El fantasma de la casa amarilla

El fantasma de la casa amarilla

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

El fantasma de la casa amarilla

Por Lucas Manzano

     “El actual Palacio de la Cancillería fue, en la Colonia, tenebrosa cárcel donde torturaban y dejaban morir de hambre a los presos. La conseja popular atribuye a esos métodos brutales el hecho de que hoy deambule por la Casa Amarilla un fantasma, un ¨alma en pena¨ que siembra el terror y genera nuevas leyendas.

     Con visos de cosa al borde de la realidad, existe desde hace un buen número de años, noticias de apariciones y fantasmas en el lugar de la Casa Amarilla que fue, según leyendas viejas, calabozo destinado a sacrificios de patriotas que caían prisioneros en manos de los españoles. Allí estuvo a la contemplación de los curiosos, adheridas al muro, argollas que no fueron seguramente para colgar hamacas, ni asegurar las bestias de los Jefes del Penal, ya que estos, como es cosa sabida por los cronistas, pastaban libremente en la Plaza Mayor, listas para entrar en servicio en el momento que juzgasen adecuado sus propietarios.

     De boca en boca circuló la leyenda que daba razón de cómo ajusticiaban allí a los presos, cuando no eran dejados morir de hambre, método éste el más usado por los carceleros. Y no es inventiva para pergeñar cuartillas, ya que es conocida la especie de cómo se asomaban los presos tras de las verjas que dan hacia la calle que conduce de la Esquina del Principal a la del Conde, impetrando la caridad de los viandantes para mitigar el hambre. Así los vieron cuando obligados por las autoridades los maestros de escuelas llevaron a los escolares a presenciar el sangriento proceso que culminó con la muerte y descuartizamiento del prócer José María España en la Plaza Mayor. Como perros rabiosos los encarcelados clamaban de los transeúntes un poco de pan y de piedad para ellos, sin que surgiese el hombre que les auxiliase.

     Así estuvieron, igualmente, cuando el esclavo de un clérigo, castigado por nimiedades que no valían la pena de un azote, fue atacado de viruela; extraído por el Padre Cura para tratar de sanarlo en su residencia, otros cautivos contrajeron el mal, y murieron precisamente en el pabellón que en virtud de reparaciones hechas en épocas recientes, destinándolo a Archivo de la Cancillería; han continuado sintiéndose ruidos allí y en la Biblioteca en ciertas horas de la noche, sin que los vigilantes nocturnos del establecimiento hayan podido darse cuenta del origen de aquellos.

     En el año 1877 el doctor Diego Bautista Urbaneja desempeñaba el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, hubo allí momentos en que recabaron la presencia de las autoridades de Policía, pedido hecho al Gobernador Juan Quevedo, para que tratase de inquirir el porqué y por manos de qué misterioso personaje, apagaban la luz del gas de la Casa Amarilla a la caída de la tarde, sin que la tropa que formaba la Guardia de Honor del presidente General Hermógenes López, hubiese penetrado en el recinto. Aumentó la curiosidad de los militares el hecho de que a los centinelas se les acercaban sombras que luego se desvanecían sin que supiesen la manera de cómo aquello ocurría. Llegaron tras muchas pesquisas y observaciones de gente de incuestionable responsabilidad a la conclusión de que eran visiones extra terrenas. No pocos recordaron las escenas de los presos muertos de hambre, y a los que deambulaban por la ciudad provistos de Agujas de Marcar en busca de tesoros ocultos; personas que dejaban ver la sospecha de que podría tratarse de un entierro dejado allí por los españoles; pero nadie se atrevió a perforar la tierra en busca de lo que no había perdido, o por temor a que la entidad que cuidaba del edificio no tolerase diabluras.

     Lo cierto de ello fue que para evitar deserciones de la tropa atemorizada con aquellas misteriosas ocurrencias, llevaron la Compañía de Infantería al Cuartel de San Mauricio. Años más tarde instalaron la Jefatura Civil de la parroquia de Catedral que permaneció allí hasta que en tiempo del Benemérito desocuparon el local.

     No se habló más de esas cosas hasta que terció en el asunto el buen humor de un criollo y echó al vuelo la especie de que en el salón de espera de la Casa Amarilla aguardaban ser llamados por el titular de la cartera, el doctor Diógenes Escalante y un General andino a quien en una refriega le habían dado un tremendo machetazo en la cara, que le desfiguró el rostro en su más amplia totalidad. Ambos personajes platicaban de política, cuando el portero del Ministro hizo avanzar al Doctor Escalante hacia el despacho del Ministro. Quedaba solo el deformado guerrillero, cuando dicen los bromistas, surgió de pronto un fantasma y, al verse delante del otro, que no era menos deformado que él, dizque le dijo:

—Colega, no se asuste, soy yo . . .

Dichas esas palabras desapareció de la escena.

     Por lo demás, no se ha sabido con precisión, o para menor hablar, nadie ha visto de frente al fantasma de la Casa Amarilla, pero la leyenda dice sobre su aparición tantas cosas que habrá que tenerlas por ciertas.

Belis nolis. . .

La Casa Amarilla, dibujo de Ramón Bolet

De vieja Cárcel a Palacio

     Nada existe contrario a lo expuesto por cronistas enterados, según los cuales la Cárcel Real fue comenzada a construir por el Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela, don Diego de Osorio, en mayo de 1589. Le atribuyen obra tal por el hecho de haber sido en ese mismo tiempo el fundador del primer hospital, la primera escuela para desasnar los hijos de los conquistadores, y quien llevó a efecto el empedrado de las calles de la incipiente población. No contento con estas obras de urgente necesidad para la puebla elegida para la sede de su real representación, higienizó y puso manos a la obra para aderezar el camino por el cual transitaban entre la capital y Caraballeda.

     Debió estar, si no confortable, porque rara vez ergástula alguna gozó de tal privilegio, al menos adecuada para encerrar en ellas, como lo hizo don Sancho de Alquiza en el año 1606, a Don Simón de Bolívar, el viejo, por deuda de 1.108 maravedíes con el Real Tesoro.

     En consecuencia, fue Simón de Bolívar el primer personaje con cuya presencia se honraron los muros de la Cárcel Real.

     En diciembre de 1712, ocupó la celda que dejó vacante don Simón el Gobernador y Capitán General don Diego de Portales y Meneses por orden expresa del Virrey del Nuevo Reino de Granada, de cuya autoridad política dependía la Provincia de Venezuela.

     En la cárcel tenían a Portales cuando el Ilustrísimo Señor Obispo don Juan José de Escalona y Calatayud, que no usaba el Báculo ni la Mitra por adorno, recibió la Real Cédula en la cual le decía su Majestad que si el Virrey ordenaba algo en contra del Gobernador, que lo apoyase su Señoría, tornándolo a la libertad por los medios que tuviera a su alcance.

     De cómo logró el Obispo cumplir el real mandato se advierte al leer que Portales fue excarcelado luego de graves complicaciones y gobernó hasta el año de 1728 sin que nuevos disturbios y arbitrariedades del Virrey interrumpieran la paz de la ciudad, y ordenase reparar la cárcel que amenazaba ruina.

     Se habría derrumbado el edificio a no ser por un influyente personaje, interesado en la suerte de la Cárcel solicitó y obtuvo del Ayuntamiento permiso para celebrar corridas de toros en el “Circo de Ño Ferrenquín”. Con el dinero colectado por este respecto pagaba el alquiler de las reses y remuneraba los lidiadores, utilizando el sobrante en la reparación del edificio. Cuentan las crónicas que una epidemia de viruela que diezmó la población en el año de 1600 tuvo su origen en la Cárcel Real.

     Tenían preso allí al esclavo de un levita humanitario y como tal respetado. Un día mandó prenderlo por desacato y borrachín y como el hombre estuviese enfermo lo liberó para curarlo en su residencia, con tan perra suerte que el ciervo estaba virueloso y la infección se propagó causando estragos horrendos en la población.

     Promediado el año de 1711, la Cárcel Real alojó en sus calabozos al Gobernador y Capitán General don Francisco de Cañas y Merino, a quien el soberano de España había distinguido con su representación en la Provincia de Venezuela, en premio de la “buena conducta” que observó cuando el rey de Meguines y tomó la fortaleza de Alcazar con un ejército formado por treinta mil hombres de a caballo. En esa acción se cubrió de gloria Cañas y Merino por lo que, en reconocimiento de su valor y del donativo que le hizo a la Real Caja, consistente en diez mil pesos de oro, le envió a Caracas.

     Hombre amante de la farra y de las faldas corrompió a quienes se dejaron llevar por sus requiebros; llegó a tal grado en sus desafueros que fue delatado por el Ayuntamiento ante la Audiencia de Santo Domingo, ésta lo mandó a prender. Encerrado estuvo en la Cárcel Real hasta que debidamente enjaulado y bajo partida de registro, lo remitieron a España-
Recargado de pesados grilletes, colmado de improperios por la soldadesca, estaba en la Cárcel Real el Ilustre Patricio don Juan María España, cuando sentenciado a sufrir la última pena el 8 de mayo de 1799, va el reo al patíbulo alzado en el sitio que ahora ocupa la estatua ecuestre del Libertador.

     Ahorcado España, su cuerpo fue hecho cuartos que exhibieron en estacas en “Macuto”, “El Vigía”, “Quita Calzón” y “El Paso de La Cumbre”, con un letrero infamante que rezaba: “por encargo del Rey”.

     La cabeza del heroico España fue enjaulada, exhibiéndola durante meses en la “Puerta de Caracas”.

     Con tan macabro espectáculo pensaba el Gobernador intimidar al caraqueño partidario de la liberación. En tanto esto ocurría la honorable matrona María Josefa Herrera continuaba presa en la Cárcel Real; de allí la llevaron a la Casa de Misericordia, a confundirse con las reclusas.

     Durante la lucha por la Emancipación eran presos en la Cárcel Real los patriotas y luego fusilados sin fórmulas de juicio en la Plaza Mayor, en la de “San Jacinto” a “Coticita”. Pero surge de pronto un paréntesis y se alza el telón para empezar el drama que pondrá fin a la dominación española.

     Son las 8 de la mañana y en el Ayuntamiento contiguo a la Cárcel Real están reunidos los cabildantes Nicolás de Anzola, Fernando Key y Muñoz, Isidro López Méndez, Feliciano de Palacio y Blanco, Lino de Clemente, Valentín de Ribas, Rafael Paz del Castillo, Pablo González, Rafael González, Juan de Ascanio y Rivas, Silvestre de Tovar y Martín de Tovar Ponte, alcaldes ordinarios afectos a la separación.

     Mientras en la plaza se agitaba la muchedumbre, los cabildantes le insinúan a Emparan la conveniencia de instalar una junta amiga de Fernando VII, se niega alegando no ver los motivos, y se dirige a la Catedral donde han de celebrarse los oficios del Jueves Santo. Marchaba el representante de Su Majestad a la cabeza del Cabildo, cuando un patriota valiente le detiene en la puerta de la Metropolitana, diciéndole:

“— A Cabildo, Señor, el pueblo os llama”. Es Francisco Salías quien lo obliga a regresar al Ayuntamiento.

     En el Cabildo el Gobernador va en camino de triunfo, cuando aparece el canónigo Cortez de Madariaga, Diputado del pueblo.

     El acto es inquietante y el momento indescriptible.

     Desde el balcón del Ayuntamiento, el Gobernador pregunta a la multitud si lo quiere por representante del Rey, pero detrás de Emparan el índice de Madariaga le indica al pueblo que exprese su desacuerdo, Y sin derramar una gota de sangre, ese día entró por la gradería de la Cárcel Real la libertad del mundo colombino.

     Deja de ser patrimonio del Rey y se convierte en templo donde los forjadores de la naciente República anuncian a los cuatro vientos de América que el pueblo venezolano irá victoriosamente desde las riberas del Guaire hasta el Ayacucho.

     Años más tarde el Sol de Colombia se eclipsa en Santa Marta y el Centauro de las Queseras del Medio preside a Venezuela.

     La Secretaría de Relaciones Interiores, Gracia y Justicia y Policía, creada en 1830, eroga la primera cuota de 14.140 pesos para comprarle a la Municipalidad la Cárcel Real, que ha dejado de ser prisión. Destina 75 pesos anuales para el alumbrado interior y 7 pesos con 50 centavos por año para desyerbo de ambos frentes.

     Como la casa la han pintado de amarillo, aparece un pasquín que reza:

La pintaron de amarillo
pa que no la conociera;
lo amarillo es lo que luce
lo verde nace en doquiera

     La casa Amarilla es el Palacio Presidencial desde que el general Páez abandonó la residencia de Camejo y mudó a ella su despacho, así como también las Secretarías de Interiores, Gracia y Justicia y Policía; Hacienda, Guerra y Marina y Relaciones Exteriores.

     En el año de 1843 la Municipalidad recibió la última cuota de la cantidad total por la que el Gobierno Nacional había adquirido la que fue Cárcel Real durante más de tres siglos. Ya aristocratizada la casona de las tantas historias fue destinada a residencia del Presidente en el año de 1877 y fue su primer inquilino el gran demócrata Francisco Linares Alcántara.

     Los desocupados decían que al fin Guzmán había metido de patitas en la Cárcel al General Alcántara, a quien sustituyó como habitante de la misma al presidente Rojas Paúl en 1888. Este transformó oficinas y habitaciones con muebles que por encargo suyo compraron en París el General Guzmán Blanco y el señor Zanetti.

     Andueza Palacios no le puso cariño a la Casa Amarilla y prefirió vivir en su casa particular de “Jesuitas”, que las turbas saquearon en 1892.

     Inquilino de postín resultó el presidente Cipriano Castro desde que entró triunfante a Caracas en 1900 hasta que el terremoto lo hizo lanzarse por un balcón de la fachada norte fue a residir en el cuarto contra temblores en Miraflores.

     Por la Casa Amarilla han desfilado con el alto rango de Cancilleres hombres notables como lo fueron el doctor Diego Bautista Urbaneja, don Antonio Leocadio Guzmán, don Fermín Toro, don Manuel Fombona Palacios, Dr. Ángel César Rivas, Dr. Pedro Itriago Chacín, Dr. Esteban Gil Borges y otros no menos ilustres que honraron la Cartera de Relaciones Exteriores con dignidad y patriotismo.

     La Casa Amarilla fue una especie de museo de cachivaches, hasta que en la administración del general Marcos Pérez Jiménez, en 1953, le dieron categoría de Palacio que bien merece.

 

Información tomada de: Revista Elite. Caracas, 26 de junio de 1963

La televisión en Venezuela dio el primer paso en 1950

La televisión en Venezuela dio el primer paso en 1950

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La televisión en Venezuela dio el primer paso en 1950

     La TV en nuestro país se inició con un programa científico, promovido por dos empresas de Estados Unidos, que transmitieron operaciones quirúrgicas desde el hospital de la Cruz Roja, en La Candelaria, hasta el Hotel Ávila de San Bernardino.

     Aunque la fecha oficial del estreno de la televisión en Venezuela, es el 22 de noviembre de 1952, día en que salió por primera vez brevemente al aire la señal de la Televisora Nacional Canal 5 TVN5, (apenas se pudo presentar en pantalla el logotipo de la estación, con el escudo de Venezuela y el audio del Himno Nacional, porque a los pocos minutos se presentó falla en uno de los transmisores), mucho antes se produjeron los primeros pasos en el país de este innovador medio de comunicación, cuyas primeras emisiones públicas en el mundo, tras su invención en 1925, por parte del escocés John Logie Baird, se produjeron a través de la BBC de Inglaterra, en 1927, y la NBC de Estados Unidos, en 1930.

Herramienta científica en Caracas

     Dos años, tres meses y cinco días antes que el dictador Marcos Pérez Jiménez asistiera al acto de apertura del Canal 5, que luego iniciaría transmisiones regulares a partir del 1 de enero de 1953, ya se realizaban serios ensayos para que iniciara actividades la televisión en Venezuela.

     A principios de 1950, Gonzalo Veloz Mancera, pionero de la industria radial en el país, funda la empresa Televisión Venezolana Televisa, pero no consigue que el gobierno nacional lo autorice a operar. Se acercaban las elecciones presidenciales y el gobierno quería emplear esta moderna plataforma para promover la candidatura del coronel Marcos Pérez Jiménez, afirma el periodista Oscar Yanes en su libro “Pura Pantalla” (Caracas: Planeta, 2000).

     A mediados de agosto de ese mismo año llegan a Caracas representantes de dos importantes empresas estadounidenses, Laboratorios Squibb y General Electric, que ya habían acordado con la Cruz Roja de Venezuela, para realizar en el Hospital Carlos J. Bello y en el Hotel Ávila, un atractivo programa que permitiría exhibir el alcance de este moderno medio de comunicación para divulgar de forma interesantes aspectos de la ciencia y la cultura.

     Los modernos y pesados equipos, cámaras y antenas fueron ubicados en el hospital de La Candelaria y el hotel de San Bernardino para el histórico evento que se celebró los días 17,18 y 19 de agosto de 1950.

     Junto al programa VIDEO-MÉDICO al que asistieron, en horario matutino, varios equipos de cirujanos y participaron desde el auditorio centenares de especialistas y estudiantes de las universidades del país, también se presentó, en tanda vespertina, una suerte de magazine musical animado por varios artistas, como las cantantes Alice Mikuski y la mexicana Susana Guizar.
La revista Construcción, en su edición de agosto de 1950, presentó un interesante reportaje, titulado “Las Transmisiones Científicas del VIDEO-MÉDICO”, en el que brinda detalles de lo que fue el primer paso de la televisión en nuestro país, el cual ofrecemos a continuación.

     “Por primera vez en Venezuela se han realizado demostraciones de televisión, denominadas VIDEO MÉDICO, para una concurrencia que observó esta exhibición en una zona que cubre más de cuatro kilómetros desde el punto de transmisión.

     En la presentación de esta fase histórica, de la ciencia electrónica a la profesión médica aquí en Caracas, E. R. Squibb & Sons Inter-American Corporation y la International General Electrics S. A. Inc., han utilizado más de 5.000 kilos de equipo científico-electrónico. Junto con ese material, que fue traído por avión desde los Estados Unidos de Norte América, hay un sistema de dos cámaras completas, y también equipo transmisor y receptor micro ondal.

     Durante la presentación de las operaciones quirúrgicas y procedimientos clínicos los días 17, 18 y 19 de agosto, una de las cámaras televisiónicas fue puesta en una posición fija sobre la mesa de operación, enfocando el punto exacto de la incisión. La segunda cámara, equipada con una lente telefotostático, se montó sobre un dóile movible. Con esta segunda cámara, el ingeniero o fotógrafo pudo moverse dentro de toda esta zona, enfocando a los varios comentaristas, rayos X, gráficos, el personal, etc., permitiendo de esta manera que la concurrencia estuviese completamente al corriente de todos los procedimientos utilizados para las operaciones.

     Las imágenes de cada cámara son relevadas por un cable a la cámara de control y al equipo monitorio, que está montado sobre una mesa en el mismo estudio.

     Realmente, hay tres partes que componen el equipo monitorio armado delante del ingeniero de control, y cada una contiene una pequeña pantalla parecida a la pantalla de un receptor televisiónico local. Una parte de este equipo enseña la imagen que la primera cámara está enfocando; una segunda parte del equipo monitorio enseña la imagen de la segunda cámara. De estas dos imágenes, el ingeniero selecciona la mejor, la que tiene más interés, y la releva por medio de un cambio del control a la concurrencia observadora.

     A medida que el switch es movido por el ingeniero, la imagen que está tomando la cámara se descompone en impulsos eléctricos, y por los vericuetos de la ciencia electrónica, es transmitida a la antena que se encuentra encima del Hospital Carlos J. Bello. Aquí, la señal es transmitida en línea a la antena receptora encima del Hotel Ávila, donde es transmitida a su vez por el equipo y cable a una serie de receptores televisiónicos locales. 

     Todo este proceso desde la cámara hasta el receptor local se lleva a cabo con una velocidad de luz de 186.000 millas por segundo.

     Con estas facilidades de superposición de imágenes y cambios incorporados a la cámara del equipo monitorio, el ingeniero no solo puede seleccionar imágenes de cualquier cámara, sino que también puede transmitir ambas imágenes sobreponiendo una encima de la otra. La superposición de imágenes permite una presentación dramática y aumenta el interés del observador.

     Al mismo tiempo que las imágenes, o video se transmiten, la voz del cirujano o narrador es transmitida por un equipo especial de audio. El video y sonido, son transmitidos conjuntamente a la concurrencia observadora, y de esta manera siempre se asegura la uniformidad y exactitud de ellos.

     Se han hecho planes para demostrar algunas otras aplicaciones de la televisión como medio educativo y cultural mientras que el equipo esté en Caracas.

     Representantes del Laboratorio Squibb y la International general Electric S. A. Inc. Expresaron su satisfacción por esta oportunidad de traer a Venezuela esta serie de demostraciones televisiónicas con finalidades educativas tanto en el campo médico como en el aspecto cultural. Al terminar la última actuación, el 19 de agosto, el equipo será desmontado, y transportado via aérea a México.

     VIDEO MÉDICO ya ha hecho con éxito demostraciones similares en Puerto rico, Brasil y Argentina, donde miembros eminentes de la profesión médica han proclamado el uso de la televisión como un sistema ideal de enseñanza para la educación de los jóvenes cirujanos”.

Plaza de San Jacinto

Plaza de San Jacinto

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Plaza de San Jacinto

     El escritor, narrador y ensayista venezolano, Enrique Bernardo Núñez (1895-1964) subrayó que para el año de 1603 el trazado de las calles de la ciudad de Caracas se apreciaba más firme y, por tanto, discernible para el investigador de tiempos posteriores. Caracas se ofrece de manera particular, tal como fue señalado por el Consejero Lisboa a quien le llamó la atención la forma cómo los caraqueños señalaban las direcciones. Éstas no lo hacían, aunque aún persiste la costumbre, por una numeración ordenada ni con base en los puntos cardinales. Las referencias de ubicación se hacían a partir de objetos o nombres de personas.

     Se hizo de común uso localizar direcciones mediante el sistema de indicar entre cuales esquinas se ubicaba el lugar que se espera encontrar. Bajo esta modalidad no ha resultado fácil dar con el número de alguna edificación. Esto se debe a que no es habitual el uso de números, ya sean árabes, griegos o latinos, como indicación ordenada de las casas asentadas en cada una de las manzanas de la comarca. 

     Quizá por comodidad o por desconocimiento se ha optado por puntos de referencia arbitrarios y fuera de toda lógica basada en inscripciones administrativas.

     Todavía resulta común que la referencia por números, cuando existe, se duplique entre edificaciones distintas. Para sortear este entuerto se ha procedido a agregar letras a casas residenciales y comerciales. Esto parece facilitar la ubicación de edificaciones entre las manzanas que dividen la ciudad. Se ha preferido colocar nombres de diversa procedencia a las distintas construcciones que se han levantado en Caracas. Por tal motivo, el nombre de las esquinas aparece como la solución para la ubicación de variados inmuebles asentados en la ciudad. Por eso lo examinado por Núñez, acerca del origen del nombre de algunas esquinas de Caracas, adquirió importancia histórica.

     Para el año señalado se procedió al empedrado de tres de las largas calles que atravesaban la ciudad de norte a sur con ruta hacia el Guayre. Eran calles al margen de los asientos de algunos encomenderos y cuyas casas contaban con grandes solares, como fue usual durante el Antiguo Régimen. Eran correderas de grandes pendientes y que aún para el año 1884 se hacían trabajos para rebajarlas como en la Avenida Norte o Calle Carabobo, “y cuando todavía hoy, sobre todo las de Cristóbal Mexía y Lázaro Vásquez, arrastran bastante agua”.

     Según relató, frente al Convento, del lado oeste, en la cuadra de Nuestra Señora de Chiquinquirá, entre San Jacinto y Traposos, fue el lugar en que se levantó la casa de los Bolívar, “donde debía nacer Simón Bolívar, tercero de este nombre, mejor conocido por el Libertador”. Núñez anotó que, el día 26 de marzo de 1812, el coronel Simón Bolívar, quien habitaba en la casa de las Gradillas, testada por un Aristiguieta, interrumpió al prelado Felipe Mota, quien comunicaba en la plaza que el terremoto de ese año era castigo divino por los pecados de los habitantes de la comarca, entre ellos, “la rebelión contra su rey y señor natural”.

     En su narración dejó estampado que, tanto el convento como la iglesia “era de paja”. Para 1608 los dominicos solicitaron se les entregara la ermita de San Sebastián y San Mauricio, que era de teja, para oficiar los santos sacramentos. Esta petición no fue satisfecha, en cambio, se les concedió dos solares, con la condición que uno de ellos fuese destinado a la plaza del convento. Años después, los regidores de la ciudad ordenaron que uno de los solares fuese reservado a la construcción de una plaza, para mayor magnificencia de la iglesia. Según Núñez, los linderos de este terreno eran como sigue: de un lado, calle real en el centro, con un solar del capitán José Serrano Pimentel, a los otros lados, con casas y solar de los herederos del capitán Pedro Navarro Villavicencio.

     Durante este tiempo, en San Jacinto se había extendido el barrio del Rosario. Los frailes de San Jacinto conservaban un tejar y una tenería, en una porción de territorio cedidos a Diego Vásquez de Escobedo, con esclavos en su beneficio. Años después, el procurador Antonio de Mendoza introdujo una queja contra los frailes, quienes, con el subterfugio de construir sementeras, se prestaban para recibir personas libres y a esclavos que escondían a otros esclavos fugitivos y mataban los animales que en ellas se introducían. Recordó Núñez que, el sitio conocido como Tejar estuvo bajo la administración de los frailes hasta 1809, cuando el gobernador Vicente Emparan y Orbe, luego de varios litigios, “lo rescató para construir una carnicería”.

     Durante 1809, tiempo después de haber llegado Emparan, la plaza fue siendo ocupada por quienes hacían vida en el mercado que, apenas iniciaba la instalación de puestos de ventas. Por supuesto, los clérigos no vieron con buenos ojos esta ocupación. Los oficios propios de la iglesia se veían perturbados por la gritería y vocerío de los vendedores en la plaza. En ésta la aglomeración de personas, junto con la combinación de bestias de carga y carruajes presentaban un aspecto que desagradaba a los representantes eclesiásticos y a la feligresía. 

     A esto se agregaba la “servidumbre de agua” y lo que conllevaba el uso personal y colectivo que se hacía de la misma y del vital líquido. De acuerdo con Núñez, lo que más repulsión causaba a los reverendos eran los tarantines de madera que se habían instalado en la plaza.

     En la protesta suscrita por el padre Juan José de Isaza expresó que, en estas casuchas de madera, además de ser obra y figuración de un pensamiento diabólico, eran escenario de actos que antes de su instalación resultaba muy difícil practicarlos. Esto lo ejemplificó al recordar que en ellas se cometían robos, servían para la embriaguez. De igual manera, para que ociosos dedicaran su pensamiento al morbo, pecados y para pactos impuros y plagados de libertinaje.

     Los terrenos ocupados por la plaza eran de utilidad pública y pertenecían a la ciudad. Por medio de los legisladores del Cabildo, se tomó una resolución para establecer un espacio de separación entre los vendedores y la casa de los sagrados oficios. Para ello el alarife de la ciudad Juan Basilio Piñango, inició el levantamiento del presupuesto para hacer las reformas estructurales que se requerían. En la esquina denominada San Jacinto se levantó una edificación que, en 1824, se quiso destinar para prisión de deudores y reos de delitos leves.

     El inmueble del convento de San Jacinto tuvo, luego de 1828, destinos distintos. Rememoró Núñez que, justo en este año la edificación se había reservado a la municipalidad, mientras una parte se destinó para una cárcel. Desaparecidos los conventos de hombres, de acuerdo con la ley del 23 de febrero de 1837, el edificio anejo a las rentas de la universidad se destinó a Casa de Beneficencia y cárcel pública. Hacia 1865 se utilizó como mercado central. Más adelante sería derribado y con ello muchos deudos se llevaron las osamentas que reposaban en las naves del templo. El mercado que se construyó en este lugar fue levantado en 1896. Su construcción estuvo bajo la supervisión del ingeniero Juan Hurtado Manrique, la inversión la inversión consignada para ello alcanzó los 187.000 bolívares y el material de hierro utilizado fue importado de Bélgica.

     Núñez, sin lugar a dudas, se destacó por ser un gran cronista. Ello porque supo aprovechar sus conocimientos historiográficos con una forma muy propia de narrar. Por tal motivo, al leer su examen acerca de los nombres adjudicados a algunos lugares de la ciudad los asoció con acontecimientos religiosos, sociales y políticos con los que dio vigor a sus razonamientos. Esto se evidencia al momento de hacer referencia a situaciones relacionadas con la plaza San Jacinto. Así, en el relato que vengo reseñando, agregó que en la cárcel de San Jacinto había estado como reo Antonio Leocadio Guzmán quien había sido condenado a muerte por actos considerados, por las autoridades, sediciosos, perniciosos y antisociales en el año de 1846.

     En este orden de ideas, anotó Núñez que uno de los cabecillas de la sedición adjudicada a Guzmán, Juan Flores, llamado Calvareño, sería ajusticiado en la plaza San Jacinto el 23 de diciembre de 1846. Rememoró Núñez que la prensa de la época se hizo eco de la noticia sin disimular su perplejidad ante la dureza de la sentencia para con unos, mientras para con otros las sanciones o penas hubiesen sido menos rigurosas en clara alusión al sentenciado Guzmán. También, pedía a los magistrados que tomaran decisiones que evitaran futuros trastornos, también en alusión al caso Guzmán. Núñez reprodujo algunos pormenores que giraron alrededor de la ejecución de Calvareño basado en lo escrito por Ramón Montes.

     En su transcripción recordó que el día de la ejecución había una tarde soleada. A un lado del templo se colocó el banquillo. Al mediodía se hizo sonar un redoble de tambor. El prisionero fue conducido por dos sacerdotes y en compañía de una escolta. Al disparar los fusileros, los mirones corrieron despavoridos. En cuanto a Guzmán, es harto sabido, que le fue conmutada la pena de muerte por parte del presidente de la república, José Tadeo Monagas, a cambio del destierro perpetuo. Condena esta última que no cumpliría gracias a las complicidades entre actores de la política y la denominada justicia venezolana.

     El cronista culminó al recordar que la plaza San Jacinto pasó a denominarse “El Venezolano”. Para el momento de escribir la crónica recordó que en ella se había erigido, por mandato del Congreso el 25 de abril de 1882, una imagen de Antonio Leocadio Guzmán. Aunque la estatua del tribuno liberal fue derribada, junto con la de su hijo, Antonio Guzmán Blanco, en una turbamulta suscitada el 26 de octubre de 1889. Rojas Paúl mandó que la réplica se repusiera, aunque sería en tiempos de Joaquín Crespo que se logró reponer en 1894.

     Respecto a la casa de Bolívar concluyó con estas palabras: “la casa de Bolívar está cerrada”. Según sus propios términos, su fachada estaba cubierta con mármol. En 1806, Juan Vicente Bolívar vendió la casa de San Jacinto a Juan de la Madriz, para comprar a Chirgua, que luego vino a constituir el patrimonio de su prole. Don Juan da la Madriz ofreció un banquete, siendo Bolívar presidente de Colombia, en 1827. En 1783 era una casa grande y sin lujos, con un patio principal de arcos, como el de las casas principales de aquellos tiempos, enrejados de hierro y de madera, con pavimentos de laja, ladrillos o de huesos pulidos por el uso. Casa de hidalgos ricos, anotó Núñez, espaciosa y confortable. En ella había vivido el gobernador y capitán general Felipe Ramírez Estenoz.

     El reloj de sol, grabado en 1803, que había estado en la puerta del mercado y antes a la entrada del convento fue desmontado, al igual que la estatua de “El Venezolano”, cuando fue demolido el edificio del Mercado Central o de San Jacinto.

     Sin duda, Núñez supo dar vida a los nombres de las esquinas del antiguo damero inaugurado por Diego de Losada durante los primigenios momentos de la conquista, colonización y evangelización ibéricas. Las esquinas de Caracas continúan siendo en la actualidad testimonio de acontecimientos, eventos y situaciones que han marcado la historia nacional.

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