La semana mayor en caracas

La semana mayor en caracas

El naturalista y fotógrafo húngaro Pal Rosti quedó impresionado por la multitud de caraqueños que se congregan en las procesiones y misas de Semana Santa

El naturalista y fotógrafo húngaro Pal Rosti quedó impresionado por la multitud de caraqueños que se congregan en las procesiones y misas de Semana Santa.

     Por lo general al naturalista húngaro Pal Rosti se le ha calificado como geógrafo en las varias semblanzas que de él se pueden encontrar en las redes sociales y Google. Sin embargo, una de sus facetas principales fue la de la fotografía, tal como lo muestran las colecciones de esta práctica artística que llegó a atesorar en su vida. Su viaje por América le sirvió para ejercitar y practicar el arte de la fotografía que había perfeccionado en Francia, en tiempos de un exilio forzado. De él también es preciso indicar que tuvo como referente intelectual a Alejandro von Humboldt a quien cita con regularidad en sus Memoria de un viaje por América (1861), por lo que no resulta exagerado que su periplo, por estas tierras americanas, fue transitado de acuerdo con las referencias estampadas por el naturalista alemán.

     En este orden de ideas, es necesario agregar que fue un escrutador de algunas costumbres de los venezolanos, en especial los caraqueños, que son de necesaria referencia para una aproximación de la cotidianidad de la Venezuela de los Monagas y de la segunda mitad del 1800. Por supuesto, algunas de sus consideraciones llevan la impronta, típica de la narrativa del viajero, de la mirada ambivalente. Por un lado, la disposición atrayente de una exuberante naturaleza y la fertilidad de un suelo que contrastaba con su experiencia de vida. Por otro, las dudas que experimentó ante la supuesta apatía de los nativos caraqueños hacia el trabajo productivo, con lo que no dejó de considerar una forma de ser caracterizada por el desdén y el acomodamiento ante una naturaleza que lo arropaba. Condiciones naturales que, además, se ofrecían amables para el arado y la cría de animales.

     De igual manera, no dejó de lado consideraciones relacionadas con hábitos y costumbres de una ciudad triste y melancólica que lo hicieron sentir la lejanía de Europa y de la vida civilizada. Una ciudad, como la Caracas que conoció, sin teatros, bulevares o paseos ratificó su repulsión. Se debe añadir, en este sentido, que la narración tramada por el viajero está colmada de comparaciones con respecto a su lugar de origen que, a los ojos de hoy, pueden resultar odiosas. Sin embargo, es necesario leer sus figuraciones bajo el contexto del momento en que redactó sus líneas y lo que para el momento se tenía como expresión de civilización.

     En lo que narró Rosti no faltaron consideraciones de orden político y social, menos culturales. Son éstas las que pueden llamar la atención del analista de hoy. En descargo de calificaciones como las de eurocentrismo entre los viajeros es indispensable tener en mente su experiencia como un europeo aristócrata. Además, un individuo formado en el mundo académico húngaro, alemán y francés. Otro tanto debe ser expresado de quienes, como viajeros o exploradores, visitaron América, Venezuela en especial, mostraron ser hijos de la Ilustración europea cuya impronta más generalizada tuvo que ver con el impacto del mundo natural y geomorfológico en la vida humana.

     Por otra parte, dentro del ámbito cultural la vida y prácticas religiosas también fueron objeto escrutador de hombres como Rosti. Éste presenció procesiones y misas de las que no dejó de quedar impresionado por la cantidad de ellas en esta comarca. En una parte de su libro narró que durante una misa que presenció los cañonazos no faltaban. Los sonidos de las balas de cañón comenzaban desde horas muy tempranas de la mañana y se repetían en el transcurso de la misa. Además, indicó, a lo largo del día continuaban los cañonazos. “La misa dura horas; a pesar del calor agotador la iglesia y las calles están repletas y las damas no desdeñan la ruta más larga al retornar a sus casas”.

     Para Rosti, la festividad religiosa de mayor relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa. Observó muy animada a las damas días antes de esta festividad. Agregó que ellas mostraban gran alegría “como entre nosotros lo hacen los niños por la Nochebuena”. Hizo una descripción en la que destacó una magnífica misa llevada a cabo un Domingo de Ramos, la que estaba acompañada de cañonazos y lanzamiento de cohetes y se solían bendecir hojas de palma entrelazadas, las que luego eran colocadas en ventanas y puertas, “para que la maldad y la enfermedad se mantengan a distancia”. Con el Domingo de Ramos se daba inicio a las procesiones que cruzaban la ciudad luego de salir de un templo.

     Las ceremonias solían comenzar a las seis de la tarde. “Delante llevan una gran bandera o una cruz – que cambian todos los días -, luego vienen, formando una larga hilera, los portadores de velas; las pantallas que protegen las velas son de papel y – naturalmente – carecen de utilidad, pues se incendian sin cesar”. Llevaban también los santos, tallados con madera, con ropajes de terciopelo y adornados con oro, en algunas procesiones llevaban a la Virgen María. Detrás solían venir los sacerdotes, varios soldados y gente de la comunidad.

     De la presencia militar indicó: “Apenas se puede imaginar cosa más cómica que la milicia venezolana en estas procesiones” De los integrantes de esta milicia escribió que la gran mayoría de soldados eran mestizos “de estúpida expresión en el rostro”. Del uniforme que portaban lo describió así: contaban con un pantalón azul con rayas vino tinto, frac o chaqueta de tela de lienzo con solapas color vino tinto y cola corta, “- hablo del uniforme de gala – , pero está tan desteñido y roto que más bien parece gris o color de leche; su color originario – a lo más – se puede suponer”.

En el siglo XIX, la festividad religiosa de más relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa

En el siglo XIX, la festividad religiosa de más relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa.

     En lo referente a los zapatos y el uso de corbatas no eran obligatorios en el uniforme del soldado de Venezuela, según su apreciación, pero “el que puede conseguir tan supernumerarios artículos los puede usar libremente”. Agregó haber conocido casos extraordinarios de soldados que habían recibido botas para cumplir sus servicios. “Así tuve la suerte de ver varias botas durante los desfiles, y – según el mayor o menor desgaste de las mismas – pude también calcular el tiempo de servicio del dueño respectivo”.

     Además, identificó en los soldados el uso de una cartuchera, colgada al cuello, y de una deficiente arma lo que daba cierto matiz bélico al que la portaba, “pero la borra totalmente la actitud floja y negligente de los soldados, que podría ser de cualquier cosa menos de militar”. En cuanto a los oficiales de mayor rango puso a la vista del lector que también eran mestizos y que sus uniformes lucían más limpios que el de sus subalternos. 

     Según la información que recabó, en Venezuela había cerca de dos mil hombres incorporados al ejército. 

     En este mismo orden de ideas, agregó: “En la República independiente de Venezuela no existe ningún censo de soldados, ni obligatoriedad del servicio militar como en Inglaterra, pero en lugar de ello hay la recluta, ´libre y voluntaria´ y el atrapar con lazo a ´los voluntarios´, cosa que no existe en Inglaterra. Así se reúne en las filas la chusma”.

     Comentó, no sin dejar de mostrar suspicacia, que, si las cárceles del país se llenaban de malhechores y se requerían efectivos para integrar las milicias, se recurría a los prisioneros a quienes se obligaba a pasar entre ocho o diez años, incluso de por vida, de servicio en el ejército. “La disciplina y los ejercicios militares no los conocen los combatientes venezolanos ni por referencias, y la moral que impera en este ejército, después de lo dicho, ni siquiera creo necesario mencionarla”.

     Luego de haber realizado esta digresión volvió a hacer referencia a la procesión. Añadió que ésta iba acompañada de bandas musicales, integradas en especial por negros quienes de acuerdo con Rosti tenían un sentido especial para la ejecución musical.

     Observó que en el desarrollo de las procesiones las damas se ubicaban en las ventanas de sus casas o de las de algún vecino. También los más jóvenes se agolpaban en las ventanas, aunque luego de haber pasado el desfile corrían por las calles para adelantar la procesión y bailar. Expuso que “el pueblo” se reunía en “cantidad asombrosa” no seguía la marcha del acto religioso y más bien se adelantaba para disfrutar del espectáculo.

     Esto le sirvió para anotar: “En realidad todo esto toma matiz de diversión y los espectadores – aunque se hincan de rodillas, dándose golpes de pecho ante los santos más venerados – apenas pueden aparentar devoción o recogimiento”.

En la Catedral se concentraban centenares de feligreses durante la Semana Mayor.

En la Catedral se concentraban centenares de feligreses durante la Semana Mayor.

     Las procesiones que comenzaban al terminar la tarde se extendían hasta las ocho o diez de la noche. El Jueves Santo, el arzobispo de Caracas, con la presencia del presidente de la República, sus ministros y el cuerpo diplomático, llevaba a cabo la ceremonia del lavado de los pies. El Viernes Santo presenció el correteo de la multitud por las calles de la ciudad.

     “Las damas nobles – y también las del pueblo que pueden hacerlo – se visten de negro y así mismo los hombres llevan fracs negros; esta costumbre está tan generalizada que yo mismo decidí vestir según esta moda europea desde tempranas horas de la mañana, no fuera a ser que de alguna manera me tomaran por pagano”.

     Sumó a su descripción que a los días de pena se agregaban los de fiesta y regocijo. Para el día domingo se presentaban los actos de coleo de toros. Observó que los “señoritos” divertían a las damas con sus piruetas frente a los novillos. De éstos expresó que se mostraban más asustados que furiosos. 

     Sin embargo, ponderó la habilidad de los jinetes para controlar sus caballos, así como al toro.

     Al final de la tarde los jinetes desfilan y se exhiben frente a las señoritas que más de uno lleva cortejándola. Ya avanzada la noche algunos se reunían para bailar en una de las “casas de un noble”. Contó haber asistido a uno de estos bailes y expresó que, al igual que en La Habana, estaban de moda las piezas musicales provenientes de Europa como el vals o la polka. “Sin embargo – como en Cuba – la preferida es la danza” (72) “A las damas acostumbran pedirles todo un turno, que se compone de tres o cuatro piezas y termina con la danza; pero con el consentimiento del bailarín también se puede obtener un palmito, de la bella señorita, en cuyos ojos radiantes hay mucha más expresión que en sus labios color de rosa”.

     Expresó que había pasado un mes en Caracas y menos tiempo de lo que hubiera deseado convivir con los habitantes de la ciudad capital en sus círculos sociales, “debido a la celosa reserva de los caraqueños hacia el forastero”.

     Recordó haber paseado por las “hermosas montañas de Caracas”, así como por su espléndido valle donde retrató “los más hermosos puntos de la magníficamente ubicada ciudad”. Sus más significativas fotografías, escribió en su texto, las había dejado en el Museo Nacional Húngaro. Luego de su incursión a otros lugares del país estableció tres divisiones regionales que caracterizó así. La de las costas y los valles de la cordillera, adonde la tierra estaba labrada y se encontraban cultivos de café, cacao y añil, árboles frutales, cultivos de caña de azúcar, siembras de maíz y tierras en las que se podían encontrar cultivos de cebada y trigo. Otra, la de las llanuras destinadas casi exclusivamente a la cría de ganado vacuno. Y, la última, las inmensas selvas inhóspitas en las que la vida civilizada escaseaba.

La vida social caraqueña del sigo XIX

La vida social caraqueña del sigo XIX

Pal Rosti le obsequió al naturalista alemán, Alejandro de Humboldt, una fotografía, captada por él, de un Samán de Güere que había reproducido durante su estadía en Venezuela

Pal Rosti le obsequió al naturalista alemán, Alejandro de Humboldt, una fotografía, captada por él, de un Samán de Güere que había reproducido durante su estadía en Venezuela.

     El húngaro Pal Rosti (1830-1874), en su escrito titulado Memorias de un viaje por América, publicado en 1861 en su país natal, relató parte de su experiencia como viajero explorador en América. Cuando llegó a Venezuela, en 1857, ya había pasado por Estados Unidos y Cuba, espacios territoriales que le sirvieron de referencia al momento de los señalamientos que estampó en su obra acerca de Venezuela. Luego viajaría a México, adonde permaneció durante siete meses. En el Nuevo Continente estuvo durante dieciséis meses. Tiempo durante el cual logró coleccionar un conjunto de fotografías tomadas por el mismo. En este orden, logró captar la imagen de muchos lugares poco conocidos y que Alejandro de Humboldt había transitado o dibujado. El mismo Rosti le obsequió al naturalista alemán una fotografía, captada por él, de un Samán de Güere que había reproducido durante su estadía en Venezuela.

     En esta ocasión vale la pena hacer referencia a las consideraciones que esbozó sobre el “pueblo de Caracas y su vida social”. Bajo este marco, es preciso tener en mente que para la época estaba generalizado el uso del concepto carácter nacional. Concepto que sirvió de base para examinar la forma de ser de las comunidades humanas, sería como decir las características que se tenían como atributos de los pueblos y que, por lo general, estaban marcadas por las condiciones geomorfológicas de los territorios que ocupaban los compuestos humanos.

     Bajo esta perspectiva, Rosti advirtió la dificultad que existía para examinar con exactitud “el carácter de los caraqueños”. Lo vio de este modo por “las múltiples mezclas, consecuencias – en su mayoría – de las uniones ilegales”. Expresó, en este orden de ideas, que la moral caraqueña mostraba una gran debilidad. Como ejemplo expuso el caso de “muchachitas del pueblo, de 13-14 años, tengan ya su amante” y que esto no sorprendiera a nadie, ni a sus padres, quienes las consideraban algo natural y muy normal.

     Al constatar la cantidad de vagabundos que deambulaban por las calles lo adjudicó a estas laxas coyundas que solo generaban hijos ilegítimos y abandonados que eran procreados en la comarca. “Pero la buena naturaleza se preocupó tanto de sus criaturas en estos favorecidos valles, que en muchos lugares – verbigracia: los valles de Aragua – es literalmente imposible morirse de hambre. Aun el que no trabaja puede hallar abundante sustento, pues las bananas y otros frutos se dan en enormes cantidades”. De igual manera, anotó que para proveerse de la ropa de uso diario no había que hacer mayor esfuerzo porque “a base de una labor diaria” se obtenía con gran facilidad.

     A estas reflexiones le agregó un comentario, en forma de pregunta, a su escrito y en el que expresaba que la situación comentada con anterioridad, sobre lo barato de vivir en estas tierras, resultaba un espejismo al visitar el mercado de Caracas. Indicó que el mercado principal de la ciudad, “la plaza mayor” tal como se le conocía contaba con una variedad de productos, pero con altos precios. Anotó que se encontraba en un lugar muy aproximado al centro de la ciudad. De las construcciones que estaban en algunos de sus lados mencionó que eran edificaciones sencillas e insignificantes. Ellas eran la Catedral, la sede del Congreso y el Arzobispado.

     Indicó que el “verdadero mercado” estaba cercado y que en él se levantaban puestos techados, en el que se ofertaban cintas, sedas, telas de lienzo, cuchillos, rosarios y retratos de santos, entre otros bienes. También se ofrecían carnes de res seca o cortadas en tiras, secadas al sol y que las denominaban tasajo. “La carne es el comestible principal y más barato en Caracas”, según pudo constatar en su visita. En el mismo lugar observó que se vendía pescado, carne de cabra, “que venden como si fuera de carnero”, aves de corral, huevos, mantequilla, importada de Europa o de Estados Unidos, papelón, dulces variados, como el de membrillo, que a Rosti le parecía muy agradable, de guayaba, “fruta muy sabrosa”, pan de harina de maíz o arepa y también de trigo, toda clase de pasteles, algunos muy sabrosos como el de coco según Rosti.

Al constatar la cantidad de vagabundos que deambulaban por las calles, Rosti lo adjudicó a estas laxas coyundas que solo generaban hijos ilegítimos y abandonados que eran procreados en la comarca

Al constatar la cantidad de vagabundos que deambulaban por las calles, Rosti lo adjudicó a estas laxas coyundas que solo generaban hijos ilegítimos y abandonados que eran procreados en la comarca

     Se refirió a “otro tipo de pan” cuya base de preparación era la yuca y que tenía forma de una torta enorme. Agregó que el casabe: “Es el alimento preferido del pueblo, aunque – por su sabor – parece que lo hubiesen preparado con virutas desmenuzadas”.

     Luego escribió que el precio de las mercancías “es asombrosamente alto”. De ahí que comparó los precios en el mercado de Caracas con los de su lugar de origen para ofrecer una imagen más clara de los altos precios de los alimentos en la comarca. Por ejemplo, un saco de papas se conseguía a cinco dólares, un pollo a un dólar, un pavo por cinco, “se consiguen cuatro huevos por un real – este precio es tan estable que a menudo lo emplean para fijar el precio de otros productos, dicen por ejemplo que el plátano vale dos huevos, y así entienden que se trata de medio real”. De inmediato se interrogó que siendo este territorio bendito, gracias a su exuberante y variada naturaleza, “y le ofrece al hombre en demasía todo lo que puede desear para su subsistencia, ¿el mercado sea tan pobre y los precios tan altos?”.

     Para dar fuerza a esta cuestión eligió como ejemplo a “un joven “color café”, quien consumía un cigarrillo que le había preparado “una joven mulata”, y le hizo esa pregunta. Éste le respondió: “¿Para qué voy a trabajar?; el alimento necesario se da en todos los árboles; solo debo estirar la mano para recogerlo, si me hace falta una cobija, o un machete o un poco de aguardiente, traigo al mercado algunos plátanos y obtengo abundantemente lo que deseo ¿para qué más?”. Esta idea la culminó al sentenciar “Y así siente y opina cada peón de Venezuela”.

     Determinó que esta actitud llevara a la exageración con los precios de los productos alimenticios y de algunos servicios como el envío de una carta. Contó que le había costado cinco dólares enviar una de ellas de Caracas a La Guaira para un viaje de tres horas, para él una exageración, “así sucede que la mantequilla – a pesar de que en las praderas pastan miles de vacas – la traigan de Norteamérica o Europa; que las mejores verduras y alimentos lleguen a la mesa de los caraqueños distinguidos directamente de Francia; y así se explica que la industria y la agricultura se encaminan hacia la ruina y que la prosperidad del país decae año a año”.

     En un párrafo aparte expresó que le había llamado la atención que “la población blanca de Caracas, los criollos, que forman – en la mayoría de los casos – las capas superiores de la sociedad, no obstante ser también de origen español, se diferencian grandemente – atendiendo a su carácter – de los habaneros”. De los caraqueños subrayó que eran de talla elevada, esbeltos, “de rasgos regulares, su nariz es un tanto arqueada; el color moreno y los ojos brillantes; el abundante pelo negro y el pie pequeño también se dan aquí, como en La Habana”.

     En cuanto a las mujeres subrayó que “es una verdadera belleza o es fea”. La comparación la hacía con respecto a las mujeres que había observado en La Habana, donde, de acuerdo con su mirada “son pocas las realmente hermosas, siendo sin embargo casi todas graciosas, agradables, con sus pequeñas caras redondas”. Aunque no se extendió a explicar el porqué de estos rasgos diferenciadores sumó que a Cuba la habían colonizado catalanes y a Venezuela andaluces. Sin embargo, agregó que era indudable la gran influencia, presente en ambos espacios territoriales, en lo que respecta al desarrollo físico, el carácter, las costumbres y modos de ser, del clima y la ubicación geográfica.

Para mediados del siglo XIX, en el mercado principal de la ciudad, se expendían gran variedad de productos, pero con altos precios

Para mediados del siglo XIX, en el mercado principal de la ciudad, se expendían gran variedad de productos, pero con altos precios.

     En estas regiones, según escribió, se podía encontrar el “carácter criollo” en sus rasgos generales o principales: “la ambición y el deseo de dominio; el orgullo; el apasionamiento; la rudeza, sobre todo en el pueblo; la apatía e indolencia ilimitadas; y – por otro lado – la hospitalidad y una cierta caballerosidad”. Sumó a esta consideración el haber encontrado en México atributos similares, “y en todos los sitios donde el elemento primordial de la población lo constituyen criollos españoles”.

     Advirtió que si se agregaba la actitud de reserva que mostraban los americanos meridionales, su forma de gobierno marcada por sus desventajas, el fanatismo y sus incontables prejuicios y las supersticiones, “que mantienen al pueblo en la ignorancia y permiten una influencia excesiva a ciertas clases, podemos imaginarnos que esta gente está aún lejos de hollar con decisión la senda del acrecentamiento del bienestar nacional, de la evolución espiritual y del progreso. En Caracas sentí – por vez primera – que estoy lejos de Europa y casi aislado del mundo civilizado”.

     De acuerdo con su observación, Caracas concitaba melancolía y tristeza en el extranjero acostumbrado al ruido de las grandes urbes, “un silencio mortal reina en la ciudad semiderruida, donde están ausentes el movimiento comercial e industrial y aún falta el ruido de los carruajes. No hay salas de fiesta ni teatros; ni siquiera paseos; vida social solo puede hallarse en los círculos más íntimos”.

     Bajo este lastimoso ambiente, los caraqueños se solían resguardar en sus hogares para dormir, el almuerzo lo hacían a golpe de cuatro o cinco de la tarde y a las seis de la tarde, las damas “de brillantes ojos se sientan en las ventanas, mientras los señoritos se pasean en sus menudos y ágiles caballos, no tanto por cabalgar a través del hermoso valle, sino por hacer la corte en las silenciosas calles de la ciudad”. Agregó a esta descripción que ya a las ocho de la noche reinaban en las calles profundo silencio y sólo era posible toparse con los “serenos”.

     Aseguró que así era la vida del caraqueño. Anotó que las mujeres no solían salir a la calle y en caso que lo hiciera era durante el día, para llevar a cabo sus diligencias o ir de visita a otra casa, “imitan en sus vestidos – con mal gusto – la moda francesa; aquí pues, vimos de nuevo aquellos sombreros y vestidos llamados altos, que ni remotamente son tan agradables ni van tan bien con los rostros españoles, como la mantilla y el velo habaneros, que las bellezas caraqueñas sólo usan para ir a la iglesia y – en general – para las celebraciones religiosas y de otra índole” . Los hombres más jóvenes usaban por lo general trajes de paño y sombreros de copa alta. Los domingos y días de fiesta vestían fracs de color negro, “y luego refunfuñan continuamente por el gran calor, y con razón, ya que esa moda europea no es propiamente la más conveniente para aquel clima”.

     Según su examen la única diversión de los habitantes de Caracas era visitar las iglesias. En comparación con los parisinos, quienes se reunían en paseos o bulevares para relacionarse con otros o encontrarse con amigos y conocidos, o para alardear de sus vestidos o cortejar al “bello sexo”, “los caraqueños no se pierden ni una visita a la iglesia, para aprovechar la ocasión y lucir sus mantos y mantillas”. Sumó a esta descripción que el almanaque católico español contemplaba abundantes festividades, “pero a estas se añaden en Caracas fiestas locales, procesiones, ciertas fiestas de algunos santos particularmente venerados y las conmemoraciones de terremotos y otros desastres, así como de grandes acontecimientos políticos”.

Costumbres caraqueñas de 1830

Costumbres caraqueñas de 1830

En su obraReminiscencias de Sudamérica”, el ingeniero inglés, John Hawkshaw, relata interesantes testimonios de la ciudad en la que vivió durante los primeros años de la década de 1830.

El ingeniero inglés, John Hawkshaw, relata interesantes testimonios de la ciudad en la que vivió durante los primeros años de la década de 1830.

El ingeniero inglés, John Hawkshaw, relata interesantes testimonios de la ciudad en la que vivió durante los primeros años de la década de 1830.

     Resulta interesante traer a colación lo que el inglés John Hawkshaw expresó de su visita a la ciudad de Valencia por las comparaciones que planteó respecto a la ciudad de Caracas. De ambas localidades observó que eran muy parecidas y que gran cantidad de la población había perecido con la “revolución”. A propósito de los lugares que servían de posada indicó que era usual encontrar los constantes “cuarticos en Sudamérica”. El pequeño espacio que le sirvió de morada lo describió como un lugar con pocos artículos de mobiliario, una cama o un catre, acompañados por un trozo de lona clavado a un bastidor de caballete. Sobre éste estaban ubicadas una sábana y una almohada junto con otra sábana plegada sobre la primera. Indicó que, en el lugar, que ocupó al inicio, no había mosquitos por lo que durmió placenteramente. Luego de una expedición por Valencia, Maracay, San Mateo, La Victoria y San Pedro regresó a Caracas. Al cruzar las montañas, camino a la ciudad capital, puso a la vista de los lectores una amarilidácea de nombre cocuiza de la que señaló que la había en abundancia y de ella se producían sacos para transportar café y cacao; “y de los jugos de esta planta se hace un licor espirituoso, que es consumido por los nativos. Lo he probado, y me pareció igual a otros licores ordinarios, antes de ser refinados por la destilación”.

     En su transito pasó por las Adjuntas de la que dijo que era una pequeña aldea. Contó que al regresar a Caracas la ciudad lucía más activa que de costumbre. “Varios oficiales que habían luchado por la independencia en la guerra revolucionaria, algunos americanos, y algunos ingleses, estaban en la ciudad, empeñados en obtener del gobierno dinero, a cambio de una especie de papel que habían recibido durante la guerra en vez de pago”. 

     Puso en evidencia que los que participaban en esta acción hacían referencia a una “conmoción”. Según su apreciación eran veteranos de guerra, nacionales y extranjeros, “viejos generales sin trabajo, quienes habían hallado la guerra más provechosa que la paz, o que habían adquirido hábitos ociosos y disolutos”. En este marco José Antonio Páez había preparado una cena de acuerdo con las costumbres llaneras, para Hawkshaw la misma formaba parte de razones políticas supuestamente, y en la que se ofrecerían uno o más novillos asados enteros, ágape en que “cada hombre iba a cortar la cantidad de carne que quisiera”. Adujo que por razones laborales debió abandonar la ciudad y no llegó a ver el desarrollo de tal acto.

     Entre las distintas reflexiones que plasmó en su libro, John Hawkshaw, las relacionadas con la religión fueron de gran proporción frente a otras consideraciones acerca de los caraqueños y los venezolanos que conoció en otros lugares que alcanzó a visitar. Dijo que, en la ciudad de Caracas, el catolicismo mostraba aún algunos rasgos de exposición como el de la imagen de la Virgen que era paseada en largas procesiones. “Pero es evidente, dondequiera, que el papado ha perdido el afecto del pueblo. Independientemente de la cuestión de dogmas, ¿qué otro efecto podría resultar de siglos de impiedad en sus ministros? ¿Qué respeto durable podría imbuirse en el corazón de un pueblo, por una religión, cuyo significado fundamental sus maestros abiertamente menospreciaban? ¿Quién iba a creer en sus doctrinas, cuando los que debían ponerlos en vigor, invitaban, con su propio ejemplo, a hacer todo lo contrario? ¿Cómo enseñar la santidad si los maestros no la conocían; ¿y en qué forma o manera podía inspirarse reverencia por aquello, que en las manos de estos falsos profesores se había vuelto hueco y carente de significación?”.

     Para dar fuerza a estas interrogantes asentó que el celibato era practicado por hombres que tenían amantes y numerosas familias. Además observó que se daba absolución o indulgencia a otros, por parte de sacerdotes “que estaban más necesitados de un proceso de limpieza”. De esta situación expresó que las ideas y dogmas de la Iglesia de Roma tenían poco atractivo para los pobladores del país. Quienes debían profesar su credo exhibían el escaso valor que daban a sus propias creencias, así como el rechazo de los habitantes de la comarca ante tales blasfemos actos.

     Generalizó que en Venezuela el catolicismo era tenido en baja estima, no porque hubiese sido sustituido por otras creencias religiosas que, para Hawkshaw, hubiese significado un alivio. “Están cansados de lo que era su religión nacional, simplemente porque sus corazones nunca han sido alcanzados por sus principios, o más bien por los que deberían haber sido sus principios”. Más adelante agregó que cuando fueron descubiertos, los para este momento venezolanos, “eran un pueblo salvaje; y el precio que tuvieron que pagar porque se les enseñara a hacer la señal de la cruz, fue exorbitante: tuvieron que entregar su patria”. Para él la ignorancia y la falta de “cultura” formaron parte de un aprendizaje de las Sagradas Escrituras ejercitado de memoria y que esto formaba parte del poco valor que profesaban por el catolicismo.

Según apreciación de Hawkshaw, para los años 30, nacionales y extranjeros que habían participado en la lucha independentista, estaban empeñados en obtener del gobierno dinero, a cambio de una especie de papel que habían recibido durante la guerra en vez de pago.

Según apreciación de Hawkshaw, para los años 30, nacionales y extranjeros que habían participado en la lucha independentista, estaban empeñados en obtener del gobierno dinero, a cambio de una especie de papel que habían recibido durante la guerra en vez de pago.

     Agregó otra queja, la falta de formalidad en las fiestas de guardar en las aldeas donde los pueblos estaban diseminados. Aún en las ciudades las cosas no parecían ser mejores en este sentido de acuerdo con sus argumentaciones, pero entre algunas personas observó el cumplimiento de algunas formalidades. Puso a la vista del lector que en Caracas se llevaban a cabo dos misas antes del mediodía, “una temprano en la mañana: los principales asistentes son mujeres y ancianos”. Escribió que las mujeres se trasladaban en pequeños grupos de dos o tres de, por lo general junto con ellas iban sus criadas que llevaban tapetes bordados para arrodillarse. Las iglesias no contaban con particiones para arrodillarse ni muebles para sentarse. Dijo que las ceremonias observadas en Venezuela eran parecidas a las que había visto en Europa, pero sin mayor brillantez ni esplendor. “Había señales evidentes de disminución de rentas en todo cuanto se hacía”.

    Indicó que por las tardes los habitantes de la ciudad iban a la corrida de toros y por las noches visitaban el teatro. Respecto a las corridas agregó que era muy apreciada por los ocupantes del país.

     “La principal hazaña en esta clase de exhibiciones es acercarse al enfurecido animal, y cuando está preparándose a atacar a la persona que lo está molestando, echarle un trozo de tela sobre la cabeza, lo cual da tiempo a su atormentador para escapar”. Sin duda, para Hawkshaw, estas prácticas eran nuevas para él, así como otra introducida desde los llanos: los toros coleados de la que destacó la maestría de José Antonio Páez en ella.

     De este último agregó que era una persona con sentido común. Además estaba aún muy “apegado” a sus costumbres llaneras, como la de ofrecer grandes comilonas y la de ser muy buen jinete. Informó haber escuchado que en algún momento Simón Bolívar había tenido la disposición de instaurar un sistema de corte monárquico. “Si así fue, en cuanto a Bolívar concierne, sólo puedo pensar que él contemplaba semejante acto por el consciente convencimiento de que tal forma de gobierno podría ser el más adecuado para un pueblo ignorante y desorganizado como eran entonces los venezolanos”. También rememoró que Páez, al saber de esta inclinación de Bolívar, habría expresado que si tal cosa sucediera el clavaría su puñal en el corazón de un nuevo rey.

     Alabó la gestión de gobierno de Páez y recordó que los soldados le guardaban aprecio porque en los combates y el trajinar diario compartía infortunios y alegrías con ellos. Como presidente había valorado la paz y haber hecho todo lo posible por mantenerla. Durante el año de 1836, anotó, se había presentado una pequeña revolución. Aunque no era el presidente actuó para sofocar la acción de quienes intentaron desarrollar otro conflicto armado. “Para mí, debo confesarlo, hay mucho que admirar en el carácter de este hombre; una admiración que debería rendirse a todos aquellos que, poseyendo grandes poderes, ejercen dichos poderes para mantener la tranquilidad de su patria”.

     Hawkshaw redactó que uno de los habitantes del país le había proporcionado una pereza, a la que mantuvo viva por un tiempo para estudiarla, luego la sacrificó para utilizar su esqueleto. “La posesión de éste me dio una oportunidad de hacer algunas observaciones sobre sus características, que pueden servir para ilustrar el inigualable designio del gran Creador de todas las cosas, y asignar a este animal su propio rango y posición entre los seres vivos”. Lejos de considerar sus apreciaciones acerca de este cuadrúpedo, resulta de gran interés una aproximación a una mentalidad encerrada en creencias propias de la cristiandad. Esta disposición llama la atención del estudioso del pasado porque permite visualizar la mentalidad dominante, aún en científicos y naturalistas, respecto a la creación de la vida animal y humana por parte de un ser supra terrenal. Además, ofrece la posibilidad de constatar una combinación de la práctica científica y un convencimiento arraigado en la práctica cultural durante el siglo XIX.

En la Caracas de comienzos de la década de 1830, el catolicismo mostraba aún algunos rasgos de exposición como el de la imagen de la Virgen que era paseada en largas procesiones.

En la Caracas de comienzos de la década de 1830, el catolicismo mostraba aún algunos rasgos de exposición como el de la imagen de la Virgen que era paseada en largas procesiones.

     Para culminar vale la pena traer a colación algunas consideraciones que estampó Hawkshaw en su escrito acerca de los trabajadores de las minas que conoció y le acompañaron en su trabajo. De éste redactó que rara vez permanecía por mucho tiempo en un solo lugar. Así pudo observar algunas características del trabajador venezolano que llamaron su atención. Ellos se sentían atraídos por los buenos salarios de las minas, pero otros se instalaban cerca de ellas y experimentaban con distintos oficios. Si no encontraban los ingresos deseados desaparecían y volvían a sus lugares de origen. Otros lograban acumular dinero y se dedicaban a los trabajos del campo, negociaban con animales o se hacían arrieros. De este modo fundaban localidades donde vivían con sus familias. Del venezolano en general dijo que eran más apáticos que perezosos, y “más descuidados que incapaces”. En labores a las que estaban habituados no mostraban cansancio con facilidad, “y en ocasiones extraordinarias podían soportar la fatiga, lo cual era notable, si se toma en cuenta su modo de vida”. 

     El alimento de mayor consumo era el plátano al igual que la papa para un irlandés, “aunque creo que es más nutritivo que ésta”. Respecto al consumo de bebidas alcohólicas señaló que los nativos eran sobrios, “y he conocido trescientos o cuatrocientos de ellos que han trabajado por dos o tres meses sin parar, viviendo de pan y carne, sin tomar otro líquido que agua”. No tuvo la misma impresión de aquellos trabajadores empleados en los puertos marítimos o con marineros porque se corrompían con facilidad, “pero la embriaguez no es un vicio característico”. Culminó señalando, en este orden, que los trabajadores no eran difíciles de “manejar” y que se adaptaban con facilidad al oficio que practicaban.

     Hizo una comparación de las casas donde habitaban los “salvajes y selváticos” con las edificadas en las ciudades como Caracas y otras localidades que conoció. De ellas expresó que mostraban un mejor aspecto exterior, por su forma más regular, mejor enyesadas o pintadas, pero en su interior no lucían de la mejor forma. Sus ocupantes utilizaban utensilios de barro no procesado y de muy mala calidad, de acuerdo con su experiencia de vida.

     En cuanto a las casas de familias con mayores ingresos económicos, eran más grandes y tenían un mobiliario proveniente de los Estados Unidos, “dorados y pintados de una variedad de colores”. De las familias que las habitaban señaló que comían temprano, “como necesaria consecuencia de su frugalidad; y sus principales lujos son dulces, cuyo sabor se pierde del todo por el exceso de azúcar”. De sus mujeres indicó que la principal diversión era tocar el arpa española o la guitarra, “pues sus mentes no han sido cultivadas, y quizás menos aún ahora que antes de la revolución”.

Caraqueños, comerciantes, misas y fiestas

Caraqueños, comerciantes, misas y fiestas

Testimonios recogidos en la obra “La República de Colombia en los años 1822-23”, cuyo autor es el viajero estadounidense Richard Bache

El viajero estadounidense Richard Bache dejó para la posteridad la obra: “La República de Colombia en los años 1822-23”, donde relata costumbres de los caraqueños de entonces
El viajero estadounidense Richard Bache dejó para la posteridad la obra: “La República de Colombia en los años 1822-23”, donde relata costumbres de los caraqueños de entonces

     Bache describió a los hombres que vio en Caracas como personas de baja estatura, menor a la corriente según sus propias palabras. Respecto al tono de su piel la calificó como cetrina, amarillenta obscura, de pelos y ojos negros y “bien conformada contextura”.

     En lo que respecta al comercio por mayor y de quienes lo administraban, en las ciudades más pobladas e importantes, eran comerciantes provenientes de Inglaterra, Francia y Alemania.

     En las calles principales se encontraban establecidos los comercios regentados por negociantes provenientes de estos países. Eran almacenes surtidos con una variedad de artículos europeos de lujo, “y las mercancías están convenientemente colocadas para exhibirlas al público”. Las tiendas que surtían al detal eran administradas por algunos criollos, “y en ellas pueden conseguirse mercaderías extranjeras de menor precio, así como los tejidos del país”.

     En expendios de “menor categoría”, administrados por oriundos del país, se podía conseguir aguardiente, chicha y guarapo. De estas dos últimas, Bache escribió que eran de sabor agradable, “se parecen a la sidra y a la cerveza floja, y que se fabrican con maíz fermentado y papelón”. En cuanto a la chicha puso a la vista del lector que era muy común encontrarla en cualquier paraje del camino, “y constituye una bebida de sabor muy grato para el fatigado viajero”. Añadió que en estos expendios reposaban abundantes y diversos víveres, así como carnes preparadas, salchichas, frutas y legumbres. También se conseguía pan, tabaco y otros productos “en surtido tan heterogéneo como el que puede hallarse en las abacerías campestres norteamericanas”. Las horas más idóneas para los negocios, observó, eran las de la mañana, “a causa del calor que hace después del mediodía”. 

     A partir del amanecer, incluso antes, vio que los más devotos se dirigían a los templos, mientras las gestiones de compra y venta que debían hacerse en la calle eran realizadas antes de la hora del desayuno, “después la mayoría de los habitantes se dedican a las gestiones que pueden realizarse en el interior de comercios y edificios públicos hasta el mediodía, cuando se hace el almuerzo”. Luego de esta hora, comenzaba la siesta.

     Mientras las personas hacían la siesta expuso que las calles permanecían desiertas y las tiendas estaban cerradas, “sin verse alma viviente, salvo algún curioso extranjero dotado de infatigable espíritu de investigación, quien confiado en el ´vigor de sus músculos’ y en la robustez de su no debilitada constitución septentrional, se aventura a desafiar los rayos verticales del sol”.

     Indicó que esta costumbre de los “forasteros” había dado lugar a un proverbio muy usado entre los criollos, para él más caracterizado por la verdad que por la cortesía, y que decía que en las horas postmeridianas sólo se veían circular por las calles los perros y los ingleses, “denominación esta última que abarca a todos los extranjeros”. Según su indagación este uso indiscriminado de la palabra ingleses “puede atribuirse a la circunstancia de haber sido ellos los primeros que llegaron al país en número considerable, comerciantes en su mayor parte u oficiales al servicio de las armas de la República”. De acuerdo con Bache, regados “por todos los sectores sociales, no se han mostrado cortos ni perezosos para hacer uso de sus influencias”. En este sentido subrayó, no sin enfado, que constantemente se referían a Inglaterra, “poniendo por las nubes su poderío y su riqueza”, y denominando inglesa a todo producto que llegara a ultramar independientemente que fueran de origen francés, alemán u oriental, “han logrado hacer arraigar la convicción, entre los criollos mal informados, de que todo lo que no es español debe ser necesariamente británico”.

Los principales comercios de la Caracas de comienzos del siglo XIX, estaban regentados por negociantes provenientes de Inglaterra, Francia y Alemania
Los principales comercios de la Caracas de comienzos del siglo XIX, estaban regentados por negociantes provenientes de Inglaterra, Francia y Alemania

     La consecuencia de esta creencia era que cuando los originarios de “Colombia” se topaban con alguna persona que no hablara bien el español, considerada entre los nativos signo y expresión de supina ignorancia, no dudaban en ningún momento de adjetivarlo como inglés.

     Según llegó a observar, el pueblo caraqueño mostraba “gran inclinación por las formas externas de la religión. Menudean las festividades litúrgicas, con cauda de gastos, pompa y dispendio de tiempo”. De acuerdo con sus pesquisas recogió la versión según la cual, al año, ocupaban ciento cuarenta y cinco días de sus vidas, sin contar los días domingo, “de modo, que, si se incluyen los otros días de descanso, resulta que más de la mitad del año es tiempo perdido para la industria”.

     Agregó que las ceremonias religiosas, junto con los bailes y la música, formaban parte de las distracciones y diversiones públicas, de las que, para Bache, los “colombianos” mostraban gran afición y pasión. En lo que se debe leer que al hacer alusión a los colombianos era realmente a los caraqueños que se refería.

     Anotó que los días feriados se abrían las puertas de un teatro “con capacidad para ochocientos espectadores aproximadamente, y que se llena de bote en bote, a pesar de la baja calidad de la representación”. 

     En este orden hizo referencia al anterior teatro que se había derrumbado con el terremoto de 1812, y que era de un aforo mayor, para alrededor de 2000 espectadores. En lo referente al teatro que él presenció, cuya construcción se le había comunicado era provisional, los palcos estaban separados unos de otros a la usanza de estos establecimientos. Anotó que las familias que concurrían a los espectáculos debían traer sillas u otros asientos porque la edificación carecía de ellos. “El patio no tiene techo y el piso es la tierra monda y lironda”. En cuanto al costo de las entradas ascendía a veinticuatro centavos, “y la policía del espectáculo consiste en seis o siete soldados, al mando de un oficial, apostados cerca del local y armados de arcabuces”.

     Refirió que la declamación de los actores era pomposa, aparatosa, presuntuosa y afectada, “totalmente desprovistos de gracia o naturalidad”. Describió que, en el desarrollo de la función, un bufón se apoderaba prácticamente del escenario. El mismo hacía grandes esfuerzos para apoderarse de la atención total de los asistentes lo cual hacía con zafias y toscas muecas junto con chocarrerías o chistes, “y la asombrosa cantidad de pliegues que le va dando a su chambergo”.

     Puso a la vista del lector que los que deseaban divertirse concurrían, de forma mayoritaria, a los salones de billar. Agregó, en este sentido, que los “colombianos” dedicaban demasiado tiempo a los juegos y que para él no eran nada beneficiosos. De acuerdo con su percepción la inclinación lúdica ejercía “una extremada atracción sobre todas las clases sociales, y que pueden ser imparcialmente considerados como el más dañino de los vicios que poseen los colombianos, afortunadamente compensado por virtudes como la sobriedad y la templanza”.

     Le causó extrañeza que en Caracas sólo hubiese dos hoteles, “uno pertenece a un francés y el otro a un criollo de las islas”. Sus huéspedes eran en especial de origen inglés. Eran oficiales, según precisó, que ofrecían sus servicios al ejército colombiano. “Las costumbres domésticas de los españoles, y su espíritu de economía y moderación, hacen que les resulte muy ingrata la estancia en un bullicioso hotel, a los que sólo acuden en caso de extrema necesidad”.

En su obra, Bache advierte que, en raras oportunidades, a las damas se le ve en las calles caraqueñas
En su obra, Bache advierte que, en raras oportunidades, a las damas se le ve en las calles caraqueñas

     Observó la existencia de cerca de seis u ocho lugares donde se desarrollaban actividades de tipo mercantil en la ciudad de Caracas. Había unos pocos administrados por franceses y ciudadanos de otras nacionalidades. Añadió que existían dos casas comerciales regentadas por estadounidenses, quienes gozaban de alta estima en la ciudad, según pudo constatar.

     Describió la existencia de algunos históricos aristócratas que “aún continúan ennobleciendo a la sociedad de Caracas son objeto de mayores distinciones que las que pueda conferirles un simple riband, pues el amor y la confianza de sus paisanos es la mejor recompensa por su desinteresada consagración a los intereses de la patria”. De inmediato, hizo referencia a algunos de estos aristócratas. Del Conde de Tovar recordó que había votado, en la primera asamblea constituyente, por la erradicación de los títulos nobiliarios. El Marqués del Toro fue uno de los primeros en renunciar a su título en los inicios de la revolución. De este último expresó que había invertido una fortuna principesca en beneficio de la república. “podemos formarnos una idea de la regia magnitud de la heredad del Marqués del Toro antes de la revolución, con solo señalar el hecho de que en sus dehesas pastaban a un tiempo alrededor de mil corceles de raza; y en cuanto a su ilimitada generosidad de anfitrión, baste mencionar un célebre festín con que agasajó a un numeroso grupo de invitados, el cual duró veinte días, estimándose el gasto diario en un millar de pesos”.

     En lo referente a las damas advirtió que en raras oportunidades se les veía en las calles caraqueñas. Salvo a horas muy tempranas del día, cuando se dirigían a misa. Las observó que siempre iban en compañía de parientes y por criadas que cargaban con las alfombras que les servirían para arrodillarse en la iglesia. 

La chicha es una de las bebidas por excelencia de los caraqueños; su sabor es muy grato, apunta Bache en su libro
La chicha es una de las bebidas por excelencia de los caraqueños; su sabor es muy grato, apunta Bache en su libro

     “Como las iglesias carecen de bancos o reclinatorios… el elegante tapete constituye un elemento indispensable en el tren litúrgico de una delicada devota, pues sin él – aparte de la extrema incomodidad de la posición adoptada, si se prolonga en exceso – probablemente su salud podría resentirse a causa de la humedad del frío pavimento de mármol o ladrillos”.

     Acerca del traje que lucían las damas para cuando iban a la misa matutina “no contribuye ciertamente a realzar su belleza, pues consta únicamente de velo y falda negros”. Anotó que en un tiempo anterior se había hecho obligatorio que la indumentaria debía estar elaborada en “tela barata y de la misma calidad para todas las clases sociales”. Esto se hacía, según sus palabras, para recordar a las damas ricas la igualdad que tienen todas las categorías sociales “en presencia del Creador”. Pero con el pasar de los años el atuendo se había ido haciendo cada vez más costoso al ser diseñado con seda, terciopelos y encajes. 

     “También existe un vivo sentimiento de rivalidad en materia de trajes; y las que carecen de recursos para hacer el gasto respectivo se someten a toda clase de privaciones y sacrificios para igualar el magnífico atavío de quienes disfrutan de mayor prosperidad económica”.

     Dejó escrito que la belleza de las féminas resaltaba mejor en el seno de los hogares, ya lo fuese en banquetes o fiestas que se llevaban a cabo en las noches, cuando exhibían sus indumentarias a la usanza europea. “Aunque su tez no es tan blanca como en los climas septentrionales, es bastante clara para producir grata impresión en quienes las contemplan”. Admiró el color oscuro de sus cabellos y el suave y húmedo color negro de sus ojos. De seguida, adjudicó la carencia de una idónea formación cultural de las nuevas generaciones femeninas, así como de los integrantes de la comarca, a la guerra a muerte que se había presentado en el país durante períodos anteriores a su visita. No obstante, testificó haber conocido a varias mujeres “que poseen algunos conocimientos de inglés, y muchas más saben hablar francés, aunados estos méritos a los modales más amables y cautivadores y a otras prendas femeninas”.

     De acuerdo con lo que evidenció, los bailes, la música, la religión y el tocador absorbían la mayor parte del tiempo de las caraqueñas. “Su educación es completamente femenina”. Para él era evidente que las damas de otros países superaban a las caraqueñas en el cultivo de la inteligencia, “también lo es que las criollas las aventajan a su vez en las gracias y encantos que son gala típicamente de su sexo”.

Caracas y las ruinas del terremoto de 1812

Caracas y las ruinas del terremoto de 1812

Apreciaciones del húngaro Pal Rosti, recogidas en su obra “Memorias de un viaje por América”. Rosti fue fotógrafo, naturalista y viajero que visitó Venezuela entre 1856 y 1858.

Pal Rosti, influenciado por la obra “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente”, de Alejandro de Humboldt, viajó a los Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, Venezuela y México entre 1856 y 1859
Pal Rosti, influenciado por la obra “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente”, de Alejandro de Humboldt, viajó a los Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, Venezuela y México entre 1856 y 1859

     Quizá uno de los más citados y cuyos estudios ha sido de mayor profusión entre los analistas sociales se encuentra en el caso de lo configurado y tramado por Pal Rosti, luego de haber visitado una porción del territorio venezolano a finales de la década del cincuenta del 1800, durante los últimos años del mandato de los Monagas. Salió de Francia un cuatro de agosto de 1856. Su destino: América, en especial la visita a los lugares menos explorados por otros viajeros o cronistas que habían pasado por estas tierras.

     Existen tres temas, convertidos en hitos, que los visitantes llegados a Venezuela utilizaron como una especie de corte para la construcción de sus frases narrativas. Ellas fueron la guerra de Independencia, el terremoto de 1812 y la exuberante naturaleza que no dejaron de exaltar, al lado de la censura de actos, hábitos o costumbres que les resultaban extraños y, por tal circunstancia, mostraban repulsión al ser descritos por ellos.

     Sus Memorias de un viaje por América, las inició Rosti con una descripción sobre la situación en la época colonial, el período de la independencia y la edificación republicana, hasta alcanzar lo que experimentó en su estadía en el país en los últimos años del mandato de José Tadeo Monagas, hacia el año de 1857. Al llegar al puerto de La Guaira lo describió como una rada y que las olas del mar eran tumultuosas, donde no era propicio anclar. Los negros eran los encargados de trasladar el equipaje de los viajantes de la embarcación a la orilla, al igual que el traslado de las personas que llegaban a él.

     Es importante indicar que durante el siglo XIX aún se hacía referencia a Sudamérica como un espacio territorial cuya frontera norte comenzaba con el norte de México hasta Cabo de Hornos. 

     El concepto Mesoamérica y América Central se extendió en el 1900. América se describía a partir de una región septentrional, la parte anglosajona, y otra meridional, la española. Por eso es común que los escritos de esta época sólo hicieran referencia a Suramérica y Norteamérica.

     Luego de describir el paisaje que iba observando en su traslado desde La Guaira a Caracas, no dejó de ponderar la exótica y exuberancia de la vegetación por su belleza y variedad. Expresó que al llegar a esta ciudad sintió tristeza o más bien melancolía, cuando comenzó a cruzar “el hermoso valle” y sus largas calles que estaban cortadas en ángulo recto, “que antaño tal vez estuviesen empedradas, más ahora semejan el cauce de un arroyo de montaña”. Sin embargo, puso a la vista del lector el calor sofocante, aunque no como el experimentado en La Guaira, que concitaba a guarecerse de los rayos verticales provenientes del sol y a dormir mientras permanecía la etapa de mayor calor.

     Sus primeras impresiones las redactó así: “Parecía que hubiésemos llegado a la ciudad de los muertos; aquí y allá, cual almas errantes, algunas negras – con largos y blancos velos en sus cabezas, que destacaban más aún la negrura de sus rostros – llevaban silenciosas algunos recipientes de agua o frutas a las casas de sus amas”. Trajo a colación el profundo silencio que se experimentaba en la capital de Venezuela. A esto agregó que acá nunca podía oírse el ruido producido por un coche, “porque el coche y la carreta son allí cosas desconocidas; las personas andan a caballo o en mulas; las cargas y los equipajes los hacen transportar sobre asnos o mulas”.

Durante su estadía en Venezuela, Pal Rosti escribió notas de viaje e hizo las primeras fotografías paisajísticas que se conocen en el país.
Durante su estadía en Venezuela, Pal Rosti escribió notas de viaje e hizo las primeras fotografías paisajísticas que se conocen en el país.

     Hizo un comentario según el cual las calles eran rectas, aunque bastante anchas y que tenían una dirección, en pendiente, de occidente a oriente. Las casas que primeramente observó eran de ladrillos, de un solo piso, con techos de tejas. Agregó que todas las casas eran de reciente construcción y las viejas yacían entre ruinas. “Entre los abandonados muros destruidos de los conventos, iglesias y demás casas altas de antaño, echaron raíces cactos y enredaderas, que acentuaban más el efecto entristecedor que tuvo en mí la ciudad sin vida, recordándome aquel terrible cataclismo del cual son resultados esas ruinas”.

     Agregó a este comentario que la Caracas anterior al movimiento telúrico era suntuosa y hermosa. Puso a la vista de sus lectores que el terremoto de 1812 formaba parte de la historia reciente de la ciudad capital. En este orden de ideas citó a Alejandro von Humboldt quien en su libro Viaje a las regiones equinocciales al Nuevo Continente describió de manera pormenorizada lo acontecido un jueves santo de aquel año. Recordó que la ciudad no se había recuperado del todo de las secuelas de aquel sismo.

     La Caracas que conoció estaba apenas emergiendo de la tragedia y la destrucción urbana. A esto sumó: “las continuas guerras civiles y la triste situación del país no permiten su florecimiento, su renacimiento”. Por eso vio que no había calle que no mostrara restos de construcciones y algunas partes de la ciudad solo estaban ocupadas por ruinas. Había otras construcciones, por lo general sin techo y casi destruidas, que estaban ocupadas por negros y mulatos, “las capas más bajas de la población, en fin, en medio de la mayor miseria”.

     Abrigó un concepto favorable de la vegetación que comparó con una pintoresca vista, similar a una escena de novela. De la Silla de Caracas rememoró su presencia majestuosa. De igual modo, anotó que el río Guaire se abría camino rodeado de olorosos arbustos de Berbería y sauces. Asoció el rocío de la neblina y las sombras provocadas por la luz de la luna con un velo de hada y embrujo. De la ciudad agregó que era un valle rodeado de espléndidas montañas, con un agradable y templado clima, “comparable aproximadamente al de Hungría en el mes de junio”. Recordó que varios denominaban al clima caraqueño como el de la eterna primavera. Agregó que ofrecía condiciones favorables para el desarrollo de cafetos, palmeras, plátanos, naranjas y el cultivo de manzanas, durazno y trigo.

La obra más notable de Pal Rosti se titula “Memorias de un viaje por América”. Fue publicada originalmente en húngaro, luego se realizaron varias ediciones en español e inglés
La obra más notable de Pal Rosti se titula “Memorias de un viaje por América”. Fue publicada originalmente en húngaro, luego se realizaron varias ediciones en español e inglés

     Aunque el clima agradable y templado que experimentó no era regular, “lo que es bastante malo”. Agregó que algunos caraqueños le habían informado que en ocasiones en un mismo día la temperatura variaba de manera considerable y que los cambios eran bruscos. El clima caraqueño era favorable para la irritación del sistema nervioso. Recordó que una noche en Caracas había experimentado las alteraciones climáticas, a inicios del mes de abril, cuando el calor se hizo casi insoportable que el ánimo de él y sus acompañantes fue de tal sofoco que tuvieron que interrumpir la conversación que venían desarrollando.

     Comentó que cuando llegó a Caracas en 1857 el período de lluvias había comenzado en el mes de mayo, aunque a veces se iniciaba en abril. “Durante los tres primeros meses de ese período las lluvias y las tormentas son muy frecuentes, en ocasiones tienen lugar hasta dos o tres tormentas en un mismo día”. Comparó el cultivo de la caña de azúcar en Venezuela con respecto al de Cuba donde había estado antes de llegar a Venezuela. Del producto de ella aprovechada expresó que en Venezuela sólo preparaban azúcar morena, impregnada de una melaza de mala calidad que denominaban papelón. De este expresó que era más barato que la azúcar blanca. Del consumo preferido entre los pobladores de la ciudad era el papelón.

     El fruto de mayor producción entre los agricultores era el café, según su relato. Sumó a sus consideraciones que el viajero europeo que permanecía cierto tiempo en la zona tórrida “queda agradablemente sorprendido, cuando llegando al valle de Caracas encuentra entre la tropical vegetación los árboles frutales de su tierra”. Esto lo refrendó al poner como ejemplo cultivos de mora, melocotón y manzanas. Un dulce que le pareció de excepcional calidad fue el membrillo, golosina preferida por los caraqueños, “quienes gustan – en general – excesivamente de los dulces, pues creen que el agua sólo cae bien cuando antes se ha provocado la sed con ellos”.

     En él el clima caraqueño era muy favorable para la reproducción de la flora, pero no así para los forasteros o extranjeros que se establecían en Caracas. “Las oscilaciones bruscas de la temperatura y la fluctuación frecuente de la traspiración corporal ocasionan diversos catarros y fiebres”. Sin embargo, el europeo que se lograra adaptar a estas fluctuaciones alcanzaría un estado de salud bastante favorable, según puso en evidencia, para el caso de lugares donde la humedad atmosférica no fuese tan brusca como la de la “eterna primavera”. “Por lo que a mi persona se refiere, no puedo quejarme del clima de Caracas, pues pasé un mes en esa ciudad y no me atacó ni el menor mal”.

     Expuso ante sus lectores el caso de la fiebre amarilla. De ésta expresó que era muy común en La Guaira y que atacaba de manera muy fuerte a los europeos que recién se instalaban en Caracas. Aunque ella no atacaba de forma tan fuerte en la ciudad de Caracas y que, por lo general, los contagios se sufrían en el puerto de La Guaira.

     De acuerdo con cifras por él recopiladas Caracas contaba con 40000 habitantes para el año de 1800, 50000 en 1810, 23000 en 1823, 35000 en 1840 y para el momento de su estadía tenía cerca de 40000 personas. Una pequeña porción de lugareños era de “raza” blanca, incluidos los criollos. La mayoría de los nativos eran de “raza mezclada”, es decir, mestizos, mulatos y zambos. Indicó que además se concentraban “innúmeros cruces” de estos últimos, así como los “negros puros, esclavos antaño, libres hoy”.

     Escribió que los indios se habían extinguido “no solo en Caracas y sus alrededores – sino en general en la parte más poblada y culta de Venezuela; únicamente en el interior del país y a orillas del Orinoco y del Apure pueden encontrarse algunos poblados indígenas; y asimismo – en la inmensa selva – aquí y allá ciertas misiones o tribus todavía salvajes, que habitan en míseras chozas y – según sus costumbres ancestrales – se embadurnan el cuerpo y andan desnudos”.

     Por eso anotó que: “A Caracas sólo le quedó de su origen indígena el nombre”.
Rosti dejó una interesante obra relacionada con Caracas y otros lugares que visitó en Venezuela. Estuvo en los Llanos para conocer de cerca a los llaneros a quienes comparó con los caraqueños. Dejó una interesante colección de fotografías. Arte que había comenzado a cultivar cuando estuvo de visita en Francia, antes de su viaje por América.

Usos sociales y espacio público en Caracas

Usos sociales y espacio público en Caracas

El primer embajador de Brasil en Venezuela, Miguel María Lisboa (1809-1881), mejor conocido como el Consejero Lisboa, se le encomendó la misión diplomática de viajar y estudiar a profundidad las características de las repúblicas fronterizas con Brasil (1843-1853). A partir de ese recorrido, Lisboa escribe un libro titulado Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, donde, entre muchas otras informaciones, relata su vivencia en Caracas y las costumbres de sus habitantes.

Una de las descripciones que hace el Consejero Lisboa sobre los caraqueños es que estos tenían buen gusto para las fiestas y los bailes. Dibujo de Camille Pissarro, c.1854
Una de las descripciones que hace el Consejero Lisboa sobre los caraqueños es que estos tenían buen gusto para las fiestas y los bailes. Dibujo de Camille Pissarro, c.1854

     Uno de los usos sociales que fue objeto de comparación por parte del Consejero Lisboa se relacionó con los recién llegados a alguna ciudad de América y lo que sucedía con cualquier forastero que se asentara en algún lugar de Europa. De esta última recordó que quien llegaba a ella tenía por costumbre tomar la iniciativa de visitar a amigos y conocidos. En cambio, en tierras americanas era diferente. Entre los americanos el forastero era saludado por los habitantes de una de las ciudades pertenecientes al Nuevo Mundo. Puso a la vista que esto era muy común en Brasil, Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Quito y Lima. “Los caraqueños, sin embargo, no llevan tan lejos su amabilidad y exigen de los forasteros un término medio, esto es, que se anuncien enviando un billete a las personas con quien quieren relacionarse y recibiendo la primera visita en persona”. Acotó que tal costumbre había sido censurada, sin embargo, algunos sostenían la práctica al calificarla de actitud moderna. 

     Para dar fuerza a este argumento, tal como lo hizo con otras aseveraciones relacionadas con los caraqueños y Caracas, rememoró que cuando visitó la ciudad la primera vez, en 1843, tuvo que enviar tarjetas de presentación a algunos lugareños. 

     No obstante, durante su segunda visita, en 1852, los amigos y relacionados con los que compartió en la primera ocasión fueron quienes le dieron la bienvenida tanto los caballeros como sus señoras y sus doncellas. Ponderó el cumplimiento de los deberes sociales, al corresponder las visitas, cumplir de manera escrupulosa pésames y felicitaciones, “y hasta conocen los modernos de visitas de sobremesa, fiestas y Año Nuevo”. También destacó que, entre mujeres y hombres existía la tradición de visitar los días de su santo a amigos y parientes.

     Agregó que después de 1848 los habitantes de la comarca habían restringido fiesta y ágapes. Calificó lo acontecido este año como tumultuoso, “produjo tantas desgracias y tantas discordias entre los principales habitantes de Caracas”. De los caraqueños expresó que tenían buen gusto para las fiestas y los bailes, “nadie lo sabe hacer mejor”, dejó escrito. Contó que, el día 3 de octubre de 1852 un mantuano lo había invitado a una celebración en ocasión del doctorado en leyes de uno de sus hijos. Expresó que, a pesar de ser poco amante de Terpsícore se había retirado a sus aposentos a las tres de la mañana. Escribió que toda la casa se había adornado para el baile que se presentaría y en cuyo salón había no menos de trescientas luces y una orquesta de doce músicos que interpretaban composiciones de Strauss, Herzog y Lanner, entre otros. Sin embargo, agregó que los bailes en la ciudad no eran frecuentes. El que describió le pareció lleno de delicadeza y buen gusto y que por los manjares que se servían, “igualaba los mejores de Europa”.

     Alrededor del lujo y la elegancia de fiestas como la señalada por el Consejero Lisboa, observó un detalle de los bailes presentado en Caracas, una característica que para él los hacía especiales frente a los bailes que presenció en Europa. Expresó que, en la parte de fuera de las ventanas, así como en los patios e interior de las viviendas, donde se desarrollaban bailes llenos de esplendor, “se apiñan los criados y esclavos de ambos sexos, vestidos aseadamente, los que acompañan a las señoras al baile”. Llamó la atención acerca de esta circunstancia y a la que comparó con el trato ofrecido a los sirvientes por parte de sus amos en Europa. Para él resultaba ser otro buen ejemplo del carácter indulgente y bondadoso de los habitantes del Nuevo Mundo. Para Lisboa resultaba “una prueba de que el estado de esclavitud que los abolicionistas pintan con tan medroso corazón tiene en América, especialmente en las grandes poblaciones, ventajas que ellos les niegan”.

El Consejero Lisboa observó que los caraqueños conservaban una pasión y tendencia por las ideas religiosas
El Consejero Lisboa observó que los caraqueños conservaban una pasión y tendencia por las ideas religiosas

     Según observó, un análisis imparcial de las condiciones de vida de los esclavos urbanos se podía corroborar que ellos, en su gran proporción, estaban “considerados en América como formando parte de la familia y tratados con mucha más indulgencia que los criados europeos. En Europa, los criados forman una casta separada en todo de sus amos”. Por otra parte, su criado de nombre Simplicio le hizo notar que algunos sacerdotes fumaban en la calle. Lo que lo llevó a establecer que en Caracas era un hábito muy generalizado entre sus habitantes. En el caso de mujeres las observó, pero en sus casas frente a amigos muy cercanos y “siempre tras muchas disculpas y satisfacciones”.

     Para lo que denominó la embriaguez indicó que no vio en las mujeres caraqueñas una propensión a consumir bebidas alcohólicas. Incluso expresó que entre la “clase baja” solo se podían observar borrachos en fiestas públicas. En cuanto al juego, agregó que cuando visitó la ciudad por vez primera la recreación, con sus excesos y desgracias, no era como en Lima y Santiago de Chile. Según información obtenida por él, “desde el malhadado 1848, anulada la sociabilidad por causa de la revolución, muchos caraqueños buscaron distracción en aquel vicio fatal. Es un argumento más contra las revoluciones, especie de caja de Pandora que encierra en sí todos los males de la tierra”.

     Argumentó que, por ser descendientes de los españoles, los caraqueños conservaban una pasión y tendencia por las ideas religiosas, una característica muy propia de aquéllos según relató. Sin embargo, los caraqueños daban mayor importancia a las prácticas exteriores y no a la esencia y dogma cristianos. De estas prácticas agregó no haber presenciado nunca controversias o peleas por cuestiones religiosas. De igual modo, puso a la vista que quienes acudían con mayor frecuencia a las iglesias eran las mujeres. Agregó: “En su ignorancia de la pura doctrina y de la historia de la religión católica, se parecen mucho los venezolanos a otros pueblos de la América española”.

     De seguidas, añadió que las procesiones en Caracas eran consideradas una expresión de diversión colectiva y que eran las únicas fiestas en que el pueblo en general participaba sin distinción social alguna. Pudo comprobar que toda la sociedad se volcaba a participar y “hacen un extraordinario consumo de pólvora en petardos y cohetes”. La iglesia de las Mercedes era la más dispendiosa durante estas fiestas. Argumentó, en este orden, que la religión de un pueblo servía para medir sus virtudes caritativas. Anotó que entre los establecimientos de caridad pública que existían en la ciudad se encontraba el Hospital de la Misericordia, en donde había una sección solo para leprosos, mal que aquejaba a muchos venezolanos, en especial hacia el oriente del país.

     Indicó no haber localizado casa de expósitos en Caracas. Por otra parte, dispuso para el lector lo que denominó “las capacidades mentales de los caraqueños”. A propósito de esta denominación destacó “que tienen en la capital un grado de adelanto superior a su población, a su importancia política y a sus progresos materiales”. Sin embargo, no dejó de mostrar desasosiego por el “espíritu demagógico” que se estaba sembrando por el país. De la prensa caraqueña destacó que estaba bien dirigida y diseñada. En lo referente al uso de lenguas extranjeras puso de relieve que la lengua francesa e inglesa era muy común entre los jóvenes de la capital.

     En cuanto a la lengua y los modos usuales que ella mostraba entre los habitantes de la comarca, Lisboa puso en evidencia el ceceo que les daba una cadencia particular a los caraqueños y que se mostraba, en este sentido, diferente al español de la sociedad progenitora. De igual manera, expresó que otra “irregularidad” del idioma, que no había apreciado en España ni otro país latinoamericano, era el uso generalizado de diminutivos que eran aplicados a los gerundios, “los que dan a la conversación un sonido tierno, muy en armonía con las costumbres suaves de los americanos”. Asimismo, puso de relieve el uso, entre los habitantes de Caracas, de interjecciones como el “guá”, “que en boca de las caraqueñas suena con mucha gracia y expresión”.

En su escrito, el Consejero Lisboa señaló que el centro educativo más digno de alabanza era la Escuela de Artesanos. “Es este un hermoso establecimiento donde las clases inferiores de la sociedad adquieren una instrucción práctica y útil para sus más urgentes necesidades
En su escrito, el Consejero Lisboa señaló que el centro educativo más digno de alabanza era la Escuela de Artesanos. “Es este un hermoso establecimiento donde las clases inferiores de la sociedad adquieren una instrucción práctica y útil para sus más urgentes necesidades

      A su descripción agregó que había asistido a una colación de grados, el 3 de octubre de 1852. Añadió que los graduandos vestían un “traje apropiado”. El mismo consistía en un vestido confeccionado con seda negra, con togas parecidas a las usadas por los magistrados del Brasil, acompañadas de una muceta y un birrete con borla.

     “La muceta es parecida a la que usan nuestras hermandades en el Brasil, y el birrete es parecido a un turbante turco, coronado en lo alto con una borla de lana o, en algunos casos, por una flor de oropel, y adornado con una franja cosida en la parte alta de la copa, que cae sobre los lados y lo cubre todo. Los colgantes de esta franja tienen un tamaño de un palmo, y cuando el birrete está sobre la cabeza, tapan las orejas y parte de la cabeza del doctor”.

     Describió los actos realizados en la iglesia y los correspondientes al ofrecimiento de los títulos para los graduados, por parte de la autoridad correspondiente. En una de las fases de la ceremonia académica, el doctor en Cánones pronunció un discurso “henchido de eruditas citas de los Santos Padres, pero demasiado extenso”. 

     Luego le siguió un doctor en leyes que, según Lisboa, pronunció un discurso elegante y bien tramado, “y que hubiese merecido universal aplauso si no hubiera encerrado una frase ofensiva para el gobierno español, cuyo representante había sido invitado al acto”. Ante esta circunstancia, Lisboa agregó que esa fracción del discurso había sido reprobada por la mayoría de los asistentes al acto de graduación.

     Según contó, luego fueron invitados a degustar un “abundante refresco” por invitación de uno de los padres de los graduados en leyes. A este respecto escribió que era una mesa espléndida a la que habían sido admitidos todos los doctores, “y todos lo que no lo eran; en una palabra, todo el mundo”. Luego de haber terminado este tentempié la mesa presentaba un aspecto triste, cuyos destrozos le hicieron rememorar un campo de batalla. Sería en esta misma casa en la que, posteriormente, se ofrecería un baile plagado de buen gusto.

     Observó la existencia de otros establecimientos educativos sostenido por los gobiernos provinciales y municipales. Entre ellos destacó una escuela de música, a cargo del consejo municipal. Contó que había asistido a una exposición de los estudiantes de dibujo. En ella se presentaron setenta y cuatro trabajos, realizados al óleo y a lápiz. De éstos comentó una copia de la huida a Egipto, de Murillo, cuyo original reposaba en una iglesia de Caracas. Para él la muestra de los dibujos presentados en octubre de 1852 servía para dar fe de los progresos alcanzados por los alumnos y del estímulo para seguir demostrando sus progresos.

     En su escrito señaló que el establecimiento educativo más digno de alabanza era la Escuela de Artesanos. La misma había sido fundada por un teniente de ingenieros. Desde su establecimiento se habían ofrecido lecciones, todas las noches y los días domingo, de lectura, caligrafía, aritmética, álgebra y geometría para todos los artesanos de Caracas. Comentó que esta iniciativa merecía los mayores elogios. Por tanto, indicó “Es este un hermoso establecimiento donde las clases inferiores de la sociedad adquieren una instrucción, no metafísica y perniciosa, sino adaptada a sus más urgentes necesidades, práctica y útil, y al mismo tiempo dedican al estudio las horas que se perdían antes por las tabernas y consagraban al vicio”. Agregó que era deseable que no se entrometiera la “maldita política” y que convirtiera este establecimiento en un “club de conspiradores”. 

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