Fundadores del deporte hípico en Caracas

Fundadores del deporte hípico en Caracas

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Gustavo J. Sanabria fue el de la idea de construir el Hipódromo de Sabana Grande, en la Caracas de 1896. Más tarde, en 1908, impulsó la realización del Hipódromo El Paraíso.

     “Para hablar de los hipódromos de Caracas, comencemos por recordar a don Gustavo Sanabria, el entusiasta y decidido precursor de su formación en la Sultana del Ávila.

      El primer hipódromo de Venezuela, propiamente dicho, se estableció en el año 1896 en los terrenos que hoy ocupa Las Delicias de Sabana Grande. La idea de construirlo fue de iniciativa privada de varios entusiastas del turf que presidió don Gustavo J. Sanabria. Él prestó el mayor apoyo moral y material al proyecto y en su empresa se vio acompañado de Francisco Sucre, John Boulton, Charles Rohl, Harry Ganteaume, F. L. Pantin, Eduardo Montaubán, Octavio y Alejandro Escobar Vargas, Felipe Toledo, doctor Elías Rodríguez, Manuel Lander Gallegos, doctor Luis Landaeta y el pintor Arturo Michelena. Muchos nombres, sin quererlo, se escapan a nuestra memoria. Pero fueron los pioneros de un deporte que hoy no debemos llamar de los reyes, sino de todos los estratos sociales que han contribuido para que nuestra hípica alcanzase la jerarquía que para ella soñaron sus precursores en el final del medio siglo pasado. Para aquella época era presidente de la República el general Joaquín Crespo. Como buen llanero, tenía pasión por los caballos y prestó su resuelto apoyo para la nueva empresa. De sus hatos en el llano trajo los mejores caballos para actuar en carreras.

     Luego se importaron los primeros purasangres que tuvimos. Entre ellos recordamos a Fascalli, Dickund, la recordada yegua Calixta,y el caballo Monroe, el primero que produjo caballos de carrera criollos y de cuyos descendientes no recordamos sino a la gran yegua Simpatía. Entonces corrían caballos criollos, Vencedor, del general Crespo; Sangría, Párate Bueno y el famoso Borinquen, ganador de treintidós [sic] carreras consecutivas y que siempre fue conducido por el gentleman ridder Harry Cadenas.

      Conviene, a propósito, recordar una anécdota de entonces. El jinete oficial del general Crespo, un señor de apellido Noble, de nacionalidad norteamericana, enfermó violentamente. Una hora antes del match que sostendrían Rompelínea y Vencedor, del general Crespo el último, éste se quejaba de no tener un jinete de confianza que montase a su caballo. Un señor de apellido González, de la mayor confianza de Crespo y por lo tanto jefe de sus edecanes, y que pesaba 70 kilos y usaba una larga barba al estilo de la época, se ofreció para hacerlo. El general Crespo aceptó la gentileza de su amigo. Pero el jinete advirtió que, como llanero, lo haría en silla de montar y no en silla de carrera. Tal circunstancia hacía que el caballo corriera con 78 kilos. Con todo y ello, Vencedor derrotó a Rompelínea ante el asombro de la “muchedumbre” que poblaba el hipódromo de Sabana Grande.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El presidente de la República, Joaquín Crespo, como buen llanero, tenía pasión por los caballos y prestó su resuelto apoyo para construcción del Hipódromo de Sabana Grande. De sus hatos en el llano trajo los mejores caballos para actuar en carreras

     Don Gustavo Sanabria era, para el año de 1907, Gobernador Civil y Militar del Distrito Federal. Para celebrar el establecimiento o inauguración del servicio de tranvías eléctricos, se propuso trasladar a El Paraíso el hipódromo de Sabana Grande. El presidente de la República era entonces el general Cipriano Castro, y se mostraba en desacuerdo con tal medida por cuanto temía que ella afectara mucho a las rentas municipales. Don Gustavo Sanabria lo convenció y le dijo que el hipódromo era una propiedad privada, que por lo tanto no afectaría a las rentas, y logró así su propósito. Convencido Castro, se procedió a trasladar las tribunas, que habían sido importadas de Inglaterra y son las mismas que luego se instalaron en el Hipódromo Nacional. Todos los gastos de instalación fueron costeados por don Gustavo Sanabria. Es él, pues, el fundador del Hipódromo Nacional de El Paraíso. 

     Siendo todavía don Gustavo Sanabria gobernador de Caracas y funcionando ya el Hipódromo Nacional, trajo desde Maracay a los mejores caballos que entonces corrían. Eran de su propiedad y descendían todos de los primeros caballos ingleses que se importaron a Venezuela. Un domingo, estando enfermo en su casa de la esquina de El Principal, se enteró don Gustavo que sus caballos habían ganado fácilmente las primeras carreras. Sabiendo que en las restantes tenía inscritos a los mejores caballos, rogó que se los retirasen. No quería ganarlas todas y evitar así las murmuraciones naturales por cuanto eran caballos del Gobernador Civil y Militar. Pero el público no se percataba de que esos caballos eran los mejores porque no eran criollos sino descendientes de grandes purasangres ingleses, los únicos que había en el país. No fueron retirados los caballos. Y cuando como se esperaba, ganaron cómodamente, los Comisarios fueron sacados a pedradas de su sitio. Y entonces sí que había piedras en el hipódromo. En la pista, sobre todo. Los Comisarios eran entonces autoridades máximas y eran handicappers. Pero con todo y eso, los sacaron a pedradas. La deplorable situación económica del hipódromo de entonces llegó hasta hacer imposible el pago de los mínimos premios que se asignaban en las carreras.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las tribunas del Hipódromo de Sabana Grande, que fueron importadas de Inglaterra en 1896, fueron trasladadas e instaladas en el Hipódromo de El Paraíso, en 1908

     Siendo de don Gustavo Sanabria la mayoría de los caballos ganadores y como no había con qué pagarle los premios, sus amigos y socios de la empresa le propusieron que tomara los terrenos del hipódromo en pago de la deuda. Don Gustavo siempre rechazó tal proposición.

     Los miembros de la junta directiva eran ad-honorem, igual que los Comisarios y demás personal técnico de las carreras. Entre los años de 1912 y 1920 figuraron como Comisarios los señores Francisco J. Sucre, Octavio Escobar, doctor Elías Rodríguez, Felipe S. Toledo, Andrés Mata, F. L, Pantin, Edgard Ganteaume, M. A. Matos Ibarra, doctor Juan Iturbe, Bernardo Guzmán Blanco, Eduardo Eraso, Andrés Ibarra y el coronel chileno Samuel McGill.

     Entre los años 1924 y 1926, figuraron el doctor J. P. Larralde, Oswaldo Stelling, Antonio Ramella y Antonio Reyes. Para 1927 lo fueron el doctor José Vicente Camacho, Oswaldo Stelling y Ramón Rotundo Mendoza. 

     Y, hasta 1930, fueron Comisarios, don Carlos Márquez Mármol, Oswaldo Stelling y Juan Santos González. Lo demás es ampliamente conocido. Interesa destacar que don Gustavo J. Sanabria es el fundador del hipismo en Venezuela. Es curioso que no exista, para un hombre de tantos méritos en nuestra hípica, un gran clásico que mantenga latente su valor dentro del turf nacional. Es propicia la ocasión en que “Última Hora Hípica” me ha pedido una semblanza sobre él, con ocasión de homenajear en su sexto aniversario l turf venezolano de todos los tiempos, proponer que se establezca un gran clásico que lleve por nombre el de don Gustavo J. Sanabria, fundador del hipismo venezolano”.

 

FUENTES CONSULTADAS

  • Márquez Mármol. Carlos. El Hipismo en Venezuela. En: Crónica de Caracas. Caracas, abril-junio, 1957
  • Última Hora Hípica. Caracas, 1956
Orígenes del Parque del Este

Orígenes del Parque del Este

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Varias personalidades propusieron que el Parque del Este llevara por nombre “Manuel Díaz Rodríguez”, en homenaje a este célebre escritor mirandino, pero nunca esta propuesta fue tomada en cuenta

     Desde su apertura en el año 1961, el emblemático espacio capitalino de esparcimiento de la ciudadanía en el cual se crio el escritor mirandino Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), cuando era la Hacienda “San José”, ha sido nombrado y renombrado en tres ocasiones, pero nunca se ha tomado en cuenta el nombre del autor de ídolos Rotos

     Bajo la gestión de la junta militar de gobierno integrada por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, según decreto N° 443, de mayo de 1950, se ordena el proyecto del Parque del Este de Caracas bajo el diseño urbanístico y paisajístico del brasileño Roberto Burle Marx; y el botánico venezolano Leandro Aristiguieta.

      Casi once años más tarde se materializa la idea de darle a Caracas un lugar de esparcimiento con fastuosos bosques y jardines en los que queda representada, a través de más de 130 especies, la flora nacional, más una variada cantidad de animales, ubicados en espacios de cautiverio y otros en estado libre que pueden interactuar con los visitantes.

     El 19 de enero de 1961, el entonces presidente de la República, Rómulo Betancourt, corta la cinta tricolor que deja inaugurado el espacio ecológico más importante de la ciudad capital, que cuenta con amplios espacios de caminerías y ocupa los terrenos de la antigua hacienda San José, en un área de 82 hectáreas, con lugares emblemáticos como la laguna artificial, el serpentario, la concha acústica y el Planetario Humboldt.

     Este inmenso parque con caminarías de diseño orgánico serpenteado, propuesto por Burle Marx, fue delineado para recibir unos 6.000 visitantes al mes, sin embargo, en la actualidad sobrepasan las 30.000.

Múltiples nombres

     En sus más de sesenta años de operaciones el Parque del Este ha llevado varios nombres. Al principio fue llamado parque “Rómulo Gallegos”. A partir de 1983 le cambiaron el nombre a “Rómulo Betancourt”, en homenaje póstumo al ex mandatario que falleció el 28 de febrero de 1981. Pero desde 2002 pasó a denominarse Parque Generalísimo “Francisco de Miranda”, en tributo a la memoria del prócer de la Independencia de Venezuela.

     Antes de que el parque fuera abierto al público, varias personalidades propusieron que el Parque del Este llevara por nombre “Manuel Díaz Rodríguez”, en honor al escritor nacido en Chacao, el 28 de febrero de 1871, quien se crio en la Hacienda “San José” y se inspiró en ese espacio para escribir allí, entre otras de sus grandes obras, la novela “Peregrina”.

     A continuación, presentamos un interesante artículo de Augusto Germán Orihuela, publicado el 24 de agosto de 1960, en el diario El Nacional, en el cual expone sus razones para que el parque caraqueño rinda honor a la memoria del escritor que falleció en 1927, a la edad de 56 años.

     “En tierras que fueron de su propiedad ̶ Hacienda “San José” ̶ frente a los montes que tanto amó y en el ambiente en que escribiera, entre muchas obras más, su novela “Peregrina” está fomentando el Ministerio de Obras Pública un gran parque nacional que bien podría llevar su nombre: Manuel Díaz Rodríguez.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1950, se ordenó el proyecto del Parque del Este de Caracas bajo el diseño urbanístico y paisajístico del brasileño Roberto Burle Marx; y el botánico venezolano Leandro Aristiguieta
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1961, se inaugura el Parque del Este, un lugar de esparcimiento con fastuosos bosques y jardines, más de 130 especies de la flora nacional y una variada cantidad de animales
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Vista actual del hermoso Parque del Este

     Dentro de la generación “modernista” que dominó el panorama literario nacional durante los años que van de 1892 a 1925, más o menos, Manuel Díaz Rodríguez descolló principalmente por la maestría de su prosa, la variedad de géneros que cultivó y un profundo amor por la tierra venezolana.

     Hijo de isleños, nacido en la hacienda paterna “Las Dolores”, donde hoy está emplazada la urbanización “Altamira”, graduado en medicina, iniciado en las letras casi por azar y por orgullo, como él mismo cuenta en una bella página de “Sermones Líricos”, viajero por diversas latitudes, prestado a la política de un régimen dictatorial que aspiraba a prestigiarse con su nombre y su presencia y por el cual pasó sin desmedro de su dignidad y de su crédito, hasta ir a morir en Nueva York, víctima del flagelo terrible del cáncer, en 1927, Manuel Díaz Rodríguez, el que tiene lugar distinguido para siempre entre los grandes prosistas de nuestro país, al igual que José Enrique Rodó por la donosura del estilo, el primero que levantó el dedo acusador contra las huestes famélicas que por ineptitud de gobiernos anteriores incapaces de incorporar esa región al desarrollo nacional, vinieron a la “conquista” de la capital a mano de un hombre pequeñín y ambicioso, “a quien los doctores valencianos y caraqueños ayudarían a corromper”, ese mismo escritor de “Ídolos Rotos”, que calificar de insigne no resulta ni cursi no exagerado, bien merece dar su nombre a ese parque que con tanto entusiasmo se está incrementando y por el cual, y otros tantos como ése, clama la población atosigada por los gases de los automóviles de esta Caracas cosmopolita, a ratos incómoda e inhospitalaria que nos ha tocado vivir. Tan lejana y tan distinta de la que conoció el autor de “¡Música bárbara!”. Aunque desde luego, ya intuida en ese cuento magistral en todo lo que supone mecanización de la vida venezolana de nuestros días.

     Dar a ese parque nacional el nombre de Manuel Díaz Rodríguez, a mi modo de ver el más alto exponente del modernismo literario venezolano, sería acto de justicia y de interés para las generaciones venideras. Por más de un motivo sería decisión que mantendría incólume el recuerdo a una figura de las letras nacionales que bien merece, despertaría el interés por su obra y enaltecería al Gobierno”.

Antímano y la política en Venezuela

Antímano y la política en Venezuela

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Cuando el cadáver del presidente Francisco Linares Alcántara era conducido al Panteón Nacional, se escucharon unos disparos y la gente corrió, el ataúd del difunto quedó abandonado en la calle

     Antes de hacer referencia a la excursión que había realizado a Antímano, la joven francesa Jenny Tallenay consideró de obligatoria recordación un episodio de la historia política de Venezuela, la cual guarda relación con dos figuras públicas como lo eran Francisco Linares Alcántara y Antonio Guzmán Blanco. Cuando Tallenay llegó a Venezuela, la silla presidencial la ocupaba el primero de los mencionados. De acuerdo con su percepción de las cosas, expresó que entre una cantidad de venezolanos esperaban que diera continuidad a lo que Guzmán Blanco venía ejecutando. No fue así. Hubo descontento por esta situación al que se sumó las dificultades financieras y económicas que comenzó a experimentar el país.

     Sin embargo, un evento inesperado llevó a Linares Alcántara al lecho de muerte. El cadáver fue trasladado para el Panteón Nacional. La visitante ofreció algunos pormenores de las exequias llevadas a cabo con mucha pompa. El féretro fue conducido en hombros, acompañado de una comitiva de personajes públicos y ocupantes de cargos relevantes, así como personas unidas por motivos diferentes se habían sumado a la procesión. De repente se escuchó un disparo a la altura de la esquina de la Trinidad. Los soldados al creer en un complot dispararon contra la comitiva, de inmediato la gente se dispersó “y el ataúd del difunto presidente fue colocado en la calle abandonado por sus cargadores. Después de unos momentos de desorden inenarrable varias personas levantaron el féretro y lo transportaron rápidamente al Panteón”.

     Escribió que nunca se llegó a saber el o los autores del indescriptible acto, aunque se suponía que había sido preparado por una facción política y anuncio de conflicto, puesto que desde ese momento so formaron guerrillas en el país. Sin embargo, Guzmán Blanco volvió a la presidencia en el año de 1879. Antes de este nombramiento, reseñó que en la ciudad de Caracas corrían las noticias más inverosímiles como las de la toma del poder por algún general o el levantamiento de un coronel descontento. “Este estado de crisis no nos causaba impresiones tan vivas como a los venezolanos, y no habíamos renunciado a nuestros paseos por la ciudad”.

     Por el estado de conmoción generalizada en la ciudad de Caracas se prohibió la salida del lugar. Sólo se podía lograr por medio de un salvoconducto. Éste les fue otorgado a ella y los suyos por el presidente encargado, general José Gregorio Valera. Contó que una mañana habían emprendido la marcha por el camino que conducía a Petare, pero fueron detenidos por “cuatro negros desharrapados, quienes, sentados en una acera, velaban por la seguridad pública”. Uno de ellos les exigió el salvoconducto e inmediatamente le fue entregado por ellos el papel que servía para salir de los suburbios caraqueños. Según narró a quien se lo entregaron lo había tomado al revés y luego de un rato les fue devuelto el documento. Comentó al respecto: “¡Es evidente que, si le hubiéramos dado, en vez de un documento oficial, la copia de una oda de Víctor Hugo, el resultado hubiera sido por completo el mismo!”.

     En su marcha, ya cerca de la plantación Mosquera, allí escucharon muy cercano a ellos un disparo. De inmediato, suspendieron la caminata y volvieron atrás. Al otro día se escucharon de nuevo detonaciones cerca del puente de hierro. El combate se había prolongado por varias horas, según contó. No obstante, solo un perro había sido víctima de una bala que le arrancó un pedazo de oreja. “Se había quemado mucha pólvora, lo cual, para la gente de color, es uno de los grandes atractivos de la guerra”.

     Los actos más serios, siguió narrando, se presentaron en el Calvario, así como en el campo donde se saqueaban haciendas, se robaban los animales y se llevaban a peones y negros para incorporarlos a las filas de cada uno de los bandos en pugna. En la trifulca que se generalizaba se derribaron estatuas erigidas a favor de Guzmán Blanco y la de la Universidad la lanzaron al piso frente a una banda militar. A propósito de lo que denominó una guerra al bronce y a la piedra comentó: “no se acostumbra en Europa a glorificar a ilustres personajes en vida, levantándoles así varias estatuas en su país natal; pero el lector no debe olvidar que estamos en la América del Sur, donde estas manifestaciones exageradas forman parte de los usos”. Aunque ellas serían de nuevo erigidas a la vuelta al poder, en 1879, de Guzmán Blanco.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En el pueblo de Antímano, el general Antonio Guzmán Blanco construyó una casa de campo para su disfrute

     En este beligerante ambiente relató que una noche un centinela había preguntado la contraseña a quien consideró un enemigo, al no responder “¡Patria Federal! el guardia disparó. Al acercarse descubrieron “un pobre burro errante que había pagado con su vida su descuido y su mutismo”. Relató que, en vísperas de una nueva toma de posesión, ella y sus acompañantes decidieron marchar a Antímano a entrevistarse con el general Cedeño. Contó que al pasar Palo Grande y el Empedrado “la escena se animó”. A ambos lados del camino los negros seguidores de Guzmán habían instalado chozas provisionales. El tránsito se tornaba tortuoso porque individuos “desharrapados” obstaculizaban el paso, a los lados se podían ver fogatas instaladas para asar pedazos de carne que habían tomado de las haciendas cercanas.

     En su narración anotó que al aparecer el coche que los llevaba muchos de los presentes se agolparon a su alrededor para pedirles tabaco. “Oficiales y soldados se precipitaban afanosamente. Habíamos previsto este episodio, de modo que nos habíamos provisto, antes de salir de Caracas, de tabacos y centavos”. Superado este escollo se toparon con una escena protagonizada por un toro y un grupo de negros que le perseguían y agregó que no quisieron ver el desenlace de “esta escena cruel” y mandaron al cochero que acelerara la marcha. 

     Pronto llegaron a un “bonito pueblo” denominado La Vega. Según su descripción estaba compuesto de algunas calles en declive, de una plaza pública sembrada de hierbas, de una pequeña iglesia, “blanca y limpia”. Reseñó que al pie de ésta se encontraba un amplio ingenio azucarero cuyos propietarios eran la familia Francia, “una de las más opulentas del país”.

     Respecto a los tres kilómetros que separaban el Valle de Antímano afirmó que los habían recorrido de manera muy lenta, “siendo detenidos a cada instante por patrullas de gente de color precedidas de sus oficiales montados sobre burros muy flacos”. De Antímano expresó que fueron recibidos luego de largas conversaciones y por ser extranjeros. De esta localidad recordó que era un pueblo bastante grande “sin carácter muy definido, pero de situación encantadora”. Refirió que Guzmán Blanco había mandado a construir una casa de campo para su disfrute. Lo describió como un lugar rodeado de montañas, excepto el camino que conducía a Caracas. El paisaje se veía ornamentado gracias al cauce del río Guaire, la presencia de bambúes y sauces de follaje ligero. “La iglesia de Antímano es bastante hermosa, y recuerda por su arquitectura, aunque en proporciones mucho más modestas, la Magdalena de París”.       

     Contó que debieron salir del lugar que “estaba muy congestionado” para descansar en otro sitio. Según reseñó, al estar cerca de la localidad Palo Grande, le había sucedido algo divertido. En el camino encontraron un negro que montaba un burro. Precedía un grupo de ocho o diez negros armados con fusiles. Contó que su cochero le informó que era “Pantaleón”, un coronel a quien le gustaba que le llamaran general. Según relató, era un hombre muy animado y conversador. Uno de sus acompañantes clamó por agua a lo que Pantaleón accedió a compartir su cantimplora con sus sedientos acompañantes, en ella tenía agua mezclada con aguardiente. Les exigió a sus subalternos que no bebieran más de dos sorbos. Al terminar cada uno de sus hombres, que obedecieron a su coronel, este último consumió el resto de lo que quedaba en el recipiente. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En 1879 comenzó un período presidencial denominado El Quinquenio, bajo el mando del general Antonio Guzmán Blanco

     Escribió más adelante: “Eran las siete de la noche cuando volvimos a Caracas donde hacían grandes preparativos para recibir dignamente las tropas victoriosas. Las casas estaban adornadas con flores; arcos de triunfo cubiertos de banderolas y divisas, se levantaban a la entrada de las calles; todo anunciaba una fiesta alegre”. Con esto hacía referencia al éxito de la Revolución Reivindicadora que restauró el culto a Guzmán Blanco, quien se presentaría en las elecciones de diciembre de 1878 de las que salió airoso por mayoría. En 1879 comenzó un período presidencial denominado El Quinquenio.

     Lo que vio en aquella oportunidad lo relató como sigue. Contó que, a las ocho de la mañana, bajo un cielo azul y un sol radiante, una gran cantidad de personas se dio a la tarea de aglomerarse en plazas, parques y vías públicas. “Señoras vestidas de blanco se habían engalanado con cintas amarillas en honor de los guzmancistas, quienes habían adoptado este color; los hombres llevaban colgadas al cuello cintas parecidas, pero más anchas con la divisa: ¡Viva Guzmán Blanco!, impresa en letras negras sobre la tela. 

Se exhibían por todas partes retratos litografiados del expresidente acompañados con palabras de alabanza, en el gusto hiperbólico español. Se esperaban con impaciencia los vencedores”.

     Agregó de seguidas que, a las nueve de la mañana una salva de artillería disparada desde el Calvario dio el aviso del arribo del “ejército libertador”. Según su parecer, todo se había realizado con el mayor orden. Más adelante indicó: “El general Cedeño, con mucha modestia y tacto, se negó a pasar por debajo de los arcos del triunfo, diciendo que no era más que un soldado, y que Guzmán Blanco solo, para quien había combatido, tenía derecho a este honor”. La marcha estuvo encabezada por cañones con guirnaldas de flores, colocadas sobre carretas y arrastradas por bueyes. Luego, venía “el general en jefe rodeado por sus principales oficiales a caballo, mula o asno, vestidos con trajes de toda clase”. Más atrás, identificó a soldados, “descalzos, bajo sus harapos, en una confusión muy pintoresca”. Observó que algunos llevaban bajo sus brazos gallinas y gallos, “otros llevaban racimos de plátanos, vimos a uno que había colgado chuletas crudas alrededor de su gorra, y todos, cubiertos de polvo, extenuados de cansancio, aclamaban a Guzmán y Cedeño”.

     Esta marcha cuando alcanzó el Capitolio paró y “negras caritativas acudieron con calabazas llenas de agua, ofreciendo de beber a los soldados”. De inmediato, se llevó a cabo un Tedeum de acción de gracia, en el que estuvieron presentes Cedeño y su estado mayor. El arzobispo fue el encargado del Tedeum desde la catedral. “Se reía, se circulaba alegremente en la ciudad, la animación era general”.

     Terminó este aparte rememorando que con la llegada de Guzmán Blanco obtuvo la toma de posesión de la “presidencia de la República y todo volvió al orden”. De acuerdo con su visión de las cosas, el ejército bajo su mando, aunque poco numeroso, “fue instruido y disciplinado. Los soldados que se ven hoy en Caracas llevan el uniforme, están provistos de buenas armas y ejercitados convenientemente”. Como lo expresé en líneas más arriba, Tallenay tuvo palabras de alabanza hacia la figura de Guzmán Blanco como presidente. Ella terminó este capítulo con las siguientes consideraciones. “Después de describir los cuadros extraños que anteceden, es justo señalar las reformas que siguieron a la guerra civil y los progresos cumplidos durante el período actual, de absoluto apaciguamiento y completa renovación”. Luego de permanecer en Caracas entre 1878 y 1880 se dedicó a visitar otras localidades de Venezuela hasta 1881 año de su partida para Europa.

La Gazeta de Caracas

La Gazeta de Caracas

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El 24 de octubre de 1808, comenzó a circular la Gaceta de Caracas, primer periódico que vio la luz en tierra venezolana

     “Seguramente las personas amantes de los estudios bibliográficos nos agradecerán el que hayamos ilustrado la primera página de este boletín con un facsímil del número 1° de la “Gazeta de Caracas”, el primer periódico que vio la luz en tierra venezolana.

     Los sucesos de Bayona, que se supieron en Caracas a principios de julio de 1808, por números de The Times, de Londres, que envió el gobernador de Cumaná a Don Juan Casas, Capitán general de la provincia, promovieron varias manifestaciones de solidaridad a la Casa de Borbón, y al Señor Don Fernando Séptimo. En defensa de este Soberano, y de los intereses que él representaba, se promovió la fundación y sostenimiento de un periódico oficial que tuviera al público al corriente de cuanto pasara en la Península y sostuviera los Derechos de la Dinastía reinante, contra las usurpadoras pretensiones del César francés. Este proyecto no dejó de encontrar enemigos entre altos funcionarios, inclusive el gobernador mismo; pero también tuvo entusiastas defensores, como el intendente Don Juan Vicente Arce, que al fin lograron se permitiera a los impresores Mateo Gallagher y Jaime Lamb traer a Caracas la imprenta que habían comprado en Trinidad, y que, al decir de los historiadores, era la misma que el General Miranda dejó en dicha isla cuando el fracaso de su expedición de 1806.

     Instalado convenientemente el taller tipográfico vio la luz la Gazeta el 24 de octubre de 1808, y continuó saliendo sin interrupción en esta primera etapa hasta el 19 de abril de 1810, fecha inicial de la independencia política de Venezuela. Establecido el nuevo gobierno que surgió aquel día con el nombre de Suprema Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, reapareció al día siguiente la Gazeta en su segunda etapa, que termina con la capitulación de Miranda el 12 de julio de 1812.

      El 30 de julio de ese mismo año entra Monteverde en Caracas y la Gazeta reaparece el 4 de octubre en su tercera época, para continuar hasta mediados de 1813. Llega Bolívar a Caracas el 7 de agosto de ese año y el 26 del mismo mes surge en su cuarta época; la quinta corre desde el 1° de febrero de 1815 hasta 1821.

     Fue en esta última etapa cuando comenzó a redactarla José Domingo Díaz. Juan Vicente González nos ha dejado el retrato de aquel hombre terrible que no tuvo sino la virtud de la constancia. Durante veinte años defendió su causa con rara entereza. Todavía, cuando en 1829 escribe su célebre libro: Recuerdos sobre la Rebelión de Caracas, condena como crimen la revolución emancipadora; llama execrables a sus autores; dice del 19 de abril que la cobardía y la bajeza lo acompañaron; apellida cuerpo monstruoso al Congreso de 1811; día funesto aquel en que se proclamó la Independencia y aplica al Libertador los dictados de sedicioso, traidor, inhumano, miserable, indecente, etc.

     Los medios más reprobables le parecen buenos para herir al adversario. Casi deja vislumbrar su participación en una tentativa de asesinato contra Bolívar; se dice instigador de la muerte de Piar, cuando manifiesta: Que logró excitar contra él la desconfianza e irritabilidad de Simón Bolívar, por medio de personas intermediarias, y por un encadenamiento de sucesos verdaderos o falsos.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Los impresores Mateo Gallagher y Jaime Lamb trajeron a Caracas en 1808, la imprenta donde se imprimió la Gaceta de Caracas. Al parecer, esa imprenta era la misma que el general Francisco Miranda abandonó en Trinidad, cuando el fracaso de su expedición de 1806

      Por inflexibles imposiciones de la lógica, Díaz, al proponerse disminuir la figura de Bolívar, lo fija en sus verdaderas proporciones. Lo llama cobarde, y sin embargo nos lo presenta cuando el espantable terremoto de Caracas, en una de las escenas donde aquel demostró su incontrastable valor: “Oí los alaridos de los que morían dentro del templo” ̶ dice; ̶ subí sobre las ruinas y entré en el recinto. Allí vi como cuarenta personas heridas o hechas pedazos o prontas a expirar. En lo más elevado de los escombros encontré a Don Simón Bolívar. me vio y me dirigió estas impías y extravagantes palabras: “Si se opone la naturaleza lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.

     En los “Papeles de Bolívar” corre inserto un artículo que se encontró en borrador entre el archivo del Libertador, y que, seguramente, fue escrito como allí se dice, para darlo a la publicidad en el “Correo del Orinoco”, lo que nunca se efectuó. Se intitulaba: Conversación jocosa, natural y verdadera, del Hermano Juan Trimiño, de Caracas, con el caballero botado Juan Domingo Díaz Argote y Castro. Entre otras cosas, Trimiño dice a Díaz: “Yo no sé si V. es escritor ni lo que pueda ser. No obstante, eso me parece a mí que V. solo se engaña, hermano Díaz. Nadie hace caso de lo que V. habla ni escribe y todos lo ven como un solemne majadero. Dicen que V. por ganar gracias se ha hecho gracioso, desabrido y que más habría ganado con haber guardado silencio que llenando esa gazeta de que V. es redactor, de tanto cachivache, motriacas y motriaquitas. Dejando eso aparte, respóndame a esta pregunta. Me dicen que el otro día tuvo V. tanto miedo que por no haber encontrado en la Guayra un Bote en que embarcarse, se tiró V. a nadar y por poco llega a España: ¡ya se ha hecho V. muy valiente! . . .

     La colección más completa de la “Gazeta de Caracas” pertenece a Venezuela y se halla en el Museo Boliviano. Comienza desde el número primero y, con falta de algunos, llega hasta el 13 de junio de 1821”. [En la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional está completa la colección].

 

 FUENTE CONSULTADA

  • Machado, José Eustaquio. La Gazeta de Caracas. En: Boletín de la Biblioteca Nacional. Caracas, 1957

La Caracas de 1953

La Caracas de 1953

     En 1953 llegó a Caracas, con el polvo de los caminos del interior aun sombreándole el bigote, un provinciano deseoso de conocer la capital. Por algún tiempo estuvo recorriendo la ciudad y luego, sin decir esta boca es mía, regresó a su hotel, preparó su equipaje y se largó rumbo a su terruño. Cuando el dueño del hotel le preguntó si le había disgustado algo que le había impulsado a regresar tan pronto, el provinciano le respondió: “¡No. . . todo me ha parecido muy bonito, pero mejor regreso a Caracas cuando esté terminada!”.

     Esa es, en dos palabras la impresión que deja la Caracas de hoy. Es una inmensa ciudad en construcción, una ciudad donde los edificios nuevos se abren al uso público mientras se retiran los escombros del viejo. Una ciudad que muy pronto hará verdadero el viejo cuento del caraqueño que le dijo al yankee refiriéndose al Capitolio, “pues yo no sé cuándo lo hicieron, lo cierto es que yo pasé anoche por aquí y no estaba”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Para 1953, Caracas era una inmensa ciudad en construcción, una ciudad donde los edificios nuevos se abrían al uso público mientras se retiraban los escombros del viejo

La ciudad desbordada

     Desde hace trescientos ochenta y tantos años, cuando Diego de Losada, con toda la pompa acostumbrada, desafió a pelear a pie o a caballo a aquel que osare contradecirle en sus derechos de fundador de la ciudad de Santiago de León de Caracas y golpeó con su espada varias veces sobre la tierra para ratificar la real posesión, la ciudad no ha cesado de crecer. Unas veces lentamente, otras con rapidez inusitada. A veces en tamaño, a veces en espíritu. Pero siempre siguiendo una curva ascendente. Hoy la ciudad amenaza con desbordar el “riente valle” donde fuera fundada: por el Norte se trepa a las laderas de la montaña, por el Este se arrodilla casi en el templo de Petare, por el Oeste se solaza en las vegas de Antímano y por el Sur se asoma a los valles del Tuy.

    Es un crecimiento que no puede por menos que calificarse de fantástico. Es el dique que se revienta y que lanza sus aguas por todos los rincones en avance incontenible. Es el crecimiento desordenado de los quince años con la apreciable diferencia de que ya nuestra ciudad hace tiempo cruzó ese Ecuador primaveral de la vida humana.

“Sírvase Ud. mismo”

     Con el tiempo y el progreso unidos en la acción, es poco lo que queda de la Caracas de antaño. Hoy vivimos bajo el moderno signo americano que nos dice que “time is money”. Después de haber rebasado la era afrancesada de nuestros abuelos. La era del mercado donde usted mismo se sirve, se acomoda su mercancía y solo deja el sagrado instante del cobro para los dueños del negocio. Es el “serve yourself” que parece ser el denominador común de la vida moderna y que elimina de golpe y porrazo a las amas de casa, el placer casi divino del regateo y del comentario picante con el “marchante”.

     Son tantas las cosas que se han ido de esta Caracas que a veces nos parece absurdamente vacía. ¿¡Qué caraqueño no se siente nostálgico al pasar por la vieja playa del mercado!? No queremos insinuar, lector amigo, que usted acostumbraba echarse su “picolino” en La Atarraya, pero sí sabemos que a Ud. le gustaba pasearse de vez en cuando por aquella baraúnda de frutas y legumbres, de canarios de tejado y de aromosa hierbabuena, de baratijas tendidas en el suelo y de penetrantes voces de pregón. No es que queramos regresar a esa época, pero no por eso dejamos de recordar el viejo mercado con la nostalgia del primer pantalón largo que desechamos con el corazón arrugado después de largos años de uso y abuso. Del pantalón no del corazón, se entiende.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las Torres del Centro Simón Bolívar, conocidas también como Torres de El Silencio, fueron el primer símbolo de modernidad de la Caracas de la década de 1950

La Caracas del tranvía

     Se fue el viejo mercado como se fue el viejo tranvía. El flamante tranvía que allá en 1882 dio prestigio de gran urbe a la Caracas antañona. Fue la época en que coincidieron tres grandes acontecimientos en nuestra ciudad: se consagró un Obispo de color, llegaron los tranvías y se declaró una epidemia de viruela. El pueblo de inmediato les dedicó a los tres una redondilla:

Ya Caracas tiene

lo que no tenía

un Obispo negro,

viruela y tranvía

 

     De los tres el que soportó mejor el paso del tiempo fue el tranvía que todavía ayer (1947) asmático y crujiente, se arrastraba por su trazado camino como un símbolo de la descansada vida del siglo pasado. Una vida que todavía no había probado la propulsión a chorro. No solamente de “afuera” han desaparecido muchas cosas. De “adentro” también se nota la falta de elementos antaño indispensables en la vida diaria. 

     Elementos que se fueron sin decir adiós y que hoy tendremos que recordar con un suspiro y un encogimiento de hombros. La romanilla y el tinajero, por ejemplo. O el “poyo” de la ventana. Ya el arabesco calado en madera de la romanilla no se encuentra más en los diccionarios dedicados a los objetos pavosos. Son elementos que definen toda una época llena de decorados pesados y abundantes. Una época que nos dejó como ejemplo el Hotel Majestic hasta que la bola renovadora lo dejó acurrucado contra el suelo. Una época que se vivió a media luz entre cojines, divanes y languideces. Con edificios pletóricos de columnas, estatuas, arabescos, mosaicos y mal gusto. Todas esas cosas que están por desaparecer actualmente y de las cuales se ven poco, salvo el mal gusto que todavía impera en la construcción de castillos y abadí destinados al simple oficio de servir de vivienda.

 

¡Ah! ¡El Calvario!

     El Paseo Independencia es prácticamente desconocido. Todos lo conocemos como El Calvario. Ese ojo verde que mira asombrado la transformación que nació a sus pies. Ese ojo verde que a veces sentía unas ganas enormes de cerrarse púdicamente ante el espectáculo poco grato de las callejuelas de El Silencio y que ahora está enormemente abierto, apuntalado por el asombro reflejando las arcadas del nuevo Silencio, esas arcadas y esos corredores que son un eslabón perfectamente diseñado para enlazar el pasado con el futuro.

     Antaño la gente iba al Calvario a respirar a gusto. Hoy que el tetraetilo y las noticias sobre la bomba H darían más razón a esas ansias de respiración purificada, la gente no va al Calvario. Y la verdad es que El Calvario es un sitio ideal para pasear los huesos molidos por el tráfago citadino. Hace poco Cupido había instalado una sucursal poco grata a la vista en sus avenidas y rincones, pero hoy hasta Cupido se ha desaparecido de los contornos, para dejar el sitio a los caraqueños cansados que prefieren descansar en el Hipódromo Nacional.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El conjunto residencial de El Silencio, fue el punto de partida de la renovación urbana caraqueña

¡Caracas, allí está!

     Esa es una gran verdad. Allí está Caracas, pero los que no están son los caraqueños. Del trabajo de Arturo Uslar Pietri, “Caracas, la capital”, nos parece lo más interesante el hacer resaltar precisamente esa ausencia del caraqueño. La ensalada racial que consume la ciudad procera de Santiago de León casi a cada hora de comida, ha repercutido en sus habitantes. El caraqueño es un ser que se adapta a casi todas las circunstancias y a todas las corrientes y de allí que ahora le tengamos barnizado con una capa que envidiaría el revolucionario Garry Davis que se proclamara Primer Ciudadano del Mundo.

      Hasta hace poco tiempo usted podría encontrar a cualquier caraqueño en la Plaza Bolívar. Hoy día se hace necesario que Ud. lleve un intérprete para cruzarla. No hay caso. Caracas es una ciudad cosmopolita que recibe con los brazos abiertos a los ciudadanos del mundo para que presencian los trabajos de su construcción que comenzó en 1567 y todavía, como el hombrecito del whisky, sigue tan campante. El caraqueño de hoy sin embargo tiene un lazo muy fuerte con el caraqueño de ayer. Los dos saben reír. 

     Los dos saben traducir la inquietud en una carcajada y saben diluir la amargura del momento en un refrán que corre de boca en boca. Desde el “Fu fu del plátano macho échale yuca” a la olla” hasta el “No, sí así es”, o el “guaninini, ponle bemba”, siempre habrá un dicho que ponga punto final a la discusión o que dé pie para comenzar una nueva. Porque el caraqueño siempre está dispuesto a discutir, aunque el tiempo haya cambiado su fisonomía.

     Con un dicho criollo, caraqueños, al fin y al cabo, podríamos definir el nudo gordiano que llaman tráfico. Porque la verdad es que nuestro tráfico está “un poquito mejor lo mismo” que hace unos cuantos años Ahora no hay tranvías, pero hay unos cuantos millones de autobuses. O por lo menos esa cantidad parece a los que conducen un auto. Porque los que tejen que tomar un bus para ir a su trabajo opinan que solo hay unas cuantas docenas en toda Caracas.

     En Caracas se ensanchan las avenidas, se multiplican las calles y se traen más carros para llenarlas. La ilusión del buen caraqueño no es la de la casa propia sino el del carro propio. Y su principal orgullo es tenerlo más grande y más lujoso y más caro que el del vecino. Lo cual se traduce en una ciudad rodeada de carros por todas partes menos por una: la que rayó el Inspector Fuentes.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El Cuartel San Carlos y el Panteón Nacional sobrevivieron a la “bola destructora” que acabó, en los años 50, con la Caracas de antaño

“Techos rojos, se necesitan”

     Dentro de poco tiempo los avisos económicos estarán plagados de peticiones encabezadas con el sub-título de estas líneas. Ya los techos rojos que le alborotaron la musa a Juan Antonio Pérez Bonalde están de capa caída en nuestra Caracas vieja. Ahora se pueden encontrar en las urbanizaciones que se tendieron a la sombra de las antiguas haciendas. En el centro en cambio hay que quitarse el sombrero para poder elevar la vista hacia el techo de los edificios, que ya no son rojos, pero si son altos. En una carrera hacia el cielo, van montando pisos sobre pisos hasta hacer palidecer de envidia a aquellos que se quedaron anclados en el suelo. 

     Menos mal que ya la piqueta se llevó al edificio del Hotel Majestic, que con sus cuatro pisos presumía de altura y magnificencia porque no hubiera podido soportar el complejo de inferioridad ante las gigantescas torres que inician la Avenida Bolívar y que forman el núcleo del Centro Simón Bolívar, el mejor exponente de la era monumental de construcciones que atraviesa la ciudad que tenía los techos rojos.

     Hoy por hoy nuestra ciudad es una colección de contrastes. Es el potrillo desgarbado que deja adivinar en sus movimientos temblorosos las líneas puras y finas del potro de raza. Es el despliegue arquitectónico del rascacielos y las viejas casas de ventanas de balaustres y de aleros coloniales. Las urbanizaciones modernas, arboladas y amplias, al lado de las casuchas que se agarran con dientes y uñas al borde del cerro. Todo vive bajo el signo de una renovación perenne, lo que hoy era un solar, mañana será un flamante edificio de varios pisos. En un ritmo veloz e incesante, Caracas avanza hacia su propio destino.

 

 “¡Hágase la luz!”

     La señal más visible de la transformación de Caracas, la podemos ver apenas comienza la oscuridad a pasearse por sus calles. Donde antaño había candiles nacieron faroles de gas y por último llegaron, para no irse ya más, las brillantes luces de neón. Donde existía la ciudad colonial que se adormilaba al dar las seis, arrebujada en la semioscuridad, ahora encontramos una Caracas llena de luces multicolores, de avisos restallantes, que se acuesta a las doce, pero solo porque tiene prisa por levantarse temprano para seguir demoliendo edificios y levantando otros nuevos.

 

FUENTE CONSULTADA

  • Vera López, Omar. ¿Caracas? … ¡Volveré cuando esté terminada! En Élite. Caracas, Núm. 1459, 19 de septiembre de 1953; Págs. 40-45

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