Caminata Caracas – Washington
Perdida en el recuerdo de las hazañas deportivas venezolanas se encuentra la extraordinaria caminata que emprendieron hace 88 años tres integrantes del movimiento scout venezolano, entre enero de 1935 y junio de 1937, para cubrir la distancia de aproximadamente 14 mil kilómetros entre la plaza Bolívar de Caracas y las escalinatas del Capitolio de la capital de Estados Unidos. Bajo el lema de “Llegaremos a Washington o moriremos”, el zuliano Rafael Ángel Petit y el español Juan Carmona lograron completar el difícil recorrido en casi 30 meses. En 1955, al cumplirse los primeros veinte años del “raid pedestre”, el periodista zuliano Alejandro Borges, conocido en el ambiente de la crónica deportiva como “El de las Gafas”, dedicó a la gesta un interesante reportaje en la revista “Venezuela Gráfica”, el cual transcribimos a continuación.
Por Alejandro Borges (El de las Gafas)
Los valientes exploradores, Petit (izq.) y Carmona fotografiados durante su paso por San José de Costa Rica, en 1935.
“Cuatro lustros se cumplieron el domingo 18 de junio de la culminación de la extraordinaria hazaña cumplida por dos exploradores venezolanos que transitaron por los caminos de 10 países de las tres Américas, partiendo desde la Plaza Bolívar de Caracas, para terminar su odisea en las escalinatas del Capitolio, de Washington, en cuyo largo e intrincado recorrido emplearon 29 meses y cinco días.
Los héroes de esta jornada inolvidable fueron el venezolano Rafael Ángel Petit y el español Juan Carmona, quienes en compañía del libanés Jaime Rohl iniciaron su gira pedestre, única en la historia del scoutismo venezolano, una fría mañana del 11 de enero de 1935, desertando Jaime Roll, que fue el organizador de la misma, en la ciudad de Bogotá.
Anteriormente, en la ciudad colombiana de Bucaramanga, el español Carmona, por desavenencias con Roll, siguió solo su camino atravesando la región del Chocó y la costa de San Blas, que unen a Colombia con Panamá, haciendo luego lo mismo Petit, quien se reunió con Carmona en la ciudad panameña de Colón, donde éste estaba hospitalizado, gravemente enfermo de una pierna, infestada por la picada de una mosca dañina en las selvas del Chocó. Sanado el español de su dolencia, emprendió nuevamente la gira en compañía de Petit, para no separarse más hasta dejar fielmente cumplida su palabra de llegar a Washington. Hacer un recuento minucioso del itinerario cumplido por estos audaces jóvenes, a través de innúmeras regiones que visitaron y de los sinsabores y vicisitudes que confrontaron, sería harto prolijo, pues solo cabe la historia de esta fantástica aventura en las páginas de un voluminoso libro, tal como lo tiene preparado desde entonces Rafael Ángel Petit, con lujo de detalles y gráficas, que se propone publicar dentro de poco y cuya lectura, estamos seguros, apasionará a millares de lectores aficionados a esta clase de libros de tipo autobiográfico.
A la distancia de veinte años de esa memorable hazaña que rubricaron un español, Juan Carmona, que ahora reside en Chile, y un venezolano, Rafael Ángel Petit, que actualmente vive en Caracas con su esposa y sus dos hijos, entregado a sus labores de instructor de cultura física escolar, el recuerdo de esa jira pedestre, de la cual se hizo eco toda la prensa continental de aquella fecha, cobra rasgos de singular importancia en la actualidad.
Nuestra intención al rememorar esa odisea cumplida por dos mensajeros de Buena Voluntad que Venezuela envió a Estados Unidos, es refrescar los recuerdos de las gentes de esa época y de ofrecerla como un ejemplo de temple viril y de esfuerzo sobrehumano a las generaciones presentes. Admirable en tono superlativo es el valor y el coraje que desplegaron a todo lo largo y ancho de la ruta que cubrieron estos dos excursionistas, salvando con inquebrantable voluntad todos los obstáculos y penalidades que les salieron al paso en su trayectoria por selvas, montañas, ríos, lagos y caminos plagados de peligros de toda clase, animados por una sola consigna: “Llegaremos a Washington o moriremos con gusto”, que les sirvió de escudo para coronar con éxito sus aspiraciones.
Los gloriosos caminantes recorrieron 14.000 kilómetros en un lapso de casi 30 meses, firmes en su propósito de salir avante en su arriesgada misión, reponiéndose prontamente a los desmayos, soportando estoicamente las penurias del largo viaje, alimentándose de yerbas en algunas ocasiones en que carecían del bastimento necesario en sus rutas por despoblados, enfrentándose a indígenas semisalvajes en poblaciones fuera del alcance de la civilización, sufriendo humillaciones de guerrilleros montaraces que los, tomaban como enemigos enconados, en su travesía por las regiones de Centro América y, en fin, toda una serie de calamidades que solo la moral física de que estaban superdotados y la audacia de la juventud que los distinguía, pudo vencer de una manera radical.
Particularmente nos vamos a referir al venezolano Rafael Ángel Petit, que ha escrito sus memorias de esa extraordinaria aventura, las que hemos tenido la oportunidad de leer, y en las que se revelan detalles ignorados de la misma, tan interesantes que parecen arrancados de las páginas de una de esas novelas del gran narrador de viajes fantásticos Emilio Salgari.
La introducción del libro de Petit a que hemos aludido, tiene como presentación la siguiente leyenda:
Foto tomada en la Plaza Bolívar de Caracas, la mañana del 11 de enero de 1935, día de la partida de los scouts Petit y Carmona.
Audaz y arriesgado viaje a pie desde Caracas, capital de Venezuela, a Washington D. C., capital de Estados Unidos del Norte. Dos y medio años a través de Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El salvador, Guatemala y México. 20 meses y cinco días para unir caminando las tres Américas.
Y después este preámbulo: “14 mil kilómetros a pie atravesando páramos, selvas vírgenes, regiones desiertas e infestadas, ríos y lagos. Dos años, cinco meses y cinco días soportando hambre, sed, plaga y enfrentando a las fieras, durmiendo en las copas de los árboles para protegernos de los animales feroces. Comiendo hasta mono crudo para no morirnos de inanición y bebiendo agua insalubre para aplacar la sed insoportable. Una increíble e inolvidable historia, en la que el honor de la palabra empeñada pudo más que las inclemencias del tiempo y de la abrupta naturaleza.
Dejemos que Rafael Ángel Petit nos cuente en lenguaje sencillo una parte de las aventuras que corrió él durante la travesura del Chocó colombiano y la costa de San Blas:
Salí de Bogotá sin un centavo, medicinas ni armas, por un pueblo llamado Madrid, pasando Facatativá, Camboa y Armero, por buena carretera, viéndome obligado a internarme por el Líbano y Manizales, pues mi compañero Carmona me había precedido en el viaje, debiendo hacer un rodeo muy largo para no pasar por donde él lo había hecho. De Manizales salí por Salamina, Pacora, Aguadas, Fredonia, Caldas y Medellín; en esta ciudad me quedé 15 días haciendo diligencias para ver si conseguía medicinas y alguna arma. pues esa era la última ciudad que visitaría antes de internarme en el Chocó, pero desgraciadamente nada conseguí, y como carecía de dinero y no podía equiparme como era debido, algunos venezolanos residenciados en la citada ciudad me aconsejaron que desistiera del viaje, porque ellos estimaban que la travesía del Chocó significaba una muerte segura.
Unos días antes de salir de Medellín se corrió el rumor de que mi compañero Juan Carmona había muerto en la selva del Chocó atacado por fiebres, pero esta desagradable noticia no me desanimó, pues estaba resuelto a morir antes de dar un paso atrás. A última hora y viendo mi irrevocable decisión de seguir adelante, uno de mis paisanos me regaló un revólver, pero sin recursos económicos y sin medicinas partí de Medellín con dirección al famoso Chocó. Penetré por Sopetrán, Frantino, Cañas Gordas y Dabaibo, primer pueblo indígena. Desde Medellín a esta población hay una carretera muy regular que es la que piensa el gobierno sacar al Golfo de Urabá y la cual nombran Carretera del Mar. De este pueblo seguí a Pavarandocito por un camino malo que se hizo peor aún hasta Turbo (Golfo de Urabá), empleando cuatro días en ese recorrido, pues cuando menos había lodo que me llegaba a las rodillas y no se ve el sol debido a las constantes lluvias. De Turbo tuve que ir costeando todo el Golfo de Urabá y cuando llegué a la boca del río Atrato me vi obligado a fabricar una balsa, pues en esa parte el río es muy ancho, siendo su parte más angosta de 50 metros. En la balsa pasé grandes peligros, pues la mayoría de las veces me mantenía con el agua a la cintura y además me azotaba la lluvia. En ese trayecto el primer pueblo que encontré fue a Sautata, que es un ingenio azucarero y en el cual todos los trabajadores son indígenas. De aquí seguí por las regiones de Arquí, Cutí, Cuqué, Tanela, Titimuati y Arcadí, último pueblo colombiano, continuando mi viaje a Puerto Obadía, que es territorio panameño fronterizo con Colombia. De este pueblo salí al día siguiente, no sin antes aconsejarme el señor Alcalde que o me internase en la costa de San Blas, pues era difícil saliera con vida, pero para mí era ya imposible regresar. Me había hecho el propósito de llegar a la meta y llegaré, sí Dios no dispone otra cosa. E toda la costa de San Blas hasta la ciudad de Colón no se consigue un hombre blanco, pues todos son negros e indios. Un día entero caminé para legar a Pumet, en cuyo pueblo hay una plantación bananera donde solo trabajan indios de San Blas, pues no dejan ellos que laboren allí los blancos. Esta plantación pertenece a la United Fruit.
Continué mi caminata por muchos pueblos y villorios de orígen indígena cuyos nombres indefectiblemente terminan en “dí: Sacardí, Ligandí, Fortogandí y muchos más. Hasta llegar a Tigu, donde me informaron que es feroz la condición de sus habitantes, diciéndome que allí un destacamento de 40 policías, en un día de rebelión, los hicieron pedazos, ultimándolos a todos. Sin embargo, en Tigu los indios no me molestaron en lo más mínimo”.
Mientras estuve en la costa de San Blas la mayoría de las veces me vi obligado a dormir en las copas de los árboles y cuando menos lo esperaba, disfrutando de las delicias del sueño, me despertaba un fuerte aguacero, viéndome en la necesidad de cambiarme a otro sitio. Esto sucedía por las noches, dos o tres veces. El primer pueblo, después de pasar la costa de San Blas, es el de Santa Isabel, donde me atendieron muy bien. Después seguí por Palenque, María Chiquita, Puerto Pilón, Cativa y Colón, transitando entre los tres últimos nombrados con el barro más arriba de las rodillas. En Colón supe que el español Juan Carmona se encontraba desde hacía una semana enfermo de una pierna y estaba hospitalizado. Lo visité y después de mucho discutir llegamos al acuerdo de que yo lo esperaría para que continuáramos juntos la jira. Como a los cinco días de habver llegado a Colón me atacó una fuerte fiebre de 40 grados, la que me hizo delirar, pero a Dios gracias no más me duró tres días. Yo sabía que tebía que sucederme eso y me había extrañado que no me huboera ocurrido durante el camino, ya que de Caracas a Colón no supe lo que fue un dolor de cabeza.
El 16 de junio de 1937, en las escalinatas del Capitolio de Washington, son recibidos los gloriosos caminantes por el Dr. Diógenes Escalante, embajador de Venezuela en los Estados Unidos.
Este patético relato que nos hace Petit de su paso por el Chocó colombiano y por la costa de San Blas, es una pequeña fracción de la narración que hace en su libro de todos los percances que le ocurrieron a él y a su valiente compañero Juan Carmona en toso el recorrido de caracas a Washington, documento real que, repetimos, tiene una gran importancia y será recibido con sumo interés por los que gustan de estas narraciones auténticas de viajes y aventuras.
Han pasado 20 años de esta inolviodable hazaña, muy difícil de repetirse en estas t ioerras de América en la forma como lo hicieropn estos dos jóvenes que honran a los Scouts venezolanos. Ahora Juan Carmona, con 47 añosm de edad, y Petit con 42 años, aquel en las lejanas tierras chilenas donde fijó su resuidencia y el venezolano en su propia patria, destejerán el hilo de sus recuierdos, hojearán una vez más el album que contiene la historia de esa fantástica aventura, para gozar evocando los años mozos y ponerar ellos mismos, la audacia, el valor, el coraje y la voluntad que los indujo a emprensar una cosa que parecía imposible y que ellos lograron culminarla con todas las penurias, peligros y amarguras que significa recorrer a pie catorce mil kilómetros que encuadram la geografía de diez países del continente americano.
Aquí en Caracas, Rafael Ángel Petit, fiel a su devoción por las cosas grandes, emplea su tiempo en formar cuerpos sanos y vigorosos por medio de la cultura física en los planteles educacionales, mientras en la apacibilidad de su modesto hogar goza de las delicias del afecto de su dulce y abnegada esposa y de sus dos hijos, ya crecidos, habidos de esa unión entre dos seres felices, merecedores de los mayores respetos y consideraciones”.
FUENTE CONSULTADA
- Venezuela Gráfica. Caracas, enero de 1957
Comentarios recientes