Un bogotano en Caracas

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Un bogotano en Caracas

Alberto Urdaneta

     Para 1883 se llevó a cabo en Venezuela la llamada Fiesta del Centenario, momento que sirvió de marco para recordar los cien años del nacimiento del Libertador. En este evento se dieron cita personalidades de la vida nacional y de otros espacios territoriales de la América española y distintos lugares del mundo. Mucha de la ornamentación de la Venezuela guzmancista se llevó a efecto bajo este evento que también sirvió para estimular el culto bolivariano alrededor del poder establecido. Entre los invitados estuvo un bogotano, entre otros, de nombre Alberto Urdaneta (1845-1887) quien había sido general del ejército de Colombia, además de empresario agrícola y pecuario. Creador de la escuela de Bellas Artes, pensador, fundador de Papel periódico ilustrado donde publicó “De Bogotá a Caracas” entre 1883 y 1884.

     Las observaciones que plasmó Urdaneta las recopiló en los cincuenta días que estuvo por Caracas. Comenzó su escrito al hacer referencia al Calvario y le informó al lector que al adentrarse a Caracas el ambiente le pareció seductor. Las casas las describió como construcciones de un solo piso, edificadas con mampostería y en calles angostas. Recordaría que con Antonio Guzmán Blanco se comenzaría a construir, desde el denominado Septenio, alamedas o bulevares que imitaban y, en algunos casos, aventajaban las de París por su anchura y protección de la vegetación. De ésta expresó que era abundante y frondosa, cuyo cultivo, se apreciaba, habían ejecutado con esmero lo que ofrecía al observador de la ciudad un aspecto de una ciudad oriental.

     Caracas para su gusto era una ciudad bonita, incluso más bonita que París, y como Bogotá, tenía aspecto de ciudad. Subrayó que su embellecimiento se llevó a cabo luego del movimiento telúrico de 1812. Entre otras virtudes, Urdaneta recordaría la pulcritud y aseo de la ciudad. Aunque era raro ver una escoba y quienes la utilizaran. Como ejemplo de limpieza contó que por el mes de agosto decidió comer una naranja, ofertadas en la calle, para refrescarse, pero no encontró lugar para desprenderse de las conchas puesto que no había cestos de basura, por lo que optó por guardarlas y desembarazarse de ellas en el lugar que tenía como morada. Sin embargo, agregó que había barredoras mecánicas, tiradas por un caballo y dirigidas por un peón. Pero, no era esto lo que mantenía aseadas las calles de Caracas, sino las lluvias porque con éstas las aguas corrían de arriba abajo y esta corriente servía para limpiarlas, a esto agregaría el carácter pulcro de los habitantes.

     En cuanto a estos últimos recordaría que no usaban ruana, ni las mujeres vestían de negro. En su recorrido inicial le vino a recordación tanto el 19 de abril de 1810 como el 5 de julio de 1811 y el espíritu de Independencia, nacido de las doctrinas de Antonio Nariño y los precursores comuneros del Socorro en 1781. Sin duda, una aseveración exagerada a la luz de los estudios, en este orden, dados a conocer posteriormente. En su narración llamó la atención acerca del arzobispado de Venezuela, el Colegio de Ingenieros, la Facultad Médica Nacional, el Instituto de Bellas Artes y la Biblioteca en donde reposaban treinta mil volúmenes.

 

Calles y coches

     En lo referente a la organización y ornamentación de la ciudad delineó en su narración la existencia de 19 puentes, 14 de mampostería y uno de hierro, el cual se ubicaba sobre el río Guaire. En cuanto a las variaciones climáticas habló de dos: lluvia y sequía. Dejó escrito que en los tiempos del Centenario (1883) Guzmán Blanco había mandado a eliminar el que la parte frontal de las casas se blanquearan con cal, yeso o tierra blanca y se sustituyeran por pinturas a base de aceite, con colores claros. Junto con este cambio se dispuso a suprimir los impresos y anuncios públicos en las paredes de ellas. Acerca de esto último, indicó que en lugar de esta práctica se comenzaron a utilizar los árboles, donde con una tablilla se colocaban anuncios de interés.

     A medida que avanza su descripción agregaría nuevos aspectos que le llamaron la atención en comparación con su originaria Bogotá. Reconoció que el uso del cemento apenas comenzaba en Venezuela y que la mayoría de las calles centrales eran de este material. El mismo estaba siendo utilizado para sustituir en las calles las antiguas lajas de formas irregulares y variadas. Aunque las calles fuesen empedradas, con pequeñas piezas, ello no impedía el libre flujo de los carruajes.

     En lo que se refiere al transporte señaló que, el uso de los carruajes estaba bien reglamentado y que existían dos tipos diferentes de ellos, aparte de los particulares: los de plaza y tirados por uno o dos caballos. Para su convencimiento la mayoría de choferes eran italianos. Las tarifas variaban según las situaciones. Un bolívar por cada carrera o un venezolano por hora. Ofreció la información sobre la existencia de unos 160 carruajes de plaza en Caracas.

     A estos sumó los coches de lujo tirados por dos caballos y los cocheros hijos del país, según lo anotado por Urdaneta. El costo del servicio eran dos venezolanos por hora. Los días de fiesta y al salir de la ciudad al campo el costo era el doble. Indicó que cada cochero llevaba un reloj y vestían indumentaria presentable y pulcra. En Caracas habría unos cuatrocientos de este tipo reseñó en su texto. El medio de transporte más utilizado para trasladar objetos y mercaderías eran animales como el asno o pequeños carros de dos ruedas, halados por mulas, un solo arriero conducía hasta doce asnos en recua.

     De las calles anotó que estaban bien alumbradas con faroles de petróleo. Para la fiesta del Centenario se agregaron faroles de esperma y la luz eléctrica, basada en el sistema de Weston en algunos puntos de la Plaza Central y monumentos importantes. En la visita que llevó a cabo a la Catedral de Caracas, destacó un cuadro de Antonio Herrera, pintor de tendencia modernista. De igual modo, subrayó que en los alrededores de ellas había espacios vacíos, uno de ellos donde reposaba el corazón de Girardot, sin lápida que identificara el lugar. Con cierto aire quejumbroso señaló que un sentimiento patriótico debía embellecer este lugar, en vez de estar sepultado en medio de grama crecida. De otras iglesias caraqueñas señaló que la de Altagracia era la predilecta de las mujeres y la iglesia de la Merced donde existían fosas y que para él sería importante que, en Bogotá algunos templos, imitaran esta práctica y así obtener recursos económicos que ayudaran en su funcionamiento.

 

Caraqueños y caraqueñas

     Su relato es muy sobrio respecto a hábitos, usos, costumbres, gustos de lo que denominó sociedad caraqueña. Justificó que no se extendería en este punto porque el poco tiempo de observación de sus cualidades y por lo reducido de los defectos de ella no se prestaban para ser calificada.

     Del caraqueño anotó que eran mezcla de alemanes, vascos y que las razas primitivas constituían la costa norte de Suramérica. Estos grupos mezclados le sirvieron de pauta para calificarlos como sigue: raza pronta a las buenas o malas pasiones, despierta para todo, no perezosa, apasionada, sensible, apta para las armas como para escribir tratados jurídicos o una novela, vehementes en el afecto como en el resentimiento. Agregó la falsedad de la idea según la cual el caraqueño no era blanco, por eso adicionó que era tan blanco como el europeo, como “nosotros”, subrayó Urdaneta. El mismo vigor y energía corría por sus venas esa buena sangre azul, atributo de la raza especial suramericana, remató el autor.

     Advirtió que, a pesar de su edad y sin perder la sangre fría, se dio a la tarea de observar las generalidades en saraos, visitas oficiales o familiares, en calles, jardines de los caraqueños. En fin, apreciar la parte poética del género humano. Sus conceptos alrededor de este aspecto son como sigue. El caraqueño reunía la gracia innata de los pobladores de tierras templadas. En cuanto a la mujer insistió que el clima facilitaba baños depurativos desde tempranas horas del día. A ello se agregaba la vestimenta vistosa y de sus encantos como mujer. Dejó escrito que, las tibias mañanas se prestaban para el encuentro furtivo de parejas de enamorados en la choza, el valle y la finca. Aseveró que las damas lucían trajeadas a la usanza de las parisinas en la época primaveral.

     Las mañanas eran las predilectas para las compras, pasear, oír misa o la visita de confianza. Ya desde las once de la mañana hasta las tres de la tarde la ciudad presentaba su monotonía. Contó que las mujeres al caer el sol salían con sus costosos vestidos, pero de buen gusto, y se exhibían en paseos y lugares públicos. A la armonía especial de la costa, la mujer caraqueña la acentuaba al darle un movimiento a la frase importante que intentaba comunicar. En el teatro y el baile, el donaire en el vestir, su constante sonrisa, la amabilidad que seducía le daban a la caraqueña un atractivo incomparable, según dejó escrito Urdaneta.

Urdaneta fue fundador de Papel periódico ilustrado, donde publicó “De Bogotá a Caracas”

     Sin embargo, propuso que estas características las había apreciado en un momento muy puntual. Por ello añadió que bien pudieran ser estas acciones o características habituales o, al contrario, propiciadas por una situación específica. De los hombres dejó plasmado que, vestían con trajes propios de época de verano, usaban sombrero de copa o de paja. Las vestimentas de dril blanco sólo las portaban los más elegantes. En las visitas de etiqueta o asistencia a la ópera iban con frac. En lo referente al consumo de bebidas espirituosas recordó la sobriedad con que las degustaban y que de una copa de cerveza no se excedían, mostró su gusto al ver que el brandy no fuese común entre ellos. En ágapes o fiestas preferían el ron Carúpano.

Para Urdaneta, Caracas era una ciudad bonita, incluso más bonita que París

     También resaltó el gusto de los caballeros por el baile, que lo ejecutaban con maestría. Cumplidores en sus visitas, no tenían impedimento para prolongarlas, si eran de su agrado, dos o tres horas. Aceptaban u ofrecían con franqueza un almuerzo o cena al visitante. Otras virtudes que resaltó: eran madrugadores y como las damas salían a dar paseos. Se trasladaban sin quejas hacia otras parroquias, en ocasiones a pasar el día o a pasear en horas de la mañana. Como seres serviciales y galantes atendían presurosos el pedido ajeno. Urdaneta destacó el uso del bastón por parte de los caballeros. En cuanto a los obreros, aquellos dedicados al trabajo rudo, no usaban la por él llamada perezosa y sucia ruana, andaban en mangas de camisa o con un ligero saco de dril blanco.

     A lo largo de su narración, el autor, expuso sus observaciones con bastante cuidado. Se cuidó de no ser muy crítico, condición que exhibió cuando hizo referencia a lo que en Bogotá era usual. Resulta de gran interés la escasa consideración en torno a la realidad política. Igualmente, cuando refería comparaciones con la realidad europea lo hizo para enaltecer esta comarca caraqueña, así como a su lugar de origen. Esto, de ningún modo, desdice lo relatado. Me parece que el interés principal es la coincidencia respecto a algunos atributos que se daban como un hecho entre quienes examinaron Caracas desde su realidad vital. El viajero relator hace uso de su propia experiencia, así como de sus vivencias personales y territoriales, ejes a partir de los cuales establece diferenciaciones y también coincidencias. Si algo se puede destacar entre el viajero hispanoamericano y el proveniente de Europa es aquel en que su propia experiencia es la impronta del relato. A este tenor, que entre uno y otro el relato normativo se torna diferente al momento de la comprensión del desenvolvimiento social en civilización.

Appun en Venezuela

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Appun en Venezuela

El naturalista Karl Ferdinand Appun

     Una gran porción de viajeros que alcanzaron el territorio venezolano, a lo largo del siglo XIX, eran de origen prusiano o alemán. Varios de ellos habían sido recomendados por Alejandro von Humboldt ante las autoridades gubernamentales, asimismo, tuvieron en sus escritos un modelo a seguir como naturalistas y exploradores de la naturaleza. Uno de ellos fue el alemán Karl Ferdinand Appun (1820-1872) quien estuvo por Venezuela entre 1849 y 1859, lapso durante el cual este país estuvo gobernado por los hermanos Monagas, José Tadeo y José Gregorio. De esta visita nació un texto titulado En los trópicos cuya primera edición se dio a conocer para 1871 en lengua germánica. En Venezuela se haría una edición en castellano para 1961. Entre los objetivos de su expedición, a esta comarca, era el de dar continuidad al trabajo que había comenzado otro alemán, Ferdinand Bellerman (1814-1889). Luego de 1859 marchó a su tierra natal a descansar por males de salud, contraídos en su estadía venezolana. Para 1872 regresaría con el objetivo de explorar la Guayana Inglesa, hoy Guyana, donde encontraría la muerte a manos de indígenas silvestres.

     Appun fue un naturalista y explorador con ciertos rasgos de romanticismo, pero con una fuerte inclinación realista en lo que a sus planteamientos teóricos se refiere. Una de las características de su escritura es que redactaba en primera persona y que sus descripciones estuvieron marcadas por una chispeante, y por momentos, jocosidad. Se debe agregar que fue dueño de una prosa limpia y elocuente en la que combinó las descripciones alrededor del mundo natural y los actores sociales en una dinámica social que observó con admiración y rechazo, disposición muy propia de la visión del viajero, con independencia de su lugar de origen.

 

     Durante su estadía por estos parajes visitó casi en su totalidad las costas venezolanas, entre las que destacaron La Guaira y la gran extensión marítima de Puerto Cabello. Igualmente, examinó las costas y las aguas del Lago de Maracaibo. Hacia el lado sur del país hizo lo propio en las aguas del Orinoco, pasó por Guayana y recaló en Georgetown.

     La Caracas que conoció Appun se diferenciaba poco de la de los primeros años del 1800. Era la ciudad de los arrieros, recuas, vías empedradas y de la mula como medio de transporte fundamental. Los años que pasó en este país, de Suramérica, los ríos eran las arterias viales de mayor importancia para el tráfico de bienes dirigidos a la exportación, como el añil, el tabaco, el café del piedemonte andino y los cueros que iban a los puertos desde donde serían trasladados a Europa. Arteria fluvial junto, ya pasada la temporada lluviosa, con el tránsito por tierra de bienes de consumo. Éstos provenían de la parte sur del país. Constituían cargamentos cuya dirección era hacia el norte de Venezuela, adonde se ofrecía el pescado seco o salado, manteca de cerdo, cueros, tasajos de res y chimó sin procesar recogidos en los llanos venezolanos.

     La pulcra prosa de Appun describió estos procedimientos de circulación de mercaderías, así como que destacó la importancia de la región llanera, en la dinámica económica venezolana en la mitad del siglo XIX. Como quedó dicho él tuvo en Humboldt su guía teórica, así como su mentor intelectual. Fue éste quien lo recomendó ante el gobernante prusiano Federico Guillermo IV, quien ofreció el apoyo económico requerido por el naturalista alemán para su incursión en estos parajes. Si bien es cierto que su tarea era la de explorar el mundo de la naturaleza, los señalamientos relacionados con la vida de los pobladores de esta comarca fueron de destacada relevancia.

     Uno de los aspectos a los que prestó importancia, con cierta amplitud, fue el de los hábitos de consumo y costumbres alimenticias de los venezolanos. Destacó los productos de mayor consumo que se ofertaban en pulperías y en el mercado. Uno de los hábitos que llamó su atención era que los habitantes se aseaban las manos antes y después de consumir sus alimentos. Aunque, observó el alto consumo de carnes de origen animal. Escribió respecto a esta inclinación y agregó que la carne era la consigna del día en Venezuela, “como la cerveza en Baviera”. En cuanto a su presentación o lo era frita, o bien salada o sancochada, tres veces al día, describió con sorpresa, tanta fue su impresión que consignó que su ingesta parecía una especie de reglamento que se cumplía con rigor. Igualmente, recordó que un venezolano de nacimiento vería frustrada su existencia sin el diario sancocho y el plátano asado.

     Algunos cortes de carne le causaron desagradable impresión. En una ocasión apreció unas tiras, de color oscuro, guindadas de un palo que semejaban correas de cuero. Confesó que lo que experimentó, en un primer momento, fue repulsión tanto por su aspecto exterior como por el fuerte olor que de ella percibió. Lo que estimuló esta reacción fue el tasajo o tiras de carne salada que se ofertaban al consumidor. Más adelante recordó que, como no se producía trigo a gran escala se producía pan de dos tipos, de maíz, que aquí se denominaba arepa que, según su gusto, era muy agradable si se consumía caliente y de yuca que era el casabe sin precisar que le gustara.

     A lo largo de su narración exhibió sus dotes de buen prosista. Uno de ellos se refiere a uno de los momentos cuando le provocó darse un baño en las aguas de un río. No obstante, el escogido para ello estaba ocupado, en algunos puntos de su orilla por negras que lavaban en él. Ante tal circunstancia recurrió a encontrar un espacio menos concurrido. Al fin logró su objetivo y en los momentos que disfrutaba de las cálidas aguas de riachuelo percibió que, a un lado, de donde el disfrutaba su sumersión, entró al agua un largo ejemplar de largo hocico que, ante tal eventualidad, hizo que él saliera presuroso del río. Reconoció que era un caimán, por estos predios lo “llamaban baba”, anotó. Confesó que luego se enteraría que era una “especie inofensiva para el hombre”. Agregó al final de este evento que debió salir, cual vestiduras adánicas, a la vista de quienes en un principio el buscó eludir.

     Contó que, en una oportunidad le atrajo una “música horrible y voces ruidosas”. Se trataba de una fiesta a la que se acercó y describió así: las parejas no se movían alrededor una de la otra, sino que practicaban “raros” movimientos en un mismo sitio a lo que agregaban saltos y brincos. Dijo, a este respecto, que sólo observó dos de estas “danzas”, la “baduca y el zapatero”. Resaltó que no describiría de manera pormenorizada lo que vio en el salón de baile, porque, aunque eran ejecutados con gracia, “no pueden contarse entre las decentes”. Por si fuera poca su aversión, ante movimientos poco ortodoxos para él, sumó a su descripción que no era posible continuar exponiendo sus órganos olfativos al “picante” aroma que impregnaba el lugar, “estuve contento al encontrarme de nuevo en la calle”.

Portada del libro del alemán Karl Ferdinand Appun

     En su relato se aprecia la intención de precisar con detalles sus vivencias y de mostrar de modo espléndido tanto los momentos afines con sus costumbres como aquellos que le produjeron sensación de vergüenza, en especial, por desconocimiento no premeditado. Así, recordó uno de estos últimos cuando confundió un ají con un tomate. A este último lo tenía como un fruto de excelente textura y sabor. La forma cómo corroboró la diferencia entre uno y otro lo contó cómo sigue. En una oportunidad, al elegir lo que por su color rojo creyó era un tomate lo colocó en su plato de comida, ante la sorprendida mirada de otros comensales, luego llevó a su boca “una de las frutas de tan lindo color”. Recordó que, a la primera dentellada evidenció la equivocación en la que había incurrido. Aunque, de inmediato, escupió lo que creyó era un tomate al experimentar una sensación de quemazón en labios y boca, junto con una especie de dolor en la misma. Relató que sintió vergüenza y no encontró manera de contener el lagrimeo que acompañó el efecto del picantoso fruto. Contó que a pesar del tiempo transcurrido recordaba aquella escena con espanto.

     Quien se dedique a leer lo que Appun presentó como apuntes de viaje, podrá corroborar su fina mirada y la claridad de su exposición cuando describe, con la intención clara de no dejar escapar detalles, asuntos relacionados con las prácticas humanas. De igual manera, lo que presentó en su obra no se restringió a Caracas, sino que tuvo la disposición de mostrar la mayor cantidad de aspectos relacionados con la Venezuela de los Monagas. Esta disposición se puede constatar en su descripción del llanero venezolano a quien representó como hombres que cabalgaban semidesnudos, por las llanuras del territorio venezolano. En lo atinente a su vestimenta indicó que avanzaban por las llanuras venezolanas “semidesnudos”. Sus investiduras constaban de pantalones cortos y llevaban en su cabeza el “fuerte sombrero de palma”. Portaban en su mano una lanza y la soga utilizada para enlazar al toro colgaba al lado derecho de la maciza silla de madera cubierta de cuero. Relató que no temían a su “principal” enemigo, el tigre, al que cruzaban con su lanza. Agregó que de ellos no se debía pensar como hombres de letras o de gran cultura. “Su naturaleza, generalmente de origen indio, no desmiente su ascendencia”.

     Así como describió los elementos naturales del país, intentó una caracterización de los actores sociales que lo componían. Así, no debe entrar a duda que su percepción del “hombre venezolano” no fue sujeto a generalización. Ofreció las representaciones de lo que para él era ajeno, repulsivo o repugnante junto con el reconocimiento de virtudes en el otro. Es lo que se puede colegir de su percepción del llanero, si bien inculto, de acuerdo con su mapa mental y experiencia de vida, resaltó que el mismo mostraba una honradez, poco generalizada en la comarca. Anotó que el llanero iracundo, vengativo, aficionado al juego y endurecido por lo feraz de su ambiente natural, y por su modo de vida, contaba con una innegable disposición hacia la honradez y la sinceridad, “en lo que se diferencia favorablemente de todas las otras clases incultas del pueblo venezolano”.

APPUN

     Lo que parecería ser una regla, entre los viajeros que pisaron esta comarca en el 1800, se refería a los encantos y belleza de la mayoría de las venezolanas. Dejó asentado que, para cualquier hombre era difícil no percibir el primor y beldad de las damas del país. Subrayó que, las indígenas, las trigueñas, negras y las criollas poseían una tez “rara”, lo que no desmerecía sus encantos. Por otro lado, hizo referencia a los habitantes primigenios u originarios de estos espacios territoriales de quienes ofreció, en contraste con elucubraciones de los criollos venezolanos, una imagen en la que ensalzó el grado de organización social, las técnicas para defenderse de los enemigos y el conocimiento que mostraban de la flora y fauna silvestre. Bajo similar perspectiva, agregó sus alabanzas por la aplicación de remedios tomados de plantas medicinales, lo que lo llevó a reconocerles sus conocimientos de botánica.

     Sus opiniones políticas no fueron muy destacadas, aunque si mostró ser un agudo observador al apreciar los signos de cambio generalizados, en las postrimerías de la década del cincuenta. Contó que en una oportunidad a él y sus acompañantes los habían confundido con espías del gobierno de los Monagas. Quienes así lo hicieron los interrogaron acerca de la figura de Páez y quienes estaban al mando de las fuerzas oligárquicas. En virtud de esta circunstancia contó que él y sus acompañantes se dirigieron a una pulpería en la que escucharon improperios contra el gobierno imperante. Esto lo llevó a pensar que se estaba preparando una rebelión contra el presidente Monagas. Para hacer frente a diversas preguntas, provenientes de caballeros que mostraban inquina contra representantes del gobierno, decidió, en conjunto con sus acompañantes, contestar que eran oligarcas y, además, amigos de Páez.

Un húngaro en Caracas

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Un húngaro en Caracas

Por: Jorge Bracho

     Un amante y practicante de los deportes, la fotografía, estudioso de la botánica, las ciencias y la música, admirador de las interpretaciones de Beethoven y Wagner, originario de Hungría y amigo de Alejandro de Humboldt, cuyas recomendaciones le abrieron las puertas de América, partió de los Estados Unidos de Norteamérica en enero de 1857 hacia La Habana, donde estuvo dos meses antes de su arribo a Venezuela adonde permaneció alrededor de cinco meses. Pal Rosti (1830-1874) formó parte de los reformistas húngaros que pugnaron por el despliegue de reformas capitalistas en contra del orden feudal, a la luz de las revoluciones de 1848 y 1849 en Europa. Uno de sus intereses intelectuales que atrajo su atención fue el relacionado con la indagación acerca de la naturaleza. Durante una estadía en París comenzó a interesarse por la fotografía, de la que dejó una gran colección al fallecer, también perfeccionó allí los métodos de trabajo de la geología y la etnología. Partió de Francia un 4 de agosto de 1856 hacia América y regresó a Hungría el 26 de febrero de 1859. Luego de publicado Memorias de un viaje por América (1861) fue galardonado con la incorporación a la Academia de Ciencias húngara. 

     Rosti cultivó una fructífera amistad con Humboldt a quien citó de modo reiterado, como autoridad reconocida en el canon académico, a lo largo de sus Memorias… Interesado en estudiar la exuberante naturaleza, tal como en Europa se le denominaba a la zona natural de estos espacios territoriales, desde tiempos de la Ilustración, no dejó de mostrar quizás mucho más que lo expuesto por su admirado maestro, una fuerte inclinación por observar el carácter general de los lugares que visitó en el continente americano. Por eso será común para el lector de hoy toparse con consideraciones respecto a los alimentos que se consumían, las bebidas de mayor preferencia, los tratos sociales y las prácticas políticas generalizadas.

     Como todo visitante que alcanza espacios territoriales distintos a su lugar de origen, el viajero, ya fuese con fines científicos o lo fuera por invitación de autoridades establecidas, dejó estampado elucubraciones de lo observado y experimentado en tierras lejanas. Con sus relatos se muestran como cronistas en la medida que pretenden delinear paisajes naturales y sociales que más llamaron su atención y que exponen un aprendizaje, uno de los motivos principales del viaje. Si en tiempos de la Antigüedad el viajante se asumía como parte de un designio y regido por el requerimiento del destino de los dioses, es decir, prueba, aventura, sufrimiento, o el peligro propio de la experiencia humana, en los tiempos modernos fue convertido en una porción del capital cultural, de aprendizaje, de pasión y de placer.

     En las narraciones vertidas por el viajero devenido visitante aparecen expresadas un aprendizaje acumulado en combinación con la atracción de lo que le es afín, familiar, y el distanciamiento de todo aquello que, por enseñanza, hábito y costumbre experimenta como ajeno. Una de las interrogantes que Rosti se hizo a si mismo fue la relacionada con la aversión a los negros presente en los Estados Unidos, disposición que lo llevó a comparar el trato del negro con el esclavismo aún existente en Cuba para el momento de su visita. Cuando hizo referencia a este mismo tópico, para el caso venezolano, comentó de modo fastuoso la abolición de la esclavitud, en tiempos de los Monagas, hacia 1854. Lo que no sorprender en cuanto a la forma de gobierno personalista propia del monaguismo que, para un hombre instruido y simpatizante del liberalismo reinante en el sistema mundo moderno, resultaba contrario al libre albedrío y las acciones humanas amparadas en la libertad para el disfrute de los bienes provenientes del trabajo.

     Por tal razón, estableció que el pueblo venezolano no disfrutaba ni apreciaba la libertad. Los criollos no extendieron ésta con su experiencia como repúblicas independientes, porque las elites políticas optaron por el provecho propio, el poder y la riqueza, al eludir la gloria, el honor y el bienestar. El ejemplo emblemático lo expuso con la reelección de José Tadeo Monagas. Según sus palabras éste, más bien, reprodujo una tiranía personalista cuyo mayor modelo era el funcionamiento del poder legislativo porque desde él se hacía lo que el grupo de los Monagas disponía, al desconocer a los opositores a quienes se les negaba el pago de sus estipendios o los enviaban a la cárcel. De igual modo, comentó de manera muy crítica el nepotismo y compadrazgo en la práctica política del momento. Entre sus consideraciones geopolíticas hizo referencia a una posible anexión de Venezuela por parte de los Estados Unidos de Norteamérica. Sin embargo, para que tal situación fuese posible sería necesario una guerra en que las guerrillas, comandadas por llaneros, cortarían tal pretensión. Agregó, a este respecto, que no sería el ejército y la milicia quienes ocuparían un lugar destacado debido a sus carencias, al recordar una frase del momento: la milicia es la miseria ricamente adornada.

     Caracas le colmó de perplejidad por su quietud y la falta de circulación de medios de transporte, al igual que el alto costo de los alimentos. Adjudicó esta inclinación a la repugnancia de los criollos por el trabajo productivo, la fertilidad de la tierra que sin mayor esfuerzo daba frutos y que, por tal circunstancia, los pobladores podían satisfacer sus necesidades sin mayor dedicación. Del mismo criollo adujo que no favorecía el progreso porque el pueblo se encontraba alejado del bienestar, del desarrollo espiritual y del progreso. Por esto asentó que en Caracas había experimentado la lejanía de Europa y el aislamiento del mundo civilizado. En su relación de viaje agregó, además, la falta de lugares para el esparcimiento y la diversión como teatros o paseos. Los lugares de encuentro eran las casas de familia, las misas y las fiestas religiosas.

     En sus elucubraciones resaltó el hecho de aquellos quienes sin mayor esfuerzo obtenían sustento porque los frutos de la tierra crecían sin gran esfuerzo. Estableció como ejemplo la adquisición de vestimenta la cual era posible con un pequeño esfuerzo, tal como lo corroboró con la entrevista a un mozo (joven) color café que encontró, en plenitud de un día productivo en Europa, recostado en una pared fumando un cigarrillo el cual le había preparado una joven mulata. A la interrogante de Rosti relacionada con el medio de sustento y oficio del caballero en edad productiva, éste le señaló un árbol y agregó que arrancaba de él algún fruto lo llevaba al mercado y al cambio podía adquirir una cobija o una prenda de vestir. Para el viajero, en función etnológica, le llamó poderosamente la atención esta actitud tan generalizada entre lo que acá se denominaba peones.

Visita al mercado

     En su visita al mercado de la ciudad contrastó los precios con los de su país y los de Estados Unidos de Norteamérica, con lo que intentó demostrar el alto costo de los bienes que aquí se ofertaban, a excepción de la carne de vaca. Por ejemplo, un saco de papas 5 dólares, un pavo 5 dólares y un pollo 1 dólar. En cuanto al precio de los huevos mostró gran impresión al verificar que el mismo no variara y que se utilizara como referente para fijar el precio de otros bienes de consumo. En su examen del mercado y lo que en él se ofertaba trajo a colación que la carne de cabra se vendiera como carne de carnero. Además de dulces como el de membrillo y el de guayaba que, para su paladar eran exquisitos y de extraordinaria textura.

     También se conseguía pan de maíz, es decir, arepas que no eran muy de su agrado, en especial, cuando las servían frías, al igual que las caraotas negras y las carnes cocidas en forma de guisos le causaban repulsión. Junto a la arepa se encontraba el pan de trigo y el casabe que, a su parecer, parecía preparado con virutas desmembradas. El papelón lo describió como de muy baja calidad frente al azúcar. Cuando incursionó hacia los llanos le llamó la atención que al papelón lo degustaran con queso. El consumo de dulces le pareció exagerado, así como la justificación que le proporcionaron algunos al expresar que lo hacían para consumir agua con mayor gusto.

     En lo que se refiere a los pobladores hizo referencia a la raza blanca, la que representaba una pequeña porción de toda la población al igual de lo que él denominó criollos. En este sentido, llamó la atención que la mayoría de la población era de sangre mezclada entre quienes predominaban mulatos, zambos, mestizos e innúmeras combinaciones y los negros. Por esta disposición agregó que a Caracas le quedaba de indígena sólo el nombre, tal como lo había apuntado su admirado maestro Humboldt. En su función como etnólogo se mostró sorprendido por la cantidad de uniones con un origen alejado de la legalidad civil y religiosa. Por esto las reprobó al considerar la moral caraqueña como expresión de debilidad. El moralismo exhibido en su relato lo condujo a poner como ejemplo el caso de niñas que, entre 13 y 14 años, tuvieran amantes y que tal acción no parecía sorprender a nadie. Adjudicó la cantidad de vagabundos en las calles a hijos ilegítimos y abandonados como consecuencia de estos enlaces.

La mujer caraqueña

     De la mujer caraqueña estableció o que era una verdadera belleza o lo era fea. Así, sin medias tintas. Para dar vigor a su aseveración trajo a cuentas que entre las habaneras eran muy pocas las que de verdad podrían considerarse hermosas, más bien eran graciosas, agradables, con sus pequeñas caras redondas. Adjudicó este aspecto a que La Habana, al igual que en la mayor parte de Cuba, fue colonizada por catalanes. En cambio, en Caracas y toda Venezuela fueron andaluces sus colonizadores. Rosti se enmarca en la tradición del pensamiento racialista, no racista que ha sido una disposición posterior, que fue un factor preponderante para definir el denominado carácter nacional, a la postre un uso mundial, junto con la importancia otorgada al medio físico, el clima y la ubicación de los espacios territoriales que le sirvieron de marco para su comparación entre habaneros y caraqueños.

     En su descripción estableció que entre ambas agrupaciones humanas el carácter del criollo, o descendiente directo de los peninsulares, se podía constatar la ambición y el deseo de dominio, el orgullo y el apasionamiento, la rudeza, la apatía e indolencia ilimitada y, de otra parte, la hospitalidad y rasgos de caballerosidad. Expresiones que aseveró haber confirmado en México y otros lugares donde el predominio del criollo estaba presente. A lo expresado sumó la reserva que mostraban hacia los extranjeros, las formas de gobierno con muchos desequilibrios, el fanatismo con su secuela de desventajas por estar impregnado de supersticiones y prejuicios contra sus connacionales, lo que mantenía al pueblo en la ignorancia y un sometimiento social de un grupo sobre otro. Por esto llegó a la conclusión que con ellos era difícil desviar el tránsito hacia el abismo social, el alejamiento del bienestar nacional, y lograr la evolución espiritual y el progreso.

     No dejó de recordar que Caracas producía melancolía en el extranjero quien estaba acostumbrado al ruido de las grandes ciudades, porque un silencio mortal reinaba en la ciudad semidestruida. Recordaría que los caraqueños se encerraban en sus habitaciones y dormían, almorzaban alrededor de las cuatro o cinco de la tarde y ya a las seis de la tarde las damas se sentaban en los ventanales de sus casas, mientras los jóvenes o señoritos cabalgaban cercanos a las casas para galantear a las muchachas que los observaban desde sus ventanas. Al llegar las ocho de la noche comentó que reinaba un absoluto silencio y sólo era posible encontrarse con los serenos o vigilantes nocturnos.

     En términos generales, el relato que ofreció Rosti no terminó en Caracas porque incursionó en los llanos venezolanos y ofreció una imagen del llanero que contrastó con las actitudes que los señoritos de la capital exhibían. Su narración muestra lo que parece haber impactado en su personalidad: el ámbito etnológico.

Humboldt y la Provincia de Caracas

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Humboldt y la Provincia de Caracas

Por: Jorge Bracho

      De seguro, quien emprenda la tarea de indagar acerca de la Venezuela, en especial su capital, durante el largo 1800 y sus características naturales, físicas, oro – hidrográficas, así como las peculiaridades de la sociedad, hábitos y costumbres, vestimenta de los grupos sociales que hacían vida en ella, plantas medicinales utilizadas para dolencias y afectaciones de la salud, en conjunto con algunos pormenores de la experiencia política, no debería dejar de lado algunos relatos de viajeros, naturalistas, botánicos o algún que otro narrador que se vio impelido a estampar en el papel observaciones acerca de esta comarca. Aunque son pocos los estudiosos de la historia que se atreven a examinar estos escritos, quizás, porque dan poco crédito a las representaciones ofrecidas a partir de vivencias muy puntuales, en que la propia experiencia del narrador se mezcla con lo que exponen en sus relatos.

     No se debe olvidar que son relatos en que los convencimientos personales se combinan con la visión de otro, que sirve de objeto de observación. Un objeto, la mayor parte de las oportunidades que se precisa a partir de una mirada ambivalente. Esto es, la de un objeto de observación, ya sea un evento, práctica religiosa, hábito alimenticio, festividades, costumbres localizadas, al que se le otorgan virtudes o carencias. Por esto se debe hablar del viajero con una percepción plagada de ambivalencia en que atracción y repulsión se entremezclan y fungen de hilo conductor de su relato.

     Durante el 1700 el territorio que hoy ocupa Venezuela recibió la visita oficial de algunos naturalistas y misioneros que dejaron sus impresiones de la realidad social, cultural y, especialmente, de las potencialidades naturales que ofrecía la colonia a la luz de las reformas Borbónicas. Sin embargo, fue en el diecinueve cuando exploradores y naturalistas, en especial provenientes de Alemania, quienes se establecieron temporalmente en esta provincia para ofrecer a sus gobernantes informes de los vírgenes recursos que ofrecía la zona tórrida.

     El explorador de mayor resonancia, entre finales del 1700 e inicios del 1800, fue el barón Alejandro de Humboldt (1769-1859) quien, antes de arribar a Venezuela, tenía como objetivo alcanzar Nueva España y La Habana, lugares que, entre sus proyectos exploratorios en la América hispana eran prioritarios. Sus aspiraciones comprendían un viaje de ida y vuelta por el mundo. El azar lo condujo al norte de la América meridional en tiempos de convulsiones políticas, antes de partir para Burdeos en 1804 visitó los lugares que originalmente le preocupaban. En Venezuela se estableció entre julio de 1799 y noviembre de 1800. El plan ambicionado por él era totalizante, tal como se muestra en su texto Cosmos (1845-1862). Instalado en Alemania se dedicó a organizar sus notas del viaje por el espacio hidrográfico y territorial por él denominado nuevo Continente o Mediterráneo americano.

     Pasarían algo más de treinta años para dar a conocer su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Por tal motivo, muchas de sus frases narrativas presentes en este texto se intercalan con el tiempo que pasó en algunos lugares de la Capitanía General de Venezuela, y lo que sucedió luego de 1804. Al igual los que describen la Caracas de entonces resaltan el impacto del terremoto de 1812 y la guerra a favor de la Independencia. Ambos eventos sirven de marco para justificar la escasez poblacional y la depresión económica que experimentó durante las primeras décadas del 1800, período de tempo que toma en consideración Humboldt en sus reflexiones sobre Venezuela. En este orden, expresó que el país podría salir de su declive gracias a la fertilidad de sus tierras y la pujante vida comercial de Caracas, a lo que agregó que con una administración juiciosa y tiempos de paz ello sería posible.
     De la Capitanía General de Venezuela expresó que contaba con un millón de habitantes, de los cuales 60.000 eran esclavos y 100000 indígenas. La Capitanía la dividió, en términos metodológicos, en tres zonas: la de los bosques, la de los pastos y las tierras labradas. En lo que se refiere a la distribución de la población le llamó la atención que iba de las costas hacia el interior del territorio. Humboldt, como pensador de su tiempo, deliberaba que el denominado carácter de los pueblos debía definirse de acuerdo con el origen de cada uno de sus componentes. Por ello propuso que, así como se debía considerar el origen de los indígenas había que hacerlo con los provenientes de España. Si en México fue mayoritaria la presencia de vizcaínos, los catalanes lo fueron de Buenos Aires. En cambio, en Venezuela fueron andaluces y canarios. En este orden de ideas, observó que las actividades económicas desarrolladas se definían también de acuerdo con el origen de quienes las hacían posible. Por ejemplo, peninsulares en el comercio al por mayor, y los españoles americanos predominaban en el menor. 

      Si uno de los objetivos primordiales de este naturalista era el de precisar la existencia de recursos minerales y potencialidades de una naturaleza exuberante, no dejó de lado las actividades ilícitas presentes en la Capitanía. Comercio intérlope que adjudicó a la amplia franja costera y la ineficacia de la administración colonial, así como que con el mismo se venía forjando la opulencia, un tipo de conciencia y el anhelo de un gobierno local con mayor autonomía de la Madre Patria, que mostraba disposición a la libertad y formas de gobierno republicanas. Muchos de los aspectos que hoy pueden adjudicarse a los estudios de la sociología fueron abordados por Humboldt y su fuerte disposición de abarcar el todo social.

     Así, al hacer referencia a los indígenas, en la provincia de Caracas, dijo que eran pocos y que en ésta solo quedaba de indígena el nombre de algunos espacios territoriales que la componían. Donde se les podía encontrar era en las misiones religiosas, adonde recibían formación religiosa y llevaban a cabo labores agrícolas. Dedicó mayores consideraciones al caso de los negros. Aspecto éste que no debe despertar sorpresas en el lector actual puesto que, desde 1792 el Guarico o Santo Domingo francés fue escenario de un movimiento de esclavos negros en contra de sus amos coloniales, todo ello alentado por los mismos revolucionarios franceses en contra de quienes habían hecho, de este espacio territorial colonial, una de las colonias más prósperas del momento. Teniendo en mente este acontecimiento, y que dio origen a Haití, dedicó mayores líneas a los negros.

     La situación, respecto a éstos, le llevó a establecer que era doblemente interesante tanto por una reacción violenta en contra de sus dueños como por su número o cantidad en una extensión territorial limitada.  En este sentido, razonó que ellos ocupaban un espacio que abarcaba el sur de los Estados Unidos de Norteamérica, una porción de México, las Antillas y las costas de Venezuela. Al interior de esta última se había otorgado la libertad a algunos esclavos no por motivos humanitarios o de justicia, más bien era por el temor que despertaba una posible sublevación de ellos contra sus dueños, además por su intrepidez, osadía, la capacidad para sobrevivir en circunstancias adversas y por su coraje. De los sesenta mil que hacían vida en la Capitanía, cuarenta mil estaban en la provincia de Caracas. De ahí que diera gran importancia a la ubicación en un territorio limitado y cercanía entre ellos ante un posible conflicto.

     Al hacer referencia a los blancos criollos o hispanoamericanos sugirió que, aunque mostraban interés por ideas liberales y mayor autonomía, habían preferido cobijarse en los intereses de familia y una vida tranquila. Otros mostraban temor ante una posible revolución porque no solo perderían sus esclavos, también existían temores a que se suscitara una experiencia similar a los sucesos de la Revolución francesa y los del Santo Domingo francés, por su secuela de muertes y ruina, así como que el clero sería perseguido y despojado de sus bienes, al lado de la posible aprobación de leyes que reconocieran la tolerancia religiosa, que se eliminase derechos de linaje y herencia. Sin embargo, no dejó de llamar la atención del anhelo que mostraban por una mayor libertad de comercio sin dejar de considerar que seguían siendo indolentes, al optar por una existencia que garantizaba sus posesiones. En lo referente a los peninsulares o españoles hizo notar su escasa cantidad frente a negros, indios e hispanoamericanos, lo que lo llevó a preguntarse cómo habían logrado sostener estas colonias americanas.

La Caracas de principios del siglo XIX

     Del lugar ocupado por la ciudad de Caracas se interrogó por qué razón no había sido edificada hacia el lado Este, donde el valle se mostraba con mayor anchura, de llanura extendida, como Chacao en que las aguas podían descansar en un terreno más nivelado.  Informó que su fundador, Diego de Losada, continuó las líneas trazadas por Fajardo. En ese tiempo de fundación la predilección era por la cercanía de las minas de oro en Los Teques y Baruta y con preferencia al camino que conducía a la costa. En lo que respecta a las vertientes de agua había tres pequeños ríos que bajaban por las montañas, Anauco, Catuche y Caruata. En Caracas, según su exposición, los habitantes preferían, para beber, la de Catuche. Los pobladores de mejor posición económica seleccionaban las aguas provenientes de El Valle y de Gamboa, a las que adjudicaban propiedades saludables porque corrían sobre las raíces de zarzaparrilla y no contenían cal ni emanaban aroma de materia extractiva.

    Describió las calles de Caracas como de extensión ancha y bien alineadas, tal como eran otras construidas por los españoles en América. De las casas llamó su atención el espacio amplio que ocupaban, pero muy altas para un país de movimientos telúricos. Rememoró que la casa que ocupó en La Trinidad fue destruida por completo con el terremoto de marzo de 1812. Según sus observaciones, la escasa extensión del valle de Caracas y la proximidad de las montañas que la bordean ofrecían una imagen tétrica y sombría, en especial entre los meses de noviembre y diciembre cuando la temperatura era más amable. No obstante, este aspecto melancólico contrastaba con lo que se podía experimentar en las noches de junio y julio, cuando el cielo era menos nuboso que, para un observador de constelaciones y estrellas era de vital interés.

     Dejó escrito que, a pesar de la fuerte presencia de la población negra, en La Habana y en Caracas se experimentaba más cercanía con Cádiz y los Estados Unidos de Norteamérica que en algún otro lugar del Nuevo Mundo. Según su percepción fue en Caracas que se habían mantenido, a lo largo del tiempo, las costumbres nacionales. Los integrantes de la sociedad no mostraban para él placeres o diversiones muy variados, pero sí entusiasmo, cortesía y amabilidad en sus acciones. Destacó que existían dos generaciones muy distintas. Una, menos numerosa, muy apegada a la tradición y los viejos usos, que detestaba todo cambio del estatus colonial, con prejuicios coloniales y temerosa de toda idea proveniente de la Ilustración.

   Otra, más pendiente del porvenir mostraba inclinaciones por hábitos e ideas novedosas, aunque a menudo sin mucha reflexión. También observó una fuerte disposición por adquirir títulos nobiliarios y el encono entre los peninsulares y sus descendientes criollos. Destacó que en Caracas había familias con gustos por la instrucción, el conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, una alta estima por la música como expresión de las bellas artes y su disposición para acercar a los distintos grupos sociales.

     Realizó una comparación respecto al estudio las ciencias exactas en México y Santa Fe, ante quienes vivían entre una exuberante naturaleza como lo apreció en la Capitanía General de Venezuela. Con sorpresa comprobó, en un convento de franciscanos, la preocupación por la astronomía moderna por parte de un anciano que calculaba fechas para todas las provincias de Venezuela. No dejó de anotar su sorpresa por la curiosidad que mostró por conocer el funcionamiento de la brújula de inclinación y nuevos descubrimientos de la astrología. Idea con la que mostró su mesura en lo referente a la descripción de esta comarca.

Caracas deliró con visita de Gardel

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Caracas deliró con visita de Gardel

Un par de meses antes de morir en un accidente de aviación, a la edad de 44 años, Carlos Gardel cumplió varias presentaciones en Caracas y otras ciudades de Venezuela, que todavía recuerdan muchos abuelitos por el inmenso entusiasmo que despertó entre el público que admiraba su talento como cantante y compositor de tangos, además de sus estupendas facultades como actor de cine.

Reconocido como uno de los cantantes más destacados de la música popular de habla hispana durante la primera mitad del siglo XX, Gardel fue el intérprete que más discos vendió en su época, como lo hacen en la actualidad artistas distinguidos con los premios Emmy o, un poco más atrás, exitosos ídolos del espectáculo como Elvis Presley o Michael Jackson, por nombrar a dos grandes figuras de los géneros rock y pop, vendedores de millones de copias.

Gardel, quien entre 1917 y el año de su desaparición intervino en más de novecientas grabaciones de tangos y otros estilos musicales en español, inglés y francés, estuvo en Venezuela en 1935 como parte de un tour por varias capitales latinoamericanas que inició a finales de marzo, partiendo desde la ciudad de Nueva York. La primera parada fue en San Juan, Puerto Rico, el 1° de abril. Venezuela, país sobre el que confesó tenía mucho interés en visitar porque su madre, de niña, estuvo radicada en Caracas, mientras su abuelo trabajaba en la compañía ferrocarrilera, fue el segundo punto de la gira.

Tomando en cuenta que para 1935 Venezuela contaba con unos 3 millones y medio de habitantes y que, según el primer censo que se realizó en el país en 1941, la población de Caracas no llegaba a 400 mil personas, que unas quince mil almas se hayan dado cita en las ocho funciones que se celebraron en el Teatro Principal, indica que era un ídolo de gran atracción para la audiencia. Entre el 25 de abril y el 22 de mayo estuvo Gardel en Venezuela.

Multitud incontrolable

Más de tres mil personas se dieron cita para recibirlo en el Puerto de La Guaira la mañana del jueves 25 de abril. Crónicas de prensa de la época indican que la presencia policial ordenada para la custodia fue escasa, por lo que resultó difícil controlar a la muchedumbre una vez que el cantante bajó del vapor americano “Lara” en el que llegó desde Puerto Rico, mientras que en el muelle lo esperaba su compatriota el periodista, Luis Plácido Pisarello, quien fue el empresario que organizó el evento en nuestro país.

Del terminal marítimo, Gardel y sus acompañantes, el compositor Alfredo Le Pera y los guitarristas José María Aguilar, Guillermo Desiderio Barberi y Domingo Riverol, para evitar el acoso de la gente, hicieron una parada de refugio en las oficinas del empresario Jesús Corao, en la Fábrica de Vidrios de Maiquetía. Luego se dirigieron al hermoso Hotel Miramar, para almorzar y descansar un poco, antes de abordar el tren que los llevaría a la ciudad de Caracas.

En el Miramar, ante la sorpresa de los organizadores, es recibido por unas cien mujeres que lo empujan y los pellizcan hasta que Pisarello, Edgar Anzola, director de la emisora Broadcasting Caracas, y el conocido narrador de carreras de caballos Eloy Pérez Alfonso (Míster Chips), junto con varios empleados del hotel, logran ponerlo a buen resguardo. Gardel es llevado a la terraza del famoso hospedaje donde están algunos representantes de la prensa.

Breve Interviú

En la antesala del almuerzo, en el restaurante del lujoso alojamiento de Macuto, el afamado artista fue abordado por el reportero Manssur Dekash, quien le realizó una breve entrevista para el diario caraqueño El Heraldo:

MD: – ¿Cuándo nació en usted la afición al tango?

CG: – Eso fue en Buenos Aires. Usted lo sabe, surge en los muchachos al nacer. Lo mismo que en Sevilla no hay muchacho que no toree con la toalla a un toro imaginario, allá no hay quien no cante tangos. Profesionalmente comencé a cantar en los teatros, a fijarme en la gente que tenía un estilo propio y adquirí fama en mi país.

MD: – ¿Cuál de sus películas le gusta más?

CG: -De las hechas hasta ahora “Melodía de Arrabal”, pero tengo puestas todas mis esperanzas en “El Día que me Quieras”. Es una gran película de gran emoción sentimental y de un acierto formidable en la música.

MD: – Pues aquí, gustó más “El Tango en Broadway”. El público lo encontró más logrado, más definitivo, más, como si dijéramos, encontrándose a sí mismo como actor que en las otras películas.

CG: – Es posible. Usted sabe que los artistas somos unos pésimos jueces de nosotros mismos. Casi nunca coinciden nuestros juicios con los del público. Y como el público es quien forma nuestra fama, no cabe duda de que es él el que tiene razón.

MD: – ¿Y de sus tangos cuál le gusta más?

CG: -A eso sí que no puedo contestarle. Me gustan unos u otros según el estado de ánimo en que me encuentro en ese día. Por eso yo nunca hago programas de mis actuaciones anticipadamente. Voy cantando lo que me siento con ganas de cantar.

A la capital en tren

A eso de la una de la tarde, el astro del tango y sus músicos partieron desde el Hotel Miramar hasta la estación del ferrocarril, cercana a la oficina de la aduana de La Guaira, donde abordaron el tren que los condujo a Caracas en el viaje que duraba un par de horas.

La mayor parte del trayecto lo paso Gardel mirando por la ventana del vagón de huéspedes especiales. Estaba asombrado con lo hermoso del paisaje y el cambio de temperatura en la medida en la que se aproximaba a la ciudad capital. No dejaba de comentar su sorpresa por la magnífica obra de ingeniería que permitió construir una vía férrea en tan intrincadas montañas.   

Cuando el tren arribó a la estación de Caño Amarillo, Gardel asomó la cabeza por una de las ventanas del vagón y pudo apreciar la admiración que los caraqueños sentían por él. Una sonora ovación le dio la bienvenida, mientras que la multitud se aproximaba al vehículo Chevrolet, descapotable, último modelo, que la agencia Siso Planchart & Cía facilitó a los organizadores de la gira, el cual era conducido por el futuro umpire del beisbol profesional Roberto “Tarzán” Olivo.

Pero la avalancha de admiradores del cantante hizo tanta presión y generó tal alboroto en la estación, que Gardel optó por hacer el recorrido a pie entre la iglesia de Pagüita y las cercanías del Teatro Municipal, donde estaba ubicado el lujoso Hotel Majestic, lugar en el que se fijó el alojamiento.

El recibimiento en Caracas fue apoteósico. El gentío que se acercó para ver de cerca al ídolo del momento fue increíble. El cronista del diario La Esfera aseguró, de manera exagerada, que más de la mitad de los habitantes de la ciudad fueron al encuentro con Gardel.

Agenda capitalina

De los 28 días y 27 noches que pasó en Venezuela Carlos Gardel entre el 25 de abril y el 22 de mayo de 1935, veintidós transcurrieron en Caracas.

“Fueron unos días estupendos los que pasé con ellos. En las tardes los acompañaba a pasear y en las noches a cenar, luego de las funciones en el Teatro Principal o en el Rialto. Después me iba por toda Caracas con los guitarristas a dar serenatas que se prolongaban hasta las dos o tres de la mañana”, rememoró Roberto Olivo en su biografía, Playball, publicada por el Fondo Editorial Cárdenas Lares, en 1991.

Una docena de presentaciones cumplió el famoso cantante en escenarios de Caracas, todas con el papel agotado. Nueve veces se presentó en el Principal, dos en el Rialto y una en los estudios de la emisora Broadcasting Caracas, fundada en 1930, que a finales de ese año 1935 pasó a llamarse Radio Caracas.

Antes de la visita de Gardel a Caracas, los organizadores realizaron una amplia campaña publicitaria de prensa y radio para vender los boletos. Los precios de estos en las localidades del Principal fueron: seis bolívares (patio), cuatro bolívares (balcón) y dos bolívares (galería).

A pesar del torrencial aguacero que caía sobre Caracas, el viernes 26 de abril, a las 9 y 45 de la noche, después que se colocaron en pantalla “El Perro Robado”, corto metraje de Walt Disney, y “Por Partida Cuádruple”, una película cómica protagonizada por Charlie Chase, se produjo el ansiado debut de Gardel en la escena venezolana.

“Cobardía”, con ritmo de Charlo y letra de Amadori, compuesto en 1932, fue el primer tema que interpretó el célebre cantante. Luego siguieron “Carnaval”, “El Carretero”, “Insomnio”, “Tomo y Obligo”, “Por una Cabeza” y “Mi Buenos Aires Querido”. Posteriormente, ante los emotivos y atronadores aplausos y gritos de la audiencia, entonó otras melodías para complacer a sus admiradores.

El cambio de clima afectó la garganta del ídolo argentino, por lo que debió ser atendido por el doctor Pedro Gonzalez Rincones, en la moderna “Policlínica Caracas”, situada entre las esquinas de Velásquez y Santa Rosalía.

Luego de un corto reposo, Gardel reaparece el domingo 5 de mayo en una magistral presentación en el Teatro Principal, donde interpretó de “Mano a Mano”, con el consecuente triunfo de dimensiones abrumadoras. 

Luego del rotundo éxito de sus actuaciones en el Principal, Gardel exigió a los organizadores de su visita a Caracas rebajar en cincuenta por ciento la localidad más económica para su última función del jueves 9 de mayo, para que el pueblo de más bajos ingresos pudiera asistir a su espectáculo, cancelando un bolívar por el boleto de galería.

En el Teatro Rialto realizó sus últimas dos funciones públicas en la capital venezolana los lunes 13 y martes 14 de mayo.

El miércoles 15 de mayo se despidió del público capitalino con una presentación desde los estudios de la emisora Broadcasting Caracas YV1BC, a lado de la sede del Almacén Americano, entre las esquinas de Pajaritos y La Palma, en pleno centro de la ciudad. En esa oportunidad interpretó una selección de temas que fueron escogidos durante más de una semana por los oyentes.

Luego se presentó en ciudades del interior: La Guaira (16 de mayo), Valencia (17 de mayo), Maracay (18 de mayo), Cabimas (20 de mayo) y Maracaibo (22 de mayo).

El 23 de mayo partió hacia la isla de Curazao y de allí viajó a Aruba el día 28. El 2 de junio arribó a la costa colombiana por la ciudad de Barranquilla y realizó gira por las ciudades de Cartagena, Medellín y Bogotá. El 24 de julio falleció junto a Le Pera y el guitarrista Barberi en un choque de dos aviones, en la pista del aeropuerto “Las Playas” de Medellín.

En homenaje a su visita a Caracas, en 1983 se construyó, en las cercanías de la estación del Metro de Caño Amarillo, primer lugar de Caracas que conoció y donde el público le demostró el fervor que sentía por él, la Plaza Carlos Gardel, en donde se erigió un monumento en su memoria. La escultura de bronce fue elaborada por la prestigiosa artista franco-venezolana Marisol Escobar.

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