La iglesia de Las Mercedes

La iglesia de Las Mercedes

Por José Manuel Castillo

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

     “El primer convento de religiosos mercedarios de Caracas (orden fundada en 1218 por Jaime I de Aragón, San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort, para la redención de cautivos) fue instalado por licencia en 1638 en una hospedería que se hallaba en la actual parroquia San Juan, que entonces era un despoblado, en el camino a los valles de Aragua. Nuestra Señora de las Mercedes ha sido reconocida Virgen Redentora de cautivos, patrona de la mariana ciudad de Caracas, por el Cabildo de Venezuela en 1638. Se la invocó como patrona de la ciudad, en una célebre plaga de la ahorra del cacao, deliberando el Cabildo “que convenía tomar y elegir un Santo por abogado que interviniese por Dios N. S. en las plagas”. Desde esa época existía la llamada limosna o diezmo del cacao que todos los agricultores aportaban de sus cosechas, costumbre que ha caído en desuso.

     El terremoto de 1641 arruinó la hospedería y sobre las ruinas se quiso levantar una iglesia; obras que fueron interrumpidas por no tener las licencias, por orden del Ilmo. Sr. Don Fray Mauro de Tovar, Obispo. En 1642 se recibieron las licencias, pero no se empezó a construir el convento hasta en 1651, en un arrabal de la ciudad. En 1681 se trasladó el convento a la represa del Catuche, en la prolongación de la calle de San Sebastián. El 21 de octubre de 1766, la veleidosa naturaleza temblaba de nuevo a las 4 de la mañana, pero no pereció ningún habitante, lo que se atribuyó a especial protección de la Virgen, cuya imagen se encontraba de visita en la Catedral. 

     Esta imagen era la primitiva llamada “La Guaricha”. Después de las reparaciones en el templo, fue llevada a su iglesia y el Cabildo regaló una hermosa plancha o tarjeta de plata con labores doradas, estilo barroco, que se coloca todos los años a los pies de la Virgen en la fiesta conmemorativa. Desde 1766 la Virgen de las Mercedes es reconocida además Patrona de los terremotos. Antes de 1812, el templo era el mejor de Caracas y el edificio era llamado “Casa Grande”. Constaba de tres naves y diez altares. Por esa época Don Andrés Bello visitaba con frecuencia el convento donde hizo sus estudios de humanidades con las lecciones de Fray Cristóbal de Quesada. Sabido es que su tío materno Don Ambrosio López era mercedario.

     El terremoto de 1812 produjo la muerte de la mayor parte de los frailes. Las ruinas persistieron hasta que se demolieron completamente y desde entonces se separaron la iglesia, la residencia y los jardines. La reconstrucción del templo se debe a los esfuerzos del Pbro. Jacinto Madelaine que no tuvo la dicha de ver terminada su obra, pues murió en 1856 y el edificio fue abierto al público en marzo de 1857. El padre Madelaine fue enterrado a los pies del altar de la Virgen.

     Otras obras se realizaron por disposición del 21 de setiembre de 1883, del general Antonio Guzmán Blanco, según planos del arquitecto señor Juan Hurtado Manrique. En dicha disposición se ordenaba la compra de sillas, ternos, araña de 24 luces, de un órgano, del altar mayor y de otras imágenes de Nuestra Señora de las Mercedes y de Jesús Crucificado.

     El general Joaquín Crespo también dispuso que un altar que se había traído de París fuese destinado a la Catedral y el que había en ésta, se instalase en Las Mercedes. El que había en esta última fue llevado a la iglesia del Corazón de Jesús. Las torres fueron construidas en 1886. En cuanto a la primera imagen, leemos en Arístides Rojas que “aguijoneados los caraqueños por la vanidad, se cansaron de la antigua imagen y resolvieron adquirir una escultura cuyo modelo fuese caraqueño, estimando que ninguna imagen traída del extranjero debería ser reverenciada, sino otra fabricada en el suelo patrio. Fue entonces cuando se colocó la imagen llamada “La Grande” y la primitiva confiada a la señora Mercedes Toro de Jugo Ramírez. El altar de estilo bizantino constaba de cuatro columnas y las cuatro virtudes teologales. En 1891 se autorizó a los PP. Capuchinos su entrada en Venezuela para la civilización de los indios de la Goajira y Guayana. Vinieron a iniciativa del Iltmo. Sr. Uzcátegui y les fue cedido el rectorado de la iglesia. En 1895 se les cedía la iglesia misma con sus dependencias, siendo superior el R. P Francisco de Amorabieta.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

     En 1898 Caracas sufrió una intensa epidemia de viruela y los Capuchinos dieron una muestra más de su constante celo, mereciendo que el Gobernador les diese un solemne voto de gracias, así como a las Hermanas de San José de Tarbes, por la asistencia personal eficaz y graciosa cooperación prestada al Gobierno. En 1893 y 1898 se ejecutaron diversas reformas y se aumentó la colección de imágenes con otras traídas de Barcelona de España: San José, regalo del doctor Rojas Paúl; el Nazareno con su Cruz, bellísima escultura regalada por doña Manuela Gorrondona de Power; Santa Teresa de Jesús, regalo de la señora Pilar de Sabater; San Lorenzo de Brindisi, donación de la familia Cabrera.

     En 1899 se hicieron mejoras en el interior y el decorado fue ejecutado bajo la dirección del señor Corrado.

     La construcción de la gruta de la Virgen de Lourdes fue decidida en 1898 por el R. P. Baltasar de Lodares, Superior de la Residencia. Fue construida por Pedro Barnola, maestro de obras y Terciario franciscano, bendecida el 30 de octubre de 1898, ensanchada en 1900 por cesión del terreno que hizo el Concejo Municipal. La verja exterior fue armada en 1900.

     En 1909 se restauró la fachada. El pintor Agüin fue el autor del cuadro de grandes dimensiones representando el Tránsito de N. S. P. San Francisco que se encontraba en el presbiterio. Una nueva imagen de las Mercedes fue colocada, regalo del doctor Márquez Bustillos. La actual fachada es de estilo Renacimiento, con 8 columnas dóricas, un escudo de la Merced en el tímpano y dos torres estilo corintio.

     Hay un cuadro del “Sermón de la Montaña” ejecutado por Antonio José Carranza; otro sin terminar, “El Misterio de la Anunciación”, por Mauri; otro de “La Huída a Egipto”. Otros cuadros representan a San Ignacio, San Francisco de Paula, la Magdalena, Santo Domingo de Guzmán. El órgano fue traído de Francia, regalado por la señora Rosaura de Santana, y fue consagrado el 17 de septiembre de 1914 por el Obispo del Zulia doctor Arturo Celestino Álvarez.

     En el templo han sido sepultados, además del R. P. Madeleine, en 1872 Don José Rafael Revenga y otras personas de su familia, Don Gerardo Monagas, hijo del general José Gregorio Monagas, el general Francisco Conde, el General José María Otero Padilla. En las torres hay cuatro campanas de 1754 y 1799 del primitivo convento y dos modernas. En la biblioteca de los Padres se cuentan más de 4.000 volúmenes y un hermoso museo de Historia Natural. En esta iglesia se han verificado siempre grandes solemnidades, una de las más señaladas es la de la Virgen del Valle. Los PP. Capuchinos fundaron la V. O. T en 1894. También tuvo lugar en esta iglesia el primer homenaje en Caracas a Santa Teresita del Niño Jesús el 30 de septiembre de 1925. La estatua en la parte superior del frontis es de singular belleza. LA iglesia está actualmente vacía por reformas completas del interior”.

Historia de la iglesia de San Francisco

Historia de la iglesia de San Francisco

Su nombre real es «Iglesia de la Inmaculada Concepción», pero por el hecho de haber estado ahí los Sacerdotes Franciscanos, se le ha llamado desde hace varios siglos “Iglesia de San Francisco”, dando nombre incluso a la esquina en donde se encuentra ubicada, en la avenida Universidad, en el casco central de Caracas. En 1956, esta edificación fue declarada Monumento Nacional.

Por José Manuel Castillo

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

     “Por documento existente en la antigua Contaduría Matriz de Caracas, se sabe que los frailes franciscanos llegaron a esta ciudad en julio de 1577, con orden expresa del rey Felipe II, de fundar un Convento cuya construcción costearía el real Erario.

     También existe una referencia próxima de la fundación del Templo de la inmaculada y convento de San Francisco, hecha por el 1583, en la que el entonces gobernador, Don Juan de Pimentel, decía: “En esta Ciudad de Santiago de León, hay un Monasterio de San Francisco de tapias (no durables), comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal, que vino de Santo Domingo con otros frailes, tres años al dicho efecto, en cuya fundación hallóle Fray Francisco de Arta, Comisario que por orden de Su Majestad vino con siete religiosos, y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”.

     El de San Francisco fue el segundo convento fundado en Caracas; y al templo construido junto a él, se le dio por nombre, la Inmaculada Concepción.  

     De manera pues, que la auténtica denominación del hoy llamado templo de San Francisco es el de la “Inmaculada Concepción”, por ser esta, el Titular con que fue erigida dicha iglesia, prueba palpable de ello es, que la imagen matriz del Retablo Mayor, es de la Inmaculada; y de las tres estatuas que exornan la fachada, es la misma virgen, la que ocupa la repisa central.

     Fue una de esas transformaciones impensadas, tan propias de la índole venezolana, que se dio en llamar templo de San Francisco a dicha iglesia, por haberla fundado y servirla, los frailes franciscanos, hecho este, que bastaba por sí solo para darle ese apelativo. Mas como la costumbre se hace ley, usaremos la conocida y ya insustituible denominación, para la que fuera en su erección iglesia de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

     Para 1595, era conocido el templo y el convento de San Francisco, que llevaba el título de Máximo, pues llegó a albergar en su recinto, hasta ochenta religiosos. De este, como de los varios conventos que fundaron los Franciscanos en la Provincia de Venezuela, salían los frailes llamados “doctrineros”, encargados de catequizar a los indios.

     Buena parte de los gastos de la fábrica del templo y convento los sufragó la Orden Tercera de San Francisco, Hermandad fundada allí en 1648. Esa Hermandad hizo construir en el testero del templo, una recia bóveda subterránea con nichos en la pared, para enterrar allí a los difuntos miembros de dicha Orden.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

     Del antiguo convento franciscano, se conserva hoy, entre otros, un libro manuscrito existente en la Biblioteca Nacional, que lleva el siguiente encabezamiento “Becerro o Protocolo de las Memorias que sirve este Convento Grande de la Sma. Concepción de Nuestra Señora de esta Ciudad de Caracas, mandado hacer el año de 1773; hojado, formado y escrito, por Fray Manuel de Jesús Nazareno, religioso lego. . .”

     El protocolo, Becerro o Libro de Memorias, era uno de los varios Libros que se llevaban en los Conventos y en el que asentaban las dádivas y contribuciones de sus fieles para dotar las Capillas de las Iglesias; patrocinar el culto de una nueva advocación y en general para los menesteres del templo. Dichas memorias contienen también las disposiciones testamentarias de los fieles pudientes que dotaban alguna obra piadosa, o fundaban misas perpetuas o conmemoraciones religiosas anuales.

     Las tres estatuas de mármol que exornan aun la fachada de San Francisco, datan de 1655 y fueron donadas al templo por el castellano Don Juan de Agudelo.

     Dichos mármoles corresponden a la Inmaculada, Titular de la iglesia; a San Juan Bautista, santo del nombre del donante; y a San Francisco, patrón de la referida fundación. Diversos hechos históricos han ocurrido en el templo y convento de San Francisco, conservándose de ellos, preciadas reliquias o gloriosos recuerdos. . . 

     En las bóvedas del templo, reposan entre los otros notables de la época, los restos del penúltimo Gobernador y Capitán General de la Madre Patria en Venezuela, Don Manuel de Guevara y Vasconcellos, allí depositados en 1806.

     Se conservan también un pedazo de madera, de la Cruz que el Maestro Nazareno llevó sobre sus hombros; y la secular y venerada imagen de la Soledad, cuyos perfiles delicados, despiertan la mística unción de los creyentes, propiciando la educción ingenua de las férvidas plegarias.

     La comunidad franciscana que además del convento, hacía el servicio del templo, se disolvió en 1893, fecha en que un drástico decreto ejecutivo, hizo cerrar las puertas del Convento. Erigióse entonces el templo en Iglesia Secular, quedando al cuidado de un fraile llamado Carlos de Arrambide, quien estuvo en ella hasta 1882, fecha de su muerte. Entonces, pasó a manos del recordado Padre Calixto, quien con ayuda del gobierno hizo la refacción del local, cambiando el primitivo piso de ladrillos por un embaldosado de mármol. Se abrieron dos puertas laterales en el hastial, ya que n o tenía sino una desde su fundación.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

     Después de salidos los frailes del Convento Franciscano, fue instalado en su amplio recinto el célebre Colegio Independencia, fundado por don Feliciano Montenegro Colón, insigne educador venezolano, quien al igual que José Ignacio Paz Castillo, Juan José Mendoza, Agustín Aveledo, Juan Vicente González y muchos otros, contribuyeron eficazmente al desarrollo cultural de Venezuela.

     Más adelante tuvo asiento allí mismo, el Palacio de Justicia, que fue luego trasladado al edificio que hoy ocupa.

     También, durante algún tiempo, el Congreso Nacional, celebró sus sesiones en el local del antiguo Convento Franciscano, hasta que en 1856 separado el Seminario Tridentino de la Real y Pontificia Universidad, creada por real cédula en 1775, pasó ésta a funcionar en los claustros de San Francisco.

     A medida que se normalizó la vida ciudadana, el incremento cultural fue mayor en Venezuela, creándose nuevas cátedras en la Universidad y fundándose Planteles Privados y Nacionales, para atender a los requerimientos educacionales del país. Si no existieran múltiples motivos, solo por el hecho de habérsele otorgado el glorioso título de Libertador a Simón Bolívar, merecería la iglesia de San Francisco, ser tenida como preciosa reliquia histórica.

     En aquel ámbito, donde hasta entonces solo se habían escuchado los acordes de los cánticos piadosos o el rumor de las fervientes oraciones, resonó con claridad desconocida la diana augusta de la Libertad, para anunciar al mundo, la coronación del Hijo Predilecto de la Gloria, Bolívar.

     Ese 14 de octubre de 1813, la Municipalidad caraqueña, presidida por el doctor Cristóbal Mendoza, y en representación del pueblo venezolano, aclamaba a Bolívar, Libertador.

     En aquella ocasión tan singular dijo Bolívar entre otras cosas: . . . “Me aclamáis Capitán General de todos los Ejércitos y Libertador de Venezuela, título más glorioso y satisfactorio para mí, que el cetro de todos los imperios de la tierra. . .” Y luego, en un bello gesto de generosidad y justicia, Bolívar instituyó la “ORDEN DE LOS LIBERTADORES” y condecoró los pechos valientes de Rafael Urdaneta, José Félix Rivas, Vicente Campo Elías, Luciano D’Elhuyar y otros soldados patriotas. . . Así retribuía el Pueblo, los servicios abnegados de sus hijos heroicos y de su Libertador.

     Al año siguiente, el 2 de enero, ese mismo Bolívar a quien el pueblo había aclamado por Libertador, iba de nuevo al recinto Franciscano a hacer la más genuina instauración de principios democráticos, pues siendo Jefe Supremo, daba cuenta del uso de poderes y del grande título con que la Soberanía Popular lo había investido.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

     En esta nueva y memorable ocasión, el corazón del Padre se volcó en pleno en el corazón de su Pueblo, para instarle a escoger sus propios gobernantes; a elegir y disponer soberanamente su propio camino. . . Por eso, las palabras pronunciadas entonces por Bolívar, son un saludable consejo paterno que enrumba y despeja caminos y una sabia admonición para pueblo y gobernantes. . .  “Yo no soy, decía, el Soberano; vuestros representantes deben hacer vuestras Leyes. . . La Hacienda Nacional no es de quien os gobierna. . . Los depositarios de vuestros intereses deben mostraros el uso que han hecho de ellos. . .” Lección de perenne actualidad histórica y social, encierran estas palabras del Libertador.

      Después de los Informes y Cuentas rendidos por conducto de sus ministros, Bolívar rehusó aceptar el oneroso título de Dictador, pues al asumir el mando en calidad de tal, debería cuidar con más esmero de no menguar su primero y glorioso título. Por ello, esa era la más dura prueba de lealtad que exigía el Pueblo a su Libertador, quien, guiado siempre por el más sincero desinterés y el más alto ideal de libertad, supo ser buen Dictador, sin desmedro de su gloria. Fue así, como a través de las más críticas situaciones, nunca abusó en perjuicio ajeno de la patria, del poder omnímodo que se le había otorgado.

     Muerto el Padre Calixto, que fue el último Capellán de San Francisco, pasó el usufructo de dicho templo a manos de los Padre Jesuitas.

     De medio siglo para acá, pocos han sido los hechos dignos de mención histórica, que han ocurrido en San Francisco, contándose con digno relieve la pomposa conmemoración del centenario de la traída de los restos del libertador, efectuada en 1942, bajo la presidencia del general Isaías Medina Angarita.

      Acerca del interés histórico de las lápidas y objetos que se encuentran en las bóvedas de San Francisco; poco es en verdad lo que podemos decir, por no encontrarse en dicho templo, el catálogo de los personajes allí enterrados, que hizo el padre Calixto González; y los Libros de Gobierno de dicha iglesia y del extinguido Convento Franciscano que probablemente reposan en el archivo de la Metropolitana o de la Curia, según nos dio a entender el reverendo padre Pedro Pablo Barnola hace dos años, cuando fuimos en busca de datos para la presente crónica”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Castillo, José, Manuel. “San Francisco”. En: El Nacional. Caracas, 10 de septiembre de 1949; última página
La casa de Humboldt en Caracas

La casa de Humboldt en Caracas

Ubicada frente al Panteón Nacional, en la calle oeste 9, avenida Norte, número 91, en ella vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800. El historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño, Arístides Rojas (1826-1894), publicó a finales del siglo XIX un interesante trabajo sobre esta histórica casa, el cual transcribimos a continuación.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

     “¡HUMBOLDT, siempre Humboldt! . . . He aquí el tema espontáneo, fecundo, inagotable que inspira nuestra pluma por una vez más. ¿Qué tiene este nombre siempre propicio, siempre elocuente en toda ocasión en que la memoria lo evoca para dedicarle algunas líneas? Para nosotros, venezolanos, Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Hay algo más todavía que os hace fraternal su memoria: es la historia de la familia, porque cuando ésta ha vivido aislada, sin contacto con el mundo social, con el arte, con la ciencia; cuando ella no ha tenido por compañeros sino su cielo, sus montañas y sus ríos, su naturaleza virgen, ansiosa de encontrar el hombre que descifrara sus grandes enigmas o del artista que interpretara sus variados panoramas, entonces es cuando la visita del primer huésped ilustre deja en la atmósfera del hogar un recuerdo inefable que se transmite de padres a hijos.

     Un día, en aquellos en que el comercio del mundo estaba cerrado a nuestras costas, en que la presencia del hombre europeo era un acontecimiento para nuestros pueblos, en aquellos en que vivíamos sin prensa, sin comunicaciones que nos enseñaran el progreso del mundo, aislados, silenciosos, viviendo como una caravana del desierto, sin más testigos que la naturaleza, pisó Humboldt nuestras playas. Llegaba vestido de pasaportes reales y armado, no con la espada del mandarín, espíritu pasivo, en cuya conciencia obraban, en aquella época, más las órdenes escritas que las necesidades de los pueblos, sino con los instrumentos de la ciencia, de la benevolencia del sabio, de la justicia del espíritu cultivado, del amor a la humanidad. Llegaba como el legítimo intérprete de una naturaleza fecunda que hasta entonces ningún viajero había explorado.

     A su encuentro le salió el rústico labriego y presentóle, bajo la techumbre de sus cocales de oriente, leche de su rebaños, que el viajero bebió en jícaras indianas; y el misionero, patriarca de las selvas, les ofreció, en seguida, bajo las verdes enramadas del monasterio, la fruta sabrosa de la fértil zona; en tanto que el viejo hidalgo, con la caballerosidad de sus progenitores, espontánea, franca, dadivosa, sin desmentir la nobleza de su raza, descubierta la cabeza, tendióle la mano amiga y le introdujo en el salón de la familia venezolana, en la cual la gracia sobrepuja la cultura del espíritu, e impera el corazón sobre la inteligencia. Humboldt quedó, desde entonces, instalado. Todo le pertenecía; el cariño de la familia, la admiración de los pueblos, el agasajo de las autoridades españolas: le pertenecían también la naturaleza, cielo y tierra que le habían aguardado durante siglos. Desde entonces, data la veneración que se conserva como un talismán en la historia de nuestro hogar. Fue su voz, voz de aliento; en sus obras nos dejó enseñanza provechosa; con su amistad, honra; gratitud en sus recuerdos, siempre rejuvenecidos, aun en sus días de ocaso. Ni la infidelidad ni la inconstancia, ni el olvido en toda ocasión en que se ocupó de Venezuela, porque al estampar en sus inmortales cuadros el nombre de ésta, fue siempre para honrarla, pagando así tributo de justicia y de admiración al primer pueblo que visitó y cuya imagen fue inseparable de su memoria. He aquí porqué le amamos.

     Hace ya setenta y siete años que Humboldt visitó a Caracas. Esta ciudad era la segunda del continente que conocía, pues antes había estado en la de Cumaná. En otro escrito (Recuerdos de Humboldt) hemos dicho que el corazón del joven explorador se llenó de sombría tristeza al atravesar las calles silenciosas de la Caracas de 1800; pero que aquella impresión se desvaneció cuando dejando la casa del conde de Tovar, donde estuvo por algunos instantes, se instaló en la que le había conseguido el capitán general Vasconcelos, en la plaza de la Trinidad.

     En el ángulo donde la calle Oeste 9 corta la avenida Norte, frente al Panteón Nacional, hay unos escombros que sirven de azotea a la vecina casa número 91 de la avenida Norte. La antigua puerta, que hoy es el número 1 de la calle Oeste 9, está tapiada hasta la mitad, pero se conserva el friso de vetusta arquitectura. Las ventanas han desaparecido en ambos lados de las ruinas, y solo muros de piedras, ennegrecidos por el tiempo y cubiertos de paja, indican las antiguas paredes de un edificio. Las salas están al aire libre, y en el suelo de ellas se levantan bosquecillos libres de arbustos conocidos que se han desarrollado al acaso, o sembrados quizá por mano amiga. Algodoneros cubiertos de rosas de oro, granados con flores color de escarlata, papayos y cañas de bello porte levantan sus copas y se mezclan con otros arbustos, mientras que, en la parte terrosa de los muros, gramíneas y tillandsias crecen entre las grietas abiertas por la acción del tiempo. Todo ese conjunto forma un gracioso paisaje cuyos únicos habitantes son, el pájaro viajero, que todas las mañanas desciende de la vecina montaña, el insecto nómade que liba la miel de las flores, el lagarto que fabrica su cueva al pie de los muros. ¡Sabia naturaleza! se desarrolla, espontánea, sobre las ruinas de las ciudades, sobre los despojos humanos, sin cuidarse de la historia, que es obra de un día; pero que le deja osarios, abono preparado por el arte para nutrición de los nuevos seres que aquella tiene en ciernes.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Lo que ella necesita es un terrón de tierra donde depositar el germen fructífero, una rama donde pueda el ave fabricar su nido, una grieta segura donde el ofidiano guarde sus huevos, una hoja donde pueda la crisálida aguardar la hora de la emancipación.

     Para el viandante que pasa todos los días por estos escombros ellos no tienen significación alguna: son una de las tantas casas en ruinas, recuerdos de la catástrofe de 1812. Pero para el hombre que conoce los pormenores de la estadía de Humboldt en Caracas, aquellos representan una época, un nombre preclaro, porque hace setenta y siete años que en esta casa hubo una constante recepción, porque en ella moró durante dos meses, el hombre más extraordinario del siglo, Alejandro de Humboldt.

     ¡Cuántos sucesos verificados en Caracas, después que la visitó Humboldt en 1800! A los seis años bajó al sepulcro Vasconcelos, el amigo oficial del sabio, el cual honró a España honrando al recomendado por el monarca castellano. Dos años más tarde, comienza a prender la chispa revolucionaria que produjo el incendio de 1810. En 1812, viene al suelo la ciudad de Losada, y un montón de ruinas la convierte en osario. Cayeron los principales templos, entre estos, el que estaba frente a la casa de Humboldt, no quedando sino las paredes, la columna que sostebía las armas de España y también la horca que estaba en la plaza. Todo fue desolación en torno a la casa del sabio: sepultadas quedaropn las tropas en el cuartel de San Carlos, en la calle Oeste 9, y las que estaban al sur de la misma casa en el parque de artillería. La ciudad de 1800 había desaparecido casi en su totalidad.

     Sesenta y cinco años han corrido, y ya Caracas esta otra vez en pie; pero la casa de Humboldt permanece aun en ruinas. Estas recuerdan no solo días de llanto y de tribulación, sino también la historia de nuestras guerras, la acción del tiempo sobre la naturaleza, el cambio de nuestra civilización, el renacimiento de la antigua ciudad, la mano benefactora del hombre. No es la Caracas de 1877 la Caracas de 1800. Todo ha cambiado. 

     El Ávila ha visto desaparecer sus bosques y agotar sus aguas. Talado fue el bosquecillo que a espaldas de la casa de Humboldt , sirvió a éste en sus horas de meditación, y de los viejos árboles del Catuche, solo se conserva el Samán del Buen Pastor. La famosa calle de cinco leguas que, desde la casa de Humboldt, unía a Caracas con el mar, según el parte del gobernador Osorio al monarca de España en 1595, esta destruída, conservando aun sus desagües y algunos pedazos. Obra admirable fue esta calle sólidamente empedrada, que conducida al través de una cordillera, ha resistido a la acción del tiempo. El Castillejo de la Cruz, al comenzar la subida a La Guaira, está aun en ruinas y en ruinas las fortalezas del camino que dejaron pasar, en su retirada, a los filibusteros de Preston en 1595. La antigua torre de 1800, fue rebajada en 1812. El Convento de San Francisco, donde reposan los restos de Vasconcelos fue convertido en universidad y museo, y en mercado público, el de San Jacinto.

     Desaparecieron los antiguos monasterios de monjas y fueron substituidos por edificios modernos, ornato de la ciudad. El Templo de la Trinidad se ha transformado en Panteón Nacional, y al osario de 1812, descubierto durante muchos años, sucedió el osario histórico, oculto bajo el pavimento.

     Allá, al noreste están las ruinas de San Lázaro, donde Humboldt fue obsequiado en repetidas ocasiones. Con el pretexto de fundar un lazareto, levantaron los españoles un palacio, que a veces fue lugar de orgías; pero el tiempo que es el reparador de todas las faltas, ha dejado en escombros al Lazareto del deleite, mientras Antonio Guzmán Blanco ha levantado al pie de las ennegrecidas ruinas el Lazareto de los desamparados. La escabrosa colina del Calvario, lugar histórico donde defendieron con heroico valor su nacionalidad Terepaima, Caricuao, Conocoima y demás tenientes de Guaicaipuro, contra el invasor castellano, se ha convertido en jardines, con juegos de agua surtidos por el río Macarao, nombre de aquel cacique que en este mismo lugar detuvo las huestes de Losada; y sobre la roca solitaria donde Paramaconi desafió al jefe de sus contrarios a un combate personal, se levanta hoy la estatua de Guzmán Blanco. Ya todos los templos derribados por el terremoto de 1812 están reconstruidos, salvadas las antiguas zanjas de la ciudad por nuevos puentes, reedificadas las casas, abiertos los caminos. Talado fue el cedro de Fajardo, a orilla del Guaire, visitado por Humboldt; pero aun existen los cipreses seculares de la vecina Basilica de Santa Teresa. Refieren que cuando Humboldt salía de Caracas, le preguntaron sus amigos, cuándo regresaría: y que el gran sabio contestó, con calma: “Cuando esté cocluido el templo de San Felipe”. Hace pocos meses que fue concluida esta obra y ya Humboldt tiene diez y siete años en el sepulcro. Así pasa el tiempo, que resuelve todos los enigmas.

     Al pie del Pavila yacen los huesos de dos generaciones, y donde sucumbieron los patriotas al hacha sanguinaria en las noches pavorosas de 1814 a 1817, se levantan cruces y obeliscos circundados de árboles. De los amigos de Humboldt, todos desaparecieon unos en el campo de batalla, otros en el ostracismo, otros en la miseria, y solo uno se ha conservado en la historia: Bolívar y que está de pie en el Panteón, y a caballo en la plaza donde fue levantada sobre una picota la ensangrentada cabeza del vencedor de Niquitao.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

     Como hemos dicho, desde la plaza del Panteón hasta La Guaira construyeron los castellanos en 1595 una calle de cinco leguas. Esta entrada a la ciudad fue la única que quedó después del terremoto de 1812, por hallarse toda la parte alta de la población reducida a escombros hacinados. Las ruindas de la casa de Humboldt fueron por lo tanto testigos de cuanto por ella pasó y ha pasado durante setenta y cinco años. Por esos escombros pasó Bolívar después de su derrota en 1812; y por ellos pasaron también Miranda y Bolívar, cuando en la misma época salieron fugitivos. Por esos escombros pasó Morillo en 1815 y pasaron Morales, Moxó, Cagigal. Por esas ruinas pasó Bolívar en 1821, cuando llevaba en mientes la libertad del continente, y por esas ruinas salía en 1827, después de haber realizado su obra inmortal. Le aguardaban los sucesos de 1828 y 1829 y el ostracismo de 1830. Pero le estaba reservada que por las mismas ruinas pasarían sus restos doce años más tarde, conducidos en hombros de sus compañeros y veteranos de qjuince años de infortunio y de gloria.

     Fue una tarde, 16 de diciembre de 1842. Los últimos rayos del sol en occidente se reflejaban sobre la Silla del Ávila cuando el tañido de todas las campañas anunció a la ciudad que los restos del Grande Hombre entraban al suelo natal. 

     Miles de almas llenaban las avenidas Sur y Norte, la plaza del Panteón y la prolongada calle que se extiende hasta el Templo de La Pastora. Banderas, oriflamas, pendones enlutados, trofeos de guerra, pebeteros, se levantaban en toda la carrera por donde debía pasar el fúnebre cortejo. Aquella población flotante iba y venía como dominada por un sentimiento extraño: pero cuando el cañón anunció a la población que los despojos del Libertador habían pasado la antigua puerta de la ciudad, lágrimas silenciosas brotaron de todos los ojos, y en actitud imponente todas las cabezas se inclinaron a proporción que pasaban los restos mortales del mártir de Santa Marta.

     Un arco colosal, frente a las ruinas de Humbodt, teniendo los nombres de cien batallas y de los compañeros de Bolívar, dominaba la carrera de la procesión que iba a efectuarse en el siguiente día. Más atrás del arco se destacaban las ruinas del Templo de la Trinidad, que para aquel entonces estaban pobladas de arbustos y de huesos, restos de las víctimas de 1812. Bolívar debía esta noche reposar enfrente de la casa de Humboldt, en una modesta ermita que servía de templo hacía algunos años. Cuando desapareció el sol ya el libertador estaba en su capilla ardiente, acompañado de sus veteranos. ¿Quién podría describir las impresiones de aquella noche transitoria, precursora de un gran día, y ese estado del alma, en que el sueño huye, porque el corazón presiente?. . . Al amanecer del 17, los primeros rayos del sol fueron saludados por el toque de los clarines, por la música marcial y la población en las calles, en las ventanas, en los escombros, en las azoteas, vio desfilar y acompañó a Bolívar muerto.

     Treinta y cuatro años han pasado, y Bolívar, después de haber permanecido durante este lapso de tiempo en la tumba de sus antepasa, ha vuelto de nuevo, 28 de octubre de 1876, al sitio donde reposó en la noche del 16 de diciembre de 1842. Ha vuelto, no a la capilla mortuoria que ha desaparecido, sino al Panteón Nacional que ha substituido al antiguo Templo de La Trinidad. En este recinto todos los muertos están ocultos, solo Bolívar está visible presidiendo este osario histórico donde reposan sus compañeros de gloria.

     En tanto la casa de Humboldt permanece en escombros, y las especias vegetales y animales se suceden, cambiándose el paisaje.

     Esas ruinas ¿qué aguardan?. . .  ¿Quién abrirá esa puerta por donde entró Alejandro de Humboldt? ¿Quién renovará la tierra de esas paredes, tostadas por el tiempo? ¿Quién techará esas salas donde estuvo la generación de 1800? ¿Cuántos sucesos importantes se sucederán antes que ellas vuelvan a lo que fueron? Aguardemos; entre tanto el pájaro viajero continúa sus visitas matutinas buscando los granados floridos, el lagarto está en sus grietas calentando sus huevecillos y la crisálida, en su hoja, aguardando la hora de la emancipación.

Caracas se modernizó con los tranvías eléctricos

Caracas se modernizó con los tranvías eléctricos

El desarrollo del sistema masivo de transporte público en la ciudad de Caracas se acerca a los 120 años. A finales del año 1906, los poco más de cien mil habitantes que tenía la capital venezolana, comenzaron a hacer planes para movilizarse en modernos vehículos eléctricos, servicio que estuvo en actividad entre 1907 y 1947.

El 15 de enero de 1907, se inauguró en Caracas el sistema de transporte de tranvía eléctrico. La primera ruta fue entre Los Flores (Puente Hierro) y El Valle.

El 15 de enero de 1907, se inauguró en Caracas el sistema de transporte de tranvía eléctrico. La primera ruta fue entre Los Flores (Puente Hierro) y El Valle.

     La empresa Tranvías Eléctricos de Caracas comenzó a hacer pruebas con sus vagones marca Stephenson en octubre de 1906 e inició operaciones al sur de la ciudad, entre las estaciones de Las Flores y El Valle, el 15 de enero de 1907, marcando así un hito en la historia del transporte urbano en Venezuela.

     Antes de este novedoso sistema, la población caraqueña empleó los tranvías de tracción animal, guiados por un cochero que se encargaba de tratar muy bien a los caballos, los llamaba por su nombre, les daba instrucciones de avanzar o detenerse y les colocaba grandes piezas de gruesa tela de colores para protegerlos de la lluvia, así como cascabeles en los arneses, los cuales hacía sonar cuando los carros se aproximaban a las estaciones.

     Pero con la entrada del siglo XX, la electricidad acabó con el negocio. Las empresas Tranvías Bolívar y Tranvías Caracas, fundadas en las dos últimas décadas del siglo XIX. La primera cubría la ruta entre la plaza Bolívar y Palo Grande, y luego abrió otra línea de circulación entre Caño Amarillo y Quebrada Honda, mientras que la segunda ofrecía servicios entre La Pastora, Puente Hierro, El Paraíso y Palo Grande, se vieron obligada a cerrar, e incluso pusieron en la venta los animales. Comenzó así una nueva etapa en el transporte colectivo capitalino. 

     Al iniciar actividades en 1907, la compañía Tranvías Eléctricos de Caracas ordenó 30 tranvías eléctricos. Eran modelos con escaleras de ocho peldaños para acceder y las dimensiones adecuadas para recorrer las curvas cerradas de las angostas calles de la ciudad: 7,3 metros de largo por 1,6 metros de ancho.

     Tan orgullosos estaban los caraqueños de las bondades de su nuevo sistema de transporte, que desarrollaron una suerte de “cultura del tranvía”, al igual que ocurrió a finales del siglo XX, cuando abrió operaciones el Metro de Caracas.

     Las empresas a cargo de los tranvías los mantenían pulcros y en perfecto estado de funcionamiento. Operadores y colectores siempre estaban muy bien uniformados. El pasaje mínimo tenía un costo de 0,25 céntimos (medio) y la ruta que llegaba hasta la parroquia foránea El Valle tenía tarifa de un real o 0,50 céntimos.

     A continuación, ofrecemos interesante reportaje, publicado en la edición de la revista “El Cojo Ilustrado” del 1 de julio de 1908, en el cual se ofrecen interesantes detalles técnicos de los equipos, dirección de oficinas y de orden administrativo de la compañía que manejaba las operaciones de los tranvías caraqueños.

     “Publicamos hoy diversas fotografías de los edificios y líneas de los Tranvías Eléctricos de Caracas. Esta Empresa representa un progreso efectivo en el ornato y en la comodidad del tráfico de la capital; y durante los meses que tiene funcionando han podido apreciarse las numerosas ventajas que ofrecen y la ausencia de inconvenientes que se hubieran podido tener.

Cada tranvía de Caracas tenía una ruta específica y la central estaba ubicada en la plaza Bolívar.

Cada tranvía de Caracas tenía una ruta específica y la central estaba ubicada en la plaza Bolívar.

No siendo posible usar los tranvías ordinarios en las angostas calles de Caracas fue preciso construir unos especiales.

No siendo posible usar los tranvías ordinarios en las angostas calles de Caracas fue preciso construir unos especiales.

     El edificio construido por la Empresa en la Avenida Este consta de las oficinas de la Compañía, una sala de maquinarias; un vasto salón con diversos baños para el uso de los empleados de las líneas; un depósito para los carros y vastos talleres.

     En la sala de maquinarias están montados los tres generadores de la corriente directa, que es la que mueve los carros. Cada generador es de 150 kilowatts y la corriente sale con una tensión de 550 voltas; posee dos motores distintos –uno movido por la corriente que viene de El Encantado, y otro que usa como combustible el petróleo crudo– cada uno de 240 caballos de fuerza. Además de los dos tipos de motor, la estación generadora está provista de una batería de acumuladores, que consta de 260, con una capacidad suficiente para mover los carros dos horas en el caso fortuito de un accidente en las maquinarias. De este modo la estación resulta compleja; pues está montada con suficiente maquinaria de reserva para remediar cualquier obstáculo y evitar toda interrupción del servicio.

     Los depósitos tienen un espacio suficiente para contener 30 carros, con una fosa debajo de dos de las vías para el examen y composición de los frenos y motores de éstos. Los talleres están compuestos de carpintería, salón para la pintura de los carros, herrería y taller de mecánica. En este último están montados 2 tornos, máquina de taladrar, ruedas de esmeril, prensa hidráulica para quitar las ruedas, etc.

     La vía permanente y las líneas aéreas están construidas con el mejor material y con los últimos adelantos de la industria.

     No siendo posible usar los carros ordinarios en las angostas calles de Caracas fue preciso construir unos especiales; pero después de muchos estudios se ha logrado obtener un tipo adecuado a las necesidades de la ciudad, y elegante al mismo tiempo. Están construidos de una madera de la India, «Teak», la cual es a prueba contra los insectos. Cada carro está provisto de dos motores de 75 caballos de fuerza los dos; y en vista de las fuertes pendientes de las calles, tienen un freno eléctrico, además del freno de mano. Los fabricantes de los carros son Milnes Voss & C°. de Inglaterra.

     La Junta directiva de la Compañía está compuesta de los señores Doctor Nicomedes Zuloaga, Edgar A. Wallis, Albert Cherry y E. H. Ludford, Gerente. El capital de la empresa es de Bs. 5.000.000.

Antes del novedoso sistema de tranvías eléctricos, la población caraqueña se transportaba, entre 1882 y 1907, en tranvías de tracción animal, guiados por un cochero.

Antes del novedoso sistema de tranvías eléctricos, la población caraqueña se transportaba, entre 1882 y 1907, en tranvías de tracción animal, guiados por un cochero.

     El señor Wallis había concebido desde años atrás, el proyecto de dotar a Caracas de una línea de Tranvías eléctricos; pero las dificultades eran numerosas; entre otras la de adquirir de las Compañías existentes el derecho para poner por obra el pensamiento. Adquirió, sin embargo, en 1903, la mayor parte de las acciones del «Tranvía Bolívar», y de hecho quedó administrando esta Empresa. En 1906 adquirió las que le faltaban. Había comprado ya en 1905 el activo del «Tranvía Caracas» y el del ferrocarril de El Valle. 

     Como las sendas concesiones que tenían estas Empresas eran distintas, hubo de alcanzar del Ejecutivo Federal y del Distrito la unificación de estas varias concesiones en una sola, en la cual resultó el público beneficiado, tanto por la disminución del precio del pasaje, como por la comodidad y presteza del nuevo servicio. Luego el señor Wallis obtuvo en Europa el capital necesario para realizar el útil proyecto que había concebido.

     En los empeños y afanes de su empresa el señor Wallis ha tenido un colaborador activo, eficaz e inteligente en el señor Ludford, notable ingeniero electricista, que ha intervenido en los trabajos de instalación y construcción con una competencia y acuciosidad incansables. El señor Ludford es al presente gerente de la Empresa.

     La dirección del tráfico está encomendada al señor Eugenio Mendoza, el cual, con múltiple actividad e inteligencia ha logrado hacerlo cada día más regular y satisfactorio”.

80 años del Caracas Base Ball Club

80 años del Caracas Base Ball Club

En 2022, los Leones del Caracas arriban a sus primeros 80 años de vida, tiempo colmado de hechos y hazañas notables. Por tal motivo, la directiva de la divisa melenuda se dispone a celebrar en grande el cumpleaños del equipo, durante la temporada de beisbol profesional 2022-23. Por ello hemos preparado una breve historia de los orígenes de uno de los clubes más populares de nuestro beisbol.

     En 1940, el nombre de Princesa retumbaba en los campos de la pelota amateur del litoral central. Se trataba de un equipo de la Cervecería de Maiquetía, que había sido fundado a comienzos de los años 30 por Jesús Corao, y que contaba en sus filas con algunos de los mejores jugadores del país.

     Tras ganar el torneo guaireño de ese año 40, Corao decidió llevarse el equipo a Caracas. Pero antes, lo reforzó lo aún más con peloteros de la talla del pitcher Juan Francisco “Gatico” Hernández, del antesalista Luis Romero Petit, del outfielder Héctor Benítez “Redondo”, del jardinero y lanzador zurdo Ramón “Dumbo” Fernández, del inicialista José Pérez Colmenares, del catcher Guillermo Vento y del utility Félix “Tirahuequito” Machado.

     Con este trabuco, el Princesa ganó invicto el torneo caraqueño. Para entonces, agosto de 1941, Abelardo Raidi, Manuel Antonio Malpica y otros, se encontraban seleccionando a los peloteros que formarían parte del equipo criollo que intervendría en la IV Serie Mundial de Beisbol Amateur, a disputarse en La Habana en octubre del mencionado año 1941.

     A principios de septiembre, se supo que 7 jugadores del Princesa habían sido seleccionados para el máximo evento de la pelota aficionada. “Dumbo” Fernández, Vento, Finol, el “Gatico” Hernández, Pérez Colmenares, Romero Petit y Benítez “Redondo” formaron parte de la selección venezolana que nos representó en Cuba.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

La hazaña que cambió el deporte

     Sin proponérselo, ese grupo de muchachos dividió en dos la historia de nuestro deporte, en general, y del beisbol en particular. El 22 de octubre de 1941, la novena criolla derrotó tres carreras por una, en partido extra, al conjunto cubano, para darle a Venezuela su primer título mundial en cualquier disciplina deportiva.

     Aprovechando el entusiasmo por el beisbol que estalló en toda la geografía nacional, en diciembre de 1941, la Cervecería Caracas adquirió el estadio San Agustín, siendo llamado, desde entonces, Estadio Cerveza Caracas.

     Paralelamente, uno de los socios mayoritarios de la empresa cervecera, el ingeniero Martín Tovar Lange, hombre vinculado al beisbol desde los años 30 e imbuido por una propuesta hecha por Jesús Corao, realizaba diligencias para el patrocinio de un equipo de beisbol.

     En abril de 1942, la directiva de la empresa, en asamblea general extraordinaria, aprobó patrocinar el equipo de Tovar Lange. En el pacto se le autorizaba a utilizar el nombre de Cervecería Caracas en el uniforme.

     Desde entonces, y hasta muchísimos años después, se pensó que ese club de pelota era de la Cervecería Caracas C.A., y no fue así. El equipo era de Tovar Lange. Y así lo confirman varios documentos, entre ellos uno fechado en Caracas, el 28 de diciembre de 1949, en donde Tovar Lange afirma que, “con la autorización de la Compañía Anónima Cervecería de Caracas, he fundado años atrás en esta ciudad un club de pelota con el nombre de Cervecería Caracas que tiene por objeto presentar en público competencias de base ball tanto en esta ciudad como en el interior y exterior de la República”.  

     En mayo de 1942, se conoció oficialmente que el Princesa le cedía al Cervecería Caracas no sólo algunos de sus mejores jugadores, sino también su puesto en el campeonato de segunda división.

Cervecería Caracas salta al terreno

    El 10 de mayo hizo su estreno el Cervecería Caracas. “Apenas saltó al campo, el Cervecería se hizo de un apasionado público. Era un equipo que, en parte, recogía la tradición del “purocriollismo del Royal (…) A esa tradición le añadía el interés que había por los jugadores campeones del 41”, detalló la prensa.

     El Cervecería arrancó con buen pie, derrotando a los Criollos de Puerto Cabello 7 a 3.

El surgimiento de una rivalidad eterna: Caracas-Magallanes

     Luego de lograr el título en segunda categoría, Corao se reunió con Pablo Morales y Oscar “Negro” Prieto, dos personajes ligados al mundo del espectáculo deportivo, en especial al de la lucha libre, pero con cierta experiencia en el montaje de eventos beisbolísticos y transmisiones radiales deportivas, así como venta de publicidad, para solicitarles que organizaran un encuentro entre Magallanes y Cervecería Caracas. La idea de Corao era revivir la rivalidad de los años 30 entre Royal Criollos y Magallanes.

     El 31 de octubre de 1942, con un estadio Cerveza Caracas a reventar de aficionados, se enfrentaron Magallanes y Cervecería, en un duelo de pitcheo entre Vidal López, por los turcos, y Alejandro “Patón” Carrasquel, por los lupulosos. Ese encuentro revivió en el imaginario popular la pugna entre royones y magallaneros.

     Fue un partido en el que jamás los seguidores del Magallanes, sentados en la tribuna de la derecha, y los partidarios del Cervecería, atrincherados a la izquierda, dejaron de aupar con cánticos, pitos y cornetas, al club de su preferencia. Al final, Vidal blanqueó al conjunto cervecero 4 a 0. Había nacido, sin que nadie se percatara, la rivalidad CaracasMagallanes.

 

Cervecería asciende a primera división

     Con participación de cuatro equipos: OSP de La Guaira, Venezuela, Magallanes y Cervecería Caracas, se inauguró el 20 de diciembre de 1942 el campeonato caraqueño de primera categoría.

     Entre los jugadores del Cervecería figuraban Vidal López (quien abandonó al conjunto Navegante por una jugosa oferta de 400 dólares mensuales), Enrique “Conejo” Fonseca, Luis “Mono” Zuloaga y José Antonio Casanova, quienes contribuyeron a darle al club lupuloso su primer gallardete en la entonces incipiente historia del equipo.

     Dos temporadas más tarde, en 1945, última edición de la pelota de primera división, el equipo de las “Caras bonitas” logró el campeonato nuevamente.

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

Beisbol rentado: LVBP

     Con esas credenciales de equipo ganador, llegó el Cervecería Caracas a los inicios de una nueva etapa en la pelota criolla: La Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP), creada el 27 de diciembre de 1945 por los propietarios de los cuatro clubes de primera división: Martín Tovar Lange (Cervecería Caracas), Carlos Lavaud (Magallanes), Juan Reggeti (Vargas) y Juan Antonio Yanes “Yanesito” (Venezuela).

     El sábado 12 de enero de 1946, se dio inicio al primer torneo de la LVBP. Esa tarde, Magallanes venció 5 a 2 al Venezuela. Al día siguiente, se estrenaron Cervecería y Vargas, que le propinó una paliza de 12 a 1.

     En la temporada 1947- 48, el Cervecería logró su primer título en la LVBP y en la campaña siguiente (1948-49) revalidó su condición de campeón.

 

Adiós al “Purocriollismo”; Chao Cervecería            

     A las pocas semanas de haberse iniciado la temporada 1949-50, el Cervecería Caracas hilvanó una seguidilla de 14 victorias, lo que ahuyentó del estadio a los aficionados y provocó que la LVBP acordara ampliar el cupo de peloteros extranjeros en juego por club, de cinco a seis, con el fin de hacer más parejo el torneo. De allí que el siguiente campeonato lo iniciara el Cervecería un tanto en desventaja con el resto de sus contendores. El equipo no dio pie con bola en ese torneo 1950-51. Entonces su propietario, Tovar Lange, convocó a los dueños de los otros clubes a una reunión en la sede de la Liga. Allí le preguntó a cada uno si estaban dispuestos a cederle algunos de sus mejores puntales nativos para reforzar al Cervecería. Todos respondieron que no. El mandamás caraquista planteó la posibilidad de reducir el número de refuerzos extranjeros. La respuesta también fue negativa. No le quedó otra opción que traer importados.    

     El 15 de diciembre de 1950, Tovar Lange anunció que el Cervecería Caracas dejaba de ser un equipo de “puros criollos”. El 28 arribaron al país los primeros importados: El catcher Lester Fusselman y el inicialista Morris Mozzali, quienes se estrenaron al día siguiente. Posteriormente, llegaron otros cinco refuerzos más: Los pitchers Roy Parker, Ernie Shore y Earl Mossor, el infielder Roy Dueñas y el jardinero Wilmer Fields.

 

Despido masivo en el Cervecería; nueva crisis

     El rompimiento del “purocriollismo” provocó el despido de 11 jugadores del Cervecería.

     El conjunto capitalino quedó a casi ocho juegos de su más acérrimo rival, que cargó con el título, pero el manager José Antonio Casanova vaticinó que el equipo cervecero sería invencible con jugadores importados.

     El 12 de octubre, reforzado con extranjeros, el Cervecería Caracas comenzó la temporada 1951-52 con 17 victorias consecutivas, lo que provocó un descalabro total en el beisbol rentado. El público se alejó del estadio ante la evidente superioridad del conjunto capitalino. Todos los equipos sufrieron cuantiosas pérdidas económicas.      

 

En venta el estadio Cerveza Caracas

     A todas estas, la directiva de la Cervecería Caracas se había reunido de emergencia para discutir el futuro de la empresa en el beisbol, pues los ingresos por venta de cerveza en el estadio bajaron casi en un 70%, debido a la escasa afluencia de aficionados. Y para colmo de males, ahora se planteaba, en el mundo del beisbol local, cambiar de escenario. Tanto la LVBP como el propio Tovar Lange pretendían jugar a partir de la temporada 1952-53 en el recién inaugurado estadio Universitario. La empresa cervecera, en esa reunión, consideró vender el estadio.

     El 27 de marzo, una noticia estremeció aún más los cimientos del beisbol criollo: Tovar Lange informó que “el Stadium Cerveza Caracas estaba en venta por 4 millones de bolívares”.

     En mayo, otra noticia impactó a la directiva de la Cervecería Caracas. La Federación Internacional de Beisbol Amateur (FIBA) anunció la necesidad de desvincular las marcas alcohólicas y de cigarrillos del deporte.

La Cervecería Caracas le retira el apoyo al equipo

     El 8 de julio de 1952, Oscar Machado Zuloaga, presidente de la Cervecería Caracas, le envió una comunicación a Tovar Lange, en la que le participa que, debido a las “diferentes controversias que se han suscitado en los últimos meses en diversos sectores en relación con el último Campeonato de base-ball profesional, (….) ha llegado el momento de reconsiderar la autorización que se le dio para usar el nombre de la Cervecería en el Club de su propiedad,” (…) por lo tanto la Junta que presido ha llegado a la conclusión de que para el mejor desarrollo y bienestar del deporte, se dé por cancelada dicha autorización”.

El Cervecería Caracas cambia de nombre

     Lo primero que hizo Tovar Lange fue cambiarle el nombre a su equipo, suprimiéndole Cervecería y denominándolo Caracas a secas. En la sesión del lunes 24 de julio, la directiva de la LVBP y sus miembros afiliados aceptaron el cambio de nombre de Cervecería Caracas BBC a Caracas BBC. Seguía siendo el mismo equipo, o como bien lo dijo el periodista de El Nacional, Federico Pacheco Soublette: “Es el mismo producto con otro empaque”.

 

Tovar Lange vende el Caracas BBC

El 8 de agosto, Tovar Lange le dirigió una nueva carta a la directiva de la LVBP para informarle que, “debido a circunstancias insuperables relacionadas con mis ocupaciones, me he visto precisado a desprenderme de las actividades del baseball, a las que tanto tiempo venía ligado como propietario del “CERVECERÍA CARACAS BBC”, hoy denominado “CARACAS BBC”, y en consecuencia, participo a ustedes que he cedido y traspasado el “Caracas BBC” con todos sus derechos y acciones, al señor Pablo Morales”.

El 19 de agosto se firmó el documento de compra-venta del Caracas, “en el que Morales recibe, además de la propiedad del mencionado equipo, la franquicia de la Liga Venezolana de Base Ball Profesional y los contratos con los jugadores de Base Ball profesional firmados hasta ese momento”. El precio de la venta del Caracas fue de Bs. 75.000,00. 

     Morales se convirtió así en el nuevo propietario del Caracas, aunque no en el único, pues, Oscar “Negro” Prieto era su socio de palabra en el nuevo negocio. “Yo me encontraba en Sao Paulo, dijo años después Prieto, contratando unos luchadores para una empresa de lucha libre que teníamos Pablo y yo. Entonces Pablo me puso un telegrama comunicándome que Tovar Lange le había ofrecido venderle el equipo y él había aceptado. Cuando yo regresé ya Pablo había cerrado la compra y aunque quien firmó fue él, nosotros siempre tuvimos, hasta su muerte (1969), una sociedad de hecho basada en nuestras palabras”.  

     En 1954, la LVBP autorizó a los equipos miembros de del circuito a utilizar, como parte de su marca, el apodo que consideren conveniente. Fue entonces cuando, a partir de la temporada 1954-55, que el Caracas utilizó el remoquete Leones en su uniforme.

     Luego de fallecido Pablo Morales, la viuda de éste y sus hijos y Oscar Prieto elaboraron un nuevo documento de propiedad del equipo, para poder incluir a Prieto, quien, como referimos, era socio de palabra.  

     Para cumplir con la palabra empeñada, el 3 de septiembre de 1970, se constituyó la empresa CARACAS BASE BALL CLUB SRL, cuyos propietarios eran ahora la viuda e hijos de Pablo Morales, y Oscar “Negro” Prieto, esposa e hijos.

     Posteriormente, en marzo de 2001, los herederos de Morales y Prieto elevaron el capital del equipo para que el Caracas se transformara en una Compañía Anónima. Un mes después, el 18 de abril de 2001, vendieron el Caracas C. A. a la empresa Ateneas Sport Holding Company, cuyo propietario es el Grupo Cisneros.

     En 2011, cuando el Grupo Cisneros se disolvió, la propiedad de los Leones del Caracas quedó en manos de Ricardo Cisneros.

     En resumen, el Caracas, cuyo nombre original fue Cervecería Caracas, ha tenido como propietarios, hasta ahora, a los señores Martín Tovar Lange, Pablo Morales y Oscar Prieto a la empresa Ateneas Sport Holding Company y a Ricardo Cisneros. Siendo la misma franquicia desde que, en 1945, se fundó la LVBP.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.
Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

RECUADRO

CAMPEONATOS DEL CARACAS BASEBALL CLUB

SEGUNDA DIVISIÓN (1)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

PRIMERA DIVISIÓN (2)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

LIGA VENEZOLANA DE BEISBOL PROFESIONAL (20)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

SERIE INTERAMERICANA (1)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

SERIES DEL CARIBE (2)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.
La primera taza de café en el valle de Caracas

La primera taza de café en el valle de Caracas

Prof. Arístides Rojas*

     “Con el patronímico francés de Blandain o Blandín, se conocen en las cercanías de Caracas, dos sitios; el uno es la quebrada y puente de este nombre, en la antigua carretera de Catia, lugar que atraviesa la locomotora de La Guaira; el otro, la bella plantación de café, al pie de la silla del Ávila, vecina del pueblo de Chacao. Recuerdan estos lugares a la antigua y culta familia franco-venezolana que figuró en esta ciudad, desde mediados del último siglo, ya en el desarrollo del arte musical, ya en el cultivo del café, en el valle de Caracas, y la cual dio a la iglesia venezolana un sacerdote ejemplar, un patricio a la revolución de 1810 y dos bellas y distinguidas señoritas, dechados de virtudes domésticas y sociales, origen de las conocidas familias de Argaín, Echenique, Báez-Blandín, Aguerrevere, González-Alzualde, Rodríguez-Supervie, etc., etc.

     Don Pedro Blandaín, joven de bellas prendas, después de haber cursado en su país la profesión de farmacéutico, quiso visitar a Venezuela, y al llegar a Caracas, por los años 1740 a 1741, juzgó que en ésta podía fundarse un buen establecimiento de farmacia, que ninguno tenía la capital en aquel entonces.

     La primera botica en Caracas databa de cien años atrás, 1649, cuando por intervención del Ayuntamiento, formóse un bolso entre los vecinos pudientes, para llevar a remate el pensamiento de tener una botica, la cual fue abierta al público, y puesta bajo la inspección de un señor Marcos Portero. Pero esta botica, sin estímulo, sin población que la favoreciera, sin médicos que la frecuentaran, pues era cosa muy rara, en aquella época ver a un discípulo de Esculapio por las solitarias calles de Caracas, hubo de desaparecer, continuando el expendio de drogas en las tiendas y ventorrillos de la ciudad, como es de uso todavía en nuestros campos. El estudio de las ciencias médicas no comenzó en la Universidad de Caracas sino en 1763.

     La primera botica francesa que tuvo Caracas, fundada por Don Pedro Blandaín, figuró cerca de la esquina del Cují, en la actual Avenida Este, número 54, casa que hasta ahora pocos años, tuvo sobre el portón un balconcete. (1)

     A poco de haberse Don Pedro instalado en Caracas, unióse en matrimonio con la graciosa caraqueña Dona Mariana Blanco de Valois, de la cual tuvo varios hijos; y como era hombre a quien gustaba vivir con holgura, hízose de nueva y hermosa casa que habitó, y fue esta la solariega de la familia Blandain. (2). En los días de 1776 a 1778, la familia Blandain había perdido cuatro hijos, pero conservaba otros cuatro: Don Domingo, que acaba de recibir la tonsura y el grado de Doctor en Teología, y figuró más tarde como Doctoral en el Cabildo eclesiástico; Don Bartolomé, que después de viajar por Europa, tomaba a su patria para dedicarse a la agricultura y al cultivo del arte musical, que era su encanto; y las señoritas María de Jesús y Manuela, ornato de la sociedad caraqueña en aquella época. A poco esta familia, con sus entroncamientos de Argain, Echenique, Báez, constituyó por varios respectos, uno de los centros distinguidos de la sociedad caraqueña.

     A estas familias, como a las de Aresteigueta, Machillanda, Uztáriz y otras más que figuraron en los mismos días, se refieren las siguientes frases del Conde de Segur, cuando en 1784, hubo de conocer el estado social de la capital de Venezuela. “El Gobernador — escribe— me presentó a las familias más distinguidas de la ciudad, donde tropezamos con hombres algo taciturnos y serios; pero en revancha, conocimos gran número de señoritas, tan notables por la belleza de sus rostros, la riqueza de sus trajes, la elegancia de sus modales y por su amor al baile y a la música, como también por la vivacidad de cierta coquetería que sabía unir muy bien la alegría a la decencia”.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

     Y a estas mismas familias se refieren los conceptos de Humboldt que visitó a Caracas en 1799: “He encontrado en las familias de Caracas —escribe— decidido gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana y notable predilección por la música que cultivan con éxito, y la, cual, como toda bella arte, sirve de núcleo que acerca las diversas clases de la sociedad”.

      Todavía, treinta años más tarde, después de concluida la revolución que dio origen a la República de Venezuela, entre los diversos conceptos expresados por viajeros europeos, respecto de la sociedad de Caracas, en la época de Colombia, encontramos los siguientes del americano Duane, que visitó las arboledas de Blandain en 1823, y fue obsequiado por esta familia. Después de significar lo conocido que era de los viajeros el nombre de Blandain, así como era proverbial la hospitalidad de ella, agrega: “el orden y felicidad de esta familia son envidiables, no porque ella sea inferior a sus méritos, sino porque sería de desearse que toda la humanidad participara de semejante dicha”. (3)

     En la época en que el Conde de Segur visitó esta ciudad, el vecino y pintoresco pueblo de Chacao, en la región oriental de la Silla de Ávila, era sitio de recreo de algunas familias de la capital que, dueñas de estancias frutales y de fértiles terrenos cultivados, pasaban en el campo cierta temporada del año. Podemos llamar a tal época, época primaveral, porque fue, durante ella, cuando se despertó el amor a la agricultura y al comercio, visitaron la capital los herborizadores alemanes que debían preceder a Humboldt, y se ejecutaron bajo las arboledas del Ávila, los primeros cuartetos de música clásica que iban a dar ensanche al arte musical en la ciudad de Losada. En estos días finalmente, veían en Caracas la primera luz dos ingenios destinados a llenar páginas inmortales en la historia de América: Bello, el cantor de la zona Tórrida; Bolívar, el genio de la guerra, que debía conducir en triunfo sus legiones desde Caracas hasta las nevadas cumbres que circundan al dilatado Titicaca.

     ¿Cómo surgió el cultivo del café en el valle de Caracas? Desde 1728, época en que se estableció en esta capital la Compañía Guipuzcoana, no se cultivaba en el valle sino poco trigo, que fue poco a poco abandonado a causa de la plaga; alguna caña, algodón, tabaco, productos que servían para el abasto de la población, y muchos frutos menores; desde entonces comenzó casi en todo Venezuela el movimiento agrícola, con el cultivo del añil y del cacao, que constituían los principales artículos de exportación. Más, la riqueza de Venezuela no estaba cifrada en el cacao, que ha ido decayendo, ni en el añil, casi abandonado, ni en el tabaco, que poco se exporta, ni en la caña, cuyos productos no pueden rivalizar con los de las Antillas, ni en el trigo, cuyo cultivo está limitado a los pueblos de la Cordillera, ni en el algodón, que no puede competir con el de Estados Unidos, sino el café que se cultiva en una gran parte de la República.

     Sábese que el arbusto del café, oriundo de Abisinia, fue traído de París a Guadalupe por Desclieux, en 1720. De aquí pasó a Cayena en 1725, y en seguida a Venezuela. Los primeros que introdujeron esta planta entre nosotros fueron los misioneros castellanos, por los años de 1730 a 1732, y el primer terreno donde, prosperó fue a orillas del Orinoco. El padre Gumilla nos dice, que el mismo lo sembró en sus misiones, de donde se extendió por todas partes. El misionero italiano Gilli lo encontró frutal en tierra de los Tamanacos, entre el Guárico y el Apure, durante su residencia en estos lugares, a mediados del último siglo. En el Brasil, la planta data de 1771, probablemente llevada de las Misiones de Venezuela.

     La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784. En las estancias de Chacao, llamadas “Blandín”, “San Felipe” y «“La Floresta”, que pertenecieron a Don Bartolomé Blandín y a los Presbíteros Sojo y Mohedano, cura éste último del pueblo de Chacao, crecía el célebre arbusto, más como planta exótica de adorno que como planta productiva. Los granos y arbustitos recibidos de las Antillas francesas, habían sido distribuidos entre estos agricultores que se apresuraron a cuidarlos. Pero andando el tiempo, el padre Mohedano concibe en 1784 el proyecto de fundar un establecimiento formal, recoge los pies que puede, de las diversas huertas de Chacao, planta seis mil arbolillos, los cuales sucumben en casi su totalidad. Reunidos entonces los tres agricultores mencionados, forman semilleros, según el método practicado- en las Antillas, y lograron cincuenta mil arbustos que rindieron copiosa cosecha.

     Al hablar de la introducción del café en el valle de Caracas, viene a la memoria el del arte musical, durante una época en la cual los señores Blandín y Sojo desempeñaban importante papel en la filarmonía de la capital. Los recuerdos del arte musical y del cultivo del café son para el campo de Chacao, lo que para los viejos castillos feudales las leyendas de los trovadores: cada boscaje, cada roca, la choza derruida, el árbol secular, por donde quiera, la memoria evoca recuerdos placenteros de generaciones que desaparecieron. Cuando se visitan las arboledas y jardines de “Blandín”, de “La Floresta” y “ San Felipe”, haciendas cercanas, como lo estuvieron sus primitivos dueños, unidos por la amistad, el sentimiento y la patria; cuando se contemplan los chorros de Tócome, la cascada de Sebucán, las aguas abundosas que serpean por las pendientes del Ávila; cuando el viajero posa sus miradas sobre las ruinas de Bello Monte, o solicita bajo las arboledas de los bucares floridos, cubiertos con manto de escarlata, las arboledas de café coronadas de albos jazmines que embalsaman el aire; el pensamiento se transporta a los días apacibles en que figuraban Mohedano, Sojo y Blandín; época en que comenzaba a levantarse en el viejo mundo la gran figura de Miranda, y a orillas del Anauco y del Guaire, las de Bello y Bolívar. El padre Sojo y Don Bartolomé Blandín acompañado este de sus hermanas María de Jesús y Manuela, llenas de talento musical, reunían en sus haciendas de Chacao a los aficionados de Caracas; y este lazo de unión que fortalecía el amor al arte, llegó a ser en la capital el verdadero núcleo de la música moderna. El padre Sojo, de la familia materna de Bolívar, espíritu altamente progresista, después de haber visitado a España y a Italia, y en esta muy especialmente a Roma, en los días de Clemente XIV, regresó a Caracas con el objeto de concluir el convento de Neristas, que a sus esfuerzos levantara, y del cual fue Prepósito. El convento fue abierto en 1771. (4)

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

     Las primeras reuniones musicales de Caracas se verificaron en el local de esta Institución, y en Chacao, bajo las arboledas de “Blandín” y de “La Floresta”. El primer cuarteto fue ejecutado a la sombra de los naranjeros, en los días en que sonreían sobre los terrenos de Chacao los primeros arbustos del café. A estas tertulias musicales asistían igualmente muchos señores de la capital.

     En 1786 llegaron a Caracas dos naturalistas alemanes, los señores Bredemeyer y Schultz, quienes comenzaron sus excursiones por el valle de Chacao y vertientes del Ávila. Al instante hicieron amistad con el padre Sojo, y la intimidad que entre todos llego a formarse, fue de brillantes resultados para el adelantamiento del arte musical, pues agradecidos los viajeros, a su regreso a Europa en 1789, después de haber visitado otras regiones de Venezuela, remitieron al padre Sojo algunos instrumentos de música que se necesitaban en Caracas, y partituras de Pleyel, de Mozart y de Haydn. Esta fue la primera música clásica que vino a Caracas, y sirvió de modelo a los aficionados, que muy pronto comprendieron las bellezas de aquellos autores.

     A proporción que las plantaciones crecían a la sombra paternal de los bucares, con frecuencia eran visitados por todos aquellos que, en pos de una esperanza, veían deslizarse los días y aguardaban la solución de una promesa. Por dos ocasiones, antes de florecer el café, los bucares perdieron sus hojas, y aparecieron sobre las peladas copas macetas de flores color de escarlata que hacían aparecer las arboledas, como un mar de fuego. Cuánta alegría se apoderó de los agricultores, cuando en cierta mañana, ¡al cabo de dos años brotaron los capullos que en las jóvenes ramas de los cafetales anunciaban la deseada flor! A poco, todos los arboles aparecieron materialmente cubiertos de jazmines blancos que embalsamaban el aire. El europeo que por la vez primera contempla una arboleda de café en flor, recibe una impresión que le acompaña para siempre. Le parece que sobre todos los árboles ha caído prolongada nevada, aunque el ambiente que lo rodea es tibio y agradable. Al instante, siente el aroma de las flores que le invita a penetrar en el boscaje, tocar con sus manos los jazmines, llevarlos al olfato, para en seguida contemplarlos con emoción. No es nevada, no es escarcha; es la diosa Flora, que tiende sobre los cafetales encajes de armiño, nuncios de la buena cosecha que va a dar vida a los campos y pan a la familia. Pero todavía es más profunda la emoción, cuando, al caer las flores, asoman los frutos, que al madurarse aparecen como macetitas de corales rojos que tachonan el monte sombreado por los bucares revestidos.

     De antemano se había convenido, en que la primera taza de café sería tomada a la sombra de las arboledas frutales de Blandín, en día festivo, con asistencia de aficionados a la música y de familias y personajes de Caracas. Esto pasaba a fines de 1786. Cuando llegó el día fijado, desde muy temprano, la familia Blandín y sus entroncamientos de Echenique, Argain y Báez, aguardaban a la selecta concurrencia, la cual fue llegando por grupos, unos en cabalgaduras, otros en carretas de bueyes, pues la calesa no había, para aquel entonces, hecho surco en las calles de la capital ni el camino de Chacao. Por otra parte, era de lujo, tanto para caballeros como para damas, manejar con gracia las riendas del fogoso corcel, que se presentaba ricamente enjaezado, según uso de la época.

     La casa de Blandín y sus contornos ostentaban graciosos adornos campestres, sobre todo, la sala improvisada bajo la arboleda, en cuyos extremos figuraban los sellos de armas de España y de Francia. En esta área estaba la mesa del almuerzo, en la cual sobresalían tres arbustos de café artísticamente colocados en floreros de porcelana. Por la primera vez, iba a verificarse, al pie de la Silla del Ávila, inmortalizada por Humboldt, una fiesta tan llena de novedad y de atractivos, pues que celebraba el cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, fiesta a la cual contribuía lo más distinguido de la capital con sus personas, y los aficionados al arte musical, con las armonías de Mozart y de Beethoven. La música, el canto, la sonrisa de las gracias y el entusiasmo juvenil, iban a ser el alma de aquella tenida campestre.

     Espléndido apareció a los convidados el poético recinto, donde las damas y caballeros de la familia Blandín hacían los honores de la fiesta, favorecidas de la gracia y gentileza que caracteriza a personas cultas, acostumbradas al trato social. Por todas partes sobresalían ricos muebles dorados o de caoba, forrados de damasco encarnado, espejos venecianos, cortinas de seda, y cuanto era del gusto de aquellos días, en los cuales el dorado y la seda tenían que sobresalir.

     La fiesta da comienzo con un paseo por los cafetales, que estaban cargados de frutos rojos. Al regreso de la concurrencia, rompe la música de baile, y el entusiasmo se apodera de la juventud. Después de prolongadas horas de danza, comienzan los cuartetos musicales y el canto de las damas, el cual encontró quizá eco entre las aves no acostumbradas a las dulces melodías del canto y a los acordes del clavecino.

     A las doce del día comienza el almuerzo, y concluido este, toma el recinto otro aspecto. Todas las mesas desaparecieron menos una, la central, que tenía los arbustos de café, de que hemos hablado, y la cual fue al instante exornada de flores y cubierta de bandejas y platos del Japón y de China. Y por ser tan numerosa la concurrencia, la familia Blandín se vio en la necesidad de conseguir las vajillas de sus relacionados, que de tono y buen gusto era en aquella época, dar fiestas en que figurasen los ricos platos de las familias notables de Caracas.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

     Cuando llega el momento de servir el café, cuya fragancia se derrama por el poético recinto, vése un grupo de tres sacerdotes, que, precedidos del anfitrión de la fiesta, Don Bartolomé Blandín, se acercaron a la mesa: eran éstos, Mohedano, el padre Sojo y el padre Doctor Domingo Blandín, que, desde 1.775, había comenzado a figurar en el clero de Caracas. (5) Llegan a la mesa en el momento en que la primera cafetera vacía su contenido en la transparente taza de porcelana, la cual es presentada inmediatamente al virtuoso cura de Chacao. Un aplauso de entusiasmo acompaña a este incidente, al cual sucede momento de silencio. Allí no había nada preparado, en materia de discurso, porque todo era espontáneo, como era generoso el corazón de la concurrencia. Nadie había “Soñado con la oratoria ni con frases estudiadas; pero al fijarse todas las miradas sobre el padre Mohedano, que tenía en sus manos la taza de café que se le había presentado, algo esperaba la concurrencia. Mohedano conmovido, lo comprende así, y dirigiendo sus miradas al grupo más numeroso, dice:

     “Bendiga Dios al hombre de los campos sostenido por la constancia y por la fe. Bendiga Dios el fruto fecundo, don de la sabia Naturaleza a los hombres de buena voluntad. 

     Dice San Agustín que cuando el agricultor, al conducir el arado, confía la semilla al campo, no teme, ni la lluvia que cae, ni el cierzo que sopla, porque los rigores de la estación desaparecen ante las esperanzas de la cosecha. Así nosotros, a pesar del invierno de esta vida mortal, debemos sembrar, acompañada de lágrimas, la semilla que Dios ama: la de nuestra buena voluntad y de nuestras obras, y pensar en las dichas que nos proporcionara abundante cosecha”.

     Aplausos prolongados contestaron estas bellas frases del cura de Chacao, las cuales fueron continuadas por las siguientes del padre Sojo: “Bendiga Dios el arte, rico don de la Providencia, siempre generosa y propicia al amor de los seres, cuando esta sostenido por la fe, embellecido por la esperanza y fortalecido por la caridad”. (6)

     El padre Don Domingo Blandín quiso igualmente hablar, y comenzando con la primera frase de sus predecesores, dijo: “Bendiga Dios la familia que sabe conducir a sus hijos por la vía del deber y del amor a lo grande y a lo justo. Es así como el noble ejemplo se transmite de padres a hijos y continúa como legado inagotable. Bendiga Dios esta concurrencia que ha venido a festejar con las armonías del arte musical y las gracias y virtudes del hogar, esta fiesta campestre, comienzo de una época que se inaugura, bajo los auspicios de la fraternidad social”. Al terminar, el joven sacerdote tomo una rosa de uno de los ramilletes que figuraban en la mesa, y se dirigió al grupo en que estaba su madre, a la cual le presentó la flor, después de haberla besado con efusión. La concurrencia celebró tan bello incidente del amor íntimo, delicado, al cual sucedieron las expansiones sociales y la franqueza y libertad que proporciona el campo a las familias cultas.

     Desde aquel momento la juventud se entregó a la danza, y el resto de la concurrencia se dividió en grupos. Mientras que aquella respiraba solamente el placer fugaz, los hombres serios se habían retirado al boscaje que estaba orillas del torrente que baña la plantación. Allí se departió acerca de los sucesos de la América del Norte y de los temores que anunciaban en Francia algún cambio de cosas. Y como en una reunión de tal carácter, cuyo tema obligado tenía que ser el cultivo del café y el porvenir agrícola que aguardaba a Venezuela, los anfitriones Mohedano, Sojo y Blandín, los primeros cultivadores del café en el valle de Caracas, hubieron de ser agasajados, no solo por sus méritos sociales y virtudes eximias sino también por el espíritu civilizador, que fue siempre el norte de estos preclaros varones.

     Ya hemos hablado anteriormente del padre Sojo y de Don Bartolomé Blandín, aficionados al arte musical, que después de haber visitado el viejo mundo, trajeron a su patria gran contingente de progreso, del cual supo aprovecharse la sociedad caraqueña. En cuanto al padre Mohedano, cura de Chacao, nacido en la villa de Talarrubias (Extremadura), había pisado a Caracas en 1.759, como familiar del Obispo Diez Madroñero. A poco recibe las sagradas órdenes y asciende a Secretario del Obispado. En 1.769, al crearse la parroquia de Chacao, Mohedano se opone al curato y lo obtiene. En 1.798, Carlos IV le elige Obispo de Guayana, nombramiento confirmado por Pío VIII en 1.800. Monseñor Ibarra le consagra en 1.801, pero su apostolado fue de corta duración, pues murió en 1.803. Según ha escrito uno de sus sabios apologistas, el Obispo de Tricala, Mohedano fue uno de los mejores oradores sagrados de Caracas. Su elocuencia, dice, era toda de sentimiento religioso, realzado por la modestia de su virtud. La sencillez y austeridad que se transparentaban en su semblante, daban a su voz debilitada dulce influencia sobre los corazones”.

     Hablábase del porvenir del café, cuando Mohedano manifestó a sus amigos con quienes departía, que esperaba en lo sucesivo, buenas cosechas, pues su producto lo tenía destinado para concluir el templo de Chacao, blanco de todas sus esperanzas. Morir después de haber levantado un templo y de haber sido útil a mis semejantes, será, dijo, mi más dulce recompensa.

     Entonces alguien aseguró a Mohedano, que, por sus virtudes excelsas, era digno del pontificado y que este sería el fin más glorioso de su vida.

     — No, no, replico el virtuoso pastor. Jamás he ambicionado tanta honra. Mi único deseo, mi anhelo es ver feliz a mi grey, para lo que aspiro continuar siendo médico del alma y médico del cuerpo. (7) Rematar el templo de Chacao, ver desarrollado el cultivo del café y después morir en el seno de Dios y con el cariño de mi grey, he aquí mi única ambición.

     Catorce años más tarde de aquel en que se había efectuado tan bella fiesta en el campo de Chacao, dos de estos hombres habían desaparecido: el padre Sojo que murió a fines del siglo, después de haber extendido el cultivo del café por los campos de los Mariches y lugares limítrofes; y Mohedano que después de ejercer el episcopado a orillas del Orinoco, dejó la tierra en 1.803. Solo a Blandín vino a solicitarle la Revolución de 1.810. Abraza desde un principio el movimiento del 19 de abril del mismo año, y su nombre figura con los de Roscio y Tovar en los bonos de la Revolución Venezolana. Asiste después, como suplente, al Constituyente de Venezuela de 1.811, y cuando todo turbio corre, abandona el patrio suelo, para regresar con el triunfo de Bolívar en 1.821.

     Nueve años después desapareció Bolívar, y cinco más tarde, en 1.835, se extinguió a la edad de noventa años, el único que quedaba de los tres fundadores del cultivo del café en el valle de Caracas. Con su muerte quedaba extinguido el patronímico Blandaín.

     Blandin es el sitio de Venezuela que ha sido más visitado por nacionales y extranjeros durante un siglo; y no hay celebridad europea o nacional que no le haya dedicado algunas líneas, durante este lapso de tiempo. Segur, Humboldt, Bonpland, Boussingault, Sthephenson, y con estos, Miranda, Bolívar y los magnates de la Revolución de 1.810, todos estos hombres preclaros, visitaron el pintoresco sitio, dejando en el corazón de la distinguida familia que allí figuró, frases placenteras que son aplausos de diferentes nacionalidades a la virtud modesta coronada con los atributos del arte.

     Un siglo ha pasado con sus conquistas, cataclismos, virtudes y crímenes, desde el día en que fueron sembrados en el campo de Chacao los primeros granos del arbusto sabeo; y aún no ha muerto en la memoria de los hombres el recuerdo de los tres varones insignes, orgullo del patrio suelo: Mohedano, Sojo y Blandín. Chacao fue destruido por el terremoto de 1812, pero nuevo templo surgió de las ruinas para bendecir la memoria de Mohedano, mientras que las arboledas de “San Felipe”, y las palmeras del Orinoco, cantan hosanna al pastor que rindió la vida al peso de sus virtudes. Del padre Sojo hablan los anales del arte musical en Venezuela, las campiñas de “La Floresta” hoy propiedad de sus deudos, los cimientos graníticos de la fachada de Santa Teresa y los árboles frescos y lozanos que en el área del extinguido convento de Neristas circundan la estatua de Washington. El nombre de Blandín no ha muerto: lo llevan, el sitio al Oeste de Caracas, por donde pasa después de vencer alturas la locomotora de La Guaira; y la famosa posesión de café, que con orgullo conserva uno de los deudos de aquella notable familia. En este sitio celebre, siempre visitado, la memoria evoca cada día el recuerdo de sucesos inmortales, el nombre de varones ilustres y las virtudes de generaciones ya extinguidas, que supieron legar a la presente lo que habían recibido de sus antepasados: el buen ejemplo. El patronímico Blandín ha desaparecido; pero quedan los de sus sucesores Echenique, Báez, Aguerrevere, Rodríguez Supervie, etc., etc., que guardan las virtudes y galas sociales de sus progenitores.

     Desapareció el primer clavecino que figuró entonces por los años de 1.772 a 1.773, y aún se conserva el primer piano clavecino que llegó más tarde, y las arpas francesas, instrumentos que figuraron en los conciertos de Chacao. Sobresalgan en el museo de algún anticuario las pocas bandejas y platos del Japón y de China que han sobrevivido a ciento treinta años de peripecias, así como los curiosos muebles almidonados como inútiles y restaurados hoy por el arte.

     Los viejos árboles del Ávila aún viven, para recordar las voces argentinas de María de Jesús y de Manuela, en tanto que el torrente que se desprende de las altas cumbres, después de bañar con sus aguas murmurantes los troncos añosos y los jóvenes bucares, va a perderse en la corriente del lejano Guaire”.

  • * Historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño (1826-1894), autor de innumerables y valiosos trabajos de carácter histórico. Sus restos reposan en el Panteón Nacional

NOTAS

  • (1) Ya sea porque los límites al Este de Caracas, llegaban, en la época a que nos referimos a la esquina del Cují, ya porque los sucesores de Don Pedro quisieron vivir en un mismo vecindario, es lo cierto que las hermosas casas de la familia Blandain y de sus sucesores Blandain y Echenique-Blandain-Báez-Blandain, Aguerrevere, Alzualde, etc., etc.., figuran en esta área de Caracas, conservándose aun las que resistieron el terremoto de 1812.

     

  • (2) Esta casa destruida por el terremoto de 1810, bellamente reconstruida hace como cuarenta y cinco años, es la marcada con el N° 47 de la misma avenida

     

  • (3) Conde de Segur. Memoires, Souvenir et Anecdotes, 3 vol. Humboldt. Viajes. Duane. A visit to Colombia, 1 vol. 1827.

     

  • (4) En el área que ocupó el convento y templo de Nerista, figura hoy el parque de Washington, en cuyo centro descuella la estatua de este gran patricio. Nuevos árboles han sustituido a los añejos cipreses del antiguo patio, pero aún se conserva el nombre de esquina de los Cipreses, a la que lo lleva hace más de un siglo.

     

  • (5) El Doctor Don Domingo Blandín, Racionero de la Catedral de Cuenca, en el Ecuador, tomó posesión de la misma dignidad, en la Catedral de Caracas, en 1807. El 25 de junio de este año ascendió a la de Doctoral, y el 6 de noviembre de 1814, a la de Chantre

     

  • (6) Hace más de cuarenta años que tuvimos el placer de escuchar a la señora Dolores Báez una gran parte de los pormenores que dejamos narrados. Todavía, después de cien años, se conservan muchos de éstos, entre los numerosos descendientes de la familia Blandín. En las frases pronunciadas por el padre Sojo, falta el último párrafo, que no hemos podido descifrar en el apagado manuscrito con que fuimos favorecidos, lo mismo que las palabras de Don Bartolomé Blandín, borradas por completo

     

  • (7) Aludía con estas frases a la asistencia y medicinas que facilitaba a los enfermos de Chacao y de sus alrededores

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