La supuesta invasión francesa a Caracas

La supuesta invasión francesa a Caracas

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La supuesta invasión francesa a Caracas

     Pretende esta crónica desmentir un supuesto saqueo ejecutado por filibusteros franceses en la provincia de Caracas en los tiempos del período colonial. Arístides Rojas (1826-1894) comenzó su escrito titulado: “De cómo los franceses huyeron de Caracas sin saquearla” al referir que se había generalizado la creencia según la cual piratas franceses habían saqueado Caracas en 1679. Hizo referencia a lo redactado por el jesuita Coleti, en su Dizionario Storico – Geografico dell`America Meridionale – 1771, Alcedo en Diccionario geográfico – histórico de las Indias Occidentales o América, publicado en 1789. De igual manera, lo reiteraron Francisco Javier Yanes, en texto editado en 1840, y Rafael María Baralt en su Resumen de Historia de Venezuela difundido a partir de 1841. 

     Rojas indicó que este era un tema embrollado puesto que filibusteros franceses no asaltaron tierras venezolanas, pero si se hicieron de un gran y rico botín. Según narró este cronista, los únicos perjudicados fueron los miembros del venerable cabildo eclesiástico, quienes vieron cómo se perdían seis mil pesos. A esta información sumó el que Caracas “fue y no fue saqueada en 1679”. Sin embargo, los franceses entraron y salieron del territorio cargando consigo “hasta las gallinas”, además que los capitulares de la ciudad se vieron obligados a pagar un rescate a los invasores.

     Se debe seguir de manera fidedigna lo anotado por Rojas para poder discernir lo que intentó establecer con este escrito. De acuerdo con su experiencia se había enterado que un hombre llamado Jaime Urrieta se dio a la tarea de colocar el mismo nombre a sus hijos.

Arístides Rojas asegura que este era un tema embrollado puesto que filibusteros franceses no asaltaron tierras venezolanas

     Algo que halló similar fue el de mencionar lugares geográficos bajo un mismo calificativo. De esta manera pasó a hacer referencia que Caracas era la denominación de la capital de Venezuela, aunque también llevaba el mismo nombre un riachuelo en la costa de Naiguatá. Afluente proveniente de la cordillera y que derivaba en el mar. Anotó que la bahía de los Caracas figuraba en esos lugares con el mismo nombre que tenían las ricas haciendas en la costa mencionada. Continuó enumerando que Caracas indicaba también un grupo de islas de la costa, a sotavento de Cumaná. También, en los iniciales años de la conquista lo que se conoció bajo el nombre de Provincia de los Caracas o Caracas fue una porción de la costa vecina a las cimas del Ávila y tierras despobladas en su interior.

     Rojas hizo referencia a los años de 1678 a 1680 cuando el filibustero francés Francisco Gramont, luego de haber saqueado varios puntos de la costa venezolana, llegó a apoderarse, para 1680, del puerto de La Guaira, “del cual tomó lo que quiso y se llevó prisioneros al jefe y a la guarnición del puerto que alcanzaba a 150 hombres”. Según escribió, Gramont y los suyos no se conformaron con este pillaje, sino que arrasaron con animales y objetos que había en la costa de los Caracas y haciendas denominadas bajo el mismo nombre. Rojas subrayó que había sido esta la incursión que cronistas e historiadores confundieron con un supuesto saqueo de Caracas, la capital.

     Contó el cronista que los habitantes de Caracas vivían en constante zozobra por el temor a invasiones e incursiones filibusteras, capitaneadas por holandeses, franceses e ingleses en su disputa con la corona de España y alrededor de las tierras atesoradas por los españoles desde principios del 1500. Rojas aseguró que Caracas no había sido asaltada por piratas que rondaban islas y archipiélagos del Caribe. Sin embargo, se dedicó a mostrar cómo los franceses tuvieron que huir de la provincia. El propósito axial que motivó este escrito fue el de superar los mitos tejidos alrededor de esta creencia, “y triunfe por completo la verdad histórica”. Sin duda, lo que hoy se puede asumir del mismo escrito es la intención de crítica, que fue una de las banderas enarboladas por quien asumió el enfrentamiento de suposiciones tenidas como verdad y hechos consumados en la historia de Venezuela.

     Agregó en su artículo que, en los días de la segunda expedición de Miranda y su llegada a las costas de Falcón en 1806, hubo alarma entre los habitantes de la provincia. Por ello el gobernador Guevara Vasconcelos se aseguró de pedir auxilio a las autoridades francesas de Guadalupe, desde donde se envió un contingente de soldados que permanecieron acantonados, hasta fines de 1808, en el Cuartel San Carlos a la espera de cualquier eventualidad para las que se les requiriese.

     Guevara Vasconcelos murió en 1807 y fue sustituido por Juan de Casas, “español de buena índole, aunque de carácter débil para afrontar las difíciles circunstancias que iba a atravesar su gobierno”. Para julio de 1808 se conoció en Caracas lo acontecido con la llamada abdicaciones de Bayona. Renuncias que habían sido acicateadas por Napoleón luego del motín de Aranjuez. Para mayo de este año Napoleón había conducido a las autoridades españolas a Bayona, Francia, donde obligó a Fernando VII a que devolviera el cetro a su padre, Carlos IV. Hecho esto Napoleón constriñó a este último que entregara el mando regio a él. Al haberse consumado esta renuncia el emperador francés nombró a su hermano, José Bonaparte, monarca del reino español. A quien le adjudicaron el mote: Pepe botella, entre los españoles que le adversaban, no por beodo, sino por haber decretado la libertad del juego de naipes y la eliminación de aranceles que pechaban el aguardiente y los licores.

     Para aquellos días, los gobiernos de Inglaterra y Francia enviaron emisarios para la provincia de Caracas, centro de poder administrativo y político de la Capitanía General de Venezuela.

     El emisario francés entregó a la autoridad provincial documentación referida al nuevo estatus político – administrativo de España y su reino bajo el mando de Bonaparte. Los ingleses, en cambio, pedían a las autoridades de la Capitanía no ceder a las pretensiones napoleónicas y garantías de protección a sus intereses, como aliados de la monarquía española y de los españoles que libraban una guerra contra el invasor francés.

     Escribió Rojas que, para el 15 de julio la población caraqueña ya estaba enterada de la llegada del bergantín francés “Le Serpent”, en el que venía el portador de información enviada desde el Viejo Continente. Un comisionado francés entregó al coronel Casas información acerca del nuevo estatus político y administrativo de España y de ultramar. De manera inmediata algunos miembros de la comisión napoleónica se combinaron con los pobladores de la comarca. Rojas anotó que uno de ellos, Mr. Lemanois, quien se hallaba alojado en la posada del Ángel, procedió a difundir y leer informaciones acerca de los sucesos de Bayona extraídas de las Gacetas francesas. Narró Rojas que, hubo algunos curiosos que escucharon con atención la lectura que llevó a cabo un comisionado francés. Sin embargo, uno de los que oía, el oficial ingeniero Diego Jalón, mostró su indignación con modales poco corteses y con señalamientos acusatorios contra el gobierno francés.

     Según Rojas la polémica se fue extendiendo a otros oficiales en apoyo a Jalón convirtiendo la posada en recinto de querella. Entre las frases utilizadas por los oficiales de la comarca fue: “Viva Fernando VII y muera Napoleón con todos sus franceses”. En cuestión de minutos, indicó Rojas, un numeroso grupo de personas se encontraba frente al palacio de gobierno a la vez que vociferaban consignas a favor del rey depuesto y en contra de los franceses y su emperador. Fue bajo este contexto que se reunió el Cabildo en que se acordó tributar fidelidad a Fernando VII y no a José Bonaparte. De esta reunión salió una comisión para exigir al capitán general que emitiera una declaración en la que mostrara la obediencia debida al primogénito de Carlos IV. Se sabe que Juan de Casas y sus inmediatos colaboradores se mostraron recelosos de la difusión de la información de los comisionados franceses. No obstante, al saber el propósito de la inusual visita no tardaron en aparecer expresiones de descontento y adhesión a ella.

     Ante la conmoción, los franceses, quienes se encontraban degustando un almuerzo en la casa del comerciante Joaquín García Jove, mostraron una inquietante actitud ante lo que acontecía en las afueras, provocada por su presencia en la comarca. Ante tal situación se comunicaron de forma inmediata con el gobernador Casas, éste respondió por medio de su secretario, Andrés Bello, quien fue recibido con la siguiente petición: “Sírvase usted decir a su excelencia que ponga a nuestra disposición media docena de hombres, y no tenga cuidado por lo que pueda hacerme la turba que está vociferando en la calle”. Aunque este pedimento fue recibido, los franceses debieron salir de modo presuroso y escoltados por soldados enviados por el gobernador.

     Coincidió con este evento el arribo a puerto venezolano de la fragata inglesa denominada Acasta. Su capitán, y tripulación que le acompañaba, había sido comisionado por el gobierno de Inglaterra para que informara a los venezolanos que los pueblos de la península se encontraban en guerra contra los ocupantes franceses en su territorio. Mientras los franceses transitaban hacia el puerto de La Guaira y escudados por un grupo de hombres bien pertrechados, los ingleses llegaron a Caracas donde fueron recibidos con poco entusiasmo por parte de las autoridades reales y con alborozo por parte de algunas familias de la comarca.

     Dejó asentado Rojas que lo presenciado hacia 1808, en Caracas, avizoraba lo que acontecería desde el año de 1810. No le faltaron razones al cronista venezolano para referir lo narrado como precedente del 19 de abril de 1810. Los historiadores han hablado de un último acto de fidelidad a Fernando durante 1808, también del proceso judicial del que fueron objeto por las exigencias que hicieron al capitán general ante lo acontecido en Bayona. Lo cierto del caso es que los argumentos esgrimidos durante abril de 1810, muestran hoy el temor existente frente a un nuevo colonialismo protagonizado por el emperador de los franceses. De igual manera, la desconfianza que despertó el consejo de regencia, avalado por el consejo de España y América, por su asociación con la ocupación francesa, por una parte, y, por otra, por haber sido propuesto por las autoridades inglesas por medio de Wellington.

     Escribió Rojas que el capitán inglés Beaver, antes de abandonar Caracas, mostró sus intenciones por apoderarse de la embarcación francesa Le Serpent. Casas se adelantó a los planes del inglés y le hizo frente al amenazarle de abrir fuego contra el barco por él capitaneado si llegare a atacar el barco francés. Al no contar con protección y apoyo para sus intenciones Beaver se dirigió a La Guaira para emprender su regreso a tierra inglesa. Unos días después el capitán general mandó a salir a los soldados franceses, para ello los dividió en dos grupos. Los integrantes de las tropas que habían llegado desde Guadalupe en 1806, y que habían sido apostados en Puerto Cabello, fueron los primeros en iniciar su regreso a la isla antillana, habían partido cuando la tripulación del Le Serpent era objeto del ataque inglés bajo el mando de Beaver en el mar océano.

     Rojas no dejó de destacar que lo que cronistas e historiadores venezolanos observaron y difundieron como un ataque filibustero a la ciudad de Caracas, era parte de una confusión proveniente del nombre de un espacio geográfico y utilizado para otros lugares de la Capitanía General de Venezuela. Resulta interesante observar cómo Rojas abordó el examen de tradiciones, mitos y leyendas que habían nutrido las narraciones históricas hasta, al menos, el 1800 venezolano. Sus narraciones y relatos no sólo fueron tramadas como búsqueda por aclarar confusiones sino de mostrar y mostrarse dentro del ámbito historiográfico. El ejemplo que mostró con las denominaciones utilizadas para identificar personas, así como los nombres utilizados para hacer referencia a lugares geográficos deben ser necesariamente revisados para encontrar un origen y una autenticidad que se supone se encuentran en las huellas del pasado. En términos generales, Rojas ejercitó un tipo de crítica histórica de gran relevancia, aunque muy marcada por el ambiente historiográfico de su tiempo.

Retozos caraqueños

Retozos caraqueños

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Retozos caraqueños

     Bajo este título Arístides Rojas intentó proporcionar una aproximación acerca del espíritu, forma de ser o disposición que, según su visión, eran atributo o característica del venezolano. Así, difundió la idea de acuerdo con la cual la inquietud y veleidad venezolanas habían dado origen a situaciones memorables y necesarias de recordación. En las primeras líneas hizo referencia a un texto compuesto por un historiador español, Mariano Torrente, cuyo título fue: Historia de la revolución hispanoamericana, publicado en Madrid durante 1829. De este autor recordó la idea según la cual Caracas, capital de provincia, había sido el escenario principal de la insurrección americana. Rojas compartió la tesis con la que sustentó que el “clima vivificador ha producido los hombres más políticos y osados, los más viciosos e intrigantes, y los más distinguidos por el precoz desarrollo de sus facultades intelectuales”. A estas ideaciones agregó, según lo había establecido Torrente, “La viveza de estos naturales compite con su voluptuosidad, el genio con la travesura, el disimulo con la astucia, el vigor de su pluma con la precisión de sus conceptos, los estímulos de gloria con la ambición de mando, y la sagacidad con la malicia”.

     Rojas se extendió en aquiescencias para con el historiador ibérico a quien agradeció las palabras de elogio dirigidas a los patricios criollos, “algo bueno, en medio de tanto malo”. 

El venezolano Arístides Rojas es considerado uno de los más notorios divulgadores de nuestra historia

     Para dar fuerza a sus ideas contrastó lo indicado por Torrente con la cantidad de improperios y epítetos que se idearon en contra de Bolívar a quien se había asociado con una personalidad ambiciosa, aturdida, bárbaro, cobarde, déspota, feroz, ignorante, imprudente, insensato, impío, inepto, malvado, monstruo, miserable, perjuro, pérfido, presumido, sedicioso, sacrílego, usurpador y otras del mismo talante. Caracterizaciones muy del momento que abarcó los años de 1810 a 1825, cuando el conflicto bélico mostró la textura de mayor encono y ferocidad entre los bandos en pugna.

     Fueron estas ideaciones en las que se basó para mostrar una percepción que de sí mismo se tenía, entre letrados, publicistas y polígrafos de las particularidades y especificidades de carácter o psicología racial del pueblo venezolano. Rojas aseveró que por “naturaleza” era cierto el hábito y la inclinación retozona, especialmente, “en asuntos democráticos, en cositas de partidos, en percances de intereses políticos, y por éstos hemos podido pasar de una esclavitud tranquila a los contratiempos de una libertad peligrosa”. Esa histórica actitud pícara, traviesa e inquieta la intentó demostrar con ejemplos alrededor de la actitud mostrada por integrantes de los Cabildos o Ayuntamientos ante las autoridades reales en tiempos de la Capitanía General de Venezuela. 

     Hizo referencia a que “nuestros retozos” no correspondieron sólo al año de 1810, porque “los caraqueños se metían en el bolsillo a los gobernadores que de España nos enviaban”, con lo que ratificó un tipo de relación que se estableció entre los reyes y sus súbditos. Esta disposición se convirtió en una práctica común, en la que no fue usual transitar por los ceremoniales establecidos en la legislación de Indias. Reseñó que, en las exaltadas disputas entre los cabildos eclesiástico y político habían sido los caraqueños quienes las habían producido. A este respecto rememoró el tiempo cuando Caracas pasó a depender, en lo civil, del virreinato de Bogotá. En dos momentos de la historia de Venezuela Caracas estuvo adscrita a los mandatos administrativos de Bogotá. En una ocasión cuando fue creado el virreinato en 1717. En otra oportunidad, para 1819, cuando fue fundada la República de Colombia. 

     Rojas se dedicó a narrar lo que “trajeron los retozos caraqueños de 1720 a 1726”. De acuerdo con su exposición, en 1716 se encargó de la gobernación de Caracas Marcos Francisco de Betancourt y Castro, aunque duró poco tiempo en el cargo. Dejó asentado que por “caprichos” mostrados por los reyes españoles desde 1717, Caracas y las secciones de la colonia venezolana, Guayana y Maracaibo, habían sido anexadas al virreinato de Bogotá en lo atinente al plano político, mientras en el religioso pasó a depender del obispado de Puerto Rico. Amén de esta disposición Caracas quedó en orfandad como capital y además con un gobernador con “incoloras” funciones debido a la dependencia creada hacia Bogotá. Según Rojas, “los notables de Caracas no vieron con buenos ojos tal cambio”, sin embargo, continuaron mostrando fidelidad y obedecimiento al monarca de turno. “Una medida tan inesperada respecto de una capital que estaba más cerca de las costas de España que de la ciudad de Bogotá, debía causar disgustos, fomentar intrigas y hasta desacatos”.

     En este orden de ideas, justificó su desconocimiento e ignorancia en lo que respecta a las pretensiones del virrey de Bogotá, don Jorge de Villalonga, acerca de la intención que lo movió a destituir al gobernador Betancourt de su cargo. Bajo este propósito llegó a Caracas con la designación de interino a inicios de 1720, don Antonio de Abreu. No obstante, Betancourt se negó al aducir que el ejercicio del cargo estaba próximo a terminar. Los lugareños que ocupaban el Ayuntamiento buscaron la manera de desconocer al que vieron como un usurpador y nombraron a los alcaldes Alejandro Blanco y Manuel Ignacio Gedler en 1720, y para 1721 hicieron lo propio con el nombramiento de Alejandro Blanco Villegas y Juan Bolívar Villegas, designaciones que fueron comunicadas al rey. Al poco tiempo llegó a Caracas el sustituto de Betancourt, Diego Portales y Meneses, quien se encargó de la gobernación.

     Para 1723, de acuerdo con lo redactado por Rojas, se presentaron en Caracas dos personas comisionadas por el virrey de Bogotá, Pedro Beato y Pedro Olavarriaga quienes con su sola presencia despertaron la inquietud y la desconfianza entre los habitantes de la comarca, en especial porque tenían vinculación con quienes querían instalar una compañía de comercialización en la provincia. Entre las acciones que comenzaron a llevar a cabo fue la de captar la atención de los comerciantes y productores más ricos de la gobernación, acerca de la creación de una compañía de comerciantes de Guipúzcoa y los beneficios que traería para la actividad comercial de la provincia. Según Rojas estas personas acudieron a la exageración de los beneficios que provocaría la instalación de tal empresa en la Capitanía. Las “seductoras noticias” contenían información acerca de las utilidades que se producirían con la Guipuzcoana. Entre la de mayor relieve estaba el incremento de protección prometida por el monarca, un mejor aprovechamiento de la incipiente riqueza del territorio venezolano, llamada para grandes cosas tal como se ha creído a lo largo de la historia nacional, y la eliminación del comercio intérlope fueron algunas de las promisorias y promovidas virtudes que se desplegarían con la instalación de esta asociación económica. 

     Continuó su redacción al poner bajo discusión que las autoridades locales se vieron en la obligación de buscar la forma de impedir que los emisarios del virrey Villalonga continuaran ofertando un destino difícil de llevarse a efecto. Asuntos como el reseñado abrieron nuevas fisuras a la relación dependiente de Caracas con Bogotá. Adjudicó Rojas que asuntos como este y otros de talante administrativo, estimularon “el choque entre dos gobiernos que no tenían por apelación sino la persona del monarca”. Si bien es cierto, Rojas practicó la crítica histórica, como revisión constante de lo considerado y asumido como “una verdad”, no resulta de menor importancia el que sus ideaciones se caracterizaran más por destacar situaciones del presente o lo que sucedería luego, de todo aquello por él examinado, con lo que difundió nuevas creencias, en su momento, basadas en lo que pudiera ubicarse en la percepción de un futuro del pasado. Es decir, la revisión de versiones del pasado para ratificar lo previsto como futuro evidente. O mejor, lo que, para el momento, se había ratificado con testimonios y evidencias convertidas en datos fidedignos.

     Subrayó que el monarca había emitido una real cédula con la intención de proteger al gobernador Portales frente a las pretensiones de Villalonga. Agregó un juicio con el que criticó la actitud del monarca español, porque si la “Gobernación de Caracas estaba subordinada a la de Bogotá, el rey no debía intervenir en hechos que no se habían consumado”. Esta situación le sirvió de base para establecer que tales formas de administrar los asuntos públicos respondían a conveniencias coyunturales y no a una política coherente sustentada en la ley. Sin embargo, Villalonga emitió una orden para que apresaran a Portales a quien el primero acusó de faltar el respeto a sus superiores y por desdeñar los mandatos emitidos desde Bogotá. Por supuesto, al haberse enterado de la decisión del virrey, Portales contestó que no acataría la orden interpuesta, porque el virrey no tenía nada que hacer en los actos ni jurisdicción del gobierno de Caracas.

     La disputa, entre ambas autoridades, tomó cuerpo cuando el ayuntamiento asumió el papel asignado en casos como el descrito por Rojas. El Rey había encomendado la tarea de proteger al gobernador del virrey, en la persona del obispo Escalona y Calatayud. A pesar de este apadrinamiento y el apoyo recibido de algunos notables caraqueños, Portales fue sometido y llevado a prisión. El 25 de mayo de 1724, Portales se fugó de la cárcel y encontró refugio en el templo de San Mauricio. Gracias a la Real Cédula del 5 de mayo de 1724, el obispo debió cumplir el papel de protector del gobernador. De nuevo el rey intervino para exigir al cabildo que debía obedecer las órdenes de Portales. Aunque de nuevo éste fue sometido. Luego logró escapar, por tercera ocasión, para dirigirse fuera de la jurisdicción caraqueña y lejos del virrey que le seguía los pasos. 

     En julio de 1725 llegó otro mandato del rey para que se restituyera al gobernador en su cargo. Pero, ahora en la Real Cédula se exigía la destitución de los alcaldes quienes fueron las verdaderas víctimas de esta disputa y al poco tiempo después de instalada la Guipuzcoana. Rojas llegó a la conclusión de que estos “retozos políticos”, como el señalado líneas antes, provocaron la pérdida de gracia que los caraqueños habían obtenido de monarcas españoles, como aquella en la que dos alcaldes de la capital pudiesen reemplazar la autoridad del gobernador al morir éste o en caso de haber sido destituido, según las leyes en uso. Sin embargo, diez años después, el gobierno español anuló una política heredada de los Habsburgo, como la indicada por Rojas. Años más tarde, “por retozos más o menos apremiantes”, se estableció que de los dos alcaldes sustitutos sólo uno podía ser venezolano, con lo que el “retozo” fue más bien perjudicial.

     En las últimas líneas de su escrito estableció que, todos los retozos de las capitales de ambos mundos, son “inherentes a los pueblos de la raza latina”. Según su percepción formaron parte de las condiciones sociales, “de la lucha constante que trae casi siempre resultados armónicos en el desarrollo general”. Para él, los pueblos que habían transitado largo tiempo a la sombra de la tiranía, “patrocinan estos retozos como expresiones necesarias de la libertad necesaria reconquistada”. Los gobiernos, continuó en su relato, basados en el respeto de la soberanía individual, base de la libertad, “no los persiguen ni los protegen”. La tolerancia política, de un lado, y, del otro, el despliegue de la libertad de opinión y de pensamiento, debían contribuir a disipar inquietudes políticas, religiosas y sociales, que no traspasaran una cierta efervescencia transitoria, “obra del entusiasmo, de la juventud y de las tendencias civilizadoras de cada época”. 

     En términos generales, los retozos, como una actuación plagada de inquietud y de picardías, y que le sirvieron de justificación para su relato lo fueron con el propósito de demostrar que de todo conflicto surgía una solución magnánima. No comulgó con la idea de contradicciones insolubles o antagonismos sin posible solución. Las oposiciones a las que apeló fueron para manifestar que el venezolano era una suerte de síntesis inteligente, si se asume la inteligencia como solución de problemas de variada índole.

José Gregorio en los altares de las iglesias de Venezuela – Parte I

José Gregorio en los altares de las iglesias de Venezuela – Parte I

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José Gregorio en los altares de las iglesias de Venezuela – Parte I

     Tras 72 años de largo proceso de trámites ante las máximas autoridades de la iglesia católica, finalmente el 30 de abril de 2021 todo el pueblo venezolano celebró el ascenso a los altares de José Gregorio Hernández, al materializarse su beatificación. La causa del llamado “Médico de los pobres” inició en 1949, treinta años después de su desaparición física en un accidente de tránsito, ocurrido en Caracas, el domingo 29 de junio de 1919. 

     Lucas Guillermo Castillo, quien entonces era el arzobispo de Caracas, presentó ante el Papa Pio XII la primera documentación que ofrecía testimonio de creyentes sobre las virtudes de Hernández. Veintidós años después, en 1972, se reconocieron los valores cristianos del médico trujillano, por lo que el Papa Pablo VI lo declaró Siervo de Dios. Más tarde, el 16 de enero de 1986, el Papa Juan Pablo II le otorgó méritos como Venerable al reconocer sus virtudes heroicas. Y el 18 de junio de 2020, el Papa Francisco aprobó el decreto de Beatificación, tras comprobarse el milagro de sanación de la niña Yaxury Solórzano.

     El acto de Beatificación de José Gregorio Hernández, quien nació en la población de Isnotú, en la región andina del estado Trujillo, el miércoles 26 de octubre de 1864 y al momento de su muerte contaba 54 años de edad, se celebró en los espacios abiertos del colegio La Salle de La Colina, en Caracas, con restricciones de asistencia impuestas por medidas biosanitarias, debido a la pandemia de coronavirus. Sin embargo, fue una hermosa ceremonia austera, sobria, sencilla y cargada de mucha espiritualidad, seguida por audiencia récord en Venezuela y el mundo a través de transmisiones de televisión en vivo y por las diversas redes sociales.

     Que el acontecimiento de la elevación a los altares del adorado personaje se haya producido en medio de la pandemia que se ha prolongado por más de un año, le dio un especial significado al acto, toda vez que José Gregorio Hernández fue uno de los médicos venezolanos que se fajaron a combatir la epidemia de Gripe española que azotó a Venezuela en los años 1918 y 1919.

El pueblo caraqueño se volcó a las calles para darle el último adiós al Dr. Jose Gregorio Hernandez

Un milagro más y será santo

     La presencia de la niña de catorce años Yaxury Solórzano Ortega fue uno de los elementos que llenó de alegría y esperanza a quienes siguieron la ceremonia. Su caso le dio el impulso definitivo a la beatificación.

     A la edad de 10 años, en la tarde del 10 de marzo de 2017, recibió un balazo en la cabeza en momentos en que su padre era sometido a un atraco en un caserío ubicado en los límites de los estados Guárico y Apure. Ante la gravedad de la herida, con pérdida de masa encefálica, hubo que trasladarla de emergencia a la ciudad de San Fernando para intentar salvarle la vida. 

José Gregorio Hernández, cuarto beato venezolano

     Luego de dos días, se presentó desde Caracas, el neurocirujano Alexander Krinitzky, quien luego de evaluar el caso con el equipo médico, declaró que existían muy pocas esperanzas de que Yaxury alcanzara completa recuperación motriz luego de una operación.

     Carmen Ortega, madre de Yaxury, devota desde niña del Siervo de Dios, le encomendó la vida de su hija, con la plena seguridad de que la ayudaría en tan terrible momento.

     El “Médico de los pobres” se presentó en la habitación. “Tocó a la niña de la cabeza a los pies y luego de los pies a la cabeza. Me dijo: tranquila, no le va a pasar nada. Ese doctor que vino (Krinitzky) soy yo, sus manos son las mías. Ten fe que la niña va a salir bien”, declaró a los periodistas la señora Ortega.

     Nadie se enteró de la conversación hasta cinco días después de la intervención cuando el equipo médico quedó sorprendido por la forma como reaccionó la niña, con normalidad.

     “Casi dos semanas después de la operación, Yaxury se presenta totalmente asintomática, fue una sorpresa. “Esto nos ratifica que ciencia y fe van de la mano, que un bien lleva al otro bien, de verdad nos ha enseñado mucho. Yo me siento honrado, complacido cada vez que veo a Yaxury sonriendo”, afirmó el doctor Krinitzky.

     Las autoridades de la iglesia indicaron durante la ceremonia de beatificación que la documentación de otro milagro completará el proceso de canonización para elevarlo al rango superior, la categoría de Santo.

Una bendición de Dios para Venezuela

     Desde Ciudad del Vaticano, el Papa Francisco se mostró complacido con la elevación a los altares de José Gregorio Hernández.

     Esta beatificación es una bendición especial de Dios para Venezuela” dijo el Pontífice.

     “Nos invita a la conversión hacia una mayor solidaridad de unos con otros, para producir entre todos la respuesta del bien común tan necesitada para que el país reviva, renazca después de la pandemia, con espíritu de reconciliación. Es una gracia que hay que pedir: el espíritu de reconciliación; porque siempre hay problemas en las familias, en las ciudades, en la sociedad, hay gente que se mira un poco de costado, que se mira mal, y hace falta la reconciliación siempre, ¡la mano tendida! Y es una buena inversión social la mano tendida”, señaló la máxima autoridad de la iglesia católica.

     Destacó las virtudes del beato venezolano como “alguien que se nos ofrece a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad, como ejemplo de creyente discípulo de Cristo, que hizo del Evangelio el criterio de su vida, buscó su vocación, observó los mandamientos, participó cotidianamente en la Eucaristía, dedicó tiempo a la oración y creyó en la vida eterna, como dechado de bonhomía personal y de virtudes cívicas y religiosas, de apertura, de sensibilidad ante el dolor, de modestia y humildad en su vida y ejercicio profesional, y también como un hombre amante de la sabiduría, de la investigación, de la ciencia, al servicio de la salud y de la docencia”. Y añade: “Es un modelo de santidad comprometida con la defensa de la vida, con los desafíos de la historia y, particularmente, como paradigma de servicio al prójimo, como un Buen Samaritano, sin excluir a nadie”. José Gregorio Hernández es un hombre de servicio universal”.

Un médico muy generoso

     Desde que se incorporó al sistema escolar a finales del siglo XIX, en su nativo Isnotú, José Gregorio Hernández asomó que sería un estudiante de cualidades sobresalientes.

     A la edad de 14 años, en 1878, se traslada a Caracas para seguir estudios de educación media en el Colegio Villegas, institución de la que egresa en 1882 como bachiller en filosofía.

     En la Universidad Central Venezuela se inscribe con 17 años de edad, en 1882. Finaliza la carrera de seis años, con excelentes notas el 29 de junio de 1888, con el título de doctor en medicina.

     Una vez graduado decide, tal y como le había prometido a su señora madre, Josefa Antonia Cisneros Mansilla, regresar a su pueblo natal para atender a la gente necesitada de Trujillo y sus alrededores. Los médicos rurales de finales del siglo XIX debían lidiar con el azote del paludismo o malaria, enfermedad muy extendida entre la población.

     La experiencia como médico rural duró muy poco. A mediados de julio de 1889, por recomendación del profesor de la escuela de medicina Calisto González, el entonces presidente de la República, Juan Pablo Rojas Paúl, aprueba otorgarle una beca para que viaje a Europa a seguir cursos en materias que permitan modernizar la medicina en Venezuela.

     Ya para finales de ese mismo año está matriculado en la cátedra del profesor Charles Robert Richet, famoso por los cursos que dicta en su laboratorio de París sobre materias como Bacteriología, Histología, Microscopía y Fisiología experimental.

     Un par de años después, en 1891, el doctor Hernández está de vuelta en Caracas. Entonces se incorpora como profesor de la UCV, en las cátedras de Bacteriología, Fisiología e Histología, al tiempo que funda el Instituto de Medicina Experimental y el laboratorio del Hospital Vargas. 

     En el año de 1904 consigue el honor de ser aceptado como Individuo de Número en la Academia Nacional de Medicina.

     A pesar de sus compromisos como médico y docente, el doctor Hernández jamás se aparta del aspecto espiritual. En 1908 renuncia a todos sus cargos en Venezuela y decide viajar a Italia. Ingresa al monasterio de la Cartuja de Farneta, como miembro de la orden de San Bruno. Problemas de salud lo obligan a regresar en abril de 1909 y se reincorpora a las actividades académicas en la UCV.

     En el año 1914 vuelve a Europa e ingresa a un seminario en Roma, pero nuevamente presenta inconvenientes de salud por síntomas de tuberculosis que lo obligan a emprender el regreso y reintegrarse al ejercicio profesional y la actividad académica y docente.

Leonardo Palacios, presidente de La Cámara de Caracas presentó ante LI Asamblea Anual Administrativa de Consecomercio a Tiziana Polesel

Leonardo Palacios, presidente de La Cámara de Caracas presentó ante LI Asamblea Anual Administrativa de Consecomercio a Tiziana Polesel

Leonardo Palacios, presidente de La Cámara de Caracas presentó ante LI Asamblea Anual Administrativa de Consecomercio a Tiziana Polesel

     Nuestro presidente Leonardo Palacios hizo la presentación ante LI Asamblea Anual Administrativa de Consecomercio de Tiziana Polesel, electa por unanimidad nueva presidenta de esa organización gremial.

El pensamiento político y jurídico de la Independencia

El pensamiento político y jurídico de la Independencia

El pensamiento político y jurídico de la Independencia

     La Academia de Ciencias Políticas y Sociales se complace en auspiciar este foro sobre el pensamiento político y jurídico de la independencia venezolana.

     El objetivo de esta video conferencia consiste en difundir las ideas fundantes del republicanismo venezolano y los principios siempre válidos del constitucionalismo y la democracia, que en su día desmontaron el despotismo y la tiranía como negaciones de la libertad.

     Por sobre todo resaltar que el proceso independentista en Venezuela fue pensado y ejecutado por civiles, para producir las ideas y documentos esenciales que fundamentaron el cambio político, jurídico y administrativo que derivó en la fundación de la república y la extinción del nexo colonial monárquico. Al frente de ese proceso ideológico estuvieron las mentes brillantes de varios juristas patrios, padres civiles de la República, una auténtica ilustración vernácula, entre los que descolló la inteligencia de Juan Germán Roscio, Francisco Javier Yanes y Francisco Isnardi.

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