Pisarello: Una tormenta de entusiasmo
El periodista deportivo argentino Luis Plácido Pisarello (1891-1970) fue el primero que narró una carrera de caballos en la TV venezolana.
“Pisarello fue el primer simsombrerista que hubo en Caracas. Además, fue el primer ser humano que vi por estas calles andando con una rapidez casi de rayo, que hacía contraste con el lento andar de los habitantes de esta simpática urbe en la cual se sabe bien que toda prisa trae su despacio. Pero ahora no se notan tanto esos pasos de ráfaga de Pisarello por la sencilla razón de que ya son muchas las personas que andan rápidamente como él, por haber adquirido ese hábito, impuesto por las urgencias de la diaria faena.
Pisarello es más conocido en Caracas que muchos venezolanos. Durante varios años su voz se metía en todas partes en los perifoneos de las carreras de caballos. Fue uno de los primeros locutores de radio y TV. De uno al otro lado de la ciudad se escuchaban sus modismos argentinos que le brotan inconscientemente, pero le dan tal fuerza a la descripción, que, bajándole el volumen al receptor porque su voz es demasiado llena y vigorosa, miles de personas lo escuchaban con ansiedad. Ahora solamente hace sus charlas hípicas por la Radio Caracas, y los apasionados de las carreras lo sintonizan porque, como veterano cronista deportivo, tiene un puesto bien ganado por aciertos que todos le reconocen.
Pero la actividad que más le apasiona es indudablemente el teatro, pero el teatro en su forma esencialmente productiva. Tiene magnífica nariz para husmear los buenos negocios teatrales, para enumerarme los cuales le han faltado los dedos y le ha sido preciso recorrer los de sus manos varias veces. Claudio Arrau, Freiedman Ignaz, Sanz de la Maza, Andrés Segovia, Arturo Rubinstein, Lydia de Rivera, los Fakires Blancos, Eusebia Cosme, los Perros Comediantes, Graciela Ramírez, Hugo del Carril, Carlos Gardel, los Niños Cantores de Viena, los Niños de la Cruz de Madera, el American Ballet, la Argentinita, el Cuarteto Aguilar, Nicanor Zabaleta, Jehudi Menuhin, Odnopossoff, Efren Zimbalist, Lio Chang, los Cosacos del Don, Elman Misha, Jasha Heifetz, Spaventa, Slerying Henryk, Grace Moore, Paulina Singerman, Cuarteto Lenner, Cuban Lecuona Boys, Leopoldo Otero, Los Bufos Cubanos, Josefina Diez, Manolo Collado, Fernando Soler, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, hermanos López Alpuente, y varias compañías de ópera, han sido espectáculos traídos al país por este empresario, que las más de las veces ha ganado dinero, sabedor como es, por experiencia ajena y propia, de que lo que perjudica a los hombres son “las malas compañías”.
–¿Qué es lo más extraordinario que te ha ocurrido? –le pregunté.
–Lo más extraordinario fue mi viaje a Europa por prescripción médica. El doctor Cervoni me aconsejó ir para expulsar unas piedras renales y por poco dejo el pellejo, porque en momentos en que me hallaba en San Sebastián sobrevino la guerra civil española y todos los días el “Cervera” y el “España” nos enviaban un desayuno y una merienda de plomo de quinientas libras.
–¿Y tú mayor satisfacción?
En 1925 llegó a Venezuela y dos años más tarde narró, a través de la primera estación radial que existió en el país, AYRE, las simpáticas carreras de perros que tanto entusiasmo despertaron en Caracas.
–He tenido muchas, pero como argentino, creo que la más notable es la de haber traído al país dos caballos pura sangre, hace diez años, en un viaje que hice después de una larga ausencia de mi patria. En esa época aquí no se estimaban los equinos de mi país, considerándolos unos completos chongos. Los dos caballos que traje tuvieron un éxito tal que ahora son argentinos la mayoría de los que corren en el hipódromo caraqueño.
–¿Y tú susto más grande?
–¿Mi susto más grande? Me ocurrió cuando traje los Niños Cantores de Viena, con los cuales hice una ceremonia ante la estatua de Bolívar, en colaboración con los Boy Scouts. Se reunió tanta gente que me dio miedo porque hacía pocos días habían ocurrido los sucesos del 14 de febrero [de 1936], en los cuales resultaron varios muertos por los tiros disparados sobre una multitud mucho menos numerosa desde los balcones de la Gobernación.
–¿Y algo cómico de la época de la niñez?
–Siendo Monseñor Mariano Antonio Espinoza, Cura párroco de Santa Lucía en Buenos Aires, en una repartición de premios me habían dado el papel de Cura en la representación teatral acostumbrada. La sotana me quedaba tan grande, que, al caminar, la pisé y dando un traspiés, por poco quedó tendido en el suelo, lo cual me dio tanta rabia que apelé, para desahogarme, a la sublime interjección de España y aflojé un perfectísimo vizcaíno ante quien, años más tarde, habría de ser arzobispo de Buenos Aires.
–¿Y tú debut en el periodismo?
–Ocurrió cuando yo tenía diez y seis años en “La Argentina”, el primer periódico de cinco centavos que hubo en Buenos Aires, y el cual estaba dedicado únicamente a deporte y sucesos, y era dirigido por los hermanos Mulhall, los mismos propietarios del diario inglés “The Standard”, que es el más antiguo periódico bonaerense en idioma extranjero. Recuerdo que me pagaron cinco pesos por mi primera crónica sobre fútbol. Poco tiempo después fui nombrado redactor permanente por $60 mensuales. Era la época del fútbol sabanero, en que además de cronista, se debería ser boxeador, porque los fanáticos no perdonaban lo que se publicaba sobre sus ídolos. Pero los mayores disgustos en mi vida periodística los tuve cuando me encargué de la crónica teatral, porque trabajando, como trabajaba, en periódicos jocosos, había que tomarles el pelo a las estrellas, y los maridos y mamás de las divas eran más temibles que los forwards y los hinchas.
–¿Y no tuviste oportunidad de ser cronista de boxeo?
–En esa época el boxeo era prohibido en la Argentina, como el duelo, de manera que había necesidad de presentarlo como espectáculo en una forma que, aunque parezca paradoja, era privada. Después esto cambió cuando fue nombrada la primera Comisión de Boxeo. Fundé entonces una revista que se llamaba “Punch”, como la célebre publicación londinense. A raíz de la pelea de Luis Ángel Firpo con Herminio Spalla, italiano y campeón europeo, fue tan mala la actuación de Firpo que, al reseñarle, le cambié el nombre Toro Salvaje de las Pampas con que lo habían bautizado en Estados Unidos, por el de Manso Ternero de las Praderas. A pesar de haber causado esto una gran tomadura de pelo del público para Firpo, ello no enfrió en nada nuestra amistad, pues me debía mucho en su carrera, ya que, desde sus primeros momentos, fui uno de sus más decididos animadores, cuando él aún lavaba frascos en una botica.
Durante varios años, la voz de Pisarello se metía en todas partes en los perifoneos de las carreras de caballos.
–¿Solamente hiciste periodismo deportivo?
–Qué va! Edmundo Calcaño, director de “Unión”, me llamó un día y me dijo: “O haces periodismo de verdad o te vas del diario”. Me obligó a escribir uno o dos reportajes cada día. A los tres meses ganaba $200 y de allí me sacó “La Razón” con $400 y poco tiempo después me contrató “Crítica” para encargarme de los Sucesos con $500 mensuales.
Estando en Crítica me tocó hacer la información del crimen más espeluznante, o sea el conocido con el nombre de Mateo Banks, individuo que mató a doce personas. También me tocó ir en el avión de Marcel Pallete con un fotógrafo para recoger los informes sobre el hundimiento de una lancha llena de gente efectuado por uno de los ferryboats que tropezó con ella en Campana. No había tres para llegar allí por lo cual “Crítica” contrató el avión.
–¿Cuál fue la información más sensacional que hiciste?
–La de un envenenamiento colectivo con pepinos en vinagre, en el cual murieron diez personas. Fue una cosa terrible. Morían en pleno conocimiento mental, ahogándose, y se produjo por el contacto del vinagre con un metal. Un periódico amarillo quiso darle tinte de crimen, pero me cupo la suerte de haber dado la información más verdadera.
–¿Y por qué dejaste el periodismo en la Argentina?
–Cosas del destino. Alberto Méndez me propuso venir como asesor literario con la compañía de operetas y revistas que estaba a punto de salir en jira para toda la América del Sur, y la cual actuaba a la sazón en el teatro Cervantes de Buenos Aires. En ese viaje me sucedieron cosas que jamás había soñado, como dormir en compañía de doce personas en una habitación, en La Dorada, y viajar en el río Magdalena durante un mes, por una tremenda sequía que nos mantuvo todo el tiempo varado en medio de una nube de mosquitos.
–¿Y cuándo llegaste a Venezuela?
–El 5 de julio de 1925. Aquí terminé mi compromiso con la compañía de revistas Méndez y comencé a publicar crónicas deportivas en “El Nuevo Diario”. También actué en la radio, en la antigua Estación AYRE, perifoneando las simpáticas carreras de perros que tanto entusiasmo despertaron entonces en esta ciudad. Desde 1926 he venido escribiendo las crónicas hípicas de ÉLITE, colaborando también en “Mundial” y “La Esfera”.
Plácido Pisarello y Julio Argain Mateluna, fueron los fundadores de la primera agencia de publicidad que hubo en Venezuela, y que se llamó Arpissa, cuya oficina estaba situada de Palma a Municipal, y se hizo famosa por sus poltronas y sofá color cereza, que eran una incitación al sueño. En 1933 comenzó la publicación del semanario hípico “El Látigo”. En el año de 1932 inició las transmisiones de las carreras de caballos desde el Hipódromo. Hizo las primeras entrevistas por radio que se efectuaron en Venezuela. A raíz de un descalabro financiero en materias teatrales, se ocupó como vendedor de cauchos Dunlop. Y ahora le ha dado por innovar el negocio de los caballos fundando uno, el “Sans Souci”, con el ánimo de facilitar a las familias un lugar de gran lujo donde pasar la noche, viendo muy buenos artistas.
Pisarello nació en Buenos Aires el 30 de agosto de 1891, día de Santa Rosa de Lima, la patrona de las tormentas. El mismo ha sido una verdadera tormenta de entusiasmo en todas partes. Ahora, en sus nuevas actividades, es casi seguro que triunfará porque es más voluntarioso que un baturro. Se ha empeñado en taladrar con la cabeza un muro y lo logrará. No sé si va a romperse la mollera, pero para este Plácido de las Tormentas no hay Santa Lucía que valga.
Me alegraré mucho con este nuevo triunfo de Pisarello. Pero si le queda la sotana larga y vuelve a tropezarse, le ruego que no vaya a pronunciar la consagrada palabritra de Vizcaya, ¡porque le van a oír hasta en la China!”.
FUENTE CONSULTADA
- Elite. Caracas, 1 de julio de 1944
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