Christiaan Barnard en Caracas

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Christiaan Barnard en Caracas

      No habían transcurrido 23 semanas de la primera intervención de trasplante de corazón en la historia de la humanidad, cuando el cirujano que la hizo posible, Christiaan Barnard, un surafricano que entonces contaba con 46 años (nacido en Beaufort West, el 2 de septiembre de 1922), aterrizó en el aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetía, el 10 de mayo de 1968, invitado a Venezuela por la Academia Nacional de Medicina y otras instituciones científicas del país.

     Cinco meses antes, el 3 de diciembre de 1967, Barnard, conocido como “el cirujano de los dedos de oro” impactó al mundo con la proeza técnica que le valió reconocimientos de sus colegas y reproches de otros sectores que se sintieron indignados por considerar que el hombre no podía reemplazar a Dios.

Christiaan Barnard, famoso médico surafricano

Primeros trasplantes

     Ese día, Barnard y su equipo de 20 médicos, desde la sala de operaciones del Hospital Groote Schuur, de ciudad del Cabo, le colocaron a Louis Washkansky, de 56 años, el corazón de Denise Darvall, de 25 años, quien había fallecido horas antes víctima de un accidente de tránsito.

     La cirugía se realizó en seis horas. Médico y paciente saltaron inmediatamente a la fama como protagonistas de las principales historias de los noticieros de estaciones de televisión y radio y les dedicaron amplio centímetraje en diarios y revistas alrededor de todo el mundo.

     Al despertar de la anestesia, Washkansky, enfermo cardíaco crónico con historial diabético declaró que se sentía muy bien con un nuevo corazón. Pero, lamentablemente, dieciocho días después de la operación, el 21 de diciembre den 1967, falleció a causa de neumonía.

     Cuatro meses antes de presentarse en Caracas, el 2 de enero de 1968, Barnard y su equipo realizaron el segundo trasplante. El médico Philip Blaiberg recibió el corazón de Clive Haupt. El receptor de raza blanca sobrevivió durante 563 días con el órgano de un donante de raza negra. A partir de entonces creció la denominada polémica por la bioética de tales operaciones por parte de quienes consideraban que no puede estar muerto el ser cuyo corazón puede latir.

     Pero lo cierto del caso es que Barnard y sus pacientes ganaron notoriedad porque le dieron a la humanidad mayores expectativas de vida.

     En la medida en que fue perfeccionando el procedimiento quirúrgico, al médico surafricano comenzaron a lloverle ofertas para dictar conferencias, clases magistrales y realizar presentaciones alrededor del mundo. Llegó a convertirse en un personaje asiduo a los encuentros del jet set internacional y también ganó fama de playboy.

Mesa redonda televisada

     Diversas actividades, cumplió Barnard durante su visita de poco más de 72 horas en Caracas. Dictó conferencias en la Academia Nacional de la Medicina y en el hospital Miguel Pérez Carreño, que aún no había sido inaugurado; se reunió con estudiantes de medicina de la Universidad Central de Venezuela y presenció una carrera de caballos en el Hipódromo La Rinconada. Antes de regresar a su país fue condecorado en el Palacio de Miraflores con la orden “Andrés Bello” por el presidente de la República, Raúl Leoni.

     Marcel Granier Doyeux, presidente de la Academia Nacional de Medicina, se encargó de presentarlo en la sede de esta institución el sábado 11 de mayo.

     En esta mesa redonda transmitida a través de la televisión participaron también, entre otras personalidades, los doctores Elías Rodríguez Azpúrua, José María Cartaya, José Gabriel Sarmiento Núñez, Carlos Gil Yépez, Alberto Paris, Carlos Travieso, Armando Soto Rivera, el sacerdote Pedro Barnola, el abogado César Rodríguez y el Ministro de Educación, J. M. Siso Martínez.

Barnard atendiendo a los medios de comunicación en Caracas

     Fue en esta actividad en la que Barnard anunció al mundo que estaba en proceso de desarrollo un suero anti linfocítico, capaz de neutralizar las barreras de los rechazos de los tejidos que entonces dificultaban los trasplantes de diferentes órganos.

     También indicó que estaba en contra del comercio de órganos y promovía la creación de leyes que reprimieran lo que estimaba era un crimen.

     El padre Barnola consultó la opinión en torno a la reacción experimentada por el clero en diversas partes del mundo, a lo que Barnard respondió: “he tenido contacto con los más altos jerarcas de la Iglesia y su reacción ha sido muy favorable”, dijo al tiempo que indicó que el Papa, Pablo VI, reconocía su condición no científica y por lo tanto se limitaba a rezar por el éxito de tales avances en el campo de la medicina.

     El domingo 12, Barnard estuvo reunido con personal médico del moderno hospital de la ciudad de Caracas. En horas de la tarde cumplió un merecido rato de esparcimiento en las tribunas de la pista hípica capitalina. Acompañado por directivos del Colegio Médico del Distrito Federal, presenció el Clásico “José Antonio Páez”, que ganó el ejemplar Con Brío, conducido por Ignacio Jesús Ferrer y preparado por Millard Ziadie.

El doctor Barnard con un grupo de médicos y enfermeras venezolanos
En 1967, Barnard y su equipo le colocaron a Louis Washkansky, de 56 años, el corazón de Denise Darvall, de 25 años

Acto en La Casona

     En su último día en la capital venezolana fue recibido por el presidente Leoni y su señora esposa, doña Menca, en la residencia presidencial de La Casona, en la urbanización Santa Cecilia.

     El imponerle la orden “Andrés Bello”, el primer mandatario venezolano expresó: “Doctor Barnard: su nombre pertenece ya a los grandes valores de la humanidad, como su técnica operatoria a la historia de la medicina. Y en Venezuela, al otorgar a usted esta condecoración que tengo la satisfacción de imponerle, no hago otra cosa que honrar su mérito y reconocer su valor, su audacia y su confianza en sí mismo”.

     Barnard respondió a Leoni lo siguiente: “Desde que llegué a su país, señor presidente, si apenas he hecho otra cosa que decir ¡gracias! Así que nuevamente quiero expresar mi agradecimiento a usted y a su pueblo por esta visita memorable”.

     Tras realizar unas 150 operaciones de trasplante de corazón a lo largo de su exitoso ejercicio como cirujano en cardiología, Barnard se retiró en 1983, aquejado por artritis. Falleció en septiembre de 2001, a la edad de 78 años, luego de sufrir una severa crisis asmática mientras pasaba una temporada en un hotel del balneario chipriota de Pafos.

Un negociante inglés por Caracas

Un negociante inglés por Caracas

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Un negociante inglés por Caracas

     Entre los meses de julio y octubre de 1864 Edward Eastwick (1814-1883) viajó a Venezuela, en calidad de Comisionado de General Credit Company de Londres institución con la que Antonio Guzmán Blanco había acordado un empréstito para el gobierno federal, cuyo ejercicio estaba en manos de Juan Crisóstomo Falcón. Fue un hombre versado en asuntos diplomáticos y había cursado estudios universitarios en Inglaterra. Durante su estadía conoció y describió aspectos relacionados con La Guaira, Caracas, Valencia y Puerto Cabello. Sus impresiones de viaje fueron publicadas en la revista londinense All the year Round entre 1865 y 1866. Para 1868 se publicarían en forma de libro y para 1959 aparecería una versión en castellano de trescientas cuarenta y cinco páginas.

Para Eastwick, La Guaira era uno de los parajes más “pintorescos del mundo”

     Su inicial referencia acerca de Venezuela fue la sentencia de que el nombre otorgado por los españoles a esta comarca era inapropiado, porque el paisaje, por él visualizado, no mostraba semejanza con la Venecia que sirvió de referencia para tal denominación. Sin embargo, apeló a Humboldt para reafirmar que La Guaira era uno de los parajes más “pintorescos del mundo”. Para Eastwick resultaba ser una localidad en la que se podía constatar la grandiosidad de la naturaleza frente a la pequeñez humana. En su paso por ella no dejó de mostrar su desagrado al cruzar frente a “oscuras edificaciones” que impedían una ostensible contemplación de las montañas a su derredor. Expresó que lo que mayor incomodidad le produjo fue la que denominó atmósfera sofocante e impregnada del “mefítico aroma” del pescado en descomposición y otros “perfumes aún peores”. A este comentario, plagado de animosidad, agregó que los venezolanos deberían preocuparse más por crear condiciones higiénicas y pulcras en un lugar que era lo que, primeramente, apreciaba todo turista. Comparó esta situación con Colombia en la que el viajero era recibido con “fragancias de muy diferente calidad”, hizo notar.

     De las comidas destacó que usaban en demasía el ajo y acotó, muy impresionado, que aún no fuese emblema o símbolo nacional del país. No dejó de destacar los nombres de las personas que calificó de extraños y cómicos, como el de una dama llamada Dolores Fuertes de Barriga. Igualmente, el aguacate le pareció combinado de sabores entre calabaza, melón y queso “Stilton muy rancio”.

     En el trayecto, desde La Guaira hasta Caracas, reveló el encuentro con “venta – hosterías” de “ínfima clase” donde los arrieros, carreteros y cocheros hacían parada para proveerse de un trago de aguardiente. Bajo este mismo marco de ideas indicó que al suramericano (denominación que utiliza, indistintamente, para hacer referencia a Venezuela) no le pasaba por su mente el de llevar a cabo acciones en beneficio de los demás, aseveración que estuvo acompañada de la observación de animales muertos en plena vía cuando, muy bien agregó, pudieran ser arrojados por los abismos y así evitar nubes de moscas y zamuros a su alrededor, así como alejar los malos olores.

     Durante su estadía se alojó en el hotel Saint Amande del que dejó escrito que el conserje era un negro que bien pudo haber sido un empleado de la aduana. Lo describió como un hombre corpulento y gordo, cuya obesidad “obstruía la puerta de entrada”. La servidumbre del hotel constaba de dos camareras indias y un mozo de “raza” mulata. Acerca de la cocinera dijo que era “enormemente” gorda. Eastwick comentó su satisfacción de sólo haberse cruzado con ella en contadas ocasiones, de lo contrario si hubiese tenido otro trato nunca hallaría gustosos los alimentos por esta persona elaborados.

     Expresó que la habitación que ocupó se encontraba muy bien decorada, además, algo que le sorprendió, estaba “bastante limpia”. Relató que, en una oportunidad, a eso de las tres de la madrugada, escuchó ruidos de gente y tañido de campanas que lo llevó a pensar, de manera inmediata, en una revuelta, terremoto o incendio. El repique venía acompañado de cohetes y descargas de mosquetes. Aclarado el día se enteró que tal alharaca era la fiesta de los isleños o nativos de Islas Canarias, quienes formaban en Caracas “toda una colonia” y celebraban un encuentro de su santo patrono. Recordó que durante su estadía pudo presenciar otros actos litúrgicos, fiestas y ayunos. Respecto a estas concentraciones se preguntó porque razón no eran practicadas en horas menos perturbadoras tal como lo haría “cualquier humano sensato”.

     De las mujeres dejó estampado que era posible que, en otras partes de Europa hubiese mejillas más sonrosadas y tez más blanca, pero nunca los rasgados ojos negros, dientes de tan alucinante blancura, talles tan esbeltos, pies y tobillos de tanta perfección como los que posee la mujer venezolana. Respecto a la presencia de ellas en las iglesias y su devoción, Eastwick puso en duda su misticismo. Esto porque, de acuerdo con su caracterización, las mujeres salían a la calle para que las miraran y los hombres se reunían en grupo dentro de las iglesias para contemplarlas.

     Fue testigo de fiestas y procesiones que, según su percepción, tenían un origen común con los de la India. Las mismas, adujo, constituían el desahogo de un “pueblo perezoso” que servían para justificar la ostentación de lujosas vestimentas, holgazanear y entregarse al juego y al amor. Subrayó que tales encuentros eran los días de mayor ajetreo en la “estafeta de cupido”.

     Tal como lo revelaron otros viajeros, no dejó de destacar las secuelas del terremoto de 1812. Recordó que practicó una excursión hacia el lado norte de la ciudad, hasta alcanzar el cerro El Ávila. Describió que la ciudad se veía similar al de un gran cuadrado con largas calles paralelas que la cruzaban de norte a sur, con la plaza principal del mercado en el centro. Narró su gran asombro al observar la destrucción causada por el movimiento telúrico del doce, en especial hacia el lado norte de la ciudad. Anotó que logró corroborar las secuelas de este movimiento, al confirmar la versión compartida por un antiguo funcionario que aún se encontraba entre los vivos. Éste le narró que, por haber sido aquel fatídico día jueves santo, las iglesias estaban repletas de personas, mujeres en su mayoría y “vistosamente engalanadas”. Ese jueves había un calor intenso y habían pasado varios días sin caer gotas de lluvia. Además, por ser día festivo las calles estaban colmadas de gentes. Anotó que, en cuestión de segundos el temblor causó destrozos a una ciudad de cincuenta mil habitantes. Los muertos que hubo fue porque resultaron aplastados por las estructuras edificadas y de las que no lograron escapar a tiempo. Una de las consecuencias de él fue que algunas parejas, que todavía vivían en concubinato, fuesen presurosas a formalizar su relación por medio del matrimonio y que quienes habían perpetrado fraudes “restituyeran lo mal habido”.

     Hizo notar que, desde El Ávila, observó varias casas de las que resaltó, por su altura, la del representante consular de Holanda. De igual modo, refirió que en la parte “inferior” de la ciudad se estaba a la mira de una propiedad territorial denominada Paraíso que había pertenecido a un representante consular inglés y quien la había transferido a una “famosa beldad criolla”. Sin embargo, indicó que lo más interesante era el cementerio católico, el más “hermoso de Suramérica” y por tal motivo merecía una visita. Su primera impresión fue que el mismo estaba situado en un terreno elevado y que desde él se apreciaba un “espléndido panorama”. Su excepcionalidad estribaba en la distribución de una “especie de casillero” gigantesco, en el que cada compartimiento servía para el depósito de ataúdes. Acotó que, todo aquel que pudiera cancelar treinta y cinco pesos tenía el derecho de colocar la urna, del pariente muerto, durante tres años. El féretro podía ser retirado, si así lo deseaban los deudos, luego de un tiempo, y que en cada cripta se estampaba el nombre del fallecido. Las personas de escasos recursos, así como aquellos que no escogían esta modalidad, depositaban sus parientes muertos en otro lugar del cementerio. Acentuó la impresión que le causó ver las fosas comunes, adonde descansaban los cadáveres de las víctimas del cólera que fueron numerosas. En contraste con el cementerio católico, los camposantos inglés y alemán estaban hacia el lado sur de la ciudad. Los mismos lucían descuidados ya que la hierba y la maleza no permitían apreciar las tumbas. Reseñó haber visto una capilla con una inscripción en que se identificaba como su diseñador a Robert Ker Porter. En este sentido, agregó que le había llamado la atención que alguna otra persona como él hubiese llegado desde las “Puertas Caspias” a este remoto país occidental.

     Entre sus anotaciones sumó que, a no ser por los terremotos, las epidemias, las plagas de insectos, las revoluciones “cada tres años” y los repiques de campana, “pocos lugares” reunían buenas condiciones para residenciarse en ellos tal como lo exhibía Caracas. Si destacó el caso de Caracas para fijar residencia, no dejó de hacer notar lo costoso que, en términos económicos, significaba vivir en ella. En efecto, contó que, al revisar las cuentas e inversión que había erogado mientras permaneció en ella, llegó a la conclusión según la cual “todo está por las nubes en esta tierra de la libertad”. En este marco, colocó como ejemplo los precios de unos productos alimenticios a propósito de un ágape que ofreció a trece personas, por los que había gastado la no poca cifra de veintitrés libras esterlinas. El mismo gasto, recordó, en Londres hubiese bastado para “regodearse con tortuga auténtica”, variedad de platos y unas diez clases de pescado diferentes. En esta comarca lo ofrecido por él, durante esta ocasión como anfitrión, no resultó muy distinto a lo que usualmente consumía en el hotel, salvo por la inclusión de un pavo.

Eastwick realizó una excursión hacia el lado norte de la ciudad, hasta alcanzar el cerro El Ávila

     Asimismo, refirió lo que su sirviente temporal, de nombre Juan quien le servía como una suerte de mayordomo, le había expresado en contestación a sus quejas por lo invertido en productos alimenticios. Juan le dijo que todas las personas sabían que él era un comisionado financiero que había llegado al puerto de La Guaira con dos cajas de oro. Contó lo que este le había referido acerca del escaso interés que implicaba ser justos o equilibrados a la hora de cobros excesivos porque “nadie sale ganando con ello”. Todos pensaban, según Juan, que del oro trasladado a esta comarca él debía quedarse, de modo fraudulento, con una parte y por tal razón debía dejar algo en beneficio del país. Por eso sentenció que acá no valía la pena mostrar demasiada honradez.

     En lo que se refiere a las actividades cotidianas o domésticas en las que debería colaborar el mencionado Juan, Eastwick no se mostró muy satisfecho. Contó que, en cierta ocasión había “abandonado” sus diligencias domésticas para ir a reunirse con sus amigos, y volvió en horas de la noche, solo rápidamente, y luego “no lo volví a ver hasta el día siguiente”. Escribió molesto acerca de esta manera de prestar servicio y agregó que era común en Venezuela, a la que llamó “paraíso de los sirvientes” porque aquellos que se dedicaban a ofrecer asistencia, a quienes la requerían, la practicaban con desgano y solo para obtener dinero y comprar ropa. No sucedía de igual forma cuando conversaban sobre el teatro y, en especial, de la política nacional a la que podían dedicar varias horas. Justificó esta actitud al ser este un país en el que en cosa de días cualquiera podía llegar a ser general o presidente. Llegó a escribir que en Venezuela se practicaba la “perfecta igualdad” con lo que intentó significar la intromisión de sirvientes y harapientos en prácticas domésticas como conversaciones, juegos, bailes y fiestas. Con desdén refirió el caso de funcionarios y personas, de nivel acomodado y no acomodado, quienes ejercían sus oficios o se presentaban a reuniones con un tabaco en la boca. En una parte de su escrito no dejó de señalar que, el criollo exhibía excelentes cualidades, pero sentía aversión por “todo esfuerzo físico” y que, por tal circunstancia las haciendas producían gracias al trabajo de indios y mestizos.

Negros en la provincia de Caracas

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Negros en la provincia de Caracas

     Hace más de dos siglos que se conformó como comunidad independiente Haití, nombre adoptado de la lengua Arawacs afrancesada. El Guarico o Santo Domingo francés rompió el nexo colonial con la metrópoli francesa y declaró su Independencia en 1804, aunque hasta 1809 tropas francesas permanecieron acantonadas en el lado este del territorio. Lo hicieron como imperio y no república, a diferencia de sus pares del norte y sur América, antes y después de su Independencia. En 1791 estalló en aquel territorio una rebelión de antiguos esclavos en el marco de la Revolución Francesa y acicateada por algunos de sus protagonistas desde Francia. Con la ruptura del nexo colonial terminó un ciclo de prosperidad para los colonos blancos, muchos de los cuales se vieron empujados a emigrar a territorios insulares cercanos a tierra firme.

     A partir de la Independencia los haitianos propiciaron acciones para eliminar la esclavitud, acompañada de medidas para proteger y liberar a esclavos que alcanzaran su territorio. Quizás, el espacio insular donde se experimentó mayor inquietud frente a situaciones como la escenificada en Haití fue Cuba, cobijo de emigrantes blancos provenientes del Guarico. La preocupación que se apoderó de las autoridades coloniales no era por la cantidad de esclavos sino por su concentración en espacios reducidos y contiguos. Desde los tempranos años de la conquista y colonización ibérica, el viajero Girolano Benzoni, en Historia del Mundo Nuevo (1565) había advertido acerca de los riesgos que conllevaba la concentración de esclavos negros en espacios restringidos, tal como lo señaló respecto a Venezuela.

     Incluso, en espacios territoriales como Charcas, correspondiente al Virreinato del Perú, quien ocupaba el cargo de fiscal de la Audiencia hacia 1797, de nombre Victorian de Villaba, reclamó a las autoridades reales mayor atención para las provincias de ultramar al destacar la situación experimentada por el negro africano en ellos. No sólo se quejó del trato despectivo al que era sometido el aborigen, también llamó la atención acerca de la situación del negro africano cuando indicó que el traslado a lugares donde el clima era distinto, al de su zona de origen, el rudo trabajo y la desesperación acababan con la vida de ellos en esta provincia. Por esto adujo que, los que lograban sobrevivir sólo eran útiles para reproducir una casta envilecida, mezcla de negros y blancos que despreciaban tanto al español europeo como al español americano. Igualmente, sumó a sus consideraciones que, corrompían las costumbres, eran huidizos al trabajo y que algún día se vengarían del desprecio con que se les miraba.

José Domingo Díaz aseguró que una cifra importante de los esclavos de la Provincia de Caracas integraba las milicias a favor del Rey

     Para dar una idea de la relevancia de este asunto, en lo atinente a Venezuela, resulta importante recordar algunos apuntes delineados por el sevillano José Mª Blanco White, quien editaba el impreso mensual denominado El Español desde 1810, en Londres donde vivía como exilado. En uno de los ejemplares había hecho referencia que en la América Española existían dos grupos en disputa antagónica. Uno, lo denominó americanos. Otro, metropolitanos. Escribió que luego de la disolución de la Suprema y su sustitución por la regencia hubo un distanciamiento temporal con la Corona, al considerarla como una imposición del emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte. Según Blanco los americanos mostraron patriotismo y generosidad con su majestad. No obstante, ésta continuó con una política de imposiciones y prohibiciones que produjeron una atracción hacia las propuestas napoleónicas que, según su análisis, prometían mayores libertades.

     A estas ideaciones agregó (agosto 30 de 1810) que, a pesar del reconocimiento de Fernando como monarca, la metrópoli debía tomar en consideración la cantidad de “gentes de color”, quienes tenían poco que perder al momento del desorden de una revolución completa. Este escrito fue dado a conocer por medio de la Gaceta de Caracas, en la edición de noviembre 16 de 1810, a la que se dio como respuesta, con lamentación por ser de gran aprecio en la comarca (de hecho, tuvo estrecha relación de amistad con Roscio), que él no hubiese podido estar en Caracas y así constatar la moderación civil de las clases honradas, porque los “beneméritos pardos de Caracas” no eran como los “inicuos” zambos de Lima.

Alejandro de Humboldt

     Si hubo una respuesta a este convencimiento de un observador y analista político, respetado y considerado en un momento porque era de quienes sostenía la necesidad de mantener el orden colonial, pero en circunstancias distintas a las históricamente experimentadas, la intranquilidad no cesó. Para marzo 15 de 1811 apareció en la Gaceta de Caracas una información del descubrimiento de una asonada, protagonizada por un joven mantuano, Fernando Galindo, quien había conspirado con pardos para el establecimiento de un gobierno respetuoso de la libertad e igualdad. Ante tal acusación apareció, en el mismo impreso, una comunicación rubricada por Pedro Arévalo, teniente coronel de la clase de pardos, en la que explicó que éstos habían contribuido con la “feliz regeneración política” del diez y nueve de abril del diez. El mismo mostró cautela ante las acusaciones contra Galindo y sus acompañantes, quienes aconsejados por “espíritus facciosos” habían desviado la confianza de los sentimientos que los pardos mostraban de honor y unión con la “grande obra empezada” en 1810.

     En Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, Alejandro de Humboldt recordó algunas ideas esbozadas por Benzoni como una premonición. Cuando éste estuvo en la Provincia de Caracas algunos españoles le expresaron con preocupación que, en Santo Domingo se habían multiplicado el número de negros y que no era de temer que algún día se adueñaran de la isla. Humboldt anotó que, entre las castas, de las que se tenía como uno de sus componentes a los negros, requerían de mayor preocupación por parte de las autoridades del Reino. En este sentido, aseveró que en la provincia de Caracas la existencia del negro tenía un doble plano de interés científico. Uno, por el infortunio de la vida que padecían. Otro, por el temor a una reacción violenta, no por la cantidad de ellos sino por su concentración en una extensión territorial poco considerable.

     Esta aprensión se vio acrecentada por la cercanía de la Capitanía General de Venezuela con las islas del Caribe, así como por la transmisión de ideas y su recepción entre quienes vivían en la humillación y el agravio. Recordó que, a pesar del aislamiento que las metrópolis trataban de arraigar en sus posesiones, esto no impedía que la información acerca de las agitaciones y rebeliones dejaran de conocerse. Indicó que el Mediterráneo Americano, tal cual denominaba al Caribe actual, conformado por los litorales de Venezuela, Nueva Granada, México, los Estados Unidos de Norteamérica y las islas antillanas, reunían en su conjunto cerca de un millón y medio de negros libres y esclavos. La mayor concentración se ubicaba en las costas septentrionales y orientales. Por esto, subrayó que resultaría muy natural que las disensiones y disconformidades que estallaron en 1791 en el Santo Domingo francés se hubiesen divulgado hacia las costas del territorio venezolano.

     En “Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla, Henry Cullen”, conocida como Carta de Jamaica (1815), Simón Bolívar argumentó e insistió que la lucha contra la corona española no derivaría en un conflicto entre castas tal cual había sucedido en Haití. Tanto en esta comunicación como en “Señor redactor o editor de la Gaceta Real de Jamaica” (1815), el Libertador señaló, ante quienes podrían ser de ayuda para conseguir mayor apoyo de las autoridades inglesas en la lucha por la emancipación, que la querella no tenía un propósito ni señales raciales. Uno de sus razonamientos, en este orden, se focalizó en demostrar que, a pesar de una “mayor presencia de razas mezcladas” en Venezuela frente a los blancos, de quienes él se sentía representante, llevaban como experiencia de la realidad colonial una igualdad relativa y arraigada en el tiempo.

     Signos y señales de un peligro tal, es decir, de un levantamiento de esclavos y negros libres estuvo presente a lo largo del conflicto emancipatorio y luego de 1821. Tales síntomas fueron esbozados por el arzobispo Narciso Coll y Prat quien había residido en la Provincia de Caracas entre 1810 y 1816. Hubo de redactar dos Memorias, en 1812 y 1818, cuyo propósito fue la de defenderse contra acusaciones por infidencia reveladas por Pablo Morillo. En Memoriales sobre la Independencia de Venezuela estableció el papel que vino a desempeñar en esta comarca, además de asegurar el compromiso con la religión que profesaba, el culto católico romano, así como que llegó para defender los fueros de la Iglesia, rescatar de una muerte segura a los europeos perseguidos por un “gobierno intruso”, facilitar el ingreso de tropas defensoras del orden monárquico, al lado de su colaboración con la pacificación de sus vecinos y de los esclavos al efecto de preservar estos territorios de las escenas personificadas por los negros y pardos del Guarico. Asunto éste de vital importancia porque evidencia temores factibles de ser precisados en tiempos de emancipación, especialmente en la provincia de Caracas.

     Aunque Humboldt había regresado a Burdeos en 1804 pasaron cerca de treinta años para dar a conocer lo que había observado en la Provincia de Caracas. Mientras la edición esperaba, él recibía y contestaba cartas de amistades que cosechó en estos espacios territoriales, también se dedicó a estudiar otros aspectos de la realidad americana que habían dado a conocer sus pares y que fue agregando a sus elucubraciones. El naturalista alemán recordó que la metrópoli había sorteado con fortuna escaramuzas y levantamientos que pretendieron erosionar su autoridad a lo largo de trescientos años. Sin embargo, con la disputa por la Independencia se había desplegado, con especial ímpetu en la Provincia de Caracas, la actitud de los negros con sus acciones y actitudes amenazantes. A este comentario agregó que en algunas porciones territoriales de la América Española se les había otorgado, a los negros, la liberad por contar con una “raza de hombres intrépidos” y no por motivos de justicia y humanidad.

El viajero Girolano Benzoni advirtió sobre la presencia de esclavos negros en Caracas

     Bajo este marco de análisis puede ser considerada la justificación que ofreció Bolívar cuando se tomó la decisión de ajusticiar al general Manuel Piar. La excusa para su ejecución la sustentó, el Libertador, en que Piar fue propiciador de una insensata y “aborrecible conspiración” con la que pretendía una guerra “entre hermanos” en la que crueles asesinos eliminarían, niños, mujeres y ancianos por la “inevitable causa de haber nacido de un color más o menos claro”. Por otra parte, el tema acerca de esta situación de las castas de negros, pardos y morenos alrededor de la disputa por la Independencia fue considerada con reservas por ambos lados de la querella. Un hombre cuyas filiaciones con el Antiguo Régimen no admiten dudas como José Domingo Díaz redactó Recuerdos sobre la rebelión de Caracas. En éste, insistió que los esclavos de la Provincia de Caracas, de los cuales ofreció la cifra de setenta mil que en ella habitaban, siendo de ellos sólo diez mil esclavos, integraban milicias a favor del rey. Sumó a sus argumentaciones que, las acciones por ellos desplegadas tenían que ver con una “lección terrible” para quienes combatían contra el ejército de la metrópoli. Su disposición política lo llevó a asegurar que, sólo el rey los había hecho abandonar el arado y la azada, con lo que dio por seguro que muy pocos integrantes de las castas habían seguido las acciones de perversos quienes los desviaron de su camino.

     El eco de Haití no deja de ser importante porque todavía para 1822 se tenía como ejemplo de inestabilidad para el orden que se intentaba instaurar. En una carta dirigida al general Francisco de Paula Santander, de nuevo Bolívar rememoraba el peligro que representaban, para las repúblicas que se pretendían instaurar, negros, pardos y castas en las pretensiones políticas auspiciadas desde 1810. Para el caso de la república de Colombia peligraba su despliegue no sólo por los americanos anglosajones, el imperio mexicano recién instaurado, las repercusiones de la Santa Alianza, sino por los “africanos de Haití, cuyo poder es más fuerte que el fuego primitivo”. Aunque la historia patria no lo mencione.

Un político liberal en Caracas

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Un político liberal en Caracas

     Lo que en la narrativa historiográfica se reconoce como relatos de viajeros se podría ampliar con quienes se vieron obligados, por las circunstancias políticas, a buscar acomodo en lugares otros para preservar su integridad física. Quizás, el motivo cardinal de relatar su estadía aparezca como un elemento adicional de lo que anotaron con sus observaciones, del lugar que les dio albergue temporalmente. De igual modo, resulta de interés una aproximación a los testimonios y demostraciones sociales y culturales que delinearon en sus narraciones. Es el caso del colombiano, periodista, novelista y poeta, Alirio Díaz Guerra quien escribió Diez años en Venezuela (1885-1895), según sus palabras, a instancias de amistades que había cultivado en Caracas, en un momento cuando se vio en la necesidad de escapar de los conservadores luego de la derrota sufrida por los liberales en la batalla de La Humareda en 1885.

     El año de su nacimiento fue 1862. Al llegar a Venezuela apenas había alcanzado los veintitrés de edad. Fue expulsado en 1895 por quien le dio protección a su llegada al país, general Joaquín Crespo, por una falta grave que cometió y que pudo haber trascendido un simple malentendido diplomático. Se encargó en su escrito de asumir la culpa de lo fue causa de su expulsión. Se marcharía a Nueva York donde le fue publicada Lucas Guevara (1914) a la que se tienen como la primera novela sobre inmigrantes latinos en los Estados Unidos de Norteamérica. La fecha exacta de su deceso no está clara pues desapareció y no se ha tenido ninguna noticia desde entonces.

     Es importante revisar sus anotaciones, cargadas de anécdotas, porque ofrecen, en el tiempo actual, información de cómo era el mundo del letrado, publicista y polígrafo en las postrimerías del siglo XIX. Cuando se habla de viajeros se debe tener en mente que quienes relataron sus vivencias eran actores de una condición social y económica desahogada. Otro tanto guarda relación con lo observado y cómo son observadas costumbres, relaciones y la dinámica de la sociedad que les sirvió de objeto de examen. En consecuencia, lo que en estas líneas ofrezco se relacionan con apreciaciones, de un letrado o publicista, alrededor del poder político e intelectual de unas elites que muestran una faz de la sociedad no muy común entre los estudiosos de la historia.

     Desde su llegada a Venezuela le acompañó la diosa fortuna. El primer oficio con el que destacó fue el periodístico en uno de los impresos más conocidos de la época: La Opinión Nacional donde, a petición de su director Fausto Teodoro de Aldrey, publicó tanto poesía como pormenores del conflicto colombiano alrededor de la querella entre liberales y conservadores. También a Díaz Guerra le favoreció el hecho de haber sido editor, en Colombia, de un periódico llamado El Liberal y para alcanzar la secretaría de gobierno, en tiempo de Crespo, su militancia en el ala más radical del partido liberal colombiano. Situación que da un matiz muy particular a las elucubraciones presentadas en su libro, publicado en 1933.

     Desde las primeras páginas trajo a colación un elemento natural que ha maravillado, históricamente, a quien pisa, por vez primera, el valle caraqueño. La semblanza que delinea del cerro El Ávila lo lleva a calificaciones tales como: expresión de pomposa majestuosidad que era inspiración de los pintores, la poesía, la composición musical y en el que se podían degustar una gran variedad de frutos. Hizo notar que, desde sus alturas era posible la contemplación de las vegas y cultivos en las cercanías del Guaire y del Anauco, del que subrayó era un símbolo y canto a la esperanza, y como el azul del océano mostraba su despliegue como emblema de infinitud e inspiración poética.

La ciudad y sus personajes

     La travesía desde el puerto de La Guaira hasta la ciudad de Caracas la realizó por vía férrea. Al bajar de él varios cocheros ofrecían, de “forma amable”, sus servicios. Entre los hospedajes que le recomendaron estaban el Saint Armand, el preferido de diplomáticos y gente rica, el Hotel Benítez, cuya comida lo hacía atractivo, y el León de Oro, este último elegido por Díaz Guerra al estar a la par con los recursos económicos de los que disponía. Contó que por las mismas circunstancias con las que se vio obligado a emigrar su equipaje era exiguo. Indicó que su vestimenta, en especial el sombrero que llevaba en uso era objeto de curiosas miradas, incluso burlas, de algunos caraqueños. Por tal motivo se vio obligado, a pesar de sus escasos recursos, a adquirir un nuevo sombrero con lo que eludió las miradas no tan furtivas del otro.

Alirio Díaz Guerra

     Por muchos de los episodios que extrae de su memoria (la fuente de su testimonio es ésta) indicó que, durante su estadía en Venezuela lo reseñado en la prensa era muy tomado en consideración desde las esferas de decisión entre las que hizo vida. Uno de estos episodios lo reseñó al recordar los favores que un comerciante de pescado requirió de Crespo, para abastecer de este producto, de manera exclusiva, la demanda caraqueña. Según sus palabras uno de los argumentos que, para que tal pretensión no cristalizara, era el descrédito en que podría verse envuelto el presidente de ser aprobada una decisión a favor del posible monopolizador. Por supuesto, hago referencia a un escrito de un personaje privilegiado en la medida que se asuma que quien, en esa época, manejara la lectura y la escritura ocupaba un lugar de privilegio puesto que la escolarización, aunque ya se había aprobado un código de Instrucción Pública, no tenía una presencia preeminente en Venezuela sino a partir de finales de la década del treinta del 1900.

     Gracias al lugar que ocupó, en la esfera política y cultural de la Venezuela de las postrimerías del decimonono permite visualizar, al lector de hoy, cómo un grupo económico a través de favores políticos llegó a lugares de privilegio. Otro tanto lo indicó al rememorar el caso de un alemán, de quien hizo referencia como Hartman, el que había llegado a Calabozo, donde contrajo matrimonio, y se incorporaría a las filas de Crespo en un intento por ocupar un lugar en la sociedad que le dio cobijo. Por lo que indicó acerca de él, estuvo muy cerca de la comitiva presidencial pues no tenía un oficio definido en su desenvolvimiento.

     A través de los encuentros que tuvo con algunos personajes públicos mencionó atributos que exhibían las damas de la alta sociedad. Así, a una invitación que le hizo Agustín Aveledo para agosto de 1885 anotó que las damas caraqueñas se mostraban con su proverbial belleza. Igualmente, dejó asentado en su narración que Caracas había comenzado a fascinarle por la hospitalidad y generosidad de sus habitantes, a lo que agregó que probablemente no había otra sociedad así. En una jornada, previa a salir de cacería le ofrecieron café, o tintura de café como lo escribió, y que le informaron que el mismo servía como tónico estomacal, paliativo para el hambre y preventivo contra las fiebres del paludismo. Dejó asentado de un almuerzo, de tipo llanero, en el que se sirvió carne de distintos tipos y cortes, huevos fritos, arepas, pan, queso llanero y jarrones de leche.

     Por el lugar de privilegio alrededor del poder político que Díaz Guerra ocupó, narró situaciones que sirven para determinar entresijos relacionados con el nombramiento de funcionarios gubernamentales. Relató que tuvo un amigo a quien ayudó a enamorar una señorita. Díaz Guerra lo auxiliaba en lo referente a redacción de poesías de amor, cartas que expresasen este sentimiento y dedicatorias en libros que obsequiaba el amigo al objeto de su amor. El caballero enamorado pidió la mano de la señorita para el casamiento. No obstante, el joven enamorado no tenía oficio conocido y el cargo importante, que había tenido entre sus trabajos, había sido en una dependencia comercial que había quebrado. El padre de la novia consiguió una entrevista con Antonio Guzmán Blanco, en tiempos de La Aclamación, y éste le dio el cargo de ministro de Obras Públicas a sabiendas que no era ingeniero, lo que no causó mayor estupor entre quienes podrían haber sido afectados por tal nombramiento. Acción paradójica para quienes se asumieron como seguidores del liberalismo, ya que éste ha predicado, históricamente, el derecho a la no injerencia desde la esfera pública hacia la privada. El mismo caso de Díaz Guerra evidencia algo de esta situación porque gracias a su militancia, en su país de origen, en las filas liberales le abrió las puertas en Venezuela, a lo que se sumó, en grado menor según el mismo, haber sido fundador de un periódico en Colombia y redactar poesía.

     Narró otra situación, que vivió en la casa de Guzmán Blanco en Antímano donde fue invitado, junto a otros colombianos como gesto de agradecimiento por haber sido acogido, como exilado, en suelo colombiano. Además de esto Díaz Guerra agregó que uno de los motivos principales del presidente era conocer a comerciantes colombianos que para él eran importantes. Sólo que el encargado de hacer las invitaciones y preparar el almuerzo entendió que eran todos los colombianos de la ciudad de Caracas vinculados a la vida comercial. Nuestro narrador dejó escrito que la mayoría era de “raza indígena” y quienes contrastaban con lo que se pensaba en aquella época era gente de bien. El que cometió el yerro fue el General Landaeta quien, al percatarse de su equivocación, decidió colocar a los comensales, no deseados, en un rincón del salón alejados de la vista de Guzmán. La solución, o parte de ella, fue enzarzar a este último en una discusión sobre la política europea y paulatinamente desalojarlos furtivamente.

     En otra ocasión, Guzmán invitó a un sarao, en la casa que ocupaba en Antímano, lo que escribió en torno a uno de los escenarios acaecidos evidencia el gusto de sectores pudientes por las modas al estilo europeo, en lo concernientes a decoraciones y materiales utilizados para ambientar los hogares en aquella época. Describió que ella poseía un patio principal con una fuente rodeada de helechos y plantas tropicales. El baile se desarrollaba en los salones y en el mismo patio, cuyo fino piso de mosaico era muy resbaloso lo que impedía caminar de manera presurosa. En una de las pausas del baile, un caballero de edad avanzada y corto de vista tropezó y cayó en la fuente de agua con los resultados deprimentes y penosos que el lector debe suponer. Agregó Díaz que Guzmán, de forma socarrona comentó que, si pudiera invitar a muchos venezolanos, para que les sucediera igual, sería la forma que se lavaran por dentro y por fuera porque bastante falta les hacía.

Díaz Guerra publicó poesías en el periódico caraqueño La Opinión Nacional

     Escribió que, en ocasiones especiales recibía la vistita de notables escritores del momento. De algunos de ellos dejó sus percepciones. Arístides Rojas imponía como condición, para el compartir, presentarse con unas roscas provenientes de una panadería caraqueña para el almuerzo. José Antonio Calcaño, cliente de un frutero ubicado entre Gradillas y San Jacinto, llevaba una cesta de frutas para degustar con el almuerzo. Fernando Bolet, de quien dejó como descripción era un hombre de amplia ilustración, llevaba vinos de frutas preparados por el mismo. Cada quince días se reunían en la “lujosa mansión” de Ramón de la Plaza, donde no era usual el baile. En otras ocasiones lo hacían en la casa de los Boulton, Eraso, Santana, Vallenilla, Hellmund, Buroz o Travieso.

     Recordó que entre las esquinas de Principal y Conde funcionó el Club Venezuela, adonde coincidían intelectuales, comerciantes e industriales. Su fundación fue promovida por Jesús María Herrera Irigoyen, uno de los socios fundamentales de la productora de cigarrillos El Cojo. Este mismo personaje editaba una publicación denominada El Cojo Ilustrado cuyo período de existencia fue entre 1892 y 1915. Fue esta una publicación única en su género. En sus páginas fueron publicados una diversidad de trabajos de letrados de la época. Si algo se debe ponderar, de la narración de Díaz Guerra, es el acercamiento y hermanamiento entre escritores del momento y la elite económica en tiempos de edificación nacional liberal.

Toda Caracas quería ver a Lindbergh

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Toda Caracas quería ver a Lindbergh

     A comienzos de 2021 se cumplirán 93 años de la visita a Venezuela del coronel estadounidense Charles Lindbergh, el primer aviador que voló sin escalas y solitario entre las ciudades de Nueva York y Paris, en travesía de 33 horas y media, del 21 al 22 de mayo de 1927.

      Tras cumplir la notable hazaña en el monoplano modelo Ryan NYP de un asiento, llamado Spirit of St. Louis, con lo que se abrieron las puertas al desarrollo de la aviación comercial intercontinental, Lindbergh, también conocido como el “Águila solitaria”, se convirtió en una celebridad universal. Recorrió centenares de ciudades del mundo en visitas de buena voluntad y para promover la naciente industria aeronáutica civil.

      Ocho meses y siete días después de cubrir el histórico recorrido a través del Atlántico, arriba Lindbergh a Venezuela a bordo del Spirit of St. Louis, el domingo 29 de enero de 1929.

Lindbergh y su esposa en el segundo viaje a Venezuela 1929.

     Mientras la luz vespertina comenzaba a desvanecerse en el cielo aragüeño, centenares de personas emocionadas que acudieron a la pista maracayera de la escuela de aviación, fundada en 1920, comenzaban a dar muestras de extrema ansiedad. La multitud, incluido el presidente Juan Vicente Gómez y varios miembros de su gabinete, esperaba la llegada con retraso del piloto más famoso del mundo, quien entonces estaba muy cerca de cumplir 26 años, pues había nacido en Detroit, Michigan, el 4 de febrero de 1902.

     Procedente de campo Madrid, Bogotá, Colombia, Lindbergh inició vuelo hacia Maracay la mañana del 29 de enero de 1928. La travesía le tomó 10 horas y 15 minutos.

     Ingresa a cielos venezolanos pasado el mediodía. Vía telegráfica se da a conocer que a las 12:30 pm está sobrevolando el Arauca. Desde la población barinesa de Nutrias, al norte del río Apure, reportan su paso a la 1:15 pm, mientras que pasa sobre La Guaira faltando veinte minutos para que el reloj marque las seis de la tarde. A las 5:42 pm es avistado en el cielo caraqueño por los últimos fanáticos beisboleros que abandonan el estadio San Agustín, inaugurado ese domingo con el encuentro entre el club estadounidense Cangrejeros de Crisfield y Santa Marta de La Guaira.

     Por la población de los Teques pasa a las 5:55 pm y, finalmente, aterriza en la pista aérea de la capital aragüeña a las 6 y 10 de la tarde bajo el aplauso y asombro de una multitud que calcularon en cuatro mil personas.

     El dictador Gómez lo recibió con honores y le impuso la condecoración orden del Libertador. Tras la ceremonia, una de las hijas de Gómez se acercó a Lindbergh para entregarle un precioso arreglo floral que provocó una anécdota repetida en innumerables ocasiones. Asombrado por la hermosura de los capullos, el aviador preguntó:

  – ¿Son naturales?

 A lo que Gómez respondió:

 -Sí, míster Lindbergh. Son hijas naturales, pero reconocidas y de buena familia.

     En horas de la noche el ilustre visitante, declarado huésped de honor de la nación, fue agasajado en la residencia del presidente del estado Aragua, Ignacio Andrade.

 

Intensa actividad en Caracas

 

      El lunes 30 de enero de 1928 se trasladó en automóvil desde Maracay hasta Caracas a través de la carretera Panamericana, en recorrido que le tomó poco más de un par de horas.

     Al llegar a la capital, se dirigió al Panteón Nacional, donde rindió tributo a Simón Bolívar y, junto con miembros de la embajada estadounidense, colocó una preciosa corona de flores, adornada con las banderas de Estados Unidos y Venezuela, ante el sarcófago que guarda los restos del Libertador.

     También visitó la casa natal de Simón Bolívar, el Museo Bolivariano y el Palacio Federal Legislativo, antes de hospedarse en la Casa España, hermoso palacete destinado por el gobierno para alojar a sus huéspedes de honor, en las cercanías de lo que hoy es la Avenida Urdaneta, más o menos a la altura del actual puente de la avenida Fuerzas Armadas. Allí se dieron cita centenares de caraqueños para saludar al célebre aviador.

Apoteosico recibimiento de Lindbergh en Caracas.

     Dicen que Caracas se paralizó con la visita de Lindbergh, el comercio del centro de la ciudad cerró sus puertas, todo el mundo quería verlo. Se vio obligado a asomarse en uno de los balcones de la Casa España, en un gesto de cortesía, en respuesta al gentío que lo recibió con lluvia de flores y una sonora ovación. 

     Tras un breve descanso, Lindbergh asistió a un almuerzo en el Caracas Golf Club, ubicado al oeste de la ciudad, en las barrancas de la hacienda La Vega, un sector conocido como La Quebradita, un poco más atrás de lo que actualmente es el Centro Comercial Los Molinos, en la avenida San Martín. El menú del almuerzo fue elaborado por Pierre René Deloffre, antiguo prófugo de Cayena, quien para entonces era propietario del famoso restaurante caraqueño de comida francesa La Suisse.

Miles de caraquenos esperaron a Lindbergh frente a la Casa España

     De allí asistió como invitado especial al encuentro de beisbol entre Cangrejeros de Crisfield y Tigres del Santa Marta, en el recién inaugurado estadio de San Agustín. Allí fue ovacionado por los espectadores.

     En la noche estuvo brevemente en el baile que se ofreció en su honor en las instalaciones del Club Paraíso. Antes de la media noche partió de vuelta a Maracay para preparar el vuelo de regreso.

     Tras una minuciosa revisión y equipamiento de su aeronave, Lindbergh continuó la ruta para completar el itinerario de la gira de buena voluntad. En la madrugada del martes 31 de enero viajó desde Maracay a las islas de St. Thomas y luego a Puerto Rico, Santo Domingo, Puerto Príncipe y La Habana, Desde la capital cubana emprendió el regreso a Estados Unidos, vía St. Louis, Missouri.

En 1929 regresó a Venezuela

 

     Por una segunda ocasión, Lindbergh estuvo de visita en la capital venezolana. Esta vez lo hizo en calidad de consejero de la empresa Pan American Airways. Vino piloteando un hidroavión Sikorsky, modelo S-38.

     El 26 de septiembre de 1929 llega a Caracas junto con su esposa y directivos de la línea aérea fundada en el año 1927. Se reúnen con representantes del gobierno para solicitar permisos que les autoricen a iniciar operaciones comerciales en Venezuela.

     Luego de escoger terrenos en Maiquetía, PanAm inicia operaciones en Venezuela el 6 de mayo de 1930 con un vuelo entre Caracas y Miami. Los terrenos de Maiquetía se los arrendaron a la familia Luy y allí acondicionaron el llamado campo de aviación que posteriormente, a mediados de los años cuarenta, se convirtió en el aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetía, puerta de entrada a América del Sur, que da servicio a la ciudad de Caracas.

El Águila Solitaria

Más perdido que el hijo de Lindbergh

 

     La conocida frase que antecede a este párrafo tiene su origen en la lamentable tragedia familiar que sufrió el célebre aviador y su esposa, la escritora Anne Morrow, tres años después de su segunda visita a Venezuela.

Charles Lindbergh

     A la edad de un año y ocho meses, el hijo del mismo nombre del famoso aviador fue secuestrado del hogar familiar, el 1°de marzo de 1932, en Anwell, Nueva Jersey, por Bruno Richard Hauptmann Giugni, ciudadano alemán, quien pidió recompensa de 50 mil dólares y luego de cobrar el dinero, no devolvió al niño.

     El cadáver del bebé fue hallado 72 días después, el 12 de mayo de 1932, muy cerca de la vivienda de sus padres.

     Hauptmann fue atrapado y enjuiciado por el crimen que cometió. Lo condenaron a la pena capital y fue ejecutado en la silla eléctrica el 3 de abril de 1936.

     Charles Lindbergh falleció a la edad de 72 años, en Maui, Hawai, el 26 de agosto de 1974.

Nixon respondió con béisbol a las agresiones sufridas en Caracas

Nixon respondió con béisbol a las agresiones sufridas en Caracas

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Nixon respondió con béisbol a las agresiones sufridas en Caracas

El vicepresidente Nixon y el presidente Larrazabal se reunieron en el Circulo Militar de Caracas

     Unas dieciséis semanas después que el general Marcos Pérez Jiménez fuera depuesto del cargo de presidente de la República de Venezuela, por sus propios compañeros militares, llegó a Caracas Richard Nixon, vicepresidente de Estados Unidos.

     La visita de Nixon fue promovida por el presidente Dwight D. Eisenhower y el Departamento de Estado como una gira de buena voluntad por varias ciudades de América del Sur.

     La administración de Eisenhower quería demostrar su compromiso con la región, en aquellos momentos afectada por las tensiones de la Guerra Fría.

     Nixon, acompañado por una comitiva bastante numerosa que incluía a su esposa Pat Nixon y al edecán militar Vernon Walters como traductor, visitó Buenos Aires, Quito, Lima, La Paz, Asunción, Montevideo, Bogotá y Caracas. Tuvo tuvo alrededor de 15 días de gira por esos países.

     Venezuela fue el último punto del tour que encontró en Argentina, Bolivia, Perú y nuestro país violentas protestas, por el apoyo que le ofrecía entonces el gobierno del norte a las dictaduras militares de la región. Cinco meses después de la amarga experiencia que vivió en Caracas, el alto funcionario que luego sería presidente de su país entre 1969 y 1974, se reivindicó con el pueblo venezolano a través de la actividad deportiva.

     Desde que aterrizó en Maiquetía, antes del mediodía del martes 13 de mayo de 1958, Nixon y su comitiva fueron hostigados con violencia: insultos, huevos y pedradas. La gente expresaba rechazo porque sabía que el gobierno de Eisenhower había apoyado al dictador tachirense, condecorándolo en el año 1954 con la orden Legion of Merit. Tras huir de Venezuela a República Dominicana, Pérez Jiménez inició trámites para que Estados Unidos le garantizara asilo político.

     Poco después de finalizar el recorrido de la autopista de La Guaira a Caracas, a la altura de la avenida Sucre, la caravana de vehículos que llevaba a Nixon con rumbo al Panteón Nacional, para visitar la tumba del Libertador Simón Bolívar, fue agredida de una manera muy violenta por grupos de manifestantes. Fracturaron los vidrios del vehículo en el que iba el alto funcionario con su señora esposa. Los miembros del equipo de seguridad estuvieron a punto de emplear sus armas. Como pudieron lograron llevar al vicepresidente hasta la fortificada sede diplomática estadounidense ubicada entonces en la urbanización San Bernardino, al norte de Caracas.

     La amplia agenda que se había preparado para la visita de Nixon durante tres días a la capital venezolana, tuvo que ser modificada casi en su totalidad. No pudo asistir al almuerzo en la Cámara de Comercio de Caracas ni visitar el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) para observar el reactor nuclear. Se limitó a reunirse con altos funcionarios gubernamentales y conversó con corresponsales de prensa locales e internacionales. La reunión con el presidente Larrazábal se llevó a cabo en la fastuosa sede del Círculo Militar, situada a un costado del Paseo de Los Próceres.

     Tan grave consideraron en Estados Unidos el episodio de agresión que ocurrió el día que arribó a Caracas, que agentes del servicio secreto contactaron al almirante Arleigh Burke, jefe de la armada de ese país, quien de inmediato activó el plan de seguridad denominado Operation Poor Richard, consistente en el envío del portaviones  USS Tarawa y un millar de  infantes de marina a bases militares del Caribe, cercanas a las costas de Venezuela, con la idea de defenderse de los ataques y proteger al vice presidente, sí era estrictamente necesario.

     El gobierno venezolano, por intermedio de su presidente, Wolfgang Larrazábal, condenó el ataque, pero señaló que había que ser comprensivo con la reacción juvenil contra los Estados Unidos por la solidaridad que este mostró con el dictador Pérez Jiménez. Larrazábal buscaba también congraciarse con los sectores de izquierda habida cuenta de las proximidades de las elecciones presidenciales (diciembre 1958), en las que participaría como candidato.

Grandes Ligas en visita de buena voluntad scaled

     Dos semanas después de la visita de Nixon a Caracas, revista Life, en su edición del 26 de mayo de 1958, publicó en portada una foto en la cual dos jóvenes patean el vehículo Cadillac que trasladaba al vicepresidente. Un mes más tarde, el 16 de junio, como parte del proceso de investigación, fue apresado Antonio José Barreto, de 25 años, fiscal de la línea de autobuses de Monte Piedad, quien fue recluido en la cárcel del Obispo, y a finales de año lo trasladaron a las colonias móviles de El Dorado. Fue el único detenido por los sucesos.

Invasión de bates, guantes y pelotas

 

     A la medianoche del 15 de mayo de 1958, Nixon y su comitiva salieron de Caracas fuertemente custodiados por un importante grupo de efectivos de las Fuerzas Armas con destino al aeropuerto de Maiquetía, para de allí viajar hacia la ciudad de Washington.

Tom Runnels Red Sox y otros de los peloteros que dictaron clinicas en Caracas y otras ciudades en noviembre de 1958.

     Una de las primeras tareas que emprendió el alto funcionario tras ser recibido por Eisenhower, fue comunicarse con el comisionado de Grandes Ligas, Ford Frick, para participarle que, por instrucciones expresas del Departamento de Estado, organizara una campaña para llevar jugadores de ligas mayores a Venezuela para dictar clínicas y promover las relaciones entre los dos países.

     El beisbol fue un estupendo vehículo para promocionar la política exterior del gobierno norteamericano, al tiempo de desempeñar un papel positivo para aliviar fricciones, como las que existían entre EE. UU. y Venezuela, por el respaldo que le habían ofrecido a Pérez Jiménez.

     En sus memorias, Frick, periodista deportivo que fue presidente de la Liga Nacional entre 1934 y 1951 y comisionado de Major League Baseball desde 1951 hasta 1965, expresó el valor que tenía el beisbol estadounidense en asuntos internacionales.

     Frick se presentó en Caracas  a principios de noviembre de 1958 junto con Frankie Frisch, miembro del Salón de la Fama, distinguido con el trofeo de Jugador Más Valioso en 1931 y mánager-jugador campeón de la Serie Mundial de 1934, con los Cardenales de San Luis, además  del umpire retirado Cal Hubbard, otro inmortal de Cooperstown, como parte del grupo de personalidades y peloteros que entre el 7 y el 14 de noviembre de 1958 visitaron estadios en Caracas, Los Teques, Maracay, Valencia; Barquisimeto, Maracaibo, Cumaná y Porlamar, para dictar clínicas a niños y jóvenes.

     En la lista de jugadores figuraron  Richie Ashburn, campeón bate de la Liga Nacional en 1958 y jardinero central de los Filis de Filadelfia; Elston Howard, catcher suplente de los Yankees de Nueva York; Gus Triandos, receptor de los Orioles de Baltimore; Pete Runnels, camarero de los Medias Rojas de Boston; Dick Groat, shortstop de los Piratas de Pittsburgh y su compañero de equipo, el lanzador Bob Friend, quien ese año compartió con Warren Spahn el liderato de triunfos de las Grandes Ligas al ganar 22 juegos. Al grupo también se sumó Al Schacht, un ex lanzador que se hizo famoso gracias a su trabajo como payaso en los diferentes estadios de las Grandes Ligas en las décadas de 1940, 1950 y 1960.

Nixon se traslado a Maiquetia acompanado por Larrazabal y bajo una importante custodia militar scaled

     Era la primera vez que el público venezolano podía disfrutar en casa de un espectáculo relacionado con las Grandes Ligas desde marzo de 1947, cuando los clubes Yankees de Nueva York y Dodgers de Brooklyn participaron en varios juegos de exhibición, en el antiguo estadio Cerveza Caracas de San Agustín.

El conocido receptor de los Yankees de Nueva York Elston Howard en el estadio Universitario noviembre 1958 scaled

     Frick aseguró que al llegar a Venezuela los jugadores estaban preocupados por la reacción que podía tener el público, luego de lo que sucedió con Nixon. Pero aquella impresión cambió por completo desde que se presentaron en el estadio Universitario, visitaron hospitales, estuvieron en el centro YMCA de Catia y asistieron al Teatro Municipal de Caracas, invitados al programa de la Sociedad Anticancerosa, así como las diversas presentaciones que cumplieron en los diamantes de ciudades del interior.

    El Departamento de Estado daba inicio así al desarrollo de una política exterior basada en una alianza para el progreso, que tendría su mayor impulso dos años más tarde, en 1961, con la visita a Venezuela del presidente John F. Kennedy, quien, al contrario de Nixon, fue recibido con afecto y admiración por el pueblo venezolano. El beisbol contribuyó en parte, a limar las asperezas entre ambos países.

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