Un explorador de minas en caracas

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Un explorador de minas en caracas

     Lo que en el tiempo actual se conoce bajo la denominación viajero, constituye una pléyade de personajes, hombres y mujeres, que dedicaron una porción de sus vidas a incursionar, para conocer mundos mágicos, misteriosos y nuevos, en espacios territoriales diferentes a sus lugares de origen. Venezuela recibió no menos de ciento cincuenta durante el decimonono, entre quienes hubo curiosos, invitados oficiales, espías, aventureros, misioneros, exploradores, naturalistas, científicos, embajadores o representantes de gobiernos extranjeros. La gran mayoría de sus cuadernos o bitácora de viaje pasaron por el taller del impresor y, así, un público mayor tuvo acceso a realidades culturales diferentes y a personas que mostraban modos distintos de llevar a cabo su existencia allende los mares. La tierra de Bolívar, o guerra, paz y aventura en la república de Venezuela forma parte de uno de esos textos redactado por un viajero británico de nombre James Mudie Spence. 

     Spence estuvo en Venezuela entre marzo de 1871 y agosto de 1872. El propósito de su viaje era el de examinar las potencialidades de las minas de carbón de Naricual y las posibilidades de producción de guano y fosfatos en las islas aledañas al territorio de Venezuela. Su viaje no formó parte de una misión oficial, aunque contó con el aval y anuencia del encargado de negocios de Gran Bretaña, quien sirvió de enlace para hacer la petición correspondiente a Antonio Guzmán Blanco y a algunos de sus ministros. La estadía de Spence en Caracas coincidió con la primera excursión por la montaña que sirvió de camino para alcanzar el Pico Naiguatá. También, presenció la Primera Exhibición Anual de Bellas Artes realizada en Caracas para el año de 1872. 

     Spence expuso, a lo largo de su relato, cifras y números, aspectos y pormenores de la ciudad con lo que mostró una disposición crítica porque revisó documentación oficial para dar vigor a varias de sus ideaciones. Al recordar a José de Oviedo y Baños lo hizo para comparar la capital de Venezuela con el Paraíso, tal como lo había hecho este cronista de tiempos coloniales. Esta comparación se evidenció al corroborar que cuatro ríos bañaban todo el valle caraqueño. AnaucoCatucheCaroata y Guaire eran los cuatro márgenes fluviales que atravesaban y hacían más fértiles estas tierras “paradisíacas”. Cuando hizo referencia al clima de la ciudad lo asoció con una “primavera perpetua”, con una atmósfera clara y con un aire puro y “delicioso” y bajo una temperatura de veintiún grados centígrados. Esto lo condujo a ratificar que ninguna capital cercana al Ecuador estaba “tan bien situada como Caracas en cuanto a clima y proximidad a la costa”. En lo que respecta a las edificaciones y la estructura de la ciudad destacó que estaba constituida por unas cuarenta calles y con ciento cincuenta manzanas diferenciadas. Las casas las describió como representativas del estilo hispanoamericano, de un solo piso y un espacio denominado patio. 

     En su descripción destacó la existencia de veinte iglesias, todas consagradas al culto del catolicismo romano. Una de las que le pareció con rasgos de belleza fue la de Nuestra Señora de las Mercedes, edificada en 1857. A ésta la describió como un templo de estilo dórico y agregó que, con respecto a su estructura, era una de las pocas edificaciones de Caracas en las que se había respetado las reglas y proporciones propias de la arquitectura, según le habían informado conocedores de estos asuntos. En su narración, hizo notar la existencia de diez puentes, tres teatros, veintidós fuentes públicas y ocho cementerios, seis de los cuales estaban destinados a fallecidos cristianos y dos a protestantes. En la ciudad capital estaba situada una Casa de Misericordia, un hospital militar y otras instituciones dedicadas a la beneficencia. En Caracas la vida comercial exhibía variedad y contribuía al funcionamiento de unos quinientos establecimientos mercantiles y manufactureros. 

     Según información oficial examinada por él, la población de la ciudad, para 1856, no superaba la cifra de 44.000 personas y se había proyectado, en este año, que para 1867 superaría los 60.000 individuos. Sin embargo, un censo poblacional de 1867 reveló que sólo había 47.013 personas. De las cuales 11.309 eran varones mayores de dieciocho años y 8.564 menores de edad, que sumados eran 19.873 de sexo masculino. Del “bello sexo” había 16.500 mayores de quince años y 6.946 menores de esta edad y que sumados resultaban un total de 23.446. Agregó, además, que había 3.694 extranjeros, sin que la información consultada diferenciara entre sexo masculino o femenino. Acerca de los números respecto a los dos sexos comentó: “los jóvenes atractivos y simpáticos tendrían una buena oportunidad, ya que había 13.424 mujeres solteras, cuyos posibles enamorados sólo alcanzaban a 7.999”. Sin incluir a los integrantes del ejército y enfermos recluidos en hospitales, la población sumaba 20.495 personas que sabían leer y escribir, mientras que el número de analfabetas reunían los 25.403 individuos. 

     Spence se dedicó a revisar documentos oficiales que intercaló con visiones particulares de la ciudad, sus habitantes y características ecológicas. Por otro lado, destacó que el número total de nacimientos alcanzó, entre el primero de julio de 1870 al treinta de junio de 1871, la cifra de 1621 de los cuales 827 fueron varones y 794 fueron hembras. En lo atinente a las coyundas de las parejas, 746 habían nacido con la “bendición de la Iglesia”, mientras 875 lo habían hecho sin la aprobación eclesial y, por tanto, se tenían como ilegítimas. De estas uniones la prole no contaba con la presencia del padre y la madre, sino alguno de ellos, por lo general, la madre. Según sus propias indagaciones el incumplimiento de un sagrado deber como el reconocimiento de la unión conyugal tenía su causa en los altos honorarios cobrados por los sacerdotes, “que hacían del servicio matrimonial un lujo fuera del alcance de los pobres”. 

     En lo que se refiere a las instalaciones escolares dejó escrito que, entre 1870 y 1871, contaba con cuarenta establecimientos para la enseñanza y la instrucción en cuyos espacios se agrupaban 1138 varones y 785 hembras. En el nivel universitario había 162 estudiantes, en el Seminario Tridentino había 2135 de éstos. De ellos, 1175 personas lo hacían en colegios privados. Le pareció importante que la Universidad de Caracas funcionara con recursos provenientes de la renta producida por la Hacienda Chuao, “que se considera la mayor plantación de cacao en el mundo”. 

     En lo relativo a las edificaciones eclesiásticas recalcó que la Catedral de Caracas no era una digna representación de la magnificencia del sistema eclesiástico. De acuerdo con información recopilada por iniciativa propia, se enteró que luego del fuerte movimiento telúrico de 1641 se alteró su original diseño con el intento de hacerla más resistente a cualquier catástrofe natural. Mostró su satisfacción porque este propósito fue alcanzado tal como se mostró con el terremoto de 1812 y la construcción se mantuvo en pie. Sin embargo, perdió su talante magnificente y suntuoso. El estilo que exhibía, según su apreciación, daba la sensación de pesadez, era una especie de toscano, sin mayores pretensiones artísticas o arquitectónicas, al contrario, resultó una construcción sin regularidad y con proporciones discordantes. Así como resaltó asuntos como el mencionado con anterioridad, no dejó de destacar leyendas divulgadas entre algunos creyentes. 

     Es el caso, por ejemplo, de la imagen de Nuestra Señora de la Soledad que reposaba en el templo de San Francisco. Contó que, según una leyenda conocida, una persona denominada Juan del Corro había ordenado una réplica de aquella representación en España. Petición que fue atendida y despachada desde la península ibérica, pero al transitar a su destino el barco, donde la imagen venía, se había tropezado con una fuerte tormenta, aunque el navío y su tripulación se salvaron del hundimiento, la caja en la que venía la imagen de Nuestra Señora de la Soledad cayó al mar. Días después unos trabajadores, cuyo patrón era Juan del Corro, mientras desarrollaban sus labores a la orilla de la playa se toparon con una misteriosa caja. De manera inmediata la recogieron y llevaron a casa de Corro quien al abrir la caja vio la imagen de la virgen intacta. Fábulas como esta le sirvieron a Spence para ejemplificar una forma de mantener viva la fe con el uso de una representación religiosa.  

     El viajero que narra sus experiencias de viaje, con intenciones de ver impresas y editadas sus ideaciones, toma en cuenta una variedad de aspectos de la sociedad. Por tanto, lo que ofrecen como resultado bordea una suerte de etnología en combinación con razonamientos naturalistas y, en ciertas circunstancias técnicas. De igual manera, algunos pormenores de la dimensión política se encuentran presentes en sus argumentaciones, así como no se dejan de lado consideraciones relacionadas con hábitos y costumbres de las agrupaciones humanas objeto de su examen y descripción. Se sabe que una de las diversiones históricas del venezolano son las peleas de gallo. A este respecto, Spence alcanzó a expresar que Caracas poseía el “verdadero coliseo de las galleras venezolanas”. Si los caraqueños dedicaban tiempo a un pasatiempo “desmoralizante”, especialmente para un británico, también eran aficionados a El Casino. Describió éste como un jardín de recreo público, “en torno a cuyos emparrados trepaban las plantas”, más arriba, prosiguió en su descripción, palmas y frondosos árboles los proveían de sombra con sus agradables hojas. Dalias, jazmines y rosas daban prestancia y belleza a la escena por la que circulaban o se posaban hombres y mujeres. Por tal motivo, escribió que resultaba muy alentador escuchar los agradables conciertos al aire libre en tan admirable escenario. A esto sumó que una de las grandes atracciones del citadino era el consumo de helados preparados a base de frutas tropicales nativas del lugar. 

     Hizo notar un encuentro sostenido por él y otros británicos con Antonio Leocadio Guzmán, quien les había relatado una anécdota que le sirvió para ejemplificar el carácter o “elemento romántico” muy propio del proceder político en Venezuela.  El cuento se centró en la aspiración presidencial de Guzmán y por pillerías de sus adversarios le fue arrebatado. Resaltó que el relato lo hubiese desarrollado en perfecto inglés, además dejó escrito que a pesar de su edad el padre del presidente de la república, para ese momento, era un hombre sano y fuerte, con plena “capacidad intelectual”. Asimismo, agregó que era un hombre que había jugado un papel relevante en el variado “drama de la independencia de Sur América”.  

     A Antonio Guzmán Blanco lo describió como un hombre de “imponente presencia y maneras muy atractivas, uniendo a la dignidad del soldado la suavidad del cortesano”. A esto agregó que su rostro rememoraba resolución de carácter e implacable decisión para culminar con éxito todo propósito en que se empeñara llevar a cabo. Como ejemplo indicó que “su larga carrera política y militar probaba con exceso que poseía estas cualidades en no común grado”. Adujo que los viajes que había realizado Guzmán Blanco por Europa, así como su estadía en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de Norteamérica, le habían proporcionado la oportunidad de examinar de cerca las realizaciones de la civilización. De ahí su empeño por establecer un gobierno estable y también por desarrollar las grandes riquezas potenciales de Venezuela. Recordó que sus conversaciones giraban alrededor de las dificultades y amplitud del trabajo que había emprendido. Luego de este encuentro con el presidente de Venezuela, Spence concluyó que sería recordado, en la historia del país, no sólo como buen soldado, “sino como un liberal y prudente patrocinador de las artes de la paz”. 

     Para Spence el país había empezado a transitar la vía del progreso. La demostración de esto lo constituían el estímulo al desarrollo de los recursos naturales con la instalación de una red ferrocarrilera, la creación de vías y el establecimiento del telégrafo. Recordó que muchas obras estaban en proceso de desarrollo y que Venezuela, Caracas en especial, serían famosas por la belleza de sus edificaciones públicas, tal como lo era entonces por la “perenne primavera de su clima y la belleza de sus paisajes circundantes”. 

¿Cómo estructurar nuevos emprendimientos?

¿Cómo estructurar nuevos emprendimientos?

¿Cómo estructurar nuevos emprendimientos?

     Los emprendedores necesitan además de una buena idea, dar formalidad a su negocio, para poder consolidarse. Cómo estructurar jurídicamente un emprendimiento fue el tema abordado en una nueva sesión del Comité de Asuntos Legales de nuestra institución, interesada en apoyar a la innovación y  el impulso que dan a la economía los nuevos negocios. 

     Daniel Betancourt, colaborador del comité y socio de la firma PTCK Legal, fue el moderador de la actividad. “De estructurar bien o mal un emprendimiento desde el punto de vista jurídico depende el éxito, la obtención de financiamiento y su permanencia en el mercado”, afirmó. 

     Pedro Planchart, socio de AraqueReyna, y presidente del Comité de Asuntos Legales, recomendó a quienes inician un negocio ser diligentes y responsables en analizar la forma jurídica van a adoptar. Y aunque puedan comenzar con un acuerdo privado que deje rastro de la intención de las partes, sugiere tratar de registrar lo más pronto posible  la figura jurídica del negocio. También recordó a los abogados que deben escuchar a sus clientes, para conocer lo que necesitan y en consecuencia ayudarlos. 

     Rafael De Lemos, socio de Rafalli, De Lemos, Halvorsen, Ortega y Ortiz,  explicó las distintas opciones jurídicas que existen para iniciar un negocio, desde un contrato, participación en una empresa, compra de activos vinculados directamente a la ejecución del emprendimiento o una figura de fusión. Cree conveniente que desde el inicio los involucrados en el negocio trabajen con un abogado en la elaboración del documentos constitutivo y los estatutos como “un traje a la medida” de acuerdo a la actividad, para todo quede establecido con claridad y se puedan resolver problemas futuros. 

     Los invitamos a ver la videoconferencia ¿Cómo estructurar nuevos emprendimientos? en nuestro canal de Youtube: Cámara de Caracas 

“Dolarización” y Tributación

“Dolarización” y Tributación

“Dolarización” y Tributación

     Las implicaciones de la dolarización que vive el país sobre el ISLR, IVA y IAE fueron analizadas durante el evento “Dolarización” y Tributación que realizamos en conjunto con la Asociación Venezolana de Derecho Tributario, AVDT. 

     Leonardo Palacios, presidente de la Cámara de Comercio, Industrias y Servicios, destacó la responsabilidad asumida por las dos instituciones en la orientación académica y divulgación del derecho tributario, especialmente cuando, afirma, es necesario exigir una revisión integral de todo el sistema tributario, para poner fin a profundas distorsiones, inequidades y abusos por parte del Estado. 

     Un sistema tributario, que Palacios considera, absolutamente confiscatorio, con un mayor costo de transacción, mayor complejidad en el cumplimiento de las obligaciones,  “y ciertas anomalías en la gestión del tributo, que todos conocemos y que coliden con la normativa, que exige transparencia y honestidad en el manejo del poder público tal como se expresa en el artículo 141 constitucional. Además incorpora dos figuras impositivas, una que es la inflación, el peor impuesto que existe, y la devaluación y el fenómeno de la dolarización que trae efectos perniciosos  y bases de erosión de todo lo que corresponde a la racionalidad del sistema impositivo”. 

     Juan Carlos Castillo, presidente de la AVDT y moderador del evento, celebró la alianza con la cámara para la realización de un encuentro con el que se buscó contextualizar los efectos fiscales de “esta dolarización caótica, informal y espontánea que enfrenta la economía venezolana”. Expresó su confianza en que el aporte conjunto de las distintas instituciones permitirán diseñar mejores políticas y normas para un mejor país. 

     Manuel Pereyra, socio de PWC; y Juan Korody, socio de PTCK Legal; disertaron sobre “El dólar como moneda funcional y sus implicaciones”. Pereyra puntualizó que cualquier decisión que tome una entidad en cuanto a su moneda funcional, tiene que ir acompañada de un análisis de las implicaciones sobre su carga contributiva, y en el tipo de información fiscal que presentará a las autoridades. Korody afirmó “por más que haya una dolarización de facto, el bolívar no ha perdido su virtualidad, el Banco Central sigue emitiendo bolívares y para bien o para mal el artículo 146 del Código Orgánico Tributario establece que los tributos se pagan en bolívares”. 

     “Las diferencias en cambio y el ISLR” fue el tema abordado por Serviliano Abache Carvajal, socio de AbacheBlanco. Explicó si las ganancias y las pérdidas cambiarias son gravables y deducibles respectivamente, “a propósito de las reformas ejecutivas de la Ley de Impuesto Sobre la Renta 2014,-2015, por la exclusión de los bancos, seguros, sujetos pasivos especiales del ajuste por inflación fiscal, y de ser gravables y deducibles cuando lo serían”. 

         Para analizar la “Dolarización comercial y el IVA” Ivette Jiménez, socia de EY, presentó un estudio de las consecuencias del incremento desmedido de transacciones realizadas en divisas, cambios en los patrones de referencia para el establecimiento de precios de bienes y servicios, y las opciones que han sido adoptadas para el manejo de facturas y cumplimientos de los deberes formales, entre otros puntos. 

     María Carolina Cano, socia de AraqueReyna en su ponencia “La dolarización y el IAE”, afirmó que por el uso de la criptomoneda Petro, establecido en el acuerdo de armonización tributaria como unidad de la cuantificación de bases imponibles y unidad de fijación de sanciones por incumplimiento tributarios municipales,  es una de las maneras como el fenómeno de la dolarización ha llegado al ámbito de la tributación municipal.  

     La videoconferencia “DOLARIZACIÓN” Y TRIBUTACIÓN está disponible en nuestro canal de YoutubeCámara de Caracas 

Un viajero de hamburgo por Venezuela

Un viajero de hamburgo por Venezuela

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Un viajero de hamburgo por Venezuela

     “Viaje por Venezuela en el año de 1868” fue el resultado de la travesía por algunos lugares de Venezuela llevada a cabo por Friedrich Gerstacker, quien desde la edad de 21 años se dedicó a viajar y escribir acerca de su experiencia como viajante. Fue una práctica que inició a partir del año de 1827 y lo hizo por varios lugares del mundo. Visitó los Estados Unidos de Norteamérica, América del Sur, Australia, las Indias Neerlandesas y algunos espacios territoriales del norte de África. Su narrativa se caracterizó por exhibir un estilo basado en la crónica y con una tesitura novelesca. Algunos de sus relatos fueron: Los piratas del Misisipi (1848), Oro. La vida en California (1858) y En México (1871). La narración que estructuró acerca de Venezuela se editaría cien años después de su visita a esta comarca, en 1968, bajo los auspicios de la Universidad Central de Venezuela y con traducción de Ana Gathmann. Gerstacker visitó La Guaira, Caracas, los Valles de Aragua y los llanos de Apure. Hizo lo propio por las aguas del Orinoco desde donde alcanzó tierras de Ciudad Bolívar y de aquí llegar a Trinidad y partir, luego, a Europa.

     Gerstacker dejó escrito, en las primeras páginas de su texto, haber imaginado Caracas rodeada y adornada de una rica y abundante vegetación, así como que, por ser una antigua ciudad española, estaría compuesta de casas bajas y achatadas, con calles amplias, pero al estar en ella constató lo apócrifa de su figuración y lo que sus ojos observaban. Más bien, las calles eran angostas y las casas, aunque bajas, no contaban con azoteas planas a la usanza española. Eran casas con techos inclinados cubiertos de tejas. Sin embargo, se sorprendió al ver faroles alumbrados con gas.

Friedrich Gerstacker, autor de Viaje por Venezuela en el año de 1868

     Expresó que Caracas estaba edificada de “una manera particular”. Subrayó que en ella se apreciaba el antiguo estilo hispano, pero que sus habitantes le habían estampado un matiz de acuerdo con “el carácter” de sus habitantes. Llamó la atención el que las casas, “al menos las mejores”, se asentaran en un “cuadrado” que bordeaba un pequeño patio cubierto de flores, al frente de cada una de ellas. Esto lo indujo a expresar que “el venezolano” amaba el verdor y los adornos florales. En las casas observó la existencia de unas argollas utilizadas para amarrar caballos, “una necesidad de transporte en la ciudad”.
Las casas que visitó las describió como unos espacios en que los dormitorios se hallaban a los lados laterales. Cerca de la puerta de entrada se ubicaban otras partes como el salón de estar y otra para la recepción de los visitantes, con la característica de tener la misma altura de las casas. De las ventanas dejó asentado que eran de hierro “elegantemente” trabajado. De éstas subrayó que eran muy cómodas para visualizar el exterior desde dentro de las casas. Aunque resultaban un estorbo por la modalidad con la que fueron construidas en la parte de afuera de las casas. Quien caminara por la acera se veía constreñido a lanzarse a la calle para no tropezar con ellas y así no sufrir un golpe innecesario.
     De los alemanes, que conoció en Caracas, dejó asentado que no había imaginado encontrar tantos de ellos en la capital de Venezuela. Los calificó como “una magnífica sociedad de todas las clases” y quienes estaban dedicados a distintas ramas comerciales.
Se mostró sorprendido que tanto en La Guaira como en Caracas los provenientes de Alemania, y permanentes en estos lugares, prefiriesen contraer nupcias con damas nacidas en el país de padres o abuelos españoles y quienes llevaban la más “feliz vida matrimonial”. 

     De la descendencia de estas coyundas agregó que no había conseguido en ningún otro país “tantos muchachos bonitos como en Venezuela”. Al comparar al “elemento alemán” en Venezuela, respecto a los alemanes que habitaban en los Estados Unidos de Norteamérica, dijo que en la nación suramericana ellos se imponían, mientras en la del norte los mismos se diluían.

     Destacó que la gran mayoría de los residentes alemanes en el país fuesen notorios comerciantes, entre quienes eran evidentes los casos de artesanos y boticarios, sin embargo, se mostró sorprendido que sólo hubiese un médico. De éste recordó que residía en La Guaira y quien no se reunía con otros alemanes, por ello razonó que no podía considerarse alemán porque tenía escaso trato con sus coterráneos.

     Uno de los aspectos que hizo notar su preocupación en los tratos de la sociedad, y que visualizó en su recorrido por Caracas, fue el de la vida militar y quienes la integraban. Muy parecido a lo que otros visitantes y viajeros ponderaron fue el paseo por lugares considerados de “gran belleza”, tal como lo destacó al pasar frente a grandes cafetales y distintas haciendas, rodeadas de viejos árboles “realmente suntuosos”. Sin embargo, esto contrastaba con las acciones y actitud que observó en el “general negro Colina”, conocido bajo el remoquete de El Cólera. De éste y sus acompañantes expresó que a “él mismo le sangraba el corazón” al ver como un gobierno “deplorable e inconsciente” maltrataba, chupaba y pisoteaba “este bello país”. Observó que la belleza de juncos, árboles y tierras de gran fertilidad contrastara con el borde de éstas porque “todo era desolación”, como si una plaga de langostas hubiese pasado por campos de maíz.

     Recordó que a lo largo del recorrido se había topado con grupos compuestos de tres o cuatro soldados dedicados al robo y la pillería. Al no obtener paga por sus servicios se dedicaban a despojar a los otros de sus escasas posesiones, a delinquir y pedir limosna que, si no eran satisfechos sus pedimentos, los compensaban con el robo y el pillaje. Los poblados por los que había transitado observó casas abandonadas y desocupadas que los mismos soldados las utilizaban como refugio y escondite. En este orden, agregó que por cada tres soldados había un general. Sin medias tintas indicó que el general Falcón había creado un ejército de cuatro mil integrantes. De ellos, dos mil rangos fueron ratificados para reconocer generales, aunque se tratase “generalmente de populacho grosero”. No obstante, concluyó que el objetivo de Falcón era sostener hombres vinculados con la vida de las armas para él mantenerse con el poder del Estado.

     Recordó que Falcón había logrado hacerse del poder cobijado en los llamados liberales, y contra los godos y aristócratas, “en estos países siempre las clases decentes”. Indicó que Falcón se hizo de una gran fortuna y consiguió una pequeña isla cerca de Curazao donde se dedicó a atesorar bienes conseguidos con un proceder poco ético. Aspectos como los mencionados le sirvieron de marco para comparar la idea de patria que él y sus coterráneos tenían como algo sagrado, frente a quienes, como en Venezuela, la utilizaban en provecho propio y de sus seguidores. La ambición personalista, convertida en revolución, servía a “los vampiros de toda república americana”, de la que no excluyó a Norteamérica y sus cazadores de cargos, que pedían cuatro años de gestión para luego, de haber recibido sueldos pírricos, retirarse como grandes rentistas, con independencia de pertenecer a algún partido de oposición o de gobierno. Nada más culminar un período de gobierno, comenzaban a tramar revoluciones para continuar con las exacciones y los abusos.

     De acuerdo con lo visto en la experiencia política de Venezuela hubo una frase que llamó su atención: “Venezuela está insurrecta”. Esta locución la asoció con lo acontecido en otras repúblicas de Suramérica e incluso España. Explicó no haber experimentado una actitud de repulsión ante tal realidad. Pero, “le duele a uno el alma” el hecho de que un país que atesoraba tantas bellezas naturales, fuese presa de unos pocos ambiciosos y ávidos de dinero que “llevan la sangre y la ruina a un paraíso”. Lo más dramático, según sus ideaciones, era que las querellas en este orden fuesen constantes, porque no había terminado un enfrentamiento cuando otro volvía a la esfera pública. Por tal razón, expresó: “¡Pobre país! Tan rico, tan sobreabundantemente dotado por la naturaleza, y sin embargo, nunca en paz, nunca en calma”. Al contrario, sostuvo que cualquier ser humano encontraría en esta comarca, a cuenta de poco esfuerzo, lo necesario para llevar una “feliz existencia”. Por otro lado, acotó que el pueblo era explotado y maltratado por bribones a pesar de ser bueno y apacible, se le constreñía a incorporarse en uno de los bandos que luchaban por hacerse del poder. Con un dejo de decepción, indicó como querellas de este tenor eran frecuentes en otros lugares de la América española. La solución, para él, se hallaba en que “un día alguna otra raza tome las riendas en la mano”.

     Confesó que le provocó risa lo que en Caracas se denominaba ferrocarril. Igualmente, experimentó asombro cuando a lo lejos observó una locomotora y vagones de pasajeros estacionados en un andén. Al acercarse al lugar donde se encontraban, “descubrí algo que nunca hubiera creído posible”. Sin embargo, lo imposible dejó de serlo al constatar que uno de los vagones estaba techado con “ladrillos rojos”.  Manifestó haber reído cuando vio en Arkansas algo muy parecido, pero cubierto con tejas. Para él resultó un “espectáculo” plagado de comicidad, un vagón recubierto de ladrillos rojos que, más bien, parecía un establo o un lavandero. Quienes fungían como trabajadores del lugar le habían informado que los vagones eran utilizados como lugar de descanso o dormitorio. 

     Escribió que amigos de La Guaira le habían recomendado pasar por Caracas, en días de la Semana Mayor, para que apreciara las prácticas religiosas de sus habitantes. Según su testimonio sólo había estado en un evento similar en la Misión Dolores en California. La primera que vio en Suramérica fue la de Caracas. De ella dejó redactado algunas líneas que, es válido decir, coinciden con la de otros visitantes y viajeros que observaron más ostentación que misticismo en ellas. En su relato recordó que el día lunes, con el sonido de las campanas, se anunciaba el comienzo de la festividad. Por las calles vio caminar damas con “sus mejores galas”. Ellas se dirigían a las distintas iglesias, en especial a la catedral. Ya, a las cinco de la tarde, empezaba la primera procesión que pasaba por el frente del palacio arzobispal y continuaba su recorrido por distintas calles de la capital. Por ser la primera vez que apreciaba este tipo de celebración en tierras de Suramérica la observó “con bastante interés”.

     Estuvo presente en la celebración religiosa, pero sin mostrar mayor devoción porque profesaba otro culto o creencia. En este sentido, advirtió que no miraba con desdén asuntos de la fe y de un credo diferente al que él practicaba. “Déjese a cada quien su fe, siempre que se adhiera a ella con fidelidad y de todo corazón”. No obstante, se interrogó, por la forma como acá se practicaba una festividad religiosa, si era una auténtica demostración de fe “cuando sólo la pompa externa parece ser lo primordial”. Llamó su atención que las damas capitalinas estrenaran “diariamente” un vestido. En días que el cristiano debería expresar pesar y tristeza, aquí se desplegaban las mayores galas posibles. Por esto aseveró que se debería dejar a cada uno arreglárselas con su Dios y su conciencia. Acerca de los fieles que vio asistir a los tres últimos días de procesión expresó sus dudas en torno a su devoción, porque la gente parecía ir a la iglesia por razones “muy distintas a las de rezar”. En las iglesias vio a todas las “razas” representadas. Las “señoras negras” llevaban trajes más sencillos y sin mayor pomposidad, “cosa que difícilmente pueda atribuirse a devoción”. Para él ello encontraba explicación en que no contaban con medios para ataviarse con indumentarias de mayor lujo, tal como las señoras de “sociedad”.

Un profesor de geografía de visita en Caracas

Un profesor de geografía de visita en Caracas

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Un profesor de geografía de visita en Caracas

     Al amparo de la Sociedad Geográfica de Hamburgo, Wilhelm Sievers viajó y exploró el territorio venezolano durante los años de 1884 y 1885. Una segunda visita la realizó durante 1892 cuando pasó diez meses en Venezuela. Como resultado de lo registrado en sus apuntes se editaron, en Hamburgo, dos obras, a saber: Venezuela (1888) y Segundo viaje a Venezuela (1896). En la obra La mirada del otro preparada por los historiadores Elías Pino y Pedro Calzadilla, se dice que el autor, quien fue profesor de geografía en la universidad de Giessen, hizo pública su oposición al bloqueo a las costas venezolanas, durante el año de 1902, de la que Alemania fue uno de sus artífices. 

     Una disposición muy frecuente entre viajeros, visitantes y exploradores de territorios distintos a su lugar de origen resulta de la comparación de lo observado con sus propios hábitos, costumbres y experiencia vital. En el texto titulado Venezuela reseñó un aspecto que llamó su atención y fue el hecho que se denominara “peón” a los trabajadores en esta comarca, en cambio, para el caso de su experiencia entre los alemanes se prefería el uso de “señor” o “mi asistente”. De igual modo, mostró su incomodidad al momento cuando quiso lustrar sus botas y no encontrar un limpiabotas, por tal razón debió hacerlo él mismo.

     En cuanto a la indumentaria y su uso en algunos lugares de Venezuela indicó que entre la “clase acomodada” era usual el corte y estilo europeo. También, el uso de colores oscuros era más utilizado en zonas montañosas, mientras el blanco era usual en las zonas bajas. Del uso del sombrero contó que estaba muy generalizado, tanto así que era frecuente ver niños desnudos sin el infaltable tricornio. Contó que, en cierta ocasión, observó quinceañeros “ya en edad casamentera”, hembras y varones, despojados de ropa, lo que lo indujo a expresar: “de aversión a la ropa, o si se quiere, de economía materna”. En este sentido, agregó que, al contrario de este comportamiento, generalizado en algunos lugares de Venezuela, las niñas menores de seis años y los varones menores de doce iban ataviados con un vestido o una camisa. En cuanto a los hombres sólo “suelen despojarse de sus ropas durante el paso de un río”. En cambio, las mujeres usaban vestidos que les cubrían gran parte de su cuerpo y se cuidaban de no mostrar el cuello o la parte superior de los senos, “ejemplo este que deberían seguir las habitantes del estado colombiano de Magdalena”.

Al arribar a Maiquetía, Kennedy fue recibido por su anfitrión, el presidente Rómulo Betancourt

     Llamó su atención el respeto de los venezolanos hacia los curas, aunque también señaló que no atesoraban grandes fortunas y “muchos curas están llenos de hijos naturales”. Sin embargo, el pueblo no daba mucha importancia a estos aspectos de la vida íntima de quienes profesaban las enseñanzas bíblicas. Es necesario destacar que el viajero o explorador escribía para una tercera persona, en la que media su personal visión de las cosas y otro que se muestra como objeto de observación. Lo redactado y que llegaba al taller de imprenta resultaba ser lo que se consideraba lleno de exotismo y curiosidad, además que con su difusión aparecía la creencia de una afirmación de lo que se creyó, durante un tiempo, expresión natural y orgánica del pueblo, en especial, a lo largo del 1800.

     Los opíparos desayunos que vio servir en Caracas y otros lugares de Venezuela lo llevó a concluir que parecían almuerzos, de acuerdo con la costumbre y experiencia alemana. Describió que se desayunaba a las once, o entre once y doce. La costumbre de los sectores más adinerados se presentaba con “grandes cantidades de comida”. Se comenzaba con el “inevitable caldo” y la carne hervida a la que se agregaba un gran plato cargado de vegetales. Se había enterado que estos deberían ser nueve, entre tubérculos y frutos distintos, en especial, en la comida correspondiente a la hora señalada, entre los más conocidos mencionó el plátano, la yuca, el ñame, el apio, el tomate, la papa y la mazorca de maíz. Entre los más pobres de la sociedad esta lista se reducía al plátano, la yuca y, en algunos casos, la papa. Le seguía a este plato la carne servida con arroz, huevos y plátano frito en tajadas que es “lo más hermoso que encontré en Venezuela en lo que se refiere a alimentos, fritos en azúcar y mantequilla”. Al final se servía una torta, dulces o frutas de todo tipo, en especial los “delicados” cambures, mangos, melones, piñas y lechosas. Respecto al almuerzo se ofrecía entre las cuatro o cinco de la tarde. Los componentes eran los mismos del desayuno sin sopa ni frutas. Estas últimas no se servían en esta comida para eludir malestares estomacales.

     En cuanto a la ingesta de alimentos y el modo de ser servido en lo que llamó “casas particulares” no mostró mayor simpatía, más bien cierta repulsión. Escribió que la dueña de la casa le hacía entrega del plato al invitado y éste lo debía colocar en el puesto de la “ama en señal de que ella es la persona más digna de la mesa”, o más bien, la demostración de que ella asumía el servicio de la comida, “cosa que es considerada aún más fina y delicada que la primera”. A este respecto indicó que tal costumbre no podía ser considerada con simpatía, “ya que ceremonias tan grandilocuentes sólo humillan más al viajero cansado y maltratado por el sol, el polvo y la lluvia”. 

     Destacó que el venezolano mostraba de manera pronunciada “cualidades nacionales del español”. Así, describió el fundamento del carácter serio, junto con la vivacidad, y, en la esfera política, la inestabilidad, la inclinación hacia la desmembración en “cantidades de fracciones aisladas, opuestas unas a otras”. Sin embargo, no dejó de añadir un “rasgo destacado”, la hospitalidad que, para él, serían insuficientes las palabras de halago, “sin negar algunas tristes excepciones en ese aspecto”.

     Otro asunto que no dejó de ser aludido por parte de la mayoría de los viajeros fue la necesidad de los individuos por tener relaciones estrechas con el Estado, y que los razonamientos de Sievers al respecto parecen reiterados y una constante social. Al hacer alusión de la gran cantidad de médicos y abogados que vio en esta comarca concluyó que era consecuencia del “deseo general de pasar de un cargo menor a altos especialmente si son del Estado”. Anotó que este tipo de rotación era comprensible, no así una gran cantidad de profesionales sin demanda de sus servicios. Ello llevaría a muchos médicos y abogados a grandes insatisfacciones por los escasos ingresos que percibían y perjudicaba un funcionamiento sano del Estado, concluyó.

     Anotó que, en Caracas, y lugares que él visitó de Venezuela, contaban con una variedad de pulperías. Lugares donde la población masculina las visitaban en sus horas libres. Dijo que ellas eran “tabernas situadas en los caminos o cerca de ellos; en las ciudades hay más de una en cada calle”. En ellas se abastecían los lugareños de productos para su subsistencia como: queso, azúcar, guarapo, anisado, aguardiente, pan, frutas y nada de carne. Según su percepción, la gran cantidad de pulperías favorecían el alcoholismo, “nada extraño en Venezuela”. Con un dejo de preocupación señaló que, no sólo la “clase baja” porque había integrantes de la “clase alta”, caían con frecuencia en este flagelo. Escribió que una forma de combatir el consumo de brandy o aguardiente se pudiera lograr con la “humilde cerveza”, por ser ligera, sentaba bien y era barata su elaboración. Otro de los vicios que llamaron su atención eran las apuestas en las peleas de gallo y en “un correcto juego de azar”, como el juego de naipes, muy generalizado entre la “clase baja”.

     Sin embargo, llamó la atención al decir que en Venezuela no predominaban más vicios que en otros países. Los atracos y robos eran poco frecuentes. Lo que si no le pareció digno de alabanza fueron las penas aplicadas frente a crímenes que merecían la pena de muerte. Le pareció insuficiente una pena máxima de diez años para quienes habían cometido un asesinato, asunto que lo llevó a concluir que la justicia era muy indulgente. Del ejército expresó que no resultaba una agrupación para crear seguridad interna. No sólo por el escaso número de efectivos sino por depender más del gobierno regional que del nacional. 

     Ante el flagelo de la lepra y la sífilis, cuya generalización en Caracas y Valencia le llamó la atención en todas las capas de la población, recomendó, a los alemanes residentes en el país, casarse pronto como su posición se lo permitiera o, como era usual en esta comarca, buscar una “querida” que como toda mujer venezolana le guardará fidelidad, “aunque dicha relación sea considerada como inmoral”, pero se alejaría de una posible promiscuidad y la infección inevitable. En cuanto a la actitud pecaminosa de la mujer venezolana, o sudamericana, se distanció de lo que otros viajeros habían censurado severamente. En este sentido, advirtió que relaciones extramaritales como la figura de la “querida” no era excepcional en este lado del mundo, solo había que proceder con imparcialidad. Además, muchos poblados se encontraban alejados de las parroquias eclesiásticas a lo que se unía los altos costos de las ceremonias matrimoniales, lo que permitía establecer relaciones extramaritales y las no bendecidas por la santa iglesia.

     Su estadía en Caracas coincidió con las exequias de Antonio Leocadio Guzmán, el 13 de noviembre de 1884. Recordó que, al ser el padre del presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco, revistió gran interés para él y, además, mostró una faceta de la vida de Venezuela que no se veía con frecuencia, en consecuencia, era importante hacer una descripción de ella. Dos días después del fallecimiento, el cadáver fue embalsamado y expuesto en la capilla del Palacio Federal para que el pueblo le diera el último adiós. Acá permaneció durante tres días. La ciudad de Caracas guardó un duelo oficial de ocho días. La universidad cerró durante diez días, las escuelas públicas cerraron y las privadas continuaron con sus actividades habituales. Ante las vacaciones inesperadas escuchó decir a varios estudiantes de la universidad: “ojalá que muera todos los días un prócer”. Por su descripción, toda la sociedad caraqueña se volcó a participar en el acto en el que no estuvo presente el presidente de la república por estar de viaje. 

     Otro de los aspectos que no dejó de destacar fue el de la supuesta belleza de las mujeres criollas, porque escribió haber sentido decepción en este orden. Expresó que en Caracas había presenciado algunos cuerpos atractivos en que lo más resaltante era el ritmo y movimiento inusuales que exhibían. Aunque se mostró atraído por sus rasgos faciales bien proporcionados, sus ojos negros y cabellos espléndidos. La comparó con las de Mérida y La Grita, “un tipo de mujer que a mí personalmente me gustó más”. La atracción fue porque al contrario de la voluptuosidad de la criolla española caraqueña, entre aquéllas predominaban las “figuras torneadas dulcemente, con caras más alemanas, mejillas rosadas, piel de blancura deslumbrante, formas graciosas pero de pelo negro y ojos negros”. Aseguró que estas pobladoras de las montañas “me gustaron bastante”. 

     En este sentido, narró que rara vez observó entre las clases más pobres belleza alguna, quizá sí, una “figura moderadamente atractiva”. Explicó que, era perturbador “el sucio adherido al cuerpo de los de baja clase”. Por un lado, el cigarro en la boca y, por otro, “los rasgos desfigurados por las frecuentes prácticas sexuales a temprana edad y el exceso de trabajo, envejecidos y sin frescura”. Concluyó que todas las mujeres que ejercían el oficio de criadas o trabajadoras en haciendas, hijas de la clase pobre, eran poco o nada hermosas “en relación con los jóvenes entre los cuales encontramos, de vez en cuando, figuras sobresalientemente hermosas y a la vez viriles”.

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