Orígenes de la fábrica de café El Peñón

Orígenes de la fábrica de café El Peñón

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Orígenes de la fábrica de café El Peñón

     “El Peñón”, el mejor Café de América, se elabora en Caracas. Una Empresa Venezolana que emplea la Técnica más Moderna, Combinada con la Higiene más Estricta en el Proceso de Torrefacción

     Los buenos catadores dicen: “nada define a la calidad insuperable de café ‘El Peñón’, que su aroma exquisito y su delicioso sabor.”

     En el barrio industrial de Los Flores de Catia, se destaca moderno y espacioso el edificio de “El Peñón”, una de las empresas tostadoras de café más florecientes de nuestro país.

     Está acreditada industria, fundada en 1947, ha logrado conquistar el mercado venezolano gracias a la técnica moderna que emplea en el proceso de producción, a los medios de distribución eficientes que utiliza, al personal idóneo con que cuenta y al empeño que ha sido norma inalterable de sus dueños, de elaborar siempre un producto de alta calidad que satisfaga el gusto del público más exigente.

     Claro está, esto solo ha sido la clave del éxito de esta importante industria venezolana cien por cien, que con el aroma y el sabor exquisito de su maravilloso producto, nos reconforta el espíritu y nos hace recordar otros tiempos menos agitados, cuando no se conocía la televisión, ni se congestionaba el tránsito ni los papanatas obstruían las aceras tratando de localizar a los platillos voladores. Entonces la vida era más tranquila y el hombre podía darle rienda suelta al entendimiento estimulado por un sorbo de café, ese néctar delicioso que actualmente nos resulta imposible saborear.

     La consolidación económica de la referida empresa y el hecho mismo de que hoy en día al decir “El Peñón” no recordemos por asociación de ideas a Gibraltar, sino el mejor café de América, se debe, indiscutiblemente, a la férrea voluntad, a la extraordinaria capacidad de trabajo y a la acrisolada honradez del señor L. N. Díaz García, factor principal de la firma, quien al crear esta fuente segura de trabajo para muchos venezolanos se ha consagrado por entero a ella, dándole la más perfecta organización cosa que le ha permitido elevar, de un modo progresivo, su capacidad de producción y aumentar al mismo tiempo su prestigio que en la actualidad traspasa nuestra fronteras y recorre a Europa en misión amistosa, haciendo alarde de embajador sin “placet” de Venezuela, imponiendo la diplomacia del aroma y del buen gusto, porque es digno decirlo aquí, el café “El Peñón” no se consume solamente en nuestro país. Pese al serio inconveniente que ha surgido últimamente con el encarecimiento de la materia prima, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, la empresa continúa exportándolo en cantidades considerables a Curazao y a Europa.

La higiene más estricta combinada con la técnica más moderna, empleada en la elaboración del mejor café de América

     La demanda del producto determinada por su magnífica calidad, crece aceleradamente y no se limita ya a nuestra demarcación geográfica, sino que trasciende allende los mares y sería inconsecuencia por parte de la empresa no responder a esos requerimientos.

     Hay que destacar, también, que la industria “El Peñón” contribuye al incremento agrícola nacional, al utilizar como materia prima el mejor café que se produce en nuestro campo.

     Otro factor de progreso que ha incluido de manera tangible en el crecimiento admirable que ha alcanzado esta prestigiosa industria, ha sido la perfecta armonía que ha imperado en las relaciones obrero-patronales, producto del trato justo y de la buena remuneración al trabajador. La empresa no ha escatimado gastos para brindarle a su personal todas las facilidades que caracterizan a una industria moderna.

     Estas son a grandes rasgos, las características de la conocida industria café “El Peñón”, considerada como una de las principales en el ramo de la torrefacción de café en el país.

     En sus inicios se hizo famoso el slogan publicitario de la empresa: Tinto, con leche o marrón, más sabroso es El Peñón. Posteriormente, la frase fue modificada: Negrito, con leche o marrón, más sabroso es café El Peñón

Renny Ottolina imagen publicitaria de café El Peñn
Publicidad de café El Peñón, década de 1950
Fuente consultada: Comercio e Industria. Caracas, número 98, 1954; Págs. 38-39

Orígenes de las boticas de Caracas

Orígenes de las boticas de Caracas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Orígenes de las boticas de Caracas

Por Próspero Navarro Sotillo

     Caracas cayó bajo el azote de enfermedades y flagelos no menos terribles, años después de su advenimiento al mundo de las ciudades en 1567. La primera (1580) fue la viruela y continuó hasta 1614 y 1617.

     Luego en 1667 se duplicaron las calamidades con la viruela (1687) y el vómito negro, de fatal complemento. Estos datos los aporta Fray Pedro Simón.

     Entre hambre y enfermedades no se pintaba un cuadro atractivo para los boticarios peninsulares, como cebo para atraerles. Los médicos brillaban por su ausencia y había que apelar a los curanderos. Los nombres de Diego Martín, licenciado Pérez de la Muela ̶ que no era “dentista” ̶ y Diego de Montes, figuran entre ellos.

     “No existía una institución docente” en el campo médico-farmacéutico. El escritor Mariano Picón Salas expresa al respecto que: “Los vecinos acuden a los extraños milagros de la flora indígena para su medicina en estado de naturaleza”. En la Venezuela colonial quien necesitara un remedio se lo preparaba sin necesidad de acudir a la botica. . .

     Y esa falta de conocimientos se acentúa más con la ausencia de instrucción o planteles docentes. El año 1591 es cuando se funda la primera escuela primaria en Caracas, según los datos aparecidos en la historia de la farmacia en Venezuela.

     Es la de Luis Cárdenas y se crea mediante “limosnas de los vecinos” que manda a pedir el Ayuntamiento. Un año después la correspondiente al “Preceptorado de Gramática” de Juan de Arteaga, que no alcanzó mucha difusión, El Seminario, comisión recibida por el Obispo de Venezuela, de Felipe II (1592), tampoco cristaliza en 1641 y solo es realidad en 1696.

     Sea como fuere la primera Botica de Caracas nace a finales de 1649, posiblemente. . . La va a “regentar” Marcos Portero de Los Santos que no era boticario titular y sí un práctico en Farmacia. Se desconoce el inventario sobre lo que expendía dicha botica.

 

Las boticas de Caracas

     Al referirnos especialmente a esa primera “Botica” caraqueña, comenzaremos por señalar el procedimiento seguido por Marcos Portero de Los Santos ante el Cabildo de Caracas. Con fecha 4 de septiembre de 1649, se conoce la petición de que “había una persona a propósito que quería abrir botica pública, y parece conveniente que la haya más en beneficio de los pobres”.

     La semilla dejada por Portero (o Porttero) abrió nuevos horizontes a profesionales de otras ramas, por ejemplo, a los médicos. Solo él y García Palomino no eran médicos ni cirujanos, allá por el siglo XVIII. La botica de Marcos Portero, tras muchas vicisitudes, su “negocio” de Botica cerró en 1651.

     El licenciado Pedro Ponce de León fundó la segunda Farmacia de Caracas, en 1652. Ponce de León Era médico, cirujano y boticario.

     De su “stock” farmacológico se desconoce descripción alguna. Se instaló “en un local perteneciente a la Catedral y pagaba por alquiler cinco pesos mensuales”. Según su testamento dejaba la botica, textos de medicina y cirugía y un “estuche de plata con toda su herramienta”.

     En 1656, Angelo Bartolome Soliaga y Pamphilio adquiere en “400 pesos macuquinos, pagaderos en tres plazos, por anualidades”, la botica de Ponce de León. Ejerció como médico contra la oposición de los existentes en Caracas, pues “no era médico diplomado” y sí protegido del Obispo Baños y Sotomayor. Así y todo lo fue en el Hospital de San Pablo.

     En 1690, Juan de Massa (o Maza) era cirujano y poseía una tienda para expendio de géneros y medicinas. Cerró sus puertas en 1694 “demente y paralítico” en el Hospital de San Pablo. En 1692, Antonio Valdés adquiere la botica que era de su colega cirujano Soliaga y Pamphilio cuando este falleció. La recibe por 620 pesos a crédito.

     Valdés era el cirujano proveedor de las medicinas al Hospital de San Pablo y allí ejercía su profesión de cirujano. Se ubicó con su botica en la calle de “Los Mercaderes” cuyo local pagaba cinco pesos mensuales de alquiler, pero se atrasó en el arrendamiento y Valdés argumentaría en su favor “para no pagar, su mucha pobreza”. Su deceso ocurrió en 1698.

     A comienzos de la década de 1690, Juan de Espinosa, quien era barbero, médico cirujano, boticario y . . . ¡curandero!, tenía en sus inicios un botiquín privado donde atendía a los clientes; luego lo trasformó en Botica Pública.

     Era nativo de Sevilla y se casó acá con Antonia Montes, “madre del también cirujano Andrés Bermúdez, discípulo de Espinosa, quien murió el 10 de abril de 1696 y las drogas de su botica fueron compradas por su pupilo Luis Cardozo, en doscientos veinticinco pesos”. La botica existió por 4 años. Dejó alguna plata, como también discípulos: en la medicina y. . . ¡la barbería!

     En 1694, Dyonisio Garcia Palomino adquiere, a la muerte de Juan Massa (o Maza), las existencias en medicamentos por 205 pesos. Se aclaraba esto: “. . . que ejerce el oficio de Boticario en esta ciudad por lo que se le decía Maestro Boticario”.

     Dos años después, en 1696, Luis Cardozo se asoció a Juan Antonio Angulo “en el negocio de Botica y Barbería” y remataría las drogas de la botica de su maestro Espinosa, cuando éste murió. Cardozo era barbero-sangrador y en 1709 lo despidieron del Convento de San Jacinto por “no hacer su oficio con cuidado”.

     Francisco Guerra Martínez, con el título de Maestro en Cirugía, llega a Caracas desde La Habana en 1694 y pide al Ayuntamiento que se le reconozca dicha credencial. Previo al examen en el Protomedicato y la reválida en Madrid, el Diploma estaba en regla y le fue autenticado por el cuerpo edilicio.

Primer boticario demandado

     Empieza él su profesión acá y tambien los problemas con los “no graduados” o “empíricos” ̶ que hoy todavía existen ̶ . Se instala con una botica, pero la corrección de una fórmula del doctor Gómez de Munar, relacionada con los “Polvos de Juan de Vigo” (en presencia de mismo cliente) señalando como “un disparate lo prescrito” creó un escándalo.

     El Alcalde Alfonso Piñango “fulminó causa criminal contra él por haber dado un medicamento diferente del que se le pidió”. Fue demandado el citado Guerra Martínez, le embargaron la farmacia y lo condenaron a 9 meses de prisión. Se registra así el primer caso de un boticario demandado por haber entregado un medicamento diferente al ordenado por el médico. 

     Es en el siglo XVII cuando se perfila el surgir de la popular Botica que se convertirá luego en la Farmacia de hoy, incluyéndose a la primera establecida en el interior del país por el medico Cristóbal Valdés Rodríguez de Espina, radicado en Trujillo en 1669.

 

Cifras desde 1800

     El censo de Caracas para los años 1800 (Humboldt) 40.000 habitantes; 1802 (Depons) 42.000 habitantes; 1812 (Palacios) 43.000 habitantes; 1825 (Sanavria) 29.843 habitantes y 1829 (Codazzi) 29.320 habitantes.

     Para 1830, la ciudad caraqueña posee unas siete boticas, cuyos dueños son los señores: José Antonio Rocha, Luis Hernández, Juan Francisco Rocha, Mariano Ascanio, Eduardo McClong, Claudio Rocha y la del médico Dr. Pedro Bárcenas.

     Queremos hacer referencia a este último (Bárcenas), quien fue soldado de nuestra independencia, luego estudiaría Medicina y Farmacia. Obtuvo esos títulos: Doctor en Medicina en 1824y el de Boticario (en el Protomedicato) el 18 de junio de 1825. “. . . prestó servicios en la Secretaría del Libertador”. Pero en la inspección a esas boticas veamos lo que ocurrió cuando “se verifico la visita de su farmacia, como no había sacado patente para botica, se le ordenó hacerlo o clausurarla”. Agrega seguidamente el texto consultado: “Por sus merecimientos, fue decretado el reposo de sus restos en el Panteón Nacional”.

     Luego viene Francisco Agustín Laperriere, de Finisterre (Francia), aprobado por la Facultad el 1° de octubre de 1832 y quien se establece en la calle de las Leyes Patrias. Ya en 1831 ̶ a modo de información ̶ la citada Facultad había convocado a los boticarios por cierto “mal estado existente en las boticas y situación de abandono en que se hallaban y convocó a los boticarios a resolver lo conducente”.

     Otros establecimientos de nuestra capital fueron instalados por los señores: Juan Bautista Cabrera, Gerardo Vigo Wadasquier y Carlos Alcántara. En 1837, en la antigua calle de las Leyes Patrias (en la esquina de Las Palmas o de “La Palma”) es don Jorge Braun ̶ de origen alemán ̶ quien convierte el “Almacén de Medicinas y Colores” en la Botica Principal.

     En 1840 abre sus puertas en la esquina de Pajaritos la Botica Central, cuyo fundador fue Don Guillermo Sturup, En la práctica dichas farmacias, situadas en la misma cuadra, serían luego lo que hoy conocemos como un mayor de Medicinas y de Drogas. Las únicas en Caracas en dicho comercio.

     Coincidencialmente, con la fundación de la Botica Central, la Facultad promulgó un acta el 29 de febrero, pues “las boticas de Caracas presentaron algunas irregularidades y se constató que despachaban recetas de intrusos lo que, a su juicio, ameritaba ya que se promulgara una reglamentación”.

     Y efectivamente ocurrió así, pues con la finalidad de oponerse a esos empíricos de la época, el 23 de mayo de 1840 el director de la Facultad, doctor José Joaquín González, ofició a Dr. Ángel Quintero, Secretario de Estado del Departamento del Interior y de Justicia. Y le remitió el Reglamento para la Organización de Boticas y Droguerías, rogándole que “si se consideraba por el Gobierno en armonía con las Leyes de la República pueda la Facultad hacerlo circular en quienes corresponda. El Gobierno con oficio N°594 del 24 de agosto, recomendó su inmediata circulación”.

     Aunque se atribuye, ya no el origen de las Ciencias Farmacológicas en Venezuela, aunque si la iniciación a alemanes y daneses, es importante ver aquí lo relacionado con nuestro Libertador Simón Bolívar. “Tal reglamento es la primera ordenación jurídica de la Venezuela Republicana, en materia de legislación farmacéutica”. Y rezaba así: “La Facultad Médica de Caracas hallándose investida con las atribuciones de que gozaban los antiguos protomedicatos, y siendo parte de ellas (como expresa el artículo 8° del Decreto del Libertador del 25 de junio de 1827) cuidar del exacto desempeño de los deberes profesionales de los individuos de los tres ramos (medicina, cirugía y farmacia), los censura y castiga con multas, suspensión, ha acordado en sesión del presente mes dar principio a la organización de los tres ramos dichos, tomando por ahora las medidas de mayor importancia: y siendo de los despachos de medicamentos del que depende en gran parte la salud pública, y del que abusa con escándalo y exceso por los charlatanes y aventureros, juzga por primera medida, dar a los farmacéuticos y drogueros este reglamento que les sirva de norma para evitar los daños expresados”.

 

Fuentes consultadas: Historia de la Farmacia Venezolana, del Dr. Néstor Oropeza

Biografía del Club Paraíso

Biografía del Club Paraíso

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Biografía del Club Paraíso

De la Quinta Monte Elena, del barrio El Paraíso a los Samanes-Las crónicas sociales de antes de las dos guerras-Cuando los automóviles “hacían ruido”

El club Paraíso fue fundado en 1908 por el general Alejandro Ibarra, pariente cercano del edecán del Libertador, Diego Ibarra

     El Club Paraíso, fundado en 1908, es el más antiguo de los Clubs caraqueños, ya que el que le sigue, el Venezuela, sólo data de 1910.

     Fue fundado por el general Alejandro Ibarra, pariente cercano del Edecán más querido del Libertador, Diego Ibarra. Tuvo por objeto agrupar y proporcionar sitio de reunión y esparcimiento a la gente de la época en un sitio tranquilo, bello y elegante, como lo era el naciente barrio (no se decía “urbanización”) de El Paraíso. Su primera sede fue una pequeña casa, al lado de la quinta Monte Elena, residencia de la familia Ibarra, con una linda y espaciosa terraza que daba a la Plaza de la República. Al principio la avenida era de tierra, sombreada de grandes árboles, y por allí pasaba, cada media hora un tranvía tirado por dos caballos y conducido por Norberto, teniendo por colector a Fuentes. Tanto Norberto como Fuentes eran personajes muy útiles para todas las dueñas de casa de El Paraíso que pedían por teléfono a “La Mejor” y casa de Vicente Turco lo que necesitaban para su mesa y desde allá les avisaban que su pedido les iba por el tranvía de tal hora, y entonces los muchachos de la casa (Los Álamo, los Ybarra, los Zuloaga) iban a recibirlo.
En retorno de tal servicio, también ellos ayudaban a Norberto, cuando el tranvía se salía de sus rieles o los caballos se les resbalaban.

     Los domingos en la tarde y en las tempranas horas de la noche, se reunían grupos, a veces formados por el general Ibarra, Don Juan Casanova, Don Pedro Paúl y los doctores Ángel Álamo Herrera. Elías Rodríguez, Nicomédes Zuloaga, Emilio Ochoa, José Gil Fortoul… a comentar tópicos políticos y sociales.

     Se hablaba de las bravatas del Kaiser Guillermo II, de la presencia de la cañonera “Panther” en aguas de Agadir, de la visita del Zar Nicolás a Inglaterra, de la semana trágica de Barcelona, del asesinato de la Reina Draga y del rey Milano de Serbia, de las crónicas que escribía la reina rumana que firmaba Carmen Sylvia, de las tandas de Leicibabaza en el teatro Caracas, y de las óperas de Antón en el Municipal.

     El grupo juvenil de entonces estaba formado por unas muchachas muy lindas, de las cuales recordamos a Leonor Ibarra, las Guevarita, María Teresa y Mercedes, que llamaban las “Pichú”, Lola Méndez, Sofía Valentiner, Elisa Paúl, Albertina Lugo, Isabelina Álamo, Ana Teresa Ybarra, Josefina Casanova, Isabel y Mercedes Palacios, Belén Borges Uztáriz, Mercedes y Corina Tello, Emilia Núñez, Auristela Herrera, Carolina Herrera Uslar, María Velutini, y por los jóvenes: Alejandrito Ybarra, Luis Felipe Guevara, Oscar y Nicomédes Zuloaga, Henrique Tejera (que entonces no tenía chiva), Gustavito Sanabria, Robertico Ybarra, los Vollmer, Federico, Alfredo. Albert y Leopoldo, que jugaban mucho tenis, lo mismo que Ángel y Vicente Álamo Ybarra, los Castro Cárdenas, los Guzmán, Bernardo, Roberto y Diego, los Olavarría, José Antonio y Luis, Manuel Rodríguez Llamozas… Era campeón de tenis el diplomático mejicano Guzmán, entonces Secretario de Embajada y después Ministro de su país entre nosotros. Años después se casó con una muchacha venezolana, Elena Jiménez.

     Todo el mundo salía a pasear los domingos por la tarde en coche descubierto tirado por briosas parejas americanas, y desfilaban delante de la terraza del Club Paraíso. Muchos se apeaban allí y entraban las señoras recogiéndose la cola del traje, y luciendo sus boas de plumas necesarias para defenderse del relente al caer de la tarde.

     Más tarde comenzaron a desfilar por la avenida los primeros automóviles, artefactos ruidosos y peligrosos (cosa que siguen siendo), que no tenían la elegancia de los coches.

     Diez y seis años estuvo el Club Paraíso en la Terraza frente a la Plaza de la República. Y llegó el momento que tuvo que pensar en ocupar un local que le permitiera desarrollar mejor sus actividades, que habían cambiado y aumentado con el transcurso de los años.

     Escogió para su nueva sede el bellísimo parque de Los Samanes, propiedad de la familia Zuloaga, recordado con cariño por toda la chiquillería de la época que iba todas las mañanas allí.

     El edificio fue proyectado y construido por el recordado arquitecto Ricardo Razetti y fue inaugurado en los primeros días de enero de 1924, bajo la Presidencia de José Antonio Olavarría Matos, con un suntuoso baile, el que, según los cronistas, “constituyó el máximo acontecimiento social de estos últimos años”.

     Bajo la presidencia de “Totón” Olavarria, la segunda, pues ya la había ejercido anteriormente, el Club conoció una de sus mejores épocas. Música todas las tardes de los domingos después de las carreras, cuando bailaban las “pollas” y “pollos” de las “cuerditas de Reducto y Socarrás”. Bailes para conmemorar todos los eventos sociales de importancia, entre los que descuella el celebrado en honor de Lindbergh cuando el Águila Solitaria visitó Venezuela y llegó retrasado a Caracas por haber perdido el rumbo, mirando interesado las montañas y llanos de nuestro país. Fue también una época dorada para el tenis cuando los campeones eran Chicharra Machado, el gordo Ibarra, Guillermo Zuloaga.

     Vamos a insertar una pequeña crónica deportiva, reseñando uno de los eventos:

Copa Henríquez

     Invitado galantemente por la Junta Directiva del Club Paraíso a los matchs de tenis entre este importante Centro de Sport Club de Curazao, me encaminé el domingo en la tarde a presenciar el primer juego del Campeonato, un single entre Dick Capriles y Guillermo Zuloaga.

     A las 4 p.m., hora señalada para la iniciación del match, había alrededor del court un numeroso grupo de la más selecta sociedad caraqueña. A una señal dada por el juez E. Peñaloza, Guillermo da comienzo a la lucha esgrimiendo su raqueta, pálido el rostro, firme en la diestra su arma inofensiva, y satisfecho por haber sido elegido para iniciar el torneo.

     Desde el comienzo note que Dick estaba muy nervioso, y que sus formidables drives iban a incrustarse en las alambradas que cercan el court. A medida que avanzó el juego aumentó el predominio de Zuloaga, y tanto fue el desconcierto de Capriles que llegó al extremo de dar dos doubles en un mismo game.
Sin embargo, el servicio de Capriles es inmejorable y el score final, 6-1, 6-4, 6-2, no revela con exactitud la calidad y destreza de los competidores, aunque a decir verdad, Zuloaga tuvo el domingo una de sus mejores actuaciones.

 

Segundo single

     Deseoso de saber si era fácil cortarle un pelito a mi “gordo” (pueda de que Eloy me conceda otro) llegué al Paraíso cuando ya el segundo single había comenzado. Carlos Ibara y Donald Capriles luchaban muy desigualmente, a pesar de que éste tiene una defensa formidable, pero su servicio es muy deficiente, suave y sin seguridad.

     En Carlitos todo va en razón directa con su volumen: servicio desconcertante, drives imparables, maestro en el “cortado” y en las “colocaciones” incontestables, serenidad absoluta, y el buen gusto de aplaudir risueñamente con la raqueta al brazo las acertadas jugadas de su contendor. El score 6-1, 6-2, 6-4, prueba que Donald mejoró mucho, sobre todo en el último set, en el que, con bastante habilidad, pudo contrarrestar el ataque tenaz y continuado de Ybarra y colocarle varias pelotas con gran estilo.

     Al entregar estas notas al linotipista (el Carnaval lo perturba todo) no he sabido el resultado del doublé, pero según lo dicho por los singles, el triunfo será, sin duda, favorable a nuestros sportmen.

     El Club estuvo en el local de los Samanes hasta los primeros años de la década del 30, cuando se trasladó al moderno local que hoy ocupa, construido especialmente, y donde ha seguido manteniendo su categoría de club social. Tradicionales son, en Caracas, el gran baile de Año Nuevo y el baile de Carnaval del Club Paraíso, por la animación, belleza y señorío que los caracterizan, como también la Fiesta de reyes, el 6 de enero, para los niños.

     El club cuenta hoy con una magnífica piscina, canchas de tenis y de bowling, también salones de masaje, de gimnasia y baños de vapor atendidos por una experta. Se celebran quincenalmente juegos de canasta, bridge, rummy y panquinge, torneos internos de tenis, natación y bowling, y hay música varias veces por mes. También se celebran en sus salones actos como banquetes, tés y bailes benéficos, exposiciones, certámenes, cocktails diplomáticos y oficiales, etc. Tal vez dentro de unos años, cuando se quiera saber la trayectoria social de Caracas, habrá que recurrir a los archivos del Club Paraíso.

     Y como es un club con suerte, siempre está lleno de muchachas bonitas, como Leonor Vallenilla, Bibpi Miranda Benedetti, Morella Álamo, Evelyn Branger, Consuelito y Alicia Azpúrua, Ismenioa y Lía Márquez, Luisa Guardia Machado, Jennie Sucre, Hilda y Sonia Santaella, Beatríz DEerlón Baidó, Antonieta y Mariucha Pérez Quequeta Lauría, Marinpes y Aura Lesseur, Lucía Cristina Gómez, Cocó y Chichita Benedetti, Belén Guzmán, Ileana Camejo Arreaza, Luisa Elena Valery,inpes Margarita y María de los Ángeles Osío, Mercedes Aguilera, Mariela Mellior Díaz, Cecilia de La Cova.

 

Fuente: Revista Gente Nuestra. Caracas, número 4, agosto de 1954; Págs. 9-11

Bandolerismo en tiempos de emancipación

Bandolerismo en tiempos de emancipación

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Bandolerismo en tiempos de emancipación

     Otro de los aspectos relacionados con la guerra de Independencia en el territorio venezolano, y que Germán Carrera Damas destacó en su texto Boves. Aspectos socioeconómicos de la Guerra de Independencia (1961, 1994), se relaciona con las penurias económicas y la carencia de elementos para seguir sosteniendo a los ejércitos en pugna, así como fenómenos sociales concomitantes. En anteriores crónicas había destacado el papel de los saqueos, asaltos y exacciones para alcanzar a cubrir con lo necesario para el conflicto armado. También, las acciones de saqueo entre los seguidores realistas, así como por parte de los defensores del republicanismo. En fin, se trató, tal como lo mostró Carrera en esta investigación, de una práctica común y no como una historiografía de ditirambo heroico ha señalado al asturiano José Tomás Boves como figura emblemática al respecto.

     Este historiador venezolano argumentó que un conjunto de circunstancias y condiciones, en cuanto al abastecimiento de las tropas realistas o republicanas, fueron compartidas por los contendientes en la querella armada. Por eso aseveró que era dable hablar, de manera determinante, acerca de la capacidad potencial de un territorio para alimentar y proveer a un grupo humano sumergido en condiciones específicas de dificultad, en conjunto con la desorganización de los canales de comunicación vial, de medios de transporte casi inexistentes, un intercambio comercial esmirriado, concentración de población desplazada y de tropas en lugares relativamente fijos o limitados. A esto se sumaba un “factor condicionante de orden general” al cual Carrera asoció con la práctica del saqueo y el pillaje: el denominado bandolerismo.

     Anotó Carrera algunos casos cuando, apenas se inició el conflicto bélico en 1814, ya había escasez y dificultades para el abastecimiento. Aunque la guerra fue el factor para determinar tales circunstancias con ella o como parte de ella, se presentó la necesidad de “salar” burros y mulas que se acompañaron de un maíz que se pudo recolectar. Con tal consumo se logró subsistir por unos días, de acuerdo con el texto citado por Carrera. Este mismo autor rememoró que, apenas Bolívar y los suyos ocuparon Caracas, se presentó una situación de agotamiento de recursos el que ya había adquirido rasgos generales en el país. Para ejemplificar tal situación recordó una acción administrativa, protagonizada por el Director General de Rentas ante la Junta de Diezmos, para que se distribuyeran los caudales de esta última y así disminuir el déficit que venía arrastrando el Erario.

     La respuesta a este requerimiento muestra el carácter de las carencias en la que se hallaba Caracas y sus adyacencias. En una comunicación emitida por el Director de Rentas éste expresó que no había recursos en caja para cumplir requerimientos, como el solicitado por un oficial del ejército para dar satisfacción a demandas de la tropa. Esto se debía a las dificultades que existían para llevar a cabo las cobranzas y por la falta de numerario provenientes de tributos por cobrar. En fin, por efectos del mismo conflicto la circulación de bienes se encontraba restringida, junto con ello la dificultad de acumular tributos en una realidad deficitaria y que, todavía, arrastraba secuelas del terremoto de 1812. Lo ensayado en la Segunda República se vio empañado por una realidad económica adversa y la agravación de la situación de miseria de los pueblos. La guerra absorbía los escasos recursos existentes y los agravaba por la creciente presión a la que estaba sometida la economía venezolana bajo el marco de un enfrentamiento bélico.

     La presentación de expedientes y requerimientos de la época permiten concluir que la crisis no era superable con simples fórmulas administrativas, políticas o militares. El problema de mayor gravedad era que no había espacio de donde extraer recursos. Así sucedía en Valencia, como en la guarnición de Caracas donde, para mediados de 1814, sólo se suministraba pescado seco el cual era trasladado desde el oriente del país, debido al agotamiento de la carne de ganado procedente de los valles de Aragua y de los Llanos. Carrera mostró la existencia de testimonios que evidencian el empobrecimiento del territorio en el centro del país. Se sabe que la provincia de Caracas y espacios colindantes eran de gran interés para los ejércitos en pugna, no sólo por ser un lugar estratégico, cercano al mar, sino por ser sede administrativa y de recursos económicos. Además, la densidad poblacional se concentraba en ella lo que resultaba un atractivo para el intercambio y circulación de bienes.

     La capital del país, sin embargo, transitaba por distintas dificultades de distinto orden al igual que Caucagua, Villa de Cura, Ocumare, Calabozo, Maracaibo y Barinas. En lo referente a Caracas, Carrera destacó al auge que había logrado alcanzar la reacción realista luego del ensayo de la Segunda República, con lo que cortó toda forma de comunicación con otros lugares del país. Subrayó que, en distintas comunicaciones oficiales, dadas a conocer en esta época se exigía que quienes poseían bienes debían cederlos a las fuerzas republicanas para enfrentar a los auspiciantes de la Monarquía.

     Otro elemento que se añadió a estas dificultades fue la llegada de pobladores de otros pueblos a Caracas, quienes huían del hambre y la miseria de sus lugares de origen. Aunque también se presentaron dificultades por la disminución demográfica de Caracas, debido a las personas que huían del conflicto bélico. Para ambas situaciones, hacia 1814, hubo señalamientos de la importancia que significaron en lo referente a la obtención de recursos. Al pedimento que se hacía desde otras provincias el Director General de Rentas respondió, para marzo de 1814, los contratiempos que había acarreado la llegada de personas provenientes de otros lugares del país, porque había grandes dificultades para obtener recursos y que lo que alcanzaba llegar a Caracas provenía del oriente del país y de alguno que otro buque extranjero.

     Carrera afirmó que lo mencionado acerca de la realidad social, en especial entre 1812 y 1814, mostraba signos heredados de una estructura económica constituida durante la época colonial. Señaló asimismo aspectos estrechamente vinculados con una estructuración histórica de larga data. Entre ellos destacó el escaso rendimiento de la mano de obra esclava, la preferencia de dedicar las tierras con mayores potencialidades, en especial las ubicadas en el centro del territorio nacional, a frutos sólo para la exportación. Hábitos que se habían trocado en costumbre pasaban ahora factura, los requerimientos alimenticios que provenían del exterior y que bien pudieron haber sido producidos en Venezuela no eran de fácil adquisición a la luz del conflicto bélico. Esta situación obligaba a los ejércitos a una movilización constante y hacía dificultosa la estadía prolongada en algunas zonas.

     Lo cierto de todo esto es que, la guerra debía desarrollarse en este esmirriado contexto, es decir de escasez y desquiciamiento económico. Carrera recalcó los esfuerzos realizados para proveer las tropas, equipar los soldados y pagarlos. Es dable pensar que para ello era necesario conseguir recursos a todo trance y de manera urgente. Lo prolongado del conflicto y sus secuelas destructivas, “precipitaron y agravaron el agotamiento de los recursos”. Con las constantes incursiones y ocupaciones del territorio central del país, durante el período de 1812 y 1814, obligaron a la población de esta región a exigencias abrumantes. No sólo había un problema grave con la situación económica sino el de la organización política y administrativa. “En suma, se creaba una situación en la cual la ineficacia de los medios legales y ordenados para hacerle frente, imponía la necesidad de los medios arbitrarios y violentos”.

     Ante esta coyuntura la historiografía venezolana se ha mostrado por medio de la ambivalencia entre intereses e ideales, en lo que respecta a los protagonistas armados. La historia patria y nacionalista ha asociado las acciones de los seguidores del rey sólo con intereses, mientras para las acciones de los patriotas se ha hecho referencia a ideales de libertad. En este sentido, Carrera añadió que el problema, para el historiador, no era la elección entre un “pillaje censurable” y “reivindicaciones populares”, “como lo ha creído ingenuamente cierta historiografía reciente que, llevada a su sentido revolucionario, ha incurrido en el exceso de juzgar el hecho por la condición del testigo”. Esta disposición es algo así como que la historia me interesa para mostrar sólo lo que el perverso español intentó someter al expoliado americano. Sin duda, una fuerte disposición que sirve más para propósitos contemporáneos que para el revisionismo histórico.

     Carrera enfrentó esta forma de estudiar el pasado al agregar que, de manera automática se declarara “revolucionario” todo hecho popular calificado negativamente por testigos e historiadores imbuidos de sentimientos e ideas antipopulares, en cualquiera de sus versiones, realista o patriota. Así, el saqueo y el pillaje, también los asesinatos y actos de crueldad florecidos del delirio o deseos de botín, se quieren hacer ver como actos propios de grupos revolucionarios o de reivindicación popular, “aunque tosca y embrionariamente expresados”. Está en lo cierto Carrera cuando afirmó que detrás de estas versiones de la historia se esconden aviesas intenciones. De gran importancia son estos señalamientos porque en la actualidad, casi sesenta años después de este estudio acerca de las condiciones socioeconómicas de la guerra de Independencia, la asociación del pillaje y el saqueo con el movimiento popular y revolucionario resultan ser muy familiares y, además de indicar la tendencia política que los reivindica como forma de legitimidad.

     En términos generales, Carrera llegó a reivindicar su examen alrededor del saqueo entendido de manera amplia como apropiación violenta o arbitraria de recursos de todo orden, con propósitos especialmente militares, al poner de relieve uno de los rasgos más resaltantes, por consistencia y reiteración, de la guerra de emancipación. El autor advirtió que no era fácil diferenciar de modo ostensible los casos de pillaje frente a los de saqueo. A lo que agregó que no había separación entre el empleo de botín de guerra para la subsistencia y aprovisionamiento del vencedor y el mero pillaje llevado a cabo por un soldado, a cuando lo conseguido se destinara para el pago de necesidades de vestimenta, alimentación o adquisición de armas o a hacer uso de medios poco éticos, en tiempos de conflicto, para satisfacer estas necesidades.

     A esta dramática situación se debe agregar el bandolerismo que se presentaba en estos territorios incluso antes de las acciones de Boves. Con la guerra se introdujo una visión acerca del bandolerismo tradicional muy cercana a la confusión. En efecto, los elementos de desconcierto se agregaron con la amplitud que entre 1812 y 1814 adquirió un fenómeno social conocido bajo la denominación bandolerismo, “y con la imprecisión en el uso de ese término, fruto de razones políticas obvias”. Carrera mostró cómo este fenómeno social, tal como lo denominó en su narración, se había presentado durante los tiempos de la Primera República, así como en la Segunda República, con la secuela de perjuicios causados por afanes de venganza, ante una situación de exclusión, proveniente de la época colonial y que los primeros patricios no lograron superar.

     Sin embargo, Carrera advirtió que el uso del calificativo “bandolero” fue utilizado de manera laxa y escaso rigor en lo concerniente a su connotación. Como ejemplo, citó una nota publicada el 27 de diciembre de 1813, en la Gaceta de Caracas, donde se describieron algunas acciones, en los llanos venezolanos, al describir como bandoleros a todo saqueador e incluso ladrones comunes que aprovecharon el desconcierto a favor suyo. Destacó Carrera algunos factores de desconcierto con respecto al bandolerismo como categoría y hecho histórico, ello, sin dejar de advertir, que fue un fenómeno generalizado en el país sin que se pueda asegurar que correspondió al bando realista. El adjetivo bandolero se utilizó indistintamente entre los representantes o simpatizantes de los grupos políticos en pugna. Se debe tener presente que el bandolerismo es una expresión propia de momentos conflictivos que, en territorio venezolano, entre 1812 y 1814, adquirió carácter de amenaza y riesgo para monárquicos y para republicanos.

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