Lola Fuenmayor
Por Martín de Ugalde
Doña Lola de Fuenmayor, directora del “Colegio Santa María” y fundadora de la primera universidad privada de Venezuela.
“Era el año 1900. Como en cada centenario, las gentes hablaban de fin de mundo. En la andalucísima Sevilla, donde acaba de quedarse viuda doña María Luisa Rodríguez, aún se exageraba más. Pero ella lo tomaría en serio. Calculó, sin duda, que a lo que se referían los “papeles” y los curas en sus sermones era al mundo viejo, que ya hacía agua, y zarpó Guadalquivir abajo, con lo que le quedaba, rumbo al nuevo mundo de otra esperanza mejor.
Lo que le quedaba era bien poco: su viudez pobre y una recomendación perentoria de su médico: “Un viaje, doña María Luisa, y a olvidar. Porque recuerde que tiene dos hijos y la necesitan”. Ese era un consuelo: Gabriel (4) y Lolita que cumplió tres en el vapor. Y quería rescatarlo para plantarlo en otras tierras, más descansadas, más frescas.
El vapor hizo escala en Puerto Príncipe. El barco no hizo más que zarpar rumbo a La Guaira cuando se produjo una terrible tempestad. Desembarcó, ¡por fin! Y dio gracias a Dios por haber puesto un poco de tierra firme en aquel enorme mundo de agua, y gracias también porque puso en su camino desorientado de recién llegada a dos señoritas muy serviciales que llegaron desde Caracas para ver llegar a gentes de otro mundo, y se le ofrecieron para ayudarle a subir en carreta por el camino viejo y darle su dirección, “por si la necesitaba”.
Doña María Luisa la necesitó. No por ella, que estaba muy mala y tenían que recibirla en un hospital, sino a sus hijos, que no sabía dónde dejarlos después de casi dos meses largos de navegar. . . Lolita, la más chiquitica que acababa de estrenar su tercer año, quedó alojada en casa de las dos hermanas Adrianza, solteras y solas, que vivían de Cipreses a Hoyo, donde funcionaba entonces el “Colegio Nacional de Niñas”. Su mamá murió a los quince días. Ella tardó años en saberlo; pero después lo recordó con fidelidad de asombro durante decenas y decenas de años más. . .
Hace aún muy pocos, doña Lola de Fuenmayor, la Lolita de entonces que cumple 56 años el 2 de febrero próximo (1952), se acongojó y comenzó a llorar durante una representación de la zarzuela “La Tempestad” en el Teatro Municipal. La sisearon, un señor pidió airado que se callara, y el Dr. Asdrúbal Fuenmayor, su esposo, la acompañó fuera del local. Por uno de esos misterios fenómenos de la psiquis humana, doña Lola recordó al cabo largo de casi cincuenta años los angustiosos momentos que pasó junto a su mamá durante la tormenta en el mar.
Ha habido también, en la vida de doña Lola de Fuenmayor, otras búsquedas angustiosas por la soledad ancha y tierna del recuerdo materno. Ella, que escribe poemas, obras de teatro para su Colegio y poesías, tiene escondidos en un cajón de recuerdos unos versitos escritos cuando quinceañera y soñadora, se ponía a recordar a su madre imaginándose que podía ser cualquiera de las mujeres de aire dulce que transitaban frente a la puerta del Colegio:
“Cuando una mujer veía
yo a mí misma me decía:
¡Si será mi madre esa! . . .
Pero pasa. . . y no me besa
No es ésa la madre mía” . . .
Cuando apenas contaba con 9 años, Lola comenzó a dar clases a niñitas de su edad en el Colegio “María Auxiliadora”. Además, solía dar algunas clases a domicilio.
“Yo soy –dice con el aire triste de contar una broma seria– una concha de caracol que botó el mar en la orilla y la primera que vino la recogió” . . .
Y la recogieron bien. Doña Lola de Fuenmayor, directora del “Colegio Santa María” y fundadora de la primera universidad privada de Venezuela, no olvidará nunca, como no se olvida a una madre, a Panchita y María Adrianza, las dos maestras de escuela que se encargaron de ella desde el vaivén columpiado de su cuna hasta verla hecha mujer.
Fue la lección de ejemplo que recibió Lolita en su hogar la que perdura a través de esta vida dedicada a la enseñanza, no como una misión pedagógica encuadrada en la rutina de las horas de clase, sino la más amplia misión sacerdotal de mentora, que roba inquietudes, sueños y lágrimas.
Cuando doña Lola me dijo que el homenaje que le dedicaron el 15 de enero venía a festejar el 47 aniversario de sus labores docentes, hice mentalmente una resta. . .
–Pero, doña Lola, ¡si acaba de decirme que tiene 56! . . .
–Pues –me replicó la profesora– 56 menos 9, 47. . . ¡justo!
Y en la exclamación había un aire legítimo de reto.
Es justamente un caso notable de precocidad rayano en lo inverosímil. Pero si lo de doña Lola, punto redondo. Si se le dice que exagera, por lo que le queda de andaluza, es capaz de disgustarse. Pero a quien ha cruzado el mar, con tempestad y todo, a los tres años, y funda el “Colegio Santa María” a los cinco, hay que creerle capaz de iniciar sus labores docentes a los nueve años de edad.
Aún le queda de aquella tierna experiencia de sus cinco años el recuerdo de Edit, y a Enriqueta y Canuta, “dos negras grandotas” de trapo que asistían silenciosas y asombradas a las clases parlanchinas de Lolita, la maestrita de un lustro redondo. Doña Lola logró conservar durante algún tiempo las 52 muñecas que constituían su “Santa María” de entonces, que poco a poco han ido desapareciendo camino de casa de otras alumnitas menos quietas, menos atentas, pero, por eso, más reales, con quienes le tocaba batallar ahora.
A sus nueve años justos, Lolita comenzó a dar clases a niñitas de su edad en el Colegio “María Auxiliadora”, de Mijares a Mercedes. Además, solía dar algunas clases a domicilio. Ella recuerda a unos niñitos Castillo, a quienes enseñaba a leer y escribir por diez pesos al mes. A los 12 era profesora de Geografía e Historia Universal en el “Colegio Nacional de Niños”, donde le pagaban ya 60 bolívares mensuales “que eran 15 pesos” . . .
Yo quise averiguar la relación exacta del peso con el bolívar. Doña Lola no me supo explicar más que el peso valía cuatro veces más. Después de la entrevista, don Juan de Guruceaga me aclaraba que, aunque los cálculos se hicieran siempre en pesos, no existía ninguna moneda que lo representara. El patrón de moneda era el bolívar, pero se seguía calculando en pesos imaginarios llamados “macuquinos” de un valor equivalente a cuatro bolívares justos.
“Aquellos eran otros tiempos – me dice – Diez pesos me daban entonces para vestirme, calzarme, pagar las lecciones que recibía yo y una sirvienta, de esas que le cuestan hoy más que un Cadillac”…
Los 14 era profesora normal. Recibió el grado en la Escuela Normal de Mujeres. La de hombres vino más tarde; y fue ella precisamente una de las fundadoras. Comenzó a dar clases en el Colegio “San José de Tarbes” y en el “Santa Teresa de Jesús”.
Cuando se casó, doña Lola tenía 23 años, porque. . . “tengo 33 años y medio de casada”. Se casó un 28 de julio con el Doctor Asdrúbal Fuenmayor Rivera en el templo de Las Mercedes. El Doctor Fuenmayor es abogado que sigue ejerciendo y “tiene negocios”. Tienen también seis hijos: Manuel Fernando (32), Rebeca Margarita, Luis Augusto, Gustavo, Asdrúbal y María Cristina.
Doña Lola de Fuenmayor ha tenido recesos forzosos en su labor docente, impuestos por sus deberes maternos; pero nunca se ha separado enteramente de lo que ha venido a ser su razón de vida. Durante un tiempo fueron a vivir a Antímano, para descansar un poco fuera de la capital.
Pues doña Lola se las ingeniaba para llegar a lo que llaman el Alto de la Iglesia y dar clases de puericultura y primeras letras, para satisfacer esa necesidad instintiva de dar algo suyo a quien necesita.
Hoy esa siembra ha dado frutos ubérrimos de buena semilla y bajo la mirada escrutadora, un poco áspera, de doña Lola han pasado en estos quince años de vida del Colegio “Santa María” más de 15.000 alumnos. Algunos más habrán pasado por sus manos durante los 32 años que le precedieron, sin contar las muñecas de aquel Colegio “Santa María” que dista más de medio siglo.
El Colegio se instaló en una casa de Curamichate a Rosario el primero de octubre de 1938. Respondía a su impulso de siempre de crear un plantel propio, desde que cumplió sus cinco años. a mes y medio corto de distancia tuvo que mudar sus clases a otra casa más capaz, de Colón a Cruz Verde, donde se mantuvieron por espacio de once años. “La Avenida Bolívar nos sacó de ahí” … y apenas hace cuatro años que se trasladaron a los locales que ocupan hoy, de Velásquez a Santa Rosalía, donde cursan estudios cerca de un millar de alumnos. El Colegio tiene además un internado, situado entre los puentes Restaurador y Soublette, con 135 pupilos. Considerado como uno de los más completos del país, consta de clases para los cuatro años de normal, cinco años de bachillerato, una primaria completa e instrucción deportiva con profesores especializados en cada deporte.
Lola de Fuenmayor, nacida Lola Rodríguez, es una mujer de carácter, que no fuma ni le gusta que fumen los demás, voluntariosa y de una enorme capacidad de trabajo. Tiene el pelo entrecano y rebelde, apenas domado en rizos y las cejas negras. Lleva grandes aretes, como los pendientes de las gitanas andaluzas, y unas gafas de carey que enmarcan unos ojos cansados, pero vivos e inteligentes. Doña Lola lleva también, sin adorno, arrugas como surcos de gran trabajadora. Cuando le pregunté por la satisfacción más grande recibida en su larga vida dedicada a la enseñanza, me contestó sin titubear:
–La Universidad. . .
–¿Y de los contratiempos?
–Muchos. Pero recuerdo uno que me dolió mucho: la acusación pública de una madre que “me llamó ladrona”, porque “había robado el tiempo y el dinero de una hija suya que no había conseguido pasar aquel año…”
Y doña Lola se ha puesto de repente sería, como si aún le hicieran daño en los oídos las palabras injustas de una madre ciega de cariño por su hija.
–Y otro– dice como para cambiar el tema– que tampoco podrá olvidar nunca: el caso de una alumnita mía que salió del colegio sonriente un atardecer, y a las 12 del día siguiente estaba muerta…
Y esta madre de tanto niño, huérfana desde sus tres añitos, vuelve su mirada hacia adentro y relee como a hurtadillas aquel versito que escribió cuando tenía 15 años y aún creía que su mamá, de alguna manera, iba a buscarle otra vez:
“Cuando una mujer veía
yo a mí misma me decía:
¡Si será mi madre esa! . . .
Pero pasa. . . y no me besa
No es ésa la madre mía” . . .
FUENTE CONSULTADA
- Élite. Caracas, septiembre de 1951.
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