Sanz, el licurgo venezolano

Sanz, el licurgo venezolano

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Sanz, el licurgo venezolano

Miguel José Sanz (1756-1814), abogado, político, periodista e ideólogo de la independencia de Venezuela

     Miguel José Sanz (1756-1814) fue un abogado venezolano y uno de los consejeros del general Francisco de Miranda en la fundación de la Sociedad Patriótica que se instalaría en 1810. Fue nombrado junto a Antonio Nicolás Briceño, secretario del congreso de 1811. Vicepresidente de la cámara de representantes en 1812, se opuso a la capitulación de Miranda y fue el primer civil en ocupar la Secretaría de Estado, Guerra y Marina. Con el desplome de la Primera República (1812) pronunció en el congreso su célebre discurso a favor del perdón de los implicados en la rebelión de Valencia. Estuvo preso en el castillo San Felipe de Puerto Cabello. Prisionero tras la caída de la Primera República fue liberado en junio de 1813, por un dictamen de la Real Audiencia. Al llegar triunfante Bolívar a Caracas en agosto del mismo año, Sanz se incorporó de nuevo a la causa republicana, fue uno de los llamados a dictaminar sobre el plan de gobierno provisorio redactado por Francisco Javier Ustariz. En julio de 1814, cuando las fuerzas realistas se acercaban a Caracas, Sanz acompañó la emigración a oriente, y llegó a la isla de Margarita, a instancias del general José Félix Ribas, quien le nombró consejero de guerra, volvió a Tierra Firme y murió el 5 de diciembre de este año en la batalla de Úrica, donde fueron derrotadas las tropas republicanas.

En una crónica redactada por Enrique Bernardo Núñez estableció que el licenciado Miguel José Sanz (1756-1814) había escrito sus Ordenanzas Municipales por decreto de la Real Audiencia, el 25 de junio de 1800, y por comisión expresa del presidente gobernador Guevara Vasconcelos. 

     Las mismas fueron culminadas a finales de octubre de 1802. Constaban de diez libros, divididos en tres partes, con el título “Ordenanzas para el Gobierno y Policía de la Muy Ilustre Ciudad de Santiago de León de Caracas, Cabeza de la Provincia de Venezuela”. Estaban precedidas de un discurso preliminar, donde Sanz expuso el plan general de la obra y sus ideas filosóficas en materia de gobierno. Agregó Núñez que cada uno de los diez libros tenía una presentación o discurso que servían de introducción.

     Aunque estos diez libros se extraviaron, Núñez accedió al contenido de los mismos gracias al informe del Fiscal de su Majestad, Francisco Espejo (1758-1814). Según escribió, Sanz expuso razonamientos respecto a la moral, costumbres, educación, urbanismo, comercio, industrias, sanidad, hospitales, cárceles, moneda, abastos, precios de víveres, pesas y medidas, oficios mecánicos y establecimiento de gremios, conservación de bosques, distribución de las aguas, alumbrado, alquileres de casas, diversiones públicas, entre otras más.

     En el discurso preliminar del libro I explicó un plan y la necesidad de las Ordenanzas para el Gobierno político al interior de la ciudad. A continuación, Núñez expuso ideas desarrolladas por Sanz ante la necesidad de correcciones que le habría propuesto el Ayuntamiento. Desde el seno de éste se consideró que no era preciso expresar que los habitantes de la ciudad vivían sepultados en la barbarie y la rusticidad, y que en virtud de esta circunstancia se les había privado de la felicidad, tal como lo redactó Sanz. Pedía, entonces, se suprimiera esta expresión. Por su lado el Fiscal adujo que no era necesario eliminarla.

     Ante una frase que rezaba: “que congregadas las sociedades civiles después de la creación del hombre, se hizo en ellas fuerte el ambicioso y dominó a los demás que no pudieron resistirle”. El Fiscal adujo que con ella podría creerse que los Soberanos tenían su origen en una ambición primigenia de quienes quisieran serlo y las calificó como “equivocadas y peligrosas”. Espejo razonó que lo más prudente era enseñar a los pueblos que, una vez se constituyeron las sociedades, el poder se había legado a los más virtuosos. De igual manera, el Fiscal no tuvo reparos en defender privilegios, pero dejó asentado que nadie estaba exento de cumplir obligaciones frente a otros dentro de la sociedad. Esto es así porque nadie podía estar fuera del alcance de las reglas administrativas, y fue lo que intentó sostener el redactor de las Ordenanzas.

     Otra de las propuestas de supresión desde el Ayuntamiento, rememoradas por Núñez, tuvo que ver con lo acontecido con la conspiración descubierta el año de 1797. El Fiscal dio la razón al Ayuntamiento porque la “falta de ordenanzas de policía” no fue el motivo del movimiento sedicioso. En este orden de ideas, el Fiscal había argumentado que en los pueblos de “mayor civilización” se presentaban pensamientos de insurrección, adoptados por personas que prometían mejorar su situación por medio de la fortuna. Sin embargo, pidió fuese eliminado para protección de la memoria del futuro.

     El Fiscal, en atención a otro pedimento de supresión propuesto por el Ayuntamiento, “pasa los ojos por el folio 20”. En el mismo se leían las palabras independencia y libertad. Aunque se referían a asuntos administrativos o de policía de la ciudad, exhortó a su eliminación por absolutas y generales. Sanz, por otra parte, agregó que había sido un error haber permitido la extensión de la ciudad más allá de sus linderos. Sugirió que ella debía circunscribirse al terreno entre Catuche y el Caroata. Propuso una división en cuatro cuarteles, dos al norte y dos al sur, subdivididos, a su vez, en arrabales y barrios. A los de la Candelaria y San Juan se debían señalar límites y nombres. El Ayuntamiento desestimó tales divisiones, así como los nombres sugeridos para los cuarteles.

     El Fiscal se pronunció a favor de una nueva demarcación y consideró idónea la que se proponía en las Ordenanzas. En cuanto a los habitantes de los arrabales no tenían motivo de queja, porque se les dejaba en posesión de derechos como vecinos de Caracas, así como de sus habitaciones, tiendas, almacenes, talleres y estancias. Según Núñez, el Fiscal aclaró el pensamiento del suscriptor de las Ordenanzas. Poco importaba que los terrenos de los arrabales fuesen los más aptos para albergar comunidades humanas. La exigencia de dividir algunos cantones era porque representaban una extensión territorial impropia e incómoda.

     Dentro de las Ordenanzas, Sanz propuso un plan de seis escuelas a las que pudieran asistir los niños pertenecientes a todas las castas. El Ayuntamiento se opuso y el Fiscal le dio la razón a este último. En oposición a la propuesta de Sanz se exigía que las seis escuelas se establecieran sólo para niños blancos. Cómo no parecía justo un tipo de privilegio como este, dejaban a la iniciativa individual, tal como venía sucediendo, el de buscar los medios de instrucción para sus hijos. Esto, si encontraban contribuciones para sostenerlas porque los administradores de la ciudad alegaron no contar con arbitrios para tal propósito.

     Entre otras propuestas, las Ordenanzas fijaron la creación de un cargo de médico para la ciudad, el establecimiento de un depósito de harina de trigo y de maíz. También, se pedía limitar el número de esclavos en los hogares donde cumplían labores domésticas. En lo que respecta a los gremios, continúa en su narración Núñez, el Fiscal había mostrado inquietud por la inexistencia de un gremio de barberos. Este, de existir, debía ser cuidadosamente vigilado por la autoridad correspondiente, “así por la función característica de rapar la barba como por lo que en este país le son adyacentes, las de sangrar, sacar muelas, abrir vejigatorios y romper apostemas”, expresó el Fiscal Espejo.

     Hubo la propuesta de reducir las ventanas “voladas”, mientras en las nuevas edificaciones las ventanas que dan a la calle debían cubrirse con rejas embutidas. Los miembros del Ayuntamiento dijeron no a estas previsiones, sostuvieron sus argumentos a favor de las ventanas voladas porque en Madrid y otros lugares de la Metrópoli las había también. El Fiscal se encargó de desacreditar estas opiniones y calificó este razonamiento de insulso.

     Destacó Núñez otra de las previsiones configurada por Sanz en lo atinente a la embriaguez de algunos vecinos y el trato legal con los que debían ser penados. El Fiscal añadió la necesidad de castigar a quienes provocaban escándalos por la embriaguez. Pidió para quienes incurrían en ella el castigo público. Agregó que las pulperías y los propietarios cercanos al lugar de bullicios incitados por contaminación etílica, serían también responsables de lo que las borracheras públicas provocaban. Sin embargo, el Fiscal llegó a la resolución según la cual se le impondría multa o prisión al pulpero en cuya casa se pudiera comprobar que el infractor se había embriagado. En otros capítulos se hizo referencia a los juegos de pelota y otras actividades de diversión, como el de los baños en el río Guayre, los paseos públicos, del Coliseo en que se escenificaban comedias y otras piezas.

     Núñez dio término a esta reseña al señalar que el Fiscal había culminado su informe con dos “golpes de pluma” contra el Ayuntamiento. Como el Cabildo comprobó que, en el discurso preliminar redactado por Sanz, no se ofrecía una noticia exacta acerca de la creación del Ayuntamiento, sus privilegios y prerrogativas, “y a pesar de ello nada dice sobre este particular”, recomendó a la Audiencia solicitar los datos correspondientes para incluirlos en las Ordenanzas en un plazo no mayor de treinta días. De igual manera, como hubo la negación de escuchar al autor de ellas, lo que se tenía como un derecho de cualquier persona perteneciente al pueblo que lo estaba haciendo de modo pacífico y honesto, “y se trata de un abogado de talento y luces distinguidas entre los de su Colegio, investido además con el empleo de Asesor del Real Consulado, y su obra es el fruto de los mayores desvelos, de una inmensa lectura y de imponderable trabajo”, era pertinente escuchar sus alegatos. Sustentado en estos razonamientos el Fiscal alentó a la Audiencia a recibirle en sus estrados y que en ellos se le atendiera en acto público, a puertas abiertas, “y se recomiende a Su Majestad el singular mérito que ha contraído”. Núñez cerró este escrito rememorando que el Fiscal consideraba al Cabildo con competencias sólo económicas y ejecutivas en los casos de su exiguo conocimiento en otros asuntos. En palabras de Enrique Bernardo Núñez: “Estas Ordenanzas valieron a Sanz entre sus contemporáneos el título de Licurgo venezolano”.

     La reseña que me sirvió de base para este escrito no sólo se puede precisar en un ámbito jurídico y legal. Es preciso leer las Ordenanzas en un marco en el que era imprescindible establecer normas de funcionalidad social. También, ofrece la oportunidad de apreciar los valores presentes en una época que muchas veces iban a contracorriente de hábitos inveterados. Esta disposición, a su vez, permite al analista de hoy adentrarse en la mentalidad, o mentalidades, de un momento de la historia de Venezuela. Resulta, pues, un valioso testimonio de un investigador de la historia que no tuvo remilgos para considerar actos cotidianos en una historia totalizadora, frente a lo que aún predomina como historia política.

Pulperías y espacios públicos

Pulperías y espacios públicos

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Pulperías y espacios públicos

     Ángel Rosenblat fue un filólogo de origen polaco que a los seis años de edad, había llegado con su familia a Argentina, donde cursó sus estudios de filología. Por intermediación de Mariano Picón Salas llegó a Venezuela en la década del cuarenta del 1900. Se había doctorado en filosofía y letras en la universidad de Buenos Aires. Trabajó en el Centro de Estudios Históricos durante una corta pasantía por Madrid. Sus estudios expuestos en “Buenas y malas palabras”, artículos que había redactado en medios impresos de la época, se constituyeron en un libro de obligada exploración para una aproximación a un conjunto particular de palabras o venezolanismos que a él le interesaron como un personaje cercano a la lengua, su historia y uso.

     Rosenblat dejó escrito que comprender lo que la palabra pulpería guardaba como significado histórico, requería de un examen etimológico y filológico. Desde un inicio presentó su asociación con pulpero y pulpo. Según este filólogo dos autores correspondientes, uno, al siglo XVI y, otro, al XVII presentaron esta conexión. El primero, el Inca Garcilaso, lo hizo en Historia general del Perú, texto que se dio a conocer en 1647. Garcilaso llegó a escribir que en la creciente presencia de pendencieros y disputas particulares entre soldados, aunque también entre mercaderes y comerciantes, así como a los que llamaban pulperos, era un nombre impuesto a los vendedores más pobres porque en la tienda de uno de ellos se ofertaban pulpos.

La pulpería resultó ser el tiempo y un espacio para socializar. Ella fue lugar para el chismorreo e información de variedad de asuntos

     El segundo, fray Pedro Simón, en su “Noticias historiales», publicado en 1627, expresó que a los pulperos les habían llamado de este modo porque ofrecían muchas cosas en sus tiendas, a la manera que los pulpos poseen varios pies. Sin embargo, Rosenblat no otorgó mucho crédito a estas aseveraciones, al advertir que parecía una “humorada”, cuya inspiración se encontraba en la antipatía hispánica por el trabajo o actividad comercial. Basado en los estudios filológicos de Joan Corominas, autor de “Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana» (1954) reduplicó lo que este había examinado acerca del término en cuestión, al que asoció con pulpa. Para ratificar este supuesto recordó el caso de Cuba, donde al vendedor de pulpa de tamarindo se le llamaba pulpero. No obstante, advirtió que era una designación muy reciente. No parecía muy común en tiempos de colonización y conquista, porque en tiempos del Antiguo Régimen los españoles no se dedicaban a la venta de pulpas de frutas y tampoco, las pulpas eran el artículo principal ofertado por las pulperías.

     Rosenblat agregó una tercera posibilidad. En los prístinos días de la conquista de México los establecimientos donde se vendía el pulque, una bebida fermentada a partir del maguey o agave, se les dio el nombre de pulperías. 

     Así, desde estos tiempos la pulquería se ve como una institución en el país centroamericano. Rosenblat se interrogó acerca de si no cabría la posibilidad de considerar que españoles viajeros pudiesen haber llevado el nombre a otros lugares de la América hispana. En este sentido, señaló que muchos conquistadores y primeros pobladores de México se trasladaron a Perú y a otros espacios territoriales de la América española. Advirtió que una pulquería fuera de México tendría que ofrecer otro tipo de bebida distinta al pulque. A partir de estos razonamientos planteó otra hipótesis según la cual, en otros lugares del Nuevo Mundo, pudiera haberse dado el caso que el nombre de pulquero se asociara con pulpo o pulpa, “por etimología popular, y se transformara en pulpero. Es una hipótesis, ¿pero acaso hay alguna más plausible?”, se preguntó este filólogo de origen polaco.

     Lo cierto resulta ser su generalización en América. Rosenblat recordó que el Cabildo de Caracas estableció límites al funcionamiento de pulperías en Caracas. Para el 15 de marzo de 1599, al haber muchos pulperos en la ciudad, se impuso que debían funcionar sólo cuatro pulperías en ella. Durante el Antiguo Régimen hubo un gremio de pulperos. Los bodegueros y pulperos tuvieron importante actuación en algunos levantamientos civiles como en el de 1749 con la insurrección de Juan Francisco de León. En Los pasos de los héroes de Ramón J. Velásquez puso en evidencia que, los viajeros que visitaron Venezuela aludieron de alguna forma a las posadas, mesones y pulperías que se encontraron durante su estadía por el país.

     Velásquez puso de relieve la diferencia entre bodega y pulpería. Mientras la primera se asoció con dependencias de categoría, las pulperías eran bodegas de poca monta e intercambio al menudeo, entre ellas mencionó las que funcionaron hasta el período gomecista dentro de las haciendas. Expresó que la pulpería fue toda una institución en Venezuela como las que se instalaron en tiempos de la Guipuzcoana o los almacenes que desarrollaron los alemanes en San Cristóbal, Puerto Cabello, Ciudad Bolívar y Caracas. El inmigrante que pisaba estas tierras le quedaban dos alternativas: “la guerra y el comercio”, de acuerdo con sus aseveraciones. Muchos inmigrantes pasaron de pulpero a bodeguero o almacenista, aunque con pocas posibilidades de ascenso social. “Uno de los pocos pulperos en saltar el mostrador hacia más altos destinos fue Ezequiel Zamora. En cambio, Rosete fue pulpero de mala ralea”.

     Este mismo historiador indicó que la pulpería resultó ser el tiempo y un espacio para socializar. Ella fue lugar para el chismorreo e información de variedad de asuntos. Dentro de sus prácticas es posible ratificar el despliegue de un espacio público. En ella se ofertaba diversidad de bienes y también se conversaba de multiplicidad de cuestiones. En un espacio territorial de predominio rural, como la Venezuela decimonónica, se medía la distancia con la mediación de una pulpería a otra. La distancia se medía por cada diez horas de jornada a caballo. Este mismo historiador expresó que, junto a la pulpería estaba el corralón para la arria. Después de la cena, se presentaba un intermedio musical y artístico en que la copla era la invitada estelar. No faltaría el Guarapo, el cocuy, la menta o el malojillo, al interior de las pulperías.

     La fama de las pulperías estuvo marcada por altibajos. Algunas llegaron a tener buena fama, otras no por escenificarse en ellas actos virtuosos. Velásquez mencionó algunas que conservaban nombradía desde tiempos de la colonia: La Venta, Las Adjuntas, Corralito, Cerca de San Mateo, Cantarrana que había servido de cuartel general y de hospital a las tropas de Boves.

A los pulperos los denominaron de este modo porque ofrecían muchas cosas en sus tiendas, a la manera que los pulpos poseen varios pie

     Se debe insistir que lo más importante, de acuerdo con los estudios señalados, en este tipo de venta de bienes residió en la función social que cubrieron. Se debe suponer que no contaban con frontispicios llamativos y menos que fuesen lujosas. Velásquez las describió como sigue: “carecían de fachadas características y hasta de las muestras que indicaban el mote que las distinguía. Caserones como los de cualquier sitio. Techos que fueron rojos, ahora patinosos. De los aleros, colgaban hierbajos descoloridos. Un largo corredor frontal con barda divisoria y grupos de campesinos platicando del tiempo, las siembras, los sucesos. En el corredor, armellas para colgar hamacas. Un camino que llega y otros que siguen. Grasosas piernas de cerdo colgando de los ganchos. Carnes de chivo blanqueadas por la sal. Rumas de pescado seco. Rimeros de torta de casabe. Unos bastos sobre burros de madera”.

     En su interior, estaban las mesas de madera rústica protegidas con hules estampados de flores y no manteles de tela, sobre ellas el ajicero tradicional. Para sentarse, sillas de cuero. Servían para descanso del viajero por el tránsito en caminos agrestes y rudos, y de pendientes pronunciadas. Vale decir que la pulpería formó parte de un espacio público, aunque limitado. Los habitantes de Caracas, aún en tiempos de la colonia, no contaban con lugares de esparcimiento y distracción. 

     Por eso en los actos ceremoniales y litúrgicos se agolpaban personas que más de las veces concurrían a las iglesias no precisamente a cumplir con el sagrado deber que en ella era propicio.

     El historiador Rafael Cartay, en su texto” Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad urbana” (Caracas 1870-1980), señaló que la vida caraqueña en las postrimerías del siglo XVIII se caracterizó por su sencillez y simplicidad. Citó a Arístides Rojas para ratificar que era una experiencia vital que podía resumirse con cuatro palabras: comer, dormir, rezar y pasear. Se comía en familia varias veces al día y en horarios distintos a los de ahora. A partir del mediodía hasta el final de la siesta, a las tres de la tarde, todas las puertas de las casas estaban cerradas y, tanto plazas como calles, se encontraban solitarias.

     Cartay destacó que en casi todas las casas se rezaba el rosario, a las siete de la noche. Para inicios del siglo XIX el espacio público seguía siendo restringido. Cartay rememoró que Francisco Depons había observado una ciudad en la que no existían paseos públicos, ni liceos, ni salones de lectura ni cafés. Por eso subrayó que cada español vivía en una suerte de prisión, solo salía a la iglesia y a cumplir con obligaciones laborales. Sin embargo, las fiestas no sobraban, aunque monopolizadas por la iglesia.

     Este historiador recordó que la moral criolla cabalgaba sobre las Constituciones Sinodales. No obstante, era transgredida. Citó el caso del Cabildo caraqueño cuando en 1789 criticó la apertura de bodegas y pulperías, donde se dispensaban bebidas alcohólicas, incluso en celebraciones religiosas. También, se hicieron eco de queja al criticar el que mujeres visitaran esos lugares. De igual modo, citó el caso del sacerdote Francisco Ibarra, quien había sido rector de la Universidad de Caracas, entre 1754 y 1758 y primer arzobispo de Caracas en 1804. Este clérigo, según Cartay, había condenado la pública y escandalosa difusión de los pecados desplegados con la vestimenta de las mujeres, bailes lascivos y la permisividad que permitía que hombres y mujeres se agarraran de las manos.

     Lo cierto e indicado por Cartay fue que luego de la Guerra Federal en la ciudad se fueron creando espacios para el entretenimiento público, a partir de 1865. Se comenzaron a construir plazas bañadas por árboles, algunos jardines públicos y lugares para paseos. Con esto se puede constatar que la vida del caraqueño comenzó a diversificarse y la vida nocturna cobró vigor gracias a las lámparas de gas. Fueron acciones que muestran, tímidamente, la ampliación de un espacio público.

     En tiempos del mandato guzmancista la ciudad capital fue testigo de este ensanchamiento. En su narración, Cartay puso de relieve lo que un ministro guzmancista expresó acerca de las diversiones, a las que dividió entre bárbaras y civilizadas. Entre las primeras, José Muñoz Tébar, resaltó las que “salvajizan” a las personas, entre las que mencionó los toros coleados y las peleas de gallo. Las apropiadas serían el teatro que “civilizaba”. Sin embargo, el único teatro, inaugurado en 1854, era el Teatro de Caracas, al que se sumaría el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal) abierto en 1881.

     Las diversiones de los sectores populares se reducían a las peleas de gallo, los toros coleados, los juegos de baraja y naipes y los encuentros en bodegas y pulperías donde sus asiduos visitantes se dedicaban a hablar de política, hablar de religión, hablar mal del prójimo y averiguar la vida ajena, según lo expresara Delfín Aguilera en 1908. Quizás, lo más importante de una aproximación a la historia de la ciudad por medio de la pulpería es que ofrece la oportunidad de visualizar cambios. Cambios que se fueron desplegando con el ensanchamiento del espacio público, aunque también permite apreciar la cotidianidad de un país cuando la ruralidad y sus inherencias fueron las dominantes.

Entre Maturín y Muñoz

Entre Maturín y Muñoz

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Entre Maturín y Muñoz

     El historiador y cronista venezolano, Enrique Bernardo Núñez (1895-1964), fue uno de los personajes que se dedicó a estudiar el origen del nombre de las esquinas de Caracas. Llegó a expresar que la historia de la conformación de la ciudad podía leerse por medio de los nombres de calles y esquinas. También, indicó que las epidemias, plagas y otros flagelos habían ocupado un lugar destacado en el desarrollo de la capital de Venezuela. Como ejemplo citó el caso de la ermita de San Sebastián edificada como estructura para contrarrestar los ataques de los indios y la de San Mauricio a la plaga de Langosta. El templo de San pablo debió su edificación a la viruela y el de Santa Rosalía al vomito negro. Las constantes sequías constriñeron a la invocación de Nuestra Señora de Copacabana, los terremotos, a la Virgen del Rosario y de las Mercedes. El imperativo para la construcción de fuertes de defensa quedó dibujado en las esquinas de Reducto, Garita y Luneta.

     Es necesario indicar que Núñez salió de su Valencia natal hacia la ciudad de Caracas para desarrollar estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela. También, llegó con la intención de cultivar el periodismo. A lo largo de su vida ejerció una diversidad de actividades, sin dejar a un lado su gran pasión, practicar la escritura. 

     En Diccionario Enciclopédico de las letras de América Latina se hace referencia a él como pensador, escritor de la diaria tarea periodística y de la crónica sugestiva y trascendente. También, se le reconoce como filósofo de sigilosa y circunspecta obra, intérprete de la historia, cuentista y novelista.

     Entre su vasta obra la crónica ocupó un lugar relevante. Sus crónicas fueron publicadas en medios impresos como: El Imparcial, El Nuevo Diario, El Universal, El Heraldo y El Nacional. Sus crónicas muestran una gran densidad de pensamiento, a pesar de su sobriedad, tal como quedó plasmado en Bajo el Samán (1963). Sus crónicas acerca de la ciudad de Caracas son fiel demostración de la profundidad de sus planteamientos, la erudición histórica y la capacidad de relacionar sucesos con el entorno físico. La ciudad de los techos rojos (1947) así lo demuestran y revelan la preocupación por encontrar los entresijos de historias particulares.

     Durante los primeros años de implantación de la sociedad moldeada por los españoles existían veinticuatro manzanas, delineadas en forma de cuadrilátero o damero. La conocida esquina de Maturín evoca la instalación de un asentamiento humano cerca de un cauce hídrico que, no sólo indica la necesidad de un establecimiento humano en que pudiera proporcionar el agua. Resulta necesario recordar que los conquistadores españoles se radicaban en porciones territoriales que, por lo general, ya estaban ocupadas por los indígenas. Por ello fue común el establecimiento en segmentos cercanos a un lecho lacustre.

     En este sentido, Núñez subrayó que se hizo costumbre esta práctica con el propósito de vigilar y contrarrestar a los indios que envenenaban el agua. La porción de terreno conocida bajo el nombre Maturín se desarrolló cerca de un barranco, lo que estimuló a que algunos estudiosos de la historia negaran que Diego de Losada hubiese seleccionado este lugar como morada. De igual manera, mostró, en esta ocasión, la equivocación de algunos de sus colegas porque, entre otras razones, Maturín ofrecía ventajas estratégicas. En ella se hallaban al cobijo de las barrancas de Catuche y era posible dominar la parte oriental del camino que llevaba a Galipán y a la Costa, y al oeste, al de Catia y sus montañas, lugares escogidos, para sus ataques contra los españoles, por los Teques, Tarmas y Toromaynas.

     El cronista valenciano se basó en testimonios de la época, para desmentir la tesis que negaba que los españoles no escogieran lugares para su asentamiento cercanos a los recursos hídricos. Sin duda, él mostró un sentido común afinado y que todo historiador debe cultivar. Es de hacer notar que se distanció de la información propuesta por el gobernador provincial, entre 1576 y 1583, Juan de Pimentel y que insistió en desmentir a investigadores que desacreditaron a Arístides Rojas respecto a este asunto.

La esquina de Maturín tuvo un marco digno de leyenda. Calles con pasamanos, de rojos muros

     Lo cierto es que Núñez demostró, con documentación certificada, que Diego de Losada no tuvo tiempo suficiente para fabricarse una casa propia, y que fue en tiempos de Juan de Pimentel que se comenzaron a erigir casas de tejas. Así, anotó que la casa de Losada debió haber sido un “rancho o caney”, o un simple toldo, “una tienda de campaña”. Para ratificar esta información citó un informe del mismo Pimentel, suscrito el 23 de diciembre de 1578, en que éste escribió que el tipo de edificaciones construidas en Santiago eran de madera, palos enterrados y cubiertas de paja y que sólo después de tres o cuatro años, se habían comenzado a levantar no más de cuatro casas de mampostería, piedras y ladrillos, así como la iglesia del lugar construida con estos últimos materiales.

     Según el mismo historiador las casas de cabildo que habría anotado Pimentel en su informe no estaban edificadas para 1571. Menos lo sería la casa de un gobernador. Sumó a esta consideración un informe escrito por el teniente gobernador Rodrigo Ponce de León en que se encuentran reseñados cargos contra los alcaldes por no haber construido “Propios”. Es decir, fincas rústicas, prados, dehesas, montes, etc. El municipio las otorgaba en arrendamiento, para obtener de este modo ingresos económicos. 

     A esto agregó que los conquistadores eran pobres y muy exiguos el oro que se lograba extraer de las minas. “Contra lo dispuesto de las leyes de Indias, celébrense los cabildos en la casa del Gobernador”.

     La construcción denominada palacio de los gobernadores se erigió a finales del 1500 y se derrumbó con el terremoto del 11 de junio de 1641. Aunque se reconstruyó en 1652, un siglo después se encontraba en total abandono. Para 1763, continúa el relato de Núñez, se remataron maderas, puertas, ventanas y tejas. Años después se colocó un reloj que desapareció conjuntamente con los sucesos políticos de 1813. “En su lugar, el Cabildo quiso poner un reloj que había pertenecido a Martín Tovar y Ponte”, el mismo se encontraba frente a la casa habitada por éste, frente al Coliseo, Conde a Carmelitas. La instalación del reloj se llevó a cabo por parte del relojero de la ciudad, Antonio Ascúnez, “quien, como relojero de la Ciudad, comenzó a percibir cincuenta pesos anuales”.

     El proyecto de reedificación del Palacio, de las Casas Reales y oficinas dependientes, en las que se incluyó la cárcel real para seguridad de los reos y “alojamiento de las personas de calidad” se volvió a considerar en 1755. El Ayuntamiento se reunió para considerar su realización y discusión acerca de los recursos y modo de conseguirlos. Núñez escribió que esto sucedió en 1796 y, luego, en 1809. “Pero los gobernadores hubieron de vivir en casas de alquiler hasta la Independencia”. Para 1879, cuando la jura de Carlos IV, se ordenó adornar las paredes de la comarca para “mayor decencia”. Indicó que era “basurero público, lugar de desahogo para la guardia del Principal”.

     La esquina de Maturín, según la versión que vengo considerando, tuvo un marco digno de su leyenda. Calles con pasamanos, de rojos muros, “una de esas calles vetustas en las cuales Caracas aún se ampara bajo sus aleros”. Recordó que una de las lápidas de la esquina de Maturín tenía anotado: “Aquí estuvo la primera casa de Caracas, donde vivió su fundador, Diego de Losada”.

     Acerca de la esquina de Muñoz o del doctor Muñoz recordó que tenía cierta asociación con la esquina de Maturín. Este costado de la ciudad debe su nombre al doctor Miguel Muñoz, quien fue examinador sinodal y veedor en 1747. Núñez dio a conocer que cerca de la casa – solar de los Arguinzones – estaba la alcantarilla a la cual servía de adorno el león de Caracas. Añadió que la historia de Caracas estaba marcada con ese león enigmático, tal como fue calificado por un predicador franciscano.

     Según narró, leones, cruces y veneras de Santiago se observaban por distintos lugares de la comarca. Señaló que la plaza Capuchinos se había denominado antes plaza del León. En ésta estuvo la plaza de toros. Los terrenos ocupados por ésta fueron objeto de litigio entre padres Capuchinos y Dominicos, alrededor de 1796, cuyos alegatos se sustentaron en un espacio cedido para la construcción de una ermita. Los misioneros capuchinos solicitaron un permiso para la construcción de un hospicio.

     Para mayo de 1788 el rey autorizó la edificación del Hospicio de Capuchinos, con la condición que sólo podía ser administrado por un sacerdote y dos legos, además se agregó que su construcción no debía ser costeada por la Real Hacienda. Al lado sur de la plaza de León se encontraba la casa de campo del obispo don Mariano Martí, lugar al que luego se denominaría Cerro del Obispo. Anotó Núñez que Manuel Felipe Tovar solicitó, en 1789, un pequeño espacio con el fin de poblarlo muy cerca del ocupado por el obispo. También, asentó que alrededor de la Plaza de Toros de Capuchinos se había planificado la construcción de una serie de edificaciones para escuelas de artes y oficios, así como una casa para expósitos. En el proyecto se sumaban otras construcciones destinadas al palacio de la Real Audiencia, la Casa del Gobernador, la Cárcel Real y un Matadero General.

     De esta época, finales del XVIII, data el proyecto de trasladar el desecho del río Catuche al Anauco, bajo la supervisión del comisionado del Ayuntamiento, marqués del Toro. Juan Basilio Piñango, segundo alarife de la ciudad, comenzó a reparar la fuente, cañería y tanque ubicadas entre las esquinas Doctor Muñoz y la calle que seguía al estanque de la carnicería del Carguata. Piñango pasó a ser el primer alarife de la ciudad. La denominada fuente de Muñoz debió su existencia a la carnicería. A finales de 1785 Juan José Landaeta había hecho una petición debido a la contaminación de las aguas, provocada por la carnicería. En ella se exhortó a la concesión de una pulgada de agua para una alcantarilla en la mediación de la calle, que transitaba de la esquina de Muñoz para Carguata y en un solar que había ofrecido uno de los vecinos.

     Los vecinos, por propia iniciativa, reunieron parte del numerario necesario para llevar a cabo la obra. Contó Núñez que el Ayuntamiento llegó a conceder el permiso. Sin embargo, declaró que no podía contribuir con la obra en vista de deudas en las que la ciudad estaba presente y con la promesa de intervenir más adelante. Los integrantes de la comunidad se mostraron animados por la decisión del Ayuntamiento, lo que estimuló para pedir créditos con los cuales cubrir los gastos. “La concesión de agua para la esquina de Muñoz es de 26 de junio de 1786”. Según Núñez para esta fecha ya se había construido la alcantarilla, sólo faltaba un brocal de piedra y algunos metros correspondientes a la cañería. Se encontraban unidos unos 500 ladrillos gruesos y 400 delgados, 10 cargas de lajas y los conductos para toda la represa. Para este momento el Ayuntamiento ofreció una colaboración de 200 pesos. Los alcaldes para ese momento eran don Joaquín de Pineda y don Juan Francisco Mijares de Tovar.

Llamado público de la a Academia Nacional de Ciencias Políticas y Sociales sobre la necesidad imperiosa de defender los derechos e intereses de Venezuela en el territorio esequibo ante la Corte Internacional de Justicia.

Llamado público de la a Academia Nacional de Ciencias Políticas y Sociales sobre la necesidad imperiosa de defender los derechos e intereses de Venezuela en el territorio esequibo ante la Corte Internacional de Justicia.

COMUNICADO DE PRENSA

 

     La Academia de Ciencias Políticas y Sociales, hace un llamado público sobre la necesidad imperiosa de defender judicialmente ante la Corte Internacional de Justicia los derechos e intereses de Venezuela en el Territorio Esequibo.

Del Estado Federal al Estado Comunal por Rafael Badell Madrid

Del Estado Federal al Estado Comunal por Rafael Badell Madrid

Por: Rafael Badell Madrid

     Desde sus inicios como República independiente Venezuela se ha debatido entre un sistema federal, que fue el originario, y uno unitario con fuerte concentración del poder. En buena medida esa tensión entre un verdadero federalismo y la mayor concentración del poder es reflejo o consecuencia de la confrontación, que también ha existido desde la independencia, entre el pensamiento civil y el militar. Nuestro objetivo es analizar cómo ha mutado el régimen de Estado Federal consagrado por primera vez en la Constitución de 1811, hasta nuestros días con el intento de instauración de un estado comunal.

     En efecto, veremos que el régimen de Estado Federal en Venezuela ha mutado desde un federalismo clásico establecido en la Constitución de 1811, que lo adoptó íntegra y definitivamente, no como una imitación de la forma de Estado de los Estados Unidos, sino como una forma original producto de la verdadera unión de siete provincias que decidieron confederarse dentro del territorio venezolano y formar un nuevo Estado; pasando por las sucesivas constituciones venezolanas que inmediatamente, a partir de la Constitución de 1819, redujeron significativamente el poder de las provincias y se decantaron por un modelo más centralizado y más acorde con los ideales de concentración de poder propios de los regímenes caudillistas.

     No fue sino hasta la Constitución de 1864 cuando se vislumbró nuevamente el modelo de Estado Federal que promueve la descentralización de poder. Sin embargo, dicha descentralización tampoco fue definitiva y estuvo en constante pugna con el modelo centralista, de modo que se ha producido, a lo largo de la historia constitucional venezolana una gran tesitura entre las ideas unitarias y las ideas de descentralización territorial y funcional. Destacó indudablemente el esfuerzo llevado a cabo durante la vigencia de la Constitución de 1961, cuando se trató de profundizar el Estado Federal, entendido como la repartición territorial y funcional de poderes entre las distintas entidades político territoriales: la República, los Estados y los Municipios.

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