La Caracas de 1935

La Caracas de 1935

Uno de los acontecimientos más notable de la Caracas de 1935, fue la visita del cantante argentino Carlos Gardel. La ciudad enloqueció con este ídolo de multitudes.

Uno de los acontecimientos más notable de la Caracas de 1935, fue la visita del cantante argentino Carlos Gardel. La ciudad enloqueció con este ídolo de multitudes.

     ¿Cómo era la Caracas mediática de hace 88 años? Con ocasión de celebrarse en la capital venezolana la Conferencia Interamericana, en el año 1954, la revista Élite recreó en un interesante trabajo del periodista Omar Vera López, titulado “Caracas Hace 20 años, a través de Élite”, aspectos noticiosos de diversas fuentes periodísticas, que fueron destacados en los medios nacionales e internacionales durante el año 1935. A continuación, presentamos la transcripción del reportaje.

     “Siempre es agradable recordar. Olvidarnos de los aviones de retropropulsión de la época moderna, para treparnos parsimoniosamente en el tranvía de los recuerdos con la pajilla retrecheramente encasquetada en un ángulo propicio y el álbum de fotografías cuidadosamente empaquetado bajo el brazo como guía de la evocación, risueña o entristecida de los tiempos que se fueron. No hay que retroceder mucho tampoco. Esta Caracas nuestra crece con el vigor y la rapidez propios de las quinceañeras que se duermen niñas y despiertan hechos monumentos andantes. Por eso, solamente hemos retrocedido una veintena de años en el calendario para traer la Caracas moderna de la Conferencia Interamericana y de la Autopista Caracas-La Guaira, un poco de la Caracas que respiró las brisas avileñas allá por el año 1935. La Caracas de Gardel y de Arvizu, de Pombo y de Julio Mendoza que comentaba despreocupada la moda parisina en las tardes elegantes del Hipódromo Nacional.

 

Caracas y el mundo

     Todavía los caraqueños y caraqueñas no habían vuelto los ojos hacia los Estados Unidos. Europa era nuestro centro de atención y de Europa venía el grueso de las noticias, aunque poco a poco el incipiente gigante norteño iba copando la avidez de información del mundo.  

     Comenzando el año, como un trágico regalo pascual de un fúnebremente humorístico Santa Claus, comenzaba la cuestión ítalo-etíope a caldear el ánimo de los diplomáticos europeos. Tropas abisinias atacaban una guarnición italiana matando sesenta soldados. Era el comienzo de una larga serie de hechos que más tarde llevarían la sangre y la desolación a millares de hogares. Más tarde la noticia internacional europea la constituía la devolución del Sarre a Alemania. Adolfo Hitler, a la sazón presidente de Alemania, fue vitoreado y aclamado a su paso por las principales ciudades de este territorio. Ya Alemania comenzaba a hacerse sentir como una amenaza latente, culminando su continua posición agresiva con la declaración oficial de que el país desconocía el Tratado de Versalles y que se armaría hasta los dientes de cualquier forma. Se movilizaron las cancillerías del mundo y los diplomáticos comenzaron a llegar a sus oficinas al romper el alba. Suvich (Italia), Laval (Francia) y Edén (Gran Bretaña) se reúnen en Paris para tratar de evitar la guerra que se adivinaba próxima. Haile Selassie entre tanto, hacía su nombre y su figura familiar a los lectores de diarios y revistas del mundo civilizado mientras encabezaba la resistencia de su pueblo abisinio al ataque de las huestes italianas. El mundo entero vivía un ambiente de preguerra donde no se preguntaba ya obre la posibilidad de una nueva conflagración mundial, sino que ya se hacía conjeturas sobre la fecha de iniciación.

 

Hauptmann y Gardel

     Dos sucesos apasionaron a la Caracas de 1935. El primero de ellos fue el rapto y muerte del hijo de Charles Lindbergh, el “Águila Solitaria”, por el carpintero alemán Bruno Richard Hauptmann. Este, que en todo momento no dejó de hacer protestas de su inocencia, fue condenado a morir en la silla eléctrica, en razón de las pruebas abrumadoras esgrimidas en su contra. El “Juicio del Siglo”, como fue llamado éste, convirtió a la Corte de Hunterdom en el centro de atracción del mundo entero. Más tarde, cuando el veredicto del jurado lo condenara a la pena capital, millares de voces se oyeron en su defensa, dándose el caso de oír a multitudes (Casino de Yorkville en New York) vitoreando al asesino convicto y abucheando al padre del niño secuestrado. El país entero, como todos los países del mundo, siguió paso a paso el sensacional proceso que ocupó parte preponderante en las informaciones diarias.

El hipismo era una de las grandes pasiones de los caraqueños de 1935. Esteban Ballesté se ponía ronco narrando las carreras; entonces se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador.

El hipismo era una de las grandes pasiones de los caraqueños de 1935. Esteban Ballesté se ponía ronco narrando las carreras; entonces se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador.

     El segundo suceso tuvo más resonancia sentimental por la cercanía, tanto física como espiritual del protagonista. Carlos Gardel, el zorzal de América, acababa de pasar por Caracas, dejando una estela de admiración tras su paso. Racimos de admiradores lo siguieron desde su llegada a Caracas realizada en medio de aclamación apoteósica de la multitud hasta el día de su partida. Su actuación no hizo más que reafirmar su prestigio y simpatía, por eso la noticia de su muerte, doblemente trágica por los detalles cruentos de que estuvo rodeada, fue acogida con verdaderas manifestaciones de dolor en la Caracas de entonces. El choque de los aviones en el aeropuerto de Medellín, que causara la muerte del cantante argentino y de todo su conjunto artístico, fue quizá la nota sentimental más destacada del año que comentamos.

 

De Cinco en Fondo

     Otra noticia que por momentos llamó la atención pero que luego fiera barrida por los preparativos del mundo para la guerra, fue la del advenimiento de los quíntuples Dionne. El Dr. Defoe, su partero, se convirtió en una celebridad y el rostro, aún deforme de las recién nacidas chiquillas, fue exhibido en los diarios y revistas del mundo entero.

     La botadura del Normandie y luego del Queen Mary, gigantescos trasatlánticos, el regreso del Almirante Byrd del Polo y la muerte de Lawrence de Arabia, completan el panorama superficial del mundo que llamó la atención de la Caracas de 1935.

 

Caracas en Ropa de Casa

     Era el tiempo de la Carioca. ¿La recuerda usted? Debe recordar aquellos pegajosos compases que se cantaban, tarareaban y se gritaban desde el Portachuelo hasta Blandín. 

     Y debe recordarla también Arturo Uslar Pietri, pero con la satisfacción de rememorar que en esa época su prestigio de autor de “Barrabás” y de “Las Lanzas Coloradas”, era comentado por un nuevo premio recaído esta vez en su cuento “Lluvia”, escogido como ganador de un concurso promovido por nuestra revista.

     De esa época, nombres y más nombres van llegando a las páginas de la revista trayendo su mensaje de esperanzas. Esperanzas era, por ejemplo, Horacio Vanegas, que actuaba junto con Luis Brito Arocha y Félix Cardona Moreno en una obra escrita por él mismo: “Casa de Pensión”, en el festival que celebraba los 15 años del Instituto San Pablo; José Luis Paz comenzaba a despuntar como pianista; Octavio Suárez iniciaba su carrera como cantante; Gonzalo Veloz Mancera, apuntaba sus dotes de hombre de empresa.

     La familia Buche y Pluma, que cobraba vida en los libretos de Carlos Fernández, se convertía en el programa más cotizado de la Broadcasting Caracas, la estación radial que se convertiría en Radio Caracas y que traía en aquel entonces las mejores firmas extranjeras para sus programas. Carlos Gardel y Jesús Arvizu fueron presentados por sus micrófonos en este año de gracia que nació y murió hace una veintena de años.

     No está de más recordar que ya comenzaban los cronistas a quejarse del decaimiento del carnaval. Hoy, que acaba Caracas de vivir cuatro días llenos de carrozas y de desfiles, podríamos reproducir las palabras de Alberto Caminos, el cronista de la época: “han desaparecido las feéricas comparsas de disfraces elegantes que desfilaban por las calles sobre lujosos vehículos desparramando flores y sonrisas en el aire policromo de serpentinas”, escribía quejoso. En la Caracas moderna de rascacielos y de rompimiento de la barrera del sonido, parece renacer el Carnaval antañón que hacía suspirar a los cronistas de ayer.

Teodoro Capriles conocida como estrella del deporte, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año.

Teodoro Capriles conocida como estrella del deporte, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año.

Miss Caracas 1936

     Como un aliciente para las lindas muchachas caraqueñas comienza Élite la publicación de las fotografías de las candidatas al título de Miss Caracas. Un concurso simpático y elegante que congregó a lo más granado de la juventud caraqueña. Veinte años más tarde, Élite volvería a erigirse en paladín de la belleza femenil, al patrocinar el concurso para elegir a Miss Venezuela con destino al Concurso para elegir a Miss Universo.

     El signo del tiempo se vive exactamente con la comparación inmediata del hipódromo de entonces y el hipódromo de ahora. El escenario sigue siendo el mismo pero extraña que se publicara con grandes despliegues, que los cuadros una semana cualquiera habían producido un dividendo de 1.976 bolívares. Las papeletas por su parte habían dado 938 bolívares. Si se considera que en tales papeletas había que poner un solo caballo en cada carrera podrá el amable lector hacer una pequeña comparación de la dificultad actual de elegir seis “líneas”. Menos mal que la remuneración está muy lejos, en caso de acertar, de esos 938 bolos que nos lucen tan exiguos a veinte años de distancia.

 

Caracas hípica

     Y ya que tocamos el tema hípico, vale la pena seguir hilvanando recuerdos. Y recordar, por ejemplo, las carreras que se corrían en familia, con todos los animales siendo propiedad de uno u otro miembro de la familia Gómez. En la época, nuestro hipismo incipiente no tenía muchas aspiraciones. Y corrían animales como Alas, una yegua castaña de Berta Gómez, de padres desconocidos. 

    O el mismo héroe criollo Gold Buttom, hijo de Cónsul en madre desconocida. Es decir que nuestro recordado Alberto Limonta no hubiera tenido problema ninguno con su desconocida paternidad para intervenir en las pruebas montadas en el Hipódromo. En ese entonces comenzaba Chapellín como “aprendiz de grandes méritos”, se ponía ronco Esteban Ballesté perifoneando las carreras y se pagaban los astronómicos premios de 1.000 bolívares al caballo ganador de una carrera y 80 al que arribara de cuarto. Menos mal que en ese tiempo la avena era barata.

 

Héroes deportivos

     Teodoro Capriles conocido como estrella del “diving”, abandona el trampolín por la bicicleta y a bordo de ella arrasa con todos los premios importantes del año. No hay quien lo detenga en su ruta. Simón Chávez ratifica su condición de ídolo popular, venciendo a Eligio Sardiñas “Kid Chocolate”, el cubiche de las piernas mágicas dentro del ring. Luis Aparicio con su clase de pelotero grande, usa con perfecta naturalidad el apodo de “el Grande de Maracaibo” que le concediera la fanaticada. Tres figuras que han dado glorias al deporte nativo y que figuran en plan estelar en el año 1935. Y así como ellos Néstor Luis Negrón, preocupado educador hoy, que solo se preocupaba por mantener incólume la portería de su equipo Dos Caminos. Rafael Yánez y Cristina Urbaneja, campeones de tenis; Leonardo Pelícano, especialista en carreras de vallas y recordman nacional; Vidal López, un espigado novato que comenzaba su labor desde el montículo de los Indios de Sarría, el archipopular Royal Criollos. Atletas que vivieron sus momentos de gloria pequeños o grandes y que recogieron para la posteridad las páginas de nuestra revista.

 

Récords Atléticos

     A título comparativo podemos citar las marcas nacionales impuestas en las competencias del año que comentamos. Para empezar, tenemos los 27.60 metros del lanzamiento del martillo en poder de M. T. Pérez. O los 46.85 metros de la jabalina de Gustavo González. O los 11.37 metros del lanzamiento del peso de Rafael Arnal. Para nuestros atletas de hoy, que acuden a una cita internacional como la de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, son especialmente significativas estas marcas alcanzadas hace 20 años. Y la pregunta salta por sí sola. ¿Se refleja en las marcas actuales un progreso de 20 años? La respuesta se la dejamos al lector.

Las películas de vaqueros son las preferidas de los caraqueños. Las pavas de entonces suspiraban por Buck Jones.

Las películas de vaqueros son las preferidas de los caraqueños. Las pavas de entonces suspiraban por Buck Jones.

El Celuloide

     Para terminar esta ojeada a la historia con todos los honores, echemos un vistazo a las carteleras cinematográficas. Podemos ver a “La Batalla”, si queremos algo de acción. A Buck Jones si los vaqueros gozan de nuestra predilección. O podemos, en fin, escoger entre Eddie Cantor, por ejemplo, y Laurel y Hardy, si queremos algo jocoso.

     La pareja Joan Crawford y Clark Gable hizo latir muchos corazones y vaciarse muchos bolsillos en las taquillas. Así mismo, la deliciosa ingenuidad de la niña prodigio que hechizó al mundo: Shirley Temple o de aquella graciosa “pandilla” que hacía de las suyas para delicia nuestra. Ginger Rogers, Spencer Tracy, Charles Boyer, nombres que todavía “suenan”, al lado de otros: John Boles, José Bohr, Ricardo Novarro, que ya desaparecieron de las marquesinas. Y todo eso sazonado con las curvas rabiosamente rotundas y sabiamente mostradas de la Marilyn Monroe de la época: Jean Harlow. La rubia provocativa y ondulante que hizo suspirar a muchos graves señores de hoy que solo piensan en la Conferencia Interamericana, en la escasez de café en el mundo y en las posibilidades de pegar seis caballos con un cuadrito de 24 bolívares.

 

Se Acabó la Línea

     Hemos llegado al final del recorrido en nuestro tranvía, el colector ya acude a cambiar la posición de los asientos, y hemos de bajarnos con nuestra pajilla, nuestro bigote de enhiestas guías y nuestro álbum cuidadosamente conservado debajo del brazo. Fue solo un vistazo, una simple ojeada a la Caracas de hace veinte años. Esa Caracas donde la gente se quejaba de la desaparición del Carnaval, donde el “loco” Bermúdez estrenaba gritos todavía inéditos en los juegos del Royal Criollos y donde, todavía, se avisaba a los cronistas de sociales que “la distinguida señora impoluta de Blanquinez iba a pasar el “week-end” en el balneario de Macuto”. 

     Aviso que, naturalmente, emanaba de la “distinguida señora de Blanquinez” que gozaba un millón viéndose “impresa” en minúsculas letras de cualquier roncón del diario”.

FUENTE CONSULTADA

  • Vera López, Omar. “Caracas hace 20 años”. Elite. Caracas, octubre de 1935.

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Las mulas eran el principal medio de transporte.

Las mulas eran el principal medio de transporte.

     El coronel William Duane (1760-1835) fue un periodista y editor estadounidense que visitó Venezuela y Colombia entre los años de 1822 y 1823. De su recorrido por estos países elaboró un texto que llevó por título “Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823”, el cual fue impreso en Filadelfia, en 1826, por parte del editor Thomas H. Palmer, aunque Duane también era impresor, oficio que había aprendido en Irlanda, dejó en manos de este último el trabajo, para dar a conocer sus impresiones de unos territorios que recién se habían separado de la corona española.

     Durante su visita estuvo acompañado de su hija Isabel y de su hijastro Richard Bache (1784-1848) quien también escribió un libro denominado “La República de Colombia en los años 1822-23. Notas de viaje”, igualmente impreso en Filadelfia, pero en la imprenta de H. C. Carey, en 1827. Duane escribió que había venido a Venezuela con la tarea de encontrar solución a notas de crédito que se encontraban insolventes desde los tiempos de la guerra. Sin embargo, le dio mayor relieve al deseo que abrigaba, desde hacía unos treinta años, de conocer a quienes había acompañado espiritualmente en su lucha. 

     Esta relación había despertado en él la curiosidad por indagar en la historia, la geografía y el posible destino de los países que habían llevado a buen puerto una Revolución en la América del Sur. Duane había defendido con afán la causa suramericana desde las páginas del periódico “Aurora”. De sus acciones defendió el hecho de haber coincidido con las políticas de libertad de prensa de la que se gozaba en su país. Por esto afirmó que una prensa libre le dio la oportunidad de dar a conocer sus pronósticos y conceptos, labor que no dejó de cultivar a pesar de las censuras que le dirigían colegas y algunas personas que se mostraban escépticos respecto a lo que sucedía al sur del territorio estadounidense.

     En el preámbulo de su libro, de 632 páginas, dejó escrito que no había podido incluir ni la mitad de lo que hubiera querido exponer en su obra. En cambio, el texto de su hijastro fue menos voluminoso, pero no menos interesante que el de su padrastro. Ambos libros muestran la preocupación de los viajeros que visitaron estas tierras después de 1821. Luego de este año, los temas de mayor relieve relacionados con el conflicto bélico fueron desplazados por otros asuntos orientados en la organización y bases del orden republicano que se intentaba desplegar.

     En este orden, es importante recordar que varios integrantes de la sociedad letrada de Filadelfia prestaron gran atención a lo que sucedía en la América española en los tiempos de emancipación. Filadelfia, llamada entonces la capital financiera de los Estados Unidos, jugó un papel de gran importancia en la divulgación la causa de los repúblicos suramericanos. Entre los años de 1810 y 1818 fueron varios los personajes que llevaron a cabo actividades a favor de la Independencia desde esa ciudad. Entre ellos, Telésforo de Orea, Juan Vicente Bolívar, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga, Pedro Gual, Juan Germán Roscio, Mariano Montilla, Lino de Clemente y Juan Paz del Castillo, entre otros.

     Filadelfia era tierra habitada por filósofos, escritores y tratadistas enterados de las nuevas vertientes del pensamiento europeo. También fue un centro editorial y de talleres de impresión de textos. De este último se puede rememorar el caso del inmigrante irlandés Mathew Carey (1760-1839) quien reeditó el texto de Thomas Paine (1737-1809), “Common Sense” (1776), a instancias de Manuel García de Sena y escritos del neogranadino Manuel Torres (1767-1822), al igual que la segunda edición (1821) del libro de Juan Germán Roscio (1763-1821) “El triunfo de la libertad sobre el despotismo”.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

     Una de las primeras observaciones de Duane, estaba relacionada con los medios de transporte utilizados en Venezuela. A este respecto indicó que las mulas cumplían las labores que en otros lugares se ejecutaban con la ayuda de carretas, carros, coches, sillas de posta e incluso de las carretillas. De igual manera, describió que para el ingreso a Caracas había tres puertas. La puerta más utilizada, y la que él y sus acompañantes traspasaron, era la que daba directamente al mar. Al ser atravesada observó la estación aduanera, un cuerpo de guardianes y en una parte más alta se encontraba la residencia del comandante. La calle real de la localidad, anotó en su escrito, estaba ocupada, casi en su totalidad, por almacenes comerciales, “y se asemejan con bastante exactitud a los godowns de las ciudades asiáticas; largos, espaciosos y de un solo piso, la luz solo entre en ellos a través de las puertas batientes de la fachada; sin embargo, también hay muchas casas de dos pisos a este lado, cuyo estilo de construcción impresiona favorablemente”.

Lo que observó en La Guaira en relación con las edificaciones dedicadas al comercio y sus características le sirvió para llevar a cabo comparaciones de lo observado en otros lugares de Venezuela. Expresó que los criterios que sirvieron para la construcción de lugares dedicados al comercio resultaban un estilo generalizado en el territorio. Así, caracterizó una parte del urbanismo: calles estrechas, portales y patios pavimentados, con corredores en contorno, de escaleras amplias, confeccionadas con tramo doble, pero de tosca construcción. Otras semejanzas con el “mundo oriental” las constató al ver salones altos y oblongos u ovalados, aposentos angostos y retirados, muebles pesados y burdos, paredes desnudas y pisos de ladrillos.

     “No deja de ser un hecho bastante curioso, al tratar de determinar la influencia de las costumbres y el espíritu de imitación, que estos aspectos hayan subsistido casi incólumes durante tantos siglos en relación con sus prototipos asiáticos en España, los cuales conservan todavía las mismas características”.

     De su primera estadía en La Guaira anotó haber comido muy bien mientras estuvo alojado en un hospedaje regentado por un francés. Además, agregó no haber sido molestado ni por zancudos ni moscas tal como le sucedió al visitar el Magdalena y Cartagena de Indias. En lo referente al mobiliario que llamó su atención, al llegar a tierras suramericanas, destacó que al interior del país no fuese de tan buena textura como el de La Guaira. Para él esto se explicaba por la proximidad al mar y las posibilidades de importar cualquier mueble y, además, por la incomodidad que significaba transportar en medio de transportes tan limitados artefactos de cierto tamaño y peso. “En consecuencia, tanto si se trata de una cómoda o de un aparador, de un amplio sofá o un piano, sólo pueden ser trasladados sobre la cabeza y las espaldas de mozos de cordel. Tal es el motivo de que algunos muebles de esta clase no hayan pasado de La Guaira, pues los gastos serían mayores que el desembolso realizado para adquirirlos”.

     De acuerdo con su mirada, la carencia de coches o carros de ruedas podía estimular una sensación de deficiencia, “sin poder determinar en qué consiste”. Pero los caminos trazados no parecían ser los apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos. De acuerdo con información que había recopilado acerca de este tema de las vías de comunicación, anotó que hacía un tiempo se había proyectado la construcción de una vía, con menos declives, entre Caracas y La Guaira a través de la quebrada el Tipe. Aunque, al momento de la visita de Duane, se había completado un corto trayecto faltaba aún por hacer. Recordó también los proyectos de instalación de una vía férrea, pero de acuerdo con Duane, era un sistema de transporte adecuado para cortas distancias, de alta densidad poblacional y adelantos técnicos de los que Venezuela era muy deficiente.

     Para Duane la mejoría dependía de una mayor aplicación de técnicas y del mejoramiento de la producción con las que fuese posible requerir otros medios de transporte distintos a lo usual. Aunque un poblador de Petare había experimentado con la importación de medios de transporte más modernos. “Mr. Alderson, quien reside en Petare, ha inaugurado el uso de varias excelentes carretas construidas por encargo en Filadelfia, y las ha utilizado en sus propias plantaciones y negocios, pero seguramente habrá de transcurrir algún tiempo antes de que tenga imitadores”.

     Los diseños arquitectónicos que observó, en especial una iglesia de grandes dimensiones en La Guaira, le estimularon a escribir que no ofrecía ninguna característica notable.

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

     En lo atinente a las fuentes de aguas disponibles en la ciudad escribió, “mana con abundancia un agua muy diáfana, que contribuye a la limpieza y a la salubridad; y cuya disponibilidad procuraron asegurarse previsoramente, desde el propio momento de su fundación, muchas ciudades importantes como Caracas”. Indicó haber apreciado como en Trujillo, San Carlos, Bogotá y Mérida las aguas que corrían por las calles, en canales construidos para el recorrido del vital líquido, no sólo servían para el consumo humano sino también para mantener limpias las vías en la ciudad.

     De acuerdo con su percepción lo redactado por el alemán Alejandro von Humboldt fue de gran importancia, al contrario de otros viajeros que hasta el momento visitaron las tierras americanas. Sin embargo, mostró una actitud crítica ante algunas de sus aseveraciones. Uno de los juicios que emitió frente a lo redactado por Humboldt tuvo que ver con sus aseveraciones negativas respecto a la ciudad de La Guaira. En este orden aseveró, que el naturalista había permanecido en esta localidad sólo unas pocas horas y que su opinión acerca del clima en ella lo había obtenido por medio de informantes y no por mediciones propias. En cambio, Duane aseguró que permaneció tres días en La Guaira y apertrechado con medidores de temperatura lo llevaron a concluir que Humboldt estaba equivocado.

     Para el momento de su visita a Venezuela, La Guaira estaba bajo la jurisdicción de Caracas. En uno de los párrafos de su escrito hizo referencia a las rencillas existentes entre los comerciantes y las artimañas de las que hacían gala para desprestigiar a zonas económicas desarrolladas en Puerto Cabello y en La Guaira. Una de ellas tenía que ver con los brotes de fiebre amarilla que, según los comerciantes de Puerto Cabello frente a los de La Guaira, o viceversa, difundían noticias relacionadas con epidemias, con el propósito de perjudicar a sus rivales comerciantes.

     A este respecto, señaló que Humboldt se vio envuelto en estas falsas noticias, lo que lo condujo, según Duane, a conclusiones dudosas. A partir de estas correcciones dedicó unas líneas de recomendación para los viajeros que llegaran a estos lugares. Bajo este marco puso de relieve que todo viajero debía poner especial atención en consumir alimentos que contribuyeran a un funcionamiento intestinal idóneo. Por eso advirtió la necesidad de evitar el consumo de bebidas que estimularan el calor corporal, así como que se debía evitar comer en exceso. Cerró esta idea así: “en los climas cálidos, la secreción de bilis es mayor que la ordinaria, originando dolores de cabeza, que desaparecen por lo general, con el uso de laxantes suaves, y que un emético hará eliminar del todo; además, la costumbre de bañarse frecuentemente, especialmente con agua templada, es deliciosa y mantiene la salud en buen estado”.

Los “aparecidos” y “espantos” de la Caracas de antaño

Los “aparecidos” y “espantos” de la Caracas de antaño

Por Omar Vera López

La “mula maniá”, Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico.

La “mula maniá”, Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico.

     “La luna es un farol vagabundo que recorre el cielo libre de sus amarras. Montada muy alto, tan alto que a veces siente vértigos, mira hacia la tierra que se arropa en su propia oscuridad, sin que su mirada curiosa alcance a producir más que penumbra y juegos de luces. La tierra, allá abajo, siente frío. A veces hasta se molesta de la incesante curiosidad de ese ojo solitario siempre abierto, siempre vigilante. Ese farol navega por el cielo sin importarle que la tierra, allá abajo, tiene cientos y cientos de lunas amarradas al pavimento. Lunas cómodas que se encienden y apagan pro la voluntad del hombre. Lunas menos románticas pero mil veces más prácticas.

     La luna ha visto muchas cosas. Tantas que ya ni recuerda. Pero, aunque la memoria le falle como una vieja achacosa cualquiera, a veces sonríe pensando en las cosas que ha visto. No las recuerda en absoluto, pero sabe que sonreiría igualmente si se acordara, Cosas tristes, alegres, trágicas, misteriosas. . . Esta noche la luna se siente poseída por los espíritus del Más Allá. . . y su sonrisa se ha hecho más oscura, más callada. Como esa sonrisa retorcida de los gatos negros cuando se les pasa la mano por el lomo arqueado. . .

     Noche cualquiera. Santiago de León de Caracas dormita su somnolencia colonial, ahogando bostezos de techos rojos y calles empedradas. La Catedral yergue su juventud coronada por la faz redonda de su reloj que canta las horas con voz abaritonada. Las calles solitarias con las aceras medrosamente recostadas de las paredes recuerdan que se acerca la media noche. Y a las nueve y media el toque de queda barrió con los trasnochadores y silenció las serenatas. Todos se cobijan detrás de las fuertes puertas de madera donde las palmas benditas puestas en cruz y clavadas en lo alto, forman la barrera invisible que coloca la Fe.

     Todos duermen o rezan en la ciudad. . . Es decir, ¡todos no! Prendido a los barrotes de una ventana, tejiendo sueños y hablando silencios, el amor no sabe de toque de queda. . . no usa relojes ni calendarios. Mide las horas en lágrimas y los minutos en suspiros.

     De pronto el amante descuidado se ha puesto pálido. Sus manos ancladas a los barrotes los aferran con más fuerza. La dueña de sus desvelos es una mancha blanca en la oscuridad de la ventana. Y al volver la cabeza, distingue en el fondo de la calle, sacando chispas del empedrado pavimento, una mula, enorme y oscura, que avanza alocadamente. Una pata trabada por las riendas que arrastran por el suelo dificulta sus movimientos. Va sembrando coces y corcovos, extrañamente luminosos los ojos muy grandes, como si llevara un candil encendido muy adentro.

     Toda la oscuridad se va borrando a su paso dejando en su lugar una luz lechosa que hace daño a los ojos. . . Es la “mula maniá”. Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico. Con un suspiro la damisela se ha desmayado y el valeroso galán, sin la interesada espectadora, no ha vacilado en seguir sus pasos. . .

 

Superstición. Tiempo de monsergas y cuentos de camino.

     De espantos y de aparecidos que consideraban su deber principal amargarle la vida al prójimo temeroso que se pusiera en su camino. Cadenas y gemidos, sábanas y azufre, botijuelas donde cantaba su canción dorada la morocota rubia y codiciada. Golpes en las paredes y voces temblorosas de los buscadores de tesoros que cubrían el miedo con la ambición. “Siga tres pasos hacia el norte donde la vieja ceiba dobla la espalda contra el muro” . . . Espantos, muertos y apariciones.

     Cuando los gallos comienzan a mirar al reloj previniendo la aurora, la oscuridad se hace más impenetrable que nunca. Es quizá el momento crucial, sagrado, cuando la mañana, al fin mujer, se da los toques sabios de su “toilette” para aparecer fresca y rozagante a los ojos del sol que se levanta. En ese momento con una velocidad de espanto, traqueteando, chirriando y dando tumbos por las estrechas callejas, aparecía un carretón viejo y polvoriento. Desde el sitio donde hoy está el Panteón Nacional hasta dos o tres cuadras al sur del Puente Trinidad o desde Dos Pilitas hasta la Plaza de la Pastora, el siniestro carretón va llenando de ruidos y de temores los corazones caraqueños.

El Carretón de la Trinidad, ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero.

El Carretón de la Trinidad, ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero.

     Era el Carretón de la Trinidad, el ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero, haciendo cabriolas en el pescante, con dos espantosos cuernos señalando al cielo en la frente arrugada. El conductor agitaba el látigo y golpeaba el aire, porque el carretón llevaba las varas vacías, aumentaba la velocidad cada vez más sin que se vieran los caballos que piafaban y galopaban acuciados por el látigo. . . Y no faltaba quien sintiera nacer entremetido con sus medrosos pensamientos la seguridad de que la “mula maniá” se había escapado de las varas del misterioso carretón.

     Época oscura de cuentos narrados a la luz temblona de la vela. Sombras que trepaban las paredes y se deslizaban por el techo de cañas como esperando el momento para abalanzarse sobre el desprevenido mortal que sentía el corazón arrugado y chiquito como una naranja vieja. Caracas, la vieja Caracas, era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes apenas el sol escondía la nariz enrojecida detrás de los cerros. La “dientona” mostrando a todos el tamaño descomunal de su dentadura, largos sables afilados y amarillos, apenas se atrevían a escuchar las once campanadas en la calle. El “enano de la Torre de Catedral”, un minúsculo hombrecillo que se podía encontrar por las noches parado bajo la Torre y que se estiraba, se estiraba, hasta mirar la esfera del reloj cuando algún desprevenido le preguntaba la hora.

   El “rosario de las ánimas” con su blanca fila de figuras, envueltas en los amplios pliegues de las sábanas, portando el hachón encendido y rezando en voz alta un escalofriante rosario. Tradición y superstición de la Caracas que se fue encaramada en sus edificios de veinte pisos y enarbolando la sonrisa blanca de la luz del neón.

     Pero también había los que sabían aprovechar la superstición para sus propios fines. En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “la sayona” . . .  Con un larguísimo sayal, más negro que la misma noche, mostrando en el cráneo pelado el resplandor rojizo de las cuencas vacías y con un ominoso entre chocar de huesos al caminar iba apretando con la mano fría del miedo el corazón de todos los caraqueños. En las casas, reunidos en una habitación cualquiera, todos los habitantes oían ansiosos la voz del jefe de la familia que rezaba con voz temblorosa pidiendo al cielo la merced de alejar la siniestra dama de los alrededores. . . Al poco rato, al conjuro de rezos y peticiones, se dejaba de oír el lamento de la enlutada aparición y regresaba la calma al seno del hogar. Una persona, sin embargo, entre ruborosa y asustada, podía aclarar el misterio de la aparición de la temida “sayona”, esa sayona que ocultaba tras la negrura de la sábana apresuradamente teñida al galán audaz que desafiaba la fuerza poderosa de la superstición para robar un beso de los labios de la amada, Una medida forzada por el inabordable cerco que en esa época de rigidez conventual separaba a los galantes caballeros flechados por Cupido de la dulce compañía de las Julietas de entonces.

     A veces ya no era la sayona sino el “Hermano Penitente” . . . Vestido de blanco, con un rosario de cuentas de madera al pecho, una cruz en la mano izquierda y un látigo en la derecha, iba pregonando a grandes gritos sus horribles pecados mientras se propinaba sonoros latigazos en las espaldas curvadas. Excusado es decir que los avisados mozos de entonces utilizaban largas tiras de cartón para los temibles látigos, que producían un ruido seco e impresionante sin lastimar sus pecadoras espaldas.

La vieja Caracas era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes.

La vieja Caracas era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes.

     Este “Hermano Penitente” como si fuera poco el acompañamiento lúgubre de los latigazos y los gritos, también tenía su cohorte de adeptos. Sus devotos que apoyados en la tremenda influencia del “Hermano”, hacen y deshacen a su sabor, sin miedo ni temor para los peligros terrenales.

     La ceremonia durante la cual el “devoto” hace su pacto con el terrorífico “Hermano” puede ponerle los pelos de punta al más valiente. Con una gallina negra, descabezada, en la mano, el iniciado se dirige al Cementerio, dejando a su paso un sendero punteado de sangre. Allí, cuando la tempestad, que es requisito indispensable para la aparición del “Hermano” éste en su apogeo, invoca su aparición. Aparecido éste, si nuestro audaz “devoto” conserva suficientes redaños para ello, se realiza el pacto que le conferirá poderes especiales al aspirante.

     El “devoto” despide a su tenebroso asociado rezándole la oración de “San Juan Retornado”, y debe retirarse después sin osar tornar los ojos ya que el espectáculo del “Hermano Penitente” envuelto en llamaradas, descabezado, con los írganos abdominales colgando y profiriendo espantosos lamentos, son para desequilibrar a cualquiera. Menos mal que como contraparte, los “devotos” del “Hermano Penitente” adquieren poderes sobrenaturales para prevenirse de peligros y para salir con bien de las más enrevesadas aventuras. Tal diríase de estos devotos del espectral hermano que solo son protagonistas de los “films” de aventuras, en los cuales siempre salen incólumes las primeras figuras cuando ya parecía que tenían listo el pasaje a otro mundo.

     El culto a lo desconocido no siempre tiene esas fases terroríficas en sus invocaciones. Casi podríamos encontrarle un significado poético a la invocación al “Anima Sola”, por ejemplo. Ya no se trata del osado que desea arrostrar peligros precisamente sin peligro, sino del romántico galán un poco maltratado por la suerte y que desea reponer su prestigio amoroso con las doncellas del lugar. Entonces no tiene más que dirigirse a un bosque en horas de la noche y allí invoca a la “Solitaria Dama” que se especializa en asuntos sentimentales. Una vez conseguidos los favores del “Ánima Sola”, el “devoto” podrá emprender la conquista amorosa más difícil con la seguridad de que pronto la victoria será suya diciendo tan solo. . . “Ven. . . ven… Te llama el Anima Sola y yo también”.

     El Ánima Sola no se presenta en forma desagradable sino más bien en forma de mujer cubierta con blancas y vaporosas vestiduras. Dicen otros sin embargo que en las ocasiones en que los curiosos han pretendido presenciar la ceremonia de la iniciación, la Solitaria Dama se les ha aparecido en forma de mujer que arrastra un cuerpo de yegua.

     El Ánima Sola, sin embargo, como todo lo relacionado con el amor, pide fidelidad absoluta. El iniciado no puede nunca abandonar su culto so pena de terminar loco el resto de sus días ante la persecución implacable de su antigua aliada.

     Caminos de tradición sembrados en el corazón del pueblo. Retorcidos caminos que nacieron en la encrucijada de una noche cualquiera al amor de un buen fuego, en los labios del viejo abuelo que recordaba las cosas que había visto, las cosas que había oído y aún, las cosas que había imaginado montado en el potro de una imaginación afiebrada acuciada por el temor a lo desconocido.

En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “La Sayona”.

En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “La Sayona”.

Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.
Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.

     Oscuras creencias mitad religiosas mitad paganas. A lo largo y ancho de Venezuela las ánimas han puesto su nota de superstición y de ambición. Tesoros enterrados, relucientes morocotas que guarda un “ánima” en espera del audaz mortal que se decida a tomarlas. El ánima Palo Negro, el ánima de La Yaguara, la del Tirano Aguirre, la de la Vuelta del Fraile, el ánima en pena que fueron tema de medrosas conversaciones en la Caracas de calles empedradas y faroles de gas. Ánimas que ahora debe ser muy difícil hallar, ahuyentadas por las luces de mercurio y por la picota incansable que derriba viejos edificios con la misma rapidez con que vuelven a levantarse convertidos en modernos rascacielos o amplias avenidas.

     Hoy, bajo las luces brillantes de la ciudad que vive muy de prisa, no hay tiempo para supersticiones. El “carretón de la Trinidad” se perdería en medio de tantas canalizaciones, el “ánima sola” ha perdido su influjo amatorio y aún el “Hermano Penitente”, nos parece, a la claridad de nuestra concepción moderna, más que un espectral aparecido de tiempos idos, el remoquete de luchador de moda. Ya los grandes no creen en cuentos de brujas y los chicos, si llegaran a oír en labios del viejo abuelo las cosas que vio, que escuchó o que imaginó, solo atinarán a sonreír escépticamente, preguntándose: ¿Qué culebrón habrá estado oyendo el abuelo en la radio. . .? Ya como que le está pegando el calendario. . .”

Grandes etapas de la vida de Caracas

Grandes etapas de la vida de Caracas

     El ritmo del crecimiento de Caracas ha ido borrando de manera implacable todos los recuerdos de la vieja ciudad. Calles, edificios, costumbres, todo ha sufrido una modificación total y hasta el área metropolitana tradicional se ha ampliado en forma fantástica al tender la ciudad hacia el mar su brazo de la Autopista. Por eso resulta interesante brindar al lector en apretada síntesis periodística algunas de las más importantes relaciones que sobre la vida de Caracas en los siglos pasados escribieron cronistas de crédito.

     Estas son cinco estampas que informaron los hechos principales contenidos en las relaciones de Pimentel, Oviedo y Baños, Humboldt, el consejero Lisboa y un viajero norteamericano y dan una noticia bastante veraz y acabada de cuanto fue sucediendo en esta Caracas desde los días de su fundación en 1567, vísperas de la Guerra Federal.

 

Caracas de 1572

La relación de Don Juan de Pimentel

     Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas y sobre el hermoso valle en el cual se levanta se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, el Caballero del Hábito de Santiago, Don Juan de Pimentel. La escribió en el año 1572 por mandato de su Majestad el rey de España.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Mal clima

     La ciudad había sido fundada por Diego de Losada en el año de 1567. Cuando llega Pimentel y emprende su tarea de cronista todavía el nuevo pueblo se reduce a un mísero conjunto de cabañas pajizas, los vecinos son pobres y los días corren iguales. Por estos años, empieza diciendo Pimentel, la provincia de Caracas cuenta con dos pueblos de españoles: el de Nuestra Señora de Caraballeda que está en la costa del mar y el de Santiago de León de Caracas que dista seis leguas de Caraballeda por ser el camino muy torcido. Cuenta que Caracas está fundada en un valle campiña de tres buenas leguas de largo y media de ancho y que todo el valle que se llama de San Francisco declina y corre hacia el sur. Encuentra que el clima del valle es fresco, húmedo y de muchas lluvias, las cuales comienzan generalmente en mayo y acaban en diciembre. Corren en el valle dos vientos contrarios casi todo el año: uno de oriente, otro de occidente. El de oriente sopla desde las nueve o diez horas del día hasta las tres de la tarde, es un viento claro y templado, salvo en el invierno que trae mucha agua. El de occidente sopla de tarde y dura toda la noche. 

     Viene con niebla emparamada, es áspero y desabrido porque procede de unas altas sierras que están a la banda poniente del pueblo. Apunta asimismo Pimentel que este viento lo sienten mucho “los que están tocados de dolor de bubas” por venir frío y desabrido. El cielo del valle, dice, todo lo más del tiempo del año es nebuloso de día y de noche y hay muchas mudanzas y diferencias en su tiempo. Afirma que el sitio y el valle de la ciudad de Santiago de León de Caracas se tiene por más enfermo que sano por los vientos contrarios que en él se corren. Las enfermedades más corrientes son el romadizo y el catarro que suelen dar dos veces en el año, a la entrada y a la salida del invierno. Los catarros, comenta, son más graves a la entrada del invierno que a la salida porque con las lluvias nuevas se revuelven las quebradas y los ríos que descienden de la sierra. A los naturales, agrega Pimentel, se les agrava la enfermedad porque tienen la costumbre de bañarse y entonces sufren dolor de costado. Otras causas de la mayor virulencia de la enfermedad de los nativos las encuentra el Gobernador en dos hechos: lo mucho que beben en las borracheras y el maíz jojoto que comen.

 

Pobres viviendas 

     Informa el Gobernador al Rey que sus súbditos de la ciudad de Santiago de León de Caracas viven en casas de madera, de palos hincados en la tierra y con techos de paja. La mayoría de las casas, afirma, son de tapia, sin alto alguno y cubiertas de cogollos de caña. De 1570 en adelante se han comenzado a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja. Concluye su información oficial diciendo que en Caracas hay una iglesia parroquial de dos curas en ella y que también existe un monasterio, el de San Francisco, de tapias no durables comenzado a fundar por Fray Alonso Vidal el cual vino de Santo Domingo con tal fin.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Caracas de 1700

Un hermoso valle tan fértil como alegre

     Desde los días de la descripción de Juan de Pimentel han pasado ciento cincuenta años. Siglo y medio durante los cuales la mísera lechería se han transformado. Sus calles son anchas y derechas, la mayoría de sus casas son de tapia y de ladrillo. Parques y jardines, plazas y conventos hacen hermoso y reconfortan te el lugar. Un vecino de la ciudad, el muy ilustre José Oviedo y Baños, en el año de 1723, describe con emocionado canto lírico, la ciudad asentada según él “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable, que de Poniente a Oriente se dilata por cuatro leguas de longitud y poco más de media de latitud en diez y medio de altura septentrional al pie de unas altas sierras que con distancia de cinco leguas la dividen del mar en el punto que forman cuatro ríos que porque le faltase circunstancia para acreditarla  paso , la cercan por todas partes, sin padecer los que la aneguen.

Hermosas con recato y bizarros caballeros

     Para Oviedo en el valle de Caracas debió existir el Paraíso Terrenal, a la ciudad la encuentra sin tacha y a sus gentes sin defectos. “Sus calles son anchas, largas y derechas, dice, con salida y correspondencia” en buena proporción a todas partes, y como están pendientes y empedradas, ni mantienen polvo, ni consienten lodos; sus edificios los más son bajos, por recelos de los temblores, algunos de ladrillos y lo común de tapias, pero bien dispuestos y repartidos en su fábrica; las casas son tan dilatadas en los sitios que casi todas tienen espaciosos patios, jardines y huertas, que regadas con diferentes acequias que cruzan la ciudad, saliendo encañadas del río Catuche, producen tanta variedad de flores, que admiran su abundancia todo el año, hermoseándola cuatro plazas, las tres medianas y la principal bien grande y en proporción cuadrada. Fuera de la innumerable multitud de negros y mulatos que la asisten, la habitan mil vecinos españoles, y entre ellos dos títulos de Castilla que la ilustran, y otros muchos caballeros de conocidas prosapias, que la ennoblecen; sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos; hablan la lengua castellana con perfección, sin aquellos resabios con que la vician en los más puertos de las Indias, y por lo benévolo del clima son de hermosos cuerpos y gallardas disposiciones, sin que se halle ninguno contrahecho  ni con fealdad disforme, siendo en general de espíritus bizarros y corazones briosos, y tan inclinados a todo lo que es política, que hasta los negros (siendo criollos) se desdeñan de no saber leer y escribir; y en lo que más se extreman es en el agasajo con que tratan a la gente forastera, siendo el agrado con que la reciben atractivo con que la detienen pues el que llegó a estar dos meses en Caracas no acierta después a salir de ella; las mujeres son hermosas con recato y afables con señorío, tratándose con tal honestidad y con tan gran recogimiento, que de milagro, entre la gente ordinaria, se ve alguna de cara blanca de vivir escandaloso, y esa suele ser venida de otras partes recibiendo por castigo de su defecto el ultraje y desprecio con que la tratan las otras…

     Pero la joya más preciosa que adorna esta ciudad y de que puede vanagloriarse con razón teniéndola por prenda de su mayor felicidad, es el convento de monjas de la Concepción, vergel de perfecciones y cigarral de virtudes: no hay cosa en él que no sea santidad y todo exhala fragancia de cielo…

 

Caracas en 1800

Una casa grande, casi aislada

     Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800. Habitan “una casa grande, casi aislada, situada en la parte más elevada de la ciudad”: Desde lo alto de una galería podía contemplar al mismo tiempo la cima de la Silla, la cresta de Galipán y el risueño valle del Guaire, cuyo rico cultivo contrastaba con el sombrío cerco de las montañas que lo rodea. Era la época de la sequía y las faldas de la serranía eran incendiadas por los campesinos que quemando la paja creían mejorar los pastos. Para ese año de 1800 la población de Caracas llegaba a 40.000 personas, de los cuales doce mil eran blancos y veintisiete mil libres de color. 

 

“Caracas ha debido ser colocada más al Este”

     Lamenta Humboldt que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, más debajo de la desembocadura del Anauco en el Guaire, en donde el valle dirigiéndose hacia Chacao, se ensancha en una llanada ancha y como nivelada por la acción de las aguas. Quiere explicar el gran viajero alemán, la fundación de Caracas en la parte más angosta del valle diciendo que en esa época los españoles atraídos por la fama de las minas de oro de Los Teques, no eran aun dueños de todo el valle y prefirieron quedarse cerca del camino que conduce a la costa.

 

Aspecto triste y severo

    Dice Humboldt en su relación que la escasa anchura del valle y la proximidad de las altas montañas del Ávila y de la Silla, dan a la situación de Caracas un aspecto triste y severo sobre todo en aquella estación del año en que reina la temperatura fresca, de los meses de noviembre y diciembre.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

     Las mañanas son entonces de gran belleza: a través de un cielo puro y sereno se divisan claramente los dos domos o pirámides redondeadas de la Silla y la cresta dentada del cerro del Ávila. Pero hacia la tarde, la atmósfera se espesa, las montañas se encapotan: masas de vapores se cuelgan a los flancos de aquéllas, y las dividen como en zonas superpuestas. Lentamente estas zonas se confunden, el aire frío que desciende de la Silla se cuela entre las nieblas y condensa los vapores ligeros en gruesas nubes. Estas bajan a menudo y se las ve avanzar, a ras de tierra, hacia La Pastora de Caracas y hacia el vecino barrio de La Trinidad. “” Ante el aspecto de este cielo brumoso, yo me creía, escribe Humboldt, no en un valle templado de la zona tórrida, sino en el fondo de Alemania, sobre las montañas de Harz, cubiertas de pinos y abetos, pero este aspecto melancólico y el contraste que se observa durante este tiempo entre la serenidad de la mañana y el cielo cubierto de la tarde, no se advierte en medio del estío, las noches de Junio y Julio en Caracas son claras y deliciosas y “la atmósfera conserva, casi sin interrupción, aquella transparencia y pureza propias en tiempo quieto de las alturas y de los valles elevados”

Actores y estrellas

     Encontró Humboldt en Caracas ocho iglesias, cinco conventos y un teatro que podía contener de mil quinientas a mil ochocientas personas. La sala del espectáculo estaba dispuesta de tal modo que el patio, en el cual se sentaban los hombres separados de las mujeres, estaba descubierto, y “se veían al mismo tiempo los actores y las estrellas”. Como el tiempo nebuloso le hacía perder al sabio muchas observaciones de los satélites, desde un palco del teatro podía asegurarse si Júpiter estaría visible durante la noche. Encuentra las calles de la ciudad anchas, bien alineadas y cortadas en ángulos rectos como las de todas las ciudades fundadas por los españoles en América. Observa que las casas son más elevadas de lo que debieran en un país sujeto a terremotos. Y encuentra que las plazas de San Francisco y Altagracia presentan un espectáculo agradable al viajero.

 

Las risueñas siembras del Valle

     Los viajeros encuentran todos los alrededores de la ciudad cultivados. El clima fresco y delicioso favorece el cultivo de las producciones equinocciales. El principal cultivo es el del café. “Cuando este arbolito se halla en flor, dice H., toda la llanura que se extiende más allá de Chacao, ofrece el aspecto más risueño y alegre”. Y al lado del árbol del café y del banano ven los sabios europeos con sorpresa grandes huertos de hortalizas y legumbres de sus países, las fresas, las viñas y casi todos los árboles frutales de la zona templada. Reseñan el hecho de que a medida que en las inmediaciones de Caracas se han establecido los cultivos de café, ha aumentado el número de negros cultivadores y de que en el valle se están reemplazando el cultivo de los manzanos y membrillos por el del maíz y las legumbres. El arroz regado por canales se cultivaba en la llanura de Chacao. Olivos grandes y frondosos eran orgullo en el patio del convento de San Felipe Neri.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

La sociedad de Caracas

     Encuentra Humboldt que mientras en Méjico y Bogotá hay una tendencia decidida por el estudio profundo de las ciencias; en Quito y en Lima, más gusto por las letras; en La Habana y Caracas de 1800 hay mayor reconocimiento de las relaciones políticas de las naciones y miran más sobre el estado de las colonias y de la metrópoli. Y Observa que en Caracas se han conservado las costumbres nacionales mejor que en otras ciudades del continente y aun cuando su sociedad no ofrece placeres muy vivos y variados, se experimenta sin embargo en el seno de las familias, aquel sentimiento de bienestar que inspiran la franca alegría y la cordialidad, unidos a los modales de la buena educación. Dice el sabio alemán que para 1800 existían en Caracas “como en todas partes en donde se prepara un gran cambio de ideas, dos especies de hombres, podría decirse, dos generaciones muy diferentes. La una, que es poco numerosa, conserva una viva adhesión a las antiguas costumbres, a la sencillez de los hábitos, a la moderación de los deseos. No viven sino de las imágenes del pasado. La América les parece la propiedad de sus antepasados que la conquistaron. Repugnando lo que se llama las luces del siglo, conservan con cuidado sus prejuicios hereditarios. . .” 

     La otra, menos preocupada del presente que del porvenir, tienen una inclinación a menudo irreflexiva por los hábitos e ideas nuevas. He conocido en Caracas, agrega, en esta segunda generación, varias personas distinguidas tanto por su gusto como por su estudio, la suavidad de sus maneras y la elevación de sus sentimientos; los he conocido también que desdeñosas por todo lo que presentan de estimable y de bello el carácter, la literatura y las artes españolas, han perdido su individualidad nacional, sin haber asegurado, en su trato con los extranjeros, nociones precisas sobre las verdaderas bases de la felicidad y del orden social”. En muchas familias de Caracas halló gusto por la instrucción, conocimiento de las literaturas italiana y francesa y una predilección decidida por la música. Asimismo, halló que o existía ningún establecimiento en donde se enseñaran las ciencias exactas, el dibujo y la pintura y que en medio de naturaleza tan prodigiosa y tan roca en producciones, nadie se ocupaba del estudio de las plantas y de los minerales. En la ciudad solo hay un anciano, en el convento de San Francisco, que calculaba el almanaque para todas las provincias de Venezuela y que tenía conocimientos de la astronomía moderna. Y un día vio con sorpresa su casa invadida por todos los frailes de San Francisco quienes deseaban ver una brújula de inclinación.

 

Caracas en 1806

La ciudad vista por un francés

     En 1806, llega a Venezuela Francisco Depons, viene como agente del gobierno francés en Caracas. El diplomático se entusiasma con el nuevo país y considera que es necesario incluir una relación fiel de su vida en los anales de la geografía y de la historia. En estas tierras, dice Depons, la naturaleza vierte sus dones con mano larga y despliega toda su magnificencia sin que el resto del globo se haya dado cuenta de ello. Escribe entonces su “Viaje a la Parte Oriental de Tierra Firme” y alega para su trabajo los méritos de la verdad como base y de la exactitud como ornamento.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Calles y plazas

     Depons es ordenadamente minucioso en sus relaciones. A su vista nada escapa. Su reseña lo abarca todo. A la vida de Caracas en el año de 1806 dedica largas notas. Las primeras están consagradas a reseñar el aspecto general que presentan las plazas, las iglesias y las casas de la ciudad que fundara Diego de Lozada. Encuentra que la Plaza Mayor (hoy Plaza Bolívar) la afean unas barracas construidas en los ángulos sur y oeste, las cuales se alquilan a mercaderes en provecho del Ayuntamiento. Allí se efectúa el mercado de todas las provisiones: legumbres, frutas, carnes, salazones, pescado, aves, caza, pan, loros, monos, perezosas, pájaros. Y observa que la Catedral, situada en el ángulo oriental, no guarda con ella ninguna simetría. 

     Dice de las otras plazas que la de Candelaria no está embaldosada, pero que en su conjunto presenta un aspecto bien agradable y que está rodeada por una verja de hierro; la de San Pablo es de forma cuadrada y tiene por todo adorno una fuente colocada en el centro; la de La Trinidad, “que ni forma de plaza tiene, servirá solo para recordar a la posteridad la incuria de los caraqueños; la de La Pastora, al igual que las casuchas que la rodean, “muestran solo el triste aspecto de monumentos abandonados a la voracidad del tiempo”; la de San Juan, espaciosa, irregular y sin embaldosado es utilizada por las milicias para sus ejercicios a caballo. Las casas particulares las encuentra bellas y bien construidas, muchas de hermosa apariencia. Algunas de ladrillos, la mayoría de tapias. Los tejados son puntiagudos o de dos aguas. El maderamen bien trabado y la techumbre de tejas curvas. Lo impresiona la riqueza del mobiliario en las casas de la g ente notable de Caracas y se detiene en los detalles de aquel lujo. En esas ricas casas de caraqueños se ven, dice Depons, “hermosos espejos, cortinas de damasco carmesí en las ventanas y puertas del interior, sillas y sofás de madera de estilo gótico sobrecargados de dorado y con asientos de cuero, de damasco o de cerda, altos lechos cuyos elevados doseles muestran un exceso de dorado, cubiertos con hermosas colchas de damasco y muchas almohadas de plumas con fundas de ricas muselinas guarnecidas de encajes; sin embargo, no hay más que un lecho de semejante magnificencia en cada casa principal; ordinariamente es el lecho nupcial el cual por otra parte no es más que un mueble de lujo. La mirada se detiene también sobre las mesas de patas doradas, cómodas en las que el dorador agotó todos los recursos del arte, bellas arañas colgadas en el apartamento principal, cornisas que parecen haber sido empapadas en oro, soberbias alfombras que cubren por lo menos toda la parte de la sala donde están los puestos de honor, pues los muebles se hallan dispuestos en la sala de modo que el sofá, parte esencial del mobiliario, quede colocado en una extremidad, con sillas a derecha e izquierda, y en la otra extremidad la cama principal de la casa, en un cuarto cuya puerta permanece abierta, a menos que no esté en una alcoba igualmente abierta y al lado de los puestos de honor. Estas especies de apartamentos siempre limpísimos y muy bien adornados, parecen como vedados a los habitantes de la casa. Solo se abren, con muy pocas excepciones, cuando alguien viene a llenar los dulces deberes de la amistad o el pesado ceremonial de la etiqueta”.

 

Fiestas

     Encontró el francés que en Caracas las fiestas religiosas eran tantas que, en realidad, en muy pocos días del año no se celebraban las de algún santo o virgen. Se multiplicaban hasta lo infinito porque cada fiesta estaba precedida por una novena consagrada únicamente a las preces; y la seguía una octava, durante la cual los fieles del barrio y aún los del resto de la ciudad, mezclaban las plegarias con diversiones públicas, como fuegos artificiales, música y bailes. Para el viajero francés el acto más brillante de tales celebraciones lo constituían las procesiones que por lo regular tenían lugar en horas de la tarde. Muchos pendones y la cruz abrían la marcha. Los hombres iban en dos filas detrás del santo y los principales de la ciudad llevan, cada uno, un cirio encendido; luego venía la música, los clérigos y, por último, las mujeres contenidas por una barrera de bayonetas.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

El teatro, el juego de la pelota y otros juegos

     Para el año de 1806, el teatro era la única diversión pública de Caracas. Solo había funciones los días de fiesta. El precio de entrada un real. A las representaciones asistían todos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, mendigos y paisanos, gobernantes y gobernados. Los actores eran malos y las obras peores. La declamación era monótona, semejante al tono con que un niño de diez años pudiera leer una lección. Ni gracia, ni acción, ni poses naturales, ni inflexiones de la voz, en una palabra, nada de lo que constituye un actor, extrañaba a los viajeros cómo era posible que demostrando los caraqueños gran gusto por la instrucción, miraran con tanta indiferencia algo tan importante en la vida de toda ciudad y que carecieran de un teatro cuya fábrica embelleciera a la ciudad y de actores que  no fueran unos autómatas. Para el año de llegada de Depons a Caracas existían en la ciudad tres frontones en donde se jugaba a la pelota a mano limpia o con pala. Uno estaba ubicado al sur de la ciudad, cerca del Guaire, el segundo hacia el oriente, no lejos del Catuche, y el tercero  en el este, a cosa de media legua de la ciudad. Los vascos habían introducido este juego pero luego lo habían abandonado a los del país, quienes observaban exactamente las reglas y lo practicaban bastante bien. Algunos billares a los cuales asistía casi nadie, formaban el resto de las diversiones de Caracas. El juego por interés se practicaba con mucha frecuencia entre gente de recursos.

Ni liceos, ni paseos, ni cafés

     Se lamenta Depons de la vida que se lleva en Caracas y dice: “Si Caracas poseyera paseos públicos, liceos, salones de lectura, cafés tendría ahora la oportunidad de hablar de ellos. Pero para vergüenza de esta gran ciudad debo decir que ahora se ignoran las características de los progresos de la civilización. Cada español vive en su casa como en una prisión.  No sale sino a la iglesia o a cumplir sus obligaciones. Ni siquiera trata de endulzar su soledad con juegos cultos; gusta solo de aquellos que lo arruinan, no de los que pueden distraerlo”.

 

Blancos, esclavos y manumisos

     Para 1806, año de la relación de Depons, la población de Caracas estaba dividida en: blancos, esclavos, manumisos y escasísimos indios. Los blancos constituían la cuarta parte del total de los cuarenta mil habitantes. Entre la población blanca se contaban seis títulos de Castilla, tres marqueses y tres condes, pero todos los blancos presumían de hidalgos y todos eran hacendados o negociantes, militares, clérigos o monjes, empleados judiciales o de hacienda. Ninguno se dedicaba a oficios o artes mecánicos. Los europeos que residían en Caracas formaban dos clases bien diferenciadas con bastante claridad. La primera la formaban los empleados venidos de España, estos vivían con gran lujo y abusaban de su poder, ofendiendo de esta manera a los criollos quienes se sentían injustamente postergados. La otra clase de europeos residentes en Caracas estaba formada por los vascos y los catalanes, los cuales no intervenían en los negocios públicos, sino que habían venido a trabajar con el deseo de hacer fortuna. Unos y otros eran igualmente industriosos, pero los vascos se distinguían de los catalanes en que, sin fatigarse tanto, administraban mejor sus negocios. Vizcaínos y catalanes se distinguían entre sus connacionales por su buena fe en los negocios y su exactitud en los pagos. Los canarios formaban otro importante número de gentes trabajadoras.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

Las caraqueñas

     Son encantadoras, suaves, sencillas, seductoras, dice galante el francés. Y añade, la mayoría tiene el cabello negro como el jade y la tez de alabastro. Sus ojos grandes y rasgados y sus labios encarnados matizan agradablemente la blancura de su piel. Es lástima, agrega, que la estatura de las mujeres de Caracas no corresponda a la armonía de sus facciones. Muy pocas sobrepasan la estatura media. “Como pasan la mayor parte de la vida en la ventana, podría decirse que la naturaleza ha querido embellecerles la parte del cuerpo que dejan ver con gran frecuencia. Se adornan con elegancia y en cierto modo les halaga la vanidad que se las tome por francesas”.

     Lamenta que en Caracas no haya escuelas para señoritas. Su educación se limita a rezar mucho, leer mal y escribir peor. Ta solo un joven inflamado de amor puede descifrar semejantes garabatos. No les enseñan mucho ni baile, ni dibujo. Cuando aprenden se reduce a tocar por rutina un poco de guitarra o de piano. Sin embargo, su inteligencia, su honestidad, su natural coquetería, su gracia en el vestir, logra borrar la impresión que produce esa defectuosa educación. 

     Esto por lo que corresponde a las clases pudientes de la ciudad, a las blancas cuyos padres o maridos poseen bienes de fortuna o empleos lucrativos, porque la suerte que otras, dice el viajero lleno de pesar, “no tienen a su alcance más medio para ganarse la vida que provocar las pasiones para satisfacerlas después”. Más de doscientas mujeres vivían así para 1806, saliendo de noche para ganar el sustento del día siguiente. Su traje solía consistir en una falda y manta blancas, con un sombrero de cartón cubierto de tela y adornado con flores pintadas o lentejuelas. Cuando la edad o la enfermedad las obligaba a abandonar esta vida, se dedicaban a pedir limosna.

     Los esclavos domésticos eran numerosísimos y la riqueza de las casas principales se medía por el número de ellos. Siempre tenía que haber más de los necesarios, lo contrario se juzgaba como tacañería. Cualquiera blanca, aunque sin gran fortuna, va a la iglesia seguida de dos esclavas negras o mulatas. Las verdaderas ricas llevan cinco o seis. Y había casas en Caracas en donde existían doce o catorce esclavas sin contar con los sirvientes de los hombres. Caracas era la ciudad de las Indias Occidentales con mayor número de manumisos o descendientes de manumisos. Estos ejercían todos los oficios desdeñados de los blancos. Todos los carpinteros, ebanistas, albañiles, herreros, tallistas, cerrajeros, orfebres eran para la hora del viaje de Depons, manumisos o descendientes de manumisos. En ningún oficio descollaban, pues como los aprendían por rutina carecían de los principios del arte. Su trabajo era mucho más barato que el del obrero europeo. Se sustentaban gracias a su gran sobriedad en medio de toda clase de privaciones. Por lo general, sobrecargados de familia, vivían en casas muy malas, dormían sobre cueros y se alimentaban con víveres del país. Su pobreza era tal que siempre que se les encargaba un trabajo siempre había que darles adelantos en dinero. Dice Depons que no hacen del trabajo una disciplina diaria, sino que se acuerdan de él solo cuando les aprieta el hambre. Los dominaba el gusto de pasar la vida en funciones religiosas y formaban la totalidad de las cofradías. Todas las iglesias contaban con cofradías constituidas por pardos libres. Cada una tenía su uniforme cuya diferencia era el color, son como sayales de monjes y los había azules, rojos, negros, etc.

     Las cofradías asistían a las procesiones y a los entierros. Iban a todas las iglesias, pero especialmente a la de Altagracia. Todos los rosarios que discurrían por la ciudad hasta las nueve de la noche se componían exclusivamente de manumisos. Depons apunta como hecho curioso el de que a lo largo de los años ninguno de éstos haya pensado en cultivar la tierra. La nube de mendigos de ambos sexos que pululaban por las calles de la Caracas de 1806 impresionó a Depons. A toda hora entraban a las casas y lo mismo el inválido que el robusto, el joven y el viejo, el ciego y el que goza de buena vista gozaban de la caridad pública y de noche la mayoría se tendía a dormir sin ninguna protección, a lo largo de las paredes de las iglesias y del palacio arzobispal. El arzobispo repartía limosna general todos los sábados y cada mendigo recibía medio esquelino, o sea la dieciseisava parte de un peso fuerte, y en esto se invertían setenta y seis pesos fuertes, lo que corresponde a un mínimum de mil doscientos mendigos, fuera de los pobres vergonzantes cuyo número era mucho mayor y entre los que repartía secretamente sus rentas Don Francisco Ibarra, Prelado de Caracas.

 

Caracas de 1852

El libro del consejero Lisboa

     En el año de 1866 fue editado en Bruselas el libro “Relacao de uma viagem a Venezuela, Nova Granada e Equador”, escrito por el brasileño consejero M.M. Lisboa. El autor había vivido en Inglaterra y en 1853 decidió regresar a su patria. En Southamptom se embarcó en el vapor “Orinoco” y semanas más tarde arribaba a La Guaira. Sus notas sobre la vida y costumbre de la Caracas de 1853 son curiosas e imparciales.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

El nombre de las esquinas, confusión de extranjeros

     Uno de los primeros motivos de confusión que encontró Lisboa en su recorrida por la tranquila capital de Venezuela lo halló en el nombre de las esquinas. Pues a pesar de que las calles de Caracas tienen sus nombres como de Carabobo, de las Leyes Patrias, del Comercio, etc., y aun en algunos casos sus números, nadie conocía la posición de las casas sino por esquinas, método que al principio causa confusión al extranjero. Había para 1853 en Caracas ciento cuarenta esquinas son sus nombres, que en algunos casos se explicaban como recuerdos de propiedades particulares o de títulos de familia como las esquinas de Conde, las Ibarras, las Madrices, las Peláez, etc. Las calzadas de la ciudad las encontró muy incómodas y consistían en piedra menuda o guijarro con la parte delgada para arriba. Coches particulares había muy pocos; de alquiler apenas los del comerciante Delfino el cual mantenía una línea regular y diaria de diligencias para La Guaira y de paseos para los arrabales de la ciudad. En los días de la visita de Lisboa a Caracas firmó la Municipalidad un contrato en virtud se obligó un empresario a pavimentar toda la ciudad en el plazo de ocho años, construyendo aceras en toda ella, empedrando a la española las calles longitudinales y macadamizando las transversales. Para la realización de esta obra, cedía el Concejo la renta destinada al arreglo de calles que consistía en un impuesto del alquiler de medio mes de todas las casas alquiladas y de cual se descubrió que producía diez y seis mil pesos anuales aun cuando solo se acusaban como entradas por este respecto, siete mil pesos. 

Las tiendas ocupaban principalmente las calles de las leyes Patrias y del Comercio entre la Plaza de San Francisco y la de San Pablo. En ellas vio el Consejero Lisboa profusión del almacenes y quincallas y artículos ingleses, franceses, alemanes y americanos, pero sin que ningún establecimiento brillara pro su decorosa apariencia.

 

Se proyecta en 1853 la urbanización “El Paraíso”

     Cuenta Lisboa que un caraqueño ilustre muy amigo suyo y concejero municipal presentó en ese año a la consideración de la Diputación Provincial, el proyecto de construir el más lindo paseo público que pueda imaginarse en Caracas y el cual de acuerdo con los planes ocuparía seis cuadras de terreno en la parte inferior de la ciudad bordeando por el lado del sur el río Guaire y accesible por el magnífico puente comenzado (Puente Hierro). A los esfuerzos de este mismo amigo de Lisboa debió Caracas el alumbrado que poseía para 1853. Consistía en faroles encristalados, conteniendo cada uno una luz con cuatro picos, pero sin reverberos. Esta iluminación era sostenida por medio de un impuesto de cuatro reales sobre cada cerdo consumido en la ciudad, impuesto que arrojaba una renta anual de cuatro mil pesos.

 

Casas, nada más

     Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más, sin pretensión alguna en la arquitectura exterior. Los tres conventos que subsistían de Monjas, Carmelitas de la Concepción son pequeñas iglesias; el edificio ocupado en parte por el Palacio Arzobispal y en parte por la Universidad de Caracas, es una construcción extensa pero baja y sencilla. Más espacioso, elevado y cómodo encuentra el antiguo Convento de San Francisco, sede en ese tiempo del Congreso Nacional y de la Biblioteca, la iglesia del edificio la califico como la mejor de Caracas, sin exceptuar la Catedral. Esta se encontraba sin acabar y desmoronada por fuera.

 

Cómicos, toros y gallos

     Afirma Lisboa que para 1853 no había un solo teatro en Caracas, pues tal nombre no merecía el miserable lugar denominado la Unión, frecuentado por la clase ínfima de la población. Sin embargo, por los mismos días, la Municipalidad había concedido gratuitamente a una compañía suficiente terreno en la Plaza Bolívar para edificar un teatro capaz de contener dos mil espectadores. Existía asimismo una plaza de toros, inútil pues la afición caraqueña era por el coleo en calles y plazas públicas con grave riesgo de los transeúntes. También había un circo de gallos. Y agrega: “Son los venezolanos apasionadísimos por esas luchas. Personas de alta posición social hasta generales interésanse por tales peleas, crían gallos, hacen apuestas y frecuentan la gallera con gran entusiasmo”.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

Caracas en 1857

La posada de Bassetti

     En el año 1857 visitaron a Caracas un grupo de viajeros norteamericanos. Uno de ellos con indudables condiciones de cronista escribió sus impresiones para el periódico “Harper´s New Monthly Magazine” y las publicó en el año 1858. De allí las tradujo y las dio a conocer por primera vez al público venezolano Juan José Churión. Los viajeros llegan a hospedarse en la posada de Bassetti que está situada en la Calle del Comercio y la cual ostenta en el portal y pintado en un farol el nombre del dueño. l centro de la casa es un gran patio rodeado por amplios corredores. En el dormitorio que se les asigna encuentran hamacas y mosquiteros. La casa es de un solo piso como casi todos los edificios de la ciudad y construida a prueba de terremotos. El patio principal es el centro de vida de la posada; al amanecer los viajeros se preparan para el camino y la taza de café o de chocolate se sirve en el corredor tan pronto como se levantan los huéspedes. Al anochecer, después de la comida, los jóvenes montan sus caballos y salen a pavonearse a los ojos de las señoritas sentadas en las ventanas.

 

Pintura de José Tadeo

Visitando la ciudad el norteamericano encamina sus pasos hacia la plaza de San Pablo. Frente a la Plaza, al lado de la tienda del operador de carretas, en una casa de tres ventanas y tan sencilla en el exterior como en el interior, vive el hombre más rico y poderoso de Venezuela para ese momento: José Tadeo Monagas. 

     El hombre acababa de hacerse alargar su período de gobierno. Le pinta el viajero como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad. Todas las mañanas va a pie o a caballo a la Casa de Gobierno con vestido corriente y nunca solo, sino acompañado de media docena de oficiales de tez morena brillantemente uniformados.

 

Situación del Ejército

     El viajero está ahora en la Plaza Bolívar y observa en la esquina opuesta a la oficina del telégrafo y cerca de la Casa de Gobierno, el cuartel. Un oficial de brillante uniforme está tendido en un banco de la puerta, es blanco. Tirados en el suelo en todas las actitudes hay cerca de 20 soldados indios y negros; su traje es de chaqueta corta, mugrienta, de color marrón o azul y pantalones con raya roja. Le pagan un real al día por ración, cuando les pagan. Mil seiscientos hombres forman la fuerza de Caracas. Cuenta el viajero, que a la hora en que se hacía sentir y oír el soldado en la Caracas de 1857, era después de las diez de la noche, cuando al pasearse los trasnochadores oían su retumbante “quién vive”, al que se contesta inmediatamente: “Venezolano”. El centinela gritaba otra vez: “¿Qué gente?”, y había que contestar: “Ciudadano”. Quien no contestaba a tiempo corría el riesgo de encontrarse con una bala o recibir lo que en una ocasión recibió el ministro norteamericano: un pinchazo del soldado que no sabía de fueros diplomáticos.

 

“El buque está a la vista”, “El buque llegó”

     En otro de los lados de la Plaza Bolívar está el telégrafo, es un edificio pequeño que mira a la Catedral. Un alambre tendido de allí a La Guaira atraviesa la montaña y Caracas está muy orgullosa de su telégrafo. “El buque está a la vista”, “El buque llegó”, son los mensajes enviados por el operador yanqui y que hacen que Caracas soñolienta abra los ojos. El paquebote ISABEL y su capitán Tood, son conocidos de todos los viajeros, su goletica es el único medio regular de comunicación entre Venezuela y el exterior; lleva quincenalmente pasajeros y correspondencia desde La Guaira a San Thomas y hace el enlace con los vapores que llegan allí. En el telégrafo se pagan 25 céntimos por un mensaje sencillo hasta las cuatro, después de esa hora el precio se dobla y se vuelve a doblar después de las nueve de la noche.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

La Quinta Avenida de Caracas

     Al Puente de la Trinidad le llama el viajero la Quinta Avenida de Caracas. E invita al lector a acompañarlo en su excursión por esa calle. “Son las seis de la tarde. Todos los jóvenes pasean por la calle y todas las mujeres bonitas están en las ventanas salientes y enrejadas. . . Qué ojos. . . Qué hombros. . . Qué brazos. . . Qué prueba para un extranjero. Antes del anochecer, es lo más agradable pasear por las calles, pararse en las ventanas de las señoritas conocidas y hablar con ellas a través de los barrotes. Si se tiene un caballo bonito y se monta bien, puede lucir su paseo haciendo estaciones en las ventanas que quiera, pues el caballo puede ir a todas partes donde su amo es admitido”.

 

Danzas, valses, polkas y mazurkas

     Cuando llega la noche los paseantes desaparecen y las ventanas se cierran; a las ocho parece que toda Caracas está durmiendo. A distancia oye el viajero música y al aproximarse ve un grupo de gentes alrededor de las ventanas de una casa. Se acerca y mira. Es un baile y el grupo de las personas que están en las ventanas tiene el derecho de ver el baile, de oír la música y de apreciar y criticar a las parejas. Los bailes se comprometen por turnos que generalmente se componen de cuatro o cinco piezas, un vals, polka, mazurka y siempre una danza. La danza es el baile favorito de los caraqueños: se forma una doble fila, señores a un lado, señoras del otro, la primera pareja se inclina delante de la que sigue, y procede con algunas elegantes estaciones, entre las cuales figura una especia de vals para las dos parejas juntas, concluyendo la figura con un vals sencillo y una polka hasta que todos estén en gracioso balanceo al compás de la música, lo que es muy llamativo y toca motivos distintos para cada fase de la danza. Así hasta las dos o tres de la madrugada, que es cuando se van a sus casas a pie, puesto que dos o tres carruajes que hay en la ciudad son más bien para exhibirlos que para usarlos.

 

Buenas noches, Caracas

     Pero la larga excursión del norteamericano lo ha fatigado. Y ahora dice, “volvamos a nuestra posada. Pasamos en salvo los centinelas cuyos ‘quién vive’ contestamos en la forma autorizada, obedeciendo silenciosamente la orden de atravesar la calle. El sereno embozado y armado acaba de gritar ‘las 12m en punto y sereno’. Miramos al firmamento lleno de estrellas, entre las que resplandece la Cruz del Sur y nos estremecemos pensando en las pulgas que vamos a encontrar. El muchacho medio dormido nos abre al fin la puerta después de estrepitosas llamadas, y buenas noches a Caracas.”

FUENTE CONSULTADA

  • Elite. Caracas, marzo de 1954. Edición extraordinaria.
La Caracas de 1700

La Caracas de 1700

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

     De acuerdo con la información expuesta en el Diccionario de Historia de Venezuela (Caracas: Fundación Polar, 2da Edición, 1997) Joseph Luis de Cisneros fue un agente comercial, viajero y escritor de mediados del 1700. El único libro que parece haber escrito fue “Descripción exacta de la provincia de Benezuela”, cuya publicación fue en el año de 1764. Acerca de referencias sobre su vida es poco lo que se sabe, tal cual sucede con el lugar donde nació. Gracias a su relación comercial con la Compañía Guipuzcoana, recorrió la provincia de Venezuela, así como Maracaibo, Santa Marta y otros lugares de la Nueva Granada. De igual modo, navegó por el Orinoco y alcanzó a llegar a las colonias holandesas de Surinam. Su libro fue publicado por una imprenta que algunos adjudicaron haber funcionado en territorio venezolano.

     Sin embargo, la confusión proviene por el pie de imprenta en el que aparece como lugar de impresión un poblado denominado Valencia. Localidad situada en Guipúzcoa (España), en la ciudad de San Sebastián. Los asuntos que trató en su libro se concentraron en el ámbito de la agricultura, la ganadería y del comercio. En lo que sigue presentamos una sinopsis de la ciudad de Caracas, según Cisneros, de gran importancia porque permiten establecer el consumo y las formas de intercambio de bienes durante el siglo XVIII. Sin embargo, es de hacer notar que sus acotaciones abarcaron lugares más allá de esta ciudad por estar situada en la Provincia que, por uso común, hacía referencia a un espacio mucho más extenso durante el período colonial.

     Para esta nota utilizamos la edición de 1912, publicada en Madrid por la Librería General de Victoriano Suárez. En las primeras páginas aparece una Advertencia preliminar en la que se estampó que esta obra de Cisneros era uno de los libros “más raros de América”. Sin embargo, a pesar de saberse poco del personaje, Cisneros en algunas de las líneas de su escrito dejó sentado que era oriundo de Venezuela. De seguida, una sinopsis de lo que redactó Cisneros sobre la provincia de Venezuela. De ella escribió que existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar, así como que en el interior de ellas existían ingenios de azúcar o “trapiches de grandes fondos”. En ellos se fabricaba azúcar blanca y “prieta”. 

     De igual manera, anotó que existía, en la Provincia, un gran consumo de azúcar, “por no hacerse Comercio para la Europa”. También hizo referencia a los “fértiles, alegres y hermosas Arboledas de cacao, que es el principal fruto, y de más estimación que produce esta Provincia”.

     Hizo referencia, asimismo, a la siembra del tabaco, “de que se hace grandes sementeras, y se labra de diverso modo, porque en todos los valles de Yagua, Aragua, La Victoria, Petare, Guarenas y Guatire labran el tabaco de Curanegra”. De este tipo de tabaco agregó que era muy parecido al que se cultivaba en el Río de la Plata y la ciudad de San Faustino. El tabaco que comerciaba La Real Compañía Guipuzcoana era el denominado Curaseca.

     Refirió el caso del maíz que era sembrado en la Provincia y el que, según los cálculos que presentó, era muy lucrativo. De la yuca escribió que se producía en abundancia y era la base a partir de la cual se preparaba el casabe, “que es un pan muy sano, y que suple por el Bizcocho”. Dejó escrito que en toda la Provincia había producción de trigo en casi toda la comarca, “y la harina es de la mejor calidad, en especial la de los Valles de Aragua en un terreno que llaman Cagua”.

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

Otro tanto era la gran recolección, de acuerdo con Cisneros, de “infinitas raíces” que se producían durante todo el año entre las que mencionó ñame, mapuey, ocumos, batatas, patatas, apios. Entre las frutas mencionó el plátano, cambures, aguacates, piñas, chirimoyas, guayabas, papayas, mameyes, nísperos, membrillos, manzanas, higos, habas, cocos, hicacos y sapotes, entre otros.

En cuanto al café indicó que era de excelente calidad. Dentro de la misma Provincia, pero del lado sur oriental se encontraba la que llamó tierra llana, de gran extensión y que alcanzaba los márgenes del Orinoco. Los llanos que ocupaba la Provincia contaban con condiciones climáticas de constitución secas y cálidas, aunque de aire fresco gracias a las continuas brisas provenientes del nordeste. “Es el temperamento muy sano, sin experimentarse en todo él enfermedades agudas, por la mucha transpiración que tienen los cuerpos”. Estas tierras de las llanuras, hizo notar, producían en gran cantidad pastos para el ganado, “y son tan viciosos y fértiles, que con la altura de sus hierbas se cubre un hombre a caballo”.

     Según su percepción, la extensión territorial de estas llanuras hacía necesario la utilización de la brújula para no perderse en tan grande extensión. En su descripción hizo notar que existía en sus tierras gran cantidad de ganado vacuno y que sus dueños tenían entre diez y veinte mil reses, “y mucho que se cría en aquellos despoblados, sin sujeción; esto es, levantado, sin que puedan los dueños sujetarlo y hacerlo venir a rodeo”.

     Igualmente, en los hatos instalados en estas tierras había criadero de yeguas y que había una importante producción de mulas. Los hatos de mayor dimensión contaban con quinientos caballos y en ellos se producía una prominente cantidad de ganado caballuno. Muchos de estos animales, según su relato, merodeaban sin control por estos parajes. “Es difícil sujetar este ganado, porque es sumamente altanero; y de ordinario se matan huyendo”.

     De los caballos resaltó que los había de mucha hermosura y fortaleza. Cuando se les lograba domesticar eran excelentes corredores de caminos. De acuerdo con sus palabras estas tierras llaneras estaban dedicadas para la cría de estos animales. Aunque sus pobladores cultivaban plátanos, maíz y yuca, “que son el pan cotidiano de su consumo”.

     El agua que se consumía en estos espacios territoriales provenía de ríos y riachuelos cercanos. Destacó la existencia de lagunas, “tan hermosas, que desde lejos parecen mares, pobladas de diferentes aves, y habitadas por innumerables cuadrúpedos; y es el común asilo de los ganados de los hatos que hay por aquellos contornos”.

     Al ser tierras “muy bajas” se inundaban en períodos de lluvia. Por tanto, era preciso navegar por las campiñas anegadas. Contó que en más de una ocasión había tenido que navegar por estos lugares y que, un día, se vio en la necesidad de amarrar las canoas en un roble, “y volviendo a aquel paraje, por el verano, conocí el árbol con más de tres estados en alto”. Relató que las inundaciones duraban entre cuatro y cinco meses del año. Al cesar la inundación se comenzaba la caza de animales silvestres.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

     Le pareció maravilloso observar en los árboles grandes contingentes de aves de rapiña que se apiñaban para consumir las entrañas de los animales muertos por la inundación, al igual cuando, en verano, se provocaban incendios que va “devorando cuantos animales encuentra”. Entre éstos mencionó cachicamos, morrocoyes, sabandijas, culebras, algunas de ellas de seis o siete varas de largo y tan gruesas como el hombre mismo cuyos cadáveres alimentan a aquellas aves carroñeras.

     Puso a la vista que algunos naturalistas y especialistas en el estudio de minerales habían concluido que existían minas con una potencial riqueza en su interior. A partir de esto asentó que no era escasa en la Provincia, como en el pueblo de Baruta, de minas con importantes quilates. Escribió: “Al presente los indios del pueblo, y muchos pobres de su vecindario, sacan granos bien gruesos; y yo he comprado algunos, y es tan suave, y de superior excelencia, que los plateros lo solicitan con bastante anhelo para dorar diferentes piezas”.

     Del mismo modo, recordó el caso de San Sebastián de los Reyes, localidad bastante alejada de la de Baruta, en la que existieron en un tiempo personas dedicadas a la extracción de material aurífero. Pero un conflicto con los indios del lugar hizo desistir a los mineros de continuar con las labores de extracción áurea.

     Expuso que en la Nueva Segovia de Barquisimeto existían minas de cobre, “tan dulce, y excelente, que dicen los meteoristas que se puede aquilatar un metal de superior calidad”. Para el momento de redactar sus líneas no estaba en funcionamiento esta mina, aunque recordó haber visitado el lugar cuando un genovés de nombre Juan Baptista de la Cruz, extrajo cobre para elaborar clavijas que servirían de soporte a las puertas de una iglesia, para la ciudad del Tocuyo. Aún algunos pobladores extraían de ellas material que servía de soporte en los trapiches del lugar, según su escrito.

     Como lo moldeó en su narración no se tenían noticias de otras minas de metales en funcionamiento, “porque la impericia, y pocos fondos, que tienen los moradores de esta Provincia, junto con la desidia y falta de aplicación, les ha hecho carecer de su escrutinio, y solo se aplican a las labores de cacao, caña y tabaco, de cuyo fruto ven la utilidad en poco tiempo”.

     Expuso que, en otras localidades, cerca de San Felipe, en Cocorote, estaba una mina de jaspe blanco. Aseveró que en Carora se conseguía alcaparrosa, así como tierra apropiada para preparar tinta. Dio cuenta de la existencia de cerros de talco, del que se extraían tablas que servían de mesa. También enumeró el tipo de árboles para fabricar madera que era posible extraer de los bosques de la Provincia. Las maderas que mencionó en su escrito eran caoba, cedro, granadillo, jarillo, cartan, sándalo blanco, dividive, gateado, chacaranday y nazareno que era un palo de color magenta, así como el manzanillo de color amarillo, guayacanes y quiebra hachas.

     En cuanto a los árboles y plantas medicinales puso a la vista de sus potenciales lectores los siguientes: los de un bálsamo con una fragancia refrescante y a la vez medicinal, había otros, cerca de la montaña la Escalona, de textura medulosa y color amarillento. Otros como la denominada goma de cedro. Enumeró la existencia de algunos árboles como el algarrobo de los que se podía obtener una resina cristalina muy colorida, semejante al incienso, según su descripción, y el cual servía para “soldar huesos quebrados”, y que, al combinarlo con la goma de cedro, aceite de palo y espíritu de vino se obtenía un brillante barniz de larga duración.

     En su narración también destacó la existencia de un palo llamado Viz, que contenía una goma que servía para curar heridas. Otros arbustos como la Sangre de Drago en ingentes cantidades. De igual manera, hizo notar la existencia de árboles de los que se extraía una resina blancuzca y olorosa llamada Tacamajaca de uso medicinal. Destacó la presencia de vainillas grandes, jugosas, “y más olorosas que las de Nueva España”.

     Presenció la existencia de onoto, pero que los pobladores no aprovechaban todo su potencial y que sólo lo utilizaban para guisar en vez de usar azafrán. En cuanto al añil solo era utilizado para teñir el hilo de algodón que servía para fabricar las hamacas, de gran uso en la Provincia.

     Cercano a las costas, entre las haciendas de cacao, puso de relieve la existencia de un árbol que llevaba por nombre Cola que echaba una suerte de mazorca, en cuyo interior nacía un grano sólido de un tamaño mayor que el del cacao, “la que es muy refrigerante para el hígado, echado en el agua de beber”.

     Destacó la existencia de algunos animales silvestres como la danta, los chigüiros, báquiros, monos de variadas especies, conejos, lapas, lechones de pequeño tamaño, perros de agua, cuya piel era muy apetecida por los españoles, armadillos o cachicamos, morrocoyes, así como otros que el calificó de dañinos, gatos monteses, cunaguaros, zorros y rabopelados. También había mapurites, perezas, aves como la guacamaya, loros multicolores, cotorras, periquitos, palomas grandes como del “tamaño de una buena perdiz”, codornices en abundancia, aves de rapiña y variedad de anfibios, roedores y lagartos, entre otros.

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