La Caracas de 1836

La Caracas de 1836

Por: Rafael Seijas Cook (El Arquitecto Poeta)

Sor Pedro Pablo Díaz

Caracas á 17 sete 1836.

 

     Mi apreciado amigo: la estensa y peligrosa habra de Catia está en acefalía porque según acabo de saber el Juez de paz que le nombró Palencia no solo renunció y le admitió el Gobno su renuncia,  sino que há mudado de domicilio, de que resulta que las medidas de policía no vienen a ejecutarse en aquella parte, siendo el refugio de multitud de esclavos prófugos y otros facinerosos que viven extinguidos de toda persecución; en esta virtud creo indispensable que V. en el próximo consejo haga presente la necesidad de nombrar un Juez de paz, ó por lo menos uno ó dos comisarios de policía que vigilen en aquella parte formando  los padrones que arreglen el vecindario, y por el que conozca la ocupación y procedencia de cada uno. Para esta función me parece indique V. al Sor José D. Gómez a quien no solo importa el buen orden como propietario de aquel lugar sino por sus cualidades cívicas.

     Soy de V. afmo A y S. Tomás H. Sanan G.

(Se ha observado la ortografía del original)

Plano topográfico de las parroquias de Caracas, en 1836

Plano topográfico de las parroquias de Caracas, en 1836.

     “Este precioso manuscrito y cinco planos topográficos de las Parroquias de Caracas para 1836, forman, quizás, el legado más preciado de mi biblioteca, por la deferencia que ha tenido para con ella el jurista Alfredo Machado Hernández, amigo también de achaques históricos. Los tales planos marcan explícitamente las diversas y múltiples comisarías en que se subdividían las Parroquias de Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan.

     Candelaria para 1836 estaba limitada de oeste a este por los ríos Catuche y Anauco, desde un puente intersección de las calles de los Bravos y la de Girardot –hoy esquina de Romualda– hasta el puente de Anauco, al presente muy poco modificado. Hacia el norte, llegaba hasta la hoy llamada Plaza España, de un lado; y del otro, hacia el referido Anauco por detrás de la Fábrica de Vidrio.

     Las calles marcadas en la nomenclatura Este 6, Este 4, Este 2, Este 1 y Este 3, se denominaban Orinoco, Sol, Ciencias, Bravos, Margarita y Fraternidad, y en todas sus longitudes oeste-este franco, de la ciudad de Caracas. Y las calles norte-sur que pasan por las esquinas de Romualda, Manduca, Ferrenquín, La Cruz y la Alcabala, tenían los nombres de Girardot, Rivas, Cedeño, Plaza y Campo Elías; y el callejón que delimita la Iglesia de Candelaria por el septentrión se dice Freites.

     “Este precioso manuscrito y cinco planos topográficos de las Parroquias de Caracas para 1836, forman, quizás, el legado más preciado de mi biblioteca, por la deferencia que ha tenido para con ella el jurista Alfredo Machado Hernández, amigo también de achaques históricos.

     Los tales planos marcan explícitamente las diversas y múltiples comisarías en que se subdividían las Parroquias de Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan.

     Candelaria para 1836 estaba limitada de oeste a este por los ríos Catuche y Anauco, desde un puente intersección de las calles de los Bravos y la de Girardot –hoy esquina de Romualda– hasta el puente de Anauco, al presente muy poco modificado. Hacia el norte, llegaba hasta la hoy llamada Plaza España, de un lado; y del otro, hacia el referido Anauco por detrás de la Fábrica de Vidrio.

     Las calles marcadas en la nomenclatura Este 6, Este 4, Este 2, Este 1 y Este 3, se denominaban Orinoco, Sol, Ciencias, Bravos, Margarita y Fraternidad, y en todas sus longitudes oeste-este franco, de la ciudad de Caracas. Y las calles norte-sur que pasan por las esquinas de Romualda, Manduca, Ferrenquín, La Cruz y la Alcabala, tenían los nombres de Girardot, Rivas, Cedeño, Plaza y Campo Elías; y el callejón que delimita la Iglesia de Candelaria por el septentrión se dice Freites.

     De Ferrenquín al norte, después de Los Desamparados, marca un Palacio Arzobispal que, por sus proporciones, ocupaba un área muy amplia. A su derecha hacen fe una Ermita y un Juego de Pelota y los camnos a Tundor y a la Quinta de Toro.

Para 1836, Caracas estaba dividida en 5 parroquias: Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan

Para 1836, Caracas estaba dividida en 5 parroquias: Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan.

     Estaba circunscrita a 8 Comisarías de a 5 Manzanas cada una. Las esqjuinas de Piñango, Conde, Principal, Torre, Madrices, Marrón, Cují y Romualda, eran las intersecciones de la Calle de los Bravos con las de Lindo, Comercio, Leyes Patrias, Carabobo, Zea, Roscio, Uztáris y Girardot.

     El Plano de la Parroquia de Santa Rosalía comienza en la Calle Este 4, y anota el Hospital de San Lázaro y La Matanza. Esta última tuvo, pues, un siglo prestando servicios en un mismo sitio; pues hace pocos años fue traslatada al Empedrado, dejando su terreno al Nuevo Circo de Caracas, en dionde se continuarán matando reses quién sabe hasta qué tiempo! Diez Comisarías constituían la Parroquia. Juncal, Fraternidad, Unión, Primavera, Agricultura y Delicias, eran las calles que atravesaban la Avenida Sur (entonces Calle de Carabobo) en las esquinas de Santa Teresa, Los Cipreses, El Hotio, Castán, Tablitas, Venados y Piedras. Esta Parroquia de Santa Rosalía llegaba hasta el mismo río Guaire, en el 1836.

     La Parroquia de San Pablo la limitaban la Avenida Sur y el río Caroata y la Calle Este 6 –Puente de San Pablo, Santa Teresa– y el río Guaire. 

     Una apostilla de dicho plano dice: “Población. La mayor parte existe en el espacio comprendido entre la calle de Orinoco, –hoy Este 6– y la calle de la Primavera”. –Hoy Este 14, que atraviesa en la esquina de Las Tablitas. Y dice que las Comisarías pueden organizarse como se ha manifestado, pero no nombra cuántas pudieran haber sido; lo que hace suponer que, para esa fecha, San Pablo no era sino una barriada de la ciudad.

     La de San Juan se aglomeraba hacia la de la gran calle del Triunfo –hoy Calle Real– muy poco poblada. La Iglesia de San Juan la marca el plano, lo mismo que El Calvario y Palo Grande, que ahí se leen con esos mismos nombres. Sus calles norte-sur se llamaban Ricaurte, Berdes. Eras; estas dos últimas hoy atraviesan el Guaire con los Puentes de El Paraíso y Ayacucho. Sus calles este-oeste, Primavera, Agricultura y Delicias. La fecha de este legajo dice: Caracas, 6 de febrero de 1836.– 7° y 26° (años de la separación de la Gran Colombia.–Constitución de la República de Venezuela–y de la firma del Acta de la Independencia). Para esa fecha gobernaba la República José María Vargas, engtre dos presidencias del general José Antonio Páez.

Calles tranquilas, cielos sin telarañas de alambres, oídos vírgenes de ruidos, así era esa Caracas de la tercera década del siglo XIX

Calles tranquilas, cielos sin telarañas de alambres, oídos vírgenes de ruidos, así era esa Caracas de la tercera década del siglo XIX

     En el cliché del plano de la ciudad para el año que corre, hay una parte sombreada que yuxtapone a la capital de 1936 . Las Parroquias de San José, Altagracia y La Pastora, eran, en esos viejos años, terrenos más o menos poblados. La de Santa Teresa fue una creación del Ilustre Americano, en el 1876, eliminando la de San Pablo y anexándole parte de la de Santa Rosalía.

     Los daguerrotipos fotográficos fueron los únicos que pudieron dar fe de las indumentarias del corbatín y del chapeau Bolivár, 1830. Desgraciadamente, los pocos que existen, no se pueden reproducir por los grabados modernos. Suple esta falta las primeras fotografías hechas en Venezuela en el 1864, por el alemán Federico Carlos Lessman.

     Calles tranquilas, cielos sin telarañas de alambres, oídos vírgenes de ruidos y de klaxones, noches oscuras apenas alumbradas por los parpadeantes cocuyos de aceite de coco, portones escandalosos y desproporcionados, llaves de pesos abrumadores inhábiles para complicidades en bolsillos anhelosos de libertad y de libertinaje; y otros tantos atrasos, hicieron de la vida caraqueña del 1836 una sede conventual tranquila y reposada. Se llegaba a viejo a edades caducas, provectas, con salud en el cuerpo y en el alma. Las canas eran blasón indiscutido de reverencias y de pleitesías. Hoy las canas se tiñen porque, al decir de un viejo cronista, nadie las respeta.

     Pero no filosofemos; ni más malos ni más buenos que nuestros antepasados, nosotros llevamos una vida más movida, más llena de colores, más vibrante y mucho más corta. Ellos, en cien años vivían lo que nosotros en cincuenta. Pero, si la vida quisiéramos pesarla, pr la cantidad de veces que la célula cerebral se ha agitado; por la cantidad de emociones que la han sacudido, nosotros, los hijos de la Caracas de 1927, y ellos, los de la de 1836, tenemos la misma cantidad de horas vividas ante nuestras conciencias, y las mismas responsabilidades a la hora de liquidar el paso por esta tierra. Amén”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, 20 de agosto de 1927.

Historia de la iglesia de Altagracia

Historia de la iglesia de Altagracia

Por: José Canalejas

     “Empezó la construcción del templo de Altagracia en 1654 a iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia, cuyos miembros estaban obligados por sus estatutos a asistir a los condenados a muerte desde su entrada a la capilla hasta su sepultura. Fue comprado entonces un solar a Doña Inés del Toro para el traslado de la Cofradía que había sido fundada en 1614 y que tenía su sede en el convento de Dominicos en San Jacinto. Un cementerio quedaba anexo al templo.

Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

En 1654, se inició la construcción del templo de Altagracia, por iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia.

En 1654, se inició la construcción del templo de Altagracia, por iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia.

     En 1676, era erigida en Vice parroquia por el Ilmo. Sr. Dr. Fray Antonio Gómez de Acuña, de acuerdo con el gobernador Francisco Dávila Orejón Gastón. El 5 de agosto de dicho año fue trasladado el Santísimo desde la Catedral. En 1750, y por el aumento de feligresía, la iglesia fue erigida en parroquia, siendo obispo el Ilmo. Sr. Manuel Machado y Luna. El terremoto del 21 de octubre de 1766, derribó completamente la iglesia. En 1772 se hallaba en reconstrucción.

     La torre primitiva constaba de tres cuerpos, pero cuando se reconstruía, las Madres Carmelitas, cuyo convento estaba al lado, se quejaron de que la gente las veía desde las ventanas de la torre, lo que iba en contra de la disciplina de la comunidad.

     El Obispo ordenó dejar la torre como estaba, con dos cuerpos y tapiar las ventanas del campanario. En 1797, las obras no estaban aún concluidas. Era en aquel momento Capitán General don Manuel Pedro de Carbonell y se han encontrado pruebas entre los papeles de los preparativos de la Independencia que la parte sin consagrar de la parroquia servía entonces para celebrar reuniones de los patriotas.

     En 1810, la iglesia estaba abierta al público y el 3 de noviembre del mismo año se celebraron solemnes funerales a cargo del pueblo caraqueño patriota de Caracas por las víctimas del 2 de agosto a manos de los españoles en Quito.

El Altar Mayor fue un regalo del Don José Ignacio Elizalde.

El Altar Mayor fue un regalo del Don José Ignacio Elizalde.

     Altagracia sirvió de cementerio a los ejecutados por ambos bandos durante la guerra y los cuerpos eran rescatados y enterrados por la Cofradía.

     Durante el tercer terremoto de 1812, se vino abajo la fachada y el segundo cuerpo de la torre. La fachada fue rehecha según dibujo de don Fermín Toro. En 1825, el cementerio fue clausurado. La reconstrucción del templo tuvo lugar a iniciativa del Pbro. Dr. Hilario Boset, continuada por el Pbro. Don José Ignacio Elizalde que regaló el altar Mayor. La nueva fachada fue terminada en 1857.

     En 1866, durante la refacción de la Metropolitana, la iglesia de Altagracia sirvió de Catedral. Al ser derribado San Jacinto en 1875, fue trasladada a Altagracia la imagen de Nuestra Señora Del Rosario, con todas sus alhajas y su Cofradía con sus privilegios. De 1879 a 1884 se fabricaron las alamedas, la fachada sur por el ingeniero Roberto García, y el Pasaje de Altagracia. En 1900, el terremoto dejó a la iglesia fuera de servicio corto tiempo.

     En 1904, fue expuesto en la iglesia el cadáver del arzobispo, Críspulo Uzcátegui.

     En la iglesia han sido bautizados grandes hombres como Andrés Bello, Antonio Leocadio Guzmán, Fermín Toro. De ella han salido curas para el Obispado como Mons. Riera Aguinagalde, Mons. Uzcátegui, Mons. Arteaga.

     En su interior vemos un altar con el Misterio del nacimiento de N. S. J., otros dedicados a Jesús en la columna, La Sagrada Familia, San Antonio de Padua, las Ánimas del Purgatorio, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de los Remedios, N. S. J. Crucificado, Santa Rita, San Juan Evangelista y el Cristo del Bollo de Pan. El Cuadro de las Ánimas, como el del Bautismo del Salvador se deben a los pinceles de Antonio Herrera Toro”.

     Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, N° 527, 19 de octubre de 1935

La Caracas de 1935

La Caracas de 1935

Uno de los acontecimientos más notable de la Caracas de 1935, fue la visita del cantante argentino Carlos Gardel. La ciudad enloqueció con este ídolo de multitudes.

Uno de los acontecimientos más notable de la Caracas de 1935, fue la visita del cantante argentino Carlos Gardel. La ciudad enloqueció con este ídolo de multitudes.

     ¿Cómo era la Caracas mediática de hace 88 años? Con ocasión de celebrarse en la capital venezolana la Conferencia Interamericana, en el año 1954, la revista Élite recreó en un interesante trabajo del periodista Omar Vera López, titulado “Caracas Hace 20 años, a través de Élite”, aspectos noticiosos de diversas fuentes periodísticas, que fueron destacados en los medios nacionales e internacionales durante el año 1935. A continuación, presentamos la transcripción del reportaje.

     “Siempre es agradable recordar. Olvidarnos de los aviones de retropropulsión de la época moderna, para treparnos parsimoniosamente en el tranvía de los recuerdos con la pajilla retrecheramente encasquetada en un ángulo propicio y el álbum de fotografías cuidadosamente empaquetado bajo el brazo como guía de la evocación, risueña o entristecida de los tiempos que se fueron. No hay que retroceder mucho tampoco. Esta Caracas nuestra crece con el vigor y la rapidez propios de las quinceañeras que se duermen niñas y despiertan hechos monumentos andantes. Por eso, solamente hemos retrocedido una veintena de años en el calendario para traer la Caracas moderna de la Conferencia Interamericana y de la Autopista Caracas-La Guaira, un poco de la Caracas que respiró las brisas avileñas allá por el año 1935. La Caracas de Gardel y de Arvizu, de Pombo y de Julio Mendoza que comentaba despreocupada la moda parisina en las tardes elegantes del Hipódromo Nacional.

 

Caracas y el mundo

     Todavía los caraqueños y caraqueñas no habían vuelto los ojos hacia los Estados Unidos. Europa era nuestro centro de atención y de Europa venía el grueso de las noticias, aunque poco a poco el incipiente gigante norteño iba copando la avidez de información del mundo.  

     Comenzando el año, como un trágico regalo pascual de un fúnebremente humorístico Santa Claus, comenzaba la cuestión ítalo-etíope a caldear el ánimo de los diplomáticos europeos. Tropas abisinias atacaban una guarnición italiana matando sesenta soldados. Era el comienzo de una larga serie de hechos que más tarde llevarían la sangre y la desolación a millares de hogares. Más tarde la noticia internacional europea la constituía la devolución del Sarre a Alemania. Adolfo Hitler, a la sazón presidente de Alemania, fue vitoreado y aclamado a su paso por las principales ciudades de este territorio. Ya Alemania comenzaba a hacerse sentir como una amenaza latente, culminando su continua posición agresiva con la declaración oficial de que el país desconocía el Tratado de Versalles y que se armaría hasta los dientes de cualquier forma. Se movilizaron las cancillerías del mundo y los diplomáticos comenzaron a llegar a sus oficinas al romper el alba. Suvich (Italia), Laval (Francia) y Edén (Gran Bretaña) se reúnen en Paris para tratar de evitar la guerra que se adivinaba próxima. Haile Selassie entre tanto, hacía su nombre y su figura familiar a los lectores de diarios y revistas del mundo civilizado mientras encabezaba la resistencia de su pueblo abisinio al ataque de las huestes italianas. El mundo entero vivía un ambiente de preguerra donde no se preguntaba ya obre la posibilidad de una nueva conflagración mundial, sino que ya se hacía conjeturas sobre la fecha de iniciación.

 

Hauptmann y Gardel

     Dos sucesos apasionaron a la Caracas de 1935. El primero de ellos fue el rapto y muerte del hijo de Charles Lindbergh, el “Águila Solitaria”, por el carpintero alemán Bruno Richard Hauptmann. Este, que en todo momento no dejó de hacer protestas de su inocencia, fue condenado a morir en la silla eléctrica, en razón de las pruebas abrumadoras esgrimidas en su contra. El “Juicio del Siglo”, como fue llamado éste, convirtió a la Corte de Hunterdom en el centro de atracción del mundo entero. Más tarde, cuando el veredicto del jurado lo condenara a la pena capital, millares de voces se oyeron en su defensa, dándose el caso de oír a multitudes (Casino de Yorkville en New York) vitoreando al asesino convicto y abucheando al padre del niño secuestrado. El país entero, como todos los países del mundo, siguió paso a paso el sensacional proceso que ocupó parte preponderante en las informaciones diarias.

El hipismo era una de las grandes pasiones de los caraqueños de 1935. Esteban Ballesté se ponía ronco narrando las carreras; entonces se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador.

El hipismo era una de las grandes pasiones de los caraqueños de 1935. Esteban Ballesté se ponía ronco narrando las carreras; entonces se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador.

     El segundo suceso tuvo más resonancia sentimental por la cercanía, tanto física como espiritual del protagonista. Carlos Gardel, el zorzal de América, acababa de pasar por Caracas, dejando una estela de admiración tras su paso. Racimos de admiradores lo siguieron desde su llegada a Caracas realizada en medio de aclamación apoteósica de la multitud hasta el día de su partida. Su actuación no hizo más que reafirmar su prestigio y simpatía, por eso la noticia de su muerte, doblemente trágica por los detalles cruentos de que estuvo rodeada, fue acogida con verdaderas manifestaciones de dolor en la Caracas de entonces. El choque de los aviones en el aeropuerto de Medellín, que causara la muerte del cantante argentino y de todo su conjunto artístico, fue quizá la nota sentimental más destacada del año que comentamos.

 

De Cinco en Fondo

     Otra noticia que por momentos llamó la atención pero que luego fiera barrida por los preparativos del mundo para la guerra, fue la del advenimiento de los quíntuples Dionne. El Dr. Defoe, su partero, se convirtió en una celebridad y el rostro, aún deforme de las recién nacidas chiquillas, fue exhibido en los diarios y revistas del mundo entero.

     La botadura del Normandie y luego del Queen Mary, gigantescos trasatlánticos, el regreso del Almirante Byrd del Polo y la muerte de Lawrence de Arabia, completan el panorama superficial del mundo que llamó la atención de la Caracas de 1935.

 

Caracas en Ropa de Casa

     Era el tiempo de la Carioca. ¿La recuerda usted? Debe recordar aquellos pegajosos compases que se cantaban, tarareaban y se gritaban desde el Portachuelo hasta Blandín. 

     Y debe recordarla también Arturo Uslar Pietri, pero con la satisfacción de rememorar que en esa época su prestigio de autor de “Barrabás” y de “Las Lanzas Coloradas”, era comentado por un nuevo premio recaído esta vez en su cuento “Lluvia”, escogido como ganador de un concurso promovido por nuestra revista.

     De esa época, nombres y más nombres van llegando a las páginas de la revista trayendo su mensaje de esperanzas. Esperanzas era, por ejemplo, Horacio Vanegas, que actuaba junto con Luis Brito Arocha y Félix Cardona Moreno en una obra escrita por él mismo: “Casa de Pensión”, en el festival que celebraba los 15 años del Instituto San Pablo; José Luis Paz comenzaba a despuntar como pianista; Octavio Suárez iniciaba su carrera como cantante; Gonzalo Veloz Mancera, apuntaba sus dotes de hombre de empresa.

     La familia Buche y Pluma, que cobraba vida en los libretos de Carlos Fernández, se convertía en el programa más cotizado de la Broadcasting Caracas, la estación radial que se convertiría en Radio Caracas y que traía en aquel entonces las mejores firmas extranjeras para sus programas. Carlos Gardel y Jesús Arvizu fueron presentados por sus micrófonos en este año de gracia que nació y murió hace una veintena de años.

     No está de más recordar que ya comenzaban los cronistas a quejarse del decaimiento del carnaval. Hoy, que acaba Caracas de vivir cuatro días llenos de carrozas y de desfiles, podríamos reproducir las palabras de Alberto Caminos, el cronista de la época: “han desaparecido las feéricas comparsas de disfraces elegantes que desfilaban por las calles sobre lujosos vehículos desparramando flores y sonrisas en el aire policromo de serpentinas”, escribía quejoso. En la Caracas moderna de rascacielos y de rompimiento de la barrera del sonido, parece renacer el Carnaval antañón que hacía suspirar a los cronistas de ayer.

Teodoro Capriles conocida como estrella del deporte, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año.

Teodoro Capriles conocida como estrella del deporte, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año.

Miss Caracas 1936

     Como un aliciente para las lindas muchachas caraqueñas comienza Élite la publicación de las fotografías de las candidatas al título de Miss Caracas. Un concurso simpático y elegante que congregó a lo más granado de la juventud caraqueña. Veinte años más tarde, Élite volvería a erigirse en paladín de la belleza femenil, al patrocinar el concurso para elegir a Miss Venezuela con destino al Concurso para elegir a Miss Universo.

     El signo del tiempo se vive exactamente con la comparación inmediata del hipódromo de entonces y el hipódromo de ahora. El escenario sigue siendo el mismo pero extraña que se publicara con grandes despliegues, que los cuadros una semana cualquiera habían producido un dividendo de 1.976 bolívares. Las papeletas por su parte habían dado 938 bolívares. Si se considera que en tales papeletas había que poner un solo caballo en cada carrera podrá el amable lector hacer una pequeña comparación de la dificultad actual de elegir seis “líneas”. Menos mal que la remuneración está muy lejos, en caso de acertar, de esos 938 bolos que nos lucen tan exiguos a veinte años de distancia.

 

Caracas hípica

     Y ya que tocamos el tema hípico, vale la pena seguir hilvanando recuerdos. Y recordar, por ejemplo, las carreras que se corrían en familia, con todos los animales siendo propiedad de uno u otro miembro de la familia Gómez. En la época, nuestro hipismo incipiente no tenía muchas aspiraciones. Y corrían animales como Alas, una yegua castaña de Berta Gómez, de padres desconocidos. 

    O el mismo héroe criollo Gold Buttom, hijo de Cónsul en madre desconocida. Es decir que nuestro recordado Alberto Limonta no hubiera tenido problema ninguno con su desconocida paternidad para intervenir en las pruebas montadas en el Hipódromo. En ese entonces comenzaba Chapellín como “aprendiz de grandes méritos”, se ponía ronco Esteban Ballesté perifoneando las carreras y se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador de una carrera y 80 al que arribara de cuarto. Menos mal que en ese tiempo la avena era barata.

 

Héroes deportivos

     Teodoro Capriles conocido como estrella del “diving”, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año. No hay quien lo detenga en su ruta. Simón Chávez ratifica su condición de ídolo popular, venciendo a Eligio Sardiñas “Kid Chocolate”, el cubiche de las piernas mágicas dentro del ring. Luis Aparicio con su clase de pelotero grande, usa con perfecta naturalidad el apodo de “el Grande de Maracaibo” que le concediera la fanaticada. Tres figuras que han dado glorias al deporte nativo y que figuran en plan estelar en el año 1935. Y así como ellos Néstor Luis Negrón, preocupado educador hoy, que solo se preocupaba por mantener incólume la portería de su equipo Dos Caminos. Rafael Yánez y Cristina Urbaneja, campeones de tenis; Leonardo Pelícano, especialista en carreras de vallas y recordman nacional; Vidal López, un espigado novato que comenzaba su labor desde el montículo de los Indios de Sarría, el archipopular Royal Criollos. Atletas que vivieron sus momentos de gloria pequeños o grandes y que recogieron para la posteridad las páginas de nuestra revista.

 

Récords Atléticos

     A título comparativo podemos citar las marcas nacionales impuestas en las competencias del año que comentamos. Para empezar, tenemos los 27.60 metros del lanzamiento del martillo en poder de M. T. Pérez. O los 46.85 metros de la jabalina de Gustavo González. O los 11.37 metros del lanzamiento del peso de Rafael Arnal. Para nuestros atletas de hoy, que acuden a una cita internacional como la de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, son especialmente significativas estas marcas alcanzadas hace 20 años. Y la pregunta salta por sí sola. ¿Se refleja en las marcas actuales un progreso de 20 años? La respuesta se la dejamos al lector.

Las películas de vaqueros son las preferidas de los caraqueños. Las pavas de entonces suspiraban por Buck Jones.

Las películas de vaqueros son las preferidas de los caraqueños. Las pavas de entonces suspiraban por Buck Jones.

El Celuloide

     Para terminar esta ojeada a la historia con todos los honores, echemos un vistazo a las carteleras cinematográficas. Podemos ver a “La Batalla”, si queremos algo de acción. A Buck Jones si los vaqueros gozan de nuestra predilección. O podemos, en fin, escoger entre Eddie Cantor, por ejemplo, y Laurel y Hardy, si queremos algo jocoso.

     La pareja Joan Crawford y Clark Gable hizo latir muchos corazones y vaciarse muchos bolsillos en las taquillas. Así mismo, la deliciosa ingenuidad de la niña prodigio que hechizó al mundo: Shirley Temple o de aquella graciosa “pandilla” que hacía de las suyas para delicia nuestra. Ginger Rogers, Spencer Tracy, Charles Boyer, nombres que todavía “suenan”, al lado de otros: John Boles, José Bohr, Ricardo Novarro, que ya desaparecieron de las marquesinas. Y todo eso sazonado con las curvas rabiosamente rotundas y sabiamente mostradas de la Marilyn Monroe de la época: Jean Harlow. La rubia provocativa y ondulante que hizo suspirar a muchos graves señores de hoy que solo piensan en la Conferencia Interamericana, en la escasez de café en el mundo y en las posibilidades de pegar seis caballos con un cuadrito de 24 bolívares.

 

Se Acabó la Línea

     Hemos llegado al final del recorrido en nuestro tranvía, el colector ya acude a cambiar la posición de los asientos, y hemos de bajarnos con nuestra pajilla, nuestro bigote de enhiestas guías y nuestro álbum cuidadosamente conservado debajo del brazo. Fue solo un vistazo, una simple ojeada a la Caracas de hace veinte años. Esa Caracas donde la gente se quejaba de la desaparición del Carnaval, donde el “loco” Bermúdez estrenaba gritos todavía inéditos en los juegos del Royal Criollos y donde, todavía, se avisaba a los cronistas de sociales que “la distinguida señora impoluta de Blanquinez iba a pasar el “week-end” en el balneario de Macuto”. 

     Aviso que, naturalmente, emanaba de la “distinguida señora de Blanquinez” que gozaba un millón viéndose “impresa” en minúsculas letras de cualquier roncón del diario”.

FUENTE CONSULTADA

  • Vera López, Omar. “Caracas hace 20 años”. Elite. Caracas, octubre de 1935.

Grandes etapas de la vida de Caracas

Grandes etapas de la vida de Caracas

     El ritmo del crecimiento de Caracas ha ido borrando de manera implacable todos los recuerdos de la vieja ciudad. Calles, edificios, costumbres, todo ha sufrido una modificación total y hasta el área metropolitana tradicional se ha ampliado en forma fantástica al tender la ciudad hacia el mar su brazo de la Autopista. Por eso resulta interesante brindar al lector en apretada síntesis periodística algunas de las más importantes relaciones que sobre la vida de Caracas en los siglos pasados escribieron cronistas de crédito.

     Estas son cinco estampas que informaron los hechos principales contenidos en las relaciones de Pimentel, Oviedo y Baños, Humboldt, el consejero Lisboa y un viajero norteamericano y dan una noticia bastante veraz y acabada de cuanto fue sucediendo en esta Caracas desde los días de su fundación en 1567, vísperas de la Guerra Federal.

 

Caracas de 1572

La relación de Don Juan de Pimentel

     Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas y sobre el hermoso valle en el cual se levanta se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, el Caballero del Hábito de Santiago, Don Juan de Pimentel. La escribió en el año 1572 por mandato de su Majestad el rey de España.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Mal clima

     La ciudad había sido fundada por Diego de Losada en el año de 1567. Cuando llega Pimentel y emprende su tarea de cronista todavía el nuevo pueblo se reduce a un mísero conjunto de cabañas pajizas, los vecinos son pobres y los días corren iguales. Por estos años, empieza diciendo Pimentel, la provincia de Caracas cuenta con dos pueblos de españoles: el de Nuestra Señora de Caraballeda que está en la costa del mar y el de Santiago de León de Caracas que dista seis leguas de Caraballeda por ser el camino muy torcido. Cuenta que Caracas está fundada en un valle campiña de tres buenas leguas de largo y media de ancho y que todo el valle que se llama de San Francisco declina y corre hacia el sur. Encuentra que el clima del valle es fresco, húmedo y de muchas lluvias, las cuales comienzan generalmente en mayo y acaban en diciembre. Corren en el valle dos vientos contrarios casi todo el año: uno de oriente, otro de occidente. El de oriente sopla desde las nueve o diez horas del día hasta las tres de la tarde, es un viento claro y templado, salvo en el invierno que trae mucha agua. El de occidente sopla de tarde y dura toda la noche. 

     Viene con niebla emparamada, es áspero y desabrido porque procede de unas altas sierras que están a la banda poniente del pueblo. Apunta asimismo Pimentel que este viento lo sienten mucho “los que están tocados de dolor de bubas” por venir frío y desabrido. El cielo del valle, dice, todo lo más del tiempo del año es nebuloso de día y de noche y hay muchas mudanzas y diferencias en su tiempo. Afirma que el sitio y el valle de la ciudad de Santiago de León de Caracas se tiene por más enfermo que sano por los vientos contrarios que en él se corren. Las enfermedades más corrientes son el romadizo y el catarro que suelen dar dos veces en el año, a la entrada y a la salida del invierno. Los catarros, comenta, son más graves a la entrada del invierno que a la salida porque con las lluvias nuevas se revuelven las quebradas y los ríos que descienden de la sierra. A los naturales, agrega Pimentel, se les agrava la enfermedad porque tienen la costumbre de bañarse y entonces sufren dolor de costado. Otras causas de la mayor virulencia de la enfermedad de los nativos las encuentra el Gobernador en dos hechos: lo mucho que beben en las borracheras y el maíz jojoto que comen.

 

Pobres viviendas 

     Informa el Gobernador al Rey que sus súbditos de la ciudad de Santiago de León de Caracas viven en casas de madera, de palos hincados en la tierra y con techos de paja. La mayoría de las casas, afirma, son de tapia, sin alto alguno y cubiertas de cogollos de caña. De 1570 en adelante se han comenzado a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja. Concluye su información oficial diciendo que en Caracas hay una iglesia parroquial de dos curas en ella y que también existe un monasterio, el de San Francisco, de tapias no durables comenzado a fundar por Fray Alonso Vidal el cual vino de Santo Domingo con tal fin.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Caracas de 1700

Un hermoso valle tan fértil como alegre

     Desde los días de la descripción de Juan de Pimentel han pasado ciento cincuenta años. Siglo y medio durante los cuales la mísera lechería se han transformado. Sus calles son anchas y derechas, la mayoría de sus casas son de tapia y de ladrillo. Parques y jardines, plazas y conventos hacen hermoso y reconfortan te el lugar. Un vecino de la ciudad, el muy ilustre José Oviedo y Baños, en el año de 1723, describe con emocionado canto lírico, la ciudad asentada según él “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable, que de Poniente a Oriente se dilata por cuatro leguas de longitud y poco más de media de latitud en diez y medio de altura septentrional al pie de unas altas sierras que con distancia de cinco leguas la dividen del mar en el punto que forman cuatro ríos que porque le faltase circunstancia para acreditarla  paso , la cercan por todas partes, sin padecer los que la aneguen.

Hermosas con recato y bizarros caballeros

     Para Oviedo en el valle de Caracas debió existir el Paraíso Terrenal, a la ciudad la encuentra sin tacha y a sus gentes sin defectos. “Sus calles son anchas, largas y derechas, dice, con salida y correspondencia” en buena proporción a todas partes, y como están pendientes y empedradas, ni mantienen polvo, ni consienten lodos; sus edificios los más son bajos, por recelos de los temblores, algunos de ladrillos y lo común de tapias, pero bien dispuestos y repartidos en su fábrica; las casas son tan dilatadas en los sitios que casi todas tienen espaciosos patios, jardines y huertas, que regadas con diferentes acequias que cruzan la ciudad, saliendo encañadas del río Catuche, producen tanta variedad de flores, que admiran su abundancia todo el año, hermoseándola cuatro plazas, las tres medianas y la principal bien grande y en proporción cuadrada. Fuera de la innumerable multitud de negros y mulatos que la asisten, la habitan mil vecinos españoles, y entre ellos dos títulos de Castilla que la ilustran, y otros muchos caballeros de conocidas prosapias, que la ennoblecen; sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos; hablan la lengua castellana con perfección, sin aquellos resabios con que la vician en los más puertos de las Indias, y por lo benévolo del clima son de hermosos cuerpos y gallardas disposiciones, sin que se halle ninguno contrahecho  ni con fealdad disforme, siendo en general de espíritus bizarros y corazones briosos, y tan inclinados a todo lo que es política, que hasta los negros (siendo criollos) se desdeñan de no saber leer y escribir; y en lo que más se extreman es en el agasajo con que tratan a la gente forastera, siendo el agrado con que la reciben atractivo con que la detienen pues el que llegó a estar dos meses en Caracas no acierta después a salir de ella; las mujeres son hermosas con recato y afables con señorío, tratándose con tal honestidad y con tan gran recogimiento, que de milagro, entre la gente ordinaria, se ve alguna de cara blanca de vivir escandaloso, y esa suele ser venida de otras partes recibiendo por castigo de su defecto el ultraje y desprecio con que la tratan las otras…

     Pero la joya más preciosa que adorna esta ciudad y de que puede vanagloriarse con razón teniéndola por prenda de su mayor felicidad, es el convento de monjas de la Concepción, vergel de perfecciones y cigarral de virtudes: no hay cosa en él que no sea santidad y todo exhala fragancia de cielo…

 

Caracas en 1800

Una casa grande, casi aislada

     Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800. Habitan “una casa grande, casi aislada, situada en la parte más elevada de la ciudad”: Desde lo alto de una galería podía contemplar al mismo tiempo la cima de la Silla, la cresta de Galipán y el risueño valle del Guaire, cuyo rico cultivo contrastaba con el sombrío cerco de las montañas que lo rodea. Era la época de la sequía y las faldas de la serranía eran incendiadas por los campesinos que quemando la paja creían mejorar los pastos. Para ese año de 1800 la población de Caracas llegaba a 40.000 personas, de los cuales doce mil eran blancos y veintisiete mil libres de color. 

 

“Caracas ha debido ser colocada más al Este”

     Lamenta Humboldt que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, más debajo de la desembocadura del Anauco en el Guaire, en donde el valle dirigiéndose hacia Chacao, se ensancha en una llanada ancha y como nivelada por la acción de las aguas. Quiere explicar el gran viajero alemán, la fundación de Caracas en la parte más angosta del valle diciendo que en esa época los españoles atraídos por la fama de las minas de oro de Los Teques, no eran aun dueños de todo el valle y prefirieron quedarse cerca del camino que conduce a la costa.

 

Aspecto triste y severo

    Dice Humboldt en su relación que la escasa anchura del valle y la proximidad de las altas montañas del Ávila y de la Silla, dan a la situación de Caracas un aspecto triste y severo sobre todo en aquella estación del año en que reina la temperatura fresca, de los meses de noviembre y diciembre.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

     Las mañanas son entonces de gran belleza: a través de un cielo puro y sereno se divisan claramente los dos domos o pirámides redondeadas de la Silla y la cresta dentada del cerro del Ávila. Pero hacia la tarde, la atmósfera se espesa, las montañas se encapotan: masas de vapores se cuelgan a los flancos de aquéllas, y las dividen como en zonas superpuestas. Lentamente estas zonas se confunden, el aire frío que desciende de la Silla se cuela entre las nieblas y condensa los vapores ligeros en gruesas nubes. Estas bajan a menudo y se las ve avanzar, a ras de tierra, hacia La Pastora de Caracas y hacia el vecino barrio de La Trinidad. “” Ante el aspecto de este cielo brumoso, yo me creía, escribe Humboldt, no en un valle templado de la zona tórrida, sino en el fondo de Alemania, sobre las montañas de Harz, cubiertas de pinos y abetos, pero este aspecto melancólico y el contraste que se observa durante este tiempo entre la serenidad de la mañana y el cielo cubierto de la tarde, no se advierte en medio del estío, las noches de Junio y Julio en Caracas son claras y deliciosas y “la atmósfera conserva, casi sin interrupción, aquella transparencia y pureza propias en tiempo quieto de las alturas y de los valles elevados”

Actores y estrellas

     Encontró Humboldt en Caracas ocho iglesias, cinco conventos y un teatro que podía contener de mil quinientas a mil ochocientas personas. La sala del espectáculo estaba dispuesta de tal modo que el patio, en el cual se sentaban los hombres separados de las mujeres, estaba descubierto, y “se veían al mismo tiempo los actores y las estrellas”. Como el tiempo nebuloso le hacía perder al sabio muchas observaciones de los satélites, desde un palco del teatro podía asegurarse si Júpiter estaría visible durante la noche. Encuentra las calles de la ciudad anchas, bien alineadas y cortadas en ángulos rectos como las de todas las ciudades fundadas por los españoles en América. Observa que las casas son más elevadas de lo que debieran en un país sujeto a terremotos. Y encuentra que las plazas de San Francisco y Altagracia presentan un espectáculo agradable al viajero.

 

Las risueñas siembras del Valle

     Los viajeros encuentran todos los alrededores de la ciudad cultivados. El clima fresco y delicioso favorece el cultivo de las producciones equinocciales. El principal cultivo es el del café. “Cuando este arbolito se halla en flor, dice H., toda la llanura que se extiende más allá de Chacao, ofrece el aspecto más risueño y alegre”. Y al lado del árbol del café y del banano ven los sabios europeos con sorpresa grandes huertos de hortalizas y legumbres de sus países, las fresas, las viñas y casi todos los árboles frutales de la zona templada. Reseñan el hecho de que a medida que en las inmediaciones de Caracas se han establecido los cultivos de café, ha aumentado el número de negros cultivadores y de que en el valle se están reemplazando el cultivo de los manzanos y membrillos por el del maíz y las legumbres. El arroz regado por canales se cultivaba en la llanura de Chacao. Olivos grandes y frondosos eran orgullo en el patio del convento de San Felipe Neri.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

La sociedad de Caracas

     Encuentra Humboldt que mientras en Méjico y Bogotá hay una tendencia decidida por el estudio profundo de las ciencias; en Quito y en Lima, más gusto por las letras; en La Habana y Caracas de 1800 hay mayor reconocimiento de las relaciones políticas de las naciones y miran más sobre el estado de las colonias y de la metrópoli. Y Observa que en Caracas se han conservado las costumbres nacionales mejor que en otras ciudades del continente y aun cuando su sociedad no ofrece placeres muy vivos y variados, se experimenta sin embargo en el seno de las familias, aquel sentimiento de bienestar que inspiran la franca alegría y la cordialidad, unidos a los modales de la buena educación. Dice el sabio alemán que para 1800 existían en Caracas “como en todas partes en donde se prepara un gran cambio de ideas, dos especies de hombres, podría decirse, dos generaciones muy diferentes. La una, que es poco numerosa, conserva una viva adhesión a las antiguas costumbres, a la sencillez de los hábitos, a la moderación de los deseos. No viven sino de las imágenes del pasado. La América les parece la propiedad de sus antepasados que la conquistaron. Repugnando lo que se llama las luces del siglo, conservan con cuidado sus prejuicios hereditarios. . .” 

     La otra, menos preocupada del presente que del porvenir, tienen una inclinación a menudo irreflexiva por los hábitos e ideas nuevas. He conocido en Caracas, agrega, en esta segunda generación, varias personas distinguidas tanto por su gusto como por su estudio, la suavidad de sus maneras y la elevación de sus sentimientos; los he conocido también que desdeñosas por todo lo que presentan de estimable y de bello el carácter, la literatura y las artes españolas, han perdido su individualidad nacional, sin haber asegurado, en su trato con los extranjeros, nociones precisas sobre las verdaderas bases de la felicidad y del orden social”. En muchas familias de Caracas halló gusto por la instrucción, conocimiento de las literaturas italiana y francesa y una predilección decidida por la música. Asimismo, halló que o existía ningún establecimiento en donde se enseñaran las ciencias exactas, el dibujo y la pintura y que en medio de naturaleza tan prodigiosa y tan roca en producciones, nadie se ocupaba del estudio de las plantas y de los minerales. En la ciudad solo hay un anciano, en el convento de San Francisco, que calculaba el almanaque para todas las provincias de Venezuela y que tenía conocimientos de la astronomía moderna. Y un día vio con sorpresa su casa invadida por todos los frailes de San Francisco quienes deseaban ver una brújula de inclinación.

 

Caracas en 1806

La ciudad vista por un francés

     En 1806, llega a Venezuela Francisco Depons, viene como agente del gobierno francés en Caracas. El diplomático se entusiasma con el nuevo país y considera que es necesario incluir una relación fiel de su vida en los anales de la geografía y de la historia. En estas tierras, dice Depons, la naturaleza vierte sus dones con mano larga y despliega toda su magnificencia sin que el resto del globo se haya dado cuenta de ello. Escribe entonces su “Viaje a la Parte Oriental de Tierra Firme” y alega para su trabajo los méritos de la verdad como base y de la exactitud como ornamento.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Calles y plazas

     Depons es ordenadamente minucioso en sus relaciones. A su vista nada escapa. Su reseña lo abarca todo. A la vida de Caracas en el año de 1806 dedica largas notas. Las primeras están consagradas a reseñar el aspecto general que presentan las plazas, las iglesias y las casas de la ciudad que fundara Diego de Lozada. Encuentra que la Plaza Mayor (hoy Plaza Bolívar) la afean unas barracas construidas en los ángulos sur y oeste, las cuales se alquilan a mercaderes en provecho del Ayuntamiento. Allí se efectúa el mercado de todas las provisiones: legumbres, frutas, carnes, salazones, pescado, aves, caza, pan, loros, monos, perezosas, pájaros. Y observa que la Catedral, situada en el ángulo oriental, no guarda con ella ninguna simetría. 

     Dice de las otras plazas que la de Candelaria no está embaldosada, pero que en su conjunto presenta un aspecto bien agradable y que está rodeada por una verja de hierro; la de San Pablo es de forma cuadrada y tiene por todo adorno una fuente colocada en el centro; la de La Trinidad, “que ni forma de plaza tiene, servirá solo para recordar a la posteridad la incuria de los caraqueños; la de La Pastora, al igual que las casuchas que la rodean, “muestran solo el triste aspecto de monumentos abandonados a la voracidad del tiempo”; la de San Juan, espaciosa, irregular y sin embaldosado es utilizada por las milicias para sus ejercicios a caballo. Las casas particulares las encuentra bellas y bien construidas, muchas de hermosa apariencia. Algunas de ladrillos, la mayoría de tapias. Los tejados son puntiagudos o de dos aguas. El maderamen bien trabado y la techumbre de tejas curvas. Lo impresiona la riqueza del mobiliario en las casas de la g ente notable de Caracas y se detiene en los detalles de aquel lujo. En esas ricas casas de caraqueños se ven, dice Depons, “hermosos espejos, cortinas de damasco carmesí en las ventanas y puertas del interior, sillas y sofás de madera de estilo gótico sobrecargados de dorado y con asientos de cuero, de damasco o de cerda, altos lechos cuyos elevados doseles muestran un exceso de dorado, cubiertos con hermosas colchas de damasco y muchas almohadas de plumas con fundas de ricas muselinas guarnecidas de encajes; sin embargo, no hay más que un lecho de semejante magnificencia en cada casa principal; ordinariamente es el lecho nupcial el cual por otra parte no es más que un mueble de lujo. La mirada se detiene también sobre las mesas de patas doradas, cómodas en las que el dorador agotó todos los recursos del arte, bellas arañas colgadas en el apartamento principal, cornisas que parecen haber sido empapadas en oro, soberbias alfombras que cubren por lo menos toda la parte de la sala donde están los puestos de honor, pues los muebles se hallan dispuestos en la sala de modo que el sofá, parte esencial del mobiliario, quede colocado en una extremidad, con sillas a derecha e izquierda, y en la otra extremidad la cama principal de la casa, en un cuarto cuya puerta permanece abierta, a menos que no esté en una alcoba igualmente abierta y al lado de los puestos de honor. Estas especies de apartamentos siempre limpísimos y muy bien adornados, parecen como vedados a los habitantes de la casa. Solo se abren, con muy pocas excepciones, cuando alguien viene a llenar los dulces deberes de la amistad o el pesado ceremonial de la etiqueta”.

 

Fiestas

     Encontró el francés que en Caracas las fiestas religiosas eran tantas que, en realidad, en muy pocos días del año no se celebraban las de algún santo o virgen. Se multiplicaban hasta lo infinito porque cada fiesta estaba precedida por una novena consagrada únicamente a las preces; y la seguía una octava, durante la cual los fieles del barrio y aún los del resto de la ciudad, mezclaban las plegarias con diversiones públicas, como fuegos artificiales, música y bailes. Para el viajero francés el acto más brillante de tales celebraciones lo constituían las procesiones que por lo regular tenían lugar en horas de la tarde. Muchos pendones y la cruz abrían la marcha. Los hombres iban en dos filas detrás del santo y los principales de la ciudad llevan, cada uno, un cirio encendido; luego venía la música, los clérigos y, por último, las mujeres contenidas por una barrera de bayonetas.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

El teatro, el juego de la pelota y otros juegos

     Para el año de 1806, el teatro era la única diversión pública de Caracas. Solo había funciones los días de fiesta. El precio de entrada un real. A las representaciones asistían todos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, mendigos y paisanos, gobernantes y gobernados. Los actores eran malos y las obras peores. La declamación era monótona, semejante al tono con que un niño de diez años pudiera leer una lección. Ni gracia, ni acción, ni poses naturales, ni inflexiones de la voz, en una palabra, nada de lo que constituye un actor, extrañaba a los viajeros cómo era posible que demostrando los caraqueños gran gusto por la instrucción, miraran con tanta indiferencia algo tan importante en la vida de toda ciudad y que carecieran de un teatro cuya fábrica embelleciera a la ciudad y de actores que  no fueran unos autómatas. Para el año de llegada de Depons a Caracas existían en la ciudad tres frontones en donde se jugaba a la pelota a mano limpia o con pala. Uno estaba ubicado al sur de la ciudad, cerca del Guaire, el segundo hacia el oriente, no lejos del Catuche, y el tercero  en el este, a cosa de media legua de la ciudad. Los vascos habían introducido este juego pero luego lo habían abandonado a los del país, quienes observaban exactamente las reglas y lo practicaban bastante bien. Algunos billares a los cuales asistía casi nadie, formaban el resto de las diversiones de Caracas. El juego por interés se practicaba con mucha frecuencia entre gente de recursos.

Ni liceos, ni paseos, ni cafés

     Se lamenta Depons de la vida que se lleva en Caracas y dice: “Si Caracas poseyera paseos públicos, liceos, salones de lectura, cafés tendría ahora la oportunidad de hablar de ellos. Pero para vergüenza de esta gran ciudad debo decir que ahora se ignoran las características de los progresos de la civilización. Cada español vive en su casa como en una prisión.  No sale sino a la iglesia o a cumplir sus obligaciones. Ni siquiera trata de endulzar su soledad con juegos cultos; gusta solo de aquellos que lo arruinan, no de los que pueden distraerlo”.

 

Blancos, esclavos y manumisos

     Para 1806, año de la relación de Depons, la población de Caracas estaba dividida en: blancos, esclavos, manumisos y escasísimos indios. Los blancos constituían la cuarta parte del total de los cuarenta mil habitantes. Entre la población blanca se contaban seis títulos de Castilla, tres marqueses y tres condes, pero todos los blancos presumían de hidalgos y todos eran hacendados o negociantes, militares, clérigos o monjes, empleados judiciales o de hacienda. Ninguno se dedicaba a oficios o artes mecánicos. Los europeos que residían en Caracas formaban dos clases bien diferenciadas con bastante claridad. La primera la formaban los empleados venidos de España, estos vivían con gran lujo y abusaban de su poder, ofendiendo de esta manera a los criollos quienes se sentían injustamente postergados. La otra clase de europeos residentes en Caracas estaba formada por los vascos y los catalanes, los cuales no intervenían en los negocios públicos, sino que habían venido a trabajar con el deseo de hacer fortuna. Unos y otros eran igualmente industriosos, pero los vascos se distinguían de los catalanes en que, sin fatigarse tanto, administraban mejor sus negocios. Vizcaínos y catalanes se distinguían entre sus connacionales por su buena fe en los negocios y su exactitud en los pagos. Los canarios formaban otro importante número de gentes trabajadoras.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

Las caraqueñas

     Son encantadoras, suaves, sencillas, seductoras, dice galante el francés. Y añade, la mayoría tiene el cabello negro como el jade y la tez de alabastro. Sus ojos grandes y rasgados y sus labios encarnados matizan agradablemente la blancura de su piel. Es lástima, agrega, que la estatura de las mujeres de Caracas no corresponda a la armonía de sus facciones. Muy pocas sobrepasan la estatura media. “Como pasan la mayor parte de la vida en la ventana, podría decirse que la naturaleza ha querido embellecerles la parte del cuerpo que dejan ver con gran frecuencia. Se adornan con elegancia y en cierto modo les halaga la vanidad que se las tome por francesas”.

     Lamenta que en Caracas no haya escuelas para señoritas. Su educación se limita a rezar mucho, leer mal y escribir peor. Ta solo un joven inflamado de amor puede descifrar semejantes garabatos. No les enseñan mucho ni baile, ni dibujo. Cuando aprenden se reduce a tocar por rutina un poco de guitarra o de piano. Sin embargo, su inteligencia, su honestidad, su natural coquetería, su gracia en el vestir, logra borrar la impresión que produce esa defectuosa educación. 

     Esto por lo que corresponde a las clases pudientes de la ciudad, a las blancas cuyos padres o maridos poseen bienes de fortuna o empleos lucrativos, porque la suerte que otras, dice el viajero lleno de pesar, “no tienen a su alcance más medio para ganarse la vida que provocar las pasiones para satisfacerlas después”. Más de doscientas mujeres vivían así para 1806, saliendo de noche para ganar el sustento del día siguiente. Su traje solía consistir en una falda y manta blancas, con un sombrero de cartón cubierto de tela y adornado con flores pintadas o lentejuelas. Cuando la edad o la enfermedad las obligaba a abandonar esta vida, se dedicaban a pedir limosna.

     Los esclavos domésticos eran numerosísimos y la riqueza de las casas principales se medía por el número de ellos. Siempre tenía que haber más de los necesarios, lo contrario se juzgaba como tacañería. Cualquiera blanca, aunque sin gran fortuna, va a la iglesia seguida de dos esclavas negras o mulatas. Las verdaderas ricas llevan cinco o seis. Y había casas en Caracas en donde existían doce o catorce esclavas sin contar con los sirvientes de los hombres. Caracas era la ciudad de las Indias Occidentales con mayor número de manumisos o descendientes de manumisos. Estos ejercían todos los oficios desdeñados de los blancos. Todos los carpinteros, ebanistas, albañiles, herreros, tallistas, cerrajeros, orfebres eran para la hora del viaje de Depons, manumisos o descendientes de manumisos. En ningún oficio descollaban, pues como los aprendían por rutina carecían de los principios del arte. Su trabajo era mucho más barato que el del obrero europeo. Se sustentaban gracias a su gran sobriedad en medio de toda clase de privaciones. Por lo general, sobrecargados de familia, vivían en casas muy malas, dormían sobre cueros y se alimentaban con víveres del país. Su pobreza era tal que siempre que se les encargaba un trabajo siempre había que darles adelantos en dinero. Dice Depons que no hacen del trabajo una disciplina diaria, sino que se acuerdan de él solo cuando les aprieta el hambre. Los dominaba el gusto de pasar la vida en funciones religiosas y formaban la totalidad de las cofradías. Todas las iglesias contaban con cofradías constituidas por pardos libres. Cada una tenía su uniforme cuya diferencia era el color, son como sayales de monjes y los había azules, rojos, negros, etc.

     Las cofradías asistían a las procesiones y a los entierros. Iban a todas las iglesias, pero especialmente a la de Altagracia. Todos los rosarios que discurrían por la ciudad hasta las nueve de la noche se componían exclusivamente de manumisos. Depons apunta como hecho curioso el de que a lo largo de los años ninguno de éstos haya pensado en cultivar la tierra. La nube de mendigos de ambos sexos que pululaban por las calles de la Caracas de 1806 impresionó a Depons. A toda hora entraban a las casas y lo mismo el inválido que el robusto, el joven y el viejo, el ciego y el que goza de buena vista gozaban de la caridad pública y de noche la mayoría se tendía a dormir sin ninguna protección, a lo largo de las paredes de las iglesias y del palacio arzobispal. El arzobispo repartía limosna general todos los sábados y cada mendigo recibía medio esquelino, o sea la dieciseisava parte de un peso fuerte, y en esto se invertían setenta y seis pesos fuertes, lo que corresponde a un mínimum de mil doscientos mendigos, fuera de los pobres vergonzantes cuyo número era mucho mayor y entre los que repartía secretamente sus rentas Don Francisco Ibarra, Prelado de Caracas.

 

Caracas de 1852

El libro del consejero Lisboa

     En el año de 1866 fue editado en Bruselas el libro “Relacao de uma viagem a Venezuela, Nova Granada e Equador”, escrito por el brasileño consejero M.M. Lisboa. El autor había vivido en Inglaterra y en 1853 decidió regresar a su patria. En Southamptom se embarcó en el vapor “Orinoco” y semanas más tarde arribaba a La Guaira. Sus notas sobre la vida y costumbre de la Caracas de 1853 son curiosas e imparciales.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

El nombre de las esquinas, confusión de extranjeros

     Uno de los primeros motivos de confusión que encontró Lisboa en su recorrida por la tranquila capital de Venezuela lo halló en el nombre de las esquinas. Pues a pesar de que las calles de Caracas tienen sus nombres como de Carabobo, de las Leyes Patrias, del Comercio, etc., y aun en algunos casos sus números, nadie conocía la posición de las casas sino por esquinas, método que al principio causa confusión al extranjero. Había para 1853 en Caracas ciento cuarenta esquinas son sus nombres, que en algunos casos se explicaban como recuerdos de propiedades particulares o de títulos de familia como las esquinas de Conde, las Ibarras, las Madrices, las Peláez, etc. Las calzadas de la ciudad las encontró muy incómodas y consistían en piedra menuda o guijarro con la parte delgada para arriba. Coches particulares había muy pocos; de alquiler apenas los del comerciante Delfino el cual mantenía una línea regular y diaria de diligencias para La Guaira y de paseos para los arrabales de la ciudad. En los días de la visita de Lisboa a Caracas firmó la Municipalidad un contrato en virtud se obligó un empresario a pavimentar toda la ciudad en el plazo de ocho años, construyendo aceras en toda ella, empedrando a la española las calles longitudinales y macadamizando las transversales. Para la realización de esta obra, cedía el Concejo la renta destinada al arreglo de calles que consistía en un impuesto del alquiler de medio mes de todas las casas alquiladas y de cual se descubrió que producía diez y seis mil pesos anuales aun cuando solo se acusaban como entradas por este respecto, siete mil pesos. 

Las tiendas ocupaban principalmente las calles de las leyes Patrias y del Comercio entre la Plaza de San Francisco y la de San Pablo. En ellas vio el Consejero Lisboa profusión del almacenes y quincallas y artículos ingleses, franceses, alemanes y americanos, pero sin que ningún establecimiento brillara pro su decorosa apariencia.

 

Se proyecta en 1853 la urbanización “El Paraíso”

     Cuenta Lisboa que un caraqueño ilustre muy amigo suyo y concejero municipal presentó en ese año a la consideración de la Diputación Provincial, el proyecto de construir el más lindo paseo público que pueda imaginarse en Caracas y el cual de acuerdo con los planes ocuparía seis cuadras de terreno en la parte inferior de la ciudad bordeando por el lado del sur el río Guaire y accesible por el magnífico puente comenzado (Puente Hierro). A los esfuerzos de este mismo amigo de Lisboa debió Caracas el alumbrado que poseía para 1853. Consistía en faroles encristalados, conteniendo cada uno una luz con cuatro picos, pero sin reverberos. Esta iluminación era sostenida por medio de un impuesto de cuatro reales sobre cada cerdo consumido en la ciudad, impuesto que arrojaba una renta anual de cuatro mil pesos.

 

Casas, nada más

     Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más, sin pretensión alguna en la arquitectura exterior. Los tres conventos que subsistían de Monjas, Carmelitas de la Concepción son pequeñas iglesias; el edificio ocupado en parte por el Palacio Arzobispal y en parte por la Universidad de Caracas, es una construcción extensa pero baja y sencilla. Más espacioso, elevado y cómodo encuentra el antiguo Convento de San Francisco, sede en ese tiempo del Congreso Nacional y de la Biblioteca, la iglesia del edificio la califico como la mejor de Caracas, sin exceptuar la Catedral. Esta se encontraba sin acabar y desmoronada por fuera.

 

Cómicos, toros y gallos

     Afirma Lisboa que para 1853 no había un solo teatro en Caracas, pues tal nombre no merecía el miserable lugar denominado la Unión, frecuentado por la clase ínfima de la población. Sin embargo, por los mismos días, la Municipalidad había concedido gratuitamente a una compañía suficiente terreno en la Plaza Bolívar para edificar un teatro capaz de contener dos mil espectadores. Existía asimismo una plaza de toros, inútil pues la afición caraqueña era por el coleo en calles y plazas públicas con grave riesgo de los transeúntes. También había un circo de gallos. Y agrega: “Son los venezolanos apasionadísimos por esas luchas. Personas de alta posición social hasta generales interésanse por tales peleas, crían gallos, hacen apuestas y frecuentan la gallera con gran entusiasmo”.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

Caracas en 1857

La posada de Bassetti

     En el año 1857 visitaron a Caracas un grupo de viajeros norteamericanos. Uno de ellos con indudables condiciones de cronista escribió sus impresiones para el periódico “Harper´s New Monthly Magazine” y las publicó en el año 1858. De allí las tradujo y las dio a conocer por primera vez al público venezolano Juan José Churión. Los viajeros llegan a hospedarse en la posada de Bassetti que está situada en la Calle del Comercio y la cual ostenta en el portal y pintado en un farol el nombre del dueño. l centro de la casa es un gran patio rodeado por amplios corredores. En el dormitorio que se les asigna encuentran hamacas y mosquiteros. La casa es de un solo piso como casi todos los edificios de la ciudad y construida a prueba de terremotos. El patio principal es el centro de vida de la posada; al amanecer los viajeros se preparan para el camino y la taza de café o de chocolate se sirve en el corredor tan pronto como se levantan los huéspedes. Al anochecer, después de la comida, los jóvenes montan sus caballos y salen a pavonearse a los ojos de las señoritas sentadas en las ventanas.

 

Pintura de José Tadeo

Visitando la ciudad el norteamericano encamina sus pasos hacia la plaza de San Pablo. Frente a la Plaza, al lado de la tienda del operador de carretas, en una casa de tres ventanas y tan sencilla en el exterior como en el interior, vive el hombre más rico y poderoso de Venezuela para ese momento: José Tadeo Monagas. 

     El hombre acababa de hacerse alargar su período de gobierno. Le pinta el viajero como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad. Todas las mañanas va a pie o a caballo a la Casa de Gobierno con vestido corriente y nunca solo, sino acompañado de media docena de oficiales de tez morena brillantemente uniformados.

 

Situación del Ejército

     El viajero está ahora en la Plaza Bolívar y observa en la esquina opuesta a la oficina del telégrafo y cerca de la Casa de Gobierno, el cuartel. Un oficial de brillante uniforme está tendido en un banco de la puerta, es blanco. Tirados en el suelo en todas las actitudes hay cerca de 20 soldados indios y negros; su traje es de chaqueta corta, mugrienta, de color marrón o azul y pantalones con raya roja. Le pagan un real al día por ración, cuando les pagan. Mil seiscientos hombres forman la fuerza de Caracas. Cuenta el viajero, que a la hora en que se hacía sentir y oír el soldado en la Caracas de 1857, era después de las diez de la noche, cuando al pasearse los trasnochadores oían su retumbante “quién vive”, al que se contesta inmediatamente: “Venezolano”. El centinela gritaba otra vez: “¿Qué gente?”, y había que contestar: “Ciudadano”. Quien no contestaba a tiempo corría el riesgo de encontrarse con una bala o recibir lo que en una ocasión recibió el ministro norteamericano: un pinchazo del soldado que no sabía de fueros diplomáticos.

 

“El buque está a la vista”, “El buque llegó”

     En otro de los lados de la Plaza Bolívar está el telégrafo, es un edificio pequeño que mira a la Catedral. Un alambre tendido de allí a La Guaira atraviesa la montaña y Caracas está muy orgullosa de su telégrafo. “El buque está a la vista”, “El buque llegó”, son los mensajes enviados por el operador yanqui y que hacen que Caracas soñolienta abra los ojos. El paquebote ISABEL y su capitán Tood, son conocidos de todos los viajeros, su goletica es el único medio regular de comunicación entre Venezuela y el exterior; lleva quincenalmente pasajeros y correspondencia desde La Guaira a San Thomas y hace el enlace con los vapores que llegan allí. En el telégrafo se pagan 25 céntimos por un mensaje sencillo hasta las cuatro, después de esa hora el precio se dobla y se vuelve a doblar después de las nueve de la noche.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

La Quinta Avenida de Caracas

     Al Puente de la Trinidad le llama el viajero la Quinta Avenida de Caracas. E invita al lector a acompañarlo en su excursión por esa calle. “Son las seis de la tarde. Todos los jóvenes pasean por la calle y todas las mujeres bonitas están en las ventanas salientes y enrejadas. . . Qué ojos. . . Qué hombros. . . Qué brazos. . . Qué prueba para un extranjero. Antes del anochecer, es lo más agradable pasear por las calles, pararse en las ventanas de las señoritas conocidas y hablar con ellas a través de los barrotes. Si se tiene un caballo bonito y se monta bien, puede lucir su paseo haciendo estaciones en las ventanas que quiera, pues el caballo puede ir a todas partes donde su amo es admitido”.

 

Danzas, valses, polkas y mazurkas

     Cuando llega la noche los paseantes desaparecen y las ventanas se cierran; a las ocho parece que toda Caracas está durmiendo. A distancia oye el viajero música y al aproximarse ve un grupo de gentes alrededor de las ventanas de una casa. Se acerca y mira. Es un baile y el grupo de las personas que están en las ventanas tiene el derecho de ver el baile, de oír la música y de apreciar y criticar a las parejas. Los bailes se comprometen por turnos que generalmente se componen de cuatro o cinco piezas, un vals, polka, mazurka y siempre una danza. La danza es el baile favorito de los caraqueños: se forma una doble fila, señores a un lado, señoras del otro, la primera pareja se inclina delante de la que sigue, y procede con algunas elegantes estaciones, entre las cuales figura una especia de vals para las dos parejas juntas, concluyendo la figura con un vals sencillo y una polka hasta que todos estén en gracioso balanceo al compás de la música, lo que es muy llamativo y toca motivos distintos para cada fase de la danza. Así hasta las dos o tres de la madrugada, que es cuando se van a sus casas a pie, puesto que dos o tres carruajes que hay en la ciudad son más bien para exhibirlos que para usarlos.

 

Buenas noches, Caracas

     Pero la larga excursión del norteamericano lo ha fatigado. Y ahora dice, “volvamos a nuestra posada. Pasamos en salvo los centinelas cuyos ‘quién vive’ contestamos en la forma autorizada, obedeciendo silenciosamente la orden de atravesar la calle. El sereno embozado y armado acaba de gritar ‘las 12m en punto y sereno’. Miramos al firmamento lleno de estrellas, entre las que resplandece la Cruz del Sur y nos estremecemos pensando en las pulgas que vamos a encontrar. El muchacho medio dormido nos abre al fin la puerta después de estrepitosas llamadas, y buenas noches a Caracas.”

FUENTE CONSULTADA

  • Elite. Caracas, marzo de 1954. Edición extraordinaria.
El viejo cementerio de San Francisco

El viejo cementerio de San Francisco

Días de noviembre neblinosos, grises, enguantados de humedad. Noviembre de los muertos, propicio a las rememoraciones, a los recuerdos de los que han traspuesto la plataforma de su viaje final. Días para evocar tradiciones, leyendas, cuentos, consejos de abuelas o historias de fantasmas. Bajo este mes de nieblas, bajo estos días de duelo nació esta crónica de Alberto Caminos sobre el viejo cementerio de San Francisco, ubicado en pleno corazón de Caracas.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

“Los cementerios particulares”

     Cosas del tiempo y de los hombres de ese tiempo era costumbre antaño, en nuestros días iniciales de la colonia, el poseer Cementerios particulares.

     Con un simple impuesto, con el pago de tal o cual renta, tenían su vida de polvo y hueso los Cementerios de Asociaciones, cuerpos, conventos, etc.

     De ahí este viejo Cementerio del Templo de San Francisco (antiguo convento del mismo nombre), el de la esquina de Los Canónigos, el de San Pedro y tanto otro fácil de señalar por medio de viejas lecturas, en el lomo polvoriento de los textos.

     De ahí que no haya por qué extrañarse el que hoy en pleno Siglo XX, y en pleno corazón de Caracas, la cámara del Repórter haya podido enfocar estos aspectos macabros que más bien parecen estar ubicados en sitios desolados, áridos, tristes, lejos de los bocinazos de los automóviles, de los cláxones de los carros de paseo, de la campanilla lenta de los tranvías eléctricos y de la voz chillona del billetero o el pregonero por menor.

Los franciscanos en caracas

     Obra de auténtico valor, labor de cultura, de enseñanza, la de las Misiones Religiosas en tierras caribes. De ellas resalta por su apostolado y perseverancia a pesar de malos fracasos y pérdidas de vidas, la de los Franciscanos.

     Acerca de la fecha en que llegaron a Caracas los primeros franciscanos se menciona (Padre Lodares) el que un empleado del Archivo Nacional encontrara una nota que decía: “Haber sido el capitán Díaz Alfaro quien trajo los primeros franciscanos a Caracas en el año 1569”.

     Otros autores dicen que fue ese mismo año el valeroso Garci González de Silva y es hasta casi posible que intervinieran los dos, pues el primero de los nombrados vivía en Caracas para el año en cuestión, y el segundo colaboró eficazmente en este asunto de las Misiones Franciscanas. Sin embargo, se cree que el convento no se comenzó a fundar sino hasta el año de 1574, ya que en la memoria presentada por el gobernador de Caracas Don Juan de Pimentel, que llegó a esta ciudad el año de 1577, dice a este respecto: “En esta ciudad de Santiago de León hay un Monasterio de San Francisco, de tapias no durables; comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal que vino de Santo Domingo con otros frailes (ha) tres años a el dicho efecto, en cuya fundación le halló Fr. Francisco de Arta, Comisario que por orden de V. Majestad vino con siete religiosos y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”. Y todavía como para darle mayor consistencia a estas afirmaciones añade un plano de la ciudad en el cual no aparece ningún otro convento sino el de San Francisco y precisamente en el lugar que actualmente ocupa el Templo del mismo nombre.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

     Como ya hemos dicho era costumbre sancionada por la ley esto de los cementerios particulares. Debido a eso el Convento de San Francisco poseía el suyo, donde eran enterrados no tan solo los frailes sino todo aquel elemento pudiente, de significación, que se hiciera acreedor a tal honor o que pudiera hacerlo.

     Buena prueba de ello nos la da la visita que hemos hecho al viejo cementerio del Convento franciscano de Caracas, ubicado en la esquina de San Francisco ocupada actualmente por el Templo del mismo nombre.

     Apellidos conocidos y de relieve en la Colonia. Nombres ilustres de elementos españoles de la época, se pueden advertir en las lápidas que cubren las bóvedas que han resistido el embate de los años. penetra el espíritu una especia de recogimiento mezclado con su poco de pavor el presenciar los sótanos del Templo de San Francisco. 

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

     Ataúdes ruinosos, esqueletos que solo esperan la caricia del viento para espolvorear su hueso centenario, viejas maderas que han probado su calidad, asombran las pupilas del explorador que ignorara la cercanía de paisaje tan grave y tan secular.

     Estrechos pasadizos conducen a los departamentos de los sótanos. Después de la amplia sacristía, caminando poco trecho estamos en ellos. El creyente que reza, el paseante que escampa a las puertas del templo, la muchacha que vino a cumplir la promesa, ninguno quizás sospechará que a pocos pasos suyos se levanta este pequeño cementerio secular, combatido por los años que han hecho mella en su vida de huesos y polvo.

     Los momentos pasados en la tétrica compañía nos han ensombrecido los rostros. Meditaciones, pensamientos, imaginación. Salimos al aire fresco de la calle y ante el paisaje pujante y vigoroso de la vida que ríe y vibra, lo otro parece un sueño”.

FUENTE CONSULTADA

  • Caminos, Alberto. El viejo cementerio de San Francisco. Elite. Caracas, 22 de noviembre de 1949; Páginas 44-45 y 60
Los antiguos patrones de Caracas

Los antiguos patrones de Caracas

Antes de su fundación, Caracas tenía sus santos patronos protectores, a los que la población ha recurrido en busca de ayuda en momentos de zozobras. En esta crónica, Arístides Rojas nos relata la extensa historia de los Santos de la ciudad.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

     “Caracas, así como las demás ciudades de la América española, tuvo también sus patronos y santos tutelares, y sus vírgenes milagrosas. Antes de ser fundada y desde que se pensó en conquistar la belicosa nación indígena de los Caracas, ya en la mente del conquistador Losada bullía, la idea de ofrecer una ermita a San Sebastián, si le libraba de las flechas envenenadas en la empresa que iba a cometer. Y así sucedió en efecto, pues en 1567 se fundó a Santiago de León de Caracas y se colocó la primera piedra de San Sebastián en el lugar que ocupa hoy la Santa Capilla.

     Pero al mismo tiempo que se levantaba esta ermita, se daba comienzo al templo que debía servir más tarde de Catedral, nombrado por patrón de la ciudad al Apóstol Santiago. ¿Y qué patrón más noble podía ambicionarse invocado siempre por el pueblo español, que le reconoció como mensajero de Dios en todos sus aprietos, conquistas y batallas? Desde las orillas del mar hasta las cimas nevadas, jamás santo alguno llego a alcanzar culto más grande ni proporcionó frutos más copiosos al hombre. La primera fiesta dedicada al patrón de Caracas fue celebrada el 25 de julio de 1568, poco antes de perder Losada la conquista adquirida.

     Los conquistadores continuaban con feliz éxito, y vencidas eran las tribus enemigas, cuando en 1574 visitó la langosta los primeros campos cultivados de la triste ciudad. Nueva ermita es entonces construida al Norte de la de San Sebastián, dedicada a San Mauricio, nombrado al efecto abogado de la langosta. Esta desaparece, pero el pajizo templo es a poco devorado por las llamas, logrando el patrón salvarse del incendio y encontrar refugio en la ermita de San Sebastián.

     Tras de Santiago, Sebastián y Mauricio, viene Pablo el Ermitaño, como abogado contra la peste de viruela que azota a Caracas en 1580. El Ayuntamiento de la ciudad dispone levantarle un templo, y antes de que este comenzara, se ordena que el nuevo patrón fuera festejado con fiesta anual en la Iglesia Mayor, con asistencia de los dos Cabildos. A pesar de esto las viruelas volvieron, y en el cementerio que se construyó contiguo a San Pablo fueron enterradas las numerosas víctimas. San Pablo ha dejado su puesta a Talía. Tras de San Pablo debía asomarse la primera Virgen de origen indiano: la Copacabana, de la cual hablaremos más adelante.

     No debía rematar el siglo décimo sexto sin que Caracas enriqueciera con un santo más la lista de sus patrones. Tristes y llorosos andaban los habitantes de la ciudad por los robos que en la costa hacían los piratas, cuando de repente las sementeras de trigo aparecen, en cierta mañana, cubiertas de gusanos que en pocas horas devoran las espiga y despojan a los árboles de sus hojas. Al verse arruinados aquellos pobres moradores, elevan sus oraciones a Dios, y le piden con lágrimas y promesas les salve de aquel ataque destructor. Reúnese el Ayuntamiento, y resuelve que, antes de abrirse la siguiente sesión, escuchen los pobladores una misa dedicada al Espíritu Santo, de quien esperaban les inspirase la manera de salir de tan comprometido trance. En efecto, el Ayuntamiento abre la sesión después de rezada la misa y dispone que se inscriban en tarjetas los nombres de cien santos, y que el favorecido por la suerte sea el patriarca y abogado de las sementeras de trigo. Sale el nombre de San Jorge, y el Ayuntamiento decreta al instante que la fiesta anual de este santo pertenezca exclusivamente a dicho Cuerpo, no pudiendo ingerirse en ella ni el Gobernador ni el prelado. Desde entonces San Jorge fue celebrado anualmente en la Capilla Metropolitana que lleva su nombre.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

     Al comenzar el siglo decimoséptimo aparecen en Caracas dos santos varones de mérito relevante: San Francisco de Asís y San Jacinto; y en 1636, la Virgen de la Concepción. Eran tres templos más, con sus comunidades que venían a aumentar el cortejo religioso de la ciudad de Losada. Y no contenta todavía la población con tres templos, levanta otro en 1656, que dedica a la Virgen de Altagracia, y recibe una Santa americana, Rosa de Lima, que se pone a la cabeza del primer instituto de educación que tenía la ciudad: el Seminario Tridentino, en 1673.

     En una ocasión, por los anos de 1636 a 1637, los agricultores de cacao vieron desaparecer sus arboledas, devoradas por un parásito llamado entonces candelilla, el cual destruía la corteza de los árboles. Deseosos los caraqueños de tener una patrona que protegiera las hermosas siembras del rico fruto en la costa y valles cercanos a la capital, fijan sus miradas en la Virgen de las Mercedes, a la cual levantan un templo en 1638 y le ofrecen una fiesta anual. Rumbosa era esta y con constancia celebrábase todos los años a la Virgen protectora del cacao, al mismo tiempo nombrada abogada de Caracas, y más tarde en 1766 abogada de los terremotos.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

     Al rematar aquel siglo, en 1696, Caracas es víctima de la fiebre amarilla, que llega a diezmar la población. En medio de la más triste orfandad, una inspiración se apodera de lo poco que había dejado la epidemia. Piensan en Rosalía de Palermo, a la cual llaman con súplicas y esperanzas. La santa acude a la llamada de los desgraciados, y estos le levantan un templo. Era una nueva patrona que venía a sentarse en 1a asamblea caraqueña, donde figuraban Santiago, Santa Ana, Mauricio, Pablo el Ermitaño, Jorge, Jacinto, Francisco, varias vírgenes y Rosa de Lima, que aceptaba la capital donde era venerada su compatriota, la Virgencita de Copacabana.

     Durante el siglo décimo octavo, una nueva Virgen, la del Carmelo, visita a Caracas en 1732 y se hace dedicar un convento. Casi en los mismos días, aparece en Caracas una Virgen más; la de la Pastora, que se hace construir un templo en los extremos de la capital, y en la misma época, al Norte de la Ciudad, se levanta el de la Santísima Trinidad rematado en 1783, después de cuarenta y dos años de trabajo. En 1759 llega San Lázaro a socorrer a los leprosos. Últimamente llegaron los neristas y capuchinos, en 1774 y 1783, para levantar dos templos más, a San Felipe y San Juan, y entrar en competencia religiosa con los franciscanos, dominicos, mercedarios, y la colonia isleña que había levantado a la Virgen de Candelaria un templo en 1708.

     Hasta la época del Obispo Diez Madroñero, 1757-1769, no se conocía en Caracas una patrona que llevase el nombre indígena de la capital. Ya veremos cuanto hizo el prelado al bautizar a esta con el nombre de Ciudad Mariana y ponerla bajo el patrocinio de Nuestra Señora Mariana de Caracas.

     Otra Virgen protectora debía surgir igualmente en esta época, la de las Mercedes que llegó a figurar como abogada de los terremotos. Y tanto fue el entusiasmo del Obispo por la creación de vírgenes protectoras de la ciudad, que llegó a pensar en Nuestra Señora de Venezuela, bautizando con este nombre la calle que esta entre la Metropolitana y la Obispalía, dando el nombre de Nuestra Señora Mariana de Caracas a la que corre de la Metropolitana a la Casa Amarilla.

     Pero el culto al cual se decidió el Obispo con todas sus fuerzas, fue el del rosario. No hubo durante su apostolado, semana en que no se rezara públicamente, ni casa de Caracas y de los vecinos campos, donde las familias no cumpliesen diariamente, a las tres de la tarde o a las siete de la noche, con aquel deseo y mandato del Obispo”.


FUENTE CONSULTADA

  • Rojas, Arístides. Crónicas de Caracas. Caracas: Ministerio de Educación Nacional, 1946. Colección Biblioteca Popular Nº 16.
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