Retozos caraqueños
CRÓNICAS DE LA CIUDAD
Retozos caraqueños
Bajo este título Arístides Rojas intentó proporcionar una aproximación acerca del espíritu, forma de ser o disposición que, según su visión, eran atributo o característica del venezolano. Así, difundió la idea de acuerdo con la cual la inquietud y veleidad venezolanas habían dado origen a situaciones memorables y necesarias de recordación. En las primeras líneas hizo referencia a un texto compuesto por un historiador español, Mariano Torrente, cuyo título fue: Historia de la revolución hispanoamericana, publicado en Madrid durante 1829. De este autor recordó la idea según la cual Caracas, capital de provincia, había sido el escenario principal de la insurrección americana. Rojas compartió la tesis con la que sustentó que el “clima vivificador ha producido los hombres más políticos y osados, los más viciosos e intrigantes, y los más distinguidos por el precoz desarrollo de sus facultades intelectuales”. A estas ideaciones agregó, según lo había establecido Torrente, “La viveza de estos naturales compite con su voluptuosidad, el genio con la travesura, el disimulo con la astucia, el vigor de su pluma con la precisión de sus conceptos, los estímulos de gloria con la ambición de mando, y la sagacidad con la malicia”.
Rojas se extendió en aquiescencias para con el historiador ibérico a quien agradeció las palabras de elogio dirigidas a los patricios criollos, “algo bueno, en medio de tanto malo”.
El venezolano Arístides Rojas es considerado uno de los más notorios divulgadores de nuestra historia
Para dar fuerza a sus ideas contrastó lo indicado por Torrente con la cantidad de improperios y epítetos que se idearon en contra de Bolívar a quien se había asociado con una personalidad ambiciosa, aturdida, bárbaro, cobarde, déspota, feroz, ignorante, imprudente, insensato, impío, inepto, malvado, monstruo, miserable, perjuro, pérfido, presumido, sedicioso, sacrílego, usurpador y otras del mismo talante. Caracterizaciones muy del momento que abarcó los años de 1810 a 1825, cuando el conflicto bélico mostró la textura de mayor encono y ferocidad entre los bandos en pugna.
Fueron estas ideaciones en las que se basó para mostrar una percepción que de sí mismo se tenía, entre letrados, publicistas y polígrafos de las particularidades y especificidades de carácter o psicología racial del pueblo venezolano. Rojas aseveró que por “naturaleza” era cierto el hábito y la inclinación retozona, especialmente, “en asuntos democráticos, en cositas de partidos, en percances de intereses políticos, y por éstos hemos podido pasar de una esclavitud tranquila a los contratiempos de una libertad peligrosa”. Esa histórica actitud pícara, traviesa e inquieta la intentó demostrar con ejemplos alrededor de la actitud mostrada por integrantes de los Cabildos o Ayuntamientos ante las autoridades reales en tiempos de la Capitanía General de Venezuela.
Hizo referencia a que “nuestros retozos” no correspondieron sólo al año de 1810, porque “los caraqueños se metían en el bolsillo a los gobernadores que de España nos enviaban”, con lo que ratificó un tipo de relación que se estableció entre los reyes y sus súbditos. Esta disposición se convirtió en una práctica común, en la que no fue usual transitar por los ceremoniales establecidos en la legislación de Indias. Reseñó que, en las exaltadas disputas entre los cabildos eclesiástico y político habían sido los caraqueños quienes las habían producido. A este respecto rememoró el tiempo cuando Caracas pasó a depender, en lo civil, del virreinato de Bogotá. En dos momentos de la historia de Venezuela Caracas estuvo adscrita a los mandatos administrativos de Bogotá. En una ocasión cuando fue creado el virreinato en 1717. En otra oportunidad, para 1819, cuando fue fundada la República de Colombia.
Rojas se dedicó a narrar lo que “trajeron los retozos caraqueños de 1720 a 1726”. De acuerdo con su exposición, en 1716 se encargó de la gobernación de Caracas Marcos Francisco de Betancourt y Castro, aunque duró poco tiempo en el cargo. Dejó asentado que por “caprichos” mostrados por los reyes españoles desde 1717, Caracas y las secciones de la colonia venezolana, Guayana y Maracaibo, habían sido anexadas al virreinato de Bogotá en lo atinente al plano político, mientras en el religioso pasó a depender del obispado de Puerto Rico. Amén de esta disposición Caracas quedó en orfandad como capital y además con un gobernador con “incoloras” funciones debido a la dependencia creada hacia Bogotá. Según Rojas, “los notables de Caracas no vieron con buenos ojos tal cambio”, sin embargo, continuaron mostrando fidelidad y obedecimiento al monarca de turno. “Una medida tan inesperada respecto de una capital que estaba más cerca de las costas de España que de la ciudad de Bogotá, debía causar disgustos, fomentar intrigas y hasta desacatos”.
En este orden de ideas, justificó su desconocimiento e ignorancia en lo que respecta a las pretensiones del virrey de Bogotá, don Jorge de Villalonga, acerca de la intención que lo movió a destituir al gobernador Betancourt de su cargo. Bajo este propósito llegó a Caracas con la designación de interino a inicios de 1720, don Antonio de Abreu. No obstante, Betancourt se negó al aducir que el ejercicio del cargo estaba próximo a terminar. Los lugareños que ocupaban el Ayuntamiento buscaron la manera de desconocer al que vieron como un usurpador y nombraron a los alcaldes Alejandro Blanco y Manuel Ignacio Gedler en 1720, y para 1721 hicieron lo propio con el nombramiento de Alejandro Blanco Villegas y Juan Bolívar Villegas, designaciones que fueron comunicadas al rey. Al poco tiempo llegó a Caracas el sustituto de Betancourt, Diego Portales y Meneses, quien se encargó de la gobernación.
Para 1723, de acuerdo con lo redactado por Rojas, se presentaron en Caracas dos personas comisionadas por el virrey de Bogotá, Pedro Beato y Pedro Olavarriaga quienes con su sola presencia despertaron la inquietud y la desconfianza entre los habitantes de la comarca, en especial porque tenían vinculación con quienes querían instalar una compañía de comercialización en la provincia. Entre las acciones que comenzaron a llevar a cabo fue la de captar la atención de los comerciantes y productores más ricos de la gobernación, acerca de la creación de una compañía de comerciantes de Guipúzcoa y los beneficios que traería para la actividad comercial de la provincia. Según Rojas estas personas acudieron a la exageración de los beneficios que provocaría la instalación de tal empresa en la Capitanía. Las “seductoras noticias” contenían información acerca de las utilidades que se producirían con la Guipuzcoana. Entre la de mayor relieve estaba el incremento de protección prometida por el monarca, un mejor aprovechamiento de la incipiente riqueza del territorio venezolano, llamada para grandes cosas tal como se ha creído a lo largo de la historia nacional, y la eliminación del comercio intérlope fueron algunas de las promisorias y promovidas virtudes que se desplegarían con la instalación de esta asociación económica.
Continuó su redacción al poner bajo discusión que las autoridades locales se vieron en la obligación de buscar la forma de impedir que los emisarios del virrey Villalonga continuaran ofertando un destino difícil de llevarse a efecto. Asuntos como el reseñado abrieron nuevas fisuras a la relación dependiente de Caracas con Bogotá. Adjudicó Rojas que asuntos como este y otros de talante administrativo, estimularon “el choque entre dos gobiernos que no tenían por apelación sino la persona del monarca”. Si bien es cierto, Rojas practicó la crítica histórica, como revisión constante de lo considerado y asumido como “una verdad”, no resulta de menor importancia el que sus ideaciones se caracterizaran más por destacar situaciones del presente o lo que sucedería luego, de todo aquello por él examinado, con lo que difundió nuevas creencias, en su momento, basadas en lo que pudiera ubicarse en la percepción de un futuro del pasado. Es decir, la revisión de versiones del pasado para ratificar lo previsto como futuro evidente. O mejor, lo que, para el momento, se había ratificado con testimonios y evidencias convertidas en datos fidedignos.
Subrayó que el monarca había emitido una real cédula con la intención de proteger al gobernador Portales frente a las pretensiones de Villalonga. Agregó un juicio con el que criticó la actitud del monarca español, porque si la “Gobernación de Caracas estaba subordinada a la de Bogotá, el rey no debía intervenir en hechos que no se habían consumado”. Esta situación le sirvió de base para establecer que tales formas de administrar los asuntos públicos respondían a conveniencias coyunturales y no a una política coherente sustentada en la ley. Sin embargo, Villalonga emitió una orden para que apresaran a Portales a quien el primero acusó de faltar el respeto a sus superiores y por desdeñar los mandatos emitidos desde Bogotá. Por supuesto, al haberse enterado de la decisión del virrey, Portales contestó que no acataría la orden interpuesta, porque el virrey no tenía nada que hacer en los actos ni jurisdicción del gobierno de Caracas.
La disputa, entre ambas autoridades, tomó cuerpo cuando el ayuntamiento asumió el papel asignado en casos como el descrito por Rojas. El Rey había encomendado la tarea de proteger al gobernador del virrey, en la persona del obispo Escalona y Calatayud. A pesar de este apadrinamiento y el apoyo recibido de algunos notables caraqueños, Portales fue sometido y llevado a prisión. El 25 de mayo de 1724, Portales se fugó de la cárcel y encontró refugio en el templo de San Mauricio. Gracias a la Real Cédula del 5 de mayo de 1724, el obispo debió cumplir el papel de protector del gobernador. De nuevo el rey intervino para exigir al cabildo que debía obedecer las órdenes de Portales. Aunque de nuevo éste fue sometido. Luego logró escapar, por tercera ocasión, para dirigirse fuera de la jurisdicción caraqueña y lejos del virrey que le seguía los pasos.
En julio de 1725 llegó otro mandato del rey para que se restituyera al gobernador en su cargo. Pero, ahora en la Real Cédula se exigía la destitución de los alcaldes quienes fueron las verdaderas víctimas de esta disputa y al poco tiempo después de instalada la Guipuzcoana. Rojas llegó a la conclusión de que estos “retozos políticos”, como el señalado líneas antes, provocaron la pérdida de gracia que los caraqueños habían obtenido de monarcas españoles, como aquella en la que dos alcaldes de la capital pudiesen reemplazar la autoridad del gobernador al morir éste o en caso de haber sido destituido, según las leyes en uso. Sin embargo, diez años después, el gobierno español anuló una política heredada de los Habsburgo, como la indicada por Rojas. Años más tarde, “por retozos más o menos apremiantes”, se estableció que de los dos alcaldes sustitutos sólo uno podía ser venezolano, con lo que el “retozo” fue más bien perjudicial.
En las últimas líneas de su escrito estableció que, todos los retozos de las capitales de ambos mundos, son “inherentes a los pueblos de la raza latina”. Según su percepción formaron parte de las condiciones sociales, “de la lucha constante que trae casi siempre resultados armónicos en el desarrollo general”. Para él, los pueblos que habían transitado largo tiempo a la sombra de la tiranía, “patrocinan estos retozos como expresiones necesarias de la libertad necesaria reconquistada”. Los gobiernos, continuó en su relato, basados en el respeto de la soberanía individual, base de la libertad, “no los persiguen ni los protegen”. La tolerancia política, de un lado, y, del otro, el despliegue de la libertad de opinión y de pensamiento, debían contribuir a disipar inquietudes políticas, religiosas y sociales, que no traspasaran una cierta efervescencia transitoria, “obra del entusiasmo, de la juventud y de las tendencias civilizadoras de cada época”.
En términos generales, los retozos, como una actuación plagada de inquietud y de picardías, y que le sirvieron de justificación para su relato lo fueron con el propósito de demostrar que de todo conflicto surgía una solución magnánima. No comulgó con la idea de contradicciones insolubles o antagonismos sin posible solución. Las oposiciones a las que apeló fueron para manifestar que el venezolano era una suerte de síntesis inteligente, si se asume la inteligencia como solución de problemas de variada índole.
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