Preludios de La Asonada

Preludios de La Asonada

Los días previos a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez fueron de gran agitación social. Los estudiantes jugaron un papel importante en la lucha por la democracia. Los partidos políticos y sus dirigentes estuvieron a la altura del compromiso. Los militares supieron desempeñar el papel que les corresponde como garantes de los intereses del pueblo.

El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil

El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil.

     El anuncio de la sustitución de las elecciones ordinarias por un plebiscito (hecho ante el Congreso por el Gobierno en agosto de 1957) sembró el descontento en los sectores de opinión venezolanos agrupados en partidos y actuantes en la clandestinidad, que vieron en ello un claro propósito de burlar la voluntad popular y escamotearle el ejercicio de la soberanía, para prolongar durante cinco años más un mandato que, en su concepto, tuvo origen viciado.

     Precisa ser justos, colocarse en posición de imparcialidad, para historiar el acontecer venezolano. Nuestro pueblo tiene una psicología extraordinariamente anárquica, que no se ajusta a los moldes clásicos de la idiosincrasia. 

     Los venezolanos sorprendemos siempre con gestos y actitudes inesperadas. Podemos decir, sin exagerar, que nosotros trillamos las rutas de la vida cargados con un inagotable bagaje de imponderables. ¡Es la pesada herencia de una pluralizada mezcla de sangres, es la consecuencia de un atavismo híbrido. . .!

     En 1957 nuestro pueblo era una contradicción viviente. Estaba satisfecho porque tenía trabajo, disfrutaba de ciertas comodidades, no lo punzaban los aguijones de la miseria. El clima de seguridad impuesto a la fuerza atraía al inversionista extranjero y comenzaban a surgir industrias y se anunciaba una serie de proyectos para el establecimiento de otras. Todo eso en medio de altos precios del petróleo, lo que le permitía a la dictadura gozar de ingentes ingresos económicos.

     Pero, al lado de esa satisfacción material, florecía el descontento y regaba inquietudes. El pueblo sentía nostalgia de su libertad, condicionada a la voluntad del gobernante. Echaba él en falta su alimento espiritual máximo: la crítica, el derecho a censurar sin temor, sin pensar con el corazón encogido en si habría a su vera algún esbirro anotando las palabras que podrían proporcionarle luego vacaciones ingratas en Guasina o en Ciudad Bolívar, tras un fecundo paso por los sótanos de la Seguridad Nacional. Lamentaba él la ausencia de un manjar matutino: el periódico sin mordaza, decidor y zahiriente, buscador de fallas y señalador de abusos.

     En este terreno abonado trabajaban los agricultores de la política, talando y quemando escrúpulos, regando la simiente de la rebeldía.  Y la germinación se estaba cumpliendo excelente, promisora, augurante de una cosecha espléndida. Solo faltaba un aguacero que vigorizara la tierra y apresurara el cuajo de la cosecha. Y esa lluvia llegó en forma de plebiscito.

El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, estalló una insurrección militar

El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, estalló una insurrección militar.

Etapa inicial de las acciones

     El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil. En la Universidad Central de Venezuela (UCV) se dio el grito de rebeldía coreado por muchos otros gritos. La conciencia nacional despertaba en su célula más vigorosa. Y adivino el gesto gratificante: la huelga. El Alma Máter entró en receso. Las cátedras supieron de la ausencia de profesores y alumnos. La voz aleccionadora, la que a diario vertía el conocimiento en las mentes, fue sustituida por la que proclamaba consignas revolucionarias y repetía con palabras criollas, con inflexiones criollas, con criollos propósitos, el tradicional e incendiario llamamiento al combate de pueblo contra gobierno, de gentes inermes contra gentes armadas, del palo y la cabilla contra el fusil, la ametralladora y la granada.

     La voz rebelde salió a la calle y encontró ecos en los liceos y la parvulada retó al gobierno, ofreció el pecho a las balas, convirtió los pupitres en trincheras y en baluartes las aulas. Y de los recintos de la docencia, la llama se extendió. 

     Un grupo de intelectuales aventó el temor y firmó un Manifiesto reivindicador de la libertad, de la justicia, de la soberanía popular burlada, del derecho, de la dignidad vejada. Y sus palabras tuvieron resonancia y enardecieron al obrero, que cerró filas y esperó impaciente la llegada de la hora cero.

     Una entidad misteriosa, envuelta en impenetrable manto de clandestinidad, comenzó a echarle leña a la hoguera y a extender el incendio: la Junta Patriótica, que le hablaba al Pueblo en nombre del mismo Pueblo y llenaba las calles metropolitanas con volantes inmpresos de literatira subversiva. El clima impulsaba el termómetro hacia cifras cada día más altas.

Interludio militar 

     El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, vio rota la virginidad del cielo caraqueño por pájaros de acero que lo surcaban raudos, atronando con sus motores a reacción y con el crepitar de las ametralladoras. Explosiones de bombas se dejaron oír por los lados de la urbanización El Conde y encontraron ecos en el presurosos disparar de las defensas antiaéreas.

     El pueblo se encrespó y sintió en los pies la comezón que impulsa a marchar hacia el punto neurálgico, hacia la posición clave. ¡Había estallado la insurrección militar! Y las noticias comenzaron a correr de boca en boca y a crecer y agigantarse como bolas de nieve en su avance irruptor por las calles, plazas y hogares. ¡Maracay, la plaza militar más fuerte de la República, se había sublevado! Columnas cerradas de infantería y tanques avanzaban hacia Caracas. . . ¡Los Teques en poder de los rebeldes. . .! Y se citaban nombres: Los tenientes coroneles Martín Parada y Hugo Trejo eran los jefes. Y Castro León, el militar que nació conspirando y morirá conspirando, pero sin rematar jamás las acciones, secundaba el movimiento. ¡Y nombres y más nombres se iban engarzando en lista de Oficiales grata al oído. . .!

     Más, la acción defensiva del régimen, dio frutos raudos. Inopinadamente, la Radio Maracay, tribuna de los insurrectos, comenzó a hablar en el lenguaje seco y amenazante del gobierno.

     Se pedía la rendición incondicional de los últimos focos de resistencia en aquella plaza. Y luego la voz del jefe vencido, intimando a sus compañeros atrincherados en Los Teques para que depusieran las arma. Y en lomos de las ondas hertzianas, a través de los micrófonos de la Radio Nacional, cabalgaba la voz del jefe del Estado, advirtiendo que serían aniquilados quienes persistieran en la “descabellada intentona”.

     Los tanques que venían desde la capital mirandina hacia Caracas, dieron media vuelta e iniciaron el retorno en fuga. Los “héroes” leales hacían llegar partes triunfales al Comando de Caracas. El entonces jefe de Relaciones Públicas del MOP, anunciaba que había minado la autopista, en el sector cercano a Pipe, y acumulado en ella la maquinaria pesada de la construcción, para frenar el avance de los “traidores”.  La gesta estaba perdida. El sacrificio había sido estéril.

El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

Paréntesis dubitativo

     Pero, el fuego no había sido totalmente extinguido. La capa de cenizas, de escaso espesor, apenas si podía ocultar la presencia de brasas encendidas. Y, así, en el decurso de los días siguientes, se engarzaron los sucesos del collar cuyo broche de cierre estaba forjándose en la fragua de la historia.

     El 10 de este mismo mes de enero, se anuncia la constitución de un nuevo Gabinete: Interiores, Luis Felipe Llovera Páez (¡destituido Laureano Vallenilla!); Exterior, Carlos Felice Cardot; Hacienda, Giacopini Zárraga; Defensa, Rómulo  Fernández; Fomento, Carlos Larrazábal; Obras Públicas, Oscar Mazzei Carta; Educación, Néstor Prato (la muchachada estudiantil lo celebró soltando un burro en El Silencio con un cartel donde decía: “Yo soy el Ministro de Educación”); Sanidad, Pedro Gutiérrez Alfaro; Agricultura, Luis Sánchez Mogollón;  Trabajo, Carlos Tinoco Rodil; Comunicaciones, José Guerrero Rosales; Justicia, Héctor Parra Márquez; Minas, Edmundo Luongo Cabello; Gobernación del Distrito Federal, Oscar Ghersi Gómez.

     El mismo día toma posesión de la jefatura suprema de la Seguridad Nacional, el coronel José Teófilo Velásquez (¡Había caído Pedro Estrada, el Cancerbero del régimen, ¡y con él diez años de historia siniestra. . .!) Y surge a la actualidad otro nombre, predestinado a llenar páginas de periódicos, a crear mística inconsciente a su alrededor, a legalizar el despilfarro, a atizar el odio, a hacer correr la sangre, a adulterar el sentido y futuro del 23 de enero: ¡Wolfgang Larrazábal es designado comandante de las Fuerzas Navales. . .!)

     El 13 un rumor rompe las frenadas murallas de la censura y se extiende por los ámbitos citadinos y los tramonta y corre veloz como repique de campanas hacia la provincia: Pedro Estrada marchó al exilio y detrás de él se fue Laureano, el hombre fuerte después del fuerte hombre de Michelena. Y, sorpresivamente, el 14, un nuevo cambio en el Gabinete: Antonio Pérez Vivas sustituye en Interiores a Llovera Páez, quien pasa a Comunicaciones; Pérez Jiménez asume la Cartera de Defensa y Rómulo Fernández es detenido y conducido posteriormente a Curazao, y el doctor Humberto Fernández Morán echa las bases de una desdicha injusta al aceptar el Ministerio de Educación. El comandante Guillermo Pacanins se encarga de la Gobernación de Caracas. 

      El 15, los muchachos liceístas del “Andrés Bello” reeditan acciones callejeras. El gobierno le hace planear por agentes policiales y moviliza contra ellos las mangueras del INOS. No hay disparos. El 16 epiloga la insurrección estudiantil. Fernández Morán clausura el Liceo “Andrés Bello”, hace un llamamiento a la cordura y esboza la apología de la energía atómica. Hojas distribuidas profusamente por la misteriosa e inubicable Junta Patriótica, convocan a la huelga para fecha inmediata.

     El amanecer del día prefijado, está presidido por la angustia y la inquietud. En el ambiente flota algo amenazador. Se palpa la inminencia de lo inusitado. Las gentes caminan pavorosas por las calles, ven por encima del hombro con suspicacia y adquieren provisiones de boca. Los abastos se vacían vertiginosamente.

     El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

FUENTES CONSULTADAS

  • Revista Elite. Caracas, 26 de enero de 1963.

Interioridades del “Barcelonazo”

Interioridades del “Barcelonazo”

Por Víctor Manuel Reinoso

     “Cuatro años después del “Barcelonazo”, en 1965, los presos continuaban defendiéndose de los 30 años de cárcel que ha pedido el fiscal militar. En el cuartel de Barcelona, el 26 de junio de 1961, murieron 18 personas, pero la justicia militar no se ha interesado por establecer quién los mató. Los abogados dicen que los jefes máximos de ese movimiento fracasado están en libertad. Vivas Ramírez y Massó Perdomo son los oficiales retirados a quienes les han sumado varios expedientes. El “Barcelonazo” fracasó porque el gobierno comenzó a detener a los implicados el 30 de mayo de ese año.

     El 26 de junio fue sábado. Para un centenar de venezolanos fue el aniversario de algo triste. Como ya es costumbre, un grupo de familiares y amigos acudieron a un funeral en memoria de Tony Pérez. Ese día se cumplieron cuatro años de su muerte. Pero Tony Pérez fue solo uno de los 18 muertos del “Barcelonazo”.

     Del “Barcelonazo”se ha escrito bastante. El golpe que tuvo por escenario el cuartel “Pedro María Freites” de Barcelona, se produjo el lunes 26 de junio de 1961. Ese amanecer, y por 6 horas, los insurrectos fueron los dueños de la situación en la capital de Anzoátegui. Pero más tarde todo se acabó.   Los conjurados habían soñado con que Cumaná, Maturín, Ciudad Bolívar, La Guaira, Maracay, Valencia y Maracaibo respaldarían el golpe que terminaría con el régimen de Betancourt.

     Y eso fue lo que no sucedió.

El comandante Oscar Tamayo Suárez, sindicado de ser el jefe del “Barcelonazo”, nunca fue hecho prisionero

El comandante Oscar Tamayo Suárez, sindicado de ser el jefe del “Barcelonazo”, nunca fue hecho prisionero.

     Cerca de las nueve de la mañana, cuando, los oficiales que habían estado con los alzados se dieron vuelta hacia el gobierno, sobrevino una matanza en el patio del Cuartel Freites. Dieciocho hombres que se habían sumado al golpe fueron masacrados dentro del cuartel. Todos eran civiles. Quienes dispararon contra ellos fueron los soldados. Cuatro años después, los, protagonistas de esa intentona, siguen presos. En el Consejo de Guerra han pedido para ellos 30 años de prisión, mientras uno de los oficiales, considerado como uno de los jefes del alzamiento, fue puesto en libertad. El Mayor Vivas Ramírez y el Capitán Massó Perdomo, quienes tomaron el cuartel de Barcelona, están en el Cuartel San Carlos. Sus juicios, actualmente, están en la evacuación de pruebas. Y mientras los abogados esperan que haya un sobreseimiento general, los expedientes se llenan de alegatos. Los pocos que han salido en libertad se niegan a contar su participación en el “Barcelonazo”.

     Los mismos urredistas, que en junio de 1961 fueron sindicados de estar aliados con los insurrectos, a esta altura tampoco quieren hablar del asunto porque pertenecen a la Ancha Base.

     El “Barcelonazo”, sin embargo, tiene sus novedades, a pesar del tiempo que ha transcurrido. Sus organizadores lo planearon tanto o más que el golpe del 20 de abril del 60, abortado en San Cristóbal, tanto o más que el atentado del 24 de junio del 60, que estuvo a punto de mandar a Betancourt al cementerio.

     ¿Por qué el “Barcelonazo” se acabó apenas comenzó el día?

     La respuesta es simple.

     Porque el gobierno esperaba ese golpe. Sus servicios policiales habían comenzado a dar caza a los conspiradores con un mes de anticipación.

     Los venezolanos fueron despertados el lunes 26 de junio de 1961 con la noticia de que un grupo de Oficiales había tomado el Cuartel Freites de Barcelona. Pero mientras la ciudadanía se quedaba esperando noticias, el gobierno ya sabía quiénes eran sus protagonistas y solo faltaba por saber cómo iban a terminar.

     Después de la intentona del general Castro León en San Cristóbal y del atentado de “Los Próceres”, el gobierno de Betancourt no había perdido de vista a un grupo de oficiales y civiles. Entre los oficiales estaba el teniente coronel Oscar Tamayo Suárez, todo un personaje en la época de Pérez Jiménez. Cuando Tamayo entró a Venezuela para intervenir en el golpe fijado para el año 61, los servicios secretos del gobierno no tardaron en saberlo.

     Y el 30 de mayo de 1961, cuando un grupo de opositores se aprestaban a reunirse en un apartamento del “23 de Enero”, el SIFA comenzaba los allanamientos. A las 5,30 de la tarde de ese 30 de mayo, una comisión de esta Policía Militar se dirigió al bloque 24 del “23 de Enero” y allanó en seguida el apartamento 615 de la letra B, detuvo a un grupo de personas cuyos nombres se pasaron a expedientes, y decomisaron 4 subametralladoras M-2 calibre 30 y una carabina M-1 calibre 30. Uno de los detenidos alcanzó a lanzar una pistola por una ventana. Virgilio Carrera Aray, a cuyo nombre estaba ese apartamento, fue detenido poco después, cuando llegaba a él y dijo que se lo había dado prestado a Juan Bautista Rojas sin saber que lo utilizaria en reuniones secretas.

     El SIFA estaba bien dateado. Sabía que en esa reunión iban a detener a Adolfo Meinhart Lares, un civil que había entrado clandestinamente al país en diciembre del 60. Juan Bautista Rojas declararía después que a esa reunión acudiría el Mayor (R) Vivas Ramírez, fugitivo del 7 de septiembre del 58; el Capitán Massó Perdomo, a quien Pérez Jiménez había hecho preso el 1° de enero del 58 y el Teniente Hugo Barillas. Rojas se había encargado de llevar esas armas al apartamento para que sus amigos se protegieran. Y el mismo Rojas se iba a encargar de llevar a esta gente a la reunión. ¿Por qué el SIFA no lo detuvo esa misma tarde? Porque Rojas, “Rojitas”, que también se hacía llamar “Cruz”, tenía un aparato de radio que sintonizaba las radios de la Digepol y del SIFA. Cuando ya iba a salir en busca de sus jefes en un Volkswagen negro, escuchó que el apartamento 615 estaba siendo allanado. Rojas y los invitados especiales pasaron un rato después no lejos del sitio del allanamiento y solo se devolvieron cuando se convencieron que habían sido delatados por alguien.

     Allí mismo la policía comenzó a llenarse de nombres y después, cuando la mayoría de ellos ya estuvieron presos, les cargarían 16 atentados terroristas.

     El mismo 30 de mayo, por la noche,después de interrogar a los primeros detenidos, otra comisión del SIFA salió hacia la calle Bolivia, de los Flores de Catia, y allanó la quinta “Carolina”, donde encontró un lote de armas, comenzando por 5 subametralladoras, 8 rifles, 13 fusiles, varias escopetas, 6 cajas de dinamita y proyectiles. Entre la lista presentada por la comisión también aparecieron 50 uniformes de la Guardia Nacional , cizallas y documentos. El propietario de esta casa, Luis Coello Ron, declararía después que él le había arrendado su quinta a Rojas.

El capitán retirado Masso Perdomo cuando salía hacia el exilio. Es el del maletín, a quien abraza su madre, y avanza rodeado de policías

El capitán retirado Masso Perdomo cuando salía hacia el exilio. Es el del maletín, a quien abraza su madre, y avanza rodeado de policías.

     Pero la cacería de enemigos del régimen seguía. El 9 de junio del 61, gracias a la información de los detenidos y los papeles encontrados en los allanamientos, fue la Digepol la que se dirigió en la noche hacia la Plaza Altamira con el propósito de allanar el pent-house del edificio “Cadora”, donde habían tenido noticias de que podían encontrar escondido a Tamayo Suárez. Pero en el pent-house de Luis Alfonso Osorio no encontraron al ex-Comandante de la Guardia Nacional. La comisión de la Digepol, de la cual formaba parte su propio director, Santos Gómez, bajó entonces por las escaleras tratando de dar con el fugitivo. Ya estaban en el segundo píso sin encontrar a nadie, cuando vieron una maleta abandonada en el pasillo del edificio. La revisaron enseguida y encontraron una serie de papeles que iban a proporcionar otras pistas, una subametralladora Mudsen y una pistola Browning.

     ¿Por dónde había escapado Tamayo Suárez?

     La policía lo vino a saber mucho después: el Comandante Tamayo había bajado por un ascensor interno.

     Pero la Digepol no había terminado su tarea esa noche del 9 de junio del 61. Después de abandonar el edificio “Cadora” con una maleta, la comisión se dirigió hacia La Pastora y allanó la casa N° 197, ubicada entre Santa Ana y San Pascual. Allí fueron detenidos Juan Bautista Rojas y Noel Flaviano Ayala Bocaranda. Debajo de un colchón, los policías dijeron haber hallado dos subametralladoras, y en la maleta, 5 revólveres, una pistola y dos granadas.

     Después de esto, la policía perdió el rastro de los cosnpiradores.

     Pero el golpe ya estaba casi debelado. “Rojitas”, acusado de ser el encargado de ganar civiles para el golpe y de reunir las armas que los oficiales retirados conseguían en distintas dependencias del ejército, había sido detenido. Tamayo Suárez seguía en libertad, pero la gente partidaria de un golpe no lo aceptaba como cabecilla. Cuando en junio se reunió con algunos conjurados en los Palos Grandes, éstos le dijeron que lo mejor que podía hacer era salir del país. Entre los que le dijeron eso estaba Luis Nouel, quien había entrado en marzo al país, y los capitanes Sánchez Mogollón y Massó Perdomo.

     Pero Tamayo Suárez no salió del país sino un mes y 7 días después del “Barcelonazo”.
Gustavo Adolfo Chirinos González, otro de los indiciados por el “Barcelonazo”, declaró en agosto del 61, cuando fue detenido, que unas 2 semanas antes de lo de Barcelona había sido llamado por, Luis Nouel, citándolo para el apartamento 52 de las Residencias “Mónaco”, frente a Televisa. Chirinos dice que se sorprendió porque no sabía que Nouel estuviera en el país. “Estando yo en el mencionado apartamento me dijo que se avecinaba un movimiento muy grande. . .” El día 25 de junio, Nouel lo citó para el mismo apartamento y a las 11 de la noche le dijo que el movimiento era esa noche. Poco después llegó allí Adolfo Meinhardt con el “Loco Altuve”: “Como a las 12 de la noche me dijeron que yo era el candidato para manejarles un carro, ya que se iban a ir en un convoy para Barcelona”. Chirinos aceptó. Pero un par de horas después llamaban a Meinhardt Lares para decirle que el movimiento había fracasado. La aviación ya no podría sobrevolar Caracas al amanecer del lunes 26, como se había previsto. Meinhardt, cuando fue interrogado, agregaría que la señal definitiva la iba a dar el lunes 26 de junio, entre 5 y media y 6 de la mañana, el Teniente Coronel Martín Parada, cuando pasara en un vuelo rasante sobre Caracas en un B-25.

     ¿Es verdad todo esto?

     El comandante Parada ha declarado que todo este plan jamás existió. Pero los demás dicen que la toma de Maiquetía fracasó y la autopista fue cerrada. Tamayo Suárez, rechazado por muchos oficiales andinos, la noche del golpe se hallaba en Maturín. Su papel era tomar ese cuartel, cuyo Comandante esa noche, quebrantado, dormía en su casa. Pero Tamayo creyó que se trataba de una emboscada y prefirió no hacer nada. Por la mañana, cuando escuchó que en Barquisimeto sí habían tomado el cuartel, trató de llegar hasta allí, pero en el camino ya recibía la noticia por radio de que el golpe era un completo fracaso. Torció el rumbo y logró, una vez más, salvarse de la policía.

     Solo en Barcelona las cosas resultaron bien. Pero no por mucho tiempo.

     El mayor Fidel Parra Rodríguez, comandante del cuartel “Pedro María Freites”, había celebrado el 24 de junio, Día del Ejército, en compañía de sus soldados y las autoridades locales. Como el cuartel carecía de vajilla consiguió una con el capitán Tesalio Murillo, que vivía cerca del cuartel y acababa de volver de Caracas, donde hacía un curso para ser ascendido a Mayor el 5 de julio.

     Eso fue un sábado. Por la noche hubo una velada. Pero el mayor Parra salió en la mañana del domingo para Caracas porque la tarde del sábado había recibido un telegrama, donde le ordenaban que compareciera a Caracas, donde lo condecorarían con la Cruz de las Fuerzas Terrestres.

     Por eso, al mediodía del domingo 25, cuando el Mayor (R) Luis Alberto Vivas Ramírez y el Capitán (R) Rubén Massó Perdomo llegaron a Barcelona, tenían el campo libre. Pronto se reunieron con el Capitán Tesalio Murillo, a quien habían visto en Caracas. La reunión fue en las afueras de Barcelona, en una propiedad de los hermanos Mayor Meneses, cuñados del Capitán Murillo, ex comandante de la guarnición militar de Barcelona.

     El capitán Murillo entró en el Cuartel “Freites” a las 7,30 de la tarde del domingo 25 de junio de 1961. Salió y regresó 15 minutos después, acompañado por dos civiles. Al Subteniente Ramón Carrasquel se los presentó como primos. La tropa se entretuvo viendo una película. Después que terminó, Murillo le dijo a Carrasquel que mandara a buscar a los oficiales que estaban fuera. Carrasquel preguntó para qué. Murillo no le dio razones. Antes de que llegaran los oficiales, se presentaron unos civiles y el Capitán Murrillo, y de acuerdo con la versión de Carrasquel, los hizo pasar al Casino de Oficiales. Cuando todos los oficiales, a excepción del Subteniente Carlos Prato Martínez, estuvieron presentes, el capitán Murillo les explicó que se iban a dar un golpe militar que tenía comprometidos en varias ciudades. A ellos, los oficiales, les quedaban 3 caminos: unirse a los alzados, mantenerse neutrales o ir contra ellos. A uno de los civiles que lo acompañaban lo presentó como el Capitán Rubén Massó Perdomo. El otro era Ernesto Azpúrua. Después de esa reunión cada suboficial se fue a su habitación, vigilado por civiles. A las 3 de la madrugada del lunes 26 los subtenientes fueron despertados. El capitán Murillo arengó a la tropa y a los suboficiales les dio diversas comisiones: al Subteniente Luis Branchi Rodríguez ordenó que se encargara de la defensa circular del cuartel; al Subteniente Emilio Arévalo Braasch, que tomara el Aeropuerto; al Subteniente José Benito Querales, que fuera al cruce de Lechería; y al Subteniente Eleazar Flores León le ordenó que fuera a la ciudad y tomara la Digepol, la PTJ y la Policía Municipal.

Comandante (R) Martín Parada: en el expediente del “Barcelonazo” han declarado que él debía dar la señal sobrevolando Caracas al amanecer del 26 de junio de 1961

Comandante (R) Martín Parada: en el expediente del “Barcelonazo” han declarado que él debía dar la señal sobrevolando Caracas al amanecer del 26 de junio de 1961.

     De acuerdo con las declaraciones de Carrasquel, antes de que estas comisiones salieran ya habían comenzado a entrar civiles que fueron provistos de uniformes y armas. El Mayor Vivas Ramírez, de uniforme y ametralladora, entró a las 5.15 con el Capitán Enrique Olaizola; se hizo cargo del Comando mientras las patrullas salían a tomar lugares claves y a detener a personajes locales. Solórzano Bruce era el Gobernador. Poco después de las 5, en su residencia de Lechería, en el camino a Puerto La Cruz, ya estaba detenido con sus 6 guardias. Pidió que lo dejaran en su dormitorio porque se hallaba enfermo. Sus captores habían cortado los alambres del teléfono, pero el Gobernador tenía su teléfono adentro. Llamó a Canache Mata pero éste no le contestó. Ya había sido detenido. Al no conseguir al Secretario de Gobierno, ubicó a Efraín Landa, Director de Relaciones Interiores. La radio “Barcelona” ya transmitía el manifiesto de los alzados. El Gobernador pudo llamar al Comandante de la Guarda Nacional de Puerto La Cruz. Este le habló de rescatarlo por la playa, con una lancha. Landa, después de dar la noticia a Caracas, se fue a la casa de su jefe, pero fue detenido. Pronto lo llevaron al cuartel con Solórzano, donde ya estaba Canache Mata.

     El subteniente Carrasquel declaró después que él, Brachi Rodríguez y Prato Martínez eran vigilados por los civiles armados, pero que en un momento de descuido le dijeron a la tropa que se colocaran de a dos junto a cada civil y de a 3 junto a cada oficial alzado para recapturar el cuartel al primer descuido. Mientras las radios daban noticias contradictorias, el Teniente Coronel Ramón Blanco González, jefe de la Proveeduría de oriente, salió hacia Lechería a comunicarles el asunto a los Subtenientes Querales y Arévalo.

     A las 8 de la mañana se estaba amontonando la gente frente a la casa de AD. Ya se decía que los aviones bombardearían el Cuartel y el destructor “Almirante Clemente” había recibido órdenes de acercarse a Puerto La Cruz.

     Un par de horas después cuando Murillo y Massó salieron a la calle, llegó el momento de volverse hacia el lado del Gobierno. El Capitán Olaizola fue el primero en ser detenido. El cabo Porfirio Trías Díaz hizo preso a Vivas Ramírez. Inmediatamente comenzaron los tiros. Todos los civiles, aunque uniformados, se distinguían por una insignia en el brazo. El Subteniente Luis Brachi Rodríguez, dijo en sus declaraciones: “Los civiles, al ver detenido al Mayor Vivas Ramírez, comenzaron a disparar. La tropa contestó el fuego, dominándolos, luego de causarles muchas bajas entre muertos y heridos”. Y Carrasquel no fue más explícito: “Aprovechando el momento en que los Capitanes Massó y Murillo salieron de este Cuartel, fue dada la voz de ¡Ya! Y apresados el Mayor Vivas Ramírez y el Capitán Olaizola, quien también había entrado a este Cuartel. A tiempo que esto ocurría hubo una descarga que dejó un saldo de varios muertos, pero lográndose recapturar el cuartel. Poco después apareció aquí el Subteniente Prato Martínez trayendo presos a los capitanes Murillo y Massó”.

     Lo curioso de ese instante, el más discutido del “Barcelonazo”, es que los civiles fueron los que comenzaron a disparar, pero ningún militar resultó herido. Los civiles, en cambio, cayeron como moscas. Allí murieronn 16 y solo 7 resultaron heridos. En la calle habían muerto otras dos personas . Así los muertos aumentaron an 18.

     Los prisioneros, entre los que estaban Solórzano, Canache y Landa, estaban en el corredor en el momento de la matanza y creyeron que no iban a salir con vida. Se arrojaron detrás de las vieja sillas. Landa resultó con una bala en el tórax. El Gobernador Solórzano dijo que encomendó su alma a Dios cuando alguien lo apuntó, pero entonces alguien gritó: “¡A ellos no, son los gobernadores!”

     Ese día fueron detenidos más de cien personas. Por la tarde, mientras los deudos lloraban a sus muertos, algunos con más de 20 balas en el cuerpo, los detenidos fueron trasladados a Caracas.

Las investigaciones siguieron. Se dijo que se investigaría quién había provocado la matazón del cuartel Freites, pero eso no se hizo.

     El 3 de agosto del 61 una comisión de la Digepol mandada por Octavio Corales acudió a la avenida Juan Bautista La Salle a allanar el apartamento 52 de las “Residencias Mónaco”. En la calle detuvieron a Gustavo Adolfo Chirinos y Sixto Gerardo Reiles Piñero, quienes, según la policía, le cambiaron placas a un Mercedes Benz en el que irían enseguida al Hospital Militar a rescatar unos prisioneros. Cuando subieron al apartamento del quinto piso detuvieron a Luis Emilio Nouel Alonso, a Thelmo Naranjo, estudiante dueño del apartamento; el Capitán Simón Sánchez Mogollón y al Sargento Técnico Víctor Colmenares que se había fugado de la Escuela Militar; a Esteban Marcano Guerra y Eliseo Arcila.

     Adolfo Meinhardt Lares fue detenido después. El habló de los sitios donde habían tenido reuniones con los conjurados, y que le había pedido a Tamayo Suárez que se marchara porque la mayoría no quería nada con él. En el mismo mes de agosto fueron allanados el edificio Sucre, de la avenida Francisco de Miranda, donde hallaron algunas armas e insignias que se habrían usado en Barcelona; también el edificio “Los Médanos”, donde encontraron dinamita en el estacionamiento. Pero ese edificio de la avenida Las Palmas, de Boleíta, no fue el último allanado. La quinta “Linda”, de Los Chorros, también fue allanada y decomisaron otro poco de dinamita.

     Por esto es por lo que una treintena de personas siguen detenidas. Y los abogados, aunque han alegado que la pena pedida por el Fiscal es ilegal, confían en una absolución. Alegan que los muertos del “Barcelonazo” no fueron hechos por sus defendidos sino por los soldados que en ese momento se dieron vuelta al Gobierno.

     Massó Perdomo, poco después del “Barcelonazo” escribió, lleno de indignación: “La prensa capitalina afirmó que oficiales y soldados de la democracia reconquistaron el Cuartel, pero nadie señaló que horas antes, esa misma oficialidad al mando de sus tropas, desarrolló un plan que culminó con la ocupación militar de Barcelona. Entonces no eran soldados de la democracia: eran hombres de un movimiento que podía asomarse a la historia, pero cuya pequeñez no alcanzó a integrar la grandeza de los fines con el desprendimiento del corazón”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 3 de julio de 1965. Págs. 32-35

Núñez Ponte: Maestro caraqueño

Núñez Ponte: Maestro caraqueño

José Manuel Núñez Ponte (1870-1965), meritorio educador y guía de varias generaciones de venezolanos. Director de la Academia Venezolana de la Lengua (1941-1964)

     “Vigilias en la penumbra de las aulas de aquel Colegio Sucre, ubicado en el centro de Caracas y luego en los Dos Caminos, tan suyo y tan venezolano forjando con sus sabias enseñanzas a los hombres que luego harían una parte de la historia patria. Recuerdos perdidos en un mundo pedagógico de vertical existencia, cerebro privilegiado de voluntad monolítica y disciplina férrea. Ejemplar vida de patriota, donde se forjaron tres generaciones y con una pléyade de ciudadanos ilustres.

     Esa obra ingente, fecunda y valiosa se debe al preclaro educador y presidente de la Academia de la Lengua, doctor José Manuel Núñez Ponte.

     Con él se fue toda una Venezuela histórica, con sus intérpretes y escenarios pintorescos de aquella Caracas que cantara emocionadamente el poeta Juan Antonio Pérez Bonalde y que nos legara magistralmente en un puñado de recuerdos el desaparecido cronista de la ciudad, don Enrique Bernardo Núñez, también discípulo del ilustre educador caraqueño.

     El doctor Núñez Ponte, con la perseverancia de su esfuerzo en “ser útil”, la vigorosa estructura de su espiritualismo y su acendrado sentido religioso, dentro de la formación de un ideal patriótico, con la misma trayectoria de nuestros Libertadores, efectivamente, consiguió la cumbre de la gloria en “ser grande”.

Núñez Ponte fue un insigne educador y escritor. Los temas predilectos de su pluma fueron la historia, la religión, el lenguaje y la literatura.

Núñez Ponte fue un insigne educador y escritor. Los temas predilectos de su pluma fueron la historia, la religión, el lenguaje y la literatura.

Nace un educador

     El 5 de mayo de 1870, entre las esquinas de Esmeralda y Mirador, en la casa marcada con el número 93, llegó al mundo un niño con la débil constitución física que pregona ya heraldos de muerte. Sin embargo, al correr del tiempo se convertirá en ejemplo maravilloso de una existencia longeva y ejemplar, a casi un siglo de aquella tarde caraqueña. Los atribulados padres que vieron con este nacimiento, la alegría incompleta en un hogar junto a sus hermanos, poco a poco tuvieron la inmensa satisfacción de verlo desarrollar, no ya solo física, sino intelectualmente con una rara disposición para las cosas, poco común en un infante de tan cortos años. Habían transcurrido cinco años de cuidadas y esmeradas atenciones para que aquella salud, harto quebrantada, recobrara el vigor que su precaria constitución necesitaba.

     El joven Núñez Ponte inició los estudios superiores en el Colegio Sucre, que fundara otro benefactor de la pedagogía nacional: el doctor Jesús María Sifontes. Andando el tiempo, y al fallecimiento de tan ilustre patricio, el doctor Núñez Ponte se hará cargo de la Dirección del Colegio, alternando su labor docente con otro eminente educador que se llamó don Rosendo Noria.

     El doctor José Manuel Núñez Ponte, hasta los últimos momentos de su vida, tenía en su mente el piadoso recuerdo de sus progenitores y en ese cúmulo de un pasado dichoso, evocaba a doña mercedes Ponte de Núñez –su madre– con la palabra dulce del amor filial que siempre puso de manifiesto en todas sus conversaciones: “Yo hice la primaria y secundaria con mi mamá, pero era mi papá –nos dirá con una sonrisa triste que resbala por su apostólica faz– quien me tomaba las lecciones y hasta me reprendía. . . pero sin severidad. . .

     La concluir su bachillerato, comenzó la carrera de derecho en la Universidad Central de Venezuela, obteniendo el título en la Universidad de Valencia en el año de 1895. Un desagradable incidente con otro colega, respecto a diferencias donde la dignidad y el honor profesional se ponían en entredicho, forzaron a tan puro espíritu a renunciar de manera definitiva a la carrera que tan brillantemente había comenzado. Desde aquella fecha se dedicó por entero a la pedagogía. En la ciudad de Valencia, que quería de manera extraordinaria y para la que siempre tuvo un cariñoso lugar en el recuerdo de sus años jóvenes, escribió un soberbio trabajo sobre la esclavitud, que mereció el galardón del primer premio Anual del a Academia Venezolana de la Lengua Correspondiente de la Real Española.

     Más tarde. obtuvo otro triunfo literario. Esta vez, en la ciudad de Lima, y con una obra titulada “San Francisco de Asís”. Núñez Ponte, íntimamente ligado al sentido religioso de las obras pías, se destacó numerosas veces con trabajos de extraordinaria factura cristiana. Fue secretario del eminente prelado Juan Bautista Castro, el “Obispo Bueno”, a quien tantísimo debe la iglesia venezolana. En el Congreso Eucarístico de Caracas como en el Mariano de Coro, el doctor Núñez Ponte dejó constancia siempre de probidad y acendrada fe religiosa.

Entre sus obras las notables de Núñez Ponte, destacan: las biografías del hoy beato doctor José Gregorio Hernández (1924) y del arzobispo Juan Bautista Castro.

Entre sus obras las notables de Núñez Ponte, destacan: las biografías del hoy beato doctor José Gregorio Hernández (1924) y del arzobispo Juan Bautista Castro.

     Contrajo matrimonio en la ciudad de Valencia con la distinguida dama Doña María Isabel Pérez Mujica, hermana del notable pintor-escultor Andrés Pérez Mujica. Como virtuosa representación de una sociedad privilegiada por sus dotes y ferviente patriotismo, doña María Isabel de Núñez dejó el imborrable recuerdo de un pasado similar al de su esposo, dentro de la tarea educadora. Era la más aventajada discípula de la inolvidable Mercedes Limardo, sobrina de don Manuel Felipe Tovar, presidente que fuera de Venezuela y fundador de la colonia que lleva su nombre. El doctor Núñez Ponte, cuando nos habló de estos episodios, nos señaló un sofá que adorna el valioso estudio, regalo del mencionado hombre público. Los recuerdos en la memoria del Maestro, llegan atropellados, con la rica gama de los contenidos históricos, donde los accidentes se suceden y las anécdotas les dan ese brillo peculiar de las cosas que pasarán indudablemente a la posteridad. Es ahora el doctor José Manuel Núñez Ponte quien habla:

     “Eran los años de Joaquín Crespo cuando nos invitó a un desfile cívico de todos los estudiantes, un 12 de octubre de 1892. Celebrábamos los 400 años del Descubrimiento. Delante de nosotros iba el presidente y junto a él, los ministros. El general Crespo era muy bueno con nosotros, tenía un carácter muy en consonancia con su profundo sentido de la pacificación. No olviden que él arregló nuestros problemas con los límites de la Guayana. . .”

     Los años impidieron últimamente recrearse con la valiosísima biblioteca de su casona en la Esquina de Esmeralda, pegada a los muros de la Capilla de La Trinidad. En esa sala, como un museo de preciadas reliquias, el Maestro fue depositando toda su vida:

    Condecoraciones, diplomas, volúmenes escritos por él y centenares de libros donde la filosofía alterna con la psicología y la dogmática, la historia con la novela y los autores griegos con los grandes pensadores de los nuevos credos. 

     Núñez Ponte dominaba el inglés, el alemán, el francés, tradujo el griego y el latín y era un profundo investigador de nuestra historia. Entre sus libros conservó uno, con fecha del año 1546, sobre las obras de Hipócrates, traducido del griego al latín y varios sobre temas políticos y filosóficos de los Siglos XVII y XVIII.

     Cuando el doctor Núñez Ponte mencionaba a personajes que llenaron grandes capítulos de nuestra historia, lo hacía siempre sin herir susceptibilidades, aunque los hubiera considerado poco amigos de sus obras o trayectorias políticas:

     –“Cipriano Castro era un valiente, que olvidó demasiado pronto su ingente tarea política. Juan Vicente Gómez me distinguió con su amistad y aunque poco dado a las letras, era un espíritu muy cultivado de fina sensibilidad y sobre todo un gran psicólogo. López Contreras un excelente militar que supo ser patriota en dificilísimas circunstancias. Isaías Medina representó una democracia incipiente, sin doblez y con elevados sentimientos patrios. Con el General Pérez Jiménez hablé en diferentes oportunidades, me distinguió con su gentileza acostumbrada y reconozco su obra material, como testigo que soy de una época de rudos contrastes”.

El doctor José Manuel Núñez Ponte fue individuo de número de la Academia Venezolana de la de la Lengua.

El doctor José Manuel Núñez Ponte fue individuo de número de la Academia Venezolana de la de la Lengua.

     –Raúl Leoni –continuó– fue siempre buen estudiante y de conducta ejemplar. Todo lo contrario de muchos “mozos” que hoy, incluso, gobiernan, pero que en medio de todo, siempre conservaron el respeto por sus profesores y hasta sabían pedir perdón, en más de una ocasión. Rómulo Gallegos era excelente muchacho; siempre se distinguió por su agudeza y penetraciópn en los temas que trataba. Jamás me dio una queja. Dios ha sabido premiarlo y la patria tiene mucho que agradecerle”.

     Y entre aquella pléyade de escritores, políticos y bohemios que escucharon la sabia palabra del Maestro, el doctor Núñez Ponte recuerda con cariño a uno de manera especial: Cristóbal Mendoza, actual Presidente de la Academia de la Historia. Después nos habló de Monseñor Arteaga, Godoy y hasta del Padre Borges, pasando por Raúl Carrasquel y Valverde y concluyendo con la pía presencia de Monseñor Navarro Ortega. . . y tantos y tantos otros donde Caracas la romántica, dicharachera y popular, va íntimamente ligada al virtuosismo característico de sus hijos, que en boca del doctor Núñez Ponte establece la auténtica dignidad del venezolano , con sus defectos y sus numerosas virtudes. De la misma manera que al Padrr Borges lo llamaba “hermano”, al doctor José Gregorio Hernández, quien fuera alumno y amigo, lo calificaba de “Siervo de Díos”, cuando aun no era conocido en el mundo popular de su trayectoria de santo.  

     El doctor Núñez Ponte jamás fue político. Decía que la política, salvo muy raras excepciones, “embotaba el espítitu para dar expansión a los egoísmos y la egolatría”. Fue un hombre de letras y el más alto exponente de la dignidad educacional del país. Se le atribuyeron actividades políticas, erróneamente por el hecho de haber ayudado a tumbar la estatua del Ilustre Americano que los estudiantes dieron en llamar Saludante, frente a la Universidad Central y el Capitolio; lo mismo que en ocasión de celebrar en la ciudad de Valencia las Bodas de Plata sacerdotales del Presbítero Críspulo Pérez, cuando pronunciara el discurso de orden ausente de tópicos políticos y rebosando profundo sentido cristiano, que las autoridades censuraron con el torpe argumento de que era “subversivo”. 

     Ni el propio General Crespo concedió nunca importancia a aquellas palabras del orador, tan lejos de vilipendiar una obra que realmente no cabía en sus sentimientos, por su absoluta condición apolítica.

     El doctor José Manuel Núñez Ponte, miembro de la Academia de la Historia y de la Lengua durante 35 años consecutivos, llegó a la Presidencia de la segunda, con el resentimiento sincero de los que estimaban que no poseía méritos suficientes para tan honroso cargo, argumentando que existían otras personalidades con mayores créditos que él, para honrar tales presidencias. Entre las numerosas condecoraciones que exhibió en su pecho, con preclara y dignísima representación de nuestras letras, figuran la legión de Honor, la Orden del Libertador y la de Francisco de Miranda, la Medalla de Educación, la orden Papal “Pro ecclesia et Pontifice” y la Orden de San Gregorio Magno, otrorgada por el  Vaticano, en calidad de Comendador. El Ecuador y Chile lo contaron como un “hijo predilecto”, condecorándolo por su extrairdinaria labor docente, y España lo consideró “la mayor gloria venezolana contemporánea de los educadores”.

     De Sola, Carnevalli, Gallegos, Villalobos, Hernández . . . etc . . . discípulos que el maestro recordó siempre con cariño, hoy lloran con toda Venezuela, la desaparición de tan insigne y ejemplar patriota. Pero si la muerte a casi un siglo de plazo ha solicitado su parte en nuestra pobre existencia, con el doctor José Manuel Núñez Ponte el despojo físico solo representa ese tránsito inevitable que tenemos que abordar todos, pero dejando  a la posteridad la utilidad de su inmensa obra que acaso nadie haya podido igualar y, mucho menos, superar. Porque en su prolongada y virtuosísima vida, según sus propias palabras, tenemos que tener en cuenta que: “. . . en la vida hay que considerar dos cosas: la satisfacción de lo que se está haciendo con gusto y provecho de los demás y el resultado de esa labor que ha de dictaminar la conciencia. Yo estoy plenamente convencido de que he dado de mi, todo lo que podía y mi satisfacción mayor es la que me proporcionaron mis discípulos alcanzando lo que ellos se propusieron. Por otra parte, muero con la conciencia tranquila, porque la vida me ha dado muchas satisfacciones y sobre todo el trabajo que he tenido y que siempre deseé ejecutar. ¡Es muy hermoso llegar a viejito con la conciencia en completa paz, sin el recuerdo pesaroso de haber empleado el mal para justificar hacer “de mentiras” el bien. Cuando muera lo haré, a Dios Gracias, tranquilito. . . tranquilito. . .” !

FUENTES CONSULTADAS

  • Francisco “Paco” Ortega. El maestro Núñez Ponte. Elite. Caracas, núm. 2074, 26 de junio de 1965; págs. 42-45

Carlos del Pozo, primer electricista venezolano

Carlos del Pozo, primer electricista venezolano

Científico e inventor autodidacta, sobre quien muy poco se ha escrito. Se presume, sin prueba documental alguna, que era guariqueño (c1743-c1813). Alejandro de Humboldt, al visitar Calabozo en 1800, se asombra de encontrar baterías, electrómetros, electróforos, etc., hechos por este ilustre venezolano.

Por Guillermo S. García

A comienzos del siglo XIX, Carlos del Pozo inventó un mecanismo que le proveía electricidad a su pequeña vivienda situada a unos doce kilómetros de la ciudad de Calabozo

A comienzos del siglo XIX, Carlos del Pozo inventó un mecanismo que le proveía electricidad a su pequeña vivienda situada a unos doce kilómetros de la ciudad de Calabozo.

     “El hecho de que subsista la ignorancia para unas cuatro o cinco generaciones de venezolanos, sobre quién fue nuestro primer electricista, inclusive para los que se han dedicado al estudio teórico de la electricidad, y hasta para los que han alcanzado el grado de ingeniero electrónico, se debe más que todo a falta de interés o apatía de carácter investigativo, de quienes en su oportunidad han debido ilustrar nuestros anales patrios, muy especialmente cuando se trata de valores humanos.

     Por esta razón hoy en día se hace difícil lograr fuentes donde encontrar la información que pueda proporcionar el cómo confeccionar un trabajo que permita, con el mayor número de características biográficas, delinear la figura de este ignorado sabio guariqueño, que prestigia la nacionalidad venezolana. Sin embargo, haremos por satisfacer un deseo propio cual es el de bosquejar, en lo posible, con los pocos datos con que contamos, la personalidad de quien es un orgullo para todos los venezolanos y quien debiera de ser hoy en los centros universitarios, símbolo y paradigma para los estudios de la electrónica.

     La clave del descubrimiento del primer electricista venezolano parte desde el 16 de julio de 1799, con el arribo a Cumaná –para entonces capital de Nueva Andalucía– del navío “Pizarro”, el que traía a bordo a las dos más insignes figuras que hayan visitado las colonias españolas a fines del siglo XVII: Alejandro de Humboldt, filósofo, naturalista, astrónomo, físico, sociólogo, geógrafo e historiador alemán, y Aimé Bonpland, médico y naturalista francés. Ambos venían cumpliendo fervorosos deseos de explorar científicamente a la América Latina, y como dijera el libertador Bolívar, le hicieron más bien a la América con su saber que todos los conquistadores. Y decimos que parte de esa fecha el descubrimiento del electricista Carlos del Pozo, porque si a estos cienítficos exploradores no se les hubiera ocurrido visitar a Venezuela, nuestro primer electricista hubiera permanecido ignorado de ese título que como tal le corresponde en la historia.

     Allá en su lar nativo, en el pueblo de Todos los Santos, hoy ciudad de Calabozo del estado Guárico, vivía Carlos del Pozo con la admiración y aprecio de sus coterráneos, cosa que le granjeaba su condición de hombre reposado, de modales cordiales, de múltiples capacidades y sobresaliente inteligencia. Su contextura anatómica semejaba la del célebre hidalgo don Quijote de la Mancha: alto, delgado y de piernas largas, pero con rasgos fisionómicos finos: tez blanca pálida y lampiño.

     Tenía un fundo agrícola y un pequeño rebaño de ganado en la posesión denominada “Gálvis”, a una distancia aproximada de doce kilómetros al suroeste de la ciudad de Calabozo. Estos eran todos sus bienes, con los que vivió modestamente.

     Pero he aquí que aquel hombre, aparte de sus condiciones de agricultor y honrado trabajador, tenía inquietudes de investigador, especialmente en el campo de la física, y con preferencia en los fenómenos de la electricidad, por lo que con pasión escudriñaba sus secretos, aun en pañales para su época. En su casa tenía un cuarto especial, convertido en todo un laberinto de aparatos raros, ideados por su propia imaginación lo que para los legos en la materia que le visitaban y le veían acucioso con tan desconocidos artefactos, le creían de excéntrico espíritu, embebido en extrañas brujerías. No así ocurría para otros que más o menos le entendían sus peroraciones científicas y le vieron colocar, bajo su dirección hacia el Este, Sureste y Suroeste de Calabozo, varios pararrayos para librar a esta ciudad suya de los estragos que todos los años se producían con las tempestades atmosféricas. Igualmente le respetaron, cuando fue él quien dio la idea al Cabildo de la entonces Villa de Todos los Santos, de hacer abrir un canal o zanja por el Este, Sur y Oeste, obra que se realizó por su empeño para salvar a la ciudad de las inundaciones anuales que le ocasionaba las estaciones lluviosas.

     Andando Humboldt en sus exploraciones por la Guayana, en regiones ajenas al movimiento intelectual del mundo civilizado, se sorprende al encontrar salvajes que producían electricidad. “Con gran sorpresa mía –decía el sabio Barón– he podido reconocer que los salvajes de las orillas del Orinoco, una de las razas más degradadas de la Tierra, saben producir electricidad por frotamiento: los chiquillos de esas tribus se divierten en frotar los simientes aplastadas, secas y brillantes, con una especie de planta trepadora hasta que atraen las partículas de algodón o de hoja de caña”. Pero mayormente se soprende cuando llega a Calabozo. Lo primero que le llama su atención es ver protegida la ciudad con una red de pararrayos. Se asombra de que pueda haber nativos tan expertos en electricidad como los estudiosos de ultramar. Se interesa sobremanera en conocer al señor del Pozo, de quien ya le han dado importantes referencias.

Humboldt se asombró con los inventos del venezolano Carlos del Pozo

Humboldt se asombró con los inventos del venezolano Carlos del Pozo.

Visita de Humboldt

     Al enterarse Carlos del Pozo de que el sabio Humboldt le va a visitar, le prepara una de las más inesperadas sorpresas que el físico alemán recibiera en Venezuela: formó un circuito con la carga eléctrica de un Gimnoto o “Temblador”, como vulgarmente llaman a este pez lleno de misterioso fluido, circuito con el que –elaborado con su propia técnica– electrizó la puerta de su casa, la que Humboldr tocaría al llegar a visitarle. Ese fue el saludo de presentación de nuestro ingenioso criollo para admiración del inmortal autor de “Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente” para quien por primera vez en su vida experimentaba en su propio cuerpo el fenomenológico fluido de la electricidad, y como posteriormente él mismo se expresó: “Jamás habré recibido una conmoción tan terrible como la experimentada al poner imprudentemente los pies encima de un Gimnoto acabado de sacar del agua, habiendo padecido todo el día un dolor agudo en las rodillas y en casi todas las articulaciones”.

     Como era lógico, al conocer y tratar Humboldt a Carlos del Pozo, e investigarle sus trabajos, comprobó que indiscutiblemente había dado con uno de sus más valiososo hallazgos en estas aisladas tierras, lo que posteriormente dejó escrito como testimonio de ese descubrimiento que hizo en sus andanzas explorativas por los vericuetos de este hemisferio. He aquí sus testimoniales conceptos:

    “En medio de los Llanos, es decir, en la ciudad de Calabozo, encontramos una máquina eléctrica de discos grandes, electróforos, baterías electrómetros, y una colección de instrumentos, casi tan completa como la de uno de nuestros físicos europeos. No habían venido todos estos objetos de los Estados Unidos: eran obra de un hombre que jamás había visto ningún instrumento, que no podía consultar a nadie, y que no conocía los fenómenos de la electricidad sino por la lectura del Tratado de Sigand y de las Memorias de Franklin. El señor Carlos del Pozo, que así se llamaba aquel hombre estimable e ingenioso, había comenzado a hacer máquinas eléctricas de cilindro, sirviéndose de unos grandes frascos de vidrio, a los cuales había cortado el cuello. Nuestra mansión en Calabozo le fue de la mayor satisfacción; y es natural que la tuviese en recibir los sufragios de dos viajeros que podían comparar sus instrumentos a los que se hacen en Europa”.

    “Yo llevaba conmigo electrómetros de paja de bola de sauco y de hojas de oro batido, y aun una botellita de Leyden, que se podía cargar según el método de Ingerbonss, y que me servía para las experiencias fisiológicas. El señor Pozo no cabía de gozo al ver por la primera vez unos instrumentos que él no había hecho y que parecían copiados sobre los suyos. Nosotros le hicimos ver el efecto del contacto de los metales heterogéneos en los nervios de las ranas. Los nombres de Galvani y de Volta no habían llegado todavía a aquellas vastas coledades”.

     Después de las máquinas eléctricas elaboradas por la industriosa sagacidad de los habitantes de los Llanos, nada podía ya fijar nuestra curiosidad en Calabozo, sino en los torpedos y gimnotos, que son otras tantas máquinas eléctricas animadas”.

     Naturalmente, es cierto, que este descubrimiento de Humboldt no se supo acá en Venezuela sino muchos años después, cuando se conoció la nota en referencia, incluida en las narraciones de sus viajes. Para la fecha en que se leen las obras de Humboldt, ya del Pozo hacía tiempo había muerto. A esto se agrega los tantos años que ocuparon toda la atención de los venezolanos con la guerra de la emancipación, y los posteriores vividos en intrigas políticas, que privaban toda acción de investigaciones históricas de nuestros valores humanos, y si las hacían, le daban mayor preferencia a los hechos ocurridos en nuestra contienda independentista.

El merideño Tulio Febres Cordero, tras conocer los hallazgos de Humboldt, fue uno de los primeros historiadores que se ocupó de divulgar los inventos de Carlos del Pozo

El merideño Tulio Febres Cordero, tras conocer los hallazgos de Humboldt, fue uno de los primeros historiadores que se ocupó de divulgar los inventos de Carlos del Pozo.

Febres Cordero y del Pozo

   El primer historiador nativo que se ocupa de Carlos del Pozo, luego de haber conocido el testimonio de Humboldt, es nuestro insigne Tulio Febres Cordero, quien en el periódico El Lápiz del año de 1891, publicó un breve opúsculo titulado “Un Telegrafista del Siglo Pasado”, donde además de hacer resaltar los comentarios del notable físico guariqueño, descubierto por Humboldt y Bonpland, trata de las observaciones y experiencias realizadas por estos sabios con el pez eléctrico Gimnoto, propio de nuestros ríos. Tal vez Tulio Febres Cordero denominó a del Pozo como telegrafista, porque la electricidad donde vino a dar sus primeros frutos fue con los sistemas de aparatos telegráficos, que se inventaron aprovechando la electricidad estática por frotamiento, como fueron los sistemas del escocés Marshall, del ginebrino Lesage y del español Salvá a mediados y fines del Siglo XVIII, no tuvieron alcance positivo, más aún cuando, los aparatos eléctricos ideados por del Pozo, distaban mucho de los sistemas telegráficos aludidos, y para cuando tuvieron éxito los sistemas telegráficos con el triunfo del descubrimiento de la electricidad dinámica, ya Carlos del Pozo no existía.

     Después, en 1910, Luis Antonio Díaz publicó en el periódico El Bazar un artículo sobre la personalidad de Carlos del Pozo, donde además de citar los comentarios de Humboldt, dice que, aun cuando se ignora por completo las fechas de nacimiento y muerte de tan ilustre guariqueño , es muy probable que haya nacido por los años de 1750 a 1775, y su muerte haya acaecido a fines del primer cuarto del siglo XIX, pero lo que sí se sabía con certeza era de que descendía de los primitivos pobladores del entonces pueblo de Todos los Santos, hoy Calabozo, y de donde era oriundo. Además, informa Díaz que, “en el año de 1810, fue Teniente Justicia y Mayor Corregidor del pueblo de Camaguán según aparece de una certificación que con tal carácter expidió ahí en aquella fecha”.

     Respecto a este último dato, Carlos del Pozo fue colaborador del gobierno real, pues Enrique Bernardo Núñez, también lo afirma, cuando en relación a su obra de “Calles y Esquinas de Caracas”, en 1949 escribió una nota que trataba sobre las construcciones de los antiguos teatros den Caracas y nuestro primer electricista aparece destacado al decir Núñez:

     “. . . El proyecto de poner techo al Coliseo forma larguísimo expediente y por ellos se ve pasar la figura escurridiza de Carlos del Pozo, subdelegado de la Real Hacienda de la Villa de Calabozo, el mismo que sorprende a Humboldt con sus máquinas eléctricas y le hace sentir la experiencia de los peces tembladores. En noviembre de 1805 se hace nuevo reconocimiento, pues no estaba aún comenzado el techo. Parreño se hallaba ausente. Francisco Jacot se disculpa en virtud de cierto artículo del Reglamento del real Cuerpo de Ingenieros. El ayuntamiento designa a Carlos del Pozo “por cuyos notorios conocimientos espera se realice aquella operación”. Pero del Pozo se había marchado a su Villa de Calabozo. Otro guariqueño, don Luis Corrales, preocupado en 1911 en recopilar datos de sus ilustres coterráneos, indagó, escudriñó archivos e hizo todo a su alcance por lograr una fotografía del notable físico Carlos del Pozo y lo único que apenas pudo adquirir fue, solamente, la información de que una honorable matrona calaboceña dijo haber visto un retrato de tan célebre personaje así: “casaca negra, chaleco morado mapuey, pantalón azul ajustado a la pierna bajo la rodilla con medias blancas y zapatos bajos, traje que se usaba en aquella época, como lo vemos en antiguos retratos y en el cuadro de nuestra independencia”. Además, logró don Luis Corrales los otros datos de ser “alto, de cuerpo delgado, de largas piernas, etc., y de algo tan valioso, como el único recuerdo de la existencia de este ilustrísimo venezolano, como es un facsímil de su firma, que publicamos en este trabajo”.

     Concluyendo hacia un análisis de lo que para el mundo civilizado constituyen los precursores de la electricidad desde sus orígenes en la época de filósofo Tales de Mileto, en donde en cada país o región del globo terráqueo se vanagloria de haber sido cuna de aquellos genios de la humanidad, como de ellos Inglaterra engalana las páginas de su historia con Guillermo Gilber, Roberto Boyle, Esteban  Garay, Guillermo Watson y Miguel Faraday; como Holanda se hace eco con su catedrático Muschanbroek; Italia se siente complacida con el aporte con sus dos predilectos hijos, célebres en la materia: Galvani y Volta; como igualmente a Dinamarca se le reconoce la fecunda imaginación de su Profesor Juan Cristian Oerste; Francia se asoma orgullosa por este ventanal de la ciencia con su extraordinario Andrés María Ampere; y Alemania con sus tantos físicos y químicos de renombre contribuye con el mayor de los teóricos de las corrientes eléctricas: Jorge Simón Ohm.

     Y así como Norte América expande su nombre a través de los tiempos, con la singular figura de Benjamín Franklin, que le robó al cielo los rayos eléctricos mediante su ingenioso cometa asimismo, se hayan o no se haya divulgado ante el mundo, América Latina también tiene su timbre de orgulloso, su puesto honroso en la galería de las grandes celebridades de la electricidad ya no con el instinto travieso de los indios de las orillas del Orinoco, sino con el nombre propio e ilustre de Carlos del Pozo, eminente físico venezolano que como electricista avanzado en su época, Humboldt y Bonpland no encontraron en sus célebres viajes otro igual en parte alguna de Oriente a Occidente”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Pérez Marchelli, Héctor. Carlos del Pozo y Sucre. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: fundación Polar, 1989

  • Díaz, Luis Antonio. Don Carlos del Pozo. En: Revista Telegráfica de Venezuela. Caracas, 5 de julio de 1911

  • Elite. Caracas, núm. 2064, 17 de abril de 1964; págs. 30-32

Arevalo Cedeño, último caudillo guerrillero

Arevalo Cedeño, último caudillo guerrillero

Comerciante, telegrafista y destacado opositor al régimen del general Juan Vicente Gómez.

“El general Emilio Arévalo Cedeño murió el 19 de mayo de 1965, cuando se cumplían exactamente 51 años desde que se alzó por primera vez en Cazorla, en 1914. El caudillo guariqueño que había nacido en Valle de la Pascua, 1882, se alzó contra Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero. Su aventura más conocida fue la tercera expedición, en 1921, cuando llegó hasta San Fernando de Atabapo y fusiló a Tomás de Funes, que llevaba 8 años como dictador de la selva. 

Por Víctor Manuel Reinoso

Emilio Arévalo Cedeño se alzó contra Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero
Emilio Arévalo Cedeño se alzó contra Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero

     “El general Emilio Arévalo Cedeño murió el 19 de mayo de 1965, cuando se cumplían exactamente 51 años desde que se alzó por primera vez en Cazorla, en 1914. El caudillo guariqueño que había nacido en Valle de la Pascua, 1882, se alzó contra Juan Vicente Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero. Su aventura más conocida fue la tercera expedición, en 1921, cuando llegó hasta San Fernando de Atabapo y fusiló a Tomás de Funes, que llevaba 8 años como dictador de la selva. 

     “El miércoles 19 de mayo, cuando Venezuela estaba pendiente de las noticias de Valencia, donde había sido muerto el “Negro Antonio”, en Valle de la Pascua dejaba de existir un viejito pequeño de 83 años, cuyo nombre, en otro tiempo, estuvo en los labios de todo el país. Este viejito arrugado de un metro 50, que terminó de morir el mismo día en que era acribillado el delincuente más famoso de Venezuela, se llamaba Emilio Arévalo Cedeño.

     Desde hace unos cuatro años estaba sumido en la semiinconsciencia y hablaba más con los árboles que con su familia. Pero en otro tiempo este hombre de poco físico, fue el temible general Arévalo Cedeño. El 19 de mayo se cumplían 51 años desde que él, en compañía de 40 jinetes, gritó en Cazorla, estado Guárico, “¡Muera el tirano! ¡Viva la libertad!”.

     Desde ese día no descansó jamás durante 21 años. Dirigió guerrillas en los llanos y cada vez que se vio en apuros, salió al exilio, viviendo mil aventuras para volver a regresar.

     Mientras los caudillos enemigos de Gómez se ponían achacosos en diversas capitales de América y Europa, Arévalo Cedeño siempre volvió. Por eso sus expediciones, que a veces duraban un año entero, con los ejércitos de Gómez detrás, fueron 7. De todas estas expediciones de Arévalo Cedeño, la más famosa es la tercera, que realizó en 1921. Como era su costumbre, esa vez volvió a ingresar a territorio venezolano por el lado del Arauca.

     Con sus hombres bajó desde Colombia por el Meta y al llegar al Orinoco, sus embarcaciones remontaron el río hasta San Fernando de Atabapo. Allí había un dictador de bolsillo que tiranizaba a todo el Territorio Amazonas. Arévalo Cedeño, abanderado de la libertad, se había propuesto librar a ese territorio de ese gobernador tiránico, acusado de haber cometido 480 crímenes en 8 años de salvaje reinado. El general Arévalo Cedeño logró su cometido el 21 de enero de 1921. Funes fue fusilado y la historia alcanzó caracteres de leyenda. Un poeta colombiano, José Eustasio Rivera, que por ese tiempo trabajaba en una comisión de límites, recogió esa historia en su célebre novela “La Vorágine”. Arévalo, 25 días después de ajusticiar a Funes y a su lugarteniente Luciano López, avanzó hacia el centro del país. Sus intenciones eran acabar en Apure con el terrible Soto y después llegar hasta el centro para enfrentarse al mismo Gómez.

     Pero la oposición venezolana –para variar– no era todo lo unida como para dejar de lado las ambiciones personales. Y Arévalo, después de un año de campaña, debió hacer mutis al extranjero una vez más. En esta salida, como en otras, Arévalo fue a distintos países de América y a Europa, Volvió 4 veces más, pero Gómez resistiría siempre.

     Arévalo estaba en Nueva York, en diciembre de 1935, cuando murió Gómez, su gran enemigo. Recién pudo volver y reunirse con Pepita Zamora Arévalo, su prima y esposa, con quien se había casado en 1913, quien lo esperaba con un hijo de 21 años.

     El presidente Eleazar López Contreras, deseoso de ganar amigos entre los más encarnizados opositores del “Hombre de la Mulera”, nombró al general Arévalo Cedeño presidente del estado Guárico. El guerrillero más famoso que ha tenido Venezuela en este siglo, como buen Quijote, al no encontrar molinos en San Juan de los Morros, se dedicó a levantarlos. Tiempo después fue diputado al Congreso Nacional. Pero él, un hombre que ya pasaba de los 50 años, ya había hecho lo fundamental de su vida. El mismo lo comprendió así y en 1936 concluyó un libro de más de 400 páginas, donde cuenta todas sus aventuras, a veces tan fantásticas, como cualquier novela de Julio Verne.

     Ese tomo de memorias se llama “El libro de mis luchas” y ha servido de referencia a cuantos han escrito sobre la encarnizada oposición que los enemigos de la dictadura le hacían a Gómez. Arévalo dedicó su libro a sus viejos compañeros y en especial a su hijo, que nació el 16 de junio de 1914, el mismo día que él era derrotado en “Caño del Medio”; por eso la dedicatoria dice: “Con el deseo de que siempre sea digno y libre como yo”.

El caudillo guariqueño Arévalo Cedeño, nació en Valle de la Pascua en 1882, y falleció en esa población, 83 años después, en 1965
El caudillo guariqueño Arévalo Cedeño, nació en Valle de la Pascua en 1882, y falleció en esa población, 83 años después, en 1965

 Lo que decidió

     Emilio Arévalo Cedeño nació en Valle de La Pascua, el 2 de diciembre de 1882. Su padre, el general Pedro Arévalo Oropeza, había sido una víctima no solo de Antonio Guzmán Blanco, sino también de Joaquín Crespo e Ignacio Andrade. Su madre, Dionisia Cedeño, era bisnieta de Manuel Cedeño, uno de los héroes de la Batalla de Carabobo. El muchacho estudió en Altagracia de Orituco y después aprendió un poco de inglés y otro de francés por su cuenta. Ya convertido en pequeño comerciante se asoció en una tipografía y fundó El Titán, un periódico que solo pudo salir 8 veces. Arévalo volvió a la bodega y cuando esta se le quemó, levantó otra. Comerciante viajero, en San José de Río Chico, fundó otro periódico: Helios, que tuvo menos suerte que el anterior. Pero Emilio Arévalo, además de interesarse por la literatura, era un rebelde, lo llevaba en la sangre. En 1905, en uno de esos actos del llano, cuando le tocó hablar, no se calló lo que pensaba de ese dictador atrabiliario llamado Cipriano Castro. Tres años después, cuando el viaje de Castro fue saludado como una liberación del país, Arévalo estaba en Caracas y fue uno de los que corrió hacia El Constitucionalista, el diario que se había hecho odioso apoyando al caudillo tachirense. A fines del año siguiente, sin tener nada mejor de que ocuparse, ocupó el puesto vacante de telegrafista que había dejado un hermano suyo. Estuvo en varios pueblos de oriente.

     En 1910 estaba en Caicara de Maturín, siempre de telegrafista, cuando se casó con Antonia Ledezma Guzmán. Pero su esposa falleció a los 9 meses. Arévalo, desencantado, dejó el telégrafo y volvió al comercio de animales. En 1913, en Apure, se casaba con su prima Pepita. Pero los caminos de Arévalo se iban cerrando. Juan Vicente Gómez estaba resultando peor que Castro. Todo lo quería para él y sus testaferros. El mismo 1913, una operación comercial de Arévalo iba a decidir el cambio definitivo de su vida. Él pensaba hacer un buen negocio con 200 caballos en Apure, pero nadie se los quiso comprar. Gómez ya había resuelto que esos caballos solo podría comprarlos su hombre de confianza, el general Eulogio Moros. Arévalo tuvo que rendirse a la evidencia. 

     Cuando llegó al hato La Candelaria, Moros lo recibió amablemente, pero debió esperar 8 días para saber que Moros le iba a pagar 30 pesos por cada caballo que a él le había costado 60. Y no solo eso. Moros le pagaría los caballos con toros avaluados a 12 pesos cada uno. Arévalo sabía que esos toros eran vendidos a 6 pesos cada uno, pero ya su suerte estaba echada. Sino le vendía los caballos a Moros sería tomado preso. Cerró el negocio, pero ya había decidido irse a la guerra. Comenzó a prepararse. En mayo de 1914 pasó grandes angustias cuando un burro, que llevaba para Valle de la Pascua, cargado con 80 mil pesos para comprar mil novillos, se le perdió. Pero el animal apareció. Hizo el negocio y cumplió con su socio.

 

Arévalo y Funes

     El 19 de mayo de ese año lanzó en Cazorla el grito de libertad. Desde ese momento comenzó su gran aventura. Un día era el guerrillero triunfante que tomaba un pueblo y al día siguiente el que tenía que salir huyendo sobre curiaras por los caños de los ríos del llano para escapar de los hombres de Gómez. Después de tomar los pueblos más importantes del Guárico debe salir huyendo, solo, hacia Trinidad, engañando a jefes civiles a quienes les decía que era enviado del gobierno. En Trinidad encontró a varios exilados de nota, entre ellos a los generales José Manuel Hernández y Cipriano Castro. Castro decía tener 1.200 fusiles en Barbados, pero decía que solo se los daría a quien reconociera a él como jefe de la revolución. Arévalo no aceptó eso y después de intentar hacerse a la mar con 30 fusiles y ser descubierto, no le quedó más remedio que esperar hasta 1915, ir a Cartagena y seguir al Arauca, donde el doctor Carmelo París le entregará 87 fusiles y 10 mil tiros.

     Horacio Ducharne se está batiendo en el Oriente. Arévalo pretende encender la guerra por el llano. Toma Caicara y otros pueblos y avanza hacia Valle de la Pascua. Los generales de Gómez, sorprendidos, n o alcanzan a prepararse, tienen que huir mientras telegrafían a Maracay que ya están derrotando al faccioso. Arévalo, que halla estos telegramas, se burla de Gómez, poniéndole otros telegramas donde le dice que ya tiene al ladrón Arévalo en su poder y quiere saber qué debe hacer con él. Cuando se tropieza con gente de Ducharne sabe que ya no puede hacer nada. En 3 meses ha tomado 4 estados. Pero quedarse mientras las demás fuerzas se dispersan, es suicidarse. Y Arévalo sale por segunda vez al exilio, esta vez por Colombia.

     Conseguir dinero para nuevas aventuras lleva tiempo. Arévalo tiene que viajar por Centro América y después a Europa. Solo está en condiciones de volver a entrar a Venezuela a fines de 1920. Esta vez Arévalo quiere librar al Territorio Amazonas de Funes, el hombre que aterroriza a los caucheros desde 1913. Piensa que será un buen golpe de propaganda. Funes, que ha gobernado asesinando, cobra impuestos prohibitivos y elimina a los que bajan por los ríos con alguna carga de consideración. Arévalo, de nuevo desde Colombia, ahora con casi 200 hombres, baja por el Meta en curiaras y falcas hasta Puerto Carreño. Allí apresa al tesorero de Funes y requisa 375 fardos de balatá. La expedición ha comenzado el 30 de diciembre de 1920, pero no es ningún paseo. Hasta naufragios ha habido y después quedan los raudales que hacen imposible la navegación del Orinoco en 60 km.

     Hambrientos, con sus embarcaciones a la rastra, pasan muchas penurias hasta la madrugada del 17 de enero, cuando llegan a la confluencia de los ríos Guaviare y Atabapo. Pasan el pueblo hasta Tití y después comienza el ataque a San Fernando de Atabapo. La batalla se prolonga 28 horas, pero Arévalo se impone. Funes ofrece dinero, Luciano López, su lugarteniente, también, pero Arévalo quiere hacer las cosas en forma. Un Consejo de Guerra delibera y el dictador de la selva y su brazo derecho son fusilados en la plaza del pueblo a las 10 de la mañana del 21 de enero. Después de eso, los oficiales que acompañan a Arévalo lo quieren nombrar jefe único de la revolución, pero él no acepta eso para que los opositores de Gómez no sigan separándose más. Sin embargo, el divisionismo y la ambición saldrán adelante poco más tarde cuando aparece el general Roberto Vargas, dándose títulos de jefe. Las esperanzas de vencer al presidente de Apure se esfuman. Arévalo, antes de regresar a Colombia ordena la captura de los generales Vargas y Alfredo Franco para someterlos a Consejo de Guerra.

El gobierno del general Juan Vicente Gómez nunca pudo atrapar al legendario caudillo guariqueño
El gobierno del general Juan Vicente Gómez nunca pudo atrapar al legendario caudillo guariqueño

Otras expediciones

 

    Los hombres que siguen a Arévalo son 400, pero no todos están dispuestos a volver a esas caminatas de día y de noche. Unos se quedan en el otro lado de la frontera, pero Arévalo vuelve a cumplir con su cuarta campaña, donde obtiene un éxito tras otro hasta llegar en septiembre a Valle de la Pascua, su pueblo natal. Arévalo avanza hacia el centro antes de devolverse por la Pascua para buscar la costa para ofrecerle batalla al ejército que avanza en su búsqueda. Arévalo sigue avanzando, siempre con éxito; se pasea por los Estados costeños y alcanza hasta el mismo Estado Miranda, a las puertas de Caracas. Cuando ocupó El Guapo el jefe gomecista local se suicida. Vuelve al llano. Del Guárico pasa a Cojedes. Lanza proclamas. Le dirige mensajes a Gómez a propósito del pedido de libertad hecho por USA. Sigue adelante. Es aclamado en 7 Estados antes de recogerse hacia la frontera.

     Arévalo sale en 1922 hacia Panamá y Nueva York. Se reúne con los viejos caudillos, pero estos, aunque tienen fondos, se niegan a proporcionarlos si no les prometen de antemano que ellos serán los amos del país. Arévalo grita, se molesta, pero no se desanima. Concurre a hablarle de la revolución a otros grupos. Pero después de los aplausos hay muy poco más.

     El hondureño Marco Aurelio Herradora, todo un agente de la United Fruit, le dice a Arévalo que la bananera que ha conseguido contratos increíbles en varios países del Caribe, le podría financiar una expedición, pero con el compromiso de que, derrocado Gómez, le dejará entrar al país como lo habían dejado entrar en los pequeños países del Itsmo. Arévalo, naturalmente, no puede aceptar eso. Recibe cartas. Sabe de ofertas. Se hablan de miles de dólares que pondría Leopoldo Baptista o cualquier otro exilado. Pero al final, nada. Cuando vuelve a Colombia ya es el comienzo de 1924. Arévalo vuelve a entrar a Venezuela, esta vez con 87 hombres. De nuevo los ríos, la toma de los pequeños pueblos y subir hasta San Fernando de Atabapo. Vence al nuevo gobernador de allí, coronel Domingo Aponte. Se ha apoderado de un extenso pedazo de Venezuela. De allí podría seguir tomando otros estados, con la ayuda de los enemigos de Gómez, pero los enemigos no quieren arriesgarse demasiado si no son ellos las vedettes. Arévalo se pasa 6 meses en eso, pero la ayuda no viene. A fines del año 24, Arévalo y su gente tienen que darse a la fuga hacia Brasil, porque el gomecismo se las ha arreglado para pedir permiso a Colombia para pasar su ejército para vencer al caudillo guerrillero.

     Después de esa aventura, Arévalo una vez más se aleja por los caminos del exilio. Ya es demasiado conocido como para pasar sin dificultades en los países e islas, más cercanas a Venezuela. Tiene que ir a USA y Europa. A comienzos de 1929 está de nuevo en el Arauca para comenzar su sexta invasión. Arévalo sueña con libertar a una serie de jóvenes prisioneros que están en los trabajos forzados de la carretera de El Palenque, pero cuando llega a este punto, los prisioneros han sido trasladados. Arévalo avanza una vez más hacia el Guárico y Anzoátegui. Los presidentes de Apure, Bolívar, Anzoátegui, Gupárico y Monagas corren detrás de él. Antes de que Arévalo y su gente logren salir del oriente son derrotados en Anzoátegui por el general Lino Díaz. La causa de la oposición no ve una. Las expediciones fracasan. Fracasa Gabaldón en su hacienda Santo Cristo. Fracasa Román Delgado Chalbaud en Cumaná. Arévalo, después de dos meses de caminata, logra llegar al Arauca.  

     Arévalo intenta su séptima invasión en 1931. Con 80 hombres se oculta de los aviones por Apure y por Bolívar desde marzo hasta agosto. Los revolucionarios le hacen frente al vapor Arauca, que lleva soldados de Gómez. Una derrota. Muertos. De nuevo la fuga hacia la frontera.

     Después de esta aventura, Arévalo vuelve a recorrer los países de Latinoamérica. Pero Gómez, gobernante infernal, solo será derrotado por la muerte. Arévalo, a comienzos de 1936, toma el barco hacia Venezuela. López Contreras le dice en un telegrama que será bienvenido. Ya en el país, se le tributará un gran recibimiento, se le llamará héroe y se le rendirán honores. El tiempo se encargó de sumirlo en las sombras.

FUENTES CONSULTADAS

  • Arévalo Cedeño, Emilio. “Viva Arévalo Cedeño: el libro de mis luchas”. Caracas: Seleven, 1979
  • García Arriechi, Guillermo. Emilio Arévalo Cedeño. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: Fundación Polar, 1989 
  • Rivera, José Eustasio. La Vorágine. Colombia, 1924
  • Elite. Caracas, 29 de mayo de 1965
Guerrilleros asaltan el museo de Bellas Artes

Guerrilleros asaltan el museo de Bellas Artes

En 1963, cuatro operaciones de alto impacto puso en práctica el movimiento guerrillero venezolano, por intermedio de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), con el apoyo del régimen comunista cubano de Fidel Castro, contra el gobierno democrático de Rómulo Betancourt. El robo de cinco importantes obras de artes (enero), el secuestro de un barco (febrero), la retención del famoso futbolista Alfredo Di Stéfano (agosto) y el ataque al tren de El Encanto (septiembre) fueron las cuatro acciones más notables de la guerrilla venezolana en ese año 1963.

Un comando guerrillero, en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas
Un comando guerrillero, en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas

     El miércoles 16 de enero de 1963, el comando de guerrilla urbana “Livia Gouverneur” de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Las obras robadas eran de Vincent van Gogh (Flores en un vaso de cobre), Pablo Picasso (Naturaleza muerta), Paul Cézanne (Bañistas), George Braque (Naturaleza muerta con peras) y Paul Gauguin (Naturaleza muerta).

     Los cuadros habían sido enviados, en calidad de préstamo, por el Museo de Louvre, para ser expuestos en la mencionada muestra.

     La acción tuvo repercusión informativa y rechazo de la comunidad mundial, incluso llegaron a compararla con el robo de “La Gioconda”, de Leonardo Da Vinci, del Museo de Louvre, de Paris, en el año 1911.

     Afortunadamente, gracias al operativo que emprendió la Policía Técnica Judicial (PTJ) los autores fueron identificados, capturados en muy poco tiempo y recuperadas las obras.

     La policía informó que solicitaba a cinco jóvenes, cuatro hombres y una dama. El entonces Ministerio de Relaciones Interiores declaró que «ocho mil policías están tras las pistas de los culpables».

     La noticia del secuestro de los famosos cuadros franceses recorrió la primera página de la prensa mundial, y fue reseñada ampliamente por las agencias de noticias internacionales.

     Las obras hurtadas del MBA estuvieron desaparecidas por 74 horas aproximadamente antes de su recuperación. El sábado 19 de enero de 1963 son devueltas al Museo de Bellas Artes. La exhibición, que había sido inaugurada el 21 de diciembre de 1962 y cerrada el 16 de enero tras el espectacular robo, fue reabierta al público el 7 de febrero y clausurada cinco días después, el 12 de febrero.

     Cerca de 25 guerrilleros participaron en el robo de los cuadros, 10 de ellos de manera directa en el lugar de los acontecimientos. Uno de los cabecillas que planificó el asalto fue el comandante Máximo Canales, cuyo verdadero nombre era Paul Del Río, quien, ese mismo año, participaría en los secuestros del barco de carga “Anzoátegui” y del famoso futbolista argentino del club español Real Madrid, Alfredo Di Stéfano. 

    Una extraordinaria crónica sobre este suceso fue escrita por el periodista Víctor Manuel Reinoso, en la edición de la revista Elite del 26 de enero de 1963, cuya transcripción ofrecemos a continuación.

 

El robo de los cuadros
Por Víctor Manuel Reinoso

      Una edición extra de cierto pasquín extremista [Tribuna Popular] dio la pista para que la Policía Técnica Judicial (PTJ) detuviera a los asaltantes cuando se dirigían a la casa del senador Arturo Uslar Pietri para devolver los cuadros, asegurados en poco más de 3 millones 300 mil bolívares.

     Eran las 8 y 5 de la noche del sábado 23 de enero. Entonces se produjo un silencio en la conferencia de prensa que ya terminaba. Un hombre delgado, de suave mirada y cara roja, había hecho su entrada a esa sala del piso 11 del edificio de la PTJ.

–Adelante, profesor. Aquí le tenemos sus cuadros completos.

     El que dijo esto fue Remberto Uzcátegui, director de la PTJ, quien separado de los reporteros locales y los corresponsales extranjeros, había terminado de contar cómo habían sido recuperados los 5 cuadros franceses.

     Miguel Arroyo, director del Museo de Bellas Artes, se acercó. Le dio la mano al jefe policial, saludándolo en voz baja. Inmediatamente se inclinó sobre cada una de las 5 obras maestras, cuyo robo había hecho vivir 75 horas del más espectacular suspenso a Venezuela.

     Los fotógrafos se atropellaban tomándolo junto al van Gogh, al Cézanne, al Gauguin, al Picasso o al Braque. Por fin se volvió hacia los periodistas que esperaban sus palabras como una sentencia. Su cara estaba más roja con el calor de las potentes lámparas de los noticieros de TV. Dijo, feliz:

Uno de los cinco cuadros robados fue “Flores en un vaso de cobre”, valiosa obra del artista neerlandés, Vincent van Gogh, elaborada en 1889
Uno de los cinco cuadros robados fue “Flores en un vaso de cobre”, valiosa obra del artista neerlandés, Vincent van Gogh, elaborada en 1889

–Están intactas. No han sufrido deterioro alguno. –Se inclinó de nuevo sobre “Flores en un vaso de cobre”, cuadro pintado por Vincent van Gogh en 1889, y agregó–: Solo éste tiene dos rayitas muy fáciles de hacer desaparecer.

     Así desapareció la última sospecha de que las 5 telas aseguradas en 750 mil dólares no fueran las auténticas. A esa hora ya se había hecho el primer intento de guardarlas en las mismas cajas de cartón donde las tenían embaladas los miembros de las llamadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), organización terrorista de los comunistas locales. Pero esa exposición inusitada de cuadros de Louvre y del Museo de Arte Moderno de París en un piso de la PTJ, no se iba a volver a repetir. Los periodistas estaban allí desde las 7 y media y tuvieron que quedarse hasta después de las 9 para recoger las palabras y hacer las fotografías de las personalidades que se asomaron a celebrar el triunfo policial.

     Cuando Uzcátegui comenzó la conferencia de prensa estaban con él Santos Gómez, director de la DIGEPOL, y Abraham Baíz, jefe de la Dirección Nacional de Información. Después de Miguel Arroyo, apareció por allí el escritor Arturo Croce, director de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación, en representación del ministro Reinaldo Leandro Mora, quien se hallaba en el interior del país. A nombre de la Embajada de Francia concurrió el señor Maurice Castell. El ministro de Justicia Miguel Ángel Landáez, quien había estado llamando a Uzcátegui cada media hora, tampoco resistió la tentación de acudir a la cita triunfal. Había recibido la noticia en su casa y lo primero que hizo fue llamar a “Los Núñez”, al presidente Rómulo Betancourt. Este recibió la noticia con entusiasmo. Durante la semana había llamado varias veces al día no solo al ministro de Justicia sino también a Carlos Andrés Pérez, titular del Ministerio de Relaciones Interiores.

     Funcionarios policiales, a esa hora, sacaban copias fotostáticas de una carta de casi dos cuartillas dirigidas por el Comando Nacional de las bandas armadas comunistas al senador Arturo Uslar Pietri, como también del recibo que llevaban para que lo firmara, apenas le fueran entregados los cuadros.

     Cuando los periodistas se retiraron a sus redacciones, a teclear las crónicas que aparecieron en los diarios del domingo, comisiones de la PTJ llegaban con detenidos o salían con sus ametralladoras colgando de los hombros, a capturar otros, cuyos nombres y direcciones iban saliendo de los interrogatorios a 3 presos: José Hilario Monterrey, que había sido detenido la noche del viernes y los universitarios Winston Bermúdez Machado y Luis Alberto Monsalve Valdés, apresados después de  una balacera, cuando se dirigían al domicilio del doctor Uslar Pietri.

 

La tarde del miércoles

     El suceso que hizo aparecer día a día el nombre de Venezuela en los periódicos de todos los países del mundo, comenzó a las 3 y 15 de la tarde del miércoles 16 de enero. El Museo de Bellas Artes casi estaba repleto de estudiantes de varios liceos que habían concurrido en masa a ver la exposición “Cien años de pintura francesa”, inaugurada el 21 de diciembre por el presidente Betancourt y asegurada antes de que saliera de Paris con destino a México, en 50 millones de dólares.

     Esa tarde llovía en Caracas y cuando el portero del Museo, Gustavo Pérez, vio entrar a 4 civiles con ametralladoras, no se sorprendió. Normalmente, al Museo solo lo cuidan sus vigilantes desarmados y algún policía municipal. Con la traída de esos 143 cuadros de maestros franceses, era distinto. Pero entonces uno de los 4 con ametralladoras, un trigueño alto, de pelo crespo, se le acercó, imperativo.

Al fondo de la sala se encontraba el cuadro de Van Gogh, donde el presidente Rómulo Betancourt se detuvo largo rato el día de la inauguración de la exposición
Al fondo de la sala se encontraba el cuadro de Van Gogh, donde el presidente Rómulo Betancourt se detuvo largo rato el día de la inauguración de la exposición

– ¡Suelte ese aparatico! ¡Suéltelo ya!

     El portero protestó. Con esa especie de reloj de bolsillo que tenía en sus manos contaba el número de visitantes. Hasta ese día eran poco más de 20 mil. Cuando lo hubo soltado, fue obligado a acercarse a la pared. Pronto, los otros 3 que habían pasado con ametralladoras, trajeron encañonados a los 4 guardias nacionales que se hallaban dentro. Junto a vigilantes y secretarias fueron encerrados en la sala ubicada a la derecha de la entrada. Más adentro, en otro cuarto ubicado a la izquierda, ocupado por Lázaro Díaz, el jefe de personal que trabajaba desde 1935 para el Museo, encerraron a otros. Aparte de los de ametralladora, los vigilantes vieron a otros 4 con revólveres y a dos mujeres, armadas también. Los cables de los teléfonos habían sido arrancados y cuando Gustavo Pérez trató de comunicarse con la policía, nada consiguió. Adentro del Museo reinaba la confusión. Los que vieron pasar a los hombres armados creyeron que se trataba de policías. 

     Ellos mismos decían eso. En la sala VI, ubicada a la derecha, más allá de la fuente, su vigilante Carlos Rodríguez vio entrar a una mujer con un revólver en la mano. Era de baja estatura, trigueña, vestía blusa gris y falda anaranjada. Lo mandó a entrar. Otros dos hombres armados mandaron a los estudiantes que tenían más cerca: “¡Ayúdennos a bajar ese cuadro!”. Al fondo de la sala estaba el van Gogh, donde el presidente Betancourt, el día de la inauguración, se había detenido largo rato. Los muchachos, en la confusión, trataban de descolgar el que tenían más a la mano. Los de los revólveres decían “Ese no. Ese Gauguin y ese Cézanne. Queremos los cuadros de más valor”. Así consiguieron la “Naturaleza muerta del abanico”, de Paul Gauguin, las “Bañistas”, de Paul Cézanne, y “Flores en un vaso de cobre”, de Vicente van Gogh. Antes de que los 3 cuadros fueran sacados de la sala VI, la muchacha con revólver que gritaba: “No se asusten. Somos el Movimiento de Liberación Nacional”, hizo entonces un disparo. Enrique Martínez, un liceísta entretenido en hacer unas anotaciones, lo recibió en la pierna izquierda. Los presentes, paralizados, se apresuraron a prestarle auxilio. Los otros salieron en ese instante hacia la calle.

     En la sala XIII, ubicada unos 15 metros hacia el interior izquierdo del Museo, en esos instantes se desarrollaba una escena parecida. Carlos Antonio Ojeda, el vigilante, vio como otros dos hombres y una mujer maciza, de pelo castaño y vestido rosado, tomaron a los espectadores por sorpresa. Ojeda había visto a esa mujer alta y pecosa en la mañana, mirando atentamente los cuadros y haciendo anotaciones. Estuvo más serena que su compañera de la sala VI. Hizo saber que pertenecían a la banda subversiva que usa las iniciales de FALN y gritó algunas consignas. Los hombres sacaron de allí la “Naturaleza muerta” de Pablo Picasso, y la “Naturaleza muerta con peras”, de George Braque.

     Toda la operación no duró más de 10 minutos. Un sacerdote había visto pasar con su revólver en la mano a una de las mujeres y le preguntó a un vigilante de qué se trataba: “Es de la PTJ. Dice que busca a un ladrón que quiere llevarse un cuadro”.

     Miguel Arroyo, el director del Museo, había estado ausente, ocupado en una sala del fondo donde la mayoría de los 28 empleados del Museo preparaba una exposición de arte checoeslovaco. Tres carros que esperaban en la puerta se habían dado a la fuga. Alguien vio que se trataba de un Ford verde modelo 59; otro anotó un par de placas. Fue la primera pista que tuvo la policía un rato después para iniciar sus investigaciones. De los 400 asistentes al Museo, una centena podía hablar de 10 ó 15 asaltantes. El propio Arroyo, avisado del asalto, alcanzó a divisar a 3. Los datos no eran muchos.

Los guerrilleros tenían planeado hacer la entrega de las obras en la residencia del entonces senador Arturo Uslar Pietri, en la urbanización La Florida
Los guerrilleros tenían planeado hacer la entrega de las obras en la residencia del entonces senador Arturo Uslar Pietri, en la urbanización La Florida

La noche y la universidad

     Los cables cubrieron al mundo con la noticia, y el asalto al Museo fue comparado inmediatamente con el secuestro del campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio, 5 años atrás, en La Habana. Era indudable que la sustracción de los famosos cuadros no era con fines de lucro económico porque a nadie podían vendérselos, sino con fines políticos. La exposición “Cien años de pintura francesa”, que había permanecido dos meses en México, iba a ser devuelta a París cuando la Fundación Fina Gómez hizo las gestiones entre los gobiernos venezolano y francés, para que alcanzara a Caracas. Ahora el gobierno venezolano estaba en un serio compromiso con Francia. Los cuadros desaparecidos estaban asegurados en 3 millones 375 mil bolívares. La suma no iba a dejar en bancarrota a Venezuela si llegaba el momento de pagar, pero era un asunto de prestigio. Cuando las patrullas policiales llegaron al Museo, nadie sabía qué vía habían tomado los carros de los asaltantes.

     En la noche las autoridades resolvieron allanar la Universidad Central por haber fundados indicios de que allí habían sido llevados los cuadros robados.

     En la noche las autoridades resolvieron allanar la Universidad Central por haber fundados indicios de que allí habían sido llevados los cuadros robados. El Juez Francisco Villarte, del Primer Juzgado de Instrucción, entró a la UCV a las 8 y 30 de esa noche con un grupo de 8 patrullas y llamó al Rector Francisco de Venanzi por teléfono diciéndole que iba a efectuar una inspección ocular. Mientras el juez Villarte, que iba en una patrulla de la PTJ, acompañado por el inspector Fernando García, jefe de la división de Atracos de la PTJ; Gabriel Arteaga, de la DIGEPOL  y Carlos Vera, hacía su entrada por la puerta de la Plaza Venezuela, por la puerta de Las Tres Gracias entraban otras patrullas. Un buen número de estudiantes y visitantes estaban a esa hora escuchando una conferencia sobre yoguismo. Salieron asustados al escuchar los violentos frenazos de los vehículos negros. De allí en adelante, hasta las 3 de la mañana, se iban a suceder una serie de hechos que crearon una controversia. El Ministerio de Relaciones Interiores iba a sacar un comunicado al día siguiente diciendo que “estudiantes armados trataron de agredir a una patrulla policial y se produjo un intercambio de disparos con un saldo de 4 heridos leves”; y que los funcionarios judiciales fueron practicamente secuestrados, por lo cual el allanamiento solo se pudo hacer 3 horas después, cuando acudió refuerzo policial. Las autoridades universitarias dijeron que los culpables fueron los allanadores al proceder a hacer la revisión armados. Para confirmar o negar esas versiones, dentro de la Universidad, en ese momento, solo había dos corresponsales extranjeros: el representante en Caracas del “Daily Express”, de Londres, y Tony Valbuena, de la UPI. Estos asistieron a la entrevista del juez Villarte y el rector de Venanzi y vieron las residencias cuidadas por vigilantes de la UCV. Los estudiantes, aglomerados en las residencias o fuera de ellas, no veían el allanamiento con buenos ojos. A las 11 de la noche las cosas se pusieron peor cuando un estudiante reconoció en uno de los efectivos de la DIGEPOL, con chaqueta de cuero anaranjada, a un ex condiscípulo suyo y se produjo un incidente entre los dos, el cual degeneró en escaramuza general y hubo varios disparos y detenciones. Luis Ghersy salió de un carro, donde había sido retenido y recibió un balazo en la pierna derecha. Ghersy, militante de Copei, fue a dar al Puesto de Salas, mientras otros 5 estudiantes también resultaban heridos. Tony Valbuena, subgerente de una agencia periodística internacional, que se hallaba presenciando estos hechos, fue detenido. No podía telefonear la noticia porque los teléfonos de la UCV estaban intervenidos. Salió de la DIGEPOL 10 horas después.

Carros y rumores

     El jueves amaneció lleno de rumores. El comunicado de prensa de la Dirección Nacional de Información no solo dijo que los estudiantes armados trataron de agredir a la policía; dijo que la residencia N° 1 era reducto de grupos extremistas, que la policía había encontrado hasta un paquete de marihuana y que el gobierno llamaría a las autoridades  universitarias a discutir las graves irregularidades que se vienen produciendo en la UCV, donde, según la policía, los cuadros permanecieron más de 5 horas.

     En la madrugada apareció la camioneta Chevrolet 57, de color verde y placa H6-6748, en Quebrada Honda, que había sido robada el día martes al repartidor de leche Lucas González; en la avenida Bogotá, de Los Caobos, fue encontrado poco después el Ford verde, modelo 59, placa A6-1385; el Chevrolet 59, color gris y placas C5-4923 apareció en El Valle. Este último, con una antena de radio en el lugar del techo donde debía tener el distintivo de taxi, había hecho las veces de radiopatrulla. Los vehículos fueron trasladados a la central de la PTJ y los técnicos los pasaron al interior del edificio donde los examinaron con el cuidado que un médico chequea a un paciente importantísimo. Allí surgieron las primeras huellas. Los policías empezaron a susurrar el nombre del delincuente Alejandro Gil Bustillos como uno de los participantes en el asalto al Museo.

     La ciudad estaba llena de rumores. Se decía que los ladrones de los cuadros querían cambiarlos por presos políticos, que Arroyo sería destituido.

Miguel arroyo, director del Museo de Bellas Artes, y Juan Calzadilla, uno de los empleados, conversando con el reportero de la revista Élite
Miguel arroyo, director del Museo de Bellas Artes, y Juan Calzadilla, uno de los empleados, conversando con el reportero de la revista Élite

“Mientras Betancourt prosiga en el poder”

     El anochecer del jueves, las agencias noticiosas tuvieron una noticia que no lograron los diarios de Caracas. Las bandas armadas comunistas hicieron llegar un comunicado. A la “France Presse” lo llevaron dos muchachas; a la UPI, asaltada por ellos hace dos años, le tenían menos confianza, llamaron por teléfono: “Escuchen. Habla un miembro de la FALN. En el pipote de la basura, frente a la Jefatura Civil de la Plaza Candelaria, hay un sobre para ustedes”. La agencia está frente a esa plaza. Los empleados bajaron y pasó una hora antes de que hubiera una nueva llamada. El sobre había sido cambiado de pipote. Fue hallado. Contenía un manifiesto. En el pedían “disculpas” al pueblo francés y señalaban que no se trataba de un robo, sino de una acción contra el gobierno del presidente Betancourt. Indicaban que las pinturas no sufrirían daño alguno y que serían retenidas mientras el presidente Betancourt prosiguiera en el poder.

     Eso hacía más serio el golpe. Pero la banda de terroristas que se llama a sí misma “Destacamento Guerrillero Urbano Livia Gouverneur”, que a fines del 61 tomó el avión de Avensa y en septiembre del 62 asaltó El Hatillo, iba a cambiar de opinión el viernes, cuando José Hilario Monterrey fue allanado en la tarde y detenido en la noche.

     En Francia los diarios llenaban páginas enteras con los pormenores del secuestro de los cuadros. La Dirección de Museos de Francia sacó un comunicado diciendo que las telas no eran de primera importancia, pero sí sumamente características en la obra de cada uno de los autores. En Caracas, el Museo de Bellas Artes permanecía cerrado, con una camioneta de Guardias Nacionales al frente. Las fronteras estaban cerradas. Se temía que los cuadros fueran sacados a Cuba. 

     Cada publicación hacía historia de todos los robos de obras de arte realizados en la historia. El robo de los cuadros en Caracas era comparado con el robo de la Gioconda en 1911, desde el Museo de Louvre, por el italiano Vicente Perrugia para “devolver a Italia una obra que le pertenece por derecho propio”, “La Gioconda”, que ahora es huésped de USA, estuvo desaparecido dos años. ¿Los cuadros desaparecidos en Caracas irían a estarlo por el mismo tiempo?

     El tema apasionaba. De Europa y Estados Unidos las publicaciones importantes no vacilaban en hablar media hora por teléfono con sus representantes en Caracas, pidiéndoles el material que querían. Se hablaba de delegados del Lloyd, el más grande asegurador del mundo, de los famosos detectives de Scotland Yard, la Sureté de Francia y del FBI.

Miguel Arroyo en la PTJ

     Para las policías que trabajaban unidas, con la PTJ a la cabeza, las huellas dactilares encontradas en los vehículos señalaron al dirigente sindical José Hilario Monterrey como cabecilla de los asaltantes. 50 radiopatrullas andaban por la ciudad la noche del viernes.

   Monterrey fue detenido en una avenida de la parroquia Sucre, junto a José Montero. Nieves Trujillo fue detenida en la calle Los Alpes de El Cementerio. Las llamadas anónimas ya llegaban a las 500, dando siempre direcciones de dónde se hallaban los cuadros. El sábado amaneció prometedor. La PTJ esperaba que Monterrey diera nombres. Hasta el mediodía no le habían sacado nada. La policía tenía una sola certeza: los cuadros estaban en Caracas. Sus ladrones eran estudiantes y las patrullas empezaban a mirar con especial cuidado y pedir documentos a cuanto vehículo circulaba con más de un joven. Monterrey fue pasado a un calabozo de la PTJ al mediodía del sábado. Para la policía ya estaba clara su participación en el asalto al Museo, pero, fuera porque no quisiera soltar prenda a los reporteros o porque nada concreto sabía, solo prometía noticias importantes para después.

   Un inspector, que estaba trabajando en el caso, dijo a “Élite”, a las 4 de la tarde del sábado: “Estamos sobre la pista. Es casi seguro que vamos a tener los cuadros antes de 24 horas”. Un reportero alcanzó a oír y comentó: “Por supuesto: mañana en la Rinconada, después que se corran todas las carreras del 5 y 6”. Fernando García, el jefe de la sección de Atracos, que llevaba 3 noches sin dormir, se rió cuando supo el comentario. A esa hora, Miguel Arroyo y la totalidad de los empleados del museo, hacían antesala para declarar por los pasillos de la PTJ; después fueron pasados a la celda donde se hallaba Monterrey. Fueron a ver si reconocían a éste como autor del robo. Estuvieron casi una hora detrás de la reja de la fatídica celda de reconocimiento. Por un momento parecía que la policía había decidido dejarlos detenidos. Cuando salieron, nada quisieron decir. Después de las 5, las secretarias y vigilantes del Museo seguían contando lo que habían visto. Era lo mismo que ya habían dicho a los periódicos. Los que interrogaban resolvieron: “Váyanse. Seguiremos el lunes”. Arroyo salió por la puerta sur del edificio con su gente. Los fotógrafos disparaban sus flashes una y otra vez. Todas las fotos perdieron su valor una hora más tarde.

 

“¡Los cuadros! ¡Los cuadros!”

La mayoría de los reporteros se había retirado a escribir sus pistas. Pero a las seis y doce minutos hubo un tiroteo en La Florida y 20 minutos después llegó a la central la patrulla 567, que siempre ocupa el doctor Uzcátegui. El chofer frenó con estruendo, y Bolívar, uno de los dos agentes que participaron en la recuperación de los cuadros, en la avenida Ávila, al llegar al segundo puente, gritaba, loco de júbilo:

– ¡Los cuadros! ¡Los cuadros! ¡Los recuperamos! ¡Los cuadros!

Las dos cajas de cartón fueron subidas al tercer piso, a la sede de la sección Otros Delitos.

El director Uzcátegui llegó en 5 minutos.

   Los cuadros fueron subidos al piso 11 y allí fueron sacados cuidadosamente. Pronto llegaron Santos Gómez y Abraham Baíz. El inspector Casadiego completaba los datos precisos. Los periodistas habían recibido la noticia por una emisora, que llegó a hablar de 3 muertos. A las 7 y media los reporteros y fotógrafos llegaban a la treintena. Uzcátegui comenzó diciendo que la recuperación de los 5 célebres cuadros había sido un triunfo de la policía nacional. Y dio detalles. A las 6 de la tarde la patrulla estaba en su casa cuando la radio del vehículo dijo que un Dodge 55, placas C4-2071, color blanco y azul, llevaba los cuadros por La Florida. El chofer y los dos funcionarios que estaban allí pidieron permiso y corrieron al lugar, ubicando pronto el vehículo e interceptándole el paso. Un policía saltó con su metralleta:

–Salgan con las manos en alto.

   Los ocupantes del vehículo eran dos muchachos y una mujer. Ella dijo no tener cédula. Ellos mostraron sus carnets de estudiantes de la UCV: Luis Alberto Monsalve Valdés, cédula de identidad 1.897.085, tiene 25 años y es estudiante de arquitectura; Winston Bermúdez Machado, cédula 2.063.631, de 21 años, estudiante de ingeniería.

   A Monsalve le hallaron una pistola checa de 9mms. Fueron metidos en la radiopatrulla. Uno de los agentes estaba pidiendo refuerzos para acudieran a llevarse los cuadros que estaban en el asiento trasero del vehículo blanco-azul. Entonces Bermúdez, que había conservado su pistola Supermatic, calibre 22, le apretó el cuello al que llamaba y le puso la pistola en la sien. En ese instante Monsalve y la muchacha huyeron. Bermúdez también lo iba a hacer, pero fue derribado de un golpe. Disparó y los otros ocupantes de la radiopatrulla hicieron fuego con sus metralletas. Los estudiantes fueron heridos: Monsalve en la región lumbar; Bermúdez, en el muslo derecho. La muchacha, de unos 19 años, saltó por un puente y no la pudieron capturar. Todas las patrullas de Caracas convergieron al lugar y rodearon el sector. Hasta la tarde del domingo, cuando fue redactada esta crónica, la muchacha no había sido capturada. Trasladados los cuadros a la PTJ y los heridos al Puesto de Salas, solo faltaba el recuento. Uzcátegui dijo: “En unas horas más, habrá más novedades. Se las diremos”. “Élite” le preguntó:

–¿Nos puede decir si los cuadros estuvieron o no estuvieron en la Universidad?

–Esa será una de las novedades.

–¿Les seguirán un juicio interno a los policías que hicieron fuego en la UCV?

–¿Por qué habría de seguírseles juicio? Ellos respondieron disparos, se defendieron. No hicieron otra cosa que defender sus vidas y cumplir con su deber.

–Las autoridades universitarias dijeron en su comunicado que los estudiantes no tenían armas…

–No tendrían revólveres, pero tenían granadas.

     Los periodistas supieron que el senador Uslar Pietri no estaba en su residencia cuando los estudiantes extremistas se dirigían a ella para entregarle los cuadros. Luego trascendió que la recuperación de los cuadros y la captura de los asaltantes se había adelantado porque un “periódico” extremista los había delatado al publicar la carta que le habían escrito al Senador, aunque en la publicación habían omitido intencionalmente su nombre.

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