Tren de “El Encanto”, Un viaje al pasado

Tren de “El Encanto”, Un viaje al pasado

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Tren de “El Encanto”, Un viaje al pasado

La llegada del tren a Caño Amarillo causaba revuelo entre las personas que lo esperan en el descuidado anden de la estación

     “La llegada del tren a Caño Amarillo causa revuelo entre el centenar de personas que lo esperan en el descuidado anden de la estación. Es temprano. La mañana ha amanecido lluviosa, muy gris y muy fría. En el patio, esperando, se han formado grupos de muchachas que llevan pantalones rancheros. Una señorita antigua, también de pantalones, tocada de una graciosa gorra, rebulle, inquieta. Es, quizás, la más alegre del grupo. Y la más romántica.

     Fue ella la que promovió este paseo dominical, la que animó a sus amigas para ir de “picnic” a El Encanto. Ahora, jubilosa, se mueve de un lado a otro, como pasando revista a ese batallón de jóvenes que van a dejar transcurrir un día “diferente” en el parque mirandino, famoso, otrora, dizque por las aventuras amorosas vividas en los umbríos senderos o al pie de las ruidosas caídas de agua.

     Algunas llegan retrasadas para la hora de la cita.

     ¿Qué más da?, todavía no aparece el tren ni el taquillero, se despereza, remolón, aprovechando los últimos minutos de sueño, aprovechando la tradicional impuntualidad venezolana. Todas, cargadas de maletines y cajas, van preparadas para la excursión. Cerca, un joven solitario mira a hurtadillas las bien formadas caderas de una trigueña y piensa para sus adentros.

̶ Hombre, cualquiera diría que van para el desierto

     En el fondo, despectivo ̶ como bien solitario ̶ se mofa de esas precauciones. ¿Para qué esos preparativos y esa pesada carga de maletines? Él apenas lleva un traje de baño, una toalla y una caja de chicles que se echó al bolsillo para quitarse el tufo cuando regrese a su casa por la tarde. Lo demás, la comida y la bebida, lo comprará en El Encanto, parque recuperado para el turismo nacional por la agencia vegetal del Ministerio de Agricultura y Cría y por la visión comercial del Gran Ferrocarril de Venezuela. Ensimismado en este y otros pensamientos, hunde las manos frías en el pantalón y desprecia las humeantes tostadas que le ofrecen en el cafetín de la estación.

     De pronto, en el recodo de la línea férrea, aparece el tren. Lo reciben con gritos. Unos se entusiasman al ver, de lejos, los vagones color ladrillo.

̶ ¡Qué bonito!, es un tren nuevo. . .

Pero el solitario, sin abandonar su actitud displicente, dice con autoridad.

¡Qué va a ser nuevo! Es que pintaron los vagones viejos. 

     En la esquina, frente a la estación, tres borrachitos discuten sobre política ferrocarrilera y hablan del tren aéreo de Mr. Hasting.

En el tren que va a El Encanto hay pasajes de primera y de segunda. los vagones son iguales. Los de primera tienen asientos de esterilla

     En el tren que va a El Encanto hay pasajes de primera y de segunda. Los vagones son iguales. Los de primera tienen asientos de esterilla. Los de segunda de madera. Por dos bolívares más ̶ que es toda la diferencia ̶ una satisface la vanidad de viajar en primera. A las ocho en punto, después de dos pitazos, sale el tren. Es una salida violenta. El tren pasa por El Guarataro. Desde la ventanilla se ven patios de casa de vecindad, balcones donde se asoma curiosa una pálida mujer con un niño en brazos.

     El tren es todavía un espectáculo maravilloso para esta Caracas moderna que amanece, pobre y soñolienta, hacinada en estos como miserables conventillos, soñando en las carreras del “5 y 6”. La estación de Palo Grande. Los viajeros del lado derecho se levantan para mirar por las ventanillas de la izquierda. Los de la izquierda tratan de mirar por las ventanillas opuestas. Nadie, se nota, está conforme con su paisaje.

     Cruza el tren por los pasos a nivel con la alegre carga de los vagones.

     Las personas que observan en los automóviles detenidos en la carretera parecen tener envidia. ¡El tren, el tren! La velocidad que desarrolla la locomotora es alarmante. Corre a razón de veinte kilómettros por hora a través de labrantios, por un terreno plano, pero siempre hacia los cerros remotos. A ratos, cuando toma una curva inclinada, se piensa en un descarrilamiento.

Una señora que reza entredientes, mirmura:
̶ Menos mal que vamos en los primeros vagones. Los últimos son los que se “volcan”.

Su hija, con aires de bachileram, le corrige:
̶ Se vuelcan, mamá. . .

̶ Bueno, niña, como sea, pero lo cierto es que una vez. . .

     Y cuenta un episodio de su juventud. Nadie escucha. Cerca, una pareja de enamorados, abstraídos, se miran a los ojos, olvidados de este pequeño mundo que se mueve en el vagón.

     Ya los oídos se han acostumbrado al monótono ruido de la máquina. La garúa se ha convertirdo en una lluvia fuerte que obliga a cerrar los vidrios. Alguien canturrea en el fondo. ¿Y la señorita antigua? ¿Qué se ha hecho a todas estas?

La buscan por todo el vagón sin encontrarla.

̶ Es que viene en segunda ̶ dice alguien.

     En Los Teques se detiene el tren. El Encanto dista apenas 12 kilómetros. ¿Por qué la parada entonces? Los viajeros desprevenidos no le dan importancia. Bajan porque todo el mundo baja. En un cafetín cercano se apiñan al mostrador para pedir café o refrescos. El solitario, lejos del grupo, sonríe cuando ve que uno de los viajeros compra una lata de galletas, unos chocolates y una botella de brandy. No está lejos El Encanto. ¿Para qué estas provisiones? La sonrisa de indulgencia se acentúa al regresar al tren, que pronto reanuda la marcha.
Ahora la velocidad es mucho menos alarmante. Corre a diez kilómetros por hora y parece que va a detenerse a cada momento.

De la estación de Los Teques a la estación de El Encanto apenas hay 12 kilómetros

     El Encanto es un paisaje melancólico. La lluvia es pertinaz cuando el tren llega a la estación. Los viajeros comienzan a preocuparse. ¿Dónde van a guarecerse? Hay, por fortuna, unos canayes y en ellos se refugian. El paseo apenas comienza pero todos están arrepentidos. Quieren regresar a los vagones: piensan en elevar una solicitud colectiva para retornar de inmediato.

     El tren, sin embargo, ha desaparecido misteriosamente. Allí está un centenar de personas abandonadas a su suerte. Mientras escampa, la gente abre los maletines y se entretiene comiendo galletas, sandwichs.

     El solitario busca el cafetín de la estación. Pero no hay cafetín ni nada que se le parezca.

̶ ¿No se puede comprar nada? ̶ pregunta, ansioso, recordando las tostadas de Caño Amarillo y las botellas que vio en la bodega, en Los Teques.

Un soñoliento empleado del ferrocarril, le contesta, con desgano.

̶ Por ahí est á un hombre que vende café y ternera. . .

̶ ¿No se podrá conseguir una botella de brandy?

El empleado bosteza.

̶ ¿Brandy? No juegue. Aquí como no le caiga de cielo, no se consigue ni agua.

     Es cierto. En El Encanto solo se consigue “naturaleza”. Y naturaleza inclemente. El hombre de la ternera aviva las brasas de un rudimentario fogón. Remueve en una lata sucia un poco de carne, llena de grasa. En una olla calienta café. ¿Café? Es un agua oscura, sucia. Saca la greca y la golpea contra una piedra. Luego vuelve a introducirla en la olla ante la mirada indiferente de las personas que lo rodean.

     Antes, los primeros domingos ̶ va contando, mientras la carne se chamusca en el fogón ̶ esto estaba muy animado. Venían hasta veinte vagones. Después, ha ido decayendo. Y es que el que viene no regresa. Es una lástima porque el paseo es bonito.

El solitario lo mira de reojo.

̶ ¿Llueve siempre por aquí? ̶ pregunta por preguntar algo.

̶ Hasta las once y media, después sale el sol. . .

A las once y media, efectivamente, sale el sol. Un sol triste, húmedo. Los viajeros se deciden a bajar al parque por una pendiente resbalosa llena de barro. De trecho en trecho se leen algunos carteles.

“Diviértase sanamente y evite las sanciones policiales”. “Cuide este parque que que es suyo”.

El Encanto es un paisaje melancólico
El Encanto es un paisaje melancólico
Desde la estación de Palo Grande se puede observar El Guarataro, con sus numerosas casas de vencidad
Desde la estación de Palo Grande se puede observar El Guarataro, con sus numerosas casas de vencidad

     Esto último no pasa de ser una ironía porque el parque es propiedad de la compañía únicamente. Tan egoísta es que solo se puede llegar a él en un ferrocarril. En el Gran Ferrocarril de Venezuela.

     Abajo, hay un pozo de aguas turbias. Alrededor, unas mesas rústicas, unos bancos. Más allá, un caney, con techo de zinc y unos cuartos pequeños para divertirse.

     Mientras algunas animosas muchachas se bañan, otras juegan a la orilla con un balón.

Un delgado joven imberbe trota por un sendero e invita para una pequeña excursión botánica.

̶ Tengan cuidado, niñas que el camino está que es un horror.

̶ Advierte a las jóvenes que le siguen y que no pueden contener la risa.

     En las mesas, las personas de edad, improvisan el almuerzo. En la caravana ha venido un señor muy serio, muy cuidadoso. Le acompañan su señora y sus hijos. Escoge la mejor mesa y comienza sus preparativos. Despliega un mantel de hule a cuadros, pone los cubiertos y abre las viandas.

̶ Macarrones, arroz, pollo. . .

     El solitario, que ha tenido que conformarse con unas naranjas, mira de soslayo y con envidia cuando le ve servir dos whiskey.

̶ ¿Macarrones y hule a cuadros?  ̶  rumia con rencor. Eso es pavoso. Seguro que vuelve a llover.

     Y como si fuese obra de brujería, llueve copiosamente. Hay desbandada general. Por las pendientes bajan con precipitación los grupos que habían ido a recoger matas. Una retrasada pareja de enamorados que no tuvo tiempo de llegar hasta el caney se cobija, las manos entrelazadas, bajo unos árboles mientras la lluvia los empapa completamente.

     Todos piensan en el regreso. Todos menos el solitario que ha entablado amistad con el señor de la botella de whiskey para procurarse un trago.

     El ascenso es penoso por las cuestas resbaladizas. Cerca de la estación, se forman otra vez los grupos. Unos comen, otros juegan. El incansable joven revela ahora sus conocimientos sobre mecánica e invita a subir a una pequeña casa para ver el paisaje. Desde el minarete, através de la bruma, se atisba el paisaje melancólico delos cerros.

     A lo lejos como una cuerda tendida en el vacío se divisa un viaducto. Más allá, casi perdida en la espesura, blanquea la finca de Julio Martínez.

     Por la vía que va hacia Valencia se alejan algunos jóvenes. Como tardan, una preocupada señora, sale a buscarlos, caminando con agilidad increíble a sus años entre guijarros y traviesas. Al encontrarlos reconviene.

     ̶ Muy bonito que lo han hecho. . .

Es hora del regreso. El tren pita dos veces. Otra vez cruza campos y cerros con lentitud. Todos parecen cotentos. Una botella de brandy pasa de mano en mano. Se improvisa un baile en uno de los vagones. El tren deja atrás Los Teques.

̶ ¿Cómo? ¿Ya vamos a llegar?  ̶ pregunta la joven enamorada mientras la mirada desvaída se pierde en la tristeza de la tarde.

La máquina se acerca a Caracas al anochecer.

En las casas de vecindad, las luces, mortecinas, no ocultan sin embargo el drama de la miseria.

El solitario deciende del tren en Caño Amarillo, casi innadvertido entre los apresurados viajeros. En el cafetín pide una cerveza.

̶ El Encanto   ̶ dice al botiquinero con desdén ̶  Es lo más aburrido del mundo.

Cerca, más abtraídos que nunca, los enamorados lo miran y sonríen con lástima”.

Fuentes consultadas:

  • Pacheco Soublette, Federico. Tren de El Encanto. En: La Esfera. Caracas, 10 de febrero de 1953; pág. 10

Primera sede de la academia militar de Venezuela

Primera sede de la academia militar de Venezuela

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Primera sede de la academia militar de Venezuela

Alejandro Chataing, arquitecto del hoy Museo Histórico Militar, conocido también como Cuartel de la Montaña

     El ingeniero y arquitecto Alejandro Chataing, ganador del Concurso abierto por el Ministerio de Obras Públicas, el 4 de julio de 1903, completa la construcción de su proyecto para la Academia Militar de La Planicie, en Caracas. El edificio fue terminado el 4 de abril de 1906 y decretado Academia Militar de Venezuela el 5 de julio de 1910. La revista El Cojo Ilustrado publicó en enero de 1904, el proyecto de creación de la Academia Militar, donde se puede apreciar en detalle la magnitud de la obra de la primera sede de dicha institución castrense. 

     “A comienzos de 1904, el gobierno de Cirpieano Castro dio órdenes de que se diera inicio a los trabajos de construcción del edificio de la Academia Militar de Venezuela, decretada el 4 de julio del año anterior.

     Como se sabe, fue abierto el concurso entre los ingenieros arquitectos venezolanos para la presentación de planos y proyectos, y de todos los enviados merecieron el primer premio los del señor doctor Alejandro Chataing, a quien se nombró director científico de la obra. 

     La reproducción que hoy hacemos de los mencionados proyectos, los datos que nos es permitido publicar (dada la naturaleza militar de la obra y consiguiente prohibición de hacer conocidos determinados detalles de esta especie de trabajos y establecimientos), y la competencia generalmente reconocida del joven arquitecto al que tiene ya recomendado una serie de notables y aplaudidos trabajos, permitirán a los lectores formar concepto acerca de la importancia, utilidad y magnitud de una obra que múltiples razones de progreso, de civilización y de interés nacional hacían ya indispensable.

     El lugar destinado para el edificio es el área de terreno que comprende la planicie situada en la colina que demora al Noroeste de la denominada Cajigal y al Oeste de esta ciudad. Como se verá por las reproducciones, el edificio que se ha comenzado a construir constará de cuatro cuerpos en los cuales se instalarán los distintos servicios.

     El primer cuerpo, saliente del Este, hacia Caracas, será de dos pisos y en él se colocarán las distintas dependencias de la Escuela propiamente dicha;

     El segundo cuerpo, que da al Norte, está destinado a las habitaciones de los directores, profesores e instructores;

     El tercer cuerpo, que da al Oeste, hacia el lugar denominado Catia, contiene el comedor de los alumnos, con su correspondiente cocina y dependencias; y

     El cuarto cuerpo, con fachada al Sur, se destina a los servicios generales.

     Todos estos cuerpos van ligados por los dormitorios o cuadras de los alumnos, formando el conjunto del edificio, alrededor de un gran patio de maniobras.

     En los cuatro ángulos del establecimiento irán los servicios de baños y W. ̶  C.

Ejercicios de gimnasia de un grupo de soldados, en la recién inaugurada sede de la Academia Militar, en 1906

     La mayor parte del edificio será de un solo piso, porque a causa del gran movimiento de personal, las escaleras y los pisos dificultarían la vigilancia y acarrearían numerosos inconvenientes a profesores y a alumnos. La entrada principal está hacia el Este, en el centro del primer cuerpo. En el vestíbulo irá la prevención; a su derecha, el despacho del jefe de cadetes y la guardia, en comunicación con la sala de bandera. A la izquierda, el despacho del director y la secretaría, comunicado con el despacho de los profesores. En cada ángulo de este cuerpo va un pabellón octogonal, de un solo piso, destinado, respectivamente a Biblioteca y a Museo.

     A ambos lados de este cuerpo están las escaleras que dan acceso al segundo piso. Luego, los salones de clases, dispuestos en anfiteatro. En el interior de este conjunto queda determinado el patio de honor, rodeado de corredores, con indicación en el centro para un monumento, que el doctor Chataing propone sea la estatua del sabio Cajigal, fundador de la primera Academia Militar de Venezuela, y el busto del Coronel Don Nicolás de Castro, primer profesor de fortificación que hubo en el país.

     Al fondo del patio está la sala gimnástica y a sus extremos los pasadizos de comunicación con el interior.

     En el piso alto hay también dos salas más para clases; otra para laboratorio de Física y Química y otra para recitaciones. Sobre el gimnasio van las salas de dibujo y hacia el frente, el salón de recreo, que en caso necesario, está destinado a conferencias y exámenes.

     El sistema de anfiteatro para las clases es el rectangular, a fin de hacer más fáciles los accesos; se ha calculado su capacidad a razón de uno y medio alumnos por metro cuadrado, con entradas especiales para el profesor y para los alumnos, y el alumbrado va dispuesto, bilateralmente, a fin de hacer la luz difusa. El alumbrado de las salas de dibujo se obtendrá por medio de anchas vidrieras, a poco más de un metro de distancia del suelo hasta veinte centímetros bajo el plafond. El alumbrado de la sala gimnastíca se hará por medio de ventanas situadas en la parte superior de los muros, a fin de que puedan practicarse ejercicios contra éstos.

Samuel McGill, oficial chileno, primer director de la Academia Militar de Venezuela. Autor del primer reglamento de funcionamiento de la Academia

     Las habitaciones de los directores y profesores serán construidas con todas las condiciones de comodidad y belleza que requiere el rango de las personas que van a ocuparlas; provistas de salas de recibo, amplio comedor con servicio especial completo; dormitorios independientes con sus respectivos gabinetes de toilette, baños y W. ̶  C. especiales y cuartos para el servicio.

     El comedor de los alumnos está en el cuerpo del Oeste; es rectangular, con ventanas a ambos lados, en el sentido longitudinal, que dan unas hacia el patio de la cocina y otras al de maniobras. Las mesas van dispuestas perpendicularmente a la longitud, con pasajes de dos metros y el inter-eje de dos y medio, calculadas doce de a diez alumnos cada una. El piso, paredes y  plafond serán construidos de materiales que puedan lavarse con frecuencia. 

     Entre el comedor y la cocina habrá un patio de luz, con un pasillo cubierto, al centro, para el servicio. A un lado de la cocina van dispuestos departamentos para depósitos de víveres, ecónomo, servicio, etc., y del otro lado, para lavandero, aplanchadero, etc., etc., con salidas a la parte posterior, para que este personal no trafique hacia el interior de la Academia.

     El parque irá situado en punto y forma apropiado a su naturaleza, teniendo anexos sus talleres de reparaciones, depósitos, sótanos y entresuelos.

     La caballeriza va colocada del mismo lado de aquél, pero separada por un patio. Será de doble sistema, con pasaje central, los caballos separados a 1 m.50, con ventanas a ambos lados, suficientes para alumbrado y ventilación, y altas para que la luz no hiera la cabeza de los caballos; calculada su capacidad a razón de 38 metros cúbicos de aire para cada caballo; piso pendiente desde el comedero hasta la canal destinada a desagües; pavimento impermeable y sordo. Al lado, depósito de monturas. 

     La enfermería irá al Sur; con capacidad para siete enfermos; tratada como sala de hospital, con departamentos para clínica y farmacia.

     Los dormitorios enlazan los cuatro cuerpos: están dispuestos en longitud, simples en profundidad, con dos series de lechos solamente, ventanas a ambos lados, orientadas de norte a sur. A fin de que los vientos reinantes de este a oeste renueven constantemente el aire. Son solamente accesibles por sus extremidades y en cuanto a superficie corresponden a cada alumno tres metros y veinte centímetros cuadrados y veinte y seis metros cúbicos de aire. Como dependencias necesarias,  tiene cada cuadra dos gabinetes para los vigilantes, otro guarda-ropa y otro para lavabos.

     Los baños consistirán en juegos de regaderas y grandes estanques que sirvan de natatorios.

     La disposición que se ha dado al gran patio permite ejecutar maniobras privadas. Alrededor de él corre un pórtico cubierto, que será destinado a ejercicios de invierno.

     En la parte central se colocarán cuatro torres circulares con escaleras de hierro que permitan ocupar rápidamente la azotea por todos lados en un momento preciso y que servirán, a la vez, de vigías.

     El edificio irá circunvalado por una calle de cinco metros de ancho; y su construcción estará sujeta, naturalmente, a todas las prescripciones estratégicas y de defensa que requieren su destino y naturaleza.

Vista del edificio de la Academia Militar de Venezuela, inaugurado en 1906
El Museo Histórico Militar está situado en el sector Monte Piedad en la parroquia 23 de Enero del Municipio Libertador, en Caracas

     Según las disposiciones del Código Militar ya publicado y que entrará en vigencia el próximo 19 de abril venidero, la Academia tiene por objeto la formación de Oficiales para infantería, artillería, caballería, ingenieros y Estado Mayor del Ejército.

     Se regirá por un reglamento especial y las materias de estudio se dividirán: en un curso general para todos los alumnos de cualquier arma a que se dediquen y cursos especiales para las distintas armas, comprendiendo los siguientes estudios: Administración militar, Aerostación militar, Algebra, Algebra superior, Anatomía, empleo, enfermedades del ganado y su tratamiento, Armas portátiles, Arte de la guerra, Arte de edificar en sus aplicaciones militares, Apreciación de distancia, Balística, Balística superior, Cálculo diferencial e integral, Cartografía militar, Castrametación, Código militar, Constitución Nacional, Construcción de caminos,  puentes, telégrafos y teléfonos militares, Construcción de cañones, proyectiles, espoletas y montajes.

     Contabilidad militar, Derecho internacional, Derecho de la guerra, Defensa de costas, Descripción del material de guerra, Dibujo lineal, descriptivo y topográfico, Dibujo de fortificaciones y armas de fuego, Esgrima, Esgrima del sable y lanza a pie y a caballo, Explosivos y sus aplicaciones, Equitación, Estrategia, Estudio comparativo de los Ejércitos de Europa y América, Estudio especial del material de campaña, montaña, sitio, fortaleza y costa, Fortificación de campaña, Fortificaciones provisionales, semipermanentes y permanentes, Geometría, geometría analítica y descriptiva, Geometría militar, Gimnástica, Higiene militar, Historia militar.

     Levantamiento y lavado de planos, Legislación militar extranjera, Moral militar. Mecánica aplicada, Minas, Material de ingenieros, Material de artillería, Organización militar de ejércitos modernos, Química aplicada al material de guerra, Reconocimiento, Servicio de guarnición y campaña, Táctica superior, Táctica de las tres armas, Telegrafía, Topografía, Táctica aplicada, Vías de comunicación”.

Fuentes consultadas:

  • El Cojo Ilustrado. Caracas, 15 de enero de 1904

Rafael Guinand inició cosecha de humoristas

Rafael Guinand inició cosecha de humoristas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Rafael Guinand inició cosecha de humoristas

     En entrevista concedida al diario el Universal en 1932, veinticinco años antes de su desaparición física, el recordado actor caraqueño cuenta pasajes de su carrera y cómo ve la actividad teatral que entonces se desarrollaba en el país

     En tiempos de crisis a lo largo de la historia del país, el venezolano se ha acostumbrado a reír como una manera de “darle base por bolas” a las situaciones difíciles.

    Por esta época de alta tecnología, en la que una gran mayoría interactúa en las redes sociales como Instagram, Twitter, Facebook, TikTok, WhatsApp, etcétera, abundan los mensajes ácidos o “memes”, que se burlan de las diversas situaciones cotidianas relacionadas con el asunto político, al tiempo que se presentan algunas parodias en teatros y proliferan en algunos locales nocturnos los denominados stand ups.

    “El humor es una manera de hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta que está pensando”, dijo en una oportunidad Aquiles Nazoa, uno de los grandes humoristas en la historia del país, cuya obra quedó plasmada en revistas, libros, obras de teatro y espacios de radio y televisión.

1. Rafael Guinand escribió sus propias obras, fue poeta, columnista en la prensa caraqueña y alcanzó la cúspide de su carrera cuando comenzó la radio en Venezuela

Guinand pionero

     Mucho antes que comenzaran a circular los memes en la red, los stand ups, y aquellos famosos espacios de la TV como Radio Rochela, el Show de Joselo o Bienvenidos, el público venezolano consumió humor de alta calidad a través de las crónicas, artículos y caricaturas que se publicaban en los diarios y en publicaciones especializadas como, por ejemplo, “Morrocoy Azul” y “Fantoches”, en los que destacaban las firmas de Francisco Pimentel (JobPim), Miguel Otero Silva, Manuel Martínez, Pedro León Zapata. . . 

     La ocasión es propicia para recordar a uno de los primeros artistas que en nuestro país cosechó el arte del buen humor, como fue el caraqueño Rafael Guinand, considerado como uno de los cómicos pioneros, quien se inició muy joven como actor de teatro y con el tiempo fue cultivando el género del sainete.

     Guinand también escribió sus propias obras, fue poeta, columnista en la prensa caraqueña y alcanzó la cúspide de su carrera cuando comenzó la radio en Venezuela.

     Llegó a personificar a “Juan Bimba” y su famoso programa “El Galerón Premiado” alcanzó niveles récord de audiencia en los años cuarenta.

     El Galerón Premiado se transmitió por más de una década a través de Radio Continente y un circuito de 17 emisoras en casi todo el país. Salía al aire los días jueves. El espacio se iniciaba con un “aló, aló, cambio, cambio” … Guinand fingía hacer llamadas telefónicas a diferentes lugares de Venezuela exponiendo, a través de distintos personajes, motivos que provocaban hilaridad y alegría en los hogares que sintonizaban.

     Sus personajes en el teatro y en la radio siempre representaron al hombre del pueblo, risueño, chistoso, dicharachero y fatalista, que aceptaba su situación de pobreza con buen humor y resignación.

Conversación con el artista

     Guinand nació en Caracas, el 12 de marzo de 1885 y falleció en su residencia capitalina de la urbanización Vista Alegre el 13 de noviembre de 1957, a la edad de 72 años. 

     A raíz de su desaparición, la revista Crónicas de Caracas, en su edición de diciembre de 1957, reprodujo una entrevista que publicó en dos entregas el diario caraqueño El Universal los días 30 de noviembre y 1 de diciembre de 1932, en la que Guinand le cuenta a “Crispín Valentino” (la mencionada publicación afirma que se trata de un seudónimo) interesantes aspectos de su carrera como actor.

     Nunca habíamos charlado con Rafael Guinand. Lo conocíamos solamente en su faz de cómico venezolano, en el escenario o en el disco, y nuestra admiración por él nos hacía detener para escucharlo con cierta curiosidad por adivinar la facultad de aguda percepción, fría, que denunciaban esos retratos fieles de nuestra psicología global; pero es otra personalidad, analizadora, intelectual, apenas la conocíamos por la referencia de algunos amigos que se limitaban a decirnos: “Guinand es un hombre triste”. Una especie de Garrick, nos decíamos para nosotros mismos y la curiosidad por obtener datos seguros de su otro yo se atenuaba por el temor de encontrarnos en un caso más de la tragedia del payaso, tan explotada en todos los sectores literarios y escénicos, y que de tanto suceder se ha hecho ya algo común, y por tal desprovisto de interés.

Rafael Guinand, actor, poeta, autor dramático y empresario teatral. Fue uno de los pioneros del humor radial

     Por eso ayer cuando se nos encomendó la misión de entrevistar a Guinand, nos limitamos a trazar un cuestionario en las cuartillas encaminado a que el cómico nos diera varias anécdotas de sus aventuras, que divirtieran al lector, eludiendo encontrarnos con esa otra personalidad aureolada por la tristeza de los payasos con que se nos había presentado al Guinand hombre.

     Tomamos el camino de la residencia de Rafael ̶ Altos del Cenizo número 9 ̶ y preguntamos aquí y allá, pudiendo llegar frente a una casa de modesto aspecto, pero ancha y espaciosa, ventilada y rodeada de un ambiente tranquilo que envidiamos los condenados a residir dentro del tráfago ciudadano. Allí apenas rasga el silencio el zumbido de la brisa de los muchos árboles que rodean “el rancho” del cómico, y las bocinas de los automóviles se escuchan como una bruma de sonidos que no llega a erizar los nervios, ni a enredar las ideas.

  ̶ ¿El señor Guinand?

 ̶ Tenga la bondad. Voy a llamarlo.

     Pasamos a la decente salita de recibo y esperamos unos escasos minutos, al cabo de los cuales apareció Rafael en traje de casa, con su figura y su voz humanas, opuestamente distintas a la que nos suministra el cómico criollo que la mayoría conoce. Con un cordial apretón de manos nos saluda, y damos comienzo a una de las charlas más interesantes que hemos sostenido en nuestra vida reporteril. Tan interesante desde los primeros momentos que olvidamos nuestra misión y no habíamos estampado el primer apunte sobre las cuartillas. 

Rafael Guinand no es un hombre triste, su piscología no es la de la otra faz del payaso explotada hasta ahora; es, simplemente, un hombre culto. Nos habla de su casa con entusiasmo por la tranquilidad del ambiente que la rodea, y su fraseología salta ágil dentro de la expresión controlada, sin que sea posible imaginar que este hombre pueda asumir con tanta facilidad el papel de hombre de nuestra multitud.

 

¡Estábamos frente al autor teatral, frente al intelectual!

 ̶ ¿Solamente has escrito teatro?

 ̶ No.  He escrito cuentos, y también versos, si eso puede llamarse mi obra literaria

 ̶  Entre mis cuentos los que te puedo mencionar son “El último Carro” y “La Sirvienta”, por considerar, a mi juicio, desde luego, que sean los mejor realizados. Y versos. . .

 ̶ ¿Festivos?

 ̶ Te voy a decir: por “tomadera de pelo” los he escrito, pero también he querido elaborarlos con seriedad. . .  Más yo los abandoné hace diez o doce años. Comprendí que no servía para escribirlos, aunque ahora últimamente en las propagandas escribo de carrera algunos del género festivo.

 ̶ ¿En teatro?

 ̶  ¡Ah! Es donde he hecho más obra: “El Rompimiento”, “Amor que Mata”, “Por librarse del servicio”, “El Dotol Nigüin”. “Los Bregadores”. “La Gente Sana” y algunos sainetes más.

  ̶ ¿Y en preparación?

  ̶ “Las Glándulas del Mono” y uno que había titulado “La Costumbre”, pero este título no me da toda la intención de la obra.

 ̶ ¿Sainete?

 ̶ Si, la forma exterior de sainete, pero adentro, muy adentro, está algo que me va a hacer estudiar en mí mismo una nueva actitud de cómico sin que me quite, desde luego, la médula central de mi género.

 ̶ Entonces. ¿Crees que la forma de teatro que más nos conviene no puede salirse del sainete?

Guinand fue el autor de “El Rompimiento” (1917), obra teatral fue llevada en 1938 al cine, y se convirtió en el primer largometraje sonoro producido en Venezuela

̶ Si. Estoy convencido de ello: el sainete trae a la escena la huella fresca de la región, está desnuda la psicología del pueblo, de los seres que no se barnizan con las costumbres internacionales, y es lo que puede alumbrar el verdadero eje de nuestro teatro y enrumbarlo hacia una realización definitivamente delineada y distinguida. Porque la alta comedia de todos los países y de todas las lenguas tienden a uniformarse, a meterse dentro de un molde general, universal, algo así como sujeta a un denominador común que impide distinguir su procedencia exacta, como lo hace el sainete. Pero nuestros autores lo rehúyen, quieren elevarse por encima, de humanizar el teatro, y por eso nuestro arte escénico no ha podido empujar como lo debe. No obstante, hay autores teatrales entre nosotros que han comprendido la importancia del sainete para perfilar el carácter de los criollos, y han logrado obras excelentes, como son Ayala Michelena, Barceló, Leoncio, Gustavo Parodi, Otazo, Innes González.

 

̶ ¿Crees que, si nuestros literatos la emprenden por escribir sainetes, lograrían algo?

 

̶ A mi simple juicio, creo que deben hacerlo, pues si alguna ruta existe para iniciar una labor social, es ésta, y nuestro pueblo requiere conocer mejor sus valores, y éstos necesitan ponerse más en contacto con las masas, aún desprovistas de la más elemental idea de lo que es el sello criollo. Estoy seguro de que el teatro sería el más poderoso factor para impulsar esta campaña nacionalista que ha venido tomando calor espontáneamente, de una manera inconsciente, porque el hombre corriente, sin espíritu de selección, se encontraría de pronto frente a una revelación: que, en el país, en la tierra, existe de todo lo que nos viene del extranjero, y le tomamos cariño.

̶ En esto del criollismo, Rafael, fuerza es reconocerlo, tú has sido lo que bien puede llamarse: un apóstol abnegado y paciente.

 

̶ No, chico. Es que a mí me da dolor, por ejemplo, algo que he visto en nuestro Mercado Principal. Una mujer venezolana trigueña y “pimentosa”, como dicen ahora, tiene un puesto de vender masa, producto de maíz venezolano y vendida a los venezolanos . . . pues esta mujer no tiene ningún inconveniente en colocar un cartel que pregone: “Masa americana”. Y otro ejemplo: en el departamento de frutas observo el otro día que un individuo está rotulando unos frascos de encurtidos criollos; me acerco y me encuentro con que los rótulos están timbrados con palabras inglesas. Y aún otro caso más rotundo todavía. En cierta ocasión me encontraba en Maracaibo en uno de los principales hoteles y en vista de que en ninguna de las horas de comida se veían caraotas, yo que soy un ferviente devoto de nuestras clásicas “negritas”, me acerqué al mozo, y le pregunté: “¿Es que aquí no preparan caraotas?” Si, pero no las traen a la mesa. Y no me explico, como lo dije en una charla sobre la caraota negra, por cuáles causas nos ruborizamos con nuestras caraotas, cuando los españoles se ufanan en nombrar sus garbanzos, y así todos los individuos de las distintas nacionalidades con sus platos característicos.

Rafael se levanta del sofá donde se encontraba sentado y nos dice:

̶ A propósito, espérate que te voy a buscar un regalo que me enviaron a la Broadcasting, y el que tengo cuidadosamente guardado.

Guinand se dirige hacia los apartamentos interiores y regresa a los pocos minutos, trayendo consigo una cajita de cartón, la cual abrió ante nuestras pupilas curiosas: 

̶   Son “macagüitas”. Apuesto a que no las conocías.

̶   No.

̶  Es una de las granjerías criollas que más abundaban en la Caracas de los otros tiempos; pero hoy ni se conocen. Estas me las envió alguien que escuchó mis evocaciones por todas las granjerías desaparecidas.

Nuestro entrevistado saca su pitillera y nos obsequia un cigarrillo, el cual encendemos, mientras Guinand tapa amorosamente la cajita de macagüitas y vuelve a tomar asiento.

̶  Pues bien, chico, volviendo a lo del teatro nacional. Yo creo que aquí hace falta una Sociedad de Autores que se preocupe más, y, algo, muy importante, y en nuestra Escuela de Música y Declamación se abra una clase de arte teatral venezolano. Así se lograría que nuestras mujeres de la clase media le perdieran esa ojeriza al escenario, ya que el crisol de la Academia, ennoblecería, por decirlo así, el oficio del actor venezolano, tan denigrado y tan castigado por la opinión. Y creo que en la clase media es donde se conseguirían mejores elementos que en la “élite”, pues casi todos los artistas de todos los países han salido de ese sector intermediario, pobre, pero capaz de cultivarse acaso por esa misma pobreza.

El Rompimiento (1938) película de A. M. Delgado Gómez, sobre el sainete homónimo de Rafael Guinand

     Nos entusiasma la idea de Guinand, y abandonando lápiz y cuartillas, nos acomodamos mejor en nuestro asiento para considerar extra-interviú el excelente proyecto, junto con la personalidad que se encuentra frente a nosotros. Porque Rafael está en ese instante en la posición del analista frío y razonador, que mira aristas en las cosas, gracias a un detenido estudio de la materia que lo capacita para preparar jóvenes y enrumbar el arte escénico venezolano por una ancha ruta labrada con esfuerzos mortificantes y pacientes. No es ni el actor, ni el autor:  es el crítico, es el maestro. Guinand aspira a que nuestra escuela teatral encuentre acogida en el ambiente académico, que fluyan reglas disciplinarias para recoger los efluvios de nuestra psicología y encerrarlos en el rostro y en la palabra; y es aquí donde se nos muestra el Guinand más entusiasta, menos triste, más culto.

     Sin pedantería, con una calma caliente en sus palabras, Guinand nos va explicando sus conceptos sobre teatro, y hace nacer en nosotros la curiosidad por conocer el origen de la afición teatral en el cómico, actor y crítico.

̶̶ Mis primeras actuaciones teatrales comenzaron junto con la de un grupo de aficionados. De noche en noche dábamos funciones en la esquina de San Antonio en el antiguo Estado Vallenilla (hoy La Pastora), y trabajábamos sobre escenarios que nosotros mismos habíamos construido la víspera de la función. Recuerdo mucho que nos capitaneaba Juan Francisco González (alias: “Pollo Loco”), quien disponía del producto de las entradas, abonándonos por todo capital una tostada de las que vendía un tostadero en la esquina de Pineda. En esa “trouppe” (si es que aquel grupo medio loco y desinteresado puede llamarse así) también trabajaba Juan María Arévalo, a quien se conoce más por su apodo de “Gallo Blanco”, de quien hay más anécdotas que revistas en Caracas.

̶̶ ¿Y después del teatro de San Antonio?

 

̶̶ Pasamos a la esquina josefina de La Esmeralda. Allí nuestro empresario era un alpargatero llamado Pedro Eloy Ulloa, quien se enorgullecía de serlo. Ensayábamos en la sala de su casa y como la familia hacía gofios para venderlos, y los colocaban en la sala debidamente tapados, nosotros robábamos las sabrosas chucherías; pero Ulloa nos perdonaba todo. En la Esmeralda venía trabajando, cuando Carlos Ruiz Chapellín asistió a uno de los ensayos y me llevó para el Calcaño, donde debuté con “Un Bohemio o los Banderilleros de Caracas”, de Abelardo Gorrochotegui, y “El Grito Público”, de Carlos Ruiz Chapellín.

 

̶̶ Carlos Ruiz Chapellín ha sido una de las principales figuras de nuestro teatro, ¿verdad? 

̶̶ Ha sido el verdadero precursor del teatro nacional ̶ ̶ nos contesta Guinand con propiedad en su voz.

 

̶̶ Bien. Continúa tu aventura.

 

̶̶ Pues del Teatro Calcaño salimos en una turnée por Valencia, Puerto Cabello y Barquisimeto, donde hubo que reducir la compañía porque no daba para los gastos. La reducción de la compañía se hizo retirando la broza, lo “peorcito”, y de lo cual formaba yo parte activa. Así, pues, me despacharon para Caracas y Carlos me entregó un paquete grandecito de monedas, con las cuales me consideraba más rico que Rockefeller. Pero he aquí que cuando echa a andar el tren, deshago el paquete, cuento, y me encuentro que me habían dado dos pesos en lochas. Llegué a Puerto Cabello y allí no tenía con qué continuar viaje hasta Caracas, pero un amigo me hospedó en una piececita que tenía alquilada, hasta que conseguí quien me regalara el pasaje hasta Caracas.

 

̶̶ ¿Y otras tournées artísticas?

 

̶̶ Con Guillermo Bolívar, “Bolivita”, fui hasta San Cristóbal y Cúcuta devengando un sueldo fabuloso para aquellos tiempos: Bs. 300 mensuales. En esta temporada le fue bien a la compañía. Y después, he hecho otras temporaditas.

 

̶̶ ¿Y de tus compañeros de andanzas qué opinión tienes?

 

̶̶ Que Teófilo Leal es lo más alto. Y que hay muchos, muchos que tienen facultades de sobra: Saavedra, Izquierdo y muchos que quizás están escondidos y que de un momento a otro nos asombren.

 

̶̶ ¿Y en el sector femenino?

 

̶̶ Carmencita Serrano tiene excelentes condiciones, y una hijita mía, Ana Teresa, también es inteligente. Actualmente ambas trabajan en el Broadcasting Caracas: Carmencita con sueldo fijo y Ana Teresa cuando la llaman.

“Preventarium del Ávila, antecedente de los venados”

“Preventarium del Ávila, antecedente de los venados”

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

“Preventarium del Ávila, antecedente de los venados”

     Antes que el conquistador español Diego de Losada fundara nuestra ciudad hace más de cuatro siglos y medio, los indios Caracas, habitantes del hermoso valle, admiraban el color y todos los recursos que podrían obtener de la montaña que denominaban “Guaraira Repano”.

     Como uno de los principales símbolos de la ciudad, el cerro El Ávila ha inspirado a artistas y es la primera fuente de contacto directo del caraqueño con la naturaleza. Hoy en día los visitantes al recinto natural que en 1958 fue decretado como Parque Nacional pueden recorrer atractivos espacios, entre los cuales destacan el famoso Camino de los Españoles, el mausoleo de la edificación donde habitó el doctor Knoche, médico alemán, especialista en momificar cadáveres, que vivió en la zona por un tiempo y la antigua hacienda colonial Las Trinitarias, donde posteriormente fue establecido el Parque Los Venados y donde se encuentran actualmente las oficinas del Instituto Nacional de Parques (Inparques). 

     Antes que el conquistador español Diego de Losada fundara nuestra ciudad hace más de cuatro siglos y medio, los indios Caracas, habitantes del hermoso valle, admiraban el color y todos los recursos que podrían obtener de la montaña que denominaban “Guaraira Repano”.

     Como uno de los principales símbolos de la ciudad, el cerro El Ávila ha inspirado a artistas y es la primera fuente de contacto directo del caraqueño con la naturaleza. Hoy en día los visitantes al recinto natural que en 1958 fue decretado como Parque Nacional pueden recorrer atractivos espacios, entre los cuales destacan el famoso Camino de los Españoles, el mausoleo de la edificación donde habitó el doctor Knoche, médico alemán, especialista en momificar cadáveres, que vivió en la zona por un tiempo y la antigua hacienda colonial Las Trinitarias, donde posteriormente fue establecido el Parque Los Venados y donde se encuentran actualmente las oficinas del Instituto Nacional de Parques (Inparques).

     Es precisamente este último lugar mencionado, “Los Venados”, el espacio más conocido por quienes a lo largo de la historia han subido al cerro para paseos y excursiones. Desde 1936, el entonces presidente de la República, general Eleazar López Contreras, decretó su creación como escuela técnica agrícola, dirigida por un grupo de religiosos Benedictinos, en un proyecto que se conoció como el Preventarium del Ávila. 

     Así como grandes prohombres del continente americano han visto por vez primera la luz de la razón y del entendimiento en este valle rodeado de murallas naturales, asimismo las obras admirables perduran a través de los años para asombro de propios y extraños y en el devenir de nuevas corrientes de cultura y civilización.

     Y es exactamente a una de ellas a la cual hacemos referencia en este trabajo, embargados por la sana emoción que hemos sentido al poder admirar esta obra venezolanista que hoy solo queda en el recuerdo de quienes fueron parte integrante de su efímera existencia.

Comenzaba el año de 1936, signado por la ausencia del Benemérito General Juan Vicente Gómez, quien tres meses antes había fallecido en Maracay tras 27 años de mandato. A pesar de los grandes problemas nacionales que el nuevo gobierno confrontaba, los eminentes hombres del Gabinete del General López Contreras estaban dispuestos a llevar a cabo obras de recia envergadura y tuvieron la feliz iniciativa de crear, por resolución ejecutiva el llamado “Preventarium del Ávila”, mejor conocido por “Los Venados”, en el fundo “Los Venados”, entre Cotiza y Galipán, en lo que hasta ese entonces se denominaba Hacienda La Trinidad. El autor de ese extraordinario proyecto fue el Dr. Enrique Tejera, en ese entonces ministro de Sanidad y Asistencia Social.

 

La resolución ejecutiva promulgada el 7 de marzo de 1936 por el Presidente Eleazar López Contreras, decía lo siguiente:

 

ELEAZAR LÓPEZ CONTRERAS, presidente de los EE.UU. de Venezuela:

 

Considerando:

 

Que es deber del gobierno velar por el mejoramiento del individuo como fundamento de progreso social; que una disciplina de estudio y de metódico trabajo determina la formación de buenos y eficientes ciudadanos; que para enseñar y educar niños desvalidos es necesario en el Distrito Federal una escuela de previsión social:

 

Considerando: 

 

Que el Gobierno Nacional adquirió la Hacienda “La Trinidad” para fines de utilidad pública, como es el de repoblar sus bosques e higienizar las aguas de que se abastece Caracas, y que un instituto docente puede llenar esa función despertando a la vez en los alumnos amor a la tierra, fuente de virtudes ciudadanas.

DECRETA:

Artículo 1. ̶ Se crea un plantel disciplinario con el nombre de “PREVENTARIUM DEL ÁVILA” el cual funcionará en el inmueble de propiedad nacional denominado “La Trinidad”, situado al norte de Caracas. 

Artículo 2. ̶ Procédase a modernizar las edificaciones existentes y hacer las que fueren necesarias para el funcionamiento de dicho instituto.

Aparte de la siembra y cultivo de cereales y árboles frutales, la labor más importante del Prevetarium del Ávila consistió en la reforestación técnica y práctica de las faldas del Ávila, para conservar y aumentar la capa vegetal del suelo, alcanzando con ello mayor permeabilidad del subsuelo, conservando las aguas y la humedad necesaria para las vertientes. De los jardines experimentales del Preventarium, los padres Benedictinos y sus alumnos se proveían de innumerables árboles y plantas en la sequía prolongada, trayéndose de lejos el líquido elemento para el riego indispensable. El Zamurero, al norte de Cotiza, es testigo mudo del interés y la aplicación de los padres y alumnos del Preventarium, conservándose hasta nuestros días casi en las mismas condiciones que cuando fue reforestado en 1938.

 

Lo anterior es historia moderna de la obra ejecutada por un grupo de religiosos benedictinos al servicio de Dios y de la Patria. Ello perdura en la mente de sus fundadores y de aquellos que adquirieron conocimientos técnicos por dicho instituto agrícola-educacional. Las nuevas generaciones de caraqueños y venezolanos en su gran mayoría desconocen, inclusive, la efímera existencia de este Prevetarium del Ávila, enclavado en lo que hoy en día se conoce como “Paseo de Los Venados”, sitio de interés turístico poco explotado por los moradores de esta capital y casi olvidado por las autoridades competentes.

 

El Prevetarium del Ávila, el Paseo de Los Venados, legendario sitio ubicado entre Cotiza y Galipán, es el Camino de Ronda que utilizaban y aún utilizan los caraqueños en su peregrinaje turístico al Ávila Inmortal. Por una senda casi plana vamos siguiendo la sinuosidad de la montaña por todo el norte de Caracas, cobijados por una vegetación de la que solo podemos disfrutar los habitantes del trópico: árboles de una belleza y una frondosidad indescriptibles cubren de sombra el camino que recorremos, alternando con preciosos arbustos, plantas trepadoras, lianas gigantescas, palmeras, helechos, parásitos y toda una flora prodigiosa. De vez en cuando, en los claros del bosque, detenemos nuestra marcha para admirar el valle de Caracas, que se domina en toda su extensión, ofreciéndose a nuestros ojos los más curiosos y sugestivos aspectos, especialmente el enorme contraste de los altos rascacielos y hermosas mansiones con la pobreza de ranchos insalubres construidos en cerros y quebradas, donde sus moradores viven hacinados.

 

Continuamos nuestro recorrido. Cerca ya de la estación de los Guardias Forestales que cuidan del Parque “Los Venados” en el sitio denominado “El Papelón”, nos encontramos al pie de una cascada con un grupo de muchachos exploradores que siempre los fines de semana van de paseo a recrearse con la pródiga naturaleza al final del “Camino de Ronda”, en las faldas del Pico del Ávila que con las montañas opuestas forman el Río Chacaíto, detenemos nuestra marcha para contemplar embelesados la obra de la naturaleza acondicionada por la inteligencia del hombre de trabajo y de iniciativa. ¡Cuántos recuerdos traerán a la mente de todos aquellos que en la década del 30 a 40 supieron con su esfuerzo e inteligencia construir el Preventarium del Ávila, trabajar en él y contribuir con su esfuerzo al progreso nacional! Estamos seguros de que cientos de estudiantes que allí adquirieron los conocimientos necesarios han deambulado por Venezuela prestando su mejor concurso para el desarrollo del agro vernáculo, dejando a sus seguidores la semilla del progreso y el cúmulo de sus conocimientos que han dado marcha a la superación de un campesinado ignorado por la acción oficial y vejado por políticos inescrupulosos.

 

Nuestro recorrido al pasado del Preventarium del Ávila toca a su fin. Quisiéramos extendernos relatando sus maravillas, sus realizaciones y sus recónditos secretos. Pero nuestro límite no nos permite prolongarnos más allá de la cantidad de cuartillas que se han fijado para este reportaje. Antes de terminar queremos ofrecer como dato interesante que en 1930 el Hermano Gerbasio Rotter sembró con ocho peones, alrededor de Los Venados 20.820 Pinos, 2.520 Casuarinos, 2.380 Cedros, 5.000 Guamos y 4.260 Cafetos. Además, el Padre Gerbasio construyó 2.000 metros de caminos nuevos y 5.000 metros de caminos ensanchados. Cabe destacar que en ese año récord del Preventarium, 1.857 visitantes examinaron las obras, huertas y sembrados del instituto que dos años antes había sido fundado por feliz iniciativa del Dr. Enrique Tejera.

 

En el presente solo los recuerdos quedan de ese ayer de trabajo, ruinas de lo que pudo haber sido la estación agrícola de nuestras escuelas y universidades. Para el caraqueño go-go, melenudo y poco varonil, el Preventarium del Ávila solo existe en la imaginación de los escritores antañones o en novelas de ciencia-ficción. Al Dr. Tejera, a los Padres Benedictinos y a todos aquellos que se labraron una especialización en el Preventarium del Ávila, nuestro más sincero homenaje.

La Casona, una historia verdadera

La Casona, una historia verdadera

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La Casona, una historia verdadera

Eduardo Larralde, propietario original de La Casona, le amplió sus enormes corredores y salones

Por Alicia Larralde

     Considero que es un deber con la sagrada memoria de mis padres Eduardo Larralde de la Madriz y Lola Hernández Tamayo de Larralde aclarar los verdaderos hechos sobre la historia de “La Casona”, convertida en Residencia Presidencial. Voy ahora a relatar lo que sé porque lo viví desde mi más tierna infancia, y lo que me contaron mis padres.

     Comenzando el año 1900 regresó a Venezuela a encargarse de los bienes de su abuela Carlota Mijares y Solórzano, Marquesa de Mijares, mi padre, Eduardo Larralde de la Madriz, quien había estado ausente del país por largos años, ya que cursó estudios en Francia y Estados Unidos de Norte América.

     Una de las propiedades heredadas fue la Hacienda La Carlota que llevaba el nombre de su antigua dueña. Esta hacienda estaba sembrada de cacao y café y tenía poco riego. Mi padre hombre de ideas nuevas y gran amante de la agricultura resolvió convertirla en un fundo de caña de azúcar, pero para lograrlo necesitaba conseguir el agua suficiente que reclama esta clase de siembra. 

     Y por ello compró la Hacienda vecina, llamada Los Pastores, que era propiedad de la sucesión Reina, y estaba atravesada por la rica quebrada de Agua de Maiz.

     Unió y desmontó ambas Haciendas. Esta terrible empresa casi le cuesta la vida ya que adquirió en ella la fiebre amarilla, funesta enfermedad de aquella época. A la Hacienda Los Pastores se le cambió el nombre por el de Santa Cecilia, en recuerdo de su tía Cecilia de la Madriz, quien murió muy joven y bella en París. En 1910, mi padre se casó con su prima Lola Hernández Tamayo y se fueron a vivir a la casa de la Hacienda La Carlota, donde tuvieron la desgracia de perder a mi hermana mayor Carlota Larralde de 4 años de edad. La desgracia de mis padres fue tan grande que no quisieron volver a vivir en esta casa poblada de las risas e infantiles carreras de su primogénita, Mi padre decidió venderla junto con 10.000 metros cuadrados de terreno, la propiedad la adquirió el doctor Gustavo Manrique Pacanins, quien la remodeló convirtiéndola en una bellísima mansión.

     Fue entonces cuando nosotros fuimos a habitar la Casa de la Hacienda Santa Cecilia, hoy día convertida en la famosa Casona. Fue mi padre quien acondicionó esta bella residencia colonial, tratando por todos los medios de conservarle su estilo. Le amplió sus enormes corredores y salones, sus patios internos con frescas fuentes llenas de nenúfares y rojos pececitos. Rodeó la residencia de miles de matas de los más hermosos rosales, sembró numerosos chaguaramos, totumos, guanábanos, aguacates, pomarrosas, mangos y toda clase de frutas tropicales.

En la década de 1960, el Estado adquirió La Casona, para convertir en Residencia Presidencial

     Todavía existe la gran avenida que conduce a la Casona con los caobos de Santo Domingo y palmas sembrados por las manos de mi padre. Él quiso conservarle todo su sabor colonial, dándole la forma que todavía existe. Sus techos eran de caña amarga barnizados al natural y sus pisos rojos. En cada extremo del inmenso corredor principal, se encontraba el Oratorio, donde iba a ofrecer la misa en las grandes ocasiones el padre Martín, cuya esfinge quedó inmortalizada en el cuadro que representa el matrimonio del Libertador en la casa natal de los Bolívar de nuestro insigne pintor Tito Salas. Al otro extremo del corredor se encontraba un acuario rodeado de palmas enanas y hermosos helechos que eran el hobby de mamá. La casa contaba con 20 dormitorios y 7 baños. Las fiestas sociales, celebraciones navideñas y piñatas infantiles ofrecidas por mis padres, todavía son comentadas por su elegancia y savoir faire.

     De lo que aquí relato pueden dar fe los queridos amigos de mis padres Don Henrique Pérez Dupuy y Luisa Margarita Velutini Dupuy, Dr. Cristóbal Mendoza y Tulia Virginia Páez Pumar, Don Eduardo Schlagater y Carme Boulton de Schlagater, los Arismendi, Centeno Vallenilla, García Dávila y nuestros parientes los Erasos, Pérez Monteverde, Larrazábal Blanco, Arroyo Gómez Giménez y otros más…

     Mi padre fue propietario de La Casona por más de un cuarto de siglo y creó un emporio de riqueza, ya que fue fundador del primer Central Azucarero en el valle de Caracas, allí se molían los cañamelares de todas las haciendas circundantes. La Hacienda Zárraga, hoy día los Cortijos de Lourdes, cuyos propietarios eran los padres de nuestros queridos compañeros de infancia José y Mary Giacopini Zárraga; Los Ruices, de José María Ruiz; las Haciendas La Floresta y Bello Campo, de la familia Sosa Báez, La Ciénaga, convertida en el parque del Este, del notable escritor Manuel Díaz Rodríguez, y de la gran amiga de mamá, Graciela de Díaz Rodríguez; el Muñeco, de los Toledo Trujillo; el Güeregüere, de Pablo Guerra, y otras más que escapan a mi memoria.

     Mi padre fue también fundador de la Asociación de Azucareros y Agricultores, durante diez años ocupó la presidencia y al retirarse después de haber vendido sus haciendas, dejó en la caja de la Asociación una fuerte suma de dinero.

     Uno de los primeros recuerdos que conservo de mi niñez, fueron los grandes preparativos que se efectuaron con motivo del concurrido almuerzo que mi padre ofreció a sus compañeros de peleas de gallos: Don Salvador Álvarez Michaud, José Antonio Villavicencio y José Urbano Taylor, quienes junto con él eran propietarios de una gallera situada cerca de la Plaza de los Dos Caminos, en la que se efectuaban todos los sábados torneos de peleas de gallos. Sus gallos eran famosos, bellos ejemplares provenientes de Cuba, Puerto Rico y España. Esa vez les tocaba la pelea con los gallos de Maracay, del general Juan Vicente Gómez y de Antonio Pimentel, quienes vinieron personalmente a presenciar el evento y luego fueron invitados a almorzar un delicioso sancocho de gallina en la residencia de mis padres.

La Casona contaba originalmente con 20 dormitorios y 7 baños

     Esta fue la primera vez que un presidente de la República visitó La Casona. Luego en otra ocasión, mi padre le ofreció un agasajo a su amigo el Dr. Victorino Márquez Bustillos, cuando también ocupó la presidencia de la República. Parece que estos fueron los primeros augurios para que luego se convirtiera en la Casa Presidencial de Venezuela.

     A fines de 1928, estando mi padre visitandome en el Colegio L’Asumption en París, recibió un radiograma de su primo y apoderado Don Henrique Eraso de la Madriz, comunicándole que las haciendas Carlota y Santa Cecilia habían sido vendidas al señor Alfredo Brandt.

     Papá le había dado instrucciones de venderlas si se presentaba un comprador, ya que el problema era muy serio por lo bajo del precio del azúcar y la competencia desigual con los centrales de Aragua.

     Alfredo Brandt, hombre de gran fortuna y gustos refinados, junto con su bella y fina esposa, Elisa Elvira Ruiz, se dedicaron con entusiasmo a adornar y embellecer La Casona.

     Ella, después de varios años de muerto su esposo, la vendió a la nación para ser convertida por el presidente Dr. Raúl Leoni, en la residencia presidencial. Los terrenos de estas dos haciendas se convirtieron en el aeropuerto La Carlota y las urbanizaciones Santa Cecilia y La Carlota.

     Como se dará cuenta el lector por lo que aquí he narrado, los nombres de mis padres honrarían la historia de La Casona por sus dotes de cultura, caballerosidad y honrados agricultores. Además, ellos fueron los pioneros de esta obra.

La Caracas de fin de siglo

La Caracas de fin de siglo

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La Caracas de fin de siglo

Una sastrería y venta de artículos para caballeros

     “Al examinar la interesante serie de fotografías caraqueñas que se publicaron en 1953, en la revista caraqueña EL FAROL, observamos en primer lugar que en ninguna de ellas se ven luces eléctricas, sino Lámparas de kerosene y de gas; esto nos llevó, en una primera conclusión, a pensar que son de una época anterior a la instalación de la luz eléctrica en las casas. Fue en 1883, con motivo del centenario del Libertador, cuando por primera vez se iluminaron eléctricamente algunas calles de la capital. El alumbrado era de arco voltaico.

      Se instaló la nueva luz en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Municipal), la calle del Comercio, y los bulevares de Capitolio. Sin embargo, esto fue algo ocasional; la verdadera introducción del alumbrado eléctrico en Caracas data de 1895, año en que fue fundada la Compañía Anónima LA Electricidad de Caracas. Dos años más tarde, el 8 de agosto de 1897, fue cuando se inauguró, con asistencia del presidente Joaquín Crespo, el servicio público.

     Pensamos, pues, que nuestras fotografías eran anteriores a 1897. El alumbrado de gas existía en la ciudad desde 1881. Sin embargo, notamos que una de las fotografías representa una tienda capitalina cuyo nombre es “Pretoria”, y esto nos llevó a la conclusión de que son de fecha posterior. Pretoria es el nombre de aquella ciudad de África del Sur que fue capital de Transvaal, y figuraba con frecuencia en las informaciones periodísticas de tiempos de la guerra Boer, lo cual nos lleva a los años 1899-1900. 

     Ha sido costumbre caraqueña poner a las pulperías nombres que se han popularizado momentáneamente por acontecimientos mundiales. Así años más tarde, cuando la guerra ruso-japonesa, aparecieron pulperías o tiendas populares con los nombres de “Puerto Arturo” o “Manchuria”; cuando la primera Guerra Mundial, surgieron nombres como “El Piave”, “El Marne”, y otros semejantes. En consecuencia, llegamos a la conclusión de que estas curiosas fotografías corresponden aproximadamente al año de 1900. Aunque ya existía para entonces el alumbrado eléctrico, éste no se había generalizado. Hasta la iluminación de las calles era mixta para 1905, pues algunos faroles eran de arco voltaico, otros de gas, y hasta algunos de kerosene en los suburbios.

     En las casas de habitación la luz eléctrica fue apareciendo poco a poco. En algunas residencias se puso un bombillo en el comedor, acaso dos en la sala, si era grande, y uno que otro en algún corredor. Fue en los dormitorios donde se instaló la nueva luz en último lugar, pues algunas familias de la época pensaban que podía ser peligroso “respirar con electricidad” mientras se dormía.

     Para fines del siglo pasado la poblaciíon caraqueña no llegaba a los 80.000 habitantes. La vida era apacible y silenciosa. Durante toda una mañana acaso no pasaban por alguna de las calles principales, más de cuatro o cinco coches. En algunas tiendas principales, como sucedía entre las esquinas de Monjas y Padre Sierra, donde existían algunas tabaquerías, talabarterías y otros comercios semejantes, los dueños o gerentes de esos establecimientos sacaban a la calle sus sillas, que casi siempre eran de madera y cuero, y las apoyaban en el suelo en las dos patas de atrás, recostando el espaldar  en la pared,  y allí, sentados con la pierna cruzada apoyada en el palito transversal de la silla, fumaban y conversaban agradablemente, en espera de la llegada de algún posible cliente. Eran las boticas, junto con las tiendas de modas, las de mayor animación. En la botica se conversaba mucho. Había señores que se sentaban en algun estrecho banco que casi siempre tenía toda farmacia, y allí se entregaban a animadas charlas con el boticario; se hablaba de politica, de lo que sucedía en París, de temas literarios y de chismes calejeros. Como  no había mayores diversiones, todo el mundo se la pasaba conversando en todas partes.

El profesor Agustín Aveledo acompañado de un grupo de alumnos de su prestigioso colegio

     Cuando había algún enfermo grave, se llkenaba de opaja toda la calle para evitar el ruido que habcían las llantas de hierro de los coches sobre el empedrado, ciostumbre ésta tal vez improtada de París, donde era usual a mediados de siglo. Los servicios hospitalarios eran muy deficientes. Las famuilias importantes jamás llevaban sus pacientes al Hospital Vargas; las operaciones quirúsgicas se efectuaban en las casas, a las que enviaba el cirujano su mesa e instrumental. Lo mismo sucedía con los alumbramientos, y el partero, o más comunmente la partera, entregaba en la casa su larga lista de todo lo que el jefe de la familia debía comprar en la botica para atender el nacimiento del nuevo niño. Cuando ocurria algun accidente callejero: obrero que caía de un andamio, resbalón y pierna quebrada, ataque cardíaco o epiléptico, etc., la víctima era traslasdada al hospital en una humilde camilla que llevaban dos ayudantes caminando por el medio de la calle, la cual estaba cubierta con una sábana de sospechosa blancura. A veces sonaba la campanilla que agitaba un acólito, mientras el cura llevaba en una pequeña maleta, el viático a un moribundo.

     No hay que olvidar que por aquellos tiempos no había radio, ni fonógfrafos , ni cines. Los teatros estaban cerrados casi todo el año. Eran tres los que entonces existían: el Municipal, el viejo teatro Caracas y el Teatro Calcaño. Fue años más taerde cuando se construyó el Nacional. Una vez al año, con más o menos regularidad, venía una Compañía de Ópera, casi siempre al Municipal, aunque también la hubo en el Caracas. Como los caraqueños eran bastante pobres, había personas que economizaban durante todo el año para poder abonarse a la ópera. Aparte de esas temporadas, ocasionalmente venía algún circo al Metropolitano, y alguna compañía dramática o de zarzuela. Los toros nunca faltaron. Con todo, la mayor parte de las noches caraqueñas carecían de espectáculos públicos. Las familias se reunían a conversar, y los viejos literatos tenían su acostumbrada tertulia en la Plaza Bolívar. En ella había retretas por la Banda Marcial los jueves y domingos por la noche, y por la Banda Bolívar o la Presidencial, los domingos en la mañana. Siempre estaban muy concurridas por gentes de todas clases, y las familias, una vez terminada la música, acudían a “La Francia” o a “La India” a tomarse un helado. Los había de dos tipos: de fruta (guanábana, naranja, fresa) y de crema que eran el mantecado y el chocolate. Los primeros valían un real y los segundos real y medio.

     Las muchachas usaban una falda hasta los pies, pero sin cola, la cual se reservaba a las señoras. Llevaban el talle muy señido y lo de más arriba muy exuberante. Las mangas eran largas y ajustadas a la muñeca, y en los hombros se abombaban mucho. Se usaban grandes sombreros de paja con flores y velos, y al cuello lucían las damas sus boas de pequeñas plumas. Los hombres por entonces usaban conn más frecuencia la camarita que la pajilla, cuyo gran auge fue posterior. Llevaban una levita, un paltó-levita o un simple saco de casimir negro, a veces con pantalones de dril blanco, y sus botines de gomita. Sobre el chaleco se veía la gruesa cadena del reloj.

     “Juan” andaba por la calle con sus alpargatas (Antonio Guzmán Blanco había prohibido años antes el andar descalzo), sus pantalones de dril sujetos por una correa, y a veces por un cinturón ancho que tenía bolsillos y en el que estaba fijo un cuchillo peligroso, una franela gruesa de color crudo y un sombrero que en ocasiones era de cogollo y en otras era de fieltro medio arrugado.

Exterior de una pulpería, situada en un popular barrio caraqueño

     La sala de las casas caraqueñas tenía una personalidad inconfundible; era oscura y fresca, con su pavimento de tablas, sus muros empapelados y su cielo raso de coleta cubierto de papel blanco. Tenía grandes muebles cubiertos por una funda gris ribeteada de hiladilla blanca. No faltaba un gran espejo de marco dorado, a veces cubierto por un velo para protegerlo de las moscas, y que estaba colgado sobre una consola que en algunas casas tenía un paño con orillas de macramé.

     Las sillas podían mancharse con el aceite de macasar que los hombres se untaban en el cabello, por lo cual se les cubría en la parte superior del espaldar con un pañito tejido, cuyo nombre era, precisamente, “anti-macasar”. A los lados del sofá, en el suelo, había a veces sendas escupideras, casi siempre de porcelana o loza con algunas florecillas, pues las que eran todas de metal sólo se usaban en hoteles o barberías. En algún rincón había una mesa, a veces de mármol, llena de estatuillas de cerámica y de bibelots, en torno a una gran lámpara de kerosene. En una de las paredes estaba una repisa, hecha con carreteles de hilo vacíos, obra de algún tío “curioso”, en la que reposaba una botella que tenía adentro un pequeño bergantín. 

     Por otro lado, estaban el álbum de tarjetas postales, que las jóvenes románticas coleccionaban; el álbum de viejos retratos de la familia, que tenía gruesas cubiertas de terciopelo y marfil, y se cerraba con un broche de metal; y el otro álbum, donde amigos y admiradores de la niña de la casa escribían versitos o pintaban una mariposa junto a unos “no-me-olvides”, o una paloma con una carta de amor en el pico. Eran frecuentes las pulgas, sobre todo en los muebles abultados, en estas salas de la “gente decente”, pues en las de las familias de menos categoría, en vez de pulgas se encontraban chinches, las que también abundaban en los asientos de los teatros.

     En el corredor había una mesa de mármol y unas sillas y mecedoras de esterilla. Junto a la pared estaba el colgador de sombreros, que a veces tenía un soporte para poner bastones y paraguas. Sobre una especie de escalera de madera había muchos potes de helechos y plantas floridas, las que también se sembraban en latas de salmón o de manteca, a las que se abrían varios huecos en el fondo para que saliera el agua, y luego se pintaban por fuera con pintura al óleo. En las puertas de los cuartos había cortinas de “Lágrimas de San Pedro”, y en ninguna casa faltaba un caracol grande para sujetar las puertas abiertas.

      Por las tardes y las noches, las niñas, bien acicaladas y perfumadas, se sentaban en la ventana, para mirar a través de su impertinente o lorgnon a los jóvenes que estaban recostados en el farol de la esquina, y que eran señal inequívoca de que había muchachas bonitas en la cuadra.

La célebre botica de Velásquez, ubicada en la esquina del mismo nombre, en el centro de Caracas-

     Desde unos pocos años antes, cuando Herrera Irigoyen fundó su célebre revista “El Cojo Ilustrado”, había comenzado en Caracas un nuevo florecimiento de las letras y comenzaban a destacarse nuevos y brillantes escritores: Díaz Rodríguez, Key Ayala, Andrés Mata, Carlos Borges.

     Pero, desgraciadamente para nuestras letras, vinieron más tarde los treinta y seis años de las dictaduras de Castro y de Gómez, que nada querían con escritores ni con campañas culturales, y así el movimiento literario que comenzó a fines de siglo, no llegó a tener toda la extensión y profundidad que hubiera podido alanzar en otras circunstancias.

     La vida diaria de aquellos tiempos era rutinaria. La gente era alegre, a pesar de su pobreza, y parecía que la vida de Caracas, después de los esplendores guzmancistas, se hubiera detenido en un remanso, sin grandes realizaciones y tal vez sin grandes esperanzas, pero con bastante conformidad.

     Después de la revolución legalista de 1892, que llevó a Crespo nuevamente al poder, y después de varios otros alzamientos menores, iba a desatarse sobre el país la fulminante revolución restauradora que transformaría, en bien o en mal, muchos aspectos fundamentales en la vida de la nación.

Fuentes consultadas:

  • Revista El Farol. Caracas, 1953

 

Loading
Abrir chat
1
Contacta a nuestro equipo.
Escanea el código
Contacta a nuestro equipo para aclarar tus dudas o solicitar información.