Caracas – La Guaira en tiempos de Guzmán Blanco

Caracas – La Guaira en tiempos de Guzmán Blanco

William Eleroy Curtis, periodista y escritor estadounidense, autor del libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, en el que relata interesante información sobre Caracas y La Guaira durante los años finales de la presidencia de Antonio Guzmán Blanco y los inicios del mandato de Juan Pablo Rojas Paul.

William Eleroy Curtis, periodista y escritor estadounidense, autor del libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, en el que relata interesante información sobre Caracas y La Guaira durante los años finales de la presidencia de Antonio Guzmán Blanco y los inicios del mandato de Juan Pablo Rojas Paul.

     William Eleroy Curtis, periodista y escritor estadounidense que nació en 1850 y falleció en 1911, sirvió en la Exposición Colombina Mundial de 1893 como presidente del Departamento de América Latina y representante del Departamento de Estado para la Exhibición del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Curtis fue corresponsal de los periódicos Chicago Inter-Ocean y Record-Herald y autor de más de 30 libros, muchos de ellos sobre sus viajes e investigaciones acerca de América del Sur.

     Para la Exposición, Curtis fue el encargado de propiciar e integrar el «panamericanismo» en la Feria. Encabezó una misión a América Latina en 1891, para fomentar la participación de otras naciones de las Américas en un avenimiento panamericano. Todos acordaron enviar exhibiciones a Chicago, y seis de ellos (Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala y Nicaragua) construyeron pabellones nacionales en los en los espacios destinados para ello.

     En Venezuela estuvo en los tiempos del modernismo guzmancista. De su corta estadía en este país escribió Venezuela, la tierra donde siempre es verano, obra publicada en 1896, en Nueva York.

     Como comisionado especial de los Estados Unidos para las repúblicas de Centro y Suramérica, el gobierno le dio como misión un viaje para Venezuela con el propósito de estudiar las relaciones comerciales entre las dos naciones, en especial, los intercambios exonerados de aduana y la inversión de capitales.

     Como resultado de su atenta y preocupada dedicación fue la celebración de la Primera Conferencia Panamericana en Washington, entre los años de 1889 y 1990, dentro de la que Curtis fungió como funcionario ejecutivo. También formó parte de la creación de la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas, de la que fue su primer director. Al libro publicado en 1896 le dedicó unos dos años antes de ser entregado a la imprenta. Lo relatado en su texto abarca los períodos de finales de la presidencia de Antonio Guzmán Blanco y los inicios del mandato de Juan Pablo Rojas Paul.

     Las dos primeras referencias acerca del país que delineó Curtis, las dedicó a reseñar los orígenes del territorio venezolano. Sus argumentos los desarrolló según versiones dadas a conocer por parte de visitantes y cronistas del siglo XVI, otro tanto lo hizo respecto a La Guaira y aspectos que consideró de relevancia en su relato. De igual manera, dedicó un capítulo al que colocó como título “Un notable ferrocarril”. Al ferrocarril que hizo referencia fue el extendido entre Caracas y La Guaira y al que consideró un notable ejemplo de construcción e ingeniería en el mundo entero. Lo comparó con el construido en la carretera de Oroya en el Perú y la línea férrea de Arequipa, que iba de la costa peruana al interior del territorio boliviano.

     Observó un camino de mulas que había sido trazado antes de la invasión española y que aún era utilizado por algunos para no pagar el costo del pasaje de ferrocarril. Si el trayecto se hacía a pie o montado en mulas, desde tempranas horas de la mañana, se podría llegar al mediodía. Anotó que era más fácil ir de Caracas a La Guaira que de La Guaira a Caracas por la inclinación de la montaña. Contó que los señores Boulton tenían un mensajero que cumplía labores de correo quien podía hacer el viaje entre dos y tres horas. En sus líneas hizo referencia a una de las incursiones del filibustero Sir Francis Drake en Caracas y los daños que causó en esta ciudad.

     Señaló que tanto la construcción como el funcionamiento del ferrocarril eran bastante seguras y firmes. Entre las precauciones que observó estaban unos caminadores quienes inspeccionaban las vías antes del paso de trenes todos los días. También que en cada curva había unos guardavías y que los guardagujas se revisaban a cada hora. También los vagones contaban con un sistema de frenado y que, en caso de desprenderse, se paralizarían de modo automático.

Curtis consideró al ferrocarril Caracas-La Guaira como un notable ejemplo de construcción e ingeniería en el mundo.

Curtis consideró al ferrocarril Caracas-La Guaira como un notable ejemplo de construcción e ingeniería en el mundo.

Señala Curtis en su libro que los caraqueños utilizaban muy poco los tranvías ya que era un servicio muy malo. Los vagones eran pequeños, desprovistos de paredes laterales y sin mayor protección del sol o la lluvia excepto por el techo.

Señala Curtis en su libro que los caraqueños utilizaban muy poco los tranvías ya que era un servicio muy malo. Los vagones eran pequeños, desprovistos de paredes laterales y sin mayor protección del sol o la lluvia excepto por el techo.

     Escribió no haber tenido noticia de un accidente que lamentar en esta vía férrea. Aunque en algún momento unos conspiradores habían alterado los rieles para provocar un accidente en contra de Guzmán Blanco, pero la vigilancia constante descubrió el atentado que se pretendía consumar. Acerca del costo de la construcción de la vía férrea fue de seis millones de dólares. Según la información que obtuvo Curtis, entre los caraqueños, prevalecía la opinión según la cual esta inversión no se había consumado en su totalidad puesto que se decía que hubo desviación de fondos. Sin embargo, Curtis anotó que no había forma de saberlo a ciencia cierta y que ello formaba parte de chismorreos. También recabó la versión de acuerdo con la cual Guzmán Blanco tenía conexión con la compañía que construyó el ferrocarril, pero también formaba parte de las creencias de los habitantes de esta comarca. Agregó que Guzmán Blanco había utilizado su poder para obligar a comerciantes a que utilizaran el tren y dejaran de pasar mercancías con la utilización de las mulas. Escribió, respecto a este asunto “pero aún hay gente inteligente y acaudalada en Caracas que nunca ha recorrido la vía, ¡y que no la usarían porque no la consideran segura!”.

     En este orden de ideas, indicó que en alguna ocasión una compañía inglesa, a la que se había concedido una concesión, había hecho estudios para la construcción de un túnel a través de la montaña La Silla. Con su construcción el trayecto se reduciría a la mitad del que se transitaba para el momento. Añadió, además que, un sistema ferrocarrilero basado en energía hidráulica permitiría, según sus anotaciones, el traslado de personas varias veces al día y que quienes tenían negocios en La Guaira podían vivir en Caracas donde el clima era muy fresco.

     De acuerdo con su percepción el gobierno estaba en búsqueda de incrementar la inversión de capital proveniente de los Estados Unidos. La mayoría de las concesiones las tenían empresas inglesas y alemanas, pero la mayoría se habían convertido en monopolios. Por otra parte, en lo referente a las inversiones provenientes de los habitantes del país indicó que “Los nativos son notablemente faltos de energía y espíritu emprendedor. No hay nada en ellos del espíritu del pionero. No arriesgarían nada de dinero en una nueva empresa hasta que no se demuestre que sea exitosa y lucrativa desde el punto de vista económico”.

En tiempos del Guzmanato, el camino de mulas entre Caracas y La Guaira, era utilizado por algunos para no pagar el costo del pasaje de ferrocarril.

En tiempos del Guzmanato, el camino de mulas entre Caracas y La Guaira, era utilizado por algunos para no pagar el costo del pasaje de ferrocarril.

     De quienes manejaban recursos económicos y dedicados a las actividades comerciales, expresó que mostraban gran interés por movimientos mercantiles, la agricultura, las acciones profesionales y algún oficio liberal. Sin embargo, observó gran entusiasmo y habilidad en los tratos comerciales, “pero cualquier cosa que se haga por el desarrollo del país debe ser emprendida por el gobierno o por los extranjeros. Los nativos se contentan con transitar la misma ruta que sus bisabuelos construyeron hasta que algún yanqui, alemán o inglés introduzca algún adelanto moderno”. De los oriundos del país, señaló que eran rápidos de percepción y que adoptaban con facilidad logros foráneos para su uso, como el caso del teléfono, “que se puede encontrar en cada casa y tienda, y su uso está incluso más extendido en Caracas que en cualquier otra ciudad de igual tamaño de los Estados Unidos”.

     De los tranvías que se utilizaban en Caracas señaló que la población los utilizaba muy poco ya que era un servicio muy pobre. 

     “Los vagones son unos aparatos grotescos, pequeños, desprovistos de paredes laterales y sin mayor protección del sol o la lluvia excepto por el techo, y están tan plagados de sabandijas que no resulta muy agradable ocuparlos. No hay resortes debajo del puesto del conductor y el resto de los asientos no son más que tablas estrechas emplazadas horizontalmente. Unos buenos carros de tranvía serían bien recibidos y aumentarían los dividendos de la compañía, pero, aparentemente, los directores se muestran satisfechos con el apoyo de los peones, dejando que la melindrosa aristocracia ande en coches alquilados o propios”.

     Señaló que el costo del pasaje alcanzaba los cinco centavos y que el conductor entregaba un boleto que debía romperse de inmediato. La compañía había elaborado un protocolo para obligar a las personas para que se sintieran en la necesidad de comprar los boletos. “Por lo general, una mula grande o dos burros pequeños hacen las veces de la fuerza motriz y cubren la ruta con admirable energía. El conductor lleva una corneta que hace sonar cada vez que se acerca a las esquinas”.

     Según información obtenida, Curtis escribió que hubo una ocasión cuando el sencillo escaseaba. A raíz de esta escasez las personas utilizaban semillas de cacao en vez de las monedas de centavos, pero aún logró observar que, en la venta de víveres, en los mercados del interior del país, era habitual el uso de semillas por monedas.

     Destacó que el cacao tenía un valor determinado de acuerdo con ciertos patrones. Una libra podía alcanzar treinta y cinco centavos en la plantación, pero variaba según la distancia recorrida para su traslado. Adjudicó la variación de precios a la mucha demanda y la poca oferta de la semilla fundamental para la preparación del chocolate. “Pero cuando se necesita una cantidad más grande de menudo, se fraccionaban las viejas monedas españolas y los fragmentos pueden verse aún en las gavetas de cambio de los mercaderes o colgando de las leontinas de algunos que los tienen por una curiosidad”.

     Con los sellos postales pasaba algo muy parecido. Si en el caso de necesitar enviar una carta por el valor de un centavo y no lo tenían, tomaban una estampilla de dos centavos la cortaban diagonalmente y la mitad restante la conservaban en un sobre para otra oportunidad que la requirieran. “La denominación de cada estampilla se demuestra por las cifras en cada esquina y aquellas que estén mutiladas de ese modo se reciben por la mitad de su valor”.

     Estas descripciones le sirvieron para concluir que en Caracas y toda Venezuela eran muchas las concesiones que se podían otorgar, además “porque el gobierno está ansioso por introducir capital extranjero y energía”. Las aprobaciones para nuevas inversiones tenían amplias posibilidades de desarrollo. Se requerían vías de comunicación, carreteras, medios de transporte, hoteles de alto nivel y explotación de recursos indispensables para el progreso del país.

     Llamó la atención sobre la fertilidad de los suelos caraqueños. De ahí que describiera al río Guaire como un lecho lacustre de gran belleza y uno de los más fértiles del mundo.

La aventura del vapor Falke en las costas de Venezuela

La aventura del vapor Falke en las costas de Venezuela

Por: Luis Carlos Fajardo

El general Román Delgado Chalbaud en la cubierta del Kalke.

El general Román Delgado Chalbaud en la cubierta del Kalke.

     En un interesantísimo reportaje elaborado en dos entregas, publicado en la revista Élite los días 13 y 20 de junio de 1936, bajo la autoría de Luis Carlos Fajardo, seudónimo que empleó en su brillante pero corta trayectoria como periodista, el entonces director de la mencionada revista, Carlos Eduardo Frías (1906-1986), descubrimos interesantísimos detalles de la operación militar conocida como “Invasión del Falke”, ocurrida en la ciudad de Cumaná en agosto de 1929, que terminó siendo un golpe frustrado contra la dictadura de Juan Vicente Gómez.

     Desde que el general Román Delgado Chalbaud inició en la ciudad de Paris el proceso de reclutamiento del recurso humano, con veteranos militares exilados que habían pagado cárcel y recibido torturas antes de ser expulsados del país, y jóvenes estudiantes venezolanos que bajo ideales de libertad se formaban en Europa, hasta destalles de la adquisición del vapor “Falke”, cómo hicieron para venir desde las costas europeas, engañando a las autoridades marítimas con un itinerario que indicaba que iban hacia China, y la muerte del propio general Delgado Chalbaud, el autor nos presenta un excelente trabajo del cual hacemos un resumen en esta oportunidad. 

     Un par de años después de publicar este reportaje, en 1938, Carlos Eduardo Frías fundó la agencia ARS, pionera de la industria de la publicidad en Venezuela.

 

El juramento

     “Es la noche de la cárcel. De la cárcel “rehabilitadora”. La noche de aquelarre de la Rotunda. Una noche que pudiera ser de cualquiera de los años de la dictadura gomecista. Hay un grupo de hombres. Un grupo recio, serenado en sufrimientos, serenado en torturas, serenado en vejaciones. Un grupo como de piedra. Un grupo como de bronce.

     Es la noche de la cárcel. Es la noche del calabozo infecto, del ruido lejano y cercano de los grillos pesados. De la ronda vigilante. De la confidencia en los rincones. En un rincón, un grupo de hombres habla. Tienen en la cara el dolor de la Patria. Tienen su mismo dolor. Su misma orfandad. Abandonados como ELLA a la inclemencia del Déspota, pero llenos de fe, como ella, en el porvenir de la humanidad.

     Hablan en voz baja. Casi no se oye el rumor de las voces graves, firmes. Los rostros también firmes, graves. Las cosas que se dicen estos hombres, a quienes la barbarie privó de todo, tienen la trascendencia de las promesas solemnes. Perseguidos del Tirano decembrino, víctimas de Juan Vicente Gómez, contra quien han luchado como patriotas, los que hablan esta noche tienen una trascendencia singular.

     Siguen hablando. Ahora más alto. Se sabe ya lo que dicen. Juran solemnemente luchar hasta morir contra el Bárbaro, apenas recuperen la libertad. Y lo juran convencidos, con el convencimiento que dan los grandes dolores morales. Lo juran y este juramento lo guardan en lo más íntimo del corazón.

     Años más tarde, en una calle de Cumaná, morirá alguno de ellos. Años más tarde, en la costa oriental de Venezuela, este mismo grupo de hombres recordará con gravedad el juramento de ahora en La Rotunda de Caracas, en una noche lóbrega, mientras la ciudad querida, la ciudad heroica y esperanzada, duerme su sueño mártir.

     Y así comenzó la aventura del “Falke”. Una noche de cárcel. En un rincón de calabozo. Entre un grupo de hombres. De hombres firmes, serenos.

En libertad

     Amaneció un día cualquiera de libertad en el grupo de hombres patriotas. El sol de la calle se regó por sus rostros huérfanos de la luz. El júbilo del retorno ciudadano colmó las ambiciones del momento. El Bárbaro había dispuesto que los libraran de la infamia carcelaria. Recordamos de entre ellos al general Román Delgado Chalbaud, a los capitanes Carlos Mendoza, Luis Rafael Pimentel y Francisco Angarita, al comandante de Marina Héctor Machado, Pedro Betancourt, Gonzalo y Atilano Carnevali y otros más que la memoria no retiene.

     La mayoría de ellos recibieron conminación del entonces gobernador Velasco, para abandonar la patria. Ese era el precio de su libertad. El destierro abría sus tentáculos inmisericordes para el grupo de compatriotas dignos.

     Y al destierro fueron. Llevaban por delante la luz de un juramento sagrado. Iban a cumplirlo.

En Francia

     La labor comenzó su tela de araña en plena capital de Francia. Se estableció en París como la red central del futuro movimiento invasor. Las actividades pro-patria no descansaron un minuto, animadas por el tesón y la voluntad del general Román Delgado Chalbaud, quien solo tenía por norte, por finalidad, la idea de regresar a la patria en un intento de libertad. Él fue el alma de la aventura heroica que había de fracasar lamentablemente en las costas de Cumaná. Él fue el eje, el motor que impulsó todos los esfuerzos, todas las iniciativas, el que recogió y centralizó todas las actividades tendientes a provocar la malograda expedición del “Falke”.

     Nadie se imagina las ramificaciones que tenía este movimiento armado contra el gobierno de Juan Vicente Gómez. Cosa pensada y organizada con calma y convicción, no se adelantó ni se apresuró hasta no tener todos sus hilos bien atados y firmes. La fatalidad no quiso que esto se diera, pero el esfuerzo de los hombres que tomaron parte en él fue puro, sincero, y sobre todo, esforzado, recio.

     Y llegada la fecha de la partida, recibieron los expedicionarios la ayuda más hermosa por entusiasta. La ayuda de la juventud. De la juventud estudiosa. Formaron en las filas revolucionarias hombres plenos de juventud como Armando Zuloaga Blanco, Julio McGill, Juan Colmenares, Rafael Vegas, etc., todos venezolanos que sabían de las cárceles de Juan Vicente Gómez y que estudiaban en el exterior todo lo que la dictadura les prohibía en su propia tierra.

     Llevaron a la hazaña revolucionaria su corazón de adolescentes. Llevaron su esfuerzo limpio, puro y recio. Se injertaron en la aventura como cosa de ellos. Y así, con el motor del corazón a pleno impulso, partieron con el esforzado grupo de compatriotas que venía trabajando en silencio por la restauración de las libertades en Venezuela.

     Pero sigamos nuestro relato. El vapor “Falke” fue adquirido por el general Román Delgado Chalbaud, mediante negociaciones emprendidas por el coronel McGill. Delgado Chalbaud hizo durante estas negociaciones varios viajes a Alemania, y al regreso de su último viaje, ya en París, dio la orden de concentración general, comenzando a llegar todos los que debían venir en el barco de la aventura.

     Ya anteriormente, Pedro Elías Aristeiguieta había ofrecido tener listo en Venezuela un contingente de 300 hombres, la mayoría perteneciente a la clase de pescadores, a los rudos y bravos guaiqueríes que después supieron morir como los mejores bajo el sol de Cumaná o llevar su martirio en las cárceles, bajo el sol inclemente de las carreteras de Paulino Camero y en otras faenas infamantes.

La salida de París

     Ya decidido el viaje, partió el grupo venezolano rumbo a la ciudad libre de Dantzig, en Polonia, cercana al puerto de Gdigen, donde estaba anclado el futuro “General Anzoátegui”. Era un 14 de julio [1929] día de fiesta nacional de Francia. Aprovecharon los expedicionarios esta fecha y los preparativos de festejos para no llamar la atención de los numerosos espías que sostenían las legaciones “rehabilitadoras” en el exterior. El grupo salió primero a Fontainebleau y después volvió a París, tomando el tren del Norte, para Berlín.

     El grupo expedicionario, lleno de impetuosidad y de vigor, soñando con la patria lejana, imaginando el futuro triunfo, llegó a Berlín, donde pasó una noche. La gira del valeroso grupo venezolano estaba amparada por una simulación de jira turística. El organizador Alejandro Ybarra, corrió con todo el arreglo de esta hábil maniobra para despistar a cualquiera de los agentes del gomecismo esparcidos en el exterior.

      De Berlín, la hermosa capital alemana, pasa el grupo a la ciudad libre de Dantzig, siempre viajando en calidad de turistas. Para esto –repetimos–sirvió de mucho la veteranía de Alejandro Ybarra, quien era en ese tiempo manager de la Casa Raymond y Wimcomb. Los gastos fueron hechos de su peculio.

     Y así llega el 19 de julio. En la madrugada, bajo un cielo tranquilo y extraño, se efectúa el embarco. Silenciosos, firmes, graves, con toda la gravedad histórica de lo que representa para su patria, el grupo de embarca a bordo del “Falke”, despachado hábilmente para la China, con todos los papeles arreglados de ese modo. Se lamentó el no poderse embarcar un cañón, por haber llegado tarde, pero se dejó, pensando que viniera en la segunda expedición, que debía ser inmediatamente a esta del “Falke”, y para la cual habían ofrecido dinero muchos compatriotas.

 

¡Altamar!

     Ya está la nave en camino de la patria. Larga navegación por mares extraños. Van a bordo, que recordemos a lo largo de este reportaje periodístico, las personas siguientes: Román Delgado Chalbaud, José Rafael Pocaterra, Francisco Linares Alcántara, Doroteo Flores, Luis Rafael Pimentel, Francisco Angarita, Carlos Mendoza, Egea Mier, Raúl Castro, Edmundo Urdaneta, Carlos Julio Rojas, Juan Colmenares, Luis López Méndez, Rafael Vegas, Armando Zuloaga Blanco, Julio McGill y Carlos Delgado.

     Además, como es lógico, estaba la oficialidad alemana, de la cual solo estaban en el secreto de la expedición el Capitán Zipplit y los tenientes Zuncal y Ermer, jefe de ametralladoras y telegrafista, respectivamente.

     Ya en el barco, con su carga de hombres heroicos, camino de la aventura más heroica aún. No se sabe cómo hubo un denuncio desde Berlín, y aquí comenzaron las tribulaciones de nuestros compatriotas. También se tuvieron noticias de que el gobierno yanqui podía destacar en un momento dado una unidad de su Armada a exigencias de la dictadura gomecista. Se dudaba también de las potencias europeas. El estado era de alarma. El barco tuvo que dar rodeos infinitos para esquivar cualquier encuentro desgraciado. Así, de esa manera, un viaje que hubiera podido hacerse en pocos días, se hizo largo. Hubo que dirigirse muchas veces a rumbos remotos que no figuraban en la jira. El Báltico, El Mar del Norte, el Canal de la Mancha, todos estos sitios sintieron el peso heroico de la quilla del “Falke”, que había de ser bautizado más tarde con el nombre de Crucero “General Anzoátegui”. El aspecto que se le dio al barco fue el de un buque mercante. La oficialidad y parte de la tripulación tenían que permanecer en los camarotes escondidos, no pudiendo así gozar del bello espectáculo de las costas europeas, hasta que, perdido de vista el Espolón de Francia, en pleno Atlántico, el barco cobró su vida legítima.

El capitán Zipplit, bajo cuyo mando vino el Falke a las costas de Venezuela.

El capitán Zipplit, bajo cuyo mando vino el Falke a las costas de Venezuela.

El plan inicial revolucionario

     Antes de seguir el relato, digamos algo del plan inicial de la campaña de esta bien pensada expedición libertadora. Este plan consistía en tocar con el crucero en varios puntos de la costa oriental para repartir el cuantioso y moderno armamento que se llevaba. Esto se haría simultáneamente con la invasión que prepararía Leopoldo Baptista con Juan Pablo Peñaloza por Occidente. El jefe de esta invasión sería el general Régulo Olivares. Pero advirtamos que esto no se pudo llevar a cabo por dificultades económicas, por falta de medios financieros.

     El primer punto de toque de los expedicionarios sería La Blanquilla, donde estarían esperando los compañeros de Santo Domingo, al mando del coronel Simón Betancourt, según instrucciones comunicadas por el doctor Atilano Carnevali. Con esta dotación se reforzaría la guardia de a bordo. Pero sigamos con los hechos de mano de la anécdota, de esta anécdota heroica y viril del grupo revolucionario.

 

En la blanquilla

     La cordialidad y la intimidad del viaje, corriendo juntos el mismo peligro de ser descubiertos, estableció una familiaridad estrechísima entre los venezolanos expedicionarios y la tripulación extranjera. Esta misma intimidad y la compenetración con lo justo de la causa política del viaje, decidieron a la tripulación a tomar parte activísima en los hechos por realizarse. Así, cuando se llegó a costas venezolanas, ya la fusión entre los expedicionarios y la tripulación era un hecho.

     Y henos aquí ya en La Blanquilla, primer punto de contacto con la querida tierra venezolana. Desde lejos la silueta de la Isla se perfila altanera en su soledad. Desde el puente de mando, la oficialidad otea el horizonte con larga-vistas. Armando Zuloaga, Pimentel, Mendoza y casi todos se asoman a la borda ansiosos de ver la tierra nativa. Desde lejos también se ve una vela pequeña en el puerto que los expedicionarios suponen ser el barco que ha traído los compañeros de Santo Domingo. Hay alegría y emoción a bordo del “General Anzoátegui”.

     Lo primero que encontró el grupo de desembarco fue al Cabo de resguardo o jefe de unas salinetas cercanas, que estaba en La Blanquilla. A esta persona se la invitó a ir a bordo, haciéndole creer que se trataba de un barco del gobierno de Juan Vicente Gómez. Llevado a bordo y puesto en presencia del general Delgado Chalbaud, confirmó la ausencia de los dominicanos, informando que dos días antes se había visto en el horizonte una goleta que por causa del mal tiempo había cambiado de rumbo, y que a La Blanquilla solamente iba cada quince días un guardacostas venezolano, para tomar cuenta de las Salinas y del Resguardo y para aprovisionarlo convenientemente. Después de estas declaraciones, y como es lógico, se le aclaró la procedencia del “General Anzoátegui”, dejándolo arrestado a bordo del barco, para evitar cualquier tropiezo o inconveniente al respecto, ya que estaba en posesión del secreto del viaje.

Llega un comisionado

     Después de este pequeño suceso, decidieron los expedicionarios enviar a tierra otra vez una Comisión para que registrara la Isla lo más que pudiera. Esta comisión estuvo al mando del general Doroteo Flores y del capitán Carlos Mendoza. En su recorrido pudieron localizar un Tres Puños, embarcación corriente en toda la costa pescadora de Oriente. El barco tenía todas sus velas plegadas y por tripulación no portaba sino tres hombres, dos de ellos a la sombra de un cujizal y el otro entretenido en las labores de la pesca. Tanto Flores como Mendoza invitaron a los tres hombres a ir hasta el barco expedicionario, a lo que accedieron con gran desconfianza.

     –Yo como que lo conozco a usted, dijo uno de ellos dirigiéndose al general Doroteo Flores. Además, esa carabina como que no es del gobierno.

     –Y si te diera una, ¿qué harías con ella?, le interrogó Mendoza.

–Pues me cobraría muchas cuentas pendientes con los jefes civiles de por aquí.

–Seamos francos, dijo entonces el que parecía jefe de los tres. Ese vapor lo vimos reventar del Norte esta mañana como a las cinco. No debe ser del gobierno, y además los fusiles que ustedes traen son nuevecitos.

     Y así siguió la charla hasta llegar a bordo del “General Anzoátegui”.

    Ya a bordo, los tres hombres fueron conducidos al camarote del general Delgado Chalbaud, y al encontrarse frente a frente del patrón del barco, el general dijo lo siguiente al que ya hemos dicho parecía jefe del grupo de pescadores:

     –Usted está en presencia del general Delgado Chalbaud.

–Y ¿quién me garantiza a mí que eso es verdad?, interrumpió el pescador.

–Porque debes traerme una correspondencia de parte de Pedro Aristeiguieta.

– Asina sí, replicó el hombre en su tono criollo. Y continuo: Yo soy Matías Salazar, para servirle.

     Después de haber dicho esto se sacó del interior de los pantalones un paquetico de correspondencia, la cual fue leída por el general Delgado Chalbaud con gran alegría, pues por medio de ella se supo que Pedro Elías estaba situado en Peñas Negras con su gente, en la angustiosa espera del “General Anzoátegui”, temiendo que el general Emilio Fernández estuviese ya en conocimiento del plan y supiese que el barco se encontraba ya en aguas venezolanas.

     Salazar y sus acompañantes fueron acogidos con bastante cordialidad, inquiriendo todos noticias de la situación exacta de Pedro Elías. Delgado Chalbaud, no queriendo perder tiempo, dictó inmediatamente a José Rafael Pocaterra la respuesta a Pedro Elías Aristeiguieta, prometiéndole amanecer en Peñas Negras el 10 de agosto. Así fue despachado nuevamente el emisario Salazar en su Tres Puños, dejando a bordo a uno de sus acompañantes, que debía orientar el barco.

Iban a bordo en el Falke, entre muchos otros, Román Delgado Chalbaud, José Rafael Pocaterra, Francisco Linares Alcántara, Luis Rafael Pimentel, Luis López Méndez, Rafael Vegas y Armando Zuloaga Blanco.

Iban a bordo en el Falke, entre muchos otros, Román Delgado Chalbaud, José Rafael Pocaterra, Francisco Linares Alcántara, Luis Rafael Pimentel, Luis López Méndez, Rafael Vegas y Armando Zuloaga Blanco.

La goleta “Ponema”

     Serían más o menos las cinco de la tarde, cuando de a bordo se divisó que se acercaba a toda máquina al lado del vapor una goleta motorizada. La primera impresión de los expedicionarios fue la de que se trataba de un guardacostas de la Armada venezolana. Delgado Chalbaud dictó las órdenes del caso en previsión de cualquier sorpresa, pero cuando la embarcación estuvo cerca se vio que era nada menos que “La Ponema”, barco de Francisco Gutiérrez, con gente de Trinidad.

     “La Ponema” atracó al lado del “General Anzoátegui”, y pasaron a bordo el general Carabaño, Morales Carabaño, David López, Frontado, Roseliano Pérez, Andrés Gutiérrez y otros venezolanos de los comprometidos. Por la correspondencia traída supieron los expedicionarios que los compañeros de Santo Domingo habían fracasado por haber hecho agua el barco que los conducía a Venezuela y tener que abandonar la empresa ante el suceso.

     También se supo que los comprometidos para ayudar la segunda expedición ponían obstáculos a las entregas de dinero y que el Gobierno tenía noticias efectivas de la aproximación de la invasión.

     El “General Anzoátegui” amanece en Peñas Negras el 10 de agosto de 1929, es decir, un día antes del infortunado ataque a la ciudad de Cumaná. Los hermanos Aristeiguieta suben a bordo. Tanto Pedro Elías como Francisco de Paula están empapados del más sano patriotismo, del más puro entusiasmo ante la inminencia de la aventura.

     Pedro Elías conferencia con el general Delgado Chalbaud, y mientras tanto, se desembarca la cantidad de parque necesaria para los pescadores que acompañarán al valiente cumanés.

     En el camarote de Delgado Chalbaud, Pedro Elías, con un mapa que se había hecho, estudia la situación y explica la situación de su gente. Pedro Elías explica que desde Peñas Negras hasta La Angoleta tiene esparcido un grupo de hombres a quienes tenía que incorporar en la marcha a través de la Península, y que en La Angoleta le esperaban chalupas y embarcaciones pequeñas suficientes para trasladar sus tropas, atravesando el golfo hasta Caiguire, para allí atacar a Cumaná por ese punto. También dijo que en Cumaná habían desembarcado algunas toneladas de carbón para las industrias de la ciudad, las que probablemente se encontraban en el muelle. Toda esa explosión entusiasmó a Delgado Chalbaud y dispuso que algunos oficiales fueran a tierra a dar las instrucciones militares a los pescadores de Pedro Elías. Durante todo el día permanecieron los oficiales instruyendo a las tropas, hasta caída la tarde, en que Aristeiguieta fijó su partida, acompañado del Capitán Luis Rafael Pimentel, militar valiente, de indiscutible experiencia técnica. A bordo se quedaron 75 pescadores de los de Pedro Elías, los cuales formarían la columna de ataque, combinado con el de tierra, el cual debía efectuarse a las cinco de la mañana del día siguiente. La consigna de quienes quedaron a bordo fue simular un ataque por el puerto para distraer a las tropas del gobierno y favorecer el otro ataque a la plaza de Aristeiguieta y Pimentel.

     Por la orden del día quedaron constituidas dos columnas en la forma siguiente; Primera columna, general Doroteo Flores; Segundo, teniente coronel Francisco Angarita Arvelo; Tercero, teniente Raúl Castro y 20 hombres. Segunda columna: general F. L. Alcántara; Segundo, teniente-coronel Luis López Méndez; tercero, capitán Rafael Vegas; Ayudante, teniente Juan Colmenares y 20 hombres. Tercera columna: general Rafael María Carabaño; Segundo, capitán A. Morales Carabaño; Tercero, capitán Ramón Frontado; Ayudante, teniente Julio McGill Sarría y 20 hombres. Jefe de Ametralladoras, capitán Franz Zucal. Segundo, Martin Essner; tercero, Schneider y 4 sirvientes de pieza. Reserva: general Román Delgado Chalbaud; jefe de la Guardia, teniente-coronel Carlos D. Mendoza; capitanes Edmundo Urdaneta Auvert, Roseliano Pérez, Carlos Julio Rojas; Ayudante, teniente Armando Zuloaga Blanco y 15 hombres de tropa. Total, inclusive jefes: 99 hombres.

     Al entrar el barco en el golfo de Cariaco, más o menos a las diez de la noche, se mandaron a apagar las luces. Como a las once circuló la novedad de que una de las chalupas se había perdido. El vapor comenzó entonces a dar vueltas, círculos, para buscarla, pero todo fue en vano. La chalupa se había perdido. Una hora después se notificó la pérdida de la otra chalupa, la cual sí fue encontrada después de media hora de búsqueda. Fue atada nuevamente al barco y se nombró un oficial para que se embarcara en ella en previsión de que volviera a suceder el hecho. Para recuperar el tiempo perdido, el general Delgado Chalbaud dispuso que el “General Anzoátegui” navegara a toda marcha y envuelto en una columna de humo, para evitar cualquier encuentro. El barco se bebía las aguas. Toda la oficialidad estaba en el puente. Las horas eran tensas, inquietas, llenas de nerviosidad. Cumaná era el pensamiento general. El general Delgado Chalbaud se paseaba por cubierta en un estado de inquietud desesperante. José Rafael Pocaterra, en vista del estado del general Delgado, le ofreció una copa de cognac para tranquilizarlo.

     A las 4 y 30 de la madrugada se divisaron al fin las luces de la ciudad de Cumaná. A lo lejos, el puerto se divisaba envuelto en las luces de la rada. Se corrió la voz de alerta y se ordenó levantar las tropas y que cada columna se dispusiera a tomar sus embarcaciones correspondientes. A las 5 menos 10 ancló el “General Anzoátegui” en la bahía de Cumaná, como a cien metros del muelle. Desembarcó Doroteo Flores con la columna de vanguardia. También lo hicieron Alcántara, Carabaño y el general Delgado Chabaud, acompañado de su Estado Mayor. De las ametralladoras de a bordo se desembarcaron dos solamente. En total iban hacia tierra noventa hombres entre oficiales y tropa.

     La primera columna que tomó tierra fue la de Delgado Chalbaud, por el Muelle, al mismo tiempo que llegaba a la playa Doroteo Flores por otro lado.

     La primera descarga se produjo desde el edificio del Resguardo, donde estaban apostadas las tropas del gobierno. De estas descargas resultó muerto el margariteño Frontado, valiente hasta la exageración. Ante este ataque del gobierno, tanto las tropas de Doroteo Flores como la oficialidad de Delgado Chalbaud responden con ruidoso tiroteo que dispersa a los soldados del Dictador. Así quedó silenciado por unos minutos el fuego y se completó el desembarco sin mayores contratiempos.

     Reunidos en la plazoleta de la Aduana, Delgado Chalbaud dispuso el ataque general, en la creencia de que ya Pedro Elías había atacado también la plaza en unión de Luis Rafael Pimentel, que como recordarán nuestros lectores, se había quedado con el bravo cumanés en Peñas Negras.

     En ese estado de cosas, se suscitó una divergencia de opiniones entre Delgado Chalbaud y Doroteo Flores, lo que motivó que Francisco Angarita, Raúl Castro y otros oficiales de la columna, asumieran el ataque por la Avenida Bermúdez, arteria ancha y abierta, que comunica el puerto con el grueso de la ciudad capital del Estado Sucre.

     En estos momentos el capitán Mendoza fue enviado a ocupar la casa que ocupaba en Puerto Sucre el general Emilio Fernández, presidente del Estado, y la que se hallaba desocupada por este mencionado funcionario. Desempeñada la comisión nombrada, Mendoza y sus compañeros se reunieron nuevamente con el grueso de la expedición, trayendo correspondencia, papeles, etc., hallados en la casa citada. Por medio de estos papeles pudieron enterarse, tanto Delgado como sus acompañantes, de que el gobierno sabía ya la noticia de la invasión y estaba preparado para resistir el ataque a Cumaná o a cualquier otro puerto oriental.

     Momentos de inquietud y de entusiasmo fueron aquellos. Un grupo de hombres resueltos en la madrugada guaiquerí. Un puñado de venezolanos que iba en pos de un ideal alto. Muchos de ellos jóvenes llenos de vida, acomodados, desde el, punto de vista del dinero, como el malogrado Armando Zuloaga Blanco. Muchos de ellos recién salidos de una prisión larga, dolorosa, como el general Delgado Chalbaud. Y la aventura infortunada continuó.

     La Avenida Bermúdez es ancha, amplia. Puede tener el doble de la anchura de una de nuestras calles corrientes. Indudablemente que, avanzando por tal vía, serían blanco los expedicionarios de las balas gomecistas, que acechaban cómodamente desde lejos, ya que la Avenida citada remata en el puente Antonio Guzmán Blanco, donde una muralla oportunísima servía de trinchera a las afueras del gobierno.

     Pero el ataque continuó por esa vía. Delgado Chalbaud, a la cabeza de la columna, seguido de Mendoza, Zuloaga, etc., inició la marcha que lo iba a llevar a la muerte. Soledad. Soledad en las cercanías. Si acaso una cabeza curiosa. Si acaso un ruido lejano. Y el alba como temerosa de salir y de presenciar otro fracaso más contra el poderío del bárbaro y sus segundones. La Avenida Bermúdez, pues, fue el teatro principal de los acontecimientos. En ella se desarrolló todo. En ella se libró la acción. Y siguió la aventura. El primero en caer cuando sonaron los primeros disparos fue el capitán Angarita, herido en una pierna. También cae herido Zucal, jefe de las ametralladoras, bandeado por el pecho. Del mismo modo cae un abanderado. Lo siguen Carlos Julio Rojas, el general Carabaño, Julio McGill, etc. Algunos van quedando rezagados debido a las heridas. A muchos los socorren después de algún rato y los guardan en casas de familia, donde la hospitalidad cumanesa se pone una vez más de manifiesto.

     El general Delgado Chalbaud, para estimular sus tropas desplegó el estandarte y marchó a toda la boca del puente, donde recibió mortal herida en el bajo vientre, quedando apoyado en una mano, no cayendo del todo. El capitán Mendoza se le acercó y oyó de él sus últimas palabras que fueron éstas: “Dile a mi hijo, si muero de este balazo, que muero contento porque es por la patria”.

     Así finalizó la vida de Román Delgado Chalbaud y así finalizó también la aventura del “General Anzoátegui”, debido a que la muerte del jefe originó, como es lógico, una desbandada en las tropas que se llevaron al asalto, tropas por lo demás no acostumbradas a la disciplina militar. Mientras tanto, Mendoza y Raúl Castro mantenían el fuego desde las aceras.

     Otro de los actos de dolorosa recordación fue la muerte de Armando Zuloaga Blanco, gallardo exponente de la juventud venezolana. Zuloaga Blanco fue muerto de un tiro en la frente en la esquina donde está situado en Cumaná el Automóvil Universal, casi a dos cuadras de la cabecera del puente. No dijo una palabra. Su muerte fue repentina, Cayó como los buenos.

     Los supervivientes seguían distrayendo al enemigo, en la esperanza de que podía irrumpir de un momento a otro Pedro Elías con su gente. Algunos heridos, como hemos dicho, habían sido llevados a casas de familia y algunos habitantes salían a la calle ante el silencio de los fusiles. Mendoza y Castro se retiraron. El primero con tres heridas en las piernas. Tuvieron la suerte de que los soldados puestos de centinelas en la casa del general Emilio Fernández, en Puerto Sucre, los condujeron a bordo. Al, llegar al barco confirmaron a Pocaterra la muerte de Delgado Chalbaud y el fin desastroso del desembarco, sorprendiéndose de no encontrar en el vapor sino a Zucal, a quien Andrés Gutiérrez prestó los primeros auxilios que requería su estado delicado, y atendiendo también a Mendoza. Estaban a bordo del “General Anzoátegui”, José Rafael Pocaterra Gutiérrez, Russian y Carlos Delgado Chalbaud, quienes no habían desembarcado, quedándose a bordo según el plan convenido de antemano antes del desembarco”.

80 años del Caracas Base Ball Club

80 años del Caracas Base Ball Club

En 2022, los Leones del Caracas arriban a sus primeros 80 años de vida, tiempo colmado de hechos y hazañas notables. Por tal motivo, la directiva de la divisa melenuda se dispone a celebrar en grande el cumpleaños del equipo, durante la temporada de beisbol profesional 2022-23. Por ello hemos preparado una breve historia de los orígenes de uno de los clubes más populares de nuestro beisbol.

     En 1940, el nombre de Princesa retumbaba en los campos de la pelota amateur del litoral central. Se trataba de un equipo de la Cervecería de Maiquetía, que había sido fundado a comienzos de los años 30 por Jesús Corao, y que contaba en sus filas con algunos de los mejores jugadores del país.

     Tras ganar el torneo guaireño de ese año 40, Corao decidió llevarse el equipo a Caracas. Pero antes, lo reforzó lo aún más con peloteros de la talla del pitcher Juan Francisco “Gatico” Hernández, del antesalista Luis Romero Petit, del outfielder Héctor Benítez “Redondo”, del jardinero y lanzador zurdo Ramón “Dumbo” Fernández, del inicialista José Pérez Colmenares, del catcher Guillermo Vento y del utility Félix “Tirahuequito” Machado.

     Con este trabuco, el Princesa ganó invicto el torneo caraqueño. Para entonces, agosto de 1941, Abelardo Raidi, Manuel Antonio Malpica y otros, se encontraban seleccionando a los peloteros que formarían parte del equipo criollo que intervendría en la IV Serie Mundial de Beisbol Amateur, a disputarse en La Habana en octubre del mencionado año 1941.

     A principios de septiembre, se supo que 7 jugadores del Princesa habían sido seleccionados para el máximo evento de la pelota aficionada. “Dumbo” Fernández, Vento, Finol, el “Gatico” Hernández, Pérez Colmenares, Romero Petit y Benítez “Redondo” formaron parte de la selección venezolana que nos representó en Cuba.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

La hazaña que cambió el deporte

     Sin proponérselo, ese grupo de muchachos dividió en dos la historia de nuestro deporte, en general, y del beisbol en particular. El 22 de octubre de 1941, la novena criolla derrotó tres carreras por una, en partido extra, al conjunto cubano, para darle a Venezuela su primer título mundial en cualquier disciplina deportiva.

     Aprovechando el entusiasmo por el beisbol que estalló en toda la geografía nacional, en diciembre de 1941, la Cervecería Caracas adquirió el estadio San Agustín, siendo llamado, desde entonces, Estadio Cerveza Caracas.

     Paralelamente, uno de los socios mayoritarios de la empresa cervecera, el ingeniero Martín Tovar Lange, hombre vinculado al beisbol desde los años 30 e imbuido por una propuesta hecha por Jesús Corao, realizaba diligencias para el patrocinio de un equipo de beisbol.

     En abril de 1942, la directiva de la empresa, en asamblea general extraordinaria, aprobó patrocinar el equipo de Tovar Lange. En el pacto se le autorizaba a utilizar el nombre de Cervecería Caracas en el uniforme.

     Desde entonces, y hasta muchísimos años después, se pensó que ese club de pelota era de la Cervecería Caracas C.A., y no fue así. El equipo era de Tovar Lange. Y así lo confirman varios documentos, entre ellos uno fechado en Caracas, el 28 de diciembre de 1949, en donde Tovar Lange afirma que, “con la autorización de la Compañía Anónima Cervecería de Caracas, he fundado años atrás en esta ciudad un club de pelota con el nombre de Cervecería Caracas que tiene por objeto presentar en público competencias de base ball tanto en esta ciudad como en el interior y exterior de la República”.  

     En mayo de 1942, se conoció oficialmente que el Princesa le cedía al Cervecería Caracas no sólo algunos de sus mejores jugadores, sino también su puesto en el campeonato de segunda división.

Cervecería Caracas salta al terreno

    El 10 de mayo hizo su estreno el Cervecería Caracas. “Apenas saltó al campo, el Cervecería se hizo de un apasionado público. Era un equipo que, en parte, recogía la tradición del “purocriollismo del Royal (…) A esa tradición le añadía el interés que había por los jugadores campeones del 41”, detalló la prensa.

     El Cervecería arrancó con buen pie, derrotando a los Criollos de Puerto Cabello 7 a 3.

El surgimiento de una rivalidad eterna: Caracas-Magallanes

     Luego de lograr el título en segunda categoría, Corao se reunió con Pablo Morales y Oscar “Negro” Prieto, dos personajes ligados al mundo del espectáculo deportivo, en especial al de la lucha libre, pero con cierta experiencia en el montaje de eventos beisbolísticos y transmisiones radiales deportivas, así como venta de publicidad, para solicitarles que organizaran un encuentro entre Magallanes y Cervecería Caracas. La idea de Corao era revivir la rivalidad de los años 30 entre Royal Criollos y Magallanes.

     El 31 de octubre de 1942, con un estadio Cerveza Caracas a reventar de aficionados, se enfrentaron Magallanes y Cervecería, en un duelo de pitcheo entre Vidal López, por los turcos, y Alejandro “Patón” Carrasquel, por los lupulosos. Ese encuentro revivió en el imaginario popular la pugna entre royones y magallaneros.

     Fue un partido en el que jamás los seguidores del Magallanes, sentados en la tribuna de la derecha, y los partidarios del Cervecería, atrincherados a la izquierda, dejaron de aupar con cánticos, pitos y cornetas, al club de su preferencia. Al final, Vidal blanqueó al conjunto cervecero 4 a 0. Había nacido, sin que nadie se percatara, la rivalidad CaracasMagallanes.

 

Cervecería asciende a primera división

     Con participación de cuatro equipos: OSP de La Guaira, Venezuela, Magallanes y Cervecería Caracas, se inauguró el 20 de diciembre de 1942 el campeonato caraqueño de primera categoría.

     Entre los jugadores del Cervecería figuraban Vidal López (quien abandonó al conjunto Navegante por una jugosa oferta de 400 dólares mensuales), Enrique “Conejo” Fonseca, Luis “Mono” Zuloaga y José Antonio Casanova, quienes contribuyeron a darle al club lupuloso su primer gallardete en la entonces incipiente historia del equipo.

     Dos temporadas más tarde, en 1945, última edición de la pelota de primera división, el equipo de las “Caras bonitas” logró el campeonato nuevamente.

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

Beisbol rentado: LVBP

     Con esas credenciales de equipo ganador, llegó el Cervecería Caracas a los inicios de una nueva etapa en la pelota criolla: La Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP), creada el 27 de diciembre de 1945 por los propietarios de los cuatro clubes de primera división: Martín Tovar Lange (Cervecería Caracas), Carlos Lavaud (Magallanes), Juan Reggeti (Vargas) y Juan Antonio Yanes “Yanesito” (Venezuela).

     El sábado 12 de enero de 1946, se dio inicio al primer torneo de la LVBP. Esa tarde, Magallanes venció 5 a 2 al Venezuela. Al día siguiente, se estrenaron Cervecería y Vargas, que le propinó una paliza de 12 a 1.

     En la temporada 1947- 48, el Cervecería logró su primer título en la LVBP y en la campaña siguiente (1948-49) revalidó su condición de campeón.

 

Adiós al “Purocriollismo”; Chao Cervecería            

     A las pocas semanas de haberse iniciado la temporada 1949-50, el Cervecería Caracas hilvanó una seguidilla de 14 victorias, lo que ahuyentó del estadio a los aficionados y provocó que la LVBP acordara ampliar el cupo de peloteros extranjeros en juego por club, de cinco a seis, con el fin de hacer más parejo el torneo. De allí que el siguiente campeonato lo iniciara el Cervecería un tanto en desventaja con el resto de sus contendores. El equipo no dio pie con bola en ese torneo 1950-51. Entonces su propietario, Tovar Lange, convocó a los dueños de los otros clubes a una reunión en la sede de la Liga. Allí le preguntó a cada uno si estaban dispuestos a cederle algunos de sus mejores puntales nativos para reforzar al Cervecería. Todos respondieron que no. El mandamás caraquista planteó la posibilidad de reducir el número de refuerzos extranjeros. La respuesta también fue negativa. No le quedó otra opción que traer importados.    

     El 15 de diciembre de 1950, Tovar Lange anunció que el Cervecería Caracas dejaba de ser un equipo de “puros criollos”. El 28 arribaron al país los primeros importados: El catcher Lester Fusselman y el inicialista Morris Mozzali, quienes se estrenaron al día siguiente. Posteriormente, llegaron otros cinco refuerzos más: Los pitchers Roy Parker, Ernie Shore y Earl Mossor, el infielder Roy Dueñas y el jardinero Wilmer Fields.

 

Despido masivo en el Cervecería; nueva crisis

     El rompimiento del “purocriollismo” provocó el despido de 11 jugadores del Cervecería.

     El conjunto capitalino quedó a casi ocho juegos de su más acérrimo rival, que cargó con el título, pero el manager José Antonio Casanova vaticinó que el equipo cervecero sería invencible con jugadores importados.

     El 12 de octubre, reforzado con extranjeros, el Cervecería Caracas comenzó la temporada 1951-52 con 17 victorias consecutivas, lo que provocó un descalabro total en el beisbol rentado. El público se alejó del estadio ante la evidente superioridad del conjunto capitalino. Todos los equipos sufrieron cuantiosas pérdidas económicas.      

 

En venta el estadio Cerveza Caracas

     A todas estas, la directiva de la Cervecería Caracas se había reunido de emergencia para discutir el futuro de la empresa en el beisbol, pues los ingresos por venta de cerveza en el estadio bajaron casi en un 70%, debido a la escasa afluencia de aficionados. Y para colmo de males, ahora se planteaba, en el mundo del beisbol local, cambiar de escenario. Tanto la LVBP como el propio Tovar Lange pretendían jugar a partir de la temporada 1952-53 en el recién inaugurado estadio Universitario. La empresa cervecera, en esa reunión, consideró vender el estadio.

     El 27 de marzo, una noticia estremeció aún más los cimientos del beisbol criollo: Tovar Lange informó que “el Stadium Cerveza Caracas estaba en venta por 4 millones de bolívares”.

     En mayo, otra noticia impactó a la directiva de la Cervecería Caracas. La Federación Internacional de Beisbol Amateur (FIBA) anunció la necesidad de desvincular las marcas alcohólicas y de cigarrillos del deporte.

La Cervecería Caracas le retira el apoyo al equipo

     El 8 de julio de 1952, Oscar Machado Zuloaga, presidente de la Cervecería Caracas, le envió una comunicación a Tovar Lange, en la que le participa que, debido a las “diferentes controversias que se han suscitado en los últimos meses en diversos sectores en relación con el último Campeonato de base-ball profesional, (….) ha llegado el momento de reconsiderar la autorización que se le dio para usar el nombre de la Cervecería en el Club de su propiedad,” (…) por lo tanto la Junta que presido ha llegado a la conclusión de que para el mejor desarrollo y bienestar del deporte, se dé por cancelada dicha autorización”.

El Cervecería Caracas cambia de nombre

     Lo primero que hizo Tovar Lange fue cambiarle el nombre a su equipo, suprimiéndole Cervecería y denominándolo Caracas a secas. En la sesión del lunes 24 de julio, la directiva de la LVBP y sus miembros afiliados aceptaron el cambio de nombre de Cervecería Caracas BBC a Caracas BBC. Seguía siendo el mismo equipo, o como bien lo dijo el periodista de El Nacional, Federico Pacheco Soublette: “Es el mismo producto con otro empaque”.

 

Tovar Lange vende el Caracas BBC

El 8 de agosto, Tovar Lange le dirigió una nueva carta a la directiva de la LVBP para informarle que, “debido a circunstancias insuperables relacionadas con mis ocupaciones, me he visto precisado a desprenderme de las actividades del baseball, a las que tanto tiempo venía ligado como propietario del “CERVECERÍA CARACAS BBC”, hoy denominado “CARACAS BBC”, y en consecuencia, participo a ustedes que he cedido y traspasado el “Caracas BBC” con todos sus derechos y acciones, al señor Pablo Morales”.

El 19 de agosto se firmó el documento de compra-venta del Caracas, “en el que Morales recibe, además de la propiedad del mencionado equipo, la franquicia de la Liga Venezolana de Base Ball Profesional y los contratos con los jugadores de Base Ball profesional firmados hasta ese momento”. El precio de la venta del Caracas fue de Bs. 75.000,00. 

     Morales se convirtió así en el nuevo propietario del Caracas, aunque no en el único, pues, Oscar “Negro” Prieto era su socio de palabra en el nuevo negocio. “Yo me encontraba en Sao Paulo, dijo años después Prieto, contratando unos luchadores para una empresa de lucha libre que teníamos Pablo y yo. Entonces Pablo me puso un telegrama comunicándome que Tovar Lange le había ofrecido venderle el equipo y él había aceptado. Cuando yo regresé ya Pablo había cerrado la compra y aunque quien firmó fue él, nosotros siempre tuvimos, hasta su muerte (1969), una sociedad de hecho basada en nuestras palabras”.  

     En 1954, la LVBP autorizó a los equipos miembros de del circuito a utilizar, como parte de su marca, el apodo que consideren conveniente. Fue entonces cuando, a partir de la temporada 1954-55, que el Caracas utilizó el remoquete Leones en su uniforme.

     Luego de fallecido Pablo Morales, la viuda de éste y sus hijos y Oscar Prieto elaboraron un nuevo documento de propiedad del equipo, para poder incluir a Prieto, quien, como referimos, era socio de palabra.  

     Para cumplir con la palabra empeñada, el 3 de septiembre de 1970, se constituyó la empresa CARACAS BASE BALL CLUB SRL, cuyos propietarios eran ahora la viuda e hijos de Pablo Morales, y Oscar “Negro” Prieto, esposa e hijos.

     Posteriormente, en marzo de 2001, los herederos de Morales y Prieto elevaron el capital del equipo para que el Caracas se transformara en una Compañía Anónima. Un mes después, el 18 de abril de 2001, vendieron el Caracas C. A. a la empresa Ateneas Sport Holding Company, cuyo propietario es el Grupo Cisneros.

     En 2011, cuando el Grupo Cisneros se disolvió, la propiedad de los Leones del Caracas quedó en manos de Ricardo Cisneros.

     En resumen, el Caracas, cuyo nombre original fue Cervecería Caracas, ha tenido como propietarios, hasta ahora, a los señores Martín Tovar Lange, Pablo Morales y Oscar Prieto a la empresa Ateneas Sport Holding Company y a Ricardo Cisneros. Siendo la misma franquicia desde que, en 1945, se fundó la LVBP.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.
Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

RECUADRO

CAMPEONATOS DEL CARACAS BASEBALL CLUB

SEGUNDA DIVISIÓN (1)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

PRIMERA DIVISIÓN (2)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

LIGA VENEZOLANA DE BEISBOL PROFESIONAL (20)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

SERIE INTERAMERICANA (1)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

SERIES DEL CARIBE (2)

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.
Características de la población caraqueña

Características de la población caraqueña

En la Caracas de comienzos del siglo XIX, se perdían cosechas de tabaco por la falta de mano de obra.

En la Caracas de comienzos del siglo XIX, se perdían cosechas de tabaco por la falta de mano de obra.

     Sir John Hawkshaw (1811-1891) estuvo en Venezuela entre 1832 y 1834, con el cargo para trabajar en las conocidas minas de cobre que habían pertenecido al Libertador, Simón Bolívar, contratado por la Asociación Minera de Aroa. De su experiencia en Venezuela redactó un texto titulado Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de residencia en Venezuela el cual fue publicado en Londres durante 1838 por la imprenta Jackson y Walford. Su breve estadía le permitió visitar algunos lugares de Venezuela en un momento crucial. Llegó a este territorio en pleno desarrollo de la edificación republicana. En esta ocasión haré referencia a sus consideraciones sobre la población del país. Si bien ellas tienen que ver con Caracas no dejó de considerar lo que observó en otros lugares del país.

En lo atinente al número de pobladores de esta comarca señaló que era imposible ofrecer una cifra precisa. Sin embargo, añadió que los habitantes del territorio eran menos de los que había antes de la Revolución de Independencia. Contó haber presenciado la pérdida de cosechas de tabaco por la falta de mano de obra. 

     En las minas era menor el impacto respecto a la carencia de trabajadores porque en ellas los salarios eran más atractivos. Escribió que desde el gobierno nacional se estaban realizando esfuerzos para superar esta situación. Contó que la administración gubernamental había realizado algunas reformas legales para permitir el ingreso de inmigrantes de cultos diferentes al católico.

     Observó que la población “consiste en blancos, que pueden dividirse en dos clases: los que han nacido en Europa y los nacidos en el país; indios, o aborígenes, que, en su forma pura, constituyen una muy pequeña parte de la comunidad; y negros, algunos de los cuales fueron importados por los españoles, y algunos que habían venido de la isla de San Domingo, y escapados de las otras islas vecinas”. No obstante, la mayor proporción de los ocupantes del territorio venezolano eran de “raza mezclada de negro, indio y español”. Escribió que de éstos había una gama de matices “desde el bronce oscuro del zambo, hasta los más claros tonos del mulato y el mestizo”. A su vez, expresó que de estos grupos estaban surgiendo nuevas mezclas “de piel más clara que los aborígenes, de más fuerte contextura, y de mayor actividad mental”.

     De acuerdo con sus observaciones más de la mitad de la población tenía estas características, muy distinta a la “raza pálida amarillenta”. “Raza” que, de acuerdo con sus términos, podría ser la futura de Sudamérica. “Mucho dependerá del número y el origen de los inmigrantes que lleguen a estas playas. Si una gran proporción de éstos fueran blancos, sus razas de color se harían más claras; pero por ahora parecería que estos países no atraen mucho al hombre blanco”. En este sentido, reflexionó acerca del descendiente de africano y sus potencialidades mentales e intelectuales. Dijo al respecto que al cabo de tres años tuvo la oportunidad de estudiar el carácter de “los hombres de color y sus matices, desde el más leve tinte hasta el más oscuro ébano, y sólo pude llegar a la conclusión de que el despreciado africano era tan capaz de elevarse, por medio de la cultura mental, a la cátedra del Profesor”.

     Dicho esto escribió que en Venezuela los más altos cargos estaban dispuestos para “hombres de color”. De esta manera, puso a la vista del lector el caso de José Antonio Páez como uno de sus ejemplos. “En este país, por tanto, el negro no sufre por los prejuicios; y si es libre, toma inmediatamente su sitio tan alto en la escala social como su capacidad e inteligencia se lo permitan”. A esta aseveración agregó otra que no deja de ser atrevida para los tiempos que experimentamos. Así como el negro, según sus propias palabras, “tiene mayor fuerza física, también me pareció que tenía mayor vigor mental que el indio”. No se mostró exagerado ni fuera de tono al hacer estas consideraciones. Agregó que uno de los grandes inconvenientes con los que se tropezaban los negros era el de haber sido sometidos a siglos de esclavitud. Atribuyó a esta circunstancia las debilidades del desarrollo intelectual que mostraban respecto a otros grupos étnicos.

 

Los caraqueños son pocos dados a reunirse en sus propias casas y prefieren encuentros en el teatro, el salón de bailes, el salón de billares o en las corridas de toros.

Los caraqueños son pocos dados a reunirse en sus propias casas y prefieren encuentros en el teatro, el salón de bailes, el salón de billares o en las corridas de toros.

     Hawkshaw gustaba de las generalizaciones. Así como escribía acerca de los sudamericanos lo equivalía con los venezolanos y los caraqueños. De éstos expresó que sus “maneras” guardaban cierto grado de similitud con la de los españoles, “teñidos como están, más o menos, del tipo de orgullo que se llama castellano; hasta los peones están imbuidos de eso”. Sumó que al orgullo heredado de los españoles se había agregado el que surgió en conjunto con la edificación republicana. Según él, los oriundos del país mostraban cortesía en el trato, “hasta los más pobres obreros, y en su porte y andar son más naturales y elegantes que mis propios paisanos”.

     Por lo que experimentó, eran pocos dados a reunirse en sus propias casas y preferían encuentros en el teatro, el salón de bailes, el salón de billares o en las corridas de toros. De los sectores más adinerados dijo que eran poco ostentosos en sus casas y en su forma de llevar la vida, las que vio como sobrias y frugales. “Ni la ciencia ni la literatura tienen muchos cultivadores, ya que hay demasiada indolencia en las costumbres de la comunidad para entusiasmarse por el estudio o por cualquier cosa que exija una atenta aplicación mental”.

     De los extranjeros observó que los nacionales mostraban celos hacia ellos de forma considerable. Atribuyó esta actitud a que los extranjeros, o la mayoría de ellos, controlaban los grandes comercios y eran los más adinerados. La razón de que comerciantes ingleses, alemanes y estadounidenses se ligaran entre sí se debía a los recelos que los venezolanos les mostraban. “Aparte de la falta de cordialidad con otras naciones, los venezolanos no han aprendido aún a disfrutar de las reuniones sociales, y no han adquirido la facultad… de apreciar una buena comida”.

     De las mujeres vio que eran muy caseras y que poco salían de sus casas, “y en cuanto se refiere al cultivo de sus mentes, muy abandonadas”. La mayoría de ellas sabían ejecutar el arpa española y algunas tocaban el piano, “y como los pinzones reales, a quienes se alimenta y se les enseña a cantar, se les considera suficientemente logradas para el tipo de jaulas que ocupan”. Además agrego que bailaban, al igual que todos los venezolanos, con donaire, pero para él eran cosas superficiales porque “en todas las demás virtudes más substanciales son lamentablemente deficientes”. Anotó que las mujeres de estos lares caminaban mejor que las inglesas, “pero esto proviene, en alto grado, de que tienen menos afanes: nunca tienen prisa, y este es un país de poco ajetreo. Nunca se ven personas apresuradas, andando como si en ello les fuera la vida: en efecto no hay ocasión para ello. Su porte, por tanto, es el que pueden adquirir personas que caminan por caminar, no con el propósito de llegar a algún sitio a una hora precisa”.

     En cuanto a la indumentaria anotó que no había exhibición de trajes y que era usual observar el uso de peinetas de carey, “de las más costosas, talladas y trabajadas con primor”, largos velos de color negro, que cubrían la cabeza y casi todo el cuerpo, el uso de “zapatos de satén, y medias que revelan mucha labor”. Los hombres a caballo utilizaban espuelas labradas con plata, “y no es raro ver una espuela de plata colocada en un pie descalzo”. Observó a mujeres de “clase baja” que colgaban en su cuello cuerdas que pendían tres o cuatros pequeñas monedas de oro. De igual manera, constató que prestaban mucho cuidado al cabello y, por lo general, lo trenzaban de diversas formas, “y que es tan largo, que cuando se suelta llega casi al suelo”.

Según John Hawkshaw, las mujeres caraqueñas que eran muy caseras y salían poco de sus casas, “y en cuanto se refiere al cultivo de sus mentes, muy abandonadas”.

Según John Hawkshaw, las mujeres caraqueñas que eran muy caseras y salían poco de sus casas, “y en cuanto se refiere al cultivo de sus mentes, muy abandonadas”.

     Por las calles que recorrió confesó no haber presenciado hombres en estado de embriaguez. Pero si actividades lúdicas, por ello escribió: “lo que yo consideraría el pecado nacional es el juego”. Según observó, era esta una propensión generalizada en todos los sectores sociales. Dijo haber presenciado cómo trabajadores perdían lo ganado en tres meses de trabajo en una partida de dados, sin que mostraran pena por ello. Al día siguiente volvían a la faena, recibían nueva paga y retornaban al juego que practicaban sin cesar.

     Si en los sectores de mayores posibilidades económicas los bailes eran poco frecuentes, no sucedía igual con los grupos de escasos recursos económicos que montaban bailes denominados fandango. El vicio del cigarrillo estaba muy extendido, “hasta las mujeres de las clases bajas lo hacen”. Por otro lado, le sorprendió que los habitantes del territorio se recuperaran de dolencias físicas con extrema rapidez y que mostraran crueldad entre ellos mismos y al sacrificar animales para ser consumidos como alimento. “A veces nuestros sirvientes eran sorprendidos cortando las patas de las gallinas mientras estaban vivas, o comenzaban a desplumarlas antes de estar muertas”. Llegó a escribir que esta manera cruel la practicaban “por puro deporte”.

     De los peones observó que llevaban navajas, las que utilizaban en las peleas entre ellos pero sin llegar a provocar la muerte del contrario. Delineó haber presenciado la decadencia del catolicismo, aunque en el calendario nacional había gran cantidad de fiestas. Según percibió “la religión hace tiempo ha desaparecido”. Sin embargo, lo que precisó como un mal hábito que se mantuvo eran “aquellas partes del ceremonial que tenían afinidad con su indolencia, o que ahogaban sus conciencias, eran mantenidas por muchos”.

Respecto a los matrimonios, bendecidos sacramente, eran escasos, en especial fuera de Caracas por falta de curas, según estampó Hawkshaw. 

     “Pero la causa es también, en alto grado, por lo que los curas cobran por realizar el rito, junto con la baja estima en que la ceremonia del matrimonio se tiene, y la gran inmoralidad que prevalece”.

     Con cierta sorpresa escribió no haber visto personas con “deformidades”. Para dar vigor a esta aseveración citó a Humboldt quien había dicho que las personas de “raza más oscura estaban libres de deformidades”. Aunque se mostró en desacuerdo porque en “épocas más rudas las razas más blancas de la humanidad estarían igualmente libres de deformidades”.

     Agregó que era de gran utilidad reseñar el trato que daban a los niños. Su descripción va como sigue: en primer lugar, escribió, no les colocaban fajas, ni los “fastidiaban” con ropaje de ninguna clase “por los primeros dos o tres años”. A los pequeños se les colocaba en el piso, o en esteras, con lo que se podían mover a placer. Así se les mantenía hasta que pudieran moverse por sí solos y mantenerse de pie. La forma de llevarlos cargados llamó su atención porque se les permitía estar erguidos a diferencia de los ingleses que llevaban los niños “encogidos”.

     Anotó haber presenciado personas que tenían loros que no estaban encerrados en jaulas. En las cercanías del mar presenció niños que se sumergían en la aguas del mar, propio de los climas cálidos, y se convertían en grandes nadadores.

     Finalmente, escribió que su percepción de la moral del pueblo, en general era poco favorable. “Son crueles y licenciosos, aunque esto deja de sorprender cuando consideramos cuán poco se ha hecho por ellos. Han tenido una religión consistente solamente en ritos supersticiosos, administrados por curas sensuales, y sus mentes han sido dejadas casi tan sin cultivar como las selvas de su vasto país. Pocos saben leer; aun menos, escribir: y se les ha dejado, por parte de aquellos que debían haber sido sus maestros, seguir los dictados de sus malas pasiones, ayudados por malos ejemplos”.

     La situación de los iletrados estaba tan presente que muchos de los jueces de paz no sabían leer ni escribir. Aunque contaban con “buenas leyes, imitadas de los estadounidenses” su aplicación no era efectiva.

Preludios de La Asonada

Preludios de La Asonada

Los días previos a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez fueron de gran agitación social. Los estudiantes jugaron un papel importante en la lucha por la democracia. Los partidos políticos y sus dirigentes estuvieron a la altura del compromiso. Los militares supieron desempeñar el papel que les corresponde como garantes de los intereses del pueblo.

El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil

El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil.

     El anuncio de la sustitución de las elecciones ordinarias por un plebiscito (hecho ante el Congreso por el Gobierno en agosto de 1957) sembró el descontento en los sectores de opinión venezolanos agrupados en partidos y actuantes en la clandestinidad, que vieron en ello un claro propósito de burlar la voluntad popular y escamotearle el ejercicio de la soberanía, para prolongar durante cinco años más un mandato que, en su concepto, tuvo origen viciado.

     Precisa ser justos, colocarse en posición de imparcialidad, para historiar el acontecer venezolano. Nuestro pueblo tiene una psicología extraordinariamente anárquica, que no se ajusta a los moldes clásicos de la idiosincrasia. 

     Los venezolanos sorprendemos siempre con gestos y actitudes inesperadas. Podemos decir, sin exagerar, que nosotros trillamos las rutas de la vida cargados con un inagotable bagaje de imponderables. ¡Es la pesada herencia de una pluralizada mezcla de sangres, es la consecuencia de un atavismo híbrido. . .!

     En 1957 nuestro pueblo era una contradicción viviente. Estaba satisfecho porque tenía trabajo, disfrutaba de ciertas comodidades, no lo punzaban los aguijones de la miseria. El clima de seguridad impuesto a la fuerza atraía al inversionista extranjero y comenzaban a surgir industrias y se anunciaba una serie de proyectos para el establecimiento de otras. Todo eso en medio de altos precios del petróleo, lo que le permitía a la dictadura gozar de ingentes ingresos económicos.

     Pero, al lado de esa satisfacción material, florecía el descontento y regaba inquietudes. El pueblo sentía nostalgia de su libertad, condicionada a la voluntad del gobernante. Echaba él en falta su alimento espiritual máximo: la crítica, el derecho a censurar sin temor, sin pensar con el corazón encogido en si habría a su vera algún esbirro anotando las palabras que podrían proporcionarle luego vacaciones ingratas en Guasina o en Ciudad Bolívar, tras un fecundo paso por los sótanos de la Seguridad Nacional. Lamentaba él la ausencia de un manjar matutino: el periódico sin mordaza, decidor y zahiriente, buscador de fallas y señalador de abusos.

     En este terreno abonado trabajaban los agricultores de la política, talando y quemando escrúpulos, regando la simiente de la rebeldía.  Y la germinación se estaba cumpliendo excelente, promisora, augurante de una cosecha espléndida. Solo faltaba un aguacero que vigorizara la tierra y apresurara el cuajo de la cosecha. Y esa lluvia llegó en forma de plebiscito.

El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, estalló una insurrección militar

El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, estalló una insurrección militar.

Etapa inicial de las acciones

     El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil. En la Universidad Central de Venezuela (UCV) se dio el grito de rebeldía coreado por muchos otros gritos. La conciencia nacional despertaba en su célula más vigorosa. Y adivino el gesto gratificante: la huelga. El Alma Máter entró en receso. Las cátedras supieron de la ausencia de profesores y alumnos. La voz aleccionadora, la que a diario vertía el conocimiento en las mentes, fue sustituida por la que proclamaba consignas revolucionarias y repetía con palabras criollas, con inflexiones criollas, con criollos propósitos, el tradicional e incendiario llamamiento al combate de pueblo contra gobierno, de gentes inermes contra gentes armadas, del palo y la cabilla contra el fusil, la ametralladora y la granada.

     La voz rebelde salió a la calle y encontró ecos en los liceos y la parvulada retó al gobierno, ofreció el pecho a las balas, convirtió los pupitres en trincheras y en baluartes las aulas. Y de los recintos de la docencia, la llama se extendió. 

     Un grupo de intelectuales aventó el temor y firmó un Manifiesto reivindicador de la libertad, de la justicia, de la soberanía popular burlada, del derecho, de la dignidad vejada. Y sus palabras tuvieron resonancia y enardecieron al obrero, que cerró filas y esperó impaciente la llegada de la hora cero.

     Una entidad misteriosa, envuelta en impenetrable manto de clandestinidad, comenzó a echarle leña a la hoguera y a extender el incendio: la Junta Patriótica, que le hablaba al Pueblo en nombre del mismo Pueblo y llenaba las calles metropolitanas con volantes inmpresos de literatira subversiva. El clima impulsaba el termómetro hacia cifras cada día más altas.

Interludio militar 

     El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, vio rota la virginidad del cielo caraqueño por pájaros de acero que lo surcaban raudos, atronando con sus motores a reacción y con el crepitar de las ametralladoras. Explosiones de bombas se dejaron oír por los lados de la urbanización El Conde y encontraron ecos en el presurosos disparar de las defensas antiaéreas.

     El pueblo se encrespó y sintió en los pies la comezón que impulsa a marchar hacia el punto neurálgico, hacia la posición clave. ¡Había estallado la insurrección militar! Y las noticias comenzaron a correr de boca en boca y a crecer y agigantarse como bolas de nieve en su avance irruptor por las calles, plazas y hogares. ¡Maracay, la plaza militar más fuerte de la República, se había sublevado! Columnas cerradas de infantería y tanques avanzaban hacia Caracas. . . ¡Los Teques en poder de los rebeldes. . .! Y se citaban nombres: Los tenientes coroneles Martín Parada y Hugo Trejo eran los jefes. Y Castro León, el militar que nació conspirando y morirá conspirando, pero sin rematar jamás las acciones, secundaba el movimiento. ¡Y nombres y más nombres se iban engarzando en lista de Oficiales grata al oído. . .!

     Más, la acción defensiva del régimen, dio frutos raudos. Inopinadamente, la Radio Maracay, tribuna de los insurrectos, comenzó a hablar en el lenguaje seco y amenazante del gobierno.

     Se pedía la rendición incondicional de los últimos focos de resistencia en aquella plaza. Y luego la voz del jefe vencido, intimando a sus compañeros atrincherados en Los Teques para que depusieran las arma. Y en lomos de las ondas hertzianas, a través de los micrófonos de la Radio Nacional, cabalgaba la voz del jefe del Estado, advirtiendo que serían aniquilados quienes persistieran en la “descabellada intentona”.

     Los tanques que venían desde la capital mirandina hacia Caracas, dieron media vuelta e iniciaron el retorno en fuga. Los “héroes” leales hacían llegar partes triunfales al Comando de Caracas. El entonces jefe de Relaciones Públicas del MOP, anunciaba que había minado la autopista, en el sector cercano a Pipe, y acumulado en ella la maquinaria pesada de la construcción, para frenar el avance de los “traidores”.  La gesta estaba perdida. El sacrificio había sido estéril.

El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

Paréntesis dubitativo

     Pero, el fuego no había sido totalmente extinguido. La capa de cenizas, de escaso espesor, apenas si podía ocultar la presencia de brasas encendidas. Y, así, en el decurso de los días siguientes, se engarzaron los sucesos del collar cuyo broche de cierre estaba forjándose en la fragua de la historia.

     El 10 de este mismo mes de enero, se anuncia la constitución de un nuevo Gabinete: Interiores, Luis Felipe Llovera Páez (¡destituido Laureano Vallenilla!); Exterior, Carlos Felice Cardot; Hacienda, Giacopini Zárraga; Defensa, Rómulo  Fernández; Fomento, Carlos Larrazábal; Obras Públicas, Oscar Mazzei Carta; Educación, Néstor Prato (la muchachada estudiantil lo celebró soltando un burro en El Silencio con un cartel donde decía: “Yo soy el Ministro de Educación”); Sanidad, Pedro Gutiérrez Alfaro; Agricultura, Luis Sánchez Mogollón;  Trabajo, Carlos Tinoco Rodil; Comunicaciones, José Guerrero Rosales; Justicia, Héctor Parra Márquez; Minas, Edmundo Luongo Cabello; Gobernación del Distrito Federal, Oscar Ghersi Gómez.

     El mismo día toma posesión de la jefatura suprema de la Seguridad Nacional, el coronel José Teófilo Velásquez (¡Había caído Pedro Estrada, el Cancerbero del régimen, ¡y con él diez años de historia siniestra. . .!) Y surge a la actualidad otro nombre, predestinado a llenar páginas de periódicos, a crear mística inconsciente a su alrededor, a legalizar el despilfarro, a atizar el odio, a hacer correr la sangre, a adulterar el sentido y futuro del 23 de enero: ¡Wolfgang Larrazábal es designado comandante de las Fuerzas Navales. . .!)

     El 13 un rumor rompe las frenadas murallas de la censura y se extiende por los ámbitos citadinos y los tramonta y corre veloz como repique de campanas hacia la provincia: Pedro Estrada marchó al exilio y detrás de él se fue Laureano, el hombre fuerte después del fuerte hombre de Michelena. Y, sorpresivamente, el 14, un nuevo cambio en el Gabinete: Antonio Pérez Vivas sustituye en Interiores a Llovera Páez, quien pasa a Comunicaciones; Pérez Jiménez asume la Cartera de Defensa y Rómulo Fernández es detenido y conducido posteriormente a Curazao, y el doctor Humberto Fernández Morán echa las bases de una desdicha injusta al aceptar el Ministerio de Educación. El comandante Guillermo Pacanins se encarga de la Gobernación de Caracas. 

      El 15, los muchachos liceístas del “Andrés Bello” reeditan acciones callejeras. El gobierno le hace planear por agentes policiales y moviliza contra ellos las mangueras del INOS. No hay disparos. El 16 epiloga la insurrección estudiantil. Fernández Morán clausura el Liceo “Andrés Bello”, hace un llamamiento a la cordura y esboza la apología de la energía atómica. Hojas distribuidas profusamente por la misteriosa e inubicable Junta Patriótica, convocan a la huelga para fecha inmediata.

     El amanecer del día prefijado, está presidido por la angustia y la inquietud. En el ambiente flota algo amenazador. Se palpa la inminencia de lo inusitado. Las gentes caminan pavorosas por las calles, ven por encima del hombro con suspicacia y adquieren provisiones de boca. Los abastos se vacían vertiginosamente.

     El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

FUENTES CONSULTADAS

  • Revista Elite. Caracas, 26 de enero de 1963.

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