La Caracas de 1935

La Caracas de 1935

Uno de los acontecimientos más notable de la Caracas de 1935, fue la visita del cantante argentino Carlos Gardel. La ciudad enloqueció con este ídolo de multitudes.

Uno de los acontecimientos más notable de la Caracas de 1935, fue la visita del cantante argentino Carlos Gardel. La ciudad enloqueció con este ídolo de multitudes.

     ¿Cómo era la Caracas mediática de hace 88 años? Con ocasión de celebrarse en la capital venezolana la Conferencia Interamericana, en el año 1954, la revista Élite recreó en un interesante trabajo del periodista Omar Vera López, titulado “Caracas Hace 20 años, a través de Élite”, aspectos noticiosos de diversas fuentes periodísticas, que fueron destacados en los medios nacionales e internacionales durante el año 1935. A continuación, presentamos la transcripción del reportaje.

     “Siempre es agradable recordar. Olvidarnos de los aviones de retropropulsión de la época moderna, para treparnos parsimoniosamente en el tranvía de los recuerdos con la pajilla retrecheramente encasquetada en un ángulo propicio y el álbum de fotografías cuidadosamente empaquetado bajo el brazo como guía de la evocación, risueña o entristecida de los tiempos que se fueron. No hay que retroceder mucho tampoco. Esta Caracas nuestra crece con el vigor y la rapidez propios de las quinceañeras que se duermen niñas y despiertan hechos monumentos andantes. Por eso, solamente hemos retrocedido una veintena de años en el calendario para traer la Caracas moderna de la Conferencia Interamericana y de la Autopista Caracas-La Guaira, un poco de la Caracas que respiró las brisas avileñas allá por el año 1935. La Caracas de Gardel y de Arvizu, de Pombo y de Julio Mendoza que comentaba despreocupada la moda parisina en las tardes elegantes del Hipódromo Nacional.

 

Caracas y el mundo

     Todavía los caraqueños y caraqueñas no habían vuelto los ojos hacia los Estados Unidos. Europa era nuestro centro de atención y de Europa venía el grueso de las noticias, aunque poco a poco el incipiente gigante norteño iba copando la avidez de información del mundo.  

     Comenzando el año, como un trágico regalo pascual de un fúnebremente humorístico Santa Claus, comenzaba la cuestión ítalo-etíope a caldear el ánimo de los diplomáticos europeos. Tropas abisinias atacaban una guarnición italiana matando sesenta soldados. Era el comienzo de una larga serie de hechos que más tarde llevarían la sangre y la desolación a millares de hogares. Más tarde la noticia internacional europea la constituía la devolución del Sarre a Alemania. Adolfo Hitler, a la sazón presidente de Alemania, fue vitoreado y aclamado a su paso por las principales ciudades de este territorio. Ya Alemania comenzaba a hacerse sentir como una amenaza latente, culminando su continua posición agresiva con la declaración oficial de que el país desconocía el Tratado de Versalles y que se armaría hasta los dientes de cualquier forma. Se movilizaron las cancillerías del mundo y los diplomáticos comenzaron a llegar a sus oficinas al romper el alba. Suvich (Italia), Laval (Francia) y Edén (Gran Bretaña) se reúnen en Paris para tratar de evitar la guerra que se adivinaba próxima. Haile Selassie entre tanto, hacía su nombre y su figura familiar a los lectores de diarios y revistas del mundo civilizado mientras encabezaba la resistencia de su pueblo abisinio al ataque de las huestes italianas. El mundo entero vivía un ambiente de preguerra donde no se preguntaba ya obre la posibilidad de una nueva conflagración mundial, sino que ya se hacía conjeturas sobre la fecha de iniciación.

 

Hauptmann y Gardel

     Dos sucesos apasionaron a la Caracas de 1935. El primero de ellos fue el rapto y muerte del hijo de Charles Lindbergh, el “Águila Solitaria”, por el carpintero alemán Bruno Richard Hauptmann. Este, que en todo momento no dejó de hacer protestas de su inocencia, fue condenado a morir en la silla eléctrica, en razón de las pruebas abrumadoras esgrimidas en su contra. El “Juicio del Siglo”, como fue llamado éste, convirtió a la Corte de Hunterdom en el centro de atracción del mundo entero. Más tarde, cuando el veredicto del jurado lo condenara a la pena capital, millares de voces se oyeron en su defensa, dándose el caso de oír a multitudes (Casino de Yorkville en New York) vitoreando al asesino convicto y abucheando al padre del niño secuestrado. El país entero, como todos los países del mundo, siguió paso a paso el sensacional proceso que ocupó parte preponderante en las informaciones diarias.

El hipismo era una de las grandes pasiones de los caraqueños de 1935. Esteban Ballesté se ponía ronco narrando las carreras; entonces se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador.

El hipismo era una de las grandes pasiones de los caraqueños de 1935. Esteban Ballesté se ponía ronco narrando las carreras; entonces se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador.

     El segundo suceso tuvo más resonancia sentimental por la cercanía, tanto física como espiritual del protagonista. Carlos Gardel, el zorzal de América, acababa de pasar por Caracas, dejando una estela de admiración tras su paso. Racimos de admiradores lo siguieron desde su llegada a Caracas realizada en medio de aclamación apoteósica de la multitud hasta el día de su partida. Su actuación no hizo más que reafirmar su prestigio y simpatía, por eso la noticia de su muerte, doblemente trágica por los detalles cruentos de que estuvo rodeada, fue acogida con verdaderas manifestaciones de dolor en la Caracas de entonces. El choque de los aviones en el aeropuerto de Medellín, que causara la muerte del cantante argentino y de todo su conjunto artístico, fue quizá la nota sentimental más destacada del año que comentamos.

 

De Cinco en Fondo

     Otra noticia que por momentos llamó la atención pero que luego fiera barrida por los preparativos del mundo para la guerra, fue la del advenimiento de los quíntuples Dionne. El Dr. Defoe, su partero, se convirtió en una celebridad y el rostro, aún deforme de las recién nacidas chiquillas, fue exhibido en los diarios y revistas del mundo entero.

     La botadura del Normandie y luego del Queen Mary, gigantescos trasatlánticos, el regreso del Almirante Byrd del Polo y la muerte de Lawrence de Arabia, completan el panorama superficial del mundo que llamó la atención de la Caracas de 1935.

 

Caracas en Ropa de Casa

     Era el tiempo de la Carioca. ¿La recuerda usted? Debe recordar aquellos pegajosos compases que se cantaban, tarareaban y se gritaban desde el Portachuelo hasta Blandín. 

     Y debe recordarla también Arturo Uslar Pietri, pero con la satisfacción de rememorar que en esa época su prestigio de autor de “Barrabás” y de “Las Lanzas Coloradas”, era comentado por un nuevo premio recaído esta vez en su cuento “Lluvia”, escogido como ganador de un concurso promovido por nuestra revista.

     De esa época, nombres y más nombres van llegando a las páginas de la revista trayendo su mensaje de esperanzas. Esperanzas era, por ejemplo, Horacio Vanegas, que actuaba junto con Luis Brito Arocha y Félix Cardona Moreno en una obra escrita por él mismo: “Casa de Pensión”, en el festival que celebraba los 15 años del Instituto San Pablo; José Luis Paz comenzaba a despuntar como pianista; Octavio Suárez iniciaba su carrera como cantante; Gonzalo Veloz Mancera, apuntaba sus dotes de hombre de empresa.

     La familia Buche y Pluma, que cobraba vida en los libretos de Carlos Fernández, se convertía en el programa más cotizado de la Broadcasting Caracas, la estación radial que se convertiría en Radio Caracas y que traía en aquel entonces las mejores firmas extranjeras para sus programas. Carlos Gardel y Jesús Arvizu fueron presentados por sus micrófonos en este año de gracia que nació y murió hace una veintena de años.

     No está de más recordar que ya comenzaban los cronistas a quejarse del decaimiento del carnaval. Hoy, que acaba Caracas de vivir cuatro días llenos de carrozas y de desfiles, podríamos reproducir las palabras de Alberto Caminos, el cronista de la época: “han desaparecido las feéricas comparsas de disfraces elegantes que desfilaban por las calles sobre lujosos vehículos desparramando flores y sonrisas en el aire policromo de serpentinas”, escribía quejoso. En la Caracas moderna de rascacielos y de rompimiento de la barrera del sonido, parece renacer el Carnaval antañón que hacía suspirar a los cronistas de ayer.

Teodoro Capriles conocida como estrella del deporte, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año.

Teodoro Capriles conocida como estrella del deporte, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año.

Miss Caracas 1936

     Como un aliciente para las lindas muchachas caraqueñas comienza Élite la publicación de las fotografías de las candidatas al título de Miss Caracas. Un concurso simpático y elegante que congregó a lo más granado de la juventud caraqueña. Veinte años más tarde, Élite volvería a erigirse en paladín de la belleza femenil, al patrocinar el concurso para elegir a Miss Venezuela con destino al Concurso para elegir a Miss Universo.

     El signo del tiempo se vive exactamente con la comparación inmediata del hipódromo de entonces y el hipódromo de ahora. El escenario sigue siendo el mismo pero extraña que se publicara con grandes despliegues, que los cuadros una semana cualquiera habían producido un dividendo de 1.976 bolívares. Las papeletas por su parte habían dado 938 bolívares. Si se considera que en tales papeletas había que poner un solo caballo en cada carrera podrá el amable lector hacer una pequeña comparación de la dificultad actual de elegir seis “líneas”. Menos mal que la remuneración está muy lejos, en caso de acertar, de esos 938 bolos que nos lucen tan exiguos a veinte años de distancia.

 

Caracas hípica

     Y ya que tocamos el tema hípico, vale la pena seguir hilvanando recuerdos. Y recordar, por ejemplo, las carreras que se corrían en familia, con todos los animales siendo propiedad de uno u otro miembro de la familia Gómez. En la época, nuestro hipismo incipiente no tenía muchas aspiraciones. Y corrían animales como Alas, una yegua castaña de Berta Gómez, de padres desconocidos. 

    O el mismo héroe criollo Gold Buttom, hijo de Cónsul en madre desconocida. Es decir que nuestro recordado Alberto Limonta no hubiera tenido problema ninguno con su desconocida paternidad para intervenir en las pruebas montadas en el Hipódromo. En ese entonces comenzaba Chapellín como “aprendiz de grandes méritos”, se ponía ronco Esteban Ballesté perifoneando las carreras y se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador de una carrera y 80 al que arribara de cuarto. Menos mal que en ese tiempo la avena era barata.

 

Héroes deportivos

     Teodoro Capriles conocido como estrella del “diving”, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año. No hay quien lo detenga en su ruta. Simón Chávez ratifica su condición de ídolo popular, venciendo a Eligio Sardiñas “Kid Chocolate”, el cubiche de las piernas mágicas dentro del ring. Luis Aparicio con su clase de pelotero grande, usa con perfecta naturalidad el apodo de “el Grande de Maracaibo” que le concediera la fanaticada. Tres figuras que han dado glorias al deporte nativo y que figuran en plan estelar en el año 1935. Y así como ellos Néstor Luis Negrón, preocupado educador hoy, que solo se preocupaba por mantener incólume la portería de su equipo Dos Caminos. Rafael Yánez y Cristina Urbaneja, campeones de tenis; Leonardo Pelícano, especialista en carreras de vallas y recordman nacional; Vidal López, un espigado novato que comenzaba su labor desde el montículo de los Indios de Sarría, el archipopular Royal Criollos. Atletas que vivieron sus momentos de gloria pequeños o grandes y que recogieron para la posteridad las páginas de nuestra revista.

 

Récords Atléticos

     A título comparativo podemos citar las marcas nacionales impuestas en las competencias del año que comentamos. Para empezar, tenemos los 27.60 metros del lanzamiento del martillo en poder de M. T. Pérez. O los 46.85 metros de la jabalina de Gustavo González. O los 11.37 metros del lanzamiento del peso de Rafael Arnal. Para nuestros atletas de hoy, que acuden a una cita internacional como la de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, son especialmente significativas estas marcas alcanzadas hace 20 años. Y la pregunta salta por sí sola. ¿Se refleja en las marcas actuales un progreso de 20 años? La respuesta se la dejamos al lector.

Las películas de vaqueros son las preferidas de los caraqueños. Las pavas de entonces suspiraban por Buck Jones.

Las películas de vaqueros son las preferidas de los caraqueños. Las pavas de entonces suspiraban por Buck Jones.

El Celuloide

     Para terminar esta ojeada a la historia con todos los honores, echemos un vistazo a las carteleras cinematográficas. Podemos ver a “La Batalla”, si queremos algo de acción. A Buck Jones si los vaqueros gozan de nuestra predilección. O podemos, en fin, escoger entre Eddie Cantor, por ejemplo, y Laurel y Hardy, si queremos algo jocoso.

     La pareja Joan Crawford y Clark Gable hizo latir muchos corazones y vaciarse muchos bolsillos en las taquillas. Así mismo, la deliciosa ingenuidad de la niña prodigio que hechizó al mundo: Shirley Temple o de aquella graciosa “pandilla” que hacía de las suyas para delicia nuestra. Ginger Rogers, Spencer Tracy, Charles Boyer, nombres que todavía “suenan”, al lado de otros: John Boles, José Bohr, Ricardo Novarro, que ya desaparecieron de las marquesinas. Y todo eso sazonado con las curvas rabiosamente rotundas y sabiamente mostradas de la Marilyn Monroe de la época: Jean Harlow. La rubia provocativa y ondulante que hizo suspirar a muchos graves señores de hoy que solo piensan en la Conferencia Interamericana, en la escasez de café en el mundo y en las posibilidades de pegar seis caballos con un cuadrito de 24 bolívares.

 

Se Acabó la Línea

     Hemos llegado al final del recorrido en nuestro tranvía, el colector ya acude a cambiar la posición de los asientos, y hemos de bajarnos con nuestra pajilla, nuestro bigote de enhiestas guías y nuestro álbum cuidadosamente conservado debajo del brazo. Fue solo un vistazo, una simple ojeada a la Caracas de hace veinte años. Esa Caracas donde la gente se quejaba de la desaparición del Carnaval, donde el “loco” Bermúdez estrenaba gritos todavía inéditos en los juegos del Royal Criollos y donde, todavía, se avisaba a los cronistas de sociales que “la distinguida señora impoluta de Blanquinez iba a pasar el “week-end” en el balneario de Macuto”. 

     Aviso que, naturalmente, emanaba de la “distinguida señora de Blanquinez” que gozaba un millón viéndose “impresa” en minúsculas letras de cualquier roncón del diario”.

FUENTE CONSULTADA

  • Vera López, Omar. “Caracas hace 20 años”. Elite. Caracas, octubre de 1935.

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Las mulas eran el principal medio de transporte.

Las mulas eran el principal medio de transporte.

     El coronel William Duane (1760-1835) fue un periodista y editor estadounidense que visitó Venezuela y Colombia entre los años de 1822 y 1823. De su recorrido por estos países elaboró un texto que llevó por título “Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823”, el cual fue impreso en Filadelfia, en 1826, por parte del editor Thomas H. Palmer, aunque Duane también era impresor, oficio que había aprendido en Irlanda, dejó en manos de este último el trabajo, para dar a conocer sus impresiones de unos territorios que recién se habían separado de la corona española.

     Durante su visita estuvo acompañado de su hija Isabel y de su hijastro Richard Bache (1784-1848) quien también escribió un libro denominado “La República de Colombia en los años 1822-23. Notas de viaje”, igualmente impreso en Filadelfia, pero en la imprenta de H. C. Carey, en 1827. Duane escribió que había venido a Venezuela con la tarea de encontrar solución a notas de crédito que se encontraban insolventes desde los tiempos de la guerra. Sin embargo, le dio mayor relieve al deseo que abrigaba, desde hacía unos treinta años, de conocer a quienes había acompañado espiritualmente en su lucha. 

     Esta relación había despertado en él la curiosidad por indagar en la historia, la geografía y el posible destino de los países que habían llevado a buen puerto una Revolución en la América del Sur. Duane había defendido con afán la causa suramericana desde las páginas del periódico “Aurora”. De sus acciones defendió el hecho de haber coincidido con las políticas de libertad de prensa de la que se gozaba en su país. Por esto afirmó que una prensa libre le dio la oportunidad de dar a conocer sus pronósticos y conceptos, labor que no dejó de cultivar a pesar de las censuras que le dirigían colegas y algunas personas que se mostraban escépticos respecto a lo que sucedía al sur del territorio estadounidense.

     En el preámbulo de su libro, de 632 páginas, dejó escrito que no había podido incluir ni la mitad de lo que hubiera querido exponer en su obra. En cambio, el texto de su hijastro fue menos voluminoso, pero no menos interesante que el de su padrastro. Ambos libros muestran la preocupación de los viajeros que visitaron estas tierras después de 1821. Luego de este año, los temas de mayor relieve relacionados con el conflicto bélico fueron desplazados por otros asuntos orientados en la organización y bases del orden republicano que se intentaba desplegar.

     En este orden, es importante recordar que varios integrantes de la sociedad letrada de Filadelfia prestaron gran atención a lo que sucedía en la América española en los tiempos de emancipación. Filadelfia, llamada entonces la capital financiera de los Estados Unidos, jugó un papel de gran importancia en la divulgación la causa de los repúblicos suramericanos. Entre los años de 1810 y 1818 fueron varios los personajes que llevaron a cabo actividades a favor de la Independencia desde esa ciudad. Entre ellos, Telésforo de Orea, Juan Vicente Bolívar, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga, Pedro Gual, Juan Germán Roscio, Mariano Montilla, Lino de Clemente y Juan Paz del Castillo, entre otros.

     Filadelfia era tierra habitada por filósofos, escritores y tratadistas enterados de las nuevas vertientes del pensamiento europeo. También fue un centro editorial y de talleres de impresión de textos. De este último se puede rememorar el caso del inmigrante irlandés Mathew Carey (1760-1839) quien reeditó el texto de Thomas Paine (1737-1809), “Common Sense” (1776), a instancias de Manuel García de Sena y escritos del neogranadino Manuel Torres (1767-1822), al igual que la segunda edición (1821) del libro de Juan Germán Roscio (1763-1821) “El triunfo de la libertad sobre el despotismo”.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

     Una de las primeras observaciones de Duane, estaba relacionada con los medios de transporte utilizados en Venezuela. A este respecto indicó que las mulas cumplían las labores que en otros lugares se ejecutaban con la ayuda de carretas, carros, coches, sillas de posta e incluso de las carretillas. De igual manera, describió que para el ingreso a Caracas había tres puertas. La puerta más utilizada, y la que él y sus acompañantes traspasaron, era la que daba directamente al mar. Al ser atravesada observó la estación aduanera, un cuerpo de guardianes y en una parte más alta se encontraba la residencia del comandante. La calle real de la localidad, anotó en su escrito, estaba ocupada, casi en su totalidad, por almacenes comerciales, “y se asemejan con bastante exactitud a los godowns de las ciudades asiáticas; largos, espaciosos y de un solo piso, la luz solo entre en ellos a través de las puertas batientes de la fachada; sin embargo, también hay muchas casas de dos pisos a este lado, cuyo estilo de construcción impresiona favorablemente”.

Lo que observó en La Guaira en relación con las edificaciones dedicadas al comercio y sus características le sirvió para llevar a cabo comparaciones de lo observado en otros lugares de Venezuela. Expresó que los criterios que sirvieron para la construcción de lugares dedicados al comercio resultaban un estilo generalizado en el territorio. Así, caracterizó una parte del urbanismo: calles estrechas, portales y patios pavimentados, con corredores en contorno, de escaleras amplias, confeccionadas con tramo doble, pero de tosca construcción. Otras semejanzas con el “mundo oriental” las constató al ver salones altos y oblongos u ovalados, aposentos angostos y retirados, muebles pesados y burdos, paredes desnudas y pisos de ladrillos.

     “No deja de ser un hecho bastante curioso, al tratar de determinar la influencia de las costumbres y el espíritu de imitación, que estos aspectos hayan subsistido casi incólumes durante tantos siglos en relación con sus prototipos asiáticos en España, los cuales conservan todavía las mismas características”.

     De su primera estadía en La Guaira anotó haber comido muy bien mientras estuvo alojado en un hospedaje regentado por un francés. Además, agregó no haber sido molestado ni por zancudos ni moscas tal como le sucedió al visitar el Magdalena y Cartagena de Indias. En lo referente al mobiliario que llamó su atención, al llegar a tierras suramericanas, destacó que al interior del país no fuese de tan buena textura como el de La Guaira. Para él esto se explicaba por la proximidad al mar y las posibilidades de importar cualquier mueble y, además, por la incomodidad que significaba transportar en medio de transportes tan limitados artefactos de cierto tamaño y peso. “En consecuencia, tanto si se trata de una cómoda o de un aparador, de un amplio sofá o un piano, sólo pueden ser trasladados sobre la cabeza y las espaldas de mozos de cordel. Tal es el motivo de que algunos muebles de esta clase no hayan pasado de La Guaira, pues los gastos serían mayores que el desembolso realizado para adquirirlos”.

     De acuerdo con su mirada, la carencia de coches o carros de ruedas podía estimular una sensación de deficiencia, “sin poder determinar en qué consiste”. Pero los caminos trazados no parecían ser los apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos. De acuerdo con información que había recopilado acerca de este tema de las vías de comunicación, anotó que hacía un tiempo se había proyectado la construcción de una vía, con menos declives, entre Caracas y La Guaira a través de la quebrada el Tipe. Aunque, al momento de la visita de Duane, se había completado un corto trayecto faltaba aún por hacer. Recordó también los proyectos de instalación de una vía férrea, pero de acuerdo con Duane, era un sistema de transporte adecuado para cortas distancias, de alta densidad poblacional y adelantos técnicos de los que Venezuela era muy deficiente.

     Para Duane la mejoría dependía de una mayor aplicación de técnicas y del mejoramiento de la producción con las que fuese posible requerir otros medios de transporte distintos a lo usual. Aunque un poblador de Petare había experimentado con la importación de medios de transporte más modernos. “Mr. Alderson, quien reside en Petare, ha inaugurado el uso de varias excelentes carretas construidas por encargo en Filadelfia, y las ha utilizado en sus propias plantaciones y negocios, pero seguramente habrá de transcurrir algún tiempo antes de que tenga imitadores”.

     Los diseños arquitectónicos que observó, en especial una iglesia de grandes dimensiones en La Guaira, le estimularon a escribir que no ofrecía ninguna característica notable.

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

     En lo atinente a las fuentes de aguas disponibles en la ciudad escribió, “mana con abundancia un agua muy diáfana, que contribuye a la limpieza y a la salubridad; y cuya disponibilidad procuraron asegurarse previsoramente, desde el propio momento de su fundación, muchas ciudades importantes como Caracas”. Indicó haber apreciado como en Trujillo, San Carlos, Bogotá y Mérida las aguas que corrían por las calles, en canales construidos para el recorrido del vital líquido, no sólo servían para el consumo humano sino también para mantener limpias las vías en la ciudad.

     De acuerdo con su percepción lo redactado por el alemán Alejandro von Humboldt fue de gran importancia, al contrario de otros viajeros que hasta el momento visitaron las tierras americanas. Sin embargo, mostró una actitud crítica ante algunas de sus aseveraciones. Uno de los juicios que emitió frente a lo redactado por Humboldt tuvo que ver con sus aseveraciones negativas respecto a la ciudad de La Guaira. En este orden aseveró, que el naturalista había permanecido en esta localidad sólo unas pocas horas y que su opinión acerca del clima en ella lo había obtenido por medio de informantes y no por mediciones propias. En cambio, Duane aseguró que permaneció tres días en La Guaira y apertrechado con medidores de temperatura lo llevaron a concluir que Humboldt estaba equivocado.

     Para el momento de su visita a Venezuela, La Guaira estaba bajo la jurisdicción de Caracas. En uno de los párrafos de su escrito hizo referencia a las rencillas existentes entre los comerciantes y las artimañas de las que hacían gala para desprestigiar a zonas económicas desarrolladas en Puerto Cabello y en La Guaira. Una de ellas tenía que ver con los brotes de fiebre amarilla que, según los comerciantes de Puerto Cabello frente a los de La Guaira, o viceversa, difundían noticias relacionadas con epidemias, con el propósito de perjudicar a sus rivales comerciantes.

     A este respecto, señaló que Humboldt se vio envuelto en estas falsas noticias, lo que lo condujo, según Duane, a conclusiones dudosas. A partir de estas correcciones dedicó unas líneas de recomendación para los viajeros que llegaran a estos lugares. Bajo este marco puso de relieve que todo viajero debía poner especial atención en consumir alimentos que contribuyeran a un funcionamiento intestinal idóneo. Por eso advirtió la necesidad de evitar el consumo de bebidas que estimularan el calor corporal, así como que se debía evitar comer en exceso. Cerró esta idea así: “en los climas cálidos, la secreción de bilis es mayor que la ordinaria, originando dolores de cabeza, que desaparecen por lo general, con el uso de laxantes suaves, y que un emético hará eliminar del todo; además, la costumbre de bañarse frecuentemente, especialmente con agua templada, es deliciosa y mantiene la salud en buen estado”.

Los “aparecidos” y “espantos” de la Caracas de antaño

Los “aparecidos” y “espantos” de la Caracas de antaño

Por Omar Vera López

La “mula maniá”, Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico.

La “mula maniá”, Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico.

     “La luna es un farol vagabundo que recorre el cielo libre de sus amarras. Montada muy alto, tan alto que a veces siente vértigos, mira hacia la tierra que se arropa en su propia oscuridad, sin que su mirada curiosa alcance a producir más que penumbra y juegos de luces. La tierra, allá abajo, siente frío. A veces hasta se molesta de la incesante curiosidad de ese ojo solitario siempre abierto, siempre vigilante. Ese farol navega por el cielo sin importarle que la tierra, allá abajo, tiene cientos y cientos de lunas amarradas al pavimento. Lunas cómodas que se encienden y apagan pro la voluntad del hombre. Lunas menos románticas pero mil veces más prácticas.

     La luna ha visto muchas cosas. Tantas que ya ni recuerda. Pero, aunque la memoria le falle como una vieja achacosa cualquiera, a veces sonríe pensando en las cosas que ha visto. No las recuerda en absoluto, pero sabe que sonreiría igualmente si se acordara, Cosas tristes, alegres, trágicas, misteriosas. . . Esta noche la luna se siente poseída por los espíritus del Más Allá. . . y su sonrisa se ha hecho más oscura, más callada. Como esa sonrisa retorcida de los gatos negros cuando se les pasa la mano por el lomo arqueado. . .

     Noche cualquiera. Santiago de León de Caracas dormita su somnolencia colonial, ahogando bostezos de techos rojos y calles empedradas. La Catedral yergue su juventud coronada por la faz redonda de su reloj que canta las horas con voz abaritonada. Las calles solitarias con las aceras medrosamente recostadas de las paredes recuerdan que se acerca la media noche. Y a las nueve y media el toque de queda barrió con los trasnochadores y silenció las serenatas. Todos se cobijan detrás de las fuertes puertas de madera donde las palmas benditas puestas en cruz y clavadas en lo alto, forman la barrera invisible que coloca la Fe.

     Todos duermen o rezan en la ciudad. . . Es decir, ¡todos no! Prendido a los barrotes de una ventana, tejiendo sueños y hablando silencios, el amor no sabe de toque de queda. . . no usa relojes ni calendarios. Mide las horas en lágrimas y los minutos en suspiros.

     De pronto el amante descuidado se ha puesto pálido. Sus manos ancladas a los barrotes los aferran con más fuerza. La dueña de sus desvelos es una mancha blanca en la oscuridad de la ventana. Y al volver la cabeza, distingue en el fondo de la calle, sacando chispas del empedrado pavimento, una mula, enorme y oscura, que avanza alocadamente. Una pata trabada por las riendas que arrastran por el suelo dificulta sus movimientos. Va sembrando coces y corcovos, extrañamente luminosos los ojos muy grandes, como si llevara un candil encendido muy adentro.

     Toda la oscuridad se va borrando a su paso dejando en su lugar una luz lechosa que hace daño a los ojos. . . Es la “mula maniá”. Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico. Con un suspiro la damisela se ha desmayado y el valeroso galán, sin la interesada espectadora, no ha vacilado en seguir sus pasos. . .

 

Superstición. Tiempo de monsergas y cuentos de camino.

     De espantos y de aparecidos que consideraban su deber principal amargarle la vida al prójimo temeroso que se pusiera en su camino. Cadenas y gemidos, sábanas y azufre, botijuelas donde cantaba su canción dorada la morocota rubia y codiciada. Golpes en las paredes y voces temblorosas de los buscadores de tesoros que cubrían el miedo con la ambición. “Siga tres pasos hacia el norte donde la vieja ceiba dobla la espalda contra el muro” . . . Espantos, muertos y apariciones.

     Cuando los gallos comienzan a mirar al reloj previniendo la aurora, la oscuridad se hace más impenetrable que nunca. Es quizá el momento crucial, sagrado, cuando la mañana, al fin mujer, se da los toques sabios de su “toilette” para aparecer fresca y rozagante a los ojos del sol que se levanta. En ese momento con una velocidad de espanto, traqueteando, chirriando y dando tumbos por las estrechas callejas, aparecía un carretón viejo y polvoriento. Desde el sitio donde hoy está el Panteón Nacional hasta dos o tres cuadras al sur del Puente Trinidad o desde Dos Pilitas hasta la Plaza de la Pastora, el siniestro carretón va llenando de ruidos y de temores los corazones caraqueños.

El Carretón de la Trinidad, ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero.

El Carretón de la Trinidad, ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero.

     Era el Carretón de la Trinidad, el ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero, haciendo cabriolas en el pescante, con dos espantosos cuernos señalando al cielo en la frente arrugada. El conductor agitaba el látigo y golpeaba el aire, porque el carretón llevaba las varas vacías, aumentaba la velocidad cada vez más sin que se vieran los caballos que piafaban y galopaban acuciados por el látigo. . . Y no faltaba quien sintiera nacer entremetido con sus medrosos pensamientos la seguridad de que la “mula maniá” se había escapado de las varas del misterioso carretón.

     Época oscura de cuentos narrados a la luz temblona de la vela. Sombras que trepaban las paredes y se deslizaban por el techo de cañas como esperando el momento para abalanzarse sobre el desprevenido mortal que sentía el corazón arrugado y chiquito como una naranja vieja. Caracas, la vieja Caracas, era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes apenas el sol escondía la nariz enrojecida detrás de los cerros. La “dientona” mostrando a todos el tamaño descomunal de su dentadura, largos sables afilados y amarillos, apenas se atrevían a escuchar las once campanadas en la calle. El “enano de la Torre de Catedral”, un minúsculo hombrecillo que se podía encontrar por las noches parado bajo la Torre y que se estiraba, se estiraba, hasta mirar la esfera del reloj cuando algún desprevenido le preguntaba la hora.

   El “rosario de las ánimas” con su blanca fila de figuras, envueltas en los amplios pliegues de las sábanas, portando el hachón encendido y rezando en voz alta un escalofriante rosario. Tradición y superstición de la Caracas que se fue encaramada en sus edificios de veinte pisos y enarbolando la sonrisa blanca de la luz del neón.

     Pero también había los que sabían aprovechar la superstición para sus propios fines. En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “la sayona” . . .  Con un larguísimo sayal, más negro que la misma noche, mostrando en el cráneo pelado el resplandor rojizo de las cuencas vacías y con un ominoso entre chocar de huesos al caminar iba apretando con la mano fría del miedo el corazón de todos los caraqueños. En las casas, reunidos en una habitación cualquiera, todos los habitantes oían ansiosos la voz del jefe de la familia que rezaba con voz temblorosa pidiendo al cielo la merced de alejar la siniestra dama de los alrededores. . . Al poco rato, al conjuro de rezos y peticiones, se dejaba de oír el lamento de la enlutada aparición y regresaba la calma al seno del hogar. Una persona, sin embargo, entre ruborosa y asustada, podía aclarar el misterio de la aparición de la temida “sayona”, esa sayona que ocultaba tras la negrura de la sábana apresuradamente teñida al galán audaz que desafiaba la fuerza poderosa de la superstición para robar un beso de los labios de la amada, Una medida forzada por el inabordable cerco que en esa época de rigidez conventual separaba a los galantes caballeros flechados por Cupido de la dulce compañía de las Julietas de entonces.

     A veces ya no era la sayona sino el “Hermano Penitente” . . . Vestido de blanco, con un rosario de cuentas de madera al pecho, una cruz en la mano izquierda y un látigo en la derecha, iba pregonando a grandes gritos sus horribles pecados mientras se propinaba sonoros latigazos en las espaldas curvadas. Excusado es decir que los avisados mozos de entonces utilizaban largas tiras de cartón para los temibles látigos, que producían un ruido seco e impresionante sin lastimar sus pecadoras espaldas.

La vieja Caracas era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes.

La vieja Caracas era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes.

     Este “Hermano Penitente” como si fuera poco el acompañamiento lúgubre de los latigazos y los gritos, también tenía su cohorte de adeptos. Sus devotos que apoyados en la tremenda influencia del “Hermano”, hacen y deshacen a su sabor, sin miedo ni temor para los peligros terrenales.

     La ceremonia durante la cual el “devoto” hace su pacto con el terrorífico “Hermano” puede ponerle los pelos de punta al más valiente. Con una gallina negra, descabezada, en la mano, el iniciado se dirige al Cementerio, dejando a su paso un sendero punteado de sangre. Allí, cuando la tempestad, que es requisito indispensable para la aparición del “Hermano” éste en su apogeo, invoca su aparición. Aparecido éste, si nuestro audaz “devoto” conserva suficientes redaños para ello, se realiza el pacto que le conferirá poderes especiales al aspirante.

     El “devoto” despide a su tenebroso asociado rezándole la oración de “San Juan Retornado”, y debe retirarse después sin osar tornar los ojos ya que el espectáculo del “Hermano Penitente” envuelto en llamaradas, descabezado, con los írganos abdominales colgando y profiriendo espantosos lamentos, son para desequilibrar a cualquiera. Menos mal que como contraparte, los “devotos” del “Hermano Penitente” adquieren poderes sobrenaturales para prevenirse de peligros y para salir con bien de las más enrevesadas aventuras. Tal diríase de estos devotos del espectral hermano que solo son protagonistas de los “films” de aventuras, en los cuales siempre salen incólumes las primeras figuras cuando ya parecía que tenían listo el pasaje a otro mundo.

     El culto a lo desconocido no siempre tiene esas fases terroríficas en sus invocaciones. Casi podríamos encontrarle un significado poético a la invocación al “Anima Sola”, por ejemplo. Ya no se trata del osado que desea arrostrar peligros precisamente sin peligro, sino del romántico galán un poco maltratado por la suerte y que desea reponer su prestigio amoroso con las doncellas del lugar. Entonces no tiene más que dirigirse a un bosque en horas de la noche y allí invoca a la “Solitaria Dama” que se especializa en asuntos sentimentales. Una vez conseguidos los favores del “Ánima Sola”, el “devoto” podrá emprender la conquista amorosa más difícil con la seguridad de que pronto la victoria será suya diciendo tan solo. . . “Ven. . . ven… Te llama el Anima Sola y yo también”.

     El Ánima Sola no se presenta en forma desagradable sino más bien en forma de mujer cubierta con blancas y vaporosas vestiduras. Dicen otros sin embargo que en las ocasiones en que los curiosos han pretendido presenciar la ceremonia de la iniciación, la Solitaria Dama se les ha aparecido en forma de mujer que arrastra un cuerpo de yegua.

     El Ánima Sola, sin embargo, como todo lo relacionado con el amor, pide fidelidad absoluta. El iniciado no puede nunca abandonar su culto so pena de terminar loco el resto de sus días ante la persecución implacable de su antigua aliada.

     Caminos de tradición sembrados en el corazón del pueblo. Retorcidos caminos que nacieron en la encrucijada de una noche cualquiera al amor de un buen fuego, en los labios del viejo abuelo que recordaba las cosas que había visto, las cosas que había oído y aún, las cosas que había imaginado montado en el potro de una imaginación afiebrada acuciada por el temor a lo desconocido.

En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “La Sayona”.

En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “La Sayona”.

Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.
Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.

     Oscuras creencias mitad religiosas mitad paganas. A lo largo y ancho de Venezuela las ánimas han puesto su nota de superstición y de ambición. Tesoros enterrados, relucientes morocotas que guarda un “ánima” en espera del audaz mortal que se decida a tomarlas. El ánima Palo Negro, el ánima de La Yaguara, la del Tirano Aguirre, la de la Vuelta del Fraile, el ánima en pena que fueron tema de medrosas conversaciones en la Caracas de calles empedradas y faroles de gas. Ánimas que ahora debe ser muy difícil hallar, ahuyentadas por las luces de mercurio y por la picota incansable que derriba viejos edificios con la misma rapidez con que vuelven a levantarse convertidos en modernos rascacielos o amplias avenidas.

     Hoy, bajo las luces brillantes de la ciudad que vive muy de prisa, no hay tiempo para supersticiones. El “carretón de la Trinidad” se perdería en medio de tantas canalizaciones, el “ánima sola” ha perdido su influjo amatorio y aún el “Hermano Penitente”, nos parece, a la claridad de nuestra concepción moderna, más que un espectral aparecido de tiempos idos, el remoquete de luchador de moda. Ya los grandes no creen en cuentos de brujas y los chicos, si llegaran a oír en labios del viejo abuelo las cosas que vio, que escuchó o que imaginó, solo atinarán a sonreír escépticamente, preguntándose: ¿Qué culebrón habrá estado oyendo el abuelo en la radio. . .? Ya como que le está pegando el calendario. . .”

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