Hablando con el arquitecto Carlos Raúl Villanueva (Parte I)
CRÓNICAS DE LA CIUDAD
Hablando con el arquitecto Carlos Raúl Villanueva (Parte I)
Por Valentín Frontado,
Cosas de Caracas
No. No diré, por una necia concepción del patriotismo que nuestra capital es bonita. Al contrario, digo que el corazón de esa ciudad, el casco antiguo, es feísimo. Y estoy seguro de que en ello me acompañan muchos compatriotas sinceros, de buen gusto. Sin embargo, ¿tiene verdadero mérito el que lo diga yo, hombre sin títulos académicos ni literarios? Ya sé que no, al menos ante los ojos de la gran mayoría que cree demasiado en las consagraciones. Y es por ello, justamente, que les presento a ustedes a…
Carlos Raúl Villanueva
Ya sé lo que están ustedes pensando: “Pero, señor Frontado, ¿primero dice usted apoyarse en una autoridad consagrada, y luego viene haciéndonos una presentación? Solo se presenta a los desconocidos”.
Cierto. Todos ustedes saben que Carlos Raúl Villanueva es uno de los hombres que en este momento disfrutan de mejor notoriedad. Él es el arquitecto que construyó los dos museos de la Avenida Los Caobos; el que concibió y planeó la escuela Gran Colombia y la Plaza de la Concordia; y su fama se hará clásica en el devenir de las generaciones venezolanas que asociarán inevitablemente su nombre a la obra de El Silencio… Porque El Silencio ― ¿lo sabían ustedes? ― es su creación más reciente. Y qué dirían ustedes si les dijera que él es también el hombre que hace los edificios de la imponente, de la formidable, Ciudad Universitaria.
Pero… Es un modo de hablar! Le presento a ustedes, es decr que la traigio aquí, para que les exprese –aunque sin una sola incortesía para Caracas—todos los argumentos que yo necesito para que mi tesis salga airosa del trance… Y páreceme que Don Carlos Raúl hace, para empezar, esta preginta:
¿Para qué tanta angustia, caraqueños?
“Ciudad de iglesias y de claxon” llamó a Caracas cierto periodista extranjero en un libro de viajes, hace más de veinte años. Las iglesias están aún donde mismo; las cornetas fueron silenciadas por la Inspectoría de Tránsito, a pesar de lo cual yo creo que hoy es mucho menos soportable la vida en nuestra ciudad. Porque, aunque hoy hay menos estruendo, en cambio hay mucha más angustia. Los caraqueños andan corriendo, presas de una ansiedad que los atropella, que la aleja de su condición humana para identificarlos con los motores que circulan en la congestionada corriente de la calle.
¿Para qué tanta angustia?… ¿Es que con tal desasosiego logran ser más felices que los ciudadanos de hace 50 años, que andaban a pie, o, cuando más, en coche?… ¿Es que podrían siquiera parangonarse, en punto a bienestar moral y material, con los caraqueños de los tiempos coloniales, cuando la luminosa infancia de la Ceiba de San Francisco y la Caracas de calles empedradas y aceras enlajadas guarnecidas de hierba?… Pero, es lo que me ha apuntado Don Carlos Raúl Villanueva.
El nombre de Villanueva está asociado a muchas obras, entre ellas, la urbanización El Silencio, en el corazón de Caracas, 1942
¡La máquina transformó a la humanidad!
Mientras hacía danzar el lápiz de dibujo entre sus dedos, Don Carlos Raúl me dijo:
―Si, querido amigo. La humanidad ha ido demasiado rápido. Ha superado sus necesidades, y, paradójicamente, no ha hecho sino agravarlas y alejar el día de satisfacerlas plena y pacíficamente. El maquinismo ―todos lo sabemos― transformó la vida; y cada invento, cada descubrimiento, han venido asestando nuevos golpes al mecanismo social, desajustándolo por aquí y por allá, sin dar tiempo a estabilizar un sistema.
Don Carlos Raúl quedó en suspenso. Yo asentía con movimientos de cabeza. Un empleado con las iniciales del Banco Obrero en la gorra ― ¿No había dicho que nuestra entrevista se efectuaba en una de las oficinas del Banco? ―se acercó para preguntarle algo. Yo aventuro una sugestión:
― De esa carrera loca de una civilización que busca inútilmente un equilibrio dichoso se resiente la ciudad, ¿no es cierto?… Y por eso es que Caracas…
― ¡Por supuesto! Es en la ciudad donde la mayoría de los hombres ejerce sus funciones y es por ello por lo que cualquier cambio sustancial en esas funciones exige una transformación igual en el sistema urbano.
Yo agregue:
― Y por eso es que Caracas, además de ser feo, es inadecuado. O no funciona
¿Tendremos que volver atrás?
Pero quiero que él lo diga y por eso le pregunto:
― Y concretándonos a nuestra capital, ¿cree usted que se ha cumplido a cabalidad esa evolución, en el sentido que usted dice? Por más acelerado que sea el ritmo de la moderna humanidad; por más confusión que su desenfrenada imaginación le produzca, parece que las gentes podrían vivir mejor, con menos trajín, con menos esclavitud, con menos angustias y con más satisfacciones. ¿No tendremos que hacer un alto y dar marcha atrás?
¿No le parece que son demasiado grandes las ciudades? Caracas, por ejemplo, parece haber triplicado su magnitud en diez años…
Villanueva diseñó el Museo de Bellas Artes de Caracas, 1938
― Pero eso no es un mal exclusivo de nosotros. Cosa igual o parecida ocurre en todo el mundo… ¡Habrá que volver a la Edad media! Habrá que limitar el número de habitantes. Justamente, la técnica, al manifestarse desde ahora contra el término “urbanismo” y querer cambiarlo por la expresión “planeamiento”, está anunciando toda una serie de trascendentales reformas que vendrán a abonar el bienestar de las poblaciones urbanas. Probablemente los habitantes de las ciudades llevarán en el futuro una vida más cónsona con la dignidad del espíritu; más desahogada, digamos, más satisfecha.
Repliqué:
― Entonces, ciudades como Nueva york, ¿tampoco sirven?
― Nueva York ha pasado de moda. Y ― ¿Quiere que le diga? ― ¡Uno de los más graves defectos de Caracas es empeñarse en imitar a Nueva York! Mire esos edificios enormes que superan muchas veces en altura el ancho de las calles, tapando el sol, quitando la luz, robando el aire a los que circulan abajo. ¡Eso es sacrificar al ser humano, que necesita respirar, purificar su organismo, alegrar su espíritu!
― ¿Entonces?
― Debe ser reglamentada la altura de los edificios en relación con el ancho de las calles, y eso último también debe ser establecido de acuerdo con las características de cada zona.
Don Carlos Raúl me explicó entonces que una ciudad es como una casa, donde debe haber una sección bien delimitada para cada una de las actividades principales de sus ocupantes: para el trabajo; para el descanso, o sea la residencia; para la diversión o esparcimiento; y para circular entre las diversas secciones, o sea, hablando en términos “caseros”, los corredores de la ciudad. Esto es lo que los urbanistas llaman “zoning”; y es lo que hace falta en Caracas; una zona donde agrupar todos los centros de trabajo, fábricas y oficinas; otra donde solo se habite, a fin de lograr la tranquilidad indispensable al descanso; una más que reúna los medios de distracción, y finalmente buenos “corredores” de la ciudad, buenas calles y avenidas donde penetre el solo y circule el aire, y donde el ciudadano tenga entre acera y acera el espacio suficiente para contemplar la belleza de los edificios; donde la Arquitectura, que es una lección de estética, esté frente a él y no por encima de él.
La avenida Bolívar tiene 30 metros de ancho
Don Carlos Raúl se extiende. Le preocupa, sobre todo, las condiciones de la zona destinada a vivienda. En ella debe haber árboles y flores. Le parece excelente que un reciente congreso urbanístico exigiera que en cada nueva construcción se deje cierta superficie para jardines comunes, lo que al fin daría por resultado la formación de vastos espacios verdes y floridos en medio de los de casas.
Esto es lo que el mismo Don Carlos Raúl hizo en El Silencio. ¡Los niños necesitan jugar ―me dijo con calor― ¡Necesitan correr, dar salida a su energía bullente! En la actualidad nuestros muchachos no tienen sino dos perspectivas: o echarse a la calle para que los arrolle un carro o para que otros niños ya pervertidos los inicien en la delincuencia. O quedarse encerrados, conteniendo, con grave perjuicio de sus tiernas y delicadas personalidades, la violenta necesidad de expansión que los tortura.
Aún quiero saber detalles de eso que llaman “zoning”. Respecto de la zona comercial, por ejemplo, Don Carlos Raúl no me había dicho nada. Pero recuerdo que no debo extenderme demasiado, yo no quiero que en la redacción me le quiten un pedazo a la entrevista. Por eso me contento con un solo rasgo: ¿es que el ancho de la calle, que debe ser grande, como ya sabemos, puede pecar por eso mismo, por grande? La respuesta es afirmativa.
Villanueva y el norteamericano Jaques Andre Fouilhoux, arquitecto del Rockefeller Center de NY y el Hotel Ávila
― El modelo está ya listo en la Avenida Simón Bolívar, que tiene 30 metros de ancho. Mayor distancia entre ambas líneas de edificios perjudicaría al comercio, pues, consciente o inconscientemente, el público se abstendría de pasar de una acera a la otra en busca de los artículos que necesita.
Tomado de la revista Élite. Caracas, N° 1.043, 29 de septiembre de 1945; Páginas 6-7, 34-35
Comentarios recientes