El padre Sojo también expresó su agradecimiento al Creador y a la Providencia por lo obtenido. El padre Domingo Blandín hizo lo propio, al agradecer a Dios por conducir a sus hijos por el camino del deber y del amor a lo grande y a lo justo. Luego de estas cortas disertaciones, jóvenes parejas se dedicaron al baile y la danza. Indicó que el resto de la concurrencia se dividió en grupos. Mientras los jóvenes se habían entregado al son de las melodías musicales, “los hombres serios se habían retirado al boscaje que está a orillas del torrente que baña la plantación”. Rememoró que entre estos últimos la conversación dominante fue la relacionada con los últimos acontecimientos en la América del Norte y de los temores que anunciaban los sucesos que se estaban desarrollando en Francia.
Rojas dejó escrito que, en medio de la reunión, Blandín, Mohedano y Sojo recibieron reconocimientos y agasajos por sus logros en materia cafetera. Expresó que el padre Mohedano era originario de Extremadura y que había llegado a Caracas en 1759 como familiar del obispo Diez Madroñero y que, al poco tiempo, recibió las sagradas órdenes como secretario del Obispado. Cuando en 1769 se creó la parroquia de Chacao, se postuló para el curato que obtendría por concurso. Hacia 1798 el monarca Carlos IV lo escogió para ser obispo de Guayana, nombramiento que fue confirmado por Pío VII en 1800. Le correspondió a Monseñor Ibarra su consagración para el año de 1801. Su apostolado no duraría mucho tiempo porque falleció en 1803. Continúa Rojas en su crónica haciendo referencia que a Mohedano se le consideró un gran orador del púlpito y hombre humilde y modesto. Según su percepción el gran interés de Mohedano, manifestado a sus contertulios del momento, era lograr otras buenas cosechas, y con ellas obtener recursos para culminar las obras emprendidas en el templo de Chacao. “Rematar el templo de Chacao, ver desarrollado el cultivo del café y después morir en el seno de Dios y con el cariño de mi grey, he aquí mi única ambición”, contó Rojas que dijo a quienes le deseaban la ocupación más alta de la sede apostólica por las virtudes excelsas mostradas.
En las líneas esbozadas por Rojas, éste rememoró que catorce años después de aquella fiesta en el campo de Chacao habían fallecido el padre Sojo y el padre Mohedano. Sólo Blandín estaba con vida cuando los sucesos alrededor del 19 de abril de 1810. Anotó que este último acompañó a los patricios venezolanos en las acciones políticas que comienza a transitar la Capitanía General de Venezuela desde este momento. Así su nombre apareció junto con los de Roscio y Tovar. Participó, en calidad de suplente, en la Constituyente de 1811, pero debió huir luego de 1812 y regresó con el triunfo de Bolívar en 1821. Blandín murió en 1835, a la edad de noventa años, y con ello desapareció uno de los tres fundadores del cultivo del café en el valle de Caracas, así como que con su fallecimiento “quedaba extinguido el patronímico Blandaín”, de donde se originó el de Blandín.
De acuerdo con lo escrito por Rojas, Blandín era el lugar que había recibido la mayor cantidad de visitantes nacionales y extranjeros. Por sus campos habían pasado naturalistas viajeros como Segur, Humboldt, Bonpland, Boussingault, Sthephenson, Miranda, Bolívar y otros protagonistas del 19 de abril de 1810. Agregó que, para el momento de redactar su crónica había transcurrido un siglo de haberse plantado el primer cafeto en Caracas y que aún se conservaba en la memoria de muchos el recuerdo de aquellos tres hombres: Mohedano, Sojo y Blandín. Chacao fue destruido con el terremoto de 1812 pero surgió de los escombros un nuevo templo que ha quedado como ofrenda a Mohedano. Para Arístides Rojas el legado del padre Sojo quedó ratificado con los anales del arte musical en Venezuela, y las campiñas de “La Floresta” bajo el cuidado de sus deudos.
Recordó que el nombre de Blandín no había desaparecido porque el fruto que era transportado hacia el oeste de la capital, en víspera de su tránsito al puerto de La Guaira, formaba parte de lo que a finales del siglo XVIII fue una próspera actividad económica dentro de las familias de calidad en el centro del país. Tanto La Floresta como San Felipe serían rememorados como lugares donde se sucedieron eventos memorables y, por tanto, “inmortales”, también evocaba el nombre de “varones ilustres” y las virtudes de generaciones ya consumadas, “que supieron legar a lo presente lo que habían recibido de sus antepasados: el buen ejemplo”. Recordó que el apellido Blandín había desaparecido, aunque quedaban los de sus sucesores Echenique, Báez, Aguerrevere y otros que “guardan las virtudes y galas sociales de sus progenitores”.
Terminó su crónica al rememorar el primer clavecín que apareció para los años de 1772 a 1773 y que para el momento se mantenía el primer piano de espineta que alcanzó tierras venezolanas. Él que luego, junto con las arpas francesas que llegaron para amenizar los conciertos de Chacao, no dejaría de estar presente dentro del cultivo musical. Abogó que para un cercano futuro se extendiera en el museo de un anticuario las escasas banderas y platos del Japón y de China que habían logrado preservarse, después de ciento treinta años de acaecimientos diversos, “así como los curiosos muebles abandonados como inútiles y restaurados hoy por el arte”.
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