Caracas, una percepción entre el siglo XIX y el XX

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Caracas, una percepción entre el siglo XIX y el XX

Para 1810 residían en Caracas cerca de 50.000 almas

     A lo largo de la historia, la ciudad ha sido objeto de distintas consideraciones, en especial su papel en el desarrollo de una nueva forma de acumulación, distribución e intercambio basada en el modelo capitalista. Por lo general, se tiende a confundir este importante escenario de la era y mundo moderno porque, por lo general, muchos creen que ella surgió en la modernidad o con el capitalismo. Sin embargo, la ciudad es de larga data y su papel dentro de las comunidades humanas ha cambiado en conjunto con las esferas económica, social, política, económica y cultural.

     En el texto Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad urbana (Caracas 1870-1980) su autor, Rafael Cartay (Barinas, 1941) le dedica un aparte, de unas treinta páginas, que vale la pena rememorar y que me permite disertar acerca de la ciudad y sus inherencias caraqueñas. Este historiador venezolano inició su disertación al poner en evidencia que una gama de especialistas, en temas dedicados a la ciudad, no han logrado llegar a conclusiones definitivas respecto a su verdadera significación histórica.

     Cita un ejemplo, de hecho, el dominante y divulgado por quienes se asumen legatarios del marxismo, la de oponer al “campo”, o la oposición rural – urbano. Durante las décadas del sesenta al ochenta fue una preocupación entre universitarios, en especial geógrafos.

     Cartay prefirió un enfoque más actual según el cual la ciudad guarda en su seno lo rural, es decir, si se pretende una aproximación a su rol en la historia, debe ser asumido su estudio bajo un lente plagado de heterogeneidad, pluralidad, cruces e intersecciones. En todo caso, lo recomendable es extender un estudio donde se destaque la multiplicidad y la variedad de los intercambios humanos de los que ella ha sido escenario. El autor subraya la necesidad de estudiar el proceso histórico en el que se contextualiza su conformación moderna. De igual manera, reveló la necesidad de un acercamiento a las redes económicas, las formas de intercambio de bienes y servicios que ayudan a satisfacer las necesidades de sus pobladores como de otros más allá de sus linderos.

     Una de las primeras consideraciones que hace este historiador acerca de este tema es que, el proceso de urbanización en el país “ha sido tardío pero explosivo”. Esto se evidencia con los cambios que comenzó a experimentar Venezuela en el siglo XX. Hablar de una ciudad moderna antes de esta centuria resultaría arriesgado puesto que el territorio venezolano fue teatro de cambios importantes, en lo concerniente a su urbanismo, en la década del treinta del 1900. Cartay tomó algunas cifras de un estudio hecho por CORDIPLAN en 1968. Según se estimó en este año para 1936 un 66 por ciento de la población era rural y el resto, un 34,7 por ciento, ocupaba espacios urbanos.

     El cambio fue rápido porque para 1961 el 67,5 por ciento de la población era urbana y un 32,5 por ciento rural. Para la década del noventa cerca de un ochenta por ciento de la población había devenido urbana. Se debe agregar que este vertiginoso giro no fue un atributo venezolano, también en otras porciones territoriales del orbe sucedió algo similar. Cartay adjudicó estas transformaciones al aporte de las migraciones externas y por medio del despliegue de las políticas de salud pública. Por supuesto, estos cambios concitaron otras situaciones al interior de las ciudades, en especial, en lo que refiere a los inmigrantes internos y externos. Distintos estudios señalan que Caracas, en la primera década del 1900, no superaba los noventa mil habitantes. La capital de la república no mostraba grandes contrastes con respecto a su estructura durante el 1800, con calles estrechas, pavimentadas en el Centro, pocas aceras, casas de un solo piso, con ventanales que sobresalían e impedían un tránsito fluido por las aceras, las casas de mampostería las poseían quienes tenían recursos económicos. Era la Caracas de los techos rojos a las que Pérez Bonalde dedicó algunos de sus poemas y Núñez sus eruditas crónicas.

Caracas, hacia 1920 contaba con 118.000 pobladores, y treinta años más tarde, superaba el millón de personas

    Cartay resume en pocas palabras lo que Picón Salas y García Sánchez escribieron acerca de una Caracas decimonónica en pleno siglo XX. Quienes venían de La Guaira se encontraban con Caño Amarillo adonde se asentaban familias en casuchas de barro y techos de zinc, pulperías regentadas por isleños y las lavanderías administradas por chinos, coches halados por caballos, mulas con las que se trasladaban mercancías, pensiones miserables y burdeles de mala reputación.

     Caracas continuaba siendo una ciudad con pocas atracciones, salvo las retretas y tertulias de la Plaza Bolívar o las visitas a la iglesia, con dos salas de cine y un solo hotel con algunas comodidades, el Klindt. Una ciudad en la que aún se veían restos del sismo de 1812 y merodeadores sin calzado y trajes harapientos.

     La fundación de Caracas fue tardía respecto a otras ciudades del orbe. Después de sesenta y nueve años de haber desembarcado los primeros contingentes españoles, en 1567 fue fundada a instancias de Diego de Losada, luego de la fundación de El Tocuyo, Coro y Cumaná. Para 1810 residían en ella cerca de 50.000 almas. Hacia 1920 contaba con 118.000 pobladores, en 1956 superó el millón de personas, dos millones para 1965 y los tres millones para 1990. Cartay recuerda que para 1965 albergaba una quinta parte de la población del país, “pero en ella se cometía más de la mitad de todos los delitos registrados en el país”.

     Ya para este año se cifran en un número de 400.000 familias habitando en ella y que llevaban su existencia diaria en ranchos que no contaban con servicios básicos. Una población que fue sembrando en su aparato psíquico la desesperanza, el abandono y el resentimiento. La ciudad comenzó a extenderse hacia el lado sur del río Guaire, con un puente y un tranvía, abriendo paso a la urbanización El Paraíso. Luego de la década de 1930 se desplegó hacia el lado este. Cartay estableció que, la ciudad comenzó a alejarse de sus atributos “y se vuelve anárquica y policéntrica, sin principio ordenador y sin reglas, continuamente en transición hacia un modelo que nadie conoce ni regula”.

     El autor califica al año de 1920 como el de la transición de una comarca meramente rural a una de predominio urbano. En este año la capital de la república contaba con algunos servicios públicos rudimentarios, como electricidad, teléfonos, acueductos y cloacas. Una ciudad aldeana con matices afrancesados heredados de los tiempos de Guzmán Blanco desde la década de 1870. Para este año de 1920 había 13.476 viviendas, cifra no muy distinta a la de 1890 que fue de 13.419 viviendas. Los caraqueños vivían en insalubres “corralones” o casas de vecindad, con un solo baño. Caracas comienza a cambiar su fisonomía después del fallecimiento de Juan Vicente Gómez, en diciembre de 1935.

     La ciudad que se comienza a transformar en este tiempo vio alentado el ímpetu modernizador a la luz de los ingresos petroleros. En 1938 se creó la Dirección de Urbanismo. Quienes la encabezaron buscaron asesoría de ingenieros franceses para elaborar un plan de urbanismo en correspondencia a lo que ya se venía realizando en ciudades como Buenos Aires, La Habana, Santiago de Chile y Bogotá. Bajo esta iniciativa se estableció el Plan Rotival (1940). Aunque no fue generalizado lo que desde sus propuestas se llevó a cabo se construyó la avenida Bolívar, inaugurada el 31 de diciembre de 1949 y se reorganizó el barrio El Silencio que, anteriormente, amparó en su seno prostíbulos, bares con mala reputación y la concomitante miseria.

Panorama de Caracas, Venezuela circa 1900.

     Quizás, las mayores evocaciones relacionadas con el cambio de la ciudad sean la fundación de la urbanización El Paraíso, mediante un decreto de Andueza Palacio en 1891, con lo que lugares como El Calvario, Antímano y Los Chorros fueron desplazados como sitios de esparcimiento, y la aparición del tranvía eléctrico en 1905, cuyo recorrido era Caño Amarillo y Sabana Grande. Escribió Cartay que la urbanización El Paraíso fue el primer urbanismo moderno de la ciudad.

     Su prístino nombre fue Ciudad Nueva. Se estableció en los antiguos terrenos de la hacienda de los Echezuría, adquiridos en 1890 por la Compañía de Tranvías de Caracas. Luego de cuatro años se establecieron las primeras viviendas cuyos primeros ocupantes fueron las familias Boulton, Eraso,Torres Cárdenas, Francia, Zuloaga y Pacanins.

     Para 1906 el Jockey Club adquirió unos terrenos donde se construyó el hipódromo, inaugurado en 1908. Cuando la urbanización se extendió lo hizo en correspondencia con la avenida 19 de Diciembre. 

     Durante los primeros treinta años del 1900 fue un lugar de distracción porque concentraba un hipódromo, una gallera, un campo de atletismo propiedad de alemanes, el estadio de béisbol Los Samanes, una amplia laguna, el parque de La República y las plazas Petión y Madariaga. A finales del 1800 se construyó un edificio, sede de la primera exposición industrial de Venezuela (1895), el que luego serviría para labores educativas que lleva por nombre San José de Tarbes.

     Los más desafortunados fueron extendiendo la ciudad hacia el lado oeste. Asentamientos como Barrio Obrero, San Agustín del Sur, Agua Salud, Catia, Los Jardines del Valle se constituyeron en las primeras décadas del 1900. En los primeros veinte años de esta centuria la ciudad se expandió hacia el este. Primero fueron Los Chorros, a los que le seguirían, La Florida, Las Delicias de Sabana Grande, Campo Alegre, el Country Club, Altamira, La Castellana y Los Palos Grandes, entre otros. Las primeras edificaciones para los sectores de menores recursos se llevaron a cabo en la década de 1950 e inspiradas en construcciones francesas.

     En palabras de este historiador barinés, las restricciones topográficas del estrecho valle caraqueño que acota el área habitable y utilizable por las actividades económicas, administrativas, políticas, sociales y de esparcimiento, contribuyó a que los espacios territoriales incrementaran su valor. Ello contribuyó, en gran proporción, a que los pobladores de escasos recursos recurrieran a invadir las colinas aledañas. Los sectores más pudientes llevaron a la ciudad un patrón lineal y alargado, “disperso y de altos costos”. Mientras los más pobres ocuparon terrenos poco estables y en el lecho de quebradas. La denominada clase media que comenzó a crecer a mediados del 1900, “se ubicó dentro de un patrón de alta densidad, conocida como de ‘propiedad horizontal’, en diversas localizaciones”.

     Lo que denomina Cartay “patrón segregacionista” responde a la misma forma como se encuentra estructurada la comunidad nacional y la sociedad venezolana. También, esta segregación se puede apreciar en otras grandes capitales de los distintos países latinoamericanos. De acuerdo con él, ha sido la concentración de la burocracia estatal e industrial las que han contribuido con la segmentación de la población. Cartay ofreció algunas cifras ilustrativas en lo concerniente a este asunto. Para 1967, en la ciudad capital se concentraba el 46 por ciento del personal contratado por la industria y la mayor parte de los empleados del Estado. Años después, en 1980, las cifras se mantenían o se habían elevado, puesto que el 66 por ciento de los establecimientos industriales del país se localizaban en las regiones capital y central, “con más del 45 por ciento del capital fijo y más del 70 por ciento del personal empleado en el parque industrial del país”.

     En términos generales, Caracas rememora el cerro El Ávila, también su viabilidad a la que las autoridades han prestado mayor atención. Una característica les acompaña a las distintas edificaciones en ella asentadas, ventanas y puertas tras rejas de seguridad, un deteriorado sistema de transporte público, con escasos lugares de esparcimiento, pero sí con una variedad de centros comerciales y ventas callejera de comidas. En fin, lo que se puede apreciar en la vía pública expresa lo que un desarrollo inarmónico y anárquico ha hecho de la capital venezolana.

El Ávila Indígena: Waraira Repano

El Ávila Indígena: Waraira Repano

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El Ávila Indígena: Waraira Repano

FelicianoEl Ávila, visto por el maestro Manuel Cabré Montenegro Colón

     El cerro Ávila, oficialmente llamado Waraira Repano, es un parque nacional (1958) localizado en la cadena del litoral central de la Cordillera de la Costa, en el centro-norte de Venezuela.

     Ubicado en la fila montañosa al norte de Caracas, se extiende por todo el norte del estado Miranda y sur del estado La Guaira.

     El Ávila posee cuatro cumbres relevantes: el Pico Naiguatá, con una altura de 2.765 metros sobre el nivel del mar, el Pico Oriental con 2.640 metros, el Pico Occidental con 2.480 metros y por último el Pico El Ávila con una altitud de 2.250 metros.

     El cerro era conocido por los aborígenes habitantes del valle de Caracas como “Waraira Repano», que significa “Sierra Grande”. No obstante, el historiador José Oviedo y Baños señala que para el siglo XVI la imponente montaña, que se erige frente a la ciudad, comenzó a ser conocida como Ávila. El origen del nombre proviene de un alférez mayor de campo, de nombre Gabriel de Ávila, quien acompañó al español Diego de Losada en la conquista y población del valle del río Guaire.

     En 1568, ya fundada Santiago de León de Caracas, Gabriel participó en la batalla de Maracapana, librada por Losada contra un grupo de caciques indígenas que pretendían recuperar la soberanía sobre el valle.

     En 1573, el alférez mayor fue nombrado alcalde de Caracas. Para entonces era propietario de unas tierras cultivadas al norte de la ciudad, a la que llamó Estancia de los Ávila, de ahí surgiría el nombre del cerro. Fue el fundador de la familia Ávila que primero se estableció en Caracas. Uno de sus descendientes es el sacerdote José Cecilio Ávila, rector de la UCV, entre 1825 y 1827), años en los que fundó nuevas cátedras y exhortó a Simón Bolívar para que le diera protección a la enseñanza de la educación superior.

Desde 1958, el cerro Ávila es Parque Nacional

Sierra Grande

     En 1960, el escritor Julián Padrón publicó en la Revista Shell, uno de los mejores trabajos históricos sobre el cerro Ávila.

     Se pregunta Padrón, en los inicios de su artículo: “¿Qué idea del Ávila tenían los aborígenes del valle de Caracas?

     De inmediato el célebre literato oriental responde:

     “Once años después del establecimiento de los españoles en el valle, el Gobernador Don Juan de Pimentel calculaba en 4.000 los indios más cercanos a los pueblos de Santiago y Caraballeda. Vivían seguramente en el valle, al borde de los ríos y de las quebradas, junto a sus siembras, en barrios de pocas casas. 

Desde 1958, el cerro Ávila es Parque Nacional

     Los pueblos de indios estaban separados unos de otros por varias leguas, y se comunicaban entre sí por caminos torcidos sobre tierra doblada y en parte montañosa. Los de tierra adentro trocaban cosas de comer por sal y pescado con los de la mar. No tenían adoraciones ni santuarios, ni casa ni lugar dedicado a ello; pero tenían piaches a quienes respetaban. El gobernador señala otros hábitos y costumbres de los indios que son los que repiten todos los conquistadores.

     En medio de esos indios de la nación caracas estaba esa serranía que presiden los picos Ávila, La Silla y Naiguatá; los que habitaban la costa contemplaban el rostro adusto, vertical, de la sierra que mira al mar, con blancura de espuma al pie y blancura de nube en la cabellera. Los que moraban en el valle tenían una imagen de verdura desde el pie del monte hasta la línea de la fila que corta en escotaduras el azul del cielo. Algo similar a quienes hoy lo contemplan desde el horizonte del mar litoralense, y a quienes lo hacen viajando por la carretera de Catia a Petare.

     Desgraciadamente no tenemos ningún testimonio donde conste la admiración que los caracas sentían por el Ávila. Los etnólogos y arqueólogos no han descifrado todavía las inscripciones aborígenes que aparecen en las piedras y estelas de los alrededores. Pero el caraqueño actual que haya tenido la fortuna de admirar la montaña en la cima del cerro el Volcán, situado al sur, desde donde se abarca en una visión panorámica los pueblos de Baruta y El Hatillo las serranías del Tuy, y todo el valle desde Catia hasta Petare con la extraordinaria montaña al fondo, podrán comprender por qué a toda esa sierra los indios la llamaban Waraira Repano, que quiere decir Sierra Grande”.

Fuentes Consultadas

  • Caracas, 22 de abril de 2010, decreto N° 7.388, mediante el cual se dispone que la extensión que comprende el Parque Nacional “El Ávila” se denominará en lo adelante Parque Nacional “Waraira Repano”.
  • Biern, Pedro Luis. El Ávila su Historia. Caracas: Corporación Prag, 1980.
  • Padrón, Julián. El Ávila indígena. Revista Shell. Caracas, abril de 1960.

Orígenes del Cementero General del Sur en Caracas 1875-1904

Orígenes del Cementero General del Sur en Caracas 1875-1904

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Orígenes del Cementero General del Sur en Caracas 1875-1904

     El 5 de julio de 1876, se inauguró el cementerio en presencia del presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco; diez días más tarde, se sepultó en ese camposanto el primer cadáver. En 1889, se adquirió un lote de terreno para realizar la primera ampliación del cementerio. El investigador histórico Manuel Landaeta Rosales realiza en este trabajo una minuciosa recopilación de los primero 30 años este singular recinto

     El caraqueño Manuel Landaeta Rosales (1847-1920) fue un militar durante su juventud, pasando luego a desempeñar importantes cargos en la administración pública hasta 1889, cuando se dedicó con ahínco a la investigación histórica. Realizó importantes trabajos de acopio, resguardo y divulgación de documentos históricos. El mencionado año de 1889 fue designado director de la oficina responsable de la edición y publicación de la Gran recopilación geográfica, estadística e histórica de Venezuela, labor que llevó a cabo con una encomiable minucia. Entre sus numerosas obras, en las que destacan publicaciones, manuscritos y compendios sobre los periodos de gobierno de Antonio Guzmán Blanco, Juan Pablo Rojas Paúl, Joaquín Crespo, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, está la historia del Cementerio General Sur, desde su creación, en 1875, hasta 1904; allí demuestra su insuperable y valioso trabajo.

Mausoleo del ex presidente de la República, general Joauqín Crespo, 1898

Así nació el Cementerio General del Sur

     “Al regresar el general Antonio Guzmán Blanco, presidente de la República, de la campaña de Coro, en marzo de 1875, se ocupó de la necesidad que tenía Caracas de un cementerio adecuado para su población que llenara las condiciones de capacidad, decencia e higiene necesarias. Al efecto comisionó al gobernador del Distrito Federal, general Lino Duarte Level, para localizar el terreno conveniente para tal objeto. Este, acompañado de su secretario, el doctor Miguel Caballero, recorrieron los alrededores de Caracas y se fijaron en el Rincón de El Valle en un terreno que llamaban Tierra de Jugo (diz que por el apellido de uno de sus antiguos dueños), terreno que forma una planicie inclinada suavemente y rodeada de colinas a su espalda. El general Guzmán Blanco, acompañado del mismo Duarte Level, del ingeniero Jesús Muñoz Tébar, Ministro de Obras Públicas, y de otras personas más, vio el terreno y lo creyó apropiado a su objeto.

     El 13 de julio de aquel mismo año de 1875, se dictó una resolución a través del Ministerio de Obras Públicas, mandando construir el cementerio en el lugar referido.

     El plano y presupuesto para la obra lo levantó el citado ingeniero Muñoz Tébar, quien dirigió los trabajos.

     La Junta de Fomento para la obra la compusieron los señores Carlos Arvelo, Juan Bautista Picard y Guillermo Espino.

     El 3 de julio de 1876, el general Guzmán Blanco dictó un decreto declarando abierto al público aquel cementerio, el 10 del mismo mes y año, y prohibiendo enterrar en los otros existentes, que eran “Los Hijos de Dios”, “Las Mercedes”, “San Simón”, “Los Canónigos”, el de “Los Ingleses” y el de “Los Alemanes” y en los Templos, Capillas y otros lugares.

     El mismo 3 de julio dictó el Concejo Municipal el Reglamento del Cementerio, siendo presidente de aquel cuerpo el general Francisco Tosta García, gobernador del Distrito Federal, y secretario del Concejo el señor Carlos Blanco Aranda.

     El 5 del mismo mes de julio, se inauguró solemnemente el cementerio en presencia del general Guzmán Blanco, que fue allí acompañado por muchos empleados de la nación y del municipio, fuera del gran número de ciudadanos que concurrieron al acto. Entre los circunstantes se hallaba el señor Roque Cocchia, delegado Apostólico de Su Santidad Pío IX y el Cuerpo Diplomático. El señor Carlos Arvelo, presidente de la Junta de Fomento del Cementerio, hizo entrega de la obra al Ministro de Obras Públicas, ingeniero Muñoz Tébar, después de un discurso análogo al solemne acto, y éste se dirigió al gobernador Tosta García poniéndolo bajo la égida del Concejo Municipal que éste presidía. El administrador del cementerio, general Salvador Quintero, hizo constar todo en un libro titulado Anales del Cementerio General del Sur.

     El costo de la obra hasta su inauguración, inclusive el mobiliario del edificio de la Administración, alcanzó a los 45.753, 78 venezolanos, o sea 228.768,90 bolívares.

Marmolería Riversi, 1904

Primer entierro

     El primer cadáver que se sepultó en el Cementerio General del Sur, el 10 de julio de 1876, fue el de Bonifacio Flores, de Valencia, miembro de la banda de música de Caracas. También se enterraron allí el mismo día, al general Guillermo Goiticoa, de Caracas, y a José Conrado Olivares, de Guayana, todos adultos.

     El 7 de febrero de 1877, se extendió hasta el Registro Público de esta capital, la escritura del terreno del cementerio, comprado a varias personas. Consta de 117 hectáreas y 6.818 metros siendo su importe de 2.400 venezolanos o sea 12.000 bolívares. El tesoro municipal erogó la suma.

     A petición de muchas personas de Caracas, el Concejo Municipal facultó el 12 de julio de 1877 al gobernador del Distrito Federal, para que hiciera abrir al público los cementerios que estaban clausurados desde el 10 de julio del año anterior; y aquél, que lo era entonces el general Rafael Carabaño, así lo ordenó por resolución del día siguiente, quedando el Cementerio General del Sur clausurado por entonces.

     Triunfante la Revolución llamada de la Reivindicación en febrero de 1879, vino de Europa el general Guzmán Blanco a ponerse a la cabeza de ella con el carácter de Supremo Director, y uno de sus primeros actos fue hacer poner en actividad nuevamente el Cementerio General del Sur y clausurar los otros, como se ve en la resolución del gobernador interino del Distrito Federal, doctor José María Manrique, de fecha 4 de marzo siguiente.

     El señor José Félix Blanco celebró con el gobernador del Distrito Federal el 20 de mayo de 1884, un contrato para establecer una Empresa Funeraria y Cerería estilo americana, y para la construcción de bóvedas subterráneas de mampostería o metal, pero no se llevó a cabo tal contrato.

     El 1 de agosto de 1887, el general Guzmán Blanco dictó un decreto mandando abrir una cortada en las colinas del Portachuelo de El Valle, para prolongar la calle Sur 5 y acortar la distancia al Cementerio General del Sur.

     Al fin de aquella cortada iría una capilla donde se rezarían los oficios a los difuntos. La Junta de Fomento de estos trabajos la compusieron los señores Guillermo Espino, Bonifacio Coronado Millán y Luis R. González y el ingeniero director Juan de Dios Monserrate, y fueron inspectores, el general Gregorio Cedeño Colón, primero, y después, David Montiel. Los trabajos de la cortada que nunca se llevó a cabo completamente, alcanzaron el valor de Bs. 241.348,77 y los de la Capilla Bs. 40.855,50. Esta última no se concluyó tampoco y fue demolida más después de 1893.

     El agua potable se condujo al cementerio por un contrato con el ingeniero Juan de Dios Monserrate, en 1888, pues los trabajos y el riego de los árboles y arbustos se hacían con el agua de una acequia del señor Guillermo Espino que corre cerca de allí.

Ampliación del cementerio

     El 15 de noviembre de 1889, se compró el segundo lote de terreno para ensanchar el cementerio. Su extensión alcanza 51.154 metros y su precio fue de Bs. 10.000, que pagó la nación. Esta escritura fue registrada en esta ciudad, hallándose inserta, como la del terreno primitivo, en la memoria que el gobernador del Distrito presentó al Congreso de 1899. Los linderos son los siguientes: El del primer terreno comprado en 1876, así: por el Norte, Sur y Oeste, las filas de los cerros, cuyas vertientes caen al terreno plano del Cementerio; y por el Este, la portada y paredones allí construidos.

     Los comprados en 1889, éstos: por el Norte, el cementerio general del Sur, camino llamado de la pica con terrenos de Antonio Pulido, Isidoro Obregón e Hipólito Molina; por el Naciente, terrenos del propio vendedor José de jesús González; y por el Poniente, la fila del cerro conocida con el nombre de Guarataro.

     Las primeras aceras del interior del cementerio se hicieron por un contrato entre Eloy Escobar Llamozas y el gobernador, trabajos que corrieron en 1890 por cuenta del Ministerio de Obras Públicas, costando Bs. 24.650.

     Por resolución de la Gobernación del Distrito Federal, de fecha 24 de septiembre de 1891, se nombró una Junta de Fomento para el cuido, mejora y conservación del cementerio, la cual la compusieron los señores Guillermo Espino, Luis R. González, Manuel Oramas y Guillermo Anderson.

 

     El 15 de diciembre de 1892 el señor A. M. Jelambi dirigió unas proposiciones al gobernador del Distrito Federal para empedrados monolíticos y aceras de concreto romano dentro del cementerio y principió los trabajos el 10 de febrero de 1893 y se suspendieron el 10 de noviembre siguiente, después de un gasto de Bs. 111.638,40.

     El boulevard que conduce de El Rincón de El Valle al cementerio, se hizo de 1893 a 1896, durante el gobierno del general Joaquín Crespo. Las aceras y camellón por varios encargados y contratistas y los árboles lo mismo.

     Los señores Enrique Fánger y Fernando Morales, formaron en 1893 una “Agencia Sepulcral”, para asear, cuidar y conservar las tumbas y para construir catafalcos en el cementerio, la cual duraría como ocho meses en actividad. 

     El señor Nicolás Arturo Díaz estableció en 1894 la Agencia “Cruces-marcas”, para las sepulturas. Después de muerto aquél, siguió su esposa en la misma agencia, hasta que muerta aquélla también, siguió el mismo negocio su hermano Manuel Camacho.

     El señor Adolfo Ruiz hizo un contrato por cinco años con el gobernador del Distrito el 11 de mayo de 1895, para construir bóvedas portátiles de concreto romano para sepultar en el cementerio General del Sur. El Concejo Municipal lo aprobó el 15 de julio siguiente, pero para principios de noviembre de 1898 terminó.

     El tranvía al cementerio que parte de la línea férrea de Caracas a El Valle, se inauguró a mediados de noviembre de 1895.

     El Concejo Municipal del Distrito Federal dictó otra Ordenanza sobre cementerios el 11 de julio de 1897 y derogó la del 3 de abril de 1876.

     El primer cuadro demográfico que se ha formado en Caracas fue del año 1897, que hizo el general Carlos Márquez García, siendo administrador del cementerio, por primera vez, cuadro que se insertó en el diario El Derecho, número 394, de 10 de enero de 1898. Además adelantó el trabajo de otros años anteriores para formar la demografía de Caracas desde 1876 en adelante.

El 5 de julio de 1876, se inauguró el cementerio en presencia del presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco

     El señor Julio Carrera hizo un contrato con el Concejo Municipal de Caracas para construir a su costa una capilla funeraria que llamaría “Cruz de María”, para depósito de restos humanos, la cual se levantaría frente al cementerio. A los veinte años pasaría a ser propiedad municipal. El contrato se firmó el 23 de junio de 1898, pero no se llevó a cabo.

     El gobernador del Distrito Federal, por resolución de 2 de noviembre de 1898, nombró una Junta administradora del cementerio, compuesta de los siguientes ciudadanos; Federico Alcalá, Miguel R. Ruiz, Pedro Pablo Azpúrua Huizi, Juan Bautista Egaña y Eduardo Montauban. Dicha junta fue eliminada el 10 de marzo de 1900, pero el tesorero Montauban había renunciado días antes y en su lugar estaba el señor Pablo S. Guerra. Esta junta hizo arreglar los registros de defunciones en forma estadística: reglamentó la construcción de bóvedas y fosas, construyó 13 aceras de concreto romano con 843 metros de longitud todas, como se ve del informe que pasó el 12 de noviembre de 1899, que corre inserto en la Gaceta Oficial número 7.785 del 24 del mismo mes y año.

     Los entierros se efectúan en Caracas en carros fúnebres desde 1868, y todavía muchos acostumbran hacerlo en lo que llaman Andas y a la mano de párvulos.

     El servicio se hace desde hace más de 40 años por “Agencias Funerarias” montadas al estilo moderno y más adelantado. También el “Tributo a los Pobres”, asociación benéfica fundada el 1° de junio de 1880, ha prestado y presta sus valiosos servicios a la parte desvalida.

     El precio por metro cuadrado de terreno a perpetuidad que se le dio por decreto del general Guzmán Blanco, el 3 de julio de 1876, fue de diez venezolanos, y dos venezolanos por derecho de sepultura.

     El gobernador del Distrito Federal, general Emilio Fernández, por resolución de 10 de marzo de 1900, dividió el terreno del cementerio en seis cuadros o cuarteles, fijando los siguientes precios 

  •          cuartel……………… 60 bolívares
  •          cuartel……………… 50 bolívares
  •          cuartel……………… 40 bolívares
  •          cuartel……………… 30 bolívares
  •          cuartel……………… 20 bolívares
  •          cuartel……………… 10 bolívares
El Cementerio el Día de los Difuntos

     El 18 de junio de 1904, el gobernador del Distrito Federal, general Ramón Tello Mendoza, dictó una ordenanza para el Cementerio General del Sur en ciertos puntos.

     Los artículos 27 y 28 de aquella ordenanza dicen así:
     Art. 27. El Cementerio General se divide en seis cuerpos o cuarteles de ciento cincuenta metros lineales de longitud, por el ancho que actualmente tienen, y sus valores son los siguientes:

  • Primer cuerpo o cuartel del centro, de derecha a izquierda, cincuenta bolívares (Bs. 50), el metro cuadrado.
  • Segundo cuerpo o cuartel, en la misma forma, cuarenta bolívares (Bs. 40).
  • Tercer cuerpo o cuartel , treinta y cinco bolívares (Bs. 35).
  • Cuarto cuerpo o cuartel , treinta bolívares (Bs. 30).
  • Quinto cuerpo o cuartel , diez y seis bolívares (Bs. 16).
  • Sexto cuerpo o cuartel, ocho bolívares (Bs. 8).

Art. 28. El nuevo ensanche del Cementerio General, según el plano levantado por el Ingeniero Municipal, se divide en la forma que sigue:

  • Primer cuerpo o cuartel, situado en frente del edificio, de Norte a Sur, que corresponde a primer cuerpo o cuartel central, cincuenta bolívares (Bs. 50) el metro cuadrado.
  • Segundo cuerpo o cuartel, en la misma situación, y que corresponde al segundo cuerpo central, cuarenta bolívares (Bs. 40)
  • Tercer cuerpo o cuartel, en igual situación a los anteriores, que corresponde también al tercero del central, treinta y cinco bolívares (Bs. 35).
  • El cuarto cuerpo o cuartel, se considera por su situación topográfica, como un cuerpo o cuartel “Especial” y su valor es de ocho bolívares (Bs 8).

     El 21 de junio de 1904, el mismo gobernador, general Ramón Tello Mendoza, dictó una resolución nombrando una Junta de Fomento, para que corriera con la administración del Cementerio, compuesta aquella del mismo gobernador como presidente, de Federico Alcalá como primer vicepresidente, de P. P. Azpúrua Huizi como segundo vicepresidente, y de Alcides Ayala como tesorero.

     El Artículo de aquella Resolución dice así:

     5° El Administrador General de rentas Municipales llevará en cuenta, por separado, el producto de los ingresos del cementerio, tales como “Terrenos a perpetuidad”, “Derechos de inhumación”, “Derechos de bóvedas”, etc., etc., para con ellos atender, la expresada Junta, a los gastos de empleados y de Fomento y Ornato de la Necrópolis.

     El 4 de julio del mismo 1904 se instaló aquella Junta, entrando en lugar del señor Azpúrua, que se encontraba enfermo, el señor Tomás Reina, y aquella Junta ha mantenido en el mayor aseo el cementerio y atendido debidamente a sus obligaciones.

     El valor de los monumentos, estatuas, capillas, mausoleos, túmulos y demás objetos de arte, colocados en el Cementerio General del Sur, montan a más de 4.000.000 de bolívares, fuera del costo de él, que no bajará de otro millón de bolívares como hemos visto.

  •      Actualmente existen en Caracas las marmolerías siguientes:
    Emilio Aagaard, lapidario
    Eusebio Chellini, fabricante de piedra artificial
    Julio Roversi, comerciante en estatuas, túmulos, monumentos, etc., para cementerios
    E. Marré y Ca., ídem, ídem, ídem.
    E. Gariboldi, ídem, ídem, ídem y fabricante de ellos.
    Francisco Pigna, marmolista

     Los mejores monumentos que hay en el cementerio han sido traídos de Italia y de otras naciones de Europa.

FUENTES CONSULTADAS

  • Landaeta Rosales, Manuel. Los Cementerios de Venezuela desde 1567 hasta 1906: Tipografía Herrera Irigoyen, 1906

La Cuadra Bolívar

La Cuadra Bolívar

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La Cuadra Bolívar

Está histórica casa está situada entre las caraqueñisimas esquinas de Piedras y Bárcenas

     La casa de recreo de la familia Bolívar-Palacios sirvió de cuna para la emancipación del Continente Sur-Americano. Ella conserva el recuerdo de las correrías y juegos de infancia de Simón Bolívar, de sus largos ratos de estudio al lado de su maestro Don Andrés Bello

     La Cuadra Bolívar de Caracas, situada en la parte sur de la ciudad, con frente hacia la calle oeste 18, entre las esquinas de Piedras y Bárcenas, es la antigua casona de los padres del Libertador, la cual aún pasa inadvertida a la vista de muchos transeúntes de nuestra ciudad, no obstante ser ella una de las casas antigua e histórica del país.

La Cuadra Bolívar fue construida por los esposos Bolívar-Palacios para residencia de recreo, por los años 1780. Tenía hermosa fuente de piedra en el centro de su gran jardín y la casa se surtía de agua a través una tubería de barro cocido que había hecho traer desde su casa de San Jacinto, Juan Vicente Bolívar, además de que también existía un manantial que se secó con el terremoto de 1900.

     El sitio escogido por los esposos Bolívar-Palacios para la construcción de su morada de distracción, era célebre, ya que aquel lugar, aún para entonces retirado del perímetro de la ciudad que solo se extendía por ese lado hasta la esquina de Reducto, según la tradición, se efectuó allí uno de los más reñidos combates de la época de la conquista, el cual ha sido descrito por el historiador colombiano José Oviedo y Baños con el nombre de Batalla del Guaire, en el cual perdió valientemente la libertad y la vida el jefe indio Tamanaco.

     Además de que esta casa-quinta fue, como ya hemos dicho, construida para recreo de la familia Bolívar y que por tal motivo estuvo predestinada a que nuestro Libertador viera correr en ella alegres días de su niñez y de su juventud, recibiendo en sus jardines y corredores las lecciones de su condiscípulo y maestro Don Andrés Bello, debe advertirse que como quiera que Juan Vicente Bolívar para el año de 1802 vendió a don Juan de la Madrid la casa de San Jacinto, o sea aproximadamente para la época en que el Libertador regresara de su viaje a Europa, después de esa fecha, el Libertador se alojó siempre en su casaquinta del Guaire, y en otras ocasiones en su casa de la esquina de Las Gradillas, que es esta última la que forma el ángulo Sur-Este de dicha esquina. Es así, pues, como para el año de 1808 en que el grupo de jóvenes patriotas que quiso aprovechar la difícil situación por que atravesaba el Gobierno de España con la invasión de Napoleón a la Península, proyectara el establecimiento de una Junta de Gobierno que debía reemplazar la Capitanía General para entonces existente. Este grupo de jóvenes que debía reunirse alejado de la vista del Capitán General, había escogido como retiro más propicio y albergador a sus entrevistas, la quinta para entonces de los hermanos Juan Vicente y Simón Bolívar, donde so pretexto de convites, sus entrevistas duraron varios meses sin que fueran sospechadas por la suspicaz vista del Capitán General.

La Cuadra Bolívar conserva el recuerdo de las correrías y juegos de infancia de Simón Bolívar

     Descubierto más tarde su intento, los jóvenes conspiradores, se les formó causa, de la cual existen dos procesos, uno de ellos el ordenado por Casas contra Melo–Núñez, Juárez–Manrique y Matos, el cual se encuentra en poder del doctor Vicente Lecuna; y el otro, el que ha sido publicado en Bogotá por el historiador colombiano Jorge Ricardo Bejarano en su obra titulada “Orígenes de la Independencia Suramericana”, quien dice haber tenido la suerte de hallar un infolio escrito en letra pastrana y sobre papel español marquilla con 170 hojas que reposa en poder de Jorge Iragorri Isaacs, el cual contiene la “Causa seguida en Venezuela en el año 1808, a los Bolívares, Marqués del Toro, Marqués de Casa León, Conde de Tobar, Conde de San Javier, José Félix y Juan Nepomuceno Ribas, los Montilla, Palacios, Sojo, Salías, etc., quienes fueron los iniciadores del movimiento revolucionario, de donde surgió la Independencia del Continente”. Este importante proceso esté lleno con las declaraciones tomadas a los testigos, relativas a las reuniones secretas habidas en “La Cuadra de los Bolívares” o “El Palmito”, nombres con los cuales distinguían la casa-quinta.

La Cuadra de Bolívar es la antigua residencia de los padres del Libertador

     Encontramos así, pues, que el valor histórico de la “Cuadra Bolívar”, puede juzgarse como joya inapreciable, por haber tenido la suerte de que fuera el sitio que sirviera de cuna para la Independencia Sur-Americana. Es aún más grande el valor histórico de la Cuadra Bolívar, porque como sabemos entre las casas que sirvieron de alojamiento al Libertador, en esta ciudad natal, es ella la que realmente se conserva con el más exacto ambiente de lo que fue, pues si bien es verdad que sus jardines se han mermado en gran parte, que su preciosa para entonces fuente ha desaparecido, que su manantial quiso el terremoto del año 1900 cegarlo y que la mano del tiempo derribara el célebre Cedro de Fajardo en 1840, el cual dio sombra al futuro Libertador cuando recibía lecciones de su condiscípulo y maestro Andrés Bello, como así lo consagra el magnífico óleo del pintor Tito Salas que se encuentra en la casa natal del Libertador; también es verdad que la Cuadra Bolívar, en su estructura, su división, su sabor colonial, sus viejos paredones inclinados, sus antiguas columnas que circundan sus grandes corredores y que son ellas las mismas que quizá en cuántas ocasiones sirvieron para apoyo del que debía ser más tarde nuestro Libertador, todo ello lo hace, el sitio más evocador de nuestras reliquias patrias.

En 1959, la Cuadra de Bolívar fue declarada Monumento Histórico Nacional

No corrieron la misma suerte la Casa Natal del Libertador, que además de sufrir la modificación que le hiciera Juan de la Madrid, quien para después del terremoto de 1812, según datos, le suprimió un segundo piso que poseía en la parte principal del inmueble y que más tarde, al servir en distintas ocasiones para casa de comercio, fue cambiando en mucho de lo que ella había sido. Después de adquirida para propiedad de la Nación, la Casa Natal del Libertador ha sido en gran parte reconstruida, con la suerte de que se designara para ese fin al doctor Vicente Lecuna, quien la ha llevado a hacerla parecer lo que ella fue para los momentos en que por primera vez viera allí la luz el Genio de América y el cual, con su verdadero interés patriótico, la ha hecho que produzca el necesario recogimiento de todos los que la visitan. 

     La otra casa en que vivió el Libertador en diferentes ocasiones, o sea la situada en la esquina de Las Gradillas, ya citada, que tuvo indudablemente la suerte de ser la habitación del Libertador en varias ocasiones que estuvo en Caracas, es el sitio central que el Libertador habitó después de la venta de su casa natal, y es así como encontramos que la historia nos refiere la visita que hiciera el aun joven Simón, José Ignacio Casas, hijo del Capitán General de la Provincia, en ocasión de los acontecimientos promovidos por las Juntas Secretas del Guaire, en cuya visita le dijo: “(tú sabes que soy tu amigo y te estimo, aunque no te frecuento , y así me sería doloroso que te vieses en alguna aflicción, por lo que te estimaré no admitas sociedades en tu casa, ni comensales, porque éstas te perjudican”. A lo que contestó Simón: “Estoy desesperado de salir de gorrones que me incomodan, yo a nadie llamo y estoy inocente de cualquier calumnia”, y en seguida cuando se despedían le añadió: “que se iba para su hacienda para que no lo nombrasen en nada”.

      Y es así como los hermanos Bolívar tuvieron que suspender sus entrevistas con los otros patriotas en la Cuadra Bolívar, para trasladarse a La Victoria, estado Aragua, donde también las continuaron, y más tarde en Caracas de nuevo, hasta la presentación de la representación que hicieron al Gobierno, que les trajo por consecuencia la prisión de unos y la confinación de otros. La casa de Las Gradillas conserva para todos los venezolanos el recuerdo de la casa que viviera en ocasiones el Padre de la Patria, no obstante que ha sufrido grandes modificaciones.

Esta residencia sirvió de centro de reuniones conspirativas emancipadoras

      La Cuadra Bolívar pues, que sirvió de cuna para la emancipación del Continente Sur-Americano y que al pasar frente a ella su aspecto nos trae inmediatamente el recuerdo de las tantas ocasiones en que los jóvenes patriotas sigilosamente atravesaron su umbral para reunirse en ella por días enteros, como todas las cosas o personas grandes, ha sido y será motivo de críticas y quizá de muchos deseos, pero si leemos la placa que en su vieja fachada ha sido colocada, podremos apreciar la opinión que de ella han hecho y hacen, personas cuyo criterio es lo suficientemente grande y sensato y el cual borra cualesquiera otras opiniones contrarias y de personas menos autorizadas que ellos. La placa colocada en la casa en tiempos de la dictadura gomecista, dice así:

“Esta casa que perteneció a la familia Bolívar, albergó la infancia de un grande hombre y la de una gran revolución. Aquí vivió en su niñez y en su juventud Simón Bolívar. Aquí se prepararon los planes del movimiento cívico de 1808, precursor inmediato de la jornada del 19 de abril de 1810. Cinco visitantes venezolanos, devotos de las glorias nacionales dedican esta lápida en 28 de octubre de 1925”.

     En igual sentido le han sido consagrados artículos por muchos historiadores.

     Ella conserva el recuerdo de las correrías y juegos de infancia de Simón Bolívar, de sus largos ratos de estudio al lado de su maestro Don Andrés Bello, el cual preparó para la casa de su discípulo y amigo una inscripción en latín, que el joven Simón hizo colocar en la fachada de la casa y que decía así: “Ruris Deliths Urbana Adjecta Commoditas”, que traducido al español significa: “Aquí encontraréis hermanadas las delicias del campo y las comodidades de la ciudad”, ella fue siempre la casa predilecta del Libertador y de los suyos; y como tal, fue la que conservó por más largo tiempo en su poder la familia Bolívar.

     En 1959, la Cuadra de Bolívar fue declarada Monumento Histórico Nacional y hoy permanece con réplicas y objetos de la época en la que el Libertador Simón Bolívar.

Fuentes consultadas:

  • Bejarano, Jorge Ricardo. Orígenes de la Independencia Suramericana,

  • Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas, N° 56, septiembre de 1926.

  • Ricardo Tello, Luis A. La Cuadra de Bolívar. En: Revista Técnica del Ministerio de Obras Públicas. Caracas, marzo de 1965

Boletín – Volumen 69

Boletín – Volumen 69

BOLETINES

Boletín – Volumen 69

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     En la edición correspondiente a la 2ª época del Boletín de la Cámara de Comercio de Caracas, con fecha agosto 1 de 1919, se presentó, en sus primeras páginas, una petición, a miembros o no de esta corporación, para que enviaran escritos relacionados con los asuntos económicos y para ser dados a conocer entre los lectores. Desde sus páginas se puede apreciar el requerimiento de poder contar con colaboraciones, de carácter escrito, para ampliar el conocimiento de un mercado y sus potencialidades. De igual manera, se recordó a los lectores que esta publicación estaba referida a las actividades comerciales y económicas de Venezuela, aunque cabrían en ella asuntos del mismo tenor, de otros espacios territoriales.

     Asunto de interés porque revela que publicaciones oficiales referidas a las actividades económicas e imprescindibles para una aproximación a las potencialidades y desenvolvimiento de un mercado, requeridas para quienes invertían o deseaban invertir en búsqueda de ampliar una renta, no estaban generalizadas entre los entendidos en este orden. Por eso el interés de enviar información pertinente a la redacción del Boletín.

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     Ya en la edición anterior, número 68, se había presentado una lista, por años, de las monedas acuñadas en Venezuela desde años anteriores. En este nuevo número se dio continuidad a aquella información respecto a la acuñación de monedas de oro, plata, cobre y níquel, entre los años de 1858 y 1918. En este breve escrito se advertía acerca del desconocimiento que existía de si toda la plata acuñada se encontraba en circulación, a diferencia del oro que se expresaba en los billetes, cuya emisión fue responsabilidad de los Bancos Venezuela, Caracas, Maracaibo y Comercial.

     De seguidas se puede leer el significado del término Aviso, así como las formas o modalidades de uso en lo atinente a la oferta de bienes y servicios. En este aparte se hizo referencia a su uso en los Estados Unidos de Norteamérica e Inglaterra, de los que se expresó se preparaban según patrones científicos, y en Francia, donde se habían llevado a cabo avances en este sentido. Durante esta época, según lo reseñado en este breve escrito, se clasificaban bajo el nombre de prospecto, cartel o anuncio periodístico.

     En sus páginas se puede encontrar información sobre la disminución de las deudas de Venezuela en los diez años comprendidos entre el 1ª de enero de 1909 al 31 de diciembre de 1918. Son cuatro cuadros, más uno de resumen de deudas, amortización y pagos, y a los que se agregó otro bajo el nombre de “Observaciones”, en el que también se presentaron cifras ilustrativas y acompañadas de comentarios referidos a la misma cuestión.

     Un útil ejemplo de la pluralidad y diversidad de informaciones que se estamparon en el Boletín resulta una cuyo título fue: “Escuela práctica de Havre”. Allí se dio a conocer una oferta de estudio para jóvenes venezolanos. Fue una institución creada por el Ministerio de Comercio de Francia y el de Colonias, de los Gobernadores de las colonias francesas, de la Municipalidad y de la Cámara de Comercio Francesa. Una pequeña nota le sigue a esta información en la que se destacó una exposición permanente de nombre Museo Comercial Universal. En ella estaban expuestas manufacturas venezolanas y de otros países con fines de compra – venta.

     También, en él los temas relacionados con la historia fueron comunes. En esta edición apareció un primer fragmento de “Resúmenes de historia comercial de Venezuela”. Como sinopsis se puede destacar que en el artículo se hizo referencia a que el Descubrimiento de América tuvo como motivo inicial una expedición comercial que buscaba una nueva ruta hacia la India. Debido al monopolio ejercido por sirios y egipcios sobre las zonas comerciales ubicadas en Asia y África, los portugueses habían sido los primeros en emprender viajes en búsqueda de especias, pimienta y riquezas auríferas.

     Otras informaciones que se creían de importancia, para los lectores del Boletín, fueron las relacionadas con el cultivo y comercialización del algodón estadounidense. En este orden, se presentaron las proyecciones para el año de 1919 y una comparación de su producción entre los años de 1914 y 1917. Por otra parte, apareció una nota relacionada con una subvención que reclamaba la “Royal Mail”, cuyo campo de acción eran las Antillas, al gobierno británico por las pérdidas que habían sufrido en el reciente conflicto bélico de 1914-1918.

     Al final, se presentó “variedades de cacao” en el que se anotó los tipos de este grano producido en Venezuela y el producido más allá de las fronteras del país. Se expresaba, con lamento, que el cacao venezolano estuviese siendo desplazado por otros foráneos. De gran importancia resulta una sección llamada “Correspondencia” en que se puede leer comunicaciones con invitaciones de intercambio comercial con otros países y regiones de Europa, Asia, África y América. Sería interesante examinar si estas invitaciones tuvieron respuesta y dieron inicio a nuevas relaciones comerciales.

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Al inicio de esta edición se lee “La crisis ganadera y la circular del General J. V. Gómez”.

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Por lo que respecta a las mercancías secas se ha sostenido el movimiento de venta en el mes de octubre.

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