¿Qué sintió usted cuando le alargaron los pantalones?

24 Nov 2023 | Ocurrió aquí

Guillermo Pacanins, gobernador de Caracas, Jesús Corao, Mariano Picón Salas, el maestro Juan Bautista Plaza, Ángel Álamo Ibarra, Francisco “Pepe” Izquierdo y Pedro Sotillo cuentan la desaparición de sus bombachos.

 

Por Francia Natera

El pequeño Guillermo Pacanins y su hermanita Carmen Cleotilde. Guillermo, quien fue gobernador de Caracas en los 50, se alargó los pantalones a los 12 años.

El pequeño Guillermo Pacanins y su hermanita Carmen Cleotilde. Guillermo, quien fue gobernador de Caracas en los 50, se alargó los pantalones a los 12 años.

     “¡Ya era un hombre! No había dudas. Capitaneaba una partida del barrio y le decían “pollo ronco”. Por las noches, sus papás le permitían llegar a las nueve y los sábados, como una condición excepcional y reconocimiento a su irrefrenable masculinidad, podía ir al cine, a divertirse con aquellas primeras películas parlantes donde José Bohr y Ramón Pereda sentaban cátedra de muñecos del celuloide. Atrás quedaban Eddie Polo y Juan Centella, y las negras caídas de ojos de Francisco Bertini.

     Eran los tiempos en que el zagaletón de la casa pedía los pantalones largos. Hasta ahora había usado los bombachos, pantalones de “tennis” y unas horripilantes medias negras o marrones que sin ningún donaire emergían del pantaloncito.

     El límite de la infancia estaba allí, sencillamente, en ese medio metro de tela que habría de cubrir las largas extremidades llenas de larguísimos vellos. Traspasar ese límite suponía el acto más importante en la vida del muchacho. Lo verían con respeto, pagaría completo en los espectáculos, y podría sentarse y opinar en las reuniones familiares.

     Eso era antes. . . Los muchachos de ahora nacen de pantalones largos y desconocen la emoción de ese día en que unos metros más de tela son como un certificado de virilidad.

Los bombachos del gobernador

     Guillermo Pacanins no era por entonces comandante. Ni siquiera Gobernador de Caracas. Estudiaba en el colegio que el gran educador Sergio María Recagno dirigía en Maiquetía.

     El Pacanins de ahora recuerda con afecto a su maestro y añora a los compañeros de entonces: Eduardo Mayorca, actual prefecto de La Guaira, Raúl Osuna, Domingo del Rosario y otros de la pandilla juvenil.

     Usaba unos horribles bombachos hasta la rodilla y de allí para abajo las inevitables medias acordonadas. En vez de la fulana apostura de hoy y de la exquisita elegancia del bigote y canas, el gobernador parecía, sin más ceremonias, un ave zancuda de peludos muslos.

     –Tenía doce años y como estaba crecidito, decidieron encargarme los pantalones largos. ¡Ah! qué hombre tan macho me sentí ese día. No obstante, seguí practicando con ahínco como deportes predilectos la metra, el trompo y la perinola, sin olvidar el gurrufío.

     Los pantalones largos del Gobernador, los de ahora, se quedaron asomando por debajo del imponente escritorio. Arriba, las manos del hombre revolvían montañas de papeles y de preocupaciones. Afuera un gentío esperaba para entrar con los problemas propios y ya era pasada la hora del almuerzo. Los pantalones del Gobernador por un momento fueron unos bombachos marrones con ganas de fugarse a la playa. . .

Antes de cumplir los 14 años, el célebre músico Juan Bautista Plaza, con el consentimiento de sus padres, se puso pantalones largos.

Antes de cumplir los 14 años, el célebre músico Juan Bautista Plaza, con el consentimiento de sus padres, se puso pantalones largos.

La cabeza de Jesús

     Estaba generalmente hinchada. Para variar, en otras oportunidades una blanca cinta de adhesivo encubría graciosamente los puntos de sutura de una leve pedrada. La cabeza de Jesús Corao no descansaba en esos días. Casi lo único que no hacía era pensar. Pocas cosas preocupaban al “muñeco” de los Corao en 1916. Jesús tenía –al menos eso dijo– 16 años de edad y era el abanderado de los muchachos peloteros del Stand del Este.

     –Peleaba todos los días. Daba cabezazos todos los días. Cuando las medias negras resultaron insuficientes para cubrir las espantosas extremidades inferiores que crecían sin medida, me enviaron a la sastrería de Muscangt que estaba en la esquina de La Bolsa.

     Jesús Corao se acomoda con facilidad, con alegría, en los recuerdos:

     –¡Mi terno gris! Qué sensación de hombría me dio. Salí del colegio Froebel muy ufano a estrenármelos y a pasearlos por las narices de los compañeros: Andrés Eloy Blanco, Alfredo Romero, Roberto, Gustavo y Eduardo Machado.

 Jesús dice que lo tenía todo entonces. No pedía más nada a la vida ni a los seres.

 –¿Ni una novia?

 –Al día siguiente de estrenar los pantalones empecé a buscarla.

 Parece que Jesús encontró varias. Pero al final le sucedió algo insólito. ¿Qué sería?

 –Me casé con una de ellas. . .

Mariano tenía un revólver

     Nadie dudaba ya del genio de Mariano Picón Salas. “Lectura Semanal”, una publicación que editaba en Caracas José Rafael Pocaterra, le había aceptado un cuento. ¡En la Capital! La superioridad de Mariano era evidente. Los demás, apenas habían alcanzado las glorias de la imprenta provinciana.

     Mariano Picón Salas, merideño de pura cepa, tenía 15 años, una marcada vocación sacerdotal, buenas notas en el Colegio de monseñor Mejía en Valera y una entusiasta admiración por Mario Briceño Iragorry, quien también comenzaba a escribir unas románticas cuartillas y un poema que decía: “Mi corazón es como una loca casa de pensión…”.

     Entre la admiración por Mario y el arrobamiento cristiano, se pasaban los días. El padre Mejía apuraba con sus admirables conocimientos de latín y Mariano se regodeaba con la filosofía escolástica. Nada quebrantaba la conducta inalterable del que se creía futuro jesuita, excepto uno que otro cigarrillo fumado a hurtadillas. Hasta que un día. . .

 –Me enfermé del estómago y me enviaron un par de pantalones largos elaborados por los famosos Menda, sastres italianos residenciados en Mérida.

Contó el Dr. Ángel Álamo Ibarra que sus primeros pantalones largos lo marcaron para siempre. ¡Yo era un hombre! Tenía 14 años y me la echaba de patiquincito caraqueño guapo y conquistador.

Contó el Dr. Ángel Álamo Ibarra que sus primeros pantalones largos lo marcaron para siempre. ¡Yo era un hombre! Tenía 14 años y me la echaba de patiquincito caraqueño guapo y conquistador.

     Los otros muchachos estaban asombrados de la transformación de Mariano. Ya no era el mismo muchacho tranquilo. “La máquina de hacer discursos”, como le decían, había cambiado de dirección. Atrás quedaban los éxitos de aquella estupenda pieza oratoria, declamada con gran fuerza e indignación, titulada “la pornografía, su perversa influencia”.

     Mariano, en vez de denigrar de los pecados del hombre, de horrorizarse de ellos, pisaba la senda de los propios pecados.

     –Me fui a la retreta con mi flux blanco. mis zapatos blancos y mi pajilla. Cuánta hombría. ¡Y no sabía que las mujeres de Valera estaban tan bonitas!

     Los padres, para completar el hombre, le regalaron un revólver. El arma saltaba en el bolsillo blanco y Mariano afirmaba su condición de hombre, muy hombre. Mariano estaba completamente perdido para el claustro.

     También se le perdió el revólver. Y ya no tuvo otro en su vida, Mariano Picón Salas, el gran ensayista, se puso simplemente a escribir.

 

El flaco Juancito

     Tal vez porque estaba muy flaco, tal vez por falta de práctica. Pero algo aterrorizaba a Juan Bautista Plaza el día que se puso los pantalones largos: a cada instante parecía que se le iban a caer.

     Como una damita quinceañera fue festejado Juan Bautista el día de sus pantalones largos. De Truco a Guanábano, en la residencia antigua de los padres del músico, hubo gran fiesta. Los familiares, los amigos, acudían a cumplimentar al espigado muchacho que estudiaba música y bachillerato en el Colegio Francés. La rosada mistela para los jóvenes, el ronco brandy para los mayores.

     Juan Bautista no sabía bailar y disfrutó más o menos de la familiar reunión. No quería que la noche terminara. Sinceramente no lo deseaba.

    –Porque veía con horror la llegada del nuevo día y la inevitable salida a la calle con esos largos pantalones que amenazaban caerse.

     Y Juan Bautista Plaza, con treinta años de pantalones largos a cuestas, hizo un gesto nervioso cuando volvió al examen interrumpido para hablar con la periodista. Se estaba sujetando los pantalones.

 

La tragedia de Álamo Ibarra

     –Eran blancos, con tenues rayitas rojas y una chaqueta larga, larga.

     Ángel Álamo Ibarra, que era alto y guapo, y de la parentela del Libertador, parecía un cigarrillo egipcio.

     –Aún los estoy viendo, mis primeros pantalones largos. La emoción del día la conservo intacta. ¡Yo era un hombre! Tenía 14 años y me la echaba de patiquincito caraqueño guapo y conquistador. Solamente me faltaba eliminar aquellas piernas velludas que apuntaban obstinadas después del breve pantaloncito corto. Por fin llegó el día. . .

     Era domingo. Cuando Ángel Álamo Ibarra salió de su casa muy temprano en la mañana, estaba seguro de que todo el Caracas elegante no miraba otra cosa que sus pantalones largos. La alegría era infinita. Ahora sus compañeros del Colegio del Doctor Landáez, que estaba en El Paraíso, le guardaban consideraciones especiales.

     –Me acosté feliz, cansado, y dormí profundamente. Por la noche, un ladrón entró a la casa y se llevó la ilusión del adolescente, sus largos pantalones y la chaqueta incongruente.

    –Pero hay epílogo, doctor Álamo, inquiere la reportera angustiada.

     –Golpes. Al día siguiente, cando tuve que volver al colegio de pantalones cortos, la rechifla de los compañeros se disolvió a golpes. ¡Ay dolor! ¡Ay tragedia!, mis pantalones aún los estoy viendo.

Los muchachos de ahora nacen de pantalones largos y desconocen la emoción de ese día en que unos metros más de tela son como un certificado de virilidad.

Los muchachos de ahora nacen de pantalones largos y desconocen la emoción de ese día en que unos metros más de tela son como un certificado de virilidad.

Don Pepe Izquierdo ya había leído el quijote

     –No como esos muchachos de ahora. En mis tiempos los muchachos jugaban en las arenas del Guaire, peleaban en los barrios, aprendían a cimbrear la cintura en los quicios de Santa Teresa y se quedaban en las casas leyendo los libros clásicos.

     El doctor José Izquierdo tenía 14 años y los familiares se apuraron en comprarle un flux de casimir de pantalones largos. Ya conocía el Quijote y leía francés e inglés. Vivía por San Agustín y toreaba en el Nuevo Circo.

     –¡Pero esta juventud afeminada de ahora! ¿Qué es eso señor? Culpa del cinematógrafo, de esa cosa desabrida e imbécil que es el baseball donde dieciocho señores van a dar carreras y un estadio lleno de pistolas va a beber y a pegar gritos.

     Don Pepe estaba realmente imponente y magnífico, con su estupenda voz de Catilina de San José, cuando recordó la versión de Hamlet “descompuesta” –son sus palabras– por Sir Lawrence Olivier.

El límite de la infancia estaba en un medio metro de tela que habría de cubrir las largas extremidades llenas de larguísimos vellos. De pantalones cortos a los bombachos.

El límite de la infancia estaba en un medio metro de tela que habría de cubrir las largas extremidades llenas de larguísimos vellos. De pantalones cortos a los bombachos.

     –Pero el supremo horror, lo que convierte nuestros incipientes hombres en majaderos afeminados, son la música, las canciones argentinas y mexicanas, y ¡horror de los horrores!, los fluxes de dos colores y esas espantosas guayaberas que dan aspecto de señora embarazada al hombre más macho.   

 

Los liquiliquis de Pedro Sotillo

     En 1915, Pedro Sotillo tenía 13 años y concluía sus estudios de primaria en Los Teques. Su mayor ambición era poseer cuatro liquiliquis con pantalones largos.

     –Era nuestro mayor empeño. Las liquiliquis, tener novia y montar a caballo.

     El poeta Leopoldo Torres Abandero, quien cortaba y cosía en un viejo local frente al Banco de Venezuela, fue comisionado por los padres de Pedro para la elaboración del atuendo de hombre. Pedro tuvo un flux blanco de dril y otros tres de color crudo. También tenía un sombrero porque el poeta cree que:

     –Cuando un llanero pierde el sombrero hasta el chinchorro se cae.

     Toda la vida usó y usa Pedro Sotillo el sombrero criollo de anchas alas. Parece que es, al fin y al cabo, lo único que le queda de las antiguas ambiciones porque él mismo dice:

     –Después tuve que dejar el caballo porque “me lucía” un poco feo, con las muchachas e seguí encontrando para recibir los batacazos que me ahorraba el caballo, y de los pantalones largos me quedó el recuerdo de una pedrada que en el Carnaval me atestaron en la esquina de Manduca.

     Naturalmente, Pedro Sotillo siguió usando pantalones largos. Después los mezcló con sal criolla, criollos versos y vino extranjero. Los pantalones llaneros de Pedro Sotillo se quedaron en Caracas definitivamente. Y cada día son un pregón del afán andariego de los hombres de la llanura”.

FUENTE CONSULTADA

  • El Nacional. Caracas, domingo 3 de agosto de 1952. Edición aniversaria

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