En el lado izquierdo del lienzo y en el último término, vése al obispo Mauro que conduce la custodia y va acompañado de una anciana. Representa esta escena al prelado virtuoso, tan sublime en los días del terremoto de 1641, y a la señora María Pérez, tan abnegada como espléndida en la misma época. Este retablo que según nuestras observaciones no fue colocado, sino cuando se reedificó por tercera vez la Catedral, 1664 a 1674, trae su origen desde el pontificado de Mauro de Tovar, quien juzgo que era necesario perpetuar en la memoria de los caraqueños la de una mujer tan abnegada y espontánea, tan caritativa y humilde, como lo había sido María Pérez para sus compatriotas. La colocación del tal retablo, está conexionada con un hecho, si se quiere vulgar, pero que exigía cierta reparación de la sociedad caraqueña.
Vivía en Caracas en la época del obispo Mauro cierto gallego, pintor de brocha gorda, insolente y desvergonzado por hábito, pues no había hora en que de su boca no salieran descomunales improperios, que letrado parecía en el estudio de ciertas frases provinciales de Galicia y también de Cataluña y Andalucía. Por lo demás era Mauricio Robes hombre cumplido y trabajador. Como en el oficio de pintor tenía ya el gallego algunos años, y compradas eran sus obras por mujeres piadosas e ignorantes, creyó que había llegado el momento en que dos de sus pinturas pudieran exornar los muros interiores de la nueva Catedral, y dando la última mano a los lienzos, la huida de Egipto y la Oración de Huerto, presentóse con estos en cierta mañana a la obispalía en solicitud del prelado.
— ¿Qué solicita Don Mauricio?, preguntó el obispo a Robes, tan luego como le vio en el corredor de la obispalía.
—Vengo a suplicar a Su Señoría, Ilustrísima, me compré estos lienzos que he concluido para adornar con ellos el nuevo templo y que con tanta perseverancia levanta Vuestra Señoría. Y Robes, desenrollando las dos pinturas las expuso a la contemplación del obispo.
El Pastor, después de recorrer con la vista las obras y de estudiarlas desde varias distancias, soltó una carcajada estrepitosa y dijo al pintor:
— “Amigo esto es malo, muy malo, malísimo”, y se retiró.
Era ese hombre seco, enemigo de preámbulos, lacónico y voluntarioso.
La primera obispalía entonces era la casa N°13 que pertenece a la Metropolitana y donde está el establecimiento mercantil del señor Ruiz. Todavía se conservan en el patio de esta casa los muros de la capilla provisional que sirvió al obispo después del terremoto de 1641. La segunda obispalía, que es la casa actual, fue vendida al cabildo eclesiástico por Deán Escoto muchos años después. Era baja y como la reconstrucción comenzó con la fábrica del Seminario que le era contiguo, hubo de ponerse a una y otra, arcadas bajas a prueba de terremoto.
Sin menear los labios Robes enrolló sus lienzos y dejo la obispalía. Al salir a la calle le vino, sin duda, el recuerdo de la piadosa y espléndida María Pérez, pues a la casa de esta, que estaba frente al convento de San Jacinto, dirigió sus pasos. Hasta entonces el gallego estaba como espantado y no sabía darse cuenta de la repulsa del obispo; pero al llegar a la casa de Doña María, el pintor, como queriendo desahogarse, refirió a la señora la escena de la obispalía, coronando su narración con frases lisonjeras a la matrona, la única que en Caracas era capaz de conocer el mérito de aquellas dos pinturas. Pero María, ya fuera porque no le era desconocida la estética, ya porque no quisiera discrepar de la opinión emitida por el obispo, después de haberlas estudiado le dijo al gallego: —“pues amigo, esto es malo, muy malo, malísimo”. El pintor, al verse sentenciado en segunda instancia y perdiendo el aplomo que por respeto o por temor había observado delante del prelado, estalló en esta ocasión dejando libre curso a la lengua, que desató en las más groseras expresiones.
Al escuchar tanto improperio, Doña María, con ademán dijo al esclavo que hacía las veces de portero:
—“Lanzad a ese hombre de la casa, por insolente y atrevido”.
Y Robes, más que mohíno, furioso, con paso apresurado, ganó la calle y llegó a su casa, después de haber conjugado cuantas frases sugirieron la venganza y el despecho.
Dos meses después de esta escena, el pintor llamó a sus vecinos y relacionados para que contemplaran un lienzo que acababa de pintar y el cual, lo juzgaba como otra acabada, digna de ser admirada. Robes había ideado un cuadro de ánimas, dividido en dos secciones: en la de la derecha veíanse las almas purificadas que eran sacadas de entre las llamas por ángeles y serafines; en el de la siniestra retorcíanse los pecadores, y todos llamaban la atención por las gesticulaciones de los semblantes y la desesperación que parecía torturarlos. En un rincón del lienzo descollaba una anciana con los ojos salidos de sus cuencas, colgaba la lengua de la boca, brotaban de las ventanas de la nariz chorros de fuego, pendían de su cuello sartas de onzas de oro, mientras que los brazos enjutos y descarnados se iban retorciendo; lo que daba a esta figura un carácter repelente y monstruoso. Sin que el pintor hubiera dado a nadie explicación de su obra, los curiosos del pueblo creyeron encontrar en el tipo monstruoso del purgatorio, la caricatura de María Pérez; y si se sonrieron al ver la travesura de Robes, en voz baja murmuraron y reprobaron venganza tan injusta como ruin, por ser la piadosa señora amada y venerada de todo Caracas.
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