Vida doméstica caraqueña

Vida doméstica caraqueña

Las mujeres caraqueñas realizan el lavado de ropa en las orillas de los ríos.

Las mujeres caraqueñas realizan el lavado de ropa en las orillas de los ríos.

     El periodista estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911), autor del libro Venezuela, país de eterno verano (1896), dejó escrito que una “buena casa”, con todas las comodidades cuya construcción fuese de material consistente podía costar entre veinte o veinticinco mil dólares, “y dura para siempre”. Resaltó que en las casas no había estufa ni calefacción y que el combustible para cocinar era el carbón.

     En cuanto a la cantidad de criados o sirvientes utilizados para atender los quehaceres hogareños, en especial en los hogares de la gente de mayores recursos económicos, en lo referente a este aspecto subrayó que: “En Venezuela se necesitan más criados que en nuestro país o en Europa, y no están bien educados, pero su paga es mucho menor”.

     Indicó que se podía contratar personas para el servicio doméstico por sumas muy bajas. Si eran hombres los que se contrataban para mayordomos, cocineros o criado la paga era de siete u ocho dólares al mes. En cuanto al lavado de la ropa observó que la realizaban las mujeres a orillas de los ríos. “Transportan la ropa en cestas sobre sus cabezas, en camino y de vuelta, la lavan en el agua fría de la corriente, la baten contra las piedras hasta casi acabar con los botones y la extienden sobre la grama a escurrirse”. Constató que en las casas se lavaba utilizando bateas y agua caliente, pero en toda Venezuela no hay nada que se parezca a un tendedero ni a una tabla de lavar”. Agregó que en el patio trasero de algunas casas había un estanque preparado con piedras y cemento. En él se lavaba la ropa y había piedras de gran tamaño similares a las balas de cañón o a una auyama en las que se tendía la ropa para que se secara. En cuanto a este hábito escribió: “Algunos norteamericanos han intentado introducir repetidas veces máquinas de lavar y tendederos, pero es imposible inducir a las mujeres a usarlos, pues prefieren sus propios y embarazosos métodos”.

     Según su particular visión de los trabajadores añadió que, existía un inveterado temor a las innovaciones, “particularmente contra las máquinas y los artefactos que suavizan el trabajo”.

     En este orden de ideas, expresó que no había manera de convencer a un peón que, en vez de llevar muebles pesados y baúles entre dos hombres con una especie de andas, sostenidas sobre sus hombros, utilizaran carretillas. Otro ejemplo que ofreció de lo que denominó miedo a las innovaciones fue el de los instrumentos de trabajo utilizados por quienes araban la tierra. Así, ratificó que los agricultores del lugar trabajaban la tierra con un palo curvo provisto de un mango, “exactamente como lo hacían los egipcios en tiempo de Moisés y nada puede inducirlos a adoptar el moderno asador de acero de dos mangos”.

En la Caracas del siglo XIX se podía contratar personas para el servicio doméstico por sumas de dinero muy bajas.

En la Caracas del siglo XIX se podía contratar personas para el servicio doméstico por sumas de dinero muy bajas.

     Ante esta circunstancia agregó que Antonio Guzmán Blanco había buscado la manera de introducir nuevas y modernas tecnologías que redundaran en una mayor productividad, no sólo en el campo sino en otras áreas de vital interés. Se mostró convencido que ese espíritu temeroso de innovaciones serviría para explicar porque aún el café y el azúcar se transportaban a lomo de mula. Se mostró sorprendido de esta modalidad de transporte y que no se hiciera uso del ferrocarril, además que se pagara con monedas y no con cheques para hacer transacciones comerciales, “y esconden el dinero debajo de troncos viejos o en las hendiduras de los techos, en lugar de depositarlo en los bancos para ganar intereses y aumentar el circulante”.

     En su descripción sumó el que ni obreros ni mecánicos tuvieran idea del trabajo mecanizado. En lo que se refiere al trabajo con la madera y la ebanistería se llevaba a cabo de forma manual.

     No dejó de destacar la inexistencia de un taller de cepillado o una fábrica de marcos o de ventanas, así como que todos los muebles y gabinetes estuviesen elaborados de la misma manera. “Siempre se encontrará uno con que las cerraduras están colocadas en el marco o que la cuenca del pestillo está atornillada a la puerta o que los cerrojos están invariablemente invertidos”. Agregó que cuando se llamaba la atención sobre esta costumbre la respuesta recibida era que hacerlo de tal modo era una costumbre venezolana.

     Observó cómo era el proceso para la construcción de las casas. En este sentido agregó que, cuando se edificaba una casa, lo fuera de un piso o dos, se levantaban primero las paredes de mayor grosor al nivel mayor de altura y luego se perforaban para introducir los extremos de las vigas y de las maderas de los pisos. “A un constructor jamás se le ocurriría pensar que sería mucho más fácil colocar las maderas en los muros a medida que se dispongan los ladrillos”.

     En su reseña, Curtis no parece haber dejado ningún cabo suelto acerca de las dificultades para hablar de Caracas y de Venezuela en términos de un país moderno y con aspiraciones de civilización. Sumó a sus consideraciones lo relacionado con las criadas y el trabajo que debían desarrollar en las casas donde eran contratados sus servicios. “Al emplear una nueva criada, el patrón deberá instruirla en todos sus deberes el primer día”. Sumó a esta consideración que estas instrucciones le servirían para llevar a cabo sus tareas en los días subsiguientes, sin alteración alguna. 

     Para ratificar esta disposición, contó que al llegar al hotel donde se hospedaba desde su llegada a Caracas, pidió un vaso de leche. A los días siguientes, se lo volvían a llevar a pesar de haber advertido que no quería leche, pero continuaban llevándoselo.

     De manera inmediata escribió que el hotel, que le servía de morada, contaba con timbres eléctricos para comunicarse con los criados. Dejó anotado que el primer día hizo un pedido y un muchacho había cumplido con llevárselo. Sin embargo, a la siguiente mañana volvió a utilizar el timbre para ser atendido un requerimiento de su parte. Pero nadie había contestado al llamado. Al ver que no atendían a su llamado, decidió dirigirse al comedor donde encontró a media docena de criados allí reunidos. Ante esto escribió:

– ¿Es que acaso no escucharon mi llamada? -, pregunté.

– Si señor -, fue la respuesta.

– ¿Entonces por qué no acudieron?

– El muchacho que atiende las llamadas de su excelencia fue al mercado con el amo.

– Pero ustedes sabían que no estaba y han debido de venir en su lugar.

– No, señor, ésa es su ocupación. “Yo contesto las llamadas del caballero del cuarto vecino””.

En los alrededores de la Plaza Bolívar se pueden apreciar diversas edificaciones de interés, entre ellas, la Casa Amarilla, la Catedral y el Capitolio.

En los alrededores de la Plaza Bolívar se pueden apreciar diversas edificaciones de interés, entre ellas, la Casa Amarilla, la Catedral y el Capitolio.

     A Curtis le pareció irritante esta actitud. Agregó que mientras permaneció en el hotel tuvo que ser objeto de tal costumbre y que, por más intentos realizados, nunca logró ser atendido por otra persona distinta a la asignada para él. Algo parecido le sucedió con el desayuno que le era llevado a su habitación por parte de una nativa llamada Paula. En este sentido, recordó que un día, cuando se preparaba para ir de excursión, decidió dirigirse al comedor a las seis de la mañana. Aunque estaban algunos criados, ninguno le satisfizo su petición porque no lo tenían asignado como huésped a atender. En esa oportunidad fueron a levantar de la cama a Paula para que le sirviera su desayuno. “Era su oficio llevarme café y ningún otro criado lo habría hecho. Pero, en general, aparte de esta terca adhesión a la costumbre, los criados son honestos, dóciles y obedientes. Paula era especialmente merecedora y solícita, y el aire majestuoso con que se movía, era gracioso”.

     A propósito de edificaciones sacralizadas en Caracas mencionó el caso de un “viejo edificio” que rememoraba el pasado patriota de los venezolanos. Describió que una de sus fachadas daba a la Plaza Bolívar y que desde sus ventanas podía verse la antigua catedral, una estatua ecuestre del Libertador, cincelada con un procedimiento similar a la estructurada en honor a Andrew Jackson al frente de la Casa Blanca en Washington, y la Casa Amarilla en la que habita Antonio Guzmán Blanco. Agregó que opuesto a la portada oeste del edificio, se encontraba el Palacio Federal o Capitolio donde se reunía el congreso y se llevaban a cabo ceremonias oficiales. “Actualmente es el Cabildo de la ciudad, asiento del gobierno municipal, pero solía ser la residencia del gobernador cuando el país era colonia de España”.

     Bajo este contexto pasó a narrar lo acontecido el 5 de julio de 1811 en un capítulo denominado “La cuna de la Independencia suramericana”. Luego de describir la parte interna de esta edificación y lo que en ella se encontraba, relacionado con la historia política del país, pasó a reseñar cómo eran los matrimonios civiles en el país, siendo Guzmán Blanco presidente. Expuso que el rito civil del matrimonio era el único legalmente reconocido por el gobierno venezolano, “aunque casi todo el mundo acude después a la Iglesia para que el sacerdote santifique la boda”.

     Presentó a sus potenciales lectores que el gobernador del distrito, los jueces de las cortes, los jueces de paz y algunos otros magistrados estaban autorizados para celebrar la ceremonia, aunque todos los actos matrimoniales debían hacerse en estas instalaciones y los padres o testigos escogidos deben firmar el acta de matrimonio. 

El presidente Antonio Guzmán Blanco introdujo nuevas y modernas tecnologías que redundaron en una mayor productividad, no sólo en el campo sino en otras áreas de vital interés.

El presidente Antonio Guzmán Blanco introdujo nuevas y modernas tecnologías que redundaron en una mayor productividad, no sólo en el campo sino en otras áreas de vital interés.

     Contó que antes de la realización de la ceremonia, se debía adquirir una licencia en el registro principal de la ciudad y que se colocaba un aviso público por el lapso de diez días. En la parte de afuera del edificio se instalaba una cartelera en la cual se daban a conocer las uniones maritales que se realizarían, “y los que pasan por la calle, invariablemente se detienen a ver cuál de sus amigos espera verse ´amarrado´”.

     De acuerdo con su narración, ya pasados los diez días la pareja casamentera acudía con elegantes atuendos y en compañía de amigos o allegados. “Luego van a la iglesia. La hora preferida para los matrimonios es las nueve de la mañana o temprano al anochecer, y generalmente hay una multitud de curiosos reunidos a las puertas esperando ver el cortejo”.

     Comparó este ceremonial con los realizados y practicados en los Estados Unidos de los que vio gran similitud. El juez, el gobernador, o quien estuviera en el acto leía primero los contenidos de la ley a los contrayentes. De inmediato se pasaba a leer la licencia que ofrecía el aspecto legal del ceremonial. En ella se estampaba la edad, el lugar de nacimiento y el oficio o profesión de los contrayentes. Luego los novios juraban cumplir con lo estipulado en la ley, al igual que los padres o los testigos.

     Luego de terminar con esta formalidad legal el juez o gobernador se llevaba aparte a la novia a quien preguntaba si estaba actuando de manera independiente y no coaccionada por otros. En caso de responder NO procedía a preguntar al novio y le ofrecía la posibilidad de retractarse si así lo deseaba. Luego, con la anuencia de los novios, los declaraba marido y mujer. Según lo que observó, indicó que en algunas ocasiones el juez besaba a la novia. “Esto depende de las circunstancias. Si la conoce bien y si es bonita, entonces le da un saludo, como ellos dicen; y por lo general hay muchos saludos y sollozos y enjugarse las lágrimas entre las mujeres, mientras que los hombres se abrazan y se dicen ¡Amigo! ¡Amigo! Uno al otro, lo que significa lo mismo en inglés”.

El cojo ilustrado

El cojo ilustrado

Considerada como la mejor revista cultural latinoamericana de su época, El Cojo Ilustrado marcó una etapa en la vida literaria y artística de Venezuela; fue característica suya una impecable presentación gráfica. Fue la primera publicación del país, donde se utilizaba un taller de fotograbado mecánico en su reproducción. Circuló entre 1892 y 1915.

Por Hermann Garmendia*

Jesús María Herrera Irigoyen, empresario, socio de Manuel Echezuria en la fábrica de cigarrillos El Cojo (1882), funda en 1892, junto con Echezuria, la revista El Cojo Ilustrado, cuya dirección asume desde el primer número hasta la desaparición de la revista el 1 de abril de 1915.

Jesús María Herrera Irigoyen, empresario, socio de Manuel Echezuria en la fábrica de cigarrillos El Cojo (1882), funda en 1892, junto con Echezuria, la revista El Cojo Ilustrado, cuya dirección asume desde el primer número hasta la desaparición de la revista el 1 de abril de 1915.

     Quizás sean escasos los venezolanos que no hayan escuchado referencias de “El Cojo Ilustrado” y de su significación en la historia de nuestras letras. La publicación, recargada de ilustraciones retorcidas, quizás sea la única manifestación de fin de siglo que no halla inspirado diatribas humorísticas entre los contemporáneos. Casi todas las expresiones del siglo pasado han sido inventariadas, irreverentemente. Los bigotazos mosqueteriles de sus poetas, la palidez de las damas, los juegos de salón, los gestos de los políticos y toda esa moda rococó que el general Antonio Guzmán Blanco puso en boga en Caracas copiada de la Francia del Segundo Imperio y de la Inglaterra victoriana, han dado tópico para más de una risueña invectiva. Pero “El Cojo Ilustrado”, inspira las respetuosas apreciaciones que sugieren las instituciones útiles que le dieron brillo al país.

     “El Cojo Ilustrado”, llevando sus mensajes a los pueblos más extraviados de Venezuela, duró poco menos de un cuarto de siglo (1892-1915), con una vida próspera y feliz. No afrontó momentos de adversidad, ni crisis económica, ni desajustes en los comandos de la dirección. Casi todas las revistas que surgieron paralelas a su existencia, tuvieron un destino común: el del meteoro que brilla momentáneamente, deja una huella luminosa y luego se extinguen en el vacío. Tal “Cosmópolis”, donde puso su empeño constructivo Pedro Emilio Coll. Nacían de un lírico y momentáneo impulso desinteresado, del seno de algunos escritores afines en tendencias, dispuestos a propagar sus credos literarios. Como de una consunción vital moría prematuramente la publicación como siguiendo aquella ley de que la llama que arde de prisa es la primera en apagarse.

     Según don Santiago Key Ayala, “El Cojo Ilustrado” vino al mundo publicitario por un procedimiento inverso al de las otras revistas de su misma índole. Justamente aquí radicó la clave de su éxito. Su cuna fue humildísima, como la de cualquier arrapiezo callejero. En efecto: nació como la humilde flor publicitaria de una fábrica de cigarrillos criollos que estaban humeando por la boca de todos los caraqueños. El dueño de la popular fábrica –el señor Manuel María Echezuria– andaba por las calles de Caracas repartiendo saludos y simpatías. Los pitillos empezaron a llamarse espontáneamente “Cigarrillos el Cojo”.

     El suceso de la aparición de “El Cojo Ilustrado” lo ubica Key Ayala en 1881: periodiquillo de cuatro páginas, en papel satinado, lleno de fáciles conseciones al gusto del público en chascarrillos y amenidades de fin de siglo. Un poeta bohemio, al redactarlo ganaba lo suficiente para su ración de roncitos en los tarantines de su predilección, recitando versos románticos.

     Hubo un tiempo en que la Empresa Cigarrillera floreció en buenos dividendos y se transformó pomposamente en la firma comercial de J. M. Irigoyen & Compañía y entonces, el periodiquillo travieso y burlón, pronto adquirió gran tamaño. Sentado en su mesa de dirección Manuel Revenga, hombre de saludable sensibilidad literaria le comunicó los primeros impulsos.

El Cojo Ilustrado circuló entre 1892 y 1915, con frecuencia quincenal. Es considerada la mejor revista cultural latinoamericana de su época. Fue la primera publicación del país, donde se utilizaba un taller de fotograbado mecánico en su reproducción.

El Cojo Ilustrado circuló entre 1892 y 1915, con frecuencia quincenal. Es considerada la mejor revista cultural latinoamericana de su época. Fue la primera publicación del país, donde se utilizaba un taller de fotograbado mecánico en su reproducción.

     Es, durante aquel tiempo, cuando se opera un curioso fenómeno en el siempre contradictorio mundo de las letras. Toda la efervecencia literaria del momento corre, en busca de su cauce, hacia aquel delta anchuroso, donde desembocaban, confundiéndose en una sola aspiración de cultura, las más disímiles corrientes del pensamiento en la persona de los escritores más notables de la época. Coexistían en aquellas columnas los viejos académicos del general Guzmán Blanco –ya calvos y abuelos– y quienes, jóvenes, expresaban ideas de renovación literaria, contrarias a la tradición expresada por los abizcochados académicos. Tal ciscunstacia liberal le imprimia animación a las páginas de “El Cojo Ilustrado”, imparcial y acogedor, con gran sentido de selección en la discriminación del material. Ya orientados firmemente en la vida literaria, espigaban José Gil Fortoul, Lisandro Alvarado, Pedro Emilio Coll, la novísima generación por la que empezaba a sentir debilidades su director Revenga.

     Ante el éxito de la publicación, ante su interna armonía, cabría preguntarse: ¿Qué voluntad, cuál carácter vigilaba la dinámica por encima de aquella gran empresa de cultura nacional? Según los conocedores de las íntimas palpitaciones de “El Cojo”, quien realizó tal milagro de estabilidad fue Don Jesús María Herrera Irigoyen. No fue un accidente en la Revista: fue su nervadura central. El milagro lo realizó la circunstancia de un gran carácter. Don Jesús María poseía un temperamento emoliente pero firme para evitar las rozaduras entre colaboradores de espíritu opuesto y personificaba un meticuloso orden de boticario. Por lecturas y referencias que tenemos a mano, la primera condición que reunía el director de la Empresa era su mística por no desajustar el orden del ambiente, por no contribuir con complacencias al descrédito de la revista. De ahí surge un pintoresco anecdotario. Porque una voluntad regida por normas tan concluyentes, tenía que chocar con el desorden de los poetas y escritores que formaban el cortejo de colaboración.

     La mística por el orden y la responsabilidad de Don Jesús María envolvió hasta los humildes cajistas de la imprenta. 

     Sabían los obreros acordarse oportunamente de la ortografía que olvidaban los grandes literatos o los empinados funcionarios del gobierno que expedían sus comunicados oficiales. Los cajistas desde sus componedores se sentían identificados con el prestigio de la revista como abejas unánimes en defender las excelencias del panal. En este tiempo de acelerados linotipos y superficial corrección de pruebas, cuesta trabajo creer que la omisión de una simple coma, provocara en los Talleres una serie de complicadas averiguaciones para ubicar al responsable del error y multarlo.

     Porque la corrección de pruebas alcanzaba la solemnidad de un rito: la responsabilidad de un sacerdocio irreprochable. Don Jesús María era el más alto tribunal. En el orden de sus archivos guardaba todas las etapas de la corrección con el fin de deslindar responsabilidades en caso de un error.

Manuel María Echezuria fue uno de los accionistas fundadores de la revista; su condición física (era cojo) dio parte del nombre a la revista y lo de Ilustrado se debió a las excelentes y llamativas imágenes que se presentaban en la publicación.

Manuel María Echezuria fue uno de los accionistas fundadores de la revista; su condición física (era cojo) dio parte del nombre a la revista y lo de Ilustrado se debió a las excelentes y llamativas imágenes que se presentaban en la publicación.

     Si como comentan los biógrafos de Balzac, alguna vez los cajistas de París se negaron a parar sus originales por lo que solía añadirle o quitarle, los tipógrafos de “El Cojo Ilustrado” veían con suma complacencia los “destrozos que algunos escritores hacen de sus pruebas”.

     Pensaban los obreros que el autor, al mejorar su texto, contribuía al realce de la revista. ¿No tiene todo esto un plácido sabor de edad de oro?

     Don Felipe Tejera, desde su severidad académica, motejó a don Jesús María de “Tirano” en sentido juguetón. Pero el director era un psicólogo. Tanto para desvirtuar la tesis de su “tiranía” como para abrir la espita del humorismo entre sus agudos colaboradores, tuvo una pintoresca idea original. Organizó un álbum para que allí escribieran sus colaboradores todo “lo malo que pensaran de él”.

     Le debemos a don Eduardo Carreño haber salvado para la posteridad algunas de esas pintorescas invectivas. Pedro Emilio Coll dejó estampado allí: “Sospecho que el señor Herrera oculta bajo su calva comercial un germen de chifladura literaria; aún más, creo que en el mayor secreto escribe poemas decadentes.

     Acaso su más grande ideal es ser colaborador de “El Cojo Ilustrado”; desgraciadamente, el severo director no quiere aceptarle sus versos. . . porque son muy malos”. Y Francisco de Sales Pérez:

Si ponéis en infusión
una libra de quinina,
un caribe, un escorpión,
una garra de león,
un colmillo de pantera,
y un frasco de ají chirel,
la suegra más dura y fiera,
tendréis un retrato fiel
de la sonrisa de Herrera

     Y, Alejandro Fernández García, “Este álbum es una nueva demostración de la vanidad del señor Herrera Irigoyen, quien, cansado como las viejas coquetas del rumor de las alabanzas, quiere escuchar ahora la voluptuosa acrimonia de los dicterios”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 2 de agosto de 1958; Página 50
Historia de la iglesia de San Francisco

Historia de la iglesia de San Francisco

Su nombre real es «Iglesia de la Inmaculada Concepción», pero por el hecho de haber estado ahí los Sacerdotes Franciscanos, se le ha llamado desde hace varios siglos “Iglesia de San Francisco”, dando nombre incluso a la esquina en donde se encuentra ubicada, en la avenida Universidad, en el casco central de Caracas. En 1956, esta edificación fue declarada Monumento Nacional.

Por José Manuel Castillo

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

     “Por documento existente en la antigua Contaduría Matriz de Caracas, se sabe que los frailes franciscanos llegaron a esta ciudad en julio de 1577, con orden expresa del rey Felipe II, de fundar un Convento cuya construcción costearía el real Erario.

     También existe una referencia próxima de la fundación del Templo de la inmaculada y convento de San Francisco, hecha por el 1583, en la que el entonces gobernador, Don Juan de Pimentel, decía: “En esta Ciudad de Santiago de León, hay un Monasterio de San Francisco de tapias (no durables), comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal, que vino de Santo Domingo con otros frailes, tres años al dicho efecto, en cuya fundación hallóle Fray Francisco de Arta, Comisario que por orden de Su Majestad vino con siete religiosos, y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”.

     El de San Francisco fue el segundo convento fundado en Caracas; y al templo construido junto a él, se le dio por nombre, la Inmaculada Concepción.  

     De manera pues, que la auténtica denominación del hoy llamado templo de San Francisco es el de la “Inmaculada Concepción”, por ser esta, el Titular con que fue erigida dicha iglesia, prueba palpable de ello es, que la imagen matriz del Retablo Mayor, es de la Inmaculada; y de las tres estatuas que exornan la fachada, es la misma virgen, la que ocupa la repisa central.

     Fue una de esas transformaciones impensadas, tan propias de la índole venezolana, que se dio en llamar templo de San Francisco a dicha iglesia, por haberla fundado y servirla, los frailes franciscanos, hecho este, que bastaba por sí solo para darle ese apelativo. Mas como la costumbre se hace ley, usaremos la conocida y ya insustituible denominación, para la que fuera en su erección iglesia de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

     Para 1595, era conocido el templo y el convento de San Francisco, que llevaba el título de Máximo, pues llegó a albergar en su recinto, hasta ochenta religiosos. De este, como de los varios conventos que fundaron los Franciscanos en la Provincia de Venezuela, salían los frailes llamados “doctrineros”, encargados de catequizar a los indios.

     Buena parte de los gastos de la fábrica del templo y convento los sufragó la Orden Tercera de San Francisco, Hermandad fundada allí en 1648. Esa Hermandad hizo construir en el testero del templo, una recia bóveda subterránea con nichos en la pared, para enterrar allí a los difuntos miembros de dicha Orden.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

     Del antiguo convento franciscano, se conserva hoy, entre otros, un libro manuscrito existente en la Biblioteca Nacional, que lleva el siguiente encabezamiento “Becerro o Protocolo de las Memorias que sirve este Convento Grande de la Sma. Concepción de Nuestra Señora de esta Ciudad de Caracas, mandado hacer el año de 1773; hojado, formado y escrito, por Fray Manuel de Jesús Nazareno, religioso lego. . .”

     El protocolo, Becerro o Libro de Memorias, era uno de los varios Libros que se llevaban en los Conventos y en el que asentaban las dádivas y contribuciones de sus fieles para dotar las Capillas de las Iglesias; patrocinar el culto de una nueva advocación y en general para los menesteres del templo. Dichas memorias contienen también las disposiciones testamentarias de los fieles pudientes que dotaban alguna obra piadosa, o fundaban misas perpetuas o conmemoraciones religiosas anuales.

     Las tres estatuas de mármol que exornan aun la fachada de San Francisco, datan de 1655 y fueron donadas al templo por el castellano Don Juan de Agudelo.

     Dichos mármoles corresponden a la Inmaculada, Titular de la iglesia; a San Juan Bautista, santo del nombre del donante; y a San Francisco, patrón de la referida fundación. Diversos hechos históricos han ocurrido en el templo y convento de San Francisco, conservándose de ellos, preciadas reliquias o gloriosos recuerdos. . . 

     En las bóvedas del templo, reposan entre los otros notables de la época, los restos del penúltimo Gobernador y Capitán General de la Madre Patria en Venezuela, Don Manuel de Guevara y Vasconcellos, allí depositados en 1806.

     Se conservan también un pedazo de madera, de la Cruz que el Maestro Nazareno llevó sobre sus hombros; y la secular y venerada imagen de la Soledad, cuyos perfiles delicados, despiertan la mística unción de los creyentes, propiciando la educción ingenua de las férvidas plegarias.

     La comunidad franciscana que además del convento, hacía el servicio del templo, se disolvió en 1893, fecha en que un drástico decreto ejecutivo, hizo cerrar las puertas del Convento. Erigióse entonces el templo en Iglesia Secular, quedando al cuidado de un fraile llamado Carlos de Arrambide, quien estuvo en ella hasta 1882, fecha de su muerte. Entonces, pasó a manos del recordado Padre Calixto, quien con ayuda del gobierno hizo la refacción del local, cambiando el primitivo piso de ladrillos por un embaldosado de mármol. Se abrieron dos puertas laterales en el hastial, ya que n o tenía sino una desde su fundación.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

     Después de salidos los frailes del Convento Franciscano, fue instalado en su amplio recinto el célebre Colegio Independencia, fundado por don Feliciano Montenegro Colón, insigne educador venezolano, quien al igual que José Ignacio Paz Castillo, Juan José Mendoza, Agustín Aveledo, Juan Vicente González y muchos otros, contribuyeron eficazmente al desarrollo cultural de Venezuela.

     Más adelante tuvo asiento allí mismo, el Palacio de Justicia, que fue luego trasladado al edificio que hoy ocupa.

     También, durante algún tiempo, el Congreso Nacional, celebró sus sesiones en el local del antiguo Convento Franciscano, hasta que en 1856 separado el Seminario Tridentino de la Real y Pontificia Universidad, creada por real cédula en 1775, pasó ésta a funcionar en los claustros de San Francisco.

     A medida que se normalizó la vida ciudadana, el incremento cultural fue mayor en Venezuela, creándose nuevas cátedras en la Universidad y fundándose Planteles Privados y Nacionales, para atender a los requerimientos educacionales del país. Si no existieran múltiples motivos, solo por el hecho de habérsele otorgado el glorioso título de Libertador a Simón Bolívar, merecería la iglesia de San Francisco, ser tenida como preciosa reliquia histórica.

     En aquel ámbito, donde hasta entonces solo se habían escuchado los acordes de los cánticos piadosos o el rumor de las fervientes oraciones, resonó con claridad desconocida la diana augusta de la Libertad, para anunciar al mundo, la coronación del Hijo Predilecto de la Gloria, Bolívar.

     Ese 14 de octubre de 1813, la Municipalidad caraqueña, presidida por el doctor Cristóbal Mendoza, y en representación del pueblo venezolano, aclamaba a Bolívar, Libertador.

     En aquella ocasión tan singular dijo Bolívar entre otras cosas: . . . “Me aclamáis Capitán General de todos los Ejércitos y Libertador de Venezuela, título más glorioso y satisfactorio para mí, que el cetro de todos los imperios de la tierra. . .” Y luego, en un bello gesto de generosidad y justicia, Bolívar instituyó la “ORDEN DE LOS LIBERTADORES” y condecoró los pechos valientes de Rafael Urdaneta, José Félix Rivas, Vicente Campo Elías, Luciano D’Elhuyar y otros soldados patriotas. . . Así retribuía el Pueblo, los servicios abnegados de sus hijos heroicos y de su Libertador.

     Al año siguiente, el 2 de enero, ese mismo Bolívar a quien el pueblo había aclamado por Libertador, iba de nuevo al recinto Franciscano a hacer la más genuina instauración de principios democráticos, pues siendo Jefe Supremo, daba cuenta del uso de poderes y del grande título con que la Soberanía Popular lo había investido.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

     En esta nueva y memorable ocasión, el corazón del Padre se volcó en pleno en el corazón de su Pueblo, para instarle a escoger sus propios gobernantes; a elegir y disponer soberanamente su propio camino. . . Por eso, las palabras pronunciadas entonces por Bolívar, son un saludable consejo paterno que enrumba y despeja caminos y una sabia admonición para pueblo y gobernantes. . .  “Yo no soy, decía, el Soberano; vuestros representantes deben hacer vuestras Leyes. . . La Hacienda Nacional no es de quien os gobierna. . . Los depositarios de vuestros intereses deben mostraros el uso que han hecho de ellos. . .” Lección de perenne actualidad histórica y social, encierran estas palabras del Libertador.

      Después de los Informes y Cuentas rendidos por conducto de sus ministros, Bolívar rehusó aceptar el oneroso título de Dictador, pues al asumir el mando en calidad de tal, debería cuidar con más esmero de no menguar su primero y glorioso título. Por ello, esa era la más dura prueba de lealtad que exigía el Pueblo a su Libertador, quien, guiado siempre por el más sincero desinterés y el más alto ideal de libertad, supo ser buen Dictador, sin desmedro de su gloria. Fue así, como a través de las más críticas situaciones, nunca abusó en perjuicio ajeno de la patria, del poder omnímodo que se le había otorgado.

     Muerto el Padre Calixto, que fue el último Capellán de San Francisco, pasó el usufructo de dicho templo a manos de los Padre Jesuitas.

     De medio siglo para acá, pocos han sido los hechos dignos de mención histórica, que han ocurrido en San Francisco, contándose con digno relieve la pomposa conmemoración del centenario de la traída de los restos del libertador, efectuada en 1942, bajo la presidencia del general Isaías Medina Angarita.

      Acerca del interés histórico de las lápidas y objetos que se encuentran en las bóvedas de San Francisco; poco es en verdad lo que podemos decir, por no encontrarse en dicho templo, el catálogo de los personajes allí enterrados, que hizo el padre Calixto González; y los Libros de Gobierno de dicha iglesia y del extinguido Convento Franciscano que probablemente reposan en el archivo de la Metropolitana o de la Curia, según nos dio a entender el reverendo padre Pedro Pablo Barnola hace dos años, cuando fuimos en busca de datos para la presente crónica”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Castillo, José, Manuel. “San Francisco”. En: El Nacional. Caracas, 10 de septiembre de 1949; última página
La semana mayor en Caracas – Parte 2

La semana mayor en Caracas – Parte 2

Durante la Semana Mayor en Caracas, la primera procesión salía de la Catedral a las cinco de la tarde.

Durante la Semana Mayor en Caracas, la primera procesión salía de la Catedral a las cinco de la tarde.

     Lo primero que señaló en su obra, el escritor alemán Friedrich Gerstaecker (1816-1872) fue que, era la primera vez que presenciaría, en Suramérica, actos festivos relacionados con la Semana Santa. Sólo en una ocasión había estado, en fechas similares, en la Misión Dolores, cercana a San Francisco, y que por motivos de viaje coincidían con su tránsito por Alta Mar. De lo que vio en Caracas van las líneas siguientes.

     Relató que ya para el día lunes, en medio del sonar de las campanas, recordaban que para los días jueves y viernes santo se daría el inicio de las festividades. Anotó haber presenciado por las calles a las damas con sus “mejores galas” quienes se dirigían a las distintas iglesias, en especial a la Catedral. La primera procesión iniciaba a las cinco de la tarde. Sus integrantes pasaban por el frente del Palacio Arzobispal y luego proseguían su fijo itinerario hasta que, en horas de la noche, regresaban al lugar de donde habían iniciado la marcha.

     Confesó que las procesiones observadas por él eran algo nuevo en su vida. Aunque las observó con atención e interés no así con “suficiente devoción”. Justificó su actitud al sumar que cada quien servía al todopoderoso de distinta manera “y yo sería seguramente el último de mirar con desprecio un credo distinto”. Cada quien debía profesar su fe, siempre y cuando lo hiciera con fidelidad y entrega. ¿Pero tienen estas procesiones alguna relación con la verdadera fe, cuando sólo la pompa externa parece ser lo primordial?

     Según su versión, era habitual que en Caracas las señoras estrenasen “todos los días un vestido” y que esta celebración les servía de motivo para mostrar sus mejores ropajes.

     Gerstaecker asentó que en estas festividades se desplegaban las “máximas galas posibles”. Era una fecha cuando en vez de la devoción y la tristeza que todo verdadero creyente debería expresar y demostrar, se exhibían espléndidos trajes y maquillajes, para él, exagerados. “¡Y cómo se pintan estas bellísimas criaturas, qué colas tan espantosamente largas arrastran por el polvo!”.

     Ante esta circunstancia escribió: “Pero de que sirven las reflexiones; ellas nada cambian y por bella que sea la forma, siempre que lo que se diga creer se crea realmente y no sea pura apariencia externa, yo creo que probablemente cada quien ha de arreglárselas después con su Dios y su conciencia”.

     Recordó que en México no se permitían las procesiones fuera de las iglesias, así como que también los sacerdotes transitaran por las calles con sus hábitos y su sotana. “Aquí en Venezuela todavía florecen en toda su magnificencia y la gente de todas las regiones aledañas acude en semana santa a la capital para poder mirar el espectáculo”.

     Contó que, para mirar las procesiones, se había ubicado con unos amigos en una esquina donde el cortejo pasaría. Aunque le pareció que la marcha de la peregrinación iba a un paso muy lento. Circunstancia que aprovecharon para echar una mirada por los alrededores. Le pareció que Caracas estaba diseñada de una manera muy peculiar. Si bien mostraba un viejo estilo español, tenía particularidades propias que respondían al “carácter de los habitantes”. Las casas que exhibían mejores condiciones, en lo atinente a su diseño y construcción, contaban con un pequeño jardín sembrado de flores. Alrededor de estos pequeños espacios se habían diseñado, con ladrillos o mármol, una obertura cuadrada donde estaban las flores, “porque el venezolano ama el verdor”.

Gerstaecker apuntó que en las festividades de Semana Santa las damas caraqueñas desplegaban las “máximas galas posibles”.

Gerstaecker apuntó que en las festividades de Semana Santa las damas caraqueñas desplegaban las “máximas galas posibles”.

     Observó que en las casas había a los lados unas argollas de hierro que servían para amarrar de ellas los caballos, “que son una constante necesidad” por ser el transporte de uso generalizado en la ciudad. Del lado trasero se encontraban los dormitorios, así como los salones de estar y los de recepción. Las estructuras de las casas eran altas, con ventanas forjadas con hierro “elegantemente trabajadas. Había casas de dos pisos, pero no eran frecuentes, de acuerdo con lo que vio.

     Las ventanas de rejas salientes le parecieron muy cómodas para que los moradores de estas casas se posaran para mirar hacia la calle. “Pero para las aceras, ya de suyo estrechas, son de todo menos cómodas, pues cuando dos personas andan una al lado de la otra, el del lado de afuera, al paso de cada ventana tiene que poner un pie en la calle”. Sin embargo, en esta ocasión no le molestaron las rejas porque presenció siluetas de gran valor artístico y estético, lo que lo llevó a decir que detrás de aquellas rejas había presenciado “todas las bellezas venezolanas” que no tuvo remilgos de calificar como extraordinarias.

     Sumó a esta ponderada consideración que “se habían congregado en las ventanas y he visto grupos allí, tan hermosos como la más rica fantasía de un pintor no hubiera podido plasmarlos en el lienzo. Especialmente los grupos de niños en algunas ventanas eran tan lindos – a veces seis o siete de estas encantadoras criaturitas con rizos y ojos negros y el cutis de una blancura espléndida, detrás de una sola reja, y en medio de ellos las madres, a quienes debe hacérseles justicia, en cuanto que eran al menos tan bellas, si no más, que sus niños”.

     No dejó de anotar que de vez en cuando se había tropezado con ventanas enrejadas, tras la cual “unas cuantas viejas arpías” se encontraban sentadas con un cigarro en la boca, “de manera que toda la casa parecía un jardín zoológico en el que se cuidaban y guardaban algunas bestias feroces detrás de rejas”. Aunque prestó poca importancia a esto porque los aspectos bellos de la ciudad eran los que en ella predominaban.

De vuelta a su lugar para ver la procesión, y desde la parte que antes del paseo había ocupado, vio como llegaban cada vez más espectadores entre quienes se encontraban, “por cierto, también las señoras más emperifolladas”. 

     Delante de la peregrinación iba un grupo de músicos. Varios hombres alzaban una especie de mesa protegida por vidrios, entre la cual habían tres representaciones, con vestimenta lujosa y cubiertas con bordados de oro. “Representaban a Cristo, a quien el ángel le tiende el cáliz de la amargura, mientras a su lado había otra figura, probablemente San Juan”.

     Por lo observado añadió que no le parecía edificante la representación que se quería rememorar, pero en “cuestiones de gusto no hay discusión posible”. Su repulsión la argumentó así. Las figuras le parecieron que estaba bien elaboradas, no así la investidura porque “no llevaban los trajes de la época y estaban recargadas de largas vestiduras bordadas en oro”. Para él, la presencia de vasos y floreros era exagerada, así como los ramos y flores de plata y artificiales que bordeaba el grupo, “que todo ello parecía más bien una cristalería ambulante que una representación alegórica destinada a la veneración”. A los lados de la marcha iban unos soldados aislados con la bayoneta calada. No dejó de ponderar esta presencia de soldados y escribió: “no imagino con qué finalidad, porque para servir de adorno los soldados en Venezuela no son lo suficientemente bonitos y para protección de la procesión tampoco eran necesarios porque nadie, con seguridad, se atrevería a pensar siquiera en molestarla”.

     A esta porción de la procesión le seguía una que cargaba otra imagen, un apóstol, que confesó no determinar quién era. Más atrás venía otro grupo con la imagen de Pablo, Pedro y otra figura para él desconocida. Luego traían a la Virgen María, con un traje de terciopelo y orlada con oro. De último, “cerraba la comitiva un pequeño piquete de soldados redoblando ligeramente los tambores, como si llevaran a un compañero a la tumba”.

Mientras esperaba el paso de la procesión, a Gerstaecker le llamó la atención los grandes ventanales de las casas, diseñados para que los moradores se posaran para mirar hacia la calle.

Mientras esperaba el paso de la procesión, a Gerstaecker le llamó la atención los grandes ventanales de las casas, diseñados para que los moradores se posaran para mirar hacia la calle.

     El día martes se había desarrollado otra procesión muy semejante a la descrita con anterioridad, ese día se exhibió la imagen de la Magdalena. Exposición a partir de la cual expresó que se la había imaginado distinta de acuerdo con los oleos y pinturas por el vistas. Las procesiones que presenció, esos días, llevaban a la Virgen María y ante la cual las mujeres se arrodillaban. Le pareció una curiosidad que los hombres no mostraran la misma actitud ante la Virgen, aunque si dejaban de fumar en ese instante. Sin embargo, a lo largo de la procesión fumaban sin inconveniente alguno.

     Trajo a colación un dato curioso que observó en las procesiones. Un grupo de hombres, que iban antes de la comitiva, aparecían disfrazados de monjes y quienes parecían divertirse con su participación. Llevaban una bandera con las siglas S.P.Q.R, de uso entre los antiguos romanos, y que en esta comarca, según el dicho popular, tenía como significado San Pedro Quiere Reales. Los días restantes, señaló, se van preparando para conducir el sepulcro del Salvador por las calles.

     Agregó que los últimos tres días las iglesias se llenaban de fieles, “a pesar de que yo por mi parte no pudiera describir ni la menor huella de devoción en eso”. Señaló que el interior de las iglesias estaba lleno de señoras, con atuendos elegantes y “pintadas exageradamente”. No estaban arrodilladas sino sentadas con las piernas cruzadas, “echan vistazos a los señores que circulan por allí o también cambian saludos con ellos y comentan entre ellas sin cesar las galas de sus vecinas”.

     Indicó que también personas jóvenes visitaban la iglesia. Apreció que todas las “razas” estaban representadas en la iglesia “y la diferencia entre negro y blanco no se hace, desde luego, en la casa del Señor”. Observó como “jóvenes harapientos, de la clase más baja” caminaban dentro de la iglesia y entre las señoras a quienes pisaban los largos vestidos sin que ellas pudieran evitarlo. De las mujeres de “color” dijo: “las señoras negras se vestían más sencillamente que las blancas, cosa que difícilmente pueda atribuirse a devoción o inclinación, sino que ocurre porque sus medios no lo permiten”.

     El día viernes no estuvo en Caracas porque decidió ir a La Guaira para sus preparativos del viaje que quería hacer hacia el oriente de Venezuela. Se le había indicado no hacer la excursión para Barcelona a través del Orinoco. Regresó de nuevo el día sábado. Anotó que en Venezuela no se celebraba el segundo día de pascua, sino que todo terminaba el domingo. Aunque señaló que los eventos alrededor de Semana Santa tenían un día de adelanto a lo que él por hábito conocía como fecha de devoción.

     En unas de las líneas desarrolladas por él, no dejó de recordar cómo un país tan bien dotado por el creador de la naturaleza y de variados recursos naturales estuviese en tan malas condiciones, debido a dirigentes ambiciosos y mezquinos. Aunque señaló que lo que sucedía en Venezuela también se podía ver en México, Nueva Granada, Perú o Bolivia, excepto en Chile.

     “¡Pobre país! Tan rico, tan sobreabundantemente dotado por la naturaleza, y sin embargo, nunca en paz, nunca en calma”. Fueron algunas de sus palabras al hablar de Caracas y lo que llegó a conocer de Venezuela.

La extraña muerte del cantante Genaro Salinas

La extraña muerte del cantante Genaro Salinas

Después de sesenta y cinco años de su violenta desaparición física, el caso del cantante mexicano Genaro Salinas, quien fue hallado severamente lesionado en una calle caraqueña, la noche del 28 de abril de 1957, y murió poco después de ingresar a un centro asistencial, sigue despertando dudas, sin que se conozca lo que en realidad ocurrió.

La noche del domingo 28 de abril de 1957, Genaro Salinas fue encontrado agonizando en el pavimento del túnel que une la avenida Victoria con Los Chaguaramos, en Caracas.

La noche del domingo 28 de abril de 1957, Genaro Salinas fue encontrado agonizando en el pavimento del túnel que une la avenida Victoria con Los Chaguaramos, en Caracas.

     Salinas fue uno de los primeros intérpretes sobresalientes musicales del medio local, que pasaron de ser noticia en la fuente de entretenimiento, a ocupar espacio destacado en los titulares de sucesos, víctima, al parecer, de la violencia de aquella época de dictadura militar en Venezuela. El periodista y escritor Óscar Yanes, en su libro “Amores de última página”, hace una descripción pormenorizada del hecho:

     “El domingo 28 de abril de 1957, a las siete y cuarenta y cinco de la noche, Genaro Salinas fue encontrado agonizando, con el cráneo fracturado y en un pozo de sangre, en el pavimento del túnel que une la avenida Victoria con la Urbanización Los Chaguaramos, en Caracas. Una patrulla policial lo recogió y lo llevó al puesto de emergencia de Coche, en donde murió hora y media después, sin pronunciar palabra, pero tratando de decir algo. Varios esbirros (torturadores) de la Seguridad Nacional, al parecer, lo esperaron en lo alto del puente, por donde debía pasar a pie para ir a su alojamiento en la casa de Graciela Naranjo, lo tiraron de lo alto y le pasaron un carro por encima”.

Censura en tiempos de dictadura

     La noticia de la muerte de Salinas recibió un tratamiento sesgado en los distintos medios impresos del país debido a intrigas de carácter pasional, pues al cantante se le vinculaba con Zoe Ducós, con quien había mantenido un romance en Argentina. Para el momento, la actriz de televisión estaba casada con Miguel Silvio Sanz, uno de los jefes de la policía política del dictador Marcos Pérez Jiménez.

     Desde que se conoció la forma como murió Salinas, se ventiló en algunas redacciones de prensa como un posible asesinato ordenado desde las oficinas de la Seguridad Nacional.

     Como ejemplo de la censura que se practicaba en los diarios capitalinos de aquella época, es preciso señalar que tres días después de la muerte de Salinas fue que apareció la información en Últimas Noticias. “El detectivismo de Seguridad Nacional trata de establecer las causas de la muerte del conocido cantante mejicano Genaro Salinas, quien fue encontrado en estado agónico el domingo por la noche”, destacó el periódico en su edición del martes 30 de abril de 1958. Presentaba fractura abierta del cráneo y sus ropas se encontraban bañadas de sangre. En el codo izquierdo le fue apreciada otra herida de cierta consideración, aunque, de acuerdo con la experticia practicada en el cadáver, no presentaba signos de haber sostenido lucha, como para presumir un crimen. No obstante, el detectivismo se ocupa activamente del caso y durante las 24 horas del día de ayer fueron interrogadas numerosas personas que conocieron al artista en sus últimas actuaciones en Caracas, desde el mes de septiembre cuando llegó, procedente de Colombia, para trabajar en programas de radio y televisión en Radio Caracas.

La noticia de la muerte de Salinas recibió un tratamiento sesgado en los distintos medios impresos del país debido a intrigas de carácter pasional.

La noticia de la muerte de Salinas recibió un tratamiento sesgado en los distintos medios impresos del país debido a intrigas de carácter pasional.

     Al principio se comentó en la prensa que Salinas había sufrido un accidente al ser atropellado por un automóvil dentro del túnel, y que el conductor se dio a la fuga. Después se manejó una versión, según la cual un estudiante lo había visto deambular borracho, se sentó al borde del puente de la Avenida Victoria, desde donde cayó. Este relato fue descartado debido al hallazgo del cuerpo dentro del túnel. Una tercera especulación tuvo que ver con la posibilidad de suicidio ante los apuros económicos por los que en ese momento atravesaba el cantante.

     En Venezuela, Salinas tuvo oportunidad de reencontrarse con Zoe Ducós, con quien había mantenido un romance en 1946, mientras vivía en Buenos Aires, relación que arruinó su matrimonio con la cantante Malena de Toledo.

     Al parecer, Salinas intentó por esos días fin de año de 1956 acercarse a Ducós, quien se había casado con Sanz, principal cabecilla de los temibles programas de tortura y asesinatos a los que sometían a los opositores durante el régimen perejimenizta.

     Al entrar en conocimiento de que Salinas merodeaba los estudios de Radio Caracas TV, donde laboraba Ducós, Sanz se sintió ofendido y dio órdenes a funcionarios de la Seguridad Nacional para que lo amedrentaran.

     Al parecer, los esbirros lo interceptaron aquel domingo y le propinaron una golpiza brutal. La idea era asustarlo, pero se excedieron al lanzarlo desde el puente. Luego lo remataron al pasarle el automóvil por encima y lo dejaron agonizante en el pavimento.

     Nueve meses después de la muerte de Salinas, tras la caída de la dictadora, a principios de 1958, la Asociación de Artistas de Venezuela exigió ante los tribunales que se investigara el asesinato de Genaro Salinas por parte de la Seguridad Nacional por motivos de intriga pasional.

La “Voz de Oro de México”

     Nacido en Tampico, Tamaulipas, México, el 19 de septiembre de 1918, Salinas tenía 38 años cuando murió. Su carrera como cantante profesional la inició muy joven, a la edad de 23 años, en 1941. Se dio a conocer desde temprano como intérprete de canciones líricas y así, después de ganar cierta fama en su propio país, empezó a viajar por el resto del Continente, llegando a equipararse con artistas de renombre como Pedro Vargas, durante los años comprendidos entre 1940 y 1945.

     Graba varios temas con la empresa RCA en la capital mexicana, acompañado de las orquestas Rafael de Paz, Miguel Ángel Pazos y Absalón Pérez, y logra buena aceptación en el mercado por la calidad de temas como “La número cien”, “Aquella tarde”, “Volverás”, “Callecita” y “Años Siboney”, entre otros éxitos del género bolero ranchero.

Salinas era un famoso cantante mexicano nacido en 1918. Entre sus numerosos éxitos destacan temas del género bolero ranchero como “La número cien”, “Aquella tarde”, “Volverás”, “Callecita” y “Años Siboney”.

Salinas era un famoso cantante mexicano nacido en 1918. Entre sus numerosos éxitos destacan temas del género bolero ranchero como “La número cien”, “Aquella tarde”, “Volverás”, “Callecita” y “Años Siboney”.

La primera vez que Salinas estuvo en Venezuela fue en el año 1945, contratado para trabajar en Radio Caracas en el programa de la “Caravana Camel”.

La primera vez que Salinas estuvo en Venezuela fue en el año 1945, contratado para trabajar en Radio Caracas en el programa de la “Caravana Camel”.

Tres visitas a Venezuela

     La primera vez que Salinas estuvo en Venezuela fue en el año 1945, contratado para trabajar en Radio Caracas en el programa de la “Caravana Camel”. Luego, en el año 1952, volvió para trabajar en Radio Continente, en un programa con Aldemaro Romero.

     Y la tercera vez vino contratado por Benito Silva, en septiembre de 1956. En esa ocasión hizo sus primeras presentaciones en Radio Caracas en el programa de la Media Jarra Caracas, con Luis Alfonso Larrain. Luego trató de obtener oportunidad de trabajo en Radio Continente, pero al parecer hubo cierto impedimento debido al contenido de las cláusulas del contrato por el que vino a Venezuela.

     Ante una situación económica difícil, pues tenía deudas con el hotel donde se encontraba alojado en Caracas y la empresa que lo contrato no cumplió lo prometido, Salinas atravesó por problemas de depresión.

     La cantante venezolana Graciela Naranjo le tendió una mano y lo llevó a vivir a su residencia en la Avenida Victoria, a escasas cuadras del lugar donde fue hallado agonizante, cuando a finales de 1956 se vio obligado a salir del Hotel Comercio. Durante los carnavales de 1957, Salinas y Naranjo emprendieron gira por emisoras radiales y locales nocturnos de Ciudad Bolívar y Puerto la Cruz.

     No hubo mejoría en la condición económica del cantante que por esos días también esperaba viajar a Puerto Rico o Santo Domingo. La última vez que Naranjo vio al cantante mexicano, según lo que reveló a Últimas Noticias fue el sábado 27 de abril, en horas del mediodía.

–Se despidió de mi–expresa la mujer entristecida–pero no me dijo para dónde iba. Él acostumbraba entretenerse con sus amigos en sitios cercanos, pero yo nunca llegué a preguntarle con quiénes se reunía.

     La residencia de Naranjo estaba ubicada a unas cuatro cuadras del lugar donde fue encontrado el cuerpo de Salinas.

–Yo no le conocía enemigos porque él era muy pacífico y cariñoso, indicó Naranjo.

     Genaro Salinas era un hombre de 1.68 metros de estatura, de color moreno, contextura gruesa, ojos negros, pelo negro y cara redonda. Algunos de sus amigos dijeron que a veces tenía predisposición por el licor, y aun cuando se reconocía en él un carácter apacible, denotaba un comportamiento brusco en ciertas oportunidades, indicó la crónica del tabloide caraqueño.

 

Solidaridad del gremio artístico

     Sería polémica protagonizaron los sindicatos de artistas de Venezuela y México a la hora de definir cómo se haría el traslado del cadáver del cantante Genaro Salinas a Tampico, México o a Buenos Aires, Argentina, donde residían sus hijos y ex esposa.

     La Asociación de Artistas Mexicanos no prestó la colaboración que se esperaba, mientras que la representación diplomática argentina cooperó con la compra del ataúd.

     Por más de una semana permaneció en capilla ardiente el cuerpo de Salinas en la Funeraria Coromoto, en la esquina de Tienda Honda. Millares de personas desfilaron ante el féretro, ante el que montaron guardia muchos artistas.

     El 5 de mayo, durante el séptimo día de velatorio, ocurrió un hecho insólito, reseñado en diferentes medios. El artista quedó con los ojos abiertos, cosa que impresionaba. Víctor Morillo, conocido declamador, reveló que mientras hacía guardia junto al féretro, se presentó el conocido cantante puertorriqueño Daniel Santos, quien sacó de sus bolsillos un puñal, lo colocó en la frente de Salinas, y para asombro de la concurrencia se cerraron los ojos del malogrado cantante. Santos se acercó y besó la frente de Salinas, en una suerte de tributo final al amigo.

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