gómez, bajó entonces por las escaleras tratando de dar con el fugitivo. Ya estaban en el segundo píso sin encontrar a nadie, cuando vieron una maleta abandonada en el pasillo del edificio. La revisaron enseguida y encontraron una serie de papeles que iban a proporcionar otras pistas, una subametralladora Mudsen y una pistola Browning.

     ¿Por dónde había escapado Tamayo Suárez?

     La policía lo vino a saber mucho después: el Comandante Tamayo había bajado por un ascensor interno.

     Pero la Digepol no había terminado su tarea esa noche del 9 de junio del 61. Después de abandonar el edificio “Cadora” con una maleta, la comisión se dirigió hacia La Pastora y allanó la casa N° 197, ubicada entre Santa Ana y San Pascual. Allí fueron detenidos Juan Bautista Rojas y Noel Flaviano Ayala Bocaranda. Debajo de un colchón, los policías dijeron haber hallado dos subametralladoras, y en la maleta, 5 revólveres, una pistola y dos granadas.

     Después de esto, la policía perdió el rastro de los cosnpiradores.

     Pero el golpe ya estaba casi debelado. “Rojitas”, acusado de ser el encargado de ganar civiles para el golpe y de reunir las armas que los oficiales retirados conseguían en distintas dependencias del ejército, había sido detenido. Tamayo Suárez seguía en libertad, pero la gente partidaria de un golpe no lo aceptaba como cabecilla. Cuando en junio se reunió con algunos conjurados en los Palos Grandes, éstos le dijeron que lo mejor que podía hacer era salir del país. Entre los que le dijeron eso estaba Luis Nouel, quien había entrado en marzo al país, y los capitanes Sánchez Mogollón y Massó Perdomo.

     Pero Tamayo Suárez no salió del país sino un mes y 7 días después del “Barcelonazo”.
Gustavo Adolfo Chirinos González, otro de los indiciados por el “Barcelonazo”, declaró en agosto del 61, cuando fue detenido, que unas 2 semanas antes de lo de Barcelona había sido llamado por, Luis Nouel, citándolo para el apartamento 52 de las Residencias “Mónaco”, frente a Televisa. Chirinos dice que se sorprendió porque no sabía que Nouel estuviera en el país. “Estando yo en el mencionado apartamento me dijo que se avecinaba un movimiento muy grande. . .” El día 25 de junio, Nouel lo citó para el mismo apartamento y a las 11 de la noche le dijo que el movimiento era esa noche. Poco después llegó allí Adolfo Meinhardt con el “Loco Altuve”: “Como a las 12 de la noche me dijeron que yo era el candidato para manejarles un carro, ya que se iban a ir en un convoy para Barcelona”. Chirinos aceptó. Pero un par de horas después llamaban a Meinhardt Lares para decirle que el movimiento había fracasado. La aviación ya no podría sobrevolar Caracas al amanecer del lunes 26, como se había previsto. Meinhardt, cuando fue interrogado, agregaría que la señal definitiva la iba a dar el lunes 26 de junio, entre 5 y media y 6 de la mañana, el Teniente Coronel Martín Parada, cuando pasara en un vuelo rasante sobre Caracas en un B-25.

     ¿Es verdad todo esto?

     El comandante Parada ha declarado que todo este plan jamás existió. Pero los demás dicen que la toma de Maiquetía fracasó y la autopista fue cerrada. Tamayo Suárez, rechazado por muchos oficiales andinos, la noche del golpe se hallaba en Maturín. Su papel era tomar ese cuartel, cuyo Comandante esa noche, quebrantado, dormía en su casa. Pero Tamayo creyó que se trataba de una emboscada y prefirió no hacer nada. Por la mañana, cuando escuchó que en Barquisimeto sí habían tomado el cuartel, trató de llegar hasta allí, pero en el camino ya recibía la noticia por radio de que el golpe era un completo fracaso. Torció el rumbo y logró, una vez más, salvarse de la policía.

     Solo en Barcelona las cosas resultaron bien. Pero no por mucho tiempo.

     El mayor Fidel Parra Rodríguez, comandante del cuartel “Pedro María Freites”, había celebrado el 24 de junio, Día del Ejército, en compañía de sus soldados y las autoridades locales. Como el cuartel carecía de vajilla consiguió una con el capitán Tesalio Murillo, que vivía cerca del cuartel y acababa de volver de Caracas, donde hacía un curso para ser ascendido a Mayor el 5 de julio.

     Eso fue un sábado. Por la noche hubo una velada. Pero el mayor Parra salió en la mañana del domingo para Caracas porque la tarde del sábado había recibido un telegrama, donde le ordenaban que compareciera a Caracas, donde lo condecorarían con la Cruz de las Fuerzas Terrestres.

     Por eso, al mediodía del domingo 25, cuando el Mayor (R) Luis Alberto Vivas Ramírez y el Capitán (R) Rubén Massó Perdomo llegaron a Barcelona, tenían el campo libre. Pronto se reunieron con el Capitán Tesalio Murillo, a quien habían visto en Caracas. La reunión fue en las afueras de Barcelona, en una propiedad de los hermanos Mayor Meneses, cuñados del Capitán Murillo, ex comandante de la guarnición militar de Barcelona.

     El capitán Murillo entró en el Cuartel “Freites” a las 7,30 de la tarde del domingo 25 de junio de 1961. Salió y regresó 15 minutos después, acompañado por dos civiles. Al Subteniente Ramón Carrasquel se los presentó como primos. La tropa se entretuvo viendo una película. Después que terminó, Murillo le dijo a Carrasquel que mandara a buscar a los oficiales que estaban fuera. Carrasquel preguntó para qué. Murillo no le dio razones. Antes de que llegaran los oficiales, se presentaron unos civiles y el Capitán Murrillo, y de acuerdo con la versión de Carrasquel, los hizo pasar al Casino de Oficiales. Cuando todos los oficiales, a excepción del Subteniente Carlos Prato Martínez, estuvieron presentes, el capitán Murillo les explicó que se iban a dar un golpe militar que tenía comprometidos en varias ciudades. A ellos, los oficiales, les quedaban 3 caminos: unirse a los alzados, mantenerse neutrales o ir contra ellos. A uno de los civiles que lo acompañaban lo presentó como el Capitán Rubén Massó Perdomo. El otro era Ernesto Azpúrua. Después de esa reunión cada suboficial se fue a su habitación, vigilado por civiles. A las 3 de la madrugada del lunes 26 los subtenientes fueron despertados. El capitán Murillo arengó a la tropa y a los suboficiales les dio diversas comisiones: al Subteniente Luis Branchi Rodríguez ordenó que se encargara de la defensa circular del cuartel; al Subteniente Emilio Arévalo Braasch, que tomara el Aeropuerto; al Subteniente José Benito Querales, que fuera al cruce de Lechería; y al Subteniente Eleazar Flores León le ordenó que fuera a la ciudad y tomara la Digepol, la PTJ y la Policía Municipal.

Comandante (R) Martín Parada: en el expediente del “Barcelonazo” han declarado que él debía dar la señal sobrevolando Caracas al amanecer del 26 de junio de 1961

Comandante (R) Martín Parada: en el expediente del “Barcelonazo” han declarado que él debía dar la señal sobrevolando Caracas al amanecer del 26 de junio de 1961.

     De acuerdo con las declaraciones de Carrasquel, antes de que estas comisiones salieran ya habían comenzado a entrar civiles que fueron provistos de uniformes y armas. El Mayor Vivas Ramírez, de uniforme y ametralladora, entró a las 5.15 con el Capitán Enrique Olaizola; se hizo cargo del Comando mientras las patrullas salían a tomar lugares claves y a detener a personajes locales. Solórzano Bruce era el Gobernador. Poco después de las 5, en su residencia de Lechería, en el camino a Puerto La Cruz, ya estaba detenido con sus 6 guardias. Pidió que lo dejaran en su dormitorio porque se hallaba enfermo. Sus captores habían cortado los alambres del teléfono, pero el Gobernador tenía su teléfono adentro. Llamó a Canache Mata pero éste no le contestó. Ya había sido detenido. Al no conseguir al Secretario de Gobierno, ubicó a Efraín Landa, Director de Relaciones Interiores. La radio “Barcelona” ya transmitía el manifiesto de los alzados. El Gobernador pudo llamar al Comandante de la Guarda Nacional de Puerto La Cruz. Este le habló de rescatarlo por la playa, con una lancha. Landa, después de dar la noticia a Caracas, se fue a la casa de su jefe, pero fue detenido. Pronto lo llevaron al cuartel con Solórzano, donde ya estaba Canache Mata.

     El subteniente Carrasquel declaró después que él, Brachi Rodríguez y Prato Martínez eran vigilados por los civiles armados, pero que en un momento de descuido le dijeron a la tropa que se colocaran de a dos junto a cada civil y de a 3 junto a cada oficial alzado para recapturar el cuartel al primer descuido. Mientras las radios daban noticias contradictorias, el Teniente Coronel Ramón Blanco González, jefe de la Proveeduría de oriente, salió hacia Lechería a comunicarles el asunto a los Subtenientes Querales y Arévalo.

     A las 8 de la mañana se estaba amontonando la gente frente a la casa de AD. Ya se decía que los aviones bombardearían el Cuartel y el destructor “Almirante Clemente” había recibido órdenes de acercarse a Puerto La Cruz.

     Un par de horas después cuando Murillo y Massó salieron a la calle, llegó el momento de volverse hacia el lado del Gobierno. El Capitán Olaizola fue el primero en ser detenido. El cabo Porfirio Trías Díaz hizo preso a Vivas Ramírez. Inmediatamente comenzaron los tiros. Todos los civiles, aunque uniformados, se distinguían por una insignia en el brazo. El Subteniente Luis Brachi Rodríguez, dijo en sus declaraciones: “Los civiles, al ver detenido al Mayor Vivas Ramírez, comenzaron a disparar. La tropa contestó el fuego, dominándolos, luego de causarles muchas bajas entre muertos y heridos”. Y Carrasquel no fue más explícito: “Aprovechando el momento en que los Capitanes Massó y Murillo salieron de este Cuartel, fue dada la voz de ¡Ya! Y apresados el Mayor Vivas Ramírez y el Capitán Olaizola, quien también había entrado a este Cuartel. A tiempo que esto ocurría hubo una descarga que dejó un saldo de varios muertos, pero lográndose recapturar el cuartel. Poco después apareció aquí el Subteniente Prato Martínez trayendo presos a los capitanes Murillo y Massó”.

     Lo curioso de ese instante, el más discutido del “Barcelonazo”, es que los civiles fueron los que comenzaron a disparar, pero ningún militar resultó herido. Los civiles, en cambio, cayeron como moscas. Allí murieronn 16 y solo 7 resultaron heridos. En la calle habían muerto otras dos personas . Así los muertos aumentaron an 18.

     Los prisioneros, entre los que estaban Solórzano, Canache y Landa, estaban en el corredor en el momento de la matanza y creyeron que no iban a salir con vida. Se arrojaron detrás de las vieja sillas. Landa resultó con una bala en el tórax. El Gobernador Solórzano dijo que encomendó su alma a Dios cuando alguien lo apuntó, pero entonces alguien gritó: “¡A ellos no, son los gobernadores!”

     Ese día fueron detenidos más de cien personas. Por la tarde, mientras los deudos lloraban a sus muertos, algunos con más de 20 balas en el cuerpo, los detenidos fueron trasladados a Caracas.

Las investigaciones siguieron. Se dijo que se investigaría quién había provocado la matazón del cuartel Freites, pero eso no se hizo.

     El 3 de agosto del 61 una comisión de la Digepol mandada por Octavio Corales acudió a la avenida Juan Bautista La Salle a allanar el apartamento 52 de las “Residencias Mónaco”. En la calle detuvieron a Gustavo Adolfo Chirinos y Sixto Gerardo Reiles Piñero, quienes, según la policía, le cambiaron placas a un Mercedes Benz en el que irían enseguida al Hospital Militar a rescatar unos prisioneros. Cuando subieron al apartamento del quinto piso detuvieron a Luis Emilio Nouel Alonso, a Thelmo Naranjo, estudiante dueño del apartamento; el Capitán Simón Sánchez Mogollón y al Sargento Técnico Víctor Colmenares que se había fugado de la Escuela Militar; a Esteban Marcano Guerra y Eliseo Arcila.

     Adolfo Meinhardt Lares fue detenido después. El habló de los sitios donde habían tenido reuniones con los conjurados, y que le había pedido a Tamayo Suárez que se marchara porque la mayoría no quería nada con él. En el mismo mes de agosto fueron allanados el edificio Sucre, de la avenida Francisco de Miranda, donde hallaron algunas armas e insignias que se habrían usado en Barcelona; también el edificio “Los Médanos”, donde encontraron dinamita en el estacionamiento. Pero ese edificio de la avenida Las Palmas, de Boleíta, no fue el último allanado. La quinta “Linda”, de Los Chorros, también fue allanada y decomisaron otro poco de dinamita.

     Por esto es por lo que una treintena de personas siguen detenidas. Y los abogados, aunque han alegado que la pena pedida por el Fiscal es ilegal, confían en una absolución. Alegan que los muertos del “Barcelonazo” no fueron hechos por sus defendidos sino por los soldados que en ese momento se dieron vuelta al Gobierno.

     Massó Perdomo, poco después del “Barcelonazo” escribió, lleno de indignación: “La prensa capitalina afirmó que oficiales y soldados de la democracia reconquistaron el Cuartel, pero nadie señaló que horas antes, esa misma oficialidad al mando de sus tropas, desarrolló un plan que culminó con la ocupación militar de Barcelona. Entonces no eran soldados de la democracia: eran hombres de un movimiento que podía asomarse a la historia, pero cuya pequeñez no alcanzó a integrar la grandeza de los fines con el desprendimiento del corazón”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 3 de julio de 1965. Págs. 32-35

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