Consecomercio se prepara para un nuevo ciclo de gestión democrática y participativa

Consecomercio se prepara para un nuevo ciclo de gestión democrática y participativa

Consecomercio se prepara para un nuevo ciclo de gestión democrática y participativa

Por: Marian Carmona

     El presidente del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio), Felipe Capozzolo, indicó que la organización está cumpliendo un siglo de gestión participativa, por lo que aseguró que es necesario renovar fuerzas y avanzar hacia la soluciones.

     El gremialista señaló que es momento de avanzar porque la tarea es «dura» y el camino sigue siendo largo y requiere de mucha participación y diálogo.

     «La institución es el espacio plural por excelencia en el que todos debemos hacer vida y participar para garantizar un futuro estable en el que la inclusión sea una regla permanente»

     Capozzolo mencionó que el diálogo debe ser como una política de Estado que se debe seguir con frecuencia y determinación para mejorar los conflictos dentro de la nación.

     «Este debe ir acompañado de presión y argumentación en función de resultados, y esa es la ventada que está dejando este ciclo gremial de dos años que está culminando en Consecomercio»

     De acuerdo con el empresario, la institución debe seguir haciendo seguimiento y presión a todos los temas políticos y económicos que se generen en el país con la finalidad de proponer resultados o posibles soluciones para todas las partes, en conjunto.

     «Cuando una sociedad elige el diálogo para avanzar y transitar el camino abre una perspectiva donde este por sí mismo pasa a ser una herramienta para resolver los graves problemas que se desnudan al momento de conversar»

     En este sentido, el gremialista sostuvo que la transición a la democracia genera nuevas ventanas y es por eso tan importante para una sociedad avanzar en el diálogo y la armonía, componiendo las instituciones y resolviendo los problemas de fondo.

     Capozzolo también dijo que como sociedad debemos comenzar a entender los niveles de presión a los que se puede llegar permisivamente, generar costo político ante el retraso que puedan tener las autoridades para dar un paso al frente ante las soluciones y propuestas.

     «Estamos ante una sociedad que enfrenta una recesión económica del 80% o más de todo lo que ha perdido»

Mujeres en el Arbitraje

Mujeres en el Arbitraje

Mujeres en el Arbitraje

     Con el evento “MUJERES EN EL ARBITRAJE” realizado el 25 de marzo, el Centro de Arbitraje de la Cámara de Caracas (CACC), se unió al reconocimiento de la mujer con ocasión   de celebrarse el mes internacional de la Mujer. La actividad, moderada por Diana Trías Bertorelli, Directora Ejecutiva del CACC, permitió poner en contexto el rol de la mujer en la justicia arbitral y más importante aún dejó planteado los retos de cómo lograr que cada vez haya más árbitras y que aumente su escogencia para encabezar procesos ante tribunales arbitrales.

     Cecilia Sosa Gómez, Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela e integrante de la lista de árbitros del CACC, está convencida de que la igualdad de la mujer se siembra en la educación y en el desarrollo de su liberad como persona, en el conocimiento de sus derechos y en la aspiración de lo que quiere ella proyectar hacia el futuro.  Enumeró un conjunto de cualidades del género femenino que sumado a la preparación, capacidad y conocimiento de la materia a arbitrar, pueden resaltarse para promover la escogencia de la mujer árbitro frente a procesos de resolución de conflictos, que estadísticamente es baja en comparación con el hombre árbitro. Hizo un llamado a las abogadas en Venezuela para que se interesen en el arbitraje, que es una herramienta fundamental de justicia.

     Catalina Hoyos Jiménez, árbitra de la Cámara de Comercio de Bogotá, Colombia; árbitro de CACC y socia de la firma Godoy&Hoyos, coincidió en que hay un rezago en la lista de mujeres árbitro, cuando son sorteadas o nombradas por las partes, y presentó cifras que demuestran a nivel mundial, que la participación de mujeres en tribunales arbitrales no supera el 16 por ciento. Considera que muy importante el papel de los centros arbitrales en el desarrollo y desempeño de la mujer, para darle visibilidad, preparación y promoción a su nombramiento por en los procesos de resolución de conflictos. Indicó que “El papel de la mujer en la sociedad no es solo un tema de equidad, de igualdad, es un tema de sostenibilidad, de crecimiento económico, de que las sociedades puedan servirse de lo mejor que tienen la mujer y el hombre”.

     Para Verónica Sandler, representante de Jóvenes Árbitros de la CCI para América  Latina, la mujer logró ser admitida en el mundo del arbitraje. Sin embargo, ahora la cuestión es cómo generar su visibilidad, cómo mostrar sus méritos y valores.  En ese sentido expresó que “Si no nos mostramos evidentemente no nos vamos a conocer… y una vez que nos conocemos no nos para nadie”. Cree en los beneficios de la diversidad en los equipos de trabajo, en la interacción y complemento entre hombres y mujeres en espacios comunes, “para lograr lo que todos queremos que es que el arbitraje siga funcionando como un método eficiente para dar un servicio de justicia, para todos los ciudadanos, todos los usuarios, de manera completa, rápida”. Invitó a conocer el trabajo que hace Women Way in Arbitration Latam, WWA, institución de la cual es fundadora.

     Diana Trías Bertorelli ratificó el compromiso del Centro de Arbitraje de la Cámara de Caracas de ser vitrina de todas las cualidades de la mujer en el mundo arbitral. Y en lo que se refiere al aporte del CACC en la formación de profesionales especializados en arbitraje, anunció que en el Programa de Estudios Avanzados en Arbitraje (PREAA) que el CACC dicta en convenio con la Universidad Monteávila y el   CIERC cuya segunda cohorte iniciará el mes de abril del año en curso, no solo aumentó considerablemente el número de estudiantes si admitidos sino que hay preponderancia de mujeres. 

El asesinato de Oscar Calles - Parte II

El asesinato de Oscar Calles - Parte II

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El asesinato de Oscar Calles - Parte II

Calles en el Puesto de Socorro  

     Otra versión señalaba que Calles, después de tropezar con Rosas y llamarlo «lambucio» trató de salir por la otra puerta y Camilo le cortó de nuevo el paso y le dijo algo al boxeador, que éste, furioso, descargó tremendo derechazo que lo mandó contra la pared y le partió la región ciliar. 

̶ Rosas  ̶ dijeron los testigos ̶  tomó un pañuelo, lo mojó en el agua de lluvia que corría por la acera y se limpió el rostro. Sacó la navajita y se fue de nuevo a buscar a Calles. Este iba ya entrando a su automóvil y pensando que Rosas se había retirado para llamar a la policía, le entregó a un amigo el maletín y le dijo: 

̶ Si me detienen, me haces el favor de llevarme el maletín y el carro a la casa. 

 ̶ ¡Cuidado Oscar! Cuidado, ¡que te matan!  ̶ gritaron varios curiosos cuando Rosas se abalanzó contra Calles. El boxeador reaccionó rápido y tiró un golpe, pero la navaja se le enterró en el abdomen, por debajo del «bolsillo relojero» del pantalón. 

     La señora Calles volvió a su casa y retornó al Puesto de Socorro a las cuatro de la mañana. 

̶ Su marido acaba de ingresar al pabellón de operaciones,  ̶ le dijo la enfermera. El campeón tenía ya tres horas en emergencia. 

̶ ¿Qué es lo que pasa? ̶   preguntaba Carmen Leonor  ̶ ¿Cuándo me lo entregan? ̶  Las horas transcurrían y nadie le decía nada. Ningún médico sabía nada.  

   A las seis de la mañana la esposa seguía llorando: 

̶ Algo le ha pasado, algo le ha pasado. ¿Por qué nadie me dice nada?  ̶ Una enfermera no pudo resistir más y con los ojos aguados, la abrazó y le dijo: 

̶ Señora, ¡su esposo ha muerto! ¡Oscar Calles ha muerto! 

     Julián Montes de Oca, gran reportero de información política y económica, estaba de guardia en El Nacional cuando Calles fue herido. Montes de Oca tuvo que medirse entonces con los reporteros reyes de la última página: MarconiCarías, Urbina, Ledo PachucoKoesling, Acosta, Fossi. Sin embargo, aunque la información policial no era su especialidad, se mantuvo a la altura de los mejores. 

     Montes de Oca, tranquilo, desde el Puerto de Socorro, comunicó a su periódico:    

̶ «Ni la directora ni ninguno de los médicos que prestaban sus servicios en el Puesto de Socorro, dieron a conocer el nombre del cirujano que operó a Calles». 

     Se supo que Mariano Cabrera, director de la oficina de Prensa de la Policía, estuvo en el centro asistencial en requerimiento de esa información que a su vez, le exigían los diarios capitalinos. Sin embargo Cabrera no logró saber nada. Le dijeron que era el director del Hospital, doctor Guillermo Negretti, quien podría dar esos datos y el doctor Negretti no se encontraba allí, ni pudo ser localizado. 

     Sin embargo, se conoció que el médico de guardia en la madrugada era el doctor Grüber, quien también presta sus servicios en el Hospital José María Vargas, de la Guaira. 

     Este cirujano estuvo presente cuando los médicos forenses, doctores Alejandro Capriles y Vicente Figarella, practicaban la autopsia del cadáver de Oscar Calles, en la morgue del Hospital Vargas. 

     Un reportero de El Nacional preguntó al doctor Capriles el resultado de esa autopsia, pero el forense dijo que ese era asunto que pertenecía al sumario y por ello no podía revelarlo. 

̶ Pero ¿fue la herida la que provocó el deceso? 

̶ Eso no se lo puedo decir, por la misma razón que le di. 

̶ ¿La navaja interesó órganos vitales?  ̶ insistió el reportero. 

̶ Confórmese con saber que presentaba una herida punzante en el abdomen ̶   fue la respuesta del cirujano. 

Oscar Calles fue uno de los más grandes ídolos del boxeo nacional en la década de 1940

     Oscar Calles nació en la parroquia San Juan el 29 de octubre de 1922. Así que iba a cumplir los 29 años. Dejó cinco hijos: Oscar Armando de siete años; Alberto de seis; Rosalía de cinco; Edgar de tres y Gerardo de uno. Su carrera pugilística fue brillante y alcanzó la cúspide logrando el campeonato nacional de boxeo en el peso pluma y luego el campeonato en el peso ligero. En 1949 decidió retirarse del ensogado. A la hora de la muerte no tenía ninguna propiedad y de sus ganancias no guardó nada. Devengaba el sustento como vendedor de artefactos eléctricos, principalmente neveras, y su vida no estaba asegurada. 

     La noche del velorio, en la casa de Calles, en la esquina de Lazarinos, se dio cita la flor y nata del deporte y de la crónica deportiva. En una sala humilde, alrededor de la urna, montaban guardia, llorosos, Benigno Iglesias, Conrado Jiménez, Francisco Campos, Juan Franco, Mariñito, José Ramón Cueche, El Culí, Fidel García, «El Fino», Pedro Rizo, Jesús Rodil, Pete Martín… 

     Más de sesenta boxeadores retirados, las grandes figuras del ayer, como Armando Best, Simón Chávez, los hermanos Chaffardett, apoyaron la idea de Raúl Hernández de organizar un gran programa boxístico, con los viejos del ring, a beneficio de la viuda y los hijos de Calles. 

     En el patio de la casita de Oscar, mientras la madre del pugilista muerto, sentada en una mecedora, musitaba llorando: ¡“Dios mío! ¿Por qué tenía que pasarle esto a mí muchacho?”, los grandes de la crónica recordaban las hazañas del sanjuanero: 

      ̶ «El Torpedo», como lo bautizó su biógrafo Franklin Whaite,  ̶ decía Abelardo Raidi a un grupo de periodistas ̶  ostentó a un mismo tiempo los títulos pluma y ligero, y en febrero de 1945, esa biblia boxística que es la revista norteamericana The Ring lo clasificó como primer retador al campeonato mundial del peso pluma. Calles, es la verdad, teniendo un gran físico y fama de noqueador, pocas veces dio prueba de su pregonada pegada. Aunque tampoco fue un estilista. Sencillamente peleaba con calor, con guapeza y hasta con temeridad. Por lo mismo, por ser un peleador sin brújula pero con alma, sin alardes de catedrático pero con el empuje de un gran corazón, pudo ganarse el de todos los fanáticos del boxeo. Y peleador excelso como era, por dolorosa ironía, murió peleando.  

El asesinato de Oscar Calles - Parte II

El asesinato de Oscar Calles - Parte I

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El asesinato de Oscar Calles - Parte I

Enorme consternación entre los seguidores del deporte y el público en general causó el homicidio del boxeador caraqueño Oscar Calles

     Enorme consternación entre los seguidores del deporte y el público en general causó hace casi setenta años el homicidio del boxeador caraqueño Oscar Calles, quien perdió la vida en una pelea callejera la madrugada del 10 de julio de 1951. 

     Calles, quien entonces contaba con 29 años de edad, estaba retirado de la actividad pugilística desde hacía un año. Había cumplido una brillante carrera tanto en Venezuela como en escenarios internacionales entre 1938 y 1950, llegando a ganar títulos de campeón nacional en las categorías pluma y ligero. A mediados de los años cuarenta apareció ubicado en la tercera casilla de la clasificación de la revista “The Ring”, en la división pluma. 

      La cobertura periodística del asesinato de Calles en los diarios capitalinos fue tan amplia, que opacó en gran medida la histórica intervención de Alfonso “Chico” Carrasquelshortstop de los Medias Blancas de Chicago, quien ese mismo día se convirtió en el primer jugador latinoamericano que intervino en un Juego de Estrellas de las Grandes Ligas. 

     El recordado periodista Oscar Yanes, en su obra Del Trocadero al Pasapoga, le dedicó amplio espacio al trágico evento con detalles de la cobertura del crimen en el que perdió la vida su paisano sanjuanero: 

     “El reportero policial Freddy Urbina terminó aquella noche su guardia en Últimas Noticias y se fue a comer tostadas en «Noche y Día», en la plaza de Palo Grande, junto con el detective Juan Manuel Romagaza, de la Brigada de Homicidios. 

     Las arepas de «Noche y Día» habían derrotado a las del Club Venezuela, y especialmente ahora, pues en una crónica de Eladio Secades, en la revista  Carteles, de La Habana, se señalaba al negocio Sanjuanero como «la arepa más famosa del norte de América del Sur». 

     Desde las doce de la noche se registraba un verdadero tumulto en la calle que va hacia el cerro del Guarataro, desde la plaza de Palo Grande.  

̶ ¡Una cuajada! 

̶ ¡Una mechada! 

̶ ¡Dame un «payaso»! 

̶ Un dominó, vale, ¡que tengo media hora esperando!   

      En «Noche y Día», abogados, pregoneros, médicos, comerciantes, profesores, maestros y deportistas, participaban frente a un pequeño mostrador en la lucha por conseguir en el menor tiempo una tostada. En «Noche y Día» no había padrinos. Usted recibía su arepa cuando le llegaba su turno. Los dependientes estaban tan acostumbrados a ver gente famosa peleando por una tostada, que no le paraban a nadie. 

̶ Dame un dominó, ¡vale! 

̶  Espérese un momento, Betancourt, porque hay cuatro por delante 

̶ Despacha rápido a Rómulo, ¡vale!  ̶  reclamaba algún adeco impaciente. 

̶ No se preocupe, compañero, que yo se esperar… ̶  asentaba el caudillo blanco. ̶  Y lo mismo ocurría con Jóvito Villalba, con Gustavo Machado, con Ignacio Luis Arcaya, con el banquero Salvatierra, con el doctor Carlos Morales, Eugenio Mendoza, Manuel Egaña, José Antonio Mayobre, José Nucete Sardi, Alfredo Tarre MurziKotepa Delgado, Alirio Ugarte Pelayo, Fabbiani Ruiz, José Agustín Catalá, José Antonio Pérez Díaz…  

     Eladio Secades afirmaba en su crónica de Carteles que si un venezolano no iba a comerse una tostada en Palo Grande «se consideraba un¡pecado mortal! Las mujeres se quedan en los automóviles y nadie se mete con ellas, mientras los hombres ante el mostrador toman parte en la contienda cívica por la arepa» 

     «Shakespeare, en Venezuela, no hubiera dicho nunca: «Mi reino por un caballo ¡Un caballo! sino «Mi reino por una arepa ¡Una arepa!» 

     «El respeto a las mujeres es total, en esa calle de San Juan, menos en carnaval   ̶ escribe Secades ̶ .   Eso sí, cuando llegan dos o tres «negritas», cualquier cosa puede pasar. Las negritas son piezas de cacería libre y nadie se puede poner bravo» 

 

     Urbina y Romagoza, mientras iban en la patrulla de Últimas Noticias, hablaban de la gran preocupación de aquellos días: el costo de la vida. 

̶ ¿Para qué sirve hoy un «fuerte»? ̶  preguntó Romagoza. 

 ̶ Para un ¡carajo!  ̶  contestó Urbina ̶  hasta hace cuatro años se podía adquirir por un «fuerte», un montón de cosas, no sólo de primera necesidad, sino de diversión y de lujo. Un sueldo de mil bolívares mensuales, era superior entonces, a uno de dos mil bolívares en la actualidad. Se podía hacer más con mil bolívares en aquella época que con dos mil ahora. 

 ̶  Yo he sacado la cuenta   ̶ dijo Romagoza ̶ : con un fuerte y tres lochas, tú podías comprar, hasta el año pasado, un kilo de papelón; un kilo de maíz; un kilo de arroz; un kilo de caraotas y un kilo de harina. El papelón costaba 1,37; el maíz 0,64 céntimos; el arroz 1,20; las caraotas 1,32 y la harina 0,83 céntimos. Suma para que veas. Te da un total de un «fuerte» con treinta y seis céntimos. Ahora, pon atención a esto,  Freddy: hoy en día para comprar los mismos productos, necesitas siete bolos con treinta y cinco céntimos. Observa los precios: papelón, 1,40; maíz, 0,85; arroz, 2,50; caraotas, 1.60 y harina, un bolívar.   

El célebre boxeador caraqueño dejó huérfanos a cinco hijos

̶ Solamente un kilo de arroz, ̶ intervino Urbina ̶  que se consume en una sola comida de una familia pequeña, representa  medio «fuerte». 

 ̶ Párate, ¡vale!  ̶ gritó de pronto Romagoza, cuando, el automóvil se acercaba a «Noche y Día». Dos tipos se estaban cayendo a golpes, a pocos metros del negocio. El más pequeño de los dos peleadores le tiró a su contendor un golpe a la cara, pero quizás no llegó a su destino, porque el otro, atacó al estómago con una navaja. 

 ̶ ¡Ay!  ̶ El hombre se dobló y el agresor huyó 

̶ Es ¡Oscar!  ̶ gritó Urbina, mientras lo agarraba. 

̶ Suéltame hermano, que estoy ¡herido! 

̶ ¿Dónde?  ̶ preguntó Urbina, pero al bajar la vista vio que tenía la camisa manchada de sangre, a la altura del estómago, y parte del pantalón. 

̶ ¡Se nos va el hombre!  ̶ gritó Romagoza, viendo la sombra del fugitivo, que ya cruzaba por debajo del puente de la línea férrea. El tipo corría hacia el cerro del Guarataro. 

̶ ¡Párate o disparo!  ̶ ordenó el detective. 

̶ ¡Hirieron a Oscar Calles!  ̶ gritaron en el negocio. 

Todos querían ayudar al boxeador herido, al ídolo indiscutible de Caracas, nacido y formado en la parroquia San Juan. 

     Urbina y Romagoza dejaron a Calles en manos de los curiosos y corrieron detrás del agresor. El hombre no presentó resistencia. 

̶ No disparen que estoy herido ̶ . El reportero y el policía vieron que tenía la mano derecha cerrada.    

̶  Suelta la navaja. 

     Abrió el puño y apareció el arma: una navajita de ocho centímetros. El policía sacó la hoja ensangrentada de las cachas. La cuchilla tenía unos cinco centímetros de largo. 

̶  Me partió la cara  ̶ dijo el hombre ̶  . 

     Era un tipo alto, catire, de bigote pequeño, con pantalón claro y guayabera amarilla ̶ . 

̶ Yo no puedo pelear, vale, con Oscar Calles, coño es un ¡campeón! ¡Me mata! Tenía que defenderme. Me ofendió, vale, ¡me ofendió! 

     A  Calles se lo llevaron para el Puesto de Socorro y Romagoza y Urbina se fueron con el hombre para la Brigada de Homicidios. 

̶ ¿Cómo te llamas?  ̶ le preguntó Freddy en el auto. 

̶ Camilo Rosas, vale, y vivo aquí mismo en San Juan. Es que Oscar es boxeador y se siente  «muñeca gruesa». ¿Cómo es posible que me haya partido la cara? Chico, yo me enfurecí cuando me vi la sangre. ¡Fíjate como tengo la ceja! 

     Oscar Calles ingresó al Puesto de Socorro, en la esquina de Salas, a la una de la madrugada. Una hora después llegó la esposa, Leonor Andrade de Calles, acompañada por el boxeador J.J. Fernández y por otros amigos del pugilista. 

     Calles estaba en una camilla, aparentemente en pleno uso de todas sus facultades. 

̶ ¿Para qué viniste?  ̶ le preguntó a Leonor ̶ . No te preocupes, que no me ha pasado nada grave. Apenas una cortadita que me arreglarán con tres puntos de sutura y me voy para la casa. Me parece que lo mejor que puedes hacer, mi amor  ̶ le pidió agarrándole la mano derecha ̶  es regresar. Aprovecha para llevarte la ropa que está ensangrentada y la plata que yo cargo. Acuérdate de los muchachos. Y mañana, por favor, no digas nada en el trabajo, de que yo no voy a ir. Esta es una tontería, mañana estoy temprano en la compañía.

̶ No, mijo, yo no me voy, ̶   contestó Leonor llorando.

̶ Si esto no es nada, chica. Quédate tranquila y para probártelo, te voy a mostrar la herida. 

     Calles, levantó la sábana y le enseñó a su mujer la cortada, en la parte baja del abdomen. 

̶ Te fijas, que no es nada. Dame un cigarrillo. 

      Le dio dos fumadas y se lo devolvió a la esposa. 

̶ Yo espero que dentro de un rato me pueda ir. Acuérdate de los muchachos. ¡Vete! 

     En la policía, Camilo Rosas decía que cuando  fue a salir de «Noche y Día», después de comprar una «reina pepiada», Oscar le cerró el paso. 

 ̶ Le reclamé y me llamó «lambucio». Me tiró un golpe a la cara y entonces tuve que defenderme…

Un explorador de minas en caracas

Un explorador de minas en caracas

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Un explorador de minas en caracas

     Lo que en el tiempo actual se conoce bajo la denominación viajero, constituye una pléyade de personajes, hombres y mujeres, que dedicaron una porción de sus vidas a incursionar, para conocer mundos mágicos, misteriosos y nuevos, en espacios territoriales diferentes a sus lugares de origen. Venezuela recibió no menos de ciento cincuenta durante el decimonono, entre quienes hubo curiosos, invitados oficiales, espías, aventureros, misioneros, exploradores, naturalistas, científicos, embajadores o representantes de gobiernos extranjeros. La gran mayoría de sus cuadernos o bitácora de viaje pasaron por el taller del impresor y, así, un público mayor tuvo acceso a realidades culturales diferentes y a personas que mostraban modos distintos de llevar a cabo su existencia allende los mares. La tierra de Bolívar, o guerra, paz y aventura en la república de Venezuela forma parte de uno de esos textos redactado por un viajero británico de nombre James Mudie Spence. 

     Spence estuvo en Venezuela entre marzo de 1871 y agosto de 1872. El propósito de su viaje era el de examinar las potencialidades de las minas de carbón de Naricual y las posibilidades de producción de guano y fosfatos en las islas aledañas al territorio de Venezuela. Su viaje no formó parte de una misión oficial, aunque contó con el aval y anuencia del encargado de negocios de Gran Bretaña, quien sirvió de enlace para hacer la petición correspondiente a Antonio Guzmán Blanco y a algunos de sus ministros. La estadía de Spence en Caracas coincidió con la primera excursión por la montaña que sirvió de camino para alcanzar el Pico Naiguatá. También, presenció la Primera Exhibición Anual de Bellas Artes realizada en Caracas para el año de 1872. 

     Spence expuso, a lo largo de su relato, cifras y números, aspectos y pormenores de la ciudad con lo que mostró una disposición crítica porque revisó documentación oficial para dar vigor a varias de sus ideaciones. Al recordar a José de Oviedo y Baños lo hizo para comparar la capital de Venezuela con el Paraíso, tal como lo había hecho este cronista de tiempos coloniales. Esta comparación se evidenció al corroborar que cuatro ríos bañaban todo el valle caraqueño. AnaucoCatucheCaroata y Guaire eran los cuatro márgenes fluviales que atravesaban y hacían más fértiles estas tierras “paradisíacas”. Cuando hizo referencia al clima de la ciudad lo asoció con una “primavera perpetua”, con una atmósfera clara y con un aire puro y “delicioso” y bajo una temperatura de veintiún grados centígrados. Esto lo condujo a ratificar que ninguna capital cercana al Ecuador estaba “tan bien situada como Caracas en cuanto a clima y proximidad a la costa”. En lo que respecta a las edificaciones y la estructura de la ciudad destacó que estaba constituida por unas cuarenta calles y con ciento cincuenta manzanas diferenciadas. Las casas las describió como representativas del estilo hispanoamericano, de un solo piso y un espacio denominado patio. 

     En su descripción destacó la existencia de veinte iglesias, todas consagradas al culto del catolicismo romano. Una de las que le pareció con rasgos de belleza fue la de Nuestra Señora de las Mercedes, edificada en 1857. A ésta la describió como un templo de estilo dórico y agregó que, con respecto a su estructura, era una de las pocas edificaciones de Caracas en las que se había respetado las reglas y proporciones propias de la arquitectura, según le habían informado conocedores de estos asuntos. En su narración, hizo notar la existencia de diez puentes, tres teatros, veintidós fuentes públicas y ocho cementerios, seis de los cuales estaban destinados a fallecidos cristianos y dos a protestantes. En la ciudad capital estaba situada una Casa de Misericordia, un hospital militar y otras instituciones dedicadas a la beneficencia. En Caracas la vida comercial exhibía variedad y contribuía al funcionamiento de unos quinientos establecimientos mercantiles y manufactureros. 

     Según información oficial examinada por él, la población de la ciudad, para 1856, no superaba la cifra de 44.000 personas y se había proyectado, en este año, que para 1867 superaría los 60.000 individuos. Sin embargo, un censo poblacional de 1867 reveló que sólo había 47.013 personas. De las cuales 11.309 eran varones mayores de dieciocho años y 8.564 menores de edad, que sumados eran 19.873 de sexo masculino. Del “bello sexo” había 16.500 mayores de quince años y 6.946 menores de esta edad y que sumados resultaban un total de 23.446. Agregó, además, que había 3.694 extranjeros, sin que la información consultada diferenciara entre sexo masculino o femenino. Acerca de los números respecto a los dos sexos comentó: “los jóvenes atractivos y simpáticos tendrían una buena oportunidad, ya que había 13.424 mujeres solteras, cuyos posibles enamorados sólo alcanzaban a 7.999”. Sin incluir a los integrantes del ejército y enfermos recluidos en hospitales, la población sumaba 20.495 personas que sabían leer y escribir, mientras que el número de analfabetas reunían los 25.403 individuos. 

     Spence se dedicó a revisar documentos oficiales que intercaló con visiones particulares de la ciudad, sus habitantes y características ecológicas. Por otro lado, destacó que el número total de nacimientos alcanzó, entre el primero de julio de 1870 al treinta de junio de 1871, la cifra de 1621 de los cuales 827 fueron varones y 794 fueron hembras. En lo atinente a las coyundas de las parejas, 746 habían nacido con la “bendición de la Iglesia”, mientras 875 lo habían hecho sin la aprobación eclesial y, por tanto, se tenían como ilegítimas. De estas uniones la prole no contaba con la presencia del padre y la madre, sino alguno de ellos, por lo general, la madre. Según sus propias indagaciones el incumplimiento de un sagrado deber como el reconocimiento de la unión conyugal tenía su causa en los altos honorarios cobrados por los sacerdotes, “que hacían del servicio matrimonial un lujo fuera del alcance de los pobres”. 

     En lo que se refiere a las instalaciones escolares dejó escrito que, entre 1870 y 1871, contaba con cuarenta establecimientos para la enseñanza y la instrucción en cuyos espacios se agrupaban 1138 varones y 785 hembras. En el nivel universitario había 162 estudiantes, en el Seminario Tridentino había 2135 de éstos. De ellos, 1175 personas lo hacían en colegios privados. Le pareció importante que la Universidad de Caracas funcionara con recursos provenientes de la renta producida por la Hacienda Chuao, “que se considera la mayor plantación de cacao en el mundo”. 

     En lo relativo a las edificaciones eclesiásticas recalcó que la Catedral de Caracas no era una digna representación de la magnificencia del sistema eclesiástico. De acuerdo con información recopilada por iniciativa propia, se enteró que luego del fuerte movimiento telúrico de 1641 se alteró su original diseño con el intento de hacerla más resistente a cualquier catástrofe natural. Mostró su satisfacción porque este propósito fue alcanzado tal como se mostró con el terremoto de 1812 y la construcción se mantuvo en pie. Sin embargo, perdió su talante magnificente y suntuoso. El estilo que exhibía, según su apreciación, daba la sensación de pesadez, era una especie de toscano, sin mayores pretensiones artísticas o arquitectónicas, al contrario, resultó una construcción sin regularidad y con proporciones discordantes. Así como resaltó asuntos como el mencionado con anterioridad, no dejó de destacar leyendas divulgadas entre algunos creyentes. 

     Es el caso, por ejemplo, de la imagen de Nuestra Señora de la Soledad que reposaba en el templo de San Francisco. Contó que, según una leyenda conocida, una persona denominada Juan del Corro había ordenado una réplica de aquella representación en España. Petición que fue atendida y despachada desde la península ibérica, pero al transitar a su destino el barco, donde la imagen venía, se había tropezado con una fuerte tormenta, aunque el navío y su tripulación se salvaron del hundimiento, la caja en la que venía la imagen de Nuestra Señora de la Soledad cayó al mar. Días después unos trabajadores, cuyo patrón era Juan del Corro, mientras desarrollaban sus labores a la orilla de la playa se toparon con una misteriosa caja. De manera inmediata la recogieron y llevaron a casa de Corro quien al abrir la caja vio la imagen de la virgen intacta. Fábulas como esta le sirvieron a Spence para ejemplificar una forma de mantener viva la fe con el uso de una representación religiosa.  

     El viajero que narra sus experiencias de viaje, con intenciones de ver impresas y editadas sus ideaciones, toma en cuenta una variedad de aspectos de la sociedad. Por tanto, lo que ofrecen como resultado bordea una suerte de etnología en combinación con razonamientos naturalistas y, en ciertas circunstancias técnicas. De igual manera, algunos pormenores de la dimensión política se encuentran presentes en sus argumentaciones, así como no se dejan de lado consideraciones relacionadas con hábitos y costumbres de las agrupaciones humanas objeto de su examen y descripción. Se sabe que una de las diversiones históricas del venezolano son las peleas de gallo. A este respecto, Spence alcanzó a expresar que Caracas poseía el “verdadero coliseo de las galleras venezolanas”. Si los caraqueños dedicaban tiempo a un pasatiempo “desmoralizante”, especialmente para un británico, también eran aficionados a El Casino. Describió éste como un jardín de recreo público, “en torno a cuyos emparrados trepaban las plantas”, más arriba, prosiguió en su descripción, palmas y frondosos árboles los proveían de sombra con sus agradables hojas. Dalias, jazmines y rosas daban prestancia y belleza a la escena por la que circulaban o se posaban hombres y mujeres. Por tal motivo, escribió que resultaba muy alentador escuchar los agradables conciertos al aire libre en tan admirable escenario. A esto sumó que una de las grandes atracciones del citadino era el consumo de helados preparados a base de frutas tropicales nativas del lugar. 

     Hizo notar un encuentro sostenido por él y otros británicos con Antonio Leocadio Guzmán, quien les había relatado una anécdota que le sirvió para ejemplificar el carácter o “elemento romántico” muy propio del proceder político en Venezuela.  El cuento se centró en la aspiración presidencial de Guzmán y por pillerías de sus adversarios le fue arrebatado. Resaltó que el relato lo hubiese desarrollado en perfecto inglés, además dejó escrito que a pesar de su edad el padre del presidente de la república, para ese momento, era un hombre sano y fuerte, con plena “capacidad intelectual”. Asimismo, agregó que era un hombre que había jugado un papel relevante en el variado “drama de la independencia de Sur América”.  

     A Antonio Guzmán Blanco lo describió como un hombre de “imponente presencia y maneras muy atractivas, uniendo a la dignidad del soldado la suavidad del cortesano”. A esto agregó que su rostro rememoraba resolución de carácter e implacable decisión para culminar con éxito todo propósito en que se empeñara llevar a cabo. Como ejemplo indicó que “su larga carrera política y militar probaba con exceso que poseía estas cualidades en no común grado”. Adujo que los viajes que había realizado Guzmán Blanco por Europa, así como su estadía en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de Norteamérica, le habían proporcionado la oportunidad de examinar de cerca las realizaciones de la civilización. De ahí su empeño por establecer un gobierno estable y también por desarrollar las grandes riquezas potenciales de Venezuela. Recordó que sus conversaciones giraban alrededor de las dificultades y amplitud del trabajo que había emprendido. Luego de este encuentro con el presidente de Venezuela, Spence concluyó que sería recordado, en la historia del país, no sólo como buen soldado, “sino como un liberal y prudente patrocinador de las artes de la paz”. 

     Para Spence el país había empezado a transitar la vía del progreso. La demostración de esto lo constituían el estímulo al desarrollo de los recursos naturales con la instalación de una red ferrocarrilera, la creación de vías y el establecimiento del telégrafo. Recordó que muchas obras estaban en proceso de desarrollo y que Venezuela, Caracas en especial, serían famosas por la belleza de sus edificaciones públicas, tal como lo era entonces por la “perenne primavera de su clima y la belleza de sus paisajes circundantes”. 

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