Historia de la iglesia de Altagracia

Historia de la iglesia de Altagracia

Por: José Canalejas

     “Empezó la construcción del templo de Altagracia en 1654 a iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia, cuyos miembros estaban obligados por sus estatutos a asistir a los condenados a muerte desde su entrada a la capilla hasta su sepultura. Fue comprado entonces un solar a Doña Inés del Toro para el traslado de la Cofradía que había sido fundada en 1614 y que tenía su sede en el convento de Dominicos en San Jacinto. Un cementerio quedaba anexo al templo.

Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

En 1654, se inició la construcción del templo de Altagracia, por iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia.

En 1654, se inició la construcción del templo de Altagracia, por iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia.

     En 1676, era erigida en Vice parroquia por el Ilmo. Sr. Dr. Fray Antonio Gómez de Acuña, de acuerdo con el gobernador Francisco Dávila Orejón Gastón. El 5 de agosto de dicho año fue trasladado el Santísimo desde la Catedral. En 1750, y por el aumento de feligresía, la iglesia fue erigida en parroquia, siendo obispo el Ilmo. Sr. Manuel Machado y Luna. El terremoto del 21 de octubre de 1766, derribó completamente la iglesia. En 1772 se hallaba en reconstrucción.

     La torre primitiva constaba de tres cuerpos, pero cuando se reconstruía, las Madres Carmelitas, cuyo convento estaba al lado, se quejaron de que la gente las veía desde las ventanas de la torre, lo que iba en contra de la disciplina de la comunidad.

     El Obispo ordenó dejar la torre como estaba, con dos cuerpos y tapiar las ventanas del campanario. En 1797, las obras no estaban aún concluidas. Era en aquel momento Capitán General don Manuel Pedro de Carbonell y se han encontrado pruebas entre los papeles de los preparativos de la Independencia que la parte sin consagrar de la parroquia servía entonces para celebrar reuniones de los patriotas.

     En 1810, la iglesia estaba abierta al público y el 3 de noviembre del mismo año se celebraron solemnes funerales a cargo del pueblo caraqueño patriota de Caracas por las víctimas del 2 de agosto a manos de los españoles en Quito.

El Altar Mayor fue un regalo del Don José Ignacio Elizalde.

El Altar Mayor fue un regalo del Don José Ignacio Elizalde.

     Altagracia sirvió de cementerio a los ejecutados por ambos bandos durante la guerra y los cuerpos eran rescatados y enterrados por la Cofradía.

     Durante el tercer terremoto de 1812, se vino abajo la fachada y el segundo cuerpo de la torre. La fachada fue rehecha según dibujo de don Fermín Toro. En 1825, el cementerio fue clausurado. La reconstrucción del templo tuvo lugar a iniciativa del Pbro. Dr. Hilario Boset, continuada por el Pbro. Don José Ignacio Elizalde que regaló el altar Mayor. La nueva fachada fue terminada en 1857.

     En 1866, durante la refacción de la Metropolitana, la iglesia de Altagracia sirvió de Catedral. Al ser derribado San Jacinto en 1875, fue trasladada a Altagracia la imagen de Nuestra Señora Del Rosario, con todas sus alhajas y su Cofradía con sus privilegios. De 1879 a 1884 se fabricaron las alamedas, la fachada sur por el ingeniero Roberto García, y el Pasaje de Altagracia. En 1900, el terremoto dejó a la iglesia fuera de servicio corto tiempo.

     En 1904, fue expuesto en la iglesia el cadáver del arzobispo, Críspulo Uzcátegui.

     En la iglesia han sido bautizados grandes hombres como Andrés Bello, Antonio Leocadio Guzmán, Fermín Toro. De ella han salido curas para el Obispado como Mons. Riera Aguinagalde, Mons. Uzcátegui, Mons. Arteaga.

     En su interior vemos un altar con el Misterio del nacimiento de N. S. J., otros dedicados a Jesús en la columna, La Sagrada Familia, San Antonio de Padua, las Ánimas del Purgatorio, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de los Remedios, N. S. J. Crucificado, Santa Rita, San Juan Evangelista y el Cristo del Bollo de Pan. El Cuadro de las Ánimas, como el del Bautismo del Salvador se deben a los pinceles de Antonio Herrera Toro”.

     Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, N° 527, 19 de octubre de 1935

Excursión por el Este de Caracas

Excursión por el Este de Caracas

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

     En 1863, tras la culminación de la Guerra Federal, el nuevo gobierno se encontró con un país en la bancarrota, por lo que tenía la apremiante necesidad de resolver la situación fiscal, la deuda pública y cumplir con las obligaciones internacionales vencidas y por vencerse. Ante esto, el vicepresidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, inició gestiones para conseguir para conseguir un empréstito. Con esa misión viajó a Inglaterra donde firmó un convenio con la Compañía General de Crédito y Finanzas de Londres, que de inmediato envió a Venezuela un representante para que se encargara de conseguir las garantías necesarias para dicho préstamo. Es así como, en octubre de 1864, llega al país Edward Eastwick (1814-1883), quien visitará La Guaira, Caracas, Puerto Cabello y Valencia. Sus impresiones de ese viaje fueron publicadas originalmente en la revista literaria londinense All the Year Round, en 1866. Posteriormente, en 1868, se publicarían en forma de libro bajo el título: Sketches of Life in a South American Republic (Bosquejos de la vida en una República sudamericana).

     Allí, luego de escribir sus impresiones acerca de lo que vio como manifestaciones de devoción religiosa, observación a partir de la cual puso en duda la sinceridad de las damas que participaban en el acto litúrgico, Eastwick presentó una comparación de lo visto en Caracas frente a lo visualizado por él en regiones de la India. Al respecto señaló: “me acordaba yo de la India y de las procesiones de Durga y Krishnah. En realidad, los yátrostsavahs del Indostán y las fiestas de la América del Sur, presentan un origen común”.

     De acuerdo con su particular visión, estas fiestas constituían el desahogo de “un pueblo perezoso, y sirven de pretexto para ostentar lujosos atavíos, holgazanear y entregarse al juego y al amor”. De igual manera, escribió haber sido informado que en Santiago las chicas enviaban cartas a la Virgen, “algunas piden maridos y novios, y otras trajes de baile y pianos; y, por increíble que parezca, las peticiones son contestadas y aun atendidas en aquellos casos en que se considera político hacerlo”.

     Más adelante, escribió que el paraje sobre el cual se sostenía Caracas “merecería la predilección de un monarca oriental”. La comparación a la que recurrió fue la de Teherán, capital de Persia, hoy Irán, además de lo expresado con anterioridad, por mostrar otra semejanza relacionada con las vías de acceso desde otros lugares del país. A lo que de inmediato agregó, “unas cuantas baterías certeramente emplazadas, podría impedirse por completo que ningún enemigo procedente de la costa se acercara a Caracas”. En cuanto a esta aseveración sumó que sólo los ingleses podrían romper esa barrera, tal como había sucedido en el siglo XVI con Francis Drake.

     Luego de relatar algunos pormenores del pirata inglés en Caracas, aseveró que Caracas era de acceso difícil, en especial si se entraba desde La Guaira y el mar que le sirve de lindero. En cambio, desde la parte sur el ingreso a ella era menos tortuoso. Rememoró que algunos autores criticaran el que Caracas se hubiese edificado en el lugar actual y no en los lados que daban hacia el Este, cercano al “villorrio” de Chacao. Uno de los que se había preguntado por qué razón la capital de Venezuela se había emplazado en el terreno que ocupaba, desde el siglo XVI, y no hacia los lados de Chacao donde los terrenos eran más planos y con cercanía lacustre que podía permitir el despliegue de una ciudad en ellos, fue Alejandro de Humboldt. De éste, Eastwick citó una de sus aseveraciones respecto a las desventajas de Caracas frente al interior del país. “A causa de la situación de las otras provincias, Caracas no podrá ejercer nunca una poderosa influencia política sobre las regiones de que es la capital”.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

     Contó que había conocido Caracas y sus alrededores gracias a las nuevas cabalgaduras que a diario le ofrecían “para que saliese a pasear por la mañana y por la tarde”. De los caballos que montó en Caracas expresó que eran briosos y de buena anatomía, pero pequeños, y los comparó con jacas o yegua de poca altura, “a no ser por sus pretensiones y airecillo altanero que – preciso es reconocerlo – saben justificar a veces con brillantes hazañas, pues demuestran gran valentía cuando se trata de conducir a su jinete a la batalla, o cuando se les utiliza para dar muerte a toros embravecidos y de corpulencia dos veces superior a la de ellos”.

     En su relató indicó que su primer paseo por la ciudad fue hacia el lado este, para Petare, “aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas”. El trayecto que transitó lo describió como sigue. Al salir del hotel donde se hospedaba, el Saint Amande, se encontró con la Gran plaza, “donde hay mercado todos los días”. De los edificios que observó a su alrededor llegó a decir que eran de baja altura. No así el palacio de gobierno y la Catedral. De esta última añadió que no encontró nada digno de ser destacado, “a no ser la tumba de Bolívar, que es de mármol blanco, y esculpida con muy buen gusto”.

     De esta última señaló “El Libertador aparece de pie, en su uniforme de general, y a sus plantas se ven tres figuras femeninas que representan – según creo – las tres naciones que a él deben su libertad”. En este sentido indicó que al contemplar el monumento, erigido en honor a Bolívar, le estimuló el recuerdo de palabras estampadas en las Sagradas Escrituras: “Pidió pan, y le dieron una piedra. En efecto, Bolívar – cuyas cenizas son tan veneradas en la capital de su ciudad nativa – murió en el destierro, muy lejos de aquí y en medio de la mayor miseria”.

     En su paseo por la ciudad, a pocos metros de la catedral, encontró un teatro. A propósito de esta experiencia anotó que las cosas habían cambiado algo después de la visita de Humboldt y de sus anotaciones acerca de Caracas. 

     El teatro que vio el naturalista alemán estaba desprovisto de un techo, ahora, el que observó Eastwick, había dejado de estar a la intemperie. “Durante mi permanencia allí, no había compañía de ópera; y las piezas que se representaban eran, por lo general, tediosas tragedias en las que todos los personajes iban siendo asesinados uno tras otro, lo que al parecer causaba gran satisfacción entre los espectadores”.

     Más lejos de la catedral, al cruzar un puente, observó dos “excelentes” plantaciones de café. Se mostró maravillado por el paisaje que estaba frente a sus ojos, al mirar un valle con campos bien labrados. Sin embargo, lo que más cautivó su mirada fue el “Ferrocarril del Este”, el que estaba situado a una corta distancia del puente que había cruzado. “Me bajé del caballo para inspeccionar la estación, pero como ésta se hallaba completamente desierta, tuve que trepar por una cerca de quince pies de altura para entrar en ella”. Anotó que los rieles se encontraban cubiertos de maleza, así como las locomotoras y los vagones, “tristes emblemas del sopor en que ha caído la empresa, y del cual parece dudoso que pueda despertar alguna vez”.

     Ya en Petare llegó a una posada que estaba ocupada por bastantes personas, allí observó a la gente que fumaba y jugaba billar, el villorrio, como calificó a esta localidad ofrecía una dinámica de prosperidad mayor a la que él se había imaginado. “Hay unas quinientas casas en la aldea, y muy bellas fincas en sus inmediaciones. Sin embargo, jamás podría contarse con el tráfico suficiente para resarcirse del desembolso que ocasionaría la construcción de un ferrocarril, a menos que la línea fuese continuada hasta Valencia”.

     Su otra excursión fue para el lado norte, en las faldas del cerro Ávila. Describió una ciudad, visualizada desde este lugar, en forma de cuadrado con largas calles paralelas que se cruzaban de norte a sur, y con una plaza principal, lugar éste donde funcionaba el mercado justo en la parte del centro. Se sorprendió, al estar situado en la parte noreste, de los estragos que había causado el terremoto de 1812. “Ni una sola casa parece haber escapado, y aunque algunas han sido restauradas, las señales del desastre son aparentes por donde quiera, y todavía se ven sin remover muchas hileras de escombros”.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

     Puso a la vista de sus potenciales lectores lo que le había relatado un Mayor del ejército de aquel año y que aún estaba con vida. Luego de describir el evento telúrico agregó que las personas quedaron aterrorizadas y que no pudieron regresar a sus actividades habituales, se dedicaron a la oración y al ejercicio de ceremonias religiosas. “Muchas parejas que venían llevando vida concubinaria, se casaron a toda prisa, y quienes habían cometido fraude restituyeron lo mal habido, sobrecogidos por los horrores de aquel espantoso día, y temerosos de que se repitieran”.

     En su excursión al cerro el Ávila llegó a observar algunas casas, en especial una denominada El Paraíso que había sido propiedad de un representante del gobierno británico. Indicó que le llamó la atención el cementerio católico del que se decía era el más hermoso de Suramérica. “Está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Su característica más singular es que los altos muros están revestidos en su parte interior, por una especie de casillero gigantesco. Cada compartimiento… se utiliza para depositar en ellos los ataúdes. A todo el que pueda pagar los derechos respectivos, montantes a treinta y cinco pesos, se le concede el privilegio de colocar la urna del pariente muerto en uno de estos receptáculos durante tres años… Al cumplirse los tres años, se sacan los ataúdes; y, en caso que así lo desee la familia, se la entregan a ésta los restos del difunto. De lo contrario, los arrojan a una gran fosa, llamada el carnero”.

     Unos kilómetros más allá de este cementerio se acercó a un terreno en el que se encontraban sepultados cadáveres de personas que habían muerto a causa de un brote de cólera. De acuerdo con información recabada escribió que había sido tal la cantidad de fallecidos que hubo la necesidad de utilizar este terreno para darles cristiana sepultura a las víctimas de esta epidemia. “Tanto el cementerio inglés como el alemán se encuentran ubicados en las inmediaciones de la ciudad, en la parte sur, y son sitios de mísero aspecto en comparación con el camposanto católico”.

     De la parte norte de la ciudad agregó que lo que había llamado su atención era la denominada “La Toma”, reservorio desde el cual se abastecía de agua a la ciudad capital. “Se halla situada en un barranco cubierto de espeso boscaje… En este paraje se requiere andar con mucha cautela, pues a causa de lo denso de la espesura y de lo escasamente frecuentado del lugar, las culebras abundan en cantidades increíbles. Me aseguraron que, en una pequeña terraza rocosa, desnuda de vegetación, se podían ver algunas veces cuarenta o cincuenta serpientes de cascabel y de otras especies tomando el sol. Con semejantes protectores, parece que fuese innecesaria la presencia de guardianes humanos”.

     Sin embargo cerca de la caja de agua vivía un inspector y su familia. La esposa de éste, junto a una hija, confeccionaba sandalias. Ella le informó a Eastwick que podía terminar dos docenas al cabo de un día. También le dijo que por dos docenas le pagaban seis pesos y medio, es decir una libra esterlina aproximadamente. “Este es apenas un ejemplo, entre los muchos que vi, de los precios enormemente altos a que se paga el trabajo en Venezuela”.

     En su excursión decidió no trasladarse al lado oeste de Caracas, por donde ya había pasado cuando llegó a La Guaira. No obstante, resolvió practicar una caminata por el cerro El Calvario. De este lugar destacó su importancia como valor histórico por haber sido escenario de una batalla en 1821.

     Del lado sur de la ciudad escribió que existía un excelente camino, construido por un ingeniero europeo, que conducía al pueblo de Los Teques. Lugar del que recordó la existencia de minas de oro y que atrajeron la atención de los conquistadores españoles.

Tesoros de la Plaza Bolívar

Tesoros de la Plaza Bolívar

La estatua de la plaza Bolívar, en Caracas, es una copia de la que se encuentra en la Plaza de la Constitución, enfrente del edificio del Congreso, en Lima, Perú.

La estatua de la plaza Bolívar, en Caracas, es una copia de la que se encuentra en la Plaza de la Constitución, enfrente del edificio del Congreso, en Lima, Perú.

     “Debajo de la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar, en la Plaza que lleva su nombre, en Caracas, hay valiosos tesoros, no por su precio en metálico, sino por lo que representa como acervo cívico y cultural. Aunque si de metálico se trata, es muy posible que valga una fortuna, por su trascendencia histórica.

     Este hermoso monumento tan fotografiado por los turistas de todo el mundo, con el correr del tiempo, se ha convertido en el símbolo característico de Caracas.

     Como se sabe, este monumento es obra del escultor italiano Adamo Tadolini (1788-1863), fundido en Múnich, Alemania (1874), bajo la dirección de los expertos Alsatian Bartoldi y Fernando van Müller. Fue copiado de la estatua ecuestre original (c1855) que se encuentra en la Plaza de la Constitución, enfrente del edificio del Congreso, en Lima, Perú.

     Sobre la génesis de la Plaza Bolívar y su famosa estatua, se han escrito muchos libros y crónicas. Uno de los trabajos más documentados es el que publicó Carlos Eduardo Misle en su libro sobre la Plaza Bolívar de Caracas, donde, además, realiza una compilación de toda la literatura sobre el origen y el crecimiento de la actual metrópoli venezolana, desde aquellos lejanos días en que la Plaza Mayor, denominada después Plaza de Catedral, servía de estrado judicial, de alegre mercado y paredón para fusilamientos.

No tenían fe en su futuro

     Para entrar en detalles sobre la Plaza Bolívar y los tesoros, ocultos debajo de la estatua ecuestre, es importante conocer antes algunos aspectos del pasado de la ciudad. Según Carlos Manuel Moller, ni el emprendedor Francisco Fajardo ni el bizarro Diego de Losada, tenían fe en el futuro de la ciudad. No creían que un día podía ser una gran metrópoli.

     Juan Rodríguez Suárez, otro conquistador español, tampoco se mostró optimista con el porvenir de Caracas. Los historiadores relatan al respecto que basta ver el plano más antiguo que se conserva en el Archivo de Indias, enviado por el Gobernador Juan de Pimentel, en 1578, para darse una idea de la poca perspectiva urbana que tenía la ciudad, con una Plaza Mayor que no sobrepasaba en tamaño a la más pequeña de las manzanas.

     En 1764, según Carlos Eduardo Misle, que cita a Joseph Luis de Cisneros, autor del libro “Descripción exacta de la Provincia de Venezuela”, Caracas ya era una “ciudad bastante grande, con sus calles muy estrechas de diez varas de ancho”. La Plaza que servía de mercado, tenía una arquería bien delineada, con dos fuentes por sus lados, adornada de pórticos primorosamente trabajados.

     Por su parte, el alemán Alejandro Humboldt, quien como se sabe estuvo de paso en Caracas, en 1800, escribe en sus memorias que La Pastora estaba a 37 toesas por encima de la Plaza de La Trinidad, y que la Plaza Mayor se encontraba a 32 toesas por encima del rio Guaire. Comentaba también que el declive del terreno no impedía que rodaran los carruajes, “aunque sus habitantes hacen raramente usos de ellos” (La toesa era una unidad francesa de casi dos metros de largo).

     Humboldt, como se ve, tampoco pudo imaginar que esa Caracas de pocos carruajes sería más tarde una ciudad moderna de imponentes autopistas y viaductos con interminables torrentes de automotores.

 

Sangriento escenario

     Siempre remitiéndonos a los informes de Carlos Eduardo Misle, a través de los tiempos, la Plaza Bolívar fue una “charca de sangre y halo de gloria”, o sea que fue escenario de sangrientas represiones y de épicas gestas en favor de la libertad. Haciendo referencia al pasado de esa Plaza, afirma el médico e historiador caraqueño, Arístides Rojas, que fue lugar de patíbulos y de escarnio.

     Por su parte, Fermín Toro escribió que el 8 de mayo de 1799, el Capitán General Manuel Guevara y Vasconcelos, condenó a muerte a José María España, quien altivo, atravesó entre soldados y frailes, hacia el cadalso levantado en un extremo de la Plaza. Entre la gente presa de temor, un niño de aspecto enfermizo miraba con los ojos arrasados por las lágrimas, los detalles de la ejecución. Era Pedro Gual, sobrino y amigo entrañable del sentenciado.

     Arístides Rojas, siempre haciendo reminiscencias de la Plaza Mayor, hoy Bolívar, escribió que “han pasado las generaciones de tres siglos, los magnates de lo pasado, los adalides de la guerra magna, los defensores del realismo. En ella ha flameado la bandera de Castilla y la de Colombia y Venezuela”.

El 7 de noviembre de 1874 fue inaugurada en Caracas la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar.

El 7 de noviembre de 1874 fue inaugurada en Caracas la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar.

Bolívar en otra plaza

     Si el decreto de la Municipalidad de Caracas, del 1° de marzo de 1825, se hubiera cumplido, de acuerdo con lo que sostiene el conocido cronista Enrique Bernardo Núñez, la estatua ecuestre del Libertador estaría en la actual Plaza de San Jacinto, que por ese entonces era un desordenado y pintoresco mercado.

     Al recibirse las buenas nuevas de la Batalla de Ayacucho, que acabó con el dominio español en el Perú, los concejales eufóricos dispusieron que  “la estatua sería ecuestre, de bronce, sobre una columna de mármol. En lo sucesivo la Plaza de San Jacinto se denominará de Bolívar, de esta manera, estará en el solar que lo vio nacer, el Primer Presidente de la República, el Libertador de tres Estados y el Padre de la Patria misma, señalando con mudo, pero elocuente lenguaje, aun a las generaciones más distantes, las verdades y seguras sendas que conducen a la gloria”.

     Siempre basándonos en lo que relata Enrique Bernardo Núñez, en diciembre de 1842, mientras se traían desde Santa Marta, Colombia, los restos de Bolívar, la diputación provincial dispuso por medio de una ordenanza que la Plaza llamada de Catedral, se denomina en adelante de Bolívar y se coloque en ella sobre un pedestal de mármol, una estatua ecuestre del Libertador. Lamentablemente, tampoco se cumplió ese buen deseo. El homenaje a Bolívar tuvo que postergarse por varios años más.

La estatua

     Siendo presidente de la República el general Antonio Guzmán Blanco, en la gaceta Oficial del 18 de noviembre de 1872, salió publicado el decreto que ordenaba se levante en la Plaza Bolívar una estatua ecuestre digna de las glorias del Libertador.

     La primera piedra del monumento fue colocada el 11 de octubre de 1874, cuando se confirmaron las noticias de que estaba en viaje a La Guaira, el barco que transportaba desde Alemania la estatua fundida en bronce.

     El general Guzmán Blanco fue un gran bolivariano, que no ocultó su decisión de hacer de la Plaza Bolívar un hermoso lugar. Con ese propósito mandó a embellecer los jardines y colocar el barandado que luce actualmente, preparando un escenario adecuado para recibir dignamente al monumento que perennice la gratitud de los venezolanos al Padre de la Patria. Modernizada la Plaza con vergeles, fuentes artificiales y una tribuna para la orquesta, firmó el decreto autorizando la erección de la estatua, no por suscripción popular, como lo habían intentado vanamente otros gobiernos, sino costeado con fondos del Tesoro Nacional.

     Fernando Müller, hijo del fundidor de la estatua, vino expresamente desde Alemania para dirigir los trabajos de colocación del monumento, que venía a bordo del bergantín “Thora”, el cual encalló en Los Roques, causando preocupación y alarma a los caraqueños. Para las operaciones de salvamento fue enviada desde La Guaira la goleta “Cisne”, a bordo de la cual viajó una comisión integrada por Francisco Michelena Rojas, Vicente Ibarra, Tomás R. Olivares y los generales Adolfo Ferrero y Alejandro Ibarra.

Debajo de la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar hay valiosos tesoros, no por su precio en metálico, sino por lo que representa como acervo cívico y cultural.

Debajo de la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar hay valiosos tesoros, no por su precio en metálico, sino por lo que representa como acervo cívico y cultural.

Los tesoros ocultos

De acuerdo con lo que refiere Carlos Eduardo Misle y con la información que apareció en el periódico “La Opinión Nacional”, de fecha 11 de octubre de 1874, en una ceremonia especial fueron enterrados bajo la piedra fundamental de la estatua ecuestre, interesantes objetos de valor histórico y sentimental. Para el efecto fue construida una bóveda especial donde se colocaron cajas metálicas herméticamente selladas, conteniendo numerosos recuerdos y documentos, que son enumerados en el Acta Oficial. La lista de los objetos enterrados es la siguiente:

  • Una colección de periódicos de los Estados y otra de Caracas
  • Una pieza de plata, correspondiente a un bolívar
  • Una pieza de cincuenta céntimos
  • Una pieza de diez céntimos
  • Una pieza de cinco céntimos
  • Una medalla conmemorativa del Libertador
  • Dos medallas del Capitolio
  • Ejemplares de la Geografía de Venezuela, de Agustín Codazzi; y de la historia de Rafael
  • María Baralt y Ramón Díaz
  • Leyes y decretos de los Congresos de Venezuela desde 1810 a 1850
  • El Mensaje y documentos de la cuenta de 1873
  • El primer censo de la República
  • Un retrato, litografía, del Ilustre Americano
  • Una fotografía del mismo
  • Un plano de la ciudad de Caracas
  • Una copia del Acta de la Independencia
  • Las Constituciones de 1857, 1858 y 1874
El presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, ordenó en 1872 erigir, en la Plaza Bolívar de Caracas, una estatua ecuestre digna de las glorias del Libertador.

El presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, ordenó en 1872 erigir, en la Plaza Bolívar de Caracas, una estatua ecuestre digna de las glorias del Libertador.

  • Ejemplares de los periódicos del 10 de octubre de ese año: “Gaceta Oficial “,” La Opinión Nacional”, “El Diario de Avisos”
  • Una colección de periódicos de los Estados, y otra de los escritos de Antonio Leocadio Guzmán sobre Bolívar

     Una vez sepultados todos estos documentos y recuerdos, se colocó sobre la bóveda la piedra fundamental.

 

La inauguración

     La estatua ecuestre del Libertador fue inaugurada oficialmente el sábado 7 de noviembre de 1874. La ceremonia fue multitudinaria, con salvas de artillería, fuegos artificiales e iluminación especial de la Plaza. El imponente acto fue presidido por el general Antonio Guzmán Blanco, con el uniforme de gala, acompañado de su familia y del gabinete en pleno, con la asistencia de los representantes de los países bolivarianos y de otras naciones amigas.

     Guzmán Blanco, quien también tuvo el acierto de poner a la moneda venezolana el nombre de “Bolívar”, en el emotivo instante en el que se descorría el velo para descubrir la estatua, dijo estas históricas palabras: “En nombre de la gratitud de Venezuela y de la gloria de la América, queda inaugurada la estatua de Simón Bolívar, Libertador de Colombia, Perú y fundador de Bolivia, Héroe de América del Sur y Hombre más grande que ha producido la humanidad desde Jesucristo. Que todos los venezolanos, de generación en generación seamos dignos de tan grande e ilustre Padre”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Castellón, Hello. El tesoro de la Plaza Bolívar. Elite. Caracas, 1° de diciembre de 1972; Págs. 20-22
  • Misle, Carlos Eduardo. Plaza Mayor-Plaza Bolívar. Corazón, pulso y huella de Caracas. Caracas: Secretaría General, 1967; 118 p
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