Los domingos caraqueños de 1947

Los domingos caraqueños de 1947

Beisbol, cine, fútbol, carreras de caballos y otros deportes. Retretas, mar, dancing y el consabido arrocito, obligado plato dominical.

Los domingos, los caraqueños se vuelcan materialmente en los cines. Según las estadísticas, de 400.000 y pico de habitantes con que cuenta la ciudad, el 70% concurre a los cines.

Los domingos, los caraqueños se vuelcan materialmente en los cines. Según las estadísticas, de 400.000 y pico de habitantes con que cuenta la ciudad, el 70% concurre a los cines.

     “Alguna vez usted se habrá preguntado, apreciado lector, ¿qué hace la mayoría de los caraqueños el domingo?

     Después de los fatigantes días de labor, cuando la tienda de la esquina cierra sus puertas voraces; cuando la ferretería acalla sus voces de metal, al mediodía en punto, del sábado; y, en fin, cuando la dependiente, joven y bonita, sometida al vaivén incesante de sus ocupaciones, cuando el hombre de trabajo, fuerte y cordial, y cuando el obrero suelta el menester hasta el lunes de la siguiente semana, para perderse en la alegre comitiva sabatina y dominical, ¿qué se hace en Caracas?

     A eso nos hemos dedicado. Nos hemos incorporado como simples transeúntes, por estas calles de Dios, a la columna de deportistas, al cuerpo de cineastas, en fin, nos hemos dado a divertirnos, para saber decírtelo, lector, qué se hace en Caracas durante dos días. Caracas aparece a nuestra vista inundada de carteleras cinematográficas. 

     Corren y desfilan en colores, bellas coristas, estupendas y consagradas actrices, actores serios y reposados, y . . . Cantinflas, represado por milésima vez, a la altura y nivel de un cine de Barrio. Los caraqueños se vuelcan materialmente en los cines. Y aquí está la estadística: de 400.000 y pico de habitantes con que cuenta Caracas, el setenta por ciento concurre a los cines. Asombroso, ¿verdad? Pues sí, caro lector, cine y más cine, y lo que es peor a precios prohibitivos: a 4, 3, 2 y un bolívar. Las cintas de Greer Garson, suave y desvaída de belleza; Ingrid Bergman, sueca y adorable; María Félix, personal y única. etc… arrasan con la taquilla mágica de los bolívares.

     Y, ¿no ha ido usted nunca al beisbol? Cuatro esquinas calientes; el stadium cervecero pleno y bordado de público, hasta el tope. Pero, ¿quiénes juegan hoy?, los turcos de don Carlos Lavaud, o sea, el Magallanes, y sus eternos rivales, Cervecería de Caracas. El strike, es la recta perenne de la emoción hacia el corazón de la multitud. La pasión se desborda con creces cuando, va amenizada por el “palito” consabido. Los ídolos populares desfilan por el cariño del público y aquí se nos viene, atrapando la pelota del recuerdo, aquel gran jardinero criollo que se llamó José Pérez Colmenares. Caracas, ama el recuerdo del pelotero, concurriendo al beisbol su deporte favorito.

     ¿El fútbol? El balompié ha conquistado un puesto en la pasión deportiva venezolana, a través de un largo camino. Comenzó gustando a unos pocos y hoy es deporte popular. El Stadium Nacional de El Paraíso, es marco obligado del viril deporte. Las oncenas tienen sus colores deportivos, y el color marca el ritmo desaforado del cariño fanático, cuando las mallas revientan con el gol. Unión, La Salle, Deportivo, Universidad, Loyola, Atlético, Vasco, etc…  han prendido el coraje en el corazón de la hinchada venezolana. Al Paraíso, los sábados y domingos a las 4 de la tarde, se va el sentimiento de muchos caraqueños, para arropar a sus colores.

Los domingos por la tarde, el Hipódromo Nacional de El Paraíso en el lugar de encuentro preferido de los caraqueños.

Los domingos por la tarde, el Hipódromo Nacional de El Paraíso en el lugar de encuentro preferido de los caraqueños.

Los domingos también es un día en el que muchos caraqueños prefieren emigrar hacia la playa en busca de Sol, yodo y aire puro.

Los domingos también es un día en el que muchos caraqueños prefieren emigrar hacia la playa en busca de Sol, yodo y aire puro.

El estadio Cerveza Caracas, ubicado en la popular urbanización de San Agustín del Norte, es uno de los lugares a los que los caraqueños asisten en masa las mañanas domingueras.

El estadio Cerveza Caracas, ubicado en la popular urbanización de San Agustín del Norte, es uno de los lugares a los que los caraqueños asisten en masa las mañanas domingueras.

Las retretas de la Plaza Bolívar son motivo de atracción para grandes y chicos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, quienes allí se dan cita y comentan la actualidad, mientras escuchan las notas musicales.

Las retretas de la Plaza Bolívar son motivo de atracción para grandes y chicos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, quienes allí se dan cita y comentan la actualidad, mientras escuchan las notas musicales.

     Compadre, el Pool llegó a los 198.000 y pico de bolívares, –¿Tú sabes quién ganó? ¿No?, pues Manuel Pérez, con un cuadro de cuatro bolívares, que pagó 72.000 bolívares. . .

     El llamado deporte de los Reyes cuenta con la plena aceptación del venezolano, Si no, que lo digan las cifras. . .

     Baloncesto, cumplido y valeroso amigo de unos cuantos. Volibol, hecho para el colegial atrevido de músculos y fortaleza, y en fin una cadena interminable de deportes, deportes Reyes y deportes Súbditos, todos ellos causan, o mejor dicho acaparan la atención del caraqueño durante sábados y domingos.

     Las retretas de la Plaza Bolívar son motivo de atracción para grandes y chicos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, quienes allí se dan cita y comentan la actualidad, mientras escuchan las notas musicales.

     Hay quienes emigran hacia la playa en busca de Sol, yodo y aire puro.

     Pero, se me ha olvidado el más interesante y agotador de los deportes: el arrocito.

     Y hasta otro día, deportista y fanáticos de estas cuartillas, porque precisamente tengo que ir a un arroz, y ahora nos toca divertirnos solos. La Caracas trasnochadora y fiestera, le limpia las aceras a los Dancing de moda donde acompasa las estridencias del ritmo moderno, el mago de la música Luis Alfonso Larrain, o el cornetín estupendo de Bisoña. . . y es que, lector, se nos viene otra diversión encima: El Carnaval. . . y a divertirse tocan”.

FUENTE CONSULTADA

Elite. Caracas, 29 de enero de 1947

Sociedad caraqueña

Sociedad caraqueña

Para el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, el presidente de la República, Joaquín Crespo, y su señora esposa, Jacinta Parejo de Crespo, son una clara muestra del venezolano mestizo, descendientes de la mezcolanza entre españoles e indios.

Para el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, el presidente de la República, Joaquín Crespo, y su señora esposa, Jacinta Parejo de Crespo, son una clara muestra del venezolano mestizo, descendientes de la mezcolanza entre españoles e indios.

     En su libro titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, el periodista estadounidense William Eleroy Curtis resaltó que las por él denominadas barreras de color, entre los pobladores del territorio venezolano, no habían sido superadas, pero “no están tan estrictamente delimitadas como en los Estados Unidos”. Situación que corroboró al ver que descendientes de africanos, u hombres de color tal como él los denominó, no estaban privados de honores sociales, profesionales ni políticos. Expuso ante sus potenciales lectores el ejemplo de Joaquín Crespo (1841-1898), presidente de la República (1884-1886 y 1892-1898) y el de su cónyuge, Jacinta Parejo de Crespo al destacar su tipo mestizo o descendientes de grupos españoles e indios.

     En este orden de ideas sumó a sus consideraciones que, la mezcla entre los diversos grupos sociales se mostraba con mayor prominencia entre los conjuntos sociales menos favorecidos económica y socialmente. 

     “Es muy corriente ver que una mujer blanca tenga por esposo a un tercerón o, incluso un mulato, y hasta más corriente todavía resulta ver a un hombre blanco con una Venus de media tinta por esposa”. Presenció que, en reuniones, ágapes, bailes públicos, hoteles, lugares de diversión y encuentros públicos las “tres razas, española, negra e india” se apreciaban y mezclaban sin mayores distinciones.

     Según lo redactado por Curtis, era un verdadero y común espectáculo observar rostros negros y blancos lado a lado en las mesas de los hoteles, restaurantes, escuelas y colegios, lo que “no supone ninguna diferencia en su posición o en su trato”. No conforme con estas consideraciones sumó haber presenciado que abogados eminentes, juristas destacados y publicistas reconocidos “son de sangre negra”. De igual manera, apreció que entre los integrantes del clero tampoco la distinción basada en el color de la piel tenía mayor peso en lo que respecta a las exclusiones.

     Precisó haber visto por las calles a algunos estudiantes de teología negros caminar de brazos con un condiscípulo blanco, “y para el nombramiento de sacerdote para cada parroquia, el Obispo nunca piensa en prejuicio racial alguno”. Por momentos Curtis no deja de mostrar cierta ingenuidad y confianza en los comentarios que al respecto escuchaba, por eso es frecuente leer en su escrito aseveraciones como la siguiente: “Se dice que el actual Obispo tiene sangre india y negra en sus venas. Un domingo por la mañana me reuní con una congregación de fieles en una de las iglesias más elegantes y descubrí que un sacerdote negro oficiaba la misa. No pude distinguir a una sola persona de color entre los fieles, y todos los acólitos asistentes eran blancos”.

     Ratificó estas consideraciones con aseveraciones relacionadas con lo que había observado e información de testigos presenciales que habitaban en la comarca. Asentó que varios de los acaudalados hacendados en Venezuela eran de origen negro, aunque muy pocos de ellos se dedicaban a las actividades comerciales. Éstas más bien estaban en manos de extranjeros, en especial el comercio al por mayor, de lo que se puede colegir que el comercio al detal o de menudeo si contaba con presencia de nativos.

     Un aspecto de la sociedad venezolana que llamó la atención de viajeros, como el caso de Curtis, era que muchos de los habitantes caraqueños de posición social desahogada prefirieran las llamadas actividades liberales o, en su defecto, cargos dentro del Estado. También, que prefirieran dejar en manos de extranjeros el comercio de grandes proporciones entre el país y el extranjero.

Durante el gobierno del general Antonio Guzmán Blanco se inició el embellecimiento de Caracas.

Durante el gobierno del general Antonio Guzmán Blanco se inició el embellecimiento de Caracas.

     En lo que se refiere a la abolición de la esclavitud, señaló que las autoridades políticas venezolanas se habían adelantado a las de los Estados Unidos, “y si a Simón Bolívar se le hubiese permitido gobernar el país, la esclavitud habría sido abolida poco después de la guerra de independencia”. Para dar fuerza a esta aseveración recordó que a Bolívar se le había otorgado un obsequio de un millón de dólares en honor a su desprendimiento, lo utilizó para comprar la libertad de mil esclavos. De inmediato pasó a reseñar el decreto de abolición de la esclavitud del año de 1854, durante el mandato de los Monagas, y recordó que quien había firmado el decreto había pasado los últimos años de su vida en una cárcel.

     Entre sus elucubraciones no dejó de reseñar algunas características de Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) y lo que denominó el embellecimiento de la ciudad ejecutado por este último. 

     Uno de los aspectos de su gobierno que destacó tuvo que ver con las distintas estatuas edificadas, durante su gestión gubernamental, de “todos los hombres famosos en la historia de la República – con la sola excepción del general José Antonio Páez, a quien nunca le perdonó haber sentenciado a muerte a su padre, Antonio Leocadio Guzmán”.

     Una de las efigies que destacó fue la esculpida en honor al Libertador en la plaza central de Caracas. Según sus apreciaciones este tipo de acciones eran propias de la personalidad de Guzmán Blanco quien, al honrar a otros, “se honraba a él mismo, literalmente”. De igual manera expuso ante los lectores que Guzmán no mostraba disposición ni tolerancia frente a quienes preguntaban por el que había mostrado la iniciativa de disponer las estatuas, con la justificación de homenajes. Expuso que Guzmán siempre que llevaba a cabo el desarrollo de una obra, lo fuera un puente, un poste de luz o reja de hierro, le colocaban un anuncio que indicaba cuándo y por quien había sido edificado, “y el nombre del Ilustre Americano aparece en letras de grandes tamaños en la inscripción de todos los numerosos monumentos que erigió en la ciudad para conmemorar los acontecimientos notables o perpetuar la memoria de los hombres igualmente notables”.

     Luego de esta digresión volvió a hacer referencia a los descendientes de africanos en el territorio de Venezuela. Pero esta vez para establecer diferenciaciones con otros grupos de la sociedad caraqueña y, por extensión, de la venezolana. De este grupo étnico ponderó que poseían una mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios, así como que mostraban voluntad y ambición, un mayor grado de instrucción y una posición social y económica distinto al grupo étnico integrado por el indio. “Estos parecen predestinados al peonaje perpetuo” fueron las palabras que delineó en su escrito.

     De inmediato pasó a plantear un conjunto de consideraciones relacionadas con la vida social y económica de los habitantes de la comarca. Indicó que, aunque los gobernantes venezolanos nunca habían elaborado una legislación sobre el peonaje, la relación entre los hacendados y los jornaleros, en especial fuera de la ciudad capital, era equivalente a relaciones de trabajo esclavo, aceptadas como algo natural entre patrono y empleado debido a las precarias condiciones socio económico de unos y la riqueza de otros.

     En lo que se refiere a los distintos estratos sociales existentes, o clases, o castas exhibían una gran variedad al interior del territorio nacional. Pasó a reseñar el mestizaje proveniente de español con indígena y de español con africano o mulato y los zambos de origen africano con los pueblos originarios. “El negro de sangre pura, así como el indio de sangre pura, raras veces tiene más suerte que la de ser peón, y el zambo es la extracción más baja de todos ellos; pero los blancos segundones poseen la inteligencia y la ambición de sus antepasados españoles, llegan a hacer fortuna, a conquistar posiciones sociales e influencia política”.

    Curtis ofreció ejemplos de estas combinaciones originadas de coyundas diversas. Puso a la vista de sus potenciales lectores el caso del ejército venezolano de la época. La tropa o los soldados estaban constituido por negros, indios y zambos, “mientras que los oficiales son, o bien blancos o, al menos, tienen sangre blanca en sus venas”.

Para Curtis, los africanos en el territorio de Venezuela poseían mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios.

Para Curtis, los africanos en el territorio de Venezuela poseían mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios.

     Como parte inherente a su estilo de narración agregaba indicaciones de talante moralista y convencimiento personal. Una de ellas está referida a su consideración según la cual no era una desgracia tener sangre mezclada en “las venas”. Tampoco ser fruto de una unión ilegítima. Esto lo expresó al enterarse de la cantidad de hijos ilegítimos que apreció en la comarca. Las ¿razones? De acuerdo con su conocimiento esto tenía su razón de ser en dos situaciones. Una, se podría explicar por los honorarios que hasta hacía poco cobraban los sacerdotes para celebrar y bendecir el matrimonio. Otra, la imposibilidad para los campesinos o cualquier persona de escasos recursos económicos reunir la cifra monetaria exigida para celebrar el acto matrimonial.

     A pesar de haberse promulgado leyes para disminuir relaciones ilegales y el nacimiento de hijo ilegítimos el problema persistía. 

     Otro factor que contribuía con esta situación era que, “entre las clases media y alta la costumbre de mantener queridas de una extracción inferior es bastante generalizada y no es siquiera motivo de chisme. Es una cosa natural y esperada que no sólo un soltero tenga una querida y una familia de hijos, sino que los hombres casados que puedan costearlo, generalmente mantengan dos hogares en los que sus ocupantes parecen tener conocimiento de la existencia del otro”.

     De los trabajadores y clases populares (negros, zambos, indios) en general dejó asentado que eran honestos. Además, mostraban ser obedientes, trabajadores que no rehuían al esfuerzo y que eran joviales. Aunque advirtió que no mostraban la misma energía de los individuos de similar fuerza de las zonas templadas y que no rendían más de un tercio de lo que estos rendían en la misma cantidad de tiempo. A lo largo de su narración señaló, de manera reiterada, que los trabajadores de este territorio preferían depender de la fuerza de sus brazos y piernas antes que utilizar técnicas o instrumentos que aliviaran su faena diaria. Tampoco este uso de la fuerza humana dejaba de ser reiterativo, ya que no vio entre los trabajadores disposición alguna de simplificar sus precarios métodos con el uso de instrumentos o herramientas modernas. Para Curtis, preferían hacer las cosas de manera más difícil y, en cierto modo, con torpeza.

     Respecto a esta aserción, tal cual lo muestra a lo largo del texto, ilustraba al lector con ejemplos que había presenciado durante su estadía. Escribió: “Una mañana me detuve a ver cómo una cuadrilla de peones movía un tubo de agua o de cañería. La habían traído desde algún almacén hasta este punto de la calle a lomo de burro, pero tan inseguramente atado al animal, que se cayó a menos de dos tercios de la cuadra de su destino. Un irlandés o un yanqui lo habría rodado por la calle, pero se necesitó que acudiera media docena de hombres que estaban cavando una cuneta para ayudar a asegurarlo de nuevo al lomo del animal”. Lo que le sorprendió a Curtis fue el número de personas que se utilizaron para el traslado y, mayor aún, que otros individuos, que estaban trabajando en una actividad diferente, a los que trasladaban la tubería, tuviesen que interrumpir su tarea para auxiliarlos.

     Lo cierto del caso, a pesar de lo odioso que pueda parecer al lector de hoy la comparación con irlandeses o estadounidenses, la lectura debe transitar por la diferencia frente a un otro. En este orden no se debe decir de Curtis que sus elucubraciones estaban plagadas de discriminación, sino de una diferencia marcada por la experiencia cultural. Experiencia que, para este caso en concreto, se concentraba en el uso de tecnologías que para el estadounidense promedio eran naturales y lógicas, y no de una forma de asumir labores diarias enmarcadas en una superioridad proveniente de herencias étnicas. En todo caso, es necesaria e imprescindible una lectura desde la esfera cultural.

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