El Helicoide de la Roca Tarpeya

El Helicoide de la Roca Tarpeya

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El Helicoide de la Roca Tarpeya

Moderno centro comercial al servicio de Caracas Se levantó alrededor de una roca, con una superficie de construcción de 60.000 m2, iba a tener un helipuerto, un hotel, un gran domo en la parte superior, tecnología de punta, 300 tiendas, estacionamiento y ascensores fabricados en Viena. La complejidad y la escala del edificio, concebido por el arquitecto venezolano Jorge Romero Gutiérrez, fue plasmada en 12.000 planos.
El centro comercial nunca abrió sus puertas

El Helicoide se construyó sobre una inmensa roca

     En el transcurso del año 1957, el cerro conocido con el nombre de Roca Tarpeya comenzó a experimentar una profunda transformación. Ante el empuje de los tractores, la roca, aparentemente inaprovechada, se fue convirtiendo en sólida base sobre la cual comenzó a erigirse una de las obras arquitectónicas más audaz y novedosa que se haya concebido en país alguno: El Helicoide de la Roca Tarpeya.

     En 1952 fue fundada la firma Inversiones Planificadas C. A., con el objeto de construir el Centro Profesional del Este, obra que se llevó a feliz término tres años más tarde, en 1955. Dicha firma es la propietaria de Helicoide C. A., empresa que asumió el extraordinario reto de construir el más moderno centro comercial de América Latina.

     En 1956 se comenzaron los estudios del Helicoide, para plasmar en la realidad la idea concebida por el arquitecto Jorge Romero Gutiérrez, de dotar a Caracas de un centro integral de comercio y exposiciones de industrias, de acuerdo con la entonces moderna tendencia de zonificar o agrupar, mediante conjuntos arquitectónicos funcionales las distintas actividades económicas, culturales y recreativas que se desarrollan en los grandes centros urbanos.

     La idea era que el Helicoide funcionara como un gran centro mercantil de departamentos cooperativos, integrados por 300 locales comerciales, un palacio de ferias y exposiciones, un multicinema, un centro automotriz y comodidades complementarias tales como un estacionamiento para más de dos mil vehículos, un bien dotado preescolar, abundantes zonas verdes, etc.

     Tanto los locales comerciales como los espacios destinados a otras actividades, serían vendidos mediante el régimen de propiedad horizontal. La comercialización inicial permitió que más de 170 importantes firmas adquirieran locales en el Helicoide, lo cual le dio mayor impulso al audaz proyecto.

     Las pautas arquitectónicas del Helicoide, así como la acertada concepción de dar aprovechamiento útil, a la par que monumental, a un terreno que, por sus características topográficas, parecía destinado a un uso marginal, provocaron miles de comentarios favorables en más de seis mil periódicos y revistas especializadas, publicadas en la mayoría de los países de América y Europa. El Helicoide, en definitiva, tenía también el objetivo que constituirse en un importante y atractivo lugar turístico que simbolizara a Caracas, como la torre Eiffel lo es para París o el Rockefeller Center para Nueva York. 

Maqueta del Helicoide

     En sentido económico, la concepción del Helicoide permitió asimilar las enormes ventajas que la moderna sistematización en conjuntos arquitectónicos (urbanizaciones, centros profesionales, etc.) aporta a la comunidad: vías y estacionamientos adecuados al desarrollo de los medios de transporte, proximidad espacial de actividades similares con el consiguiente ahorro de tiempo, facilidades de conservación, mantenimiento, operación y disfrute de los espacios privados y comunes, posibilidades de planificación funcional y estética, etc.

El Helicoide fue concebido como un moderno centro comercial, con 300 locales comerciales, estacionamiento, hotel, helipuerto, etc. Nunca abrió sus puertas.

     En el Helicoide, el público puede seleccionar sus compras, rodeado de atractivos complementarios y sin dificultades de acceso o de estacionamiento, y el comercio podrá, a la vez, desplegar sus actividades en un medio altamente propicio para el éxito de sus operaciones.

     La contribución del Helicoide al mantenimiento o desarrollo de los niveles de la actividad económica en el país, presenta dos aspectos, igualmente positivos, aunque orden diferente.

     En primer lugar, los trabajos de construcción requieren, por su volumen, una inversión total cercana a los cien millones de bolívares. La intensidad de esta inversión ha de tener directamente y por la vía del multiplicador económico, una repercusión sumamente favorable en los niveles de actividad de un sector de nuestra económica que, como el de la construcción, es una de las mayores fuentes de ocupación del país. Se estimó que durante el tiempo de ejecución de la obra, directamente o indirectamente, se generaran empleos para unos 100 técnicos (ingenieros, arquitectos, administradores, etc.) y unos mil obreros.

     En segundo término, la realización por iniciativa privada de una obra del volumen y característica del Helicoide, constituyó un importante estímulo a la economía de la ciudad.

     El derrocamiento de la dictadura no provocó, en un principio, que se interrumpieran los trabajos de tan representativa obra, por lo que, la primera etapa de construcción del Helicoide concluyó sin mayores sobresaltos en 1961, año en que la situación económica del país requirió de una serie de medidas por parte del Estado, que impidieron la continuidad de la obra. La construcción del Helicoide se paralizó hasta 1965, cuando se intentan retomar los trabajos para concluirlos en 1967, pero no fue posible porque no hubo flujo de capitales. En consecuencia, la obra se paralizó por completo y su estructura se convirtió en un gigantesco “elefante blanco”.

     En 1982, el gobierno rescató de los depósitos de la aduna de La Guaira la cúpula geodésica de aluminio, la cual fue instalada en la parte superior del Helicoide. Ese año, comienzan a instalarse algunas dependencias oficiales, entre ellas, la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP, hoy SEBIN). En esa década, parte de las instalaciones del Helicoide sirvieron de refugio para damnificados de inundaciones y deslizamientos de tierra ocurridos en sectores populares. 

El Helicoide, un elefante blanco en Caracas

     Desde entonces, la historia del Helicoide ha estado ligada a los gobiernos de turno y a la fluctuante situación económica del país. Han existido varios intentos por regenerarlo y convertirlo en un centro cultural. En una época se habló de mudar allí a la Biblioteca Nacional, pero esa propuesta no pasó de ser una promesa.

 

 

FUENTE CONSULTADA
  • Armiñana, Miguel. El Helicoide de la Roca Tarpeya. El Mes Económico. Caracas, número 5, noviembre-diciembre, 1958
  • El Helicoide. Elite. Caracas, número 1984, octubre de 1963

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte II

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte II

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Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte II

Pedro Estrada, máximo exponente del cinismo que caracterizó al regimen dictatorial de Pérez Jiménez

“El cuarto de las bicicletas”

     Entre desmayos, golpes y ring, desnudos y sin probar comida, transcurrieron tres días. A Consalvi y a Castro los pasaron primero a los calabozos, mientras yo, incomunicado y maniatado, permanecía tendido en el suelo, en el tenebroso “cuarto de las bicicletas”, en el sótano del edificio. En la mañana del 12 de junio se presentó de nuevo al cuarto de torturas el “Bachiller” Castro y arrojándose sobre la cara un periódico me dijo: “Mira gran c…, igual suerte correrán todos ustedes” Era “Últimas Noticias”. En su portada aparecía una foto de Pinto Salinas, una gráfica con una camioneta de la Seguridad Nacional baleada y el siguiente truculento comunicado: “La Dirección de Seguridad Nacional cumple con informar al público que en horas de la mañana de hoy (11 de junio de 1953), en las cercanías de San Juan de los Morros, individuos que viajaban en un automóvil hicieron fuego contra una camioneta perteneciente a esta Dirección. Los agentes respondieron de inmediato, resultando herido uno de ellos y muerto uno de los ocupantes del vehículo de los agresores, quien resultó ser el Licenciado Antonio Pinto Salinas, solicitado desde hace tiempo por las Autoridades, como organizador de numerosos atentados terroristas. Los acompañantes de Pinto Salinas fueron detenidos”.

     Pocas veces he sentido mayor angustia y mayor dolor. Confieso con orgullosa hombría que lloré silenciosamente la muerte de quien había sido, desde la adolescencia, no solo un compañero de luchas e inquietudes, sino un hermano entrañable. No se merecía Antonio una muerte semejante. Él, el más humano y tierno de nuestra generación, poeta y alma noble, incapaz de proporcionar mal alguno a sus semejantes. 

     Quienes le conocimos en su exacta dimensión de hombre y combatiente, jamás habremos de comprender cómo la diabólica violencia de unos seres desnaturalizados pudieron descargar la metralla asesina sobre su magra figura con rostro de niño. En aquellos momentos de dolor ̶ más espiritual que físico ̶ olvidé mis propias torturas y me hice el propósito de honrar de por vida, sin mancilla y sin flaquezas, las banderas de redención que con tanta firmeza revolucionaria habían enarbolado las manos del poeta.

Un crimen horrendo

     Pero he aquí los hechos en su descarnada realidad, completamente diferentes a como los presentó la farsa el cinismo oficial.

     Revelada por Mascareño la ruta que llevaba Pinto Salinas, todas las alcabalas de la vía estaban ya en actitud de alerta. Fue así como resultó fácil apresarlo a la salida de la población de Pariaguán en horas del mediodía del 10 de junio. Inmediatamente fue conducido a las Oficinas de la Seguridad en la vecina población de El Tigre, donde los alcanzó la comisión despachada desde Caracas. El mismo día, en horas de la tarde, emprenden con el detenido el aparente viaje de retorno a la capital. Esperan la llegada de la noche en Valle de la Pascua, donde se le separa de sus dos restantes compañeros (Contreras Marín y el conductor Eulogio Acosta) y la caravana, hasta perder de vista a los demás. Sería la 1 y 30 de la madrugada. Detienen el auto en una curva del camino. A empujones sacan al detenido y lo conducen a un lugar próximo a la carretera. En la obscuridad de la noche se escucha una voz imperativa: “Prepárate porque te llegó tu hora”. . . Y una respuesta con acento firme: “Estoy preparado desde ayer”. . . Luego la brutal descarga de fusilería, confundida en un mismo hecho trágico con la apagada voz del poeta que caía acribillado cobardemente por sus perseguidores políticos. Quedaba sembrado allí, en aquella madrugada del 11 de junio de 1953, como testimonio de una vida heroica truncada por la violencia dictatorial.

     Contaba apenas 38 años. Había nacido el 6 de enero de 1915, frente al paisaje maravilloso de la cordillera andina en la población de Santa Cruz de Mora del Estado Mérida.

     Veamos ahora, a título de curiosidad histórica, cómo narra el Juez de Primera Instancia en lo Penal de San Juan de Los Morros, la forma como fue encontrado su cadáver: “A las cuatro horas y cincuenta minutos del día de hoy (11 de junio de 1953) la Seguridad Nacional ha informado a este Tribunal que aproximadamente en el kilómetro seis de la carretera de los llanos, en el punto denominado “Cueva del Tigre”, entre esta ciudad y el vecindario “Los Flores”, se ha hallado una persona muerta, disponiéndose abrir la averiguación sumaria correspondiente”

     Más adelante agrega: “Al margen derecho de la carretera el Tribunal constató la presencia de una persona aparentemente muerta: de las siguientes características: persona de regular estatura, de mediana contextura; camisa de color kaki, pantalón de casimir a rayas gris”. Y sigue describiendo los objetos que portaba, entre ellos “una estampita de la virgen de Coromoto, una cadenita de oro, pendiente del cuello, con dos medallitas, una con la efigie de Nuestra Señora del Carmen y la otra con la efigie de Nuestra Señora de Coromoto. . .”

     “Presente el médico forense de esta Circunscripción Judicial ̶ prosigue el expediente ̶ examinó en el mismo acto el cadáver, el cual presentó las siguientes heridas producidas por arma de fuego: herida en la sien derecha; herida en la región malar derecha; orificio en la región deltoidea derecha; orificio de herida axilar derecha; orificio en la región pectoral derecha y otro en la misma zona, separados uno de otro por una distancia de cerca de dos centímetros. . . ”.

     Como puede observarse en esta patética descripción del juez que ordenó el, levantamiento del cadáver, Pinto Salinas fue acribillado de la manera más salvaje e inhumana; sin embargo, los esbirros quisieron aparentar que el cadáver se encontraba abandonado y sin identificación, por lo que el mismo Juez asienta en el acta que el Tribunal hubo de trasladarse a las oficinas de la Seguridad en San Juan de los Morros, “a fin de identificar, por los medios necesarios, el cadáver de la persona fallecida”. . . Y mientras en el lugar del suceso la Seguridad montaba la farsa descrita, en Caracas Pedro Estrada, con ese cinismo que caracterizaba al régimen dictatorial, publicaba en la prensa diaria el breve comunicado aludido anteriormente, desvirtuando completamente los hechos y pretendiendo hacer ver que había ocurrido en un encuentro armado entre Pinto Salinas y una brigada del mencionado cuerpo represivo. En forma tan burda la Seguridad pretendía ocultar la verdad de tan monstruoso crimen.

Última morada

     Pinto Salinas fue sepultado en el cementerio de San Juan de Los Morros, en la misma fosa que la dictadura había reservado para Alberto Carnevali, fallecido 22 días antes en un camastro carcelario de la Penitenciaría General de Venezuela, y trasladado finalmente su cadáver a la ciudad de Mérida al día siguiente de su muerte. Durante seis años permanecieron los restos de Pinto Salinas en tierras de Guárico, hasta que fueron trasladados al Cementerio General del Sur, en la fecha aniversaria del 11 de junio de 1959, en la cual también sus compañeros de partido le erigieron un monumento a su memoria, en el propio sitio de su asesinato. Allí, la lápida de mármol recoge unas palabras mías: “Antonio Pinto Salinas, poeta de la ternura infinita, habría de escribir con su propia sangre, en la hora suprema de su sacrificio, el poema perenne de la rebeldía”.

     Hemos querido recoger este relato como un testimonio de uno de los crímenes más sombríos que pesan sobre la conciencia de los hombres que escarnecieron el gentilicio venezolano durante una década de oprobio y dictadura. El asesinato de Pinto Salinas, como el de muchos otros venezolanos sacrificados cobardemente por la tiranía, debe tener para las generaciones del presente y del porvenir ̶ ya lo hemos dicho otras veces ̶ el categórico acento de una irrenunciable determinación cívica de impedir por siempre el ominoso retorno a nuestra tierra, de regímenes signados por la barbarie y la opresión.

Los saqueos realistas

Los saqueos realistas

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Los saqueos realistas

     En continuidad con lo expresado en notas anteriores y según lo estudiado y redactado por el historiador venezolano Germán Carrera Damas, en su obra Boves. Aspectos socioeconómicos de la guerra de Independencia, resulta importante hacer referencia a la práctica del saqueo como un medio de encontrar recursos en tiempos de belicismo, tal como ha quedado expresado en lo tocante a la guerra de emancipación. En lo que sigue expondremos lo que este historiador venezolano reveló acerca de esta práctica y el papel que le ha otorgado la historia patria y la nacionalista, que lo ha asociado sólo con unas ejecuciones propias de las fuerzas militares realistas. La figura escogida para mostrar esta práctica ha sido la del asturiano José Tomas Boves. Sin embargo, existen pruebas fehacientes que dan fe de acciones comunes entre los jefes realistas, así como por parte de quienes lucharon en favor de la República. Por los distintos testimonios presentados por Carrera se puede confirmar lo extendido de la práctica del saqueo y permiten concluir que ella respondió a lineamientos comunes de las fuerzas en pugna.

     Carrera subrayó que resultaba notable la viva e incesante campaña sostenida en las páginas de la Gaceta de Caracas para demostrar que Boves y las tropas realistas estaban todas integradas por ladrones y asesinos que participaban en las acciones contra los criollos sólo por un botín. Fue esta actitud la que se hizo común para hacer referencia a los soldados del rey, y con la cual legitimar las acciones de los republicanos. En este sentido, Carrera citó palabras del general Daniel Florencio O`Leary quien llegó a expresar que los integrantes del ejército español se sentían obligados a cumplir órdenes superiores e incentivados, también, por la obtención de una compensación. De igual forma narraría José Félix Blanco sucesos ocurridos entre las postrimerías de 1813 e inicios de 1814. Éste llegó a utilizar adjetivos como el de monstruos crueles quienes estaban bajo las órdenes de Yáñez, Boves, Morales y Puig. Además, fueron acusados por Blanco de haber dejado desoladas las poblaciones de Calabozo, Barinas, Araure, Guanare, Barquisimeto, Nirgua y otros espacios territoriales donde saquearon y destruyeron sus vecindarios.

La Gaceta de Caracas y los realistas

     Carrera anotó que a Cajigal y a Ceballos se les recordaba por haber mostrado su desacuerdo con estas prácticas. Bajo este marco, mencionó el testimonio de José de Austria quien expresó que Ceballos, a pesar de mostrar oposición a los intentos de Independencia, no debía ser confundido con otros jefes del bando del rey que acompañaban sus operaciones con el pillaje, el asesinato y la quema de ciudades porque él trataba de evitarlos. Carrera no se detuvo en estos testimonios que podrían ser considerados de dudoso convencimiento por la parcialidad evidente mostrada por sus redactores. Más bien, agregó otros como los de Heredia, Urquinaona y Cajigal quienes a lo largo de la contienda no dejaron de expresar su disgusto y molestia con una práctica generalizada entre los contendientes.

     Lo relatado por Carrera y las evidencias que le sirvieron de base no parecen dejar dudas respecto a que el saqueo fue ejercido por parte de los jefes realistas, tanto en los llanos como en Occidente, al menos durante 1813 y 1814. Sin embargo, este historiador venezolano subrayó que las consideraciones acerca del saqueo no eran viables si se adopta la tesis de acuerdo con la cual se trató sólo de una apropiación violenta e inmediata, por

parte de un soldado, de todo lo que encontraba a su paso. Agregó que era necesario comprender este fenómeno en toda su amplitud. En consecuencia, resultaba indispensable ampliar la noción de saqueo hasta incluir los actos genéricamente denominados exacciones. Exacciones, bajo coerción, que formaron parte también de la arbitrariedad y la violencia. “Así, bien sea asumiendo formas ostensibles, bien sea disimulándose en las exacciones, el saqueo de la población civil fue una práctica continua de los jefes realistas”.

     En este contexto Carrera recordó que, a las formas ostensibles de saqueo, no sólo se debía tener en mente las que practicó Boves. A ellas se deberían sumar las que constituyeron procedimiento corriente entre los ejércitos en pugna, y las que de forma primitiva y brutal acometieron los esclavos en defensa de la causa del rey desde los tiempos de la Primera República. Igualmente, asumir la existencia de variados testimonios que, “aún cediéndole lo suyo a la mentalidad racista y esclavista de los testigos, revelan una realidad”. Hechos atroces como los cometidos en Caucagua, Curiepe y Guatire en tiempos de la Primera República, se repitieron en la Segunda República cuando los esclavos volvieron a cometer actos atroces en Yare, Santa Lucía y Santa Teresa. Operaciones que por lo incómodo de su asunción en tiempos de restitución del excluido, suelen ser eludidos o mostrados como una acción distributiva y natural entre los sometidos a expoliación.

     Las formas brutales de saqueo practicadas por las partidas de guerrilleros fueron denunciadas por la Gaceta de Caracas y miembros del ejército patriota como el caso de Rafael Urdaneta. Fueron de tal magnitud que Juan de Escalona en su “Relación de lo ocurrido en los dos sitios que sufrió Valencia en el año de 1814”, anotó que, para el año de 1813, los partidarios españoles pusieron a Valencia en tal disposición que ningún vecino de ella podía salir fuera unos metros, sin que se le diera muerte, fusilado o robado, por parte de los guerrilleros que merodeaban por las inmediaciones de la ciudad. Esta manera de ejecutar los saqueos fue común entre los cuerpos destacados de las grandes unidades militares para efectuar movimientos tácticos o estratégicos avanzados, según comprobó Carrera.

     En continuidad con lo examinado por este historiador venezolano, se debe agregar que la práctica del saqueo no resultaba suficiente para satisfacer los requerimientos de los ejércitos. Por esta razón se instrumentaron otras modalidades para satisfacer las necesidades de los combatientes. El caso de Caracas resulta paradigmático en este sentido. En esta comarca no se produjo el saqueo que se esperaba durante 1814. De ahí que se instrumentaron otros mecanismos para extraer de la población los últimos recursos de un espacio territorial en parte desolado y con afectación de sus propiedades. Carrera agregó que las exacciones tomaron su lugar a través de un régimen hacendario normal. Las exacciones que se habían instrumentado las dividió en tres modalidades principales: 1) los secuestros y confiscaciones de bienes pertenecientes a enemigos o emigrados sospechosos, 2) el acopio de provisiones y recursos para la guerra, mediante embargo, despojo o compra con pago diferido y aleatorio y 3) los empréstitos forzosos, impuestos y contribuciones especiales, multas o donativos, entre otros.

     Según describió Carrera, el acopio de provisiones y recursos para la guerra era cosa de todos los días. En lo que respecta a los empréstitos forzosos, impuestos y contribuciones especiales, multas y donativos, éstos se practicaban con especial énfasis en espacios urbanos, aunque también los habitantes del campo se veían sometidos a despojos o compras diferidas y contribuciones especiales. A lo largo de este texto su autor va mostrando que Boves no fue el único y mucho menos el que inició la práctica del saqueo. Por diversas confirmaciones, que le sirven de sustento a sus reflexiones, puso de relieve que había sido Domingo Monteverde el “primer saqueador señalado de la larga serie”. En efecto, permitió a sus tropas el libre saqueo de bienes en lugares como Araure, Carora, Barquisimeto, Calabozo, San Carlos, los Valles de Aragua, La Guaira y Caracas.

     Pedro Urquinaona en Memorias de Urquinaona describió su proceder y que había sido reconocido por el mismo Monteverde. Inauguró un proceder cuya característica inicial fue que los soldados de su ejército eran europeos. Carrera agregó a los testimonios de Francisco Javier Yanes, Cajigal y Miyares que en sus comienzos la tropa de Monteverde era de origen europeo, y que no hubo diferencia de actitudes entre ese momento y cuando los ejércitos realistas fueron integrados con americanos. En algunos casos los servidores del rey lograban atesorar bienes para el lucro personal. Indicios de aprovechamiento individual por parte de militares como Morales, Monteverde o Morillo así lo certifican. En este sentido, Carrera citó el reporte elaborado por Urquinaona como comisionado del rey fechado el 15 de abril de 1814.

     La acusación de enriquecimiento no recayó sólo entre quienes dirigían la soldadesca a favor del rey. Al presbítero José Ambrosio Llamosas, capellán de Boves y comisionado de Morales, se le acusó de utilizar su investidura para labrar fortuna personal. Igual corresponde al caso del indio Reyes Vargas al que Carrera calificó de “consecuente depredador”. A Reyes Vargas le fue adjudicado, por parte de Manuel Yepes, robos a particulares como el caso de doña Josefa de Paris a la que despojó de dos de sus haciendas. También haber robado a doña Guadalupe Yepes y de secuestrarle a tres de sus esclavas y a doña Josefa Castillo a quien asesinó a su marido y robó animales y prendas de oro y plata. Todo ello en nombre del rey, lo que no quiere decir que éste avalara tales actitudes. De haber sido así los que integraron la tropa de Boves, Antoñanzas o Yáñez hubiesen pasado a ser integrantes del ejército español. La misma condición de desconfianza y distanciamiento con las castas jugó a favor de los republicanos, que pudieron integrarlos a la tropa que, en un momento anterior negros, mulatos y llaneros integraron. Cuestión esta última de difícil asunción por los remilgos que estimulan la elusión.

     A Monteverde y sus andanzas en contra de la propiedad ajena le seguirían las de Eusebio Antoñanzas en los llanos venezolanos, las de Rosete de quien se recordaba como líder de bandas indisciplinadas e inclinadas a la rapiña, la crueldad y a vivir del pillaje, igual toca a Yáñez y a su sucesor, Sebastián de la Calzada. Carrera subrayó que Morillo había llevado las exacciones a un mayor nivel que las de su amigo Morales, los que actuaron de manera autónoma y de lo que la historiografía venezolana sólo acusa a Boves.

     En términos generales, la práctica del saqueo acompañó las acciones de los jefes realistas a lo largo de la guerra. Tanto al comandar grandes ejércitos como en pequeñas partidas fue usual operaciones circunscritas en el pillaje y el saqueo. Por esta razón Carrera planteó la interrogante: “¿qué había de nuevo o de sorprendente, en materia de saqueo, en la actuación de Boves?”. Interrogante a la que agregó: ¿hizo alguna aportación original que justifique la asociación de su nombre con cuestiones económico – sociales de amplia proyección? El mismo autor estableció dos hechos que tienen que ver con estos asuntos. 1) que las formas de saqueo practicadas por Boves fueron similares a las realizadas por los jefes españoles que le antecedieron y le siguieron, 2) que el saqueo fue una práctica usual por casi todos los jefes españoles, regulares e irregulares, de forma continua. No obstante, se ha creído ver en las acciones ejecutadas por Boves aspectos de especial significación frente a toda una práctica común, incluso entre quienes integraron el ejército patriota.

     Es necesario insistir en este tema por la orientación historiográfica asumida bajo el influjo de la historia patria. También, por la exaltación de la Independencia como un bien positivo se ha asumido por desconocimiento, consciente o inconsciente, por costumbre o compromiso moral un quehacer que se hizo común por las circunstancias propias de una guerra, cuya mayor ferocidad se ha precisado en lo acontecido entre 1812 y 1814. La confusión ha persistido por la asociación de la acción de las castas con rebelión popular. Ello ha impedido la vinculación de lo sucedido en este período con un deseo de venganza, tal como se vio en los momentos que precedieron a la declaración del imperio de Haití en 1804.

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte I

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte I

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Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte I

     En junio 2023 se conmemorarán 70 años de la desaparición física de Antonio Pinto Salinas, uno de los dirigentes políticos más importantes del país durante la primera mitad del siglo XX, asesinado por el gobierno dictatorial del general Marcos Pérez Jiménez, el 10 de junio de 1953. 

     Economista de profesión y poeta de vocación, Pinto Salinas entregó la vida a favor de la democracia en momentos en que se desempeñaba desde la clandestinidad como secretario general del partido Acción Democrática. Cuando intentaba salir de Venezuela para asilarse en Trinidad, fue apresado en el estado Anzoátegui por una comisión de la Seguridad Nacional. De vuelta a Caracas fue acribillado de manera cobarde en una carretera guariqueña, mientras voceros del régimen trataron de imponer en los medios la versión del enfrentamiento.

     Rigoberto Henríquez Vera, miembro del Comando Nacional de AD en la clandestinidad, cuenta en extensa crónica publicada en el diario caraqueño La República, el 11 de junio de 1964, con ocasión de los once años del crimen de su compañero, interesantísimos detalles de la captura y del vil, asesinato cometido por los esbirros de la dictadura.

Antonio Pinto Salinas, dirigente politico de Acción Democrática, asesinado por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez

Así asesinaron a Pinto Salinas

     Apresarlo vivo o muerto. Nos encontrábamos en nuestro último refugio clandestino de los Palos Grandes, Antonio Pinto Salinas, Simón Alberto Consalvi, Gustavo Mascareño y yo. Comenzaba el mes de junio de 1953 y la persecución política nos tenía prácticamente acorralados. Las “conchas” escaseaban y cada día se hacía más precaria nuestra situación de dirigentes de la resistencia contra la dictadura. 

     Centenares de presos políticos eran torturados bárbaramente en la Seguridad Nacional y a todos se les preguntaba por nuestro paradero. Particularmente a Pinto Salinas se le buscaba con furia, con la orden de Pedro Estrada de “apresarlo vivo o muerto”. Fue entonces cuando el comando clandestino nacional de Acción Democrática, del cual era yo su Secretario General, decidió que Pinto Salinas se refugiara en una embajada y saliera fuera del país por algún tiempo.

     Antonio se negó a solicitar asilo diplomático. Nos argumentó y convenció de que, pese a los riesgos que se corrían, su refugio en una embajada produciría una repercusión negativa y desmoralizadora en la base del partido, por lo que prefería en todo caso, salir al exterior por la vía clandestina. Por intermedio de nuestro “piloto”, aparato de radio operado por Pedro Fonseca desde un extramuro capitalino, nos comunicamos con el Comando Exterior con asiento en Costa Rica y le hicimos conocer en breve mensaje cifrado, nuestra decisión de que Pinto Salinas, Secretario de Organización para el momento, realizara un viaje por algún tiempo. La respuesta no se hizo esperar y dos días después recibimos mensaje de Luis Beltrán Prieto Figueroa, donde se nos decía que compartían nuestro criterio y de que a toda costa deberíamos salvar la vida del valiente y abnegado compañero, quien iba a cumplir tres años de intensa actividad clandestina.

Por la ruta de oriente

     Se preparó entonces la salida por la ruta de oriente, hacia Trinidad. Se llamó a Hernán Contreras Marín, destacado por el Partido en Monagas, para que lo trasladara a Güiria, donde nuestro eficaz aparato de “Belandeo” lo recibiría para llevarlo sin pérdida de tiempo, en una pequeña lancha a la vecina Antilla. Se recomendó a Gustavo Mascareño la misión de buscar un chofer con auto propio, el compañero Eulogio Acosta, para realizar la primera etapa. Cuando ya todo estaba cuidadosamente preparado y estudiado, se fijó la noche del 9 de junio como fecha de partida. Mascareño y Eulogio esperarían a Pinto Salinas (su seudónimo era Luzardo) a las siete en punto en la Avenida del Country Club, donde lo llevaría en su auto Consalvi. De allí partirían esa noche por la ruta de “La Mariposa” ̶ vía Charallave ̶  a pernoctar al amanecer en Puerto La Cruz. 

     Tremendamente dolorosa fue la despedida. Nos abrazamos sin pronunciar palabra. Nos dolía la separación del hermano y compañero, sin presentir el horrendo drama que sobrevendría después. Había llegado la hora cero y Antonio abandonaba nuestro común lugar de los Palos Grandes. Media hora después Consalvi y Mascareño regresaban para dar cuenta de la misión cumplida.

Nos asalta la seguridad

     Mascareño era nuestro contacto con la calle. El hombre de confianza absoluta. Le dijimos que se quedara esa noche en la casa para no despertar sospechas entre los vecinos, con el entrar y salir de personas a nuestra “concha”. Las horas trascurrieron luego pesadamente. Nuestros ánimos estaban deprimidos. Yo tomé un libro me tendí a leer en mi lecho. Otro tanto hizo Consalvi en la habitación vecina, donde también se encontraba Mascareño. Eran las doce de la noche las estaciones de radio despedían sus programas con las notas del “gloria al bravo pueblo”.

     En efecto, los esbirros de Pedro Estrada rodearon nuestra morada y penetraron violentamente sin darnos tiempo ni siquiera de incorporarnos. A mi habitación, la más próxima al patio de atrás, entraron en tropel los asaltantes armados de ametralladora. Eran cuarenta en total. “¡Ese no es Pinto Salinas! . . . ¡Es el doctor Henríquez Vera!. . . ”, gritó el “Loco Hernández”, jefe de la comisión. Su grito oportuno me salvó la vida, pues la barbarie oficializada iba allí precisamente a matar a Pinto Salinas. Sin embargo, los esbirros apuntaban sus armas contra mi cuerpo inerme. Así tendido, boca arriba sobre el lecho, se me mantuvo un buen rato. De la habitación vecina traían ya maniatados a Consalvi y Mascareño. Nos preguntaban por Pinto. Dijimos que no lo veíamos desde hacía cinco días y que ignorábamos su paradero en Caracas. Mascareño dijo entonces: “yo los llevaré al lugar donde se encuentra. . . ” y salió seguido de unos cuantos agentes. Consalvi y yo pensamos de qué se trataba de una salida hábil de nuestro “contacto” para salir de aquella apremiante situación, que los llevaría a algún supuesto lugar de la capital. Esposados se nos condujo de inmediato a la Seguridad. Con nosotros venía también el señor Manilo Castro, encargado de la casa, de nacionalidad española, apresado también allí.

Luis Rafael Castro, mejor conocido como El Bachiller Castro, uno de los grandes esbirros de la Seguridad Nacional

Nos asalta la seguridad

     Mascareño era nuestro contacto con la calle. El hombre de confianza absoluta. Le dijimos que se quedara esa noche en la casa para no despertar sospechas entre los vecinos, con el entrar y salir de personas a nuestra “concha”. Las horas trascurrieron luego pesadamente. Nuestros ánimos estaban deprimidos. Yo tomé un libro me tendí a leer en mi lecho. Otro tanto hizo Consalvi en la habitación vecina, donde también se encontraba Mascareño. Eran las doce de la noche las estaciones de radio despedían sus programas con las notas del “gloria al bravo pueblo”.

     En efecto, los esbirros de Pedro Estrada rodearon nuestra morada y penetraron violentamente sin darnos tiempo ni siquiera de incorporarnos.

Diario El Nacional, edición del día siguiente del crimen cometido contra Pinto Salinas

     A mi habitación, la más próxima al patio de atrás, entraron en tropel los asaltantes armados de ametralladora. Eran cuarenta en total. “¡Ese no es Pinto Salinas! . . . ¡Es el doctor Henríquez Vera!. . . ”, gritó el “Loco Hernández”, jefe de la comisión. Su grito oportuno me salvó la vida, pues la barbarie oficializada iba allí precisamente a matar a Pinto Salinas. Sin embargo, los esbirros apuntaban sus armas contra mi cuerpo inerme. Así tendido, boca arriba sobre el lecho, se me mantuvo un buen rato. De la habitación vecina traían ya maniatados a Consalvi y Mascareño. Nos preguntaban por Pinto. Dijimos que no lo veíamos desde hacía cinco días y que ignorábamos su paradero en Caracas. Mascareño dijo entonces: “yo los llevaré al lugar donde se encuentra. . . ” y salió seguido de unos cuantos agentes. Consalvi y yo pensamos de qué se trataba de una salida hábil de nuestro “contacto” para salir de aquella apremiante situación, que los llevaría a algún supuesto lugar de la capital. Esposados se nos condujo de inmediato a la Seguridad. Con nosotros venía también el señor Manilo Castro, encargado de la casa, de nacionalidad española, apresado también allí.

Delación y torturas

     En las puertas del siniestro edificio nos encontramos de nuevo con Mascareño. Sigilosamente pude apenas decirle: “Luzardo está aquí en Caracas, no lo vemos desde el viernes…” Pasaron primero a Mascareño a la sala de interrogatorios y a los tres restantes se los colocó de espaldas en la oficina vecina, separada de la anterior por una división de vidrio esmerilado, de poca altura, de donde podíamos oír perfectamente todo. “Tú eres un traidor que nos has dicho que sabes dónde está Pinto: nos has engañado y confesarás su paradero, por las buenas o por las malas”, le dijo un espía a Mascareño. Consalvi, el español y yo agudizamos el oído. El miserable nos traicionaba y comenzó cobardemente, sin que lo torturaran, a confesar lo que sabía. Suministró todos los datos. Dio la ruta y hora de salida, el número, color y marca del vehículo, y los nombres de los acompañantes de Pinto Salinas.

     De inmediato salieron varias comisiones en su persecución. Eran las dos de la madrugada del 10 de junio. Vimos salir a Mascareño con rumbo desconocido, seguido de varios agentes, mientras que a nosotros se nos sometía a los mayores vejámenes y torturas. Desnudos y atados a la espalda fuimos colocados en “el ring”. A Consalvi y al español Castro se les golpeaba bárbaramente, hasta dejarles inconscientes en la habitación vecina. Se nos preguntaba de todo. Por nombres y direcciones, documentos cifrados, actividad clandestina y programaciones insurreccionales. Particularmente a mi se me preguntaba cómo había entrado por segunda vez clandestinamente al país y se me responsabilizaba de los últimos acontecimientos subversivos. Todos respondíamos no saber nada y dábamos explicaciones que no convencían a los esbirros enfurecidos, quienes una y otra vez nos insultaban y golpeaban. El más agresivo era el “Mocho” Delgado y el “Bachiller” Castro. El “Loco Hernández” fue más comprensivo y se complacía de repetirme: “No te matamos de vaina! Tienes una suerte de espanto! Yo te conocí en México, donde me hice pasar por estudiante y conocí a mucho exilado. Eso te salvó porque anoche buscábamos era a Pinto”.

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Urbanización Los Chorros

     De nuevo Don Eugenio Mendoza, un ciudadano al que mucho le deben los caraqueños en realizaciones urbanas, busca lo pintoresco del paisaje. Los Chorros son el norte. Hacia allá van los caraqueños a bañarse en sus pozos La Llovizna y ño Leandro. Don Eugenio, con ideas pero sin capital, logra interesar a su amigo Don Salvador Álvarez Michaud, hombre dinámico en la empresa de urbanización. Fundan la “Compañía El Ávila” y comprometen al doctor Alfredo Jahn para los planos y el presupuesto.

     Alvarez Michaud compra otras haciendas adyacentes para sumarla a “Los Castaños” y ampliar la urbanización. Los terrenos son ofrecidos a locha y a medio el metro cuadrado. No obstante, la gente todavía reticente a moverse de su casa de Caracas, no se decide a vivir en Los Chorros. Se tropezaba con la lejanía y la falta de comunicación. El Dr. Santos Dominicci a quien Don Eugenio le ha apartado un terreno lo rechaza con estas palabras: “necesitaría levantarme a las cinco de la mañana para transportarme a mi Clínica en Coche, pues gastaría dos horas para ir y dos para venir”.

     Míster Cherry, gerente inglés del tren de Petare, tenía la solución: llevar una línea desde Agua de Maíz hasta los Chorros. Don Eugenio, Gerente venezolano de los tranvías Caracas, por fin lo convenció vendiéndole además un lote de diez mil metros. El doctor Alfredo Jahn hizo tender un puente desde la casa de Louis Schlageter hasta la urbanización, Don Louis, que tenía una casa de temporadistas desde antes de construirse la urbanización de Los Chorros, no se cansaba de alabar su agua. La ofrecía a sus visitantes como si fuera un refresco.

     Las primeras casas que surgieron allí fueron las de Alfredo Pardo, Silvestre Tovar, Lorenzo Herrera Mendoza, Bartolomé López de Ceballos, Andrés Pietri, Manuel Felipe Núñez, José Loreto Arismendi, Pedro Mendoza, Carlos Siso, Helena Sanabria de Vegas, Soledad Braun, Felicia de Guzmán. La mayoría de estas personas estaban animadas de un gran amor por la naturaleza; empezaron por plantar grandes árboles para robustecer la flora y detener las crecientes de la quebrada de Tócome. La Compañía El Ávila en aquel tiempo no tuvo ayuda alguna del Gobierno, hizo cloacas y carreteras. La urbanización nunca se inundó.

     Mister Cherry, totalmente enamorado del paisaje, fabricó allí una magnífica casa que amobló a todo lujo. Solía decirle a Don Eugenio en su español enredado: ̶ Oiga colega, yo me conozco toda Europa, África, Asia y Oceanía y me parecen mejor Los Chorros. Conozco los Llanos y los Andes de Venezuela, las playas del Orinoco y del Caribe y me parecen mejor los Chorros. De modo que si los Chorros son mejor que todo lo que conozco no hay un sitio mejor en el mundo.

Paseo Los Caobos

     Caracas era una ciudad rodeada de haciendas. Hacia abril de 1920 la Compañía El Ávila, que después se denominó “Compañía de urbanización del Este”, adquiere para urbanizar las haciendas La Guía y La Industria de José Antonio Mosquera, hoy el hermoso paseo de Los Caobos. Al frente de dicha compañía están de nuevo Don Salvador Álvarez Michaud y Don Eugenio Mendoza.

     La Hacienda constaba de 563.000 metros cuadrados vendidos en un millón cuatrocientos mil bolívares. Una fortuna crecida para la época. Don Eugenio logra reunirla en noventa días. Vale la pena copiar párrafos del documento: “Cuánto dinero no han ganado personas que han adquirido terrenos en El Paraíso, El Ávila y después los han vendido. Esta pregunta sería contestada por quienes han triplicado sus inversiones en poco tiempo con esta clase de operaciones”.

     El primero que contestó fue el General Gómez, suscribiéndose con Br. 100.000. Lo siguió Don Juancho Gómez con cincuenta mil, Rafael Requena, Félix Galavis, Gertrudis López de Ceballos, y su hijo, Bartolomé, Juan Manuel Díaz y otros compraron acciones. La venta de los terrenos fue de Bs. 8, 7, 4, 3, el metro cuadrado. La Municipalidad prestó su apoyo tendiendo un puente sobre el río Anauco.

     Pero luego la operación se estancó porque Gómez trató de que le cedieran gratuitamente el lote del Museo de Bellas Artes y la Compañía se opuso. Los Caobos fueron conservados contra viento y marea por Don Eugenio Mendoza que rechazó jugosos negocios para explotar allí madera.

     Las primeras casas que allí surgieron fueron las de los doctores Tomás Bueno, Ricardo Razetti, la Clínica de Salvador Córdoba, la del doctor Carlos Acedo Toro y la de Don Eugenio. Por mucho tiempo estuvo allí instalado el Jai-Alai y el Restaurant La Suiza.

San Agustín y El Conde

     En 1925 ya se está enseñoreando la fiebre de oro de Venezuela, valorizando los terrenos. No pueden hacerse ya grandes mansiones sin desembolsar grandes cantidades de dinero. Por aquel tiempo surge una clase de urbanización nueva, al alcance de la clase media y la clase obrera, simbolizados en San Agustín del Norte y del Sur. Nace el “Sindicato prolongación Caracas”, dirigido por Don Luis Roche y Juan M. Benzo. Los acompañan para iniciar la equitativa urbanización: Alfonso Rivas, Tomás Sarmiento y Juan Bernardo Arismendi.

     Sobre los terrenos de La Yerbera, de la sucesión Guzmán Blanco, se levantaron hileras de casas pequeñas, uniformes, donde se ha aprovechado minuciosamente el espacio. Algunas tienen las ventanas cambiadas por balcones. Cada quien puede tener su casa por las facilidades que se donan.

     Ya la casa de ventanas españolas, amplia y acogedora, es un recuerdo del pasado. La primera guerra mundial ha traído como consecuencia que la casa se visite de noche cuando se regresa del trabajo. La casa se transforma en dormitorio. El amor sale a dialogar a los parques, a los clubs, a los bailes.

     Hacia 1927, en los terrenos de la antigua hacienda del Conde San Xavier, nace la urbanización El Conde para la clase media. Con cierta amplitud sobre las casas de San Agustín, intercalándose algunas hermosas quintas, según la fortuna del comprador, el Conde viene a ser una prolongación de San Agustín. La construyeron los hermanos Machado Hernández.

Urbanización la Florida y otras

     Por 1928 Don Luis Roche y Arismendi compran una hacienda de frutos menores del doctor Tomás Bueno para construir La Florida. La nueva urbanización fue la primera en Caracas con 22 metros de ancho y es la que abre el camino hacia el Este.

     También por aquel tiempo Don Eugenio Mendoza construye a Sebucán, haciendo los planos Hermán Steling, Edgard Pardo y Henrique Sibletz. Cincuenta bolívares se pagaba como cuota inicial del terreno. Fue una urbanización para ricos y pobres. Sebucán nació el 15 de junio de 1928.

     Caracas crece, se mete en la hacienda, la hacienda se mete en la ciudad. La Hacienda Blandín, donde se tomó la primera taza de café en Caracas, fue transformada en el Country Club. Sus propietarios compraron aquellos terrenos a Bs. 5 el metro cuadrado.

     Nacen los Claveles en 1932, entre Puente Hierro y la Roca Tarpeya, urbanización también de Don Luis Roche, después de haber construido Don Bosco, al lado de la Florida. Se urbaniza el peaje, propiedad de Don Eugenio Mendoza que casi regala a la gente pobre aquellos terrenos. Su consigna fue que “ningún rico podía hacer allí inversiones”

     Fue la urbanización para la gente de escasos medios. Nombres de trabajadores hoy bendicen su nombre, como sus primeros pobladores: Valerio Piña, Jacinto Arias, Martín Herrera.

     Las haciendas siguen parcelándose. En la de San Felipe nace La Castellana. La hacienda de Andrés Ibarra se convierte en Bello Monte. Su trapiche es hoy la Ciudad Universitaria. Los campos de nardos, cercanos a Petare, alabados por Arístides Rojas, son hoy La California, La Carlota. Mariperez es la hacienda de Chacao, de María Pérez. Las haciendas de melojo, de Don Cruz Orta, forman parte de la segunda etapa de Los Caobos. San Bernardino se levanta sobre las frescas campiñas de Gamboa, pobladas de durazno y de flores.

     Luego viene Altamira, iniciada igualmente por Roche, más o menos en 1942. Esta urbanización ostentará la mayor plaza de la capital, de 28 mil metros cuadrados. Será el centro del Este, una población nueva que crece apresurada, hermosa y moderna.

El Silencio

     En 1942, día aniversario de la Fundación de Caracas, el presidente Medina Angarita iniciaba el primer paso para construir sobre un barrio miserable la Caracas magnificente del porvenir. Trescientas treinta y una casas ocupadas por 3.100 personas cayeron bajo la pica demoledora para levantar allí las airosas y pesadas torres de la Avenida Bolívar. Sería ya la arquitectura recia, el bloque de cemento entronizado, el vuelo vertiginoso de una ciudad que se incorporaba para siempre al progreso avanzado del mundo.

     Lo interesante sería saber si Caracas está construída con arte, técnica y belleza, para que en ella viva feliz una humanidad que supo encontrar antaño en la paz sus mejores goces. Una ciudad que fue esencialmente romántica. Una ciudad donde la casa era lugar de armonía y recogimiento.

     Solo podrían contestarlo los señores arquitectos que hoy se reúnen a su sombra a dialogar.

     Guinand, por ejemplo, no se ha acostumbrado nunca al maquinismo de la época y prefiere el crecimiento limitado de la ciudad, para que no desaparezca la vieja fachada con su rezumo de magnolias y jazmines. El arquitecto Rafael Seijas Cook, constructor de aquel original Teatro Pimentel y viajero del mundo, desde su despacho de la torre sur de la Av. Bolívar, compara la técnica en el tiempo con otros países y emite el juicio alentador de que estos rascacielos son buenos en cualquier parte del mundo. Pero para la mayoría de las personas la Avenida Bolívar no fue construida con toda la técnica armoniosa. Sus avenidas señalan al viajante casas a la mitad o superficies de aleros que roban la generosidad del paisaje.

     Para nosotros la ciudad no es la misma que añoramos con depósitos de tradición. Quedan por ahí plazas antiguas, viejas estatuas que la gente no conoce. Todo está simplificado, duro geométrico. El árbol airoso de la hacienda ha muerto en la ciudad. El Ávila refulgía como una esmeralda. Para encontrarlo hemos tenido que tomar un ascensor.

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