Este historiador venezolano argumentó que un conjunto de circunstancias y condiciones, en cuanto al abastecimiento de las tropas realistas o republicanas, fueron compartidas por los contendientes en la querella armada. Por eso aseveró que era dable hablar, de manera determinante, acerca de la capacidad potencial de un territorio para alimentar y proveer a un grupo humano sumergido en condiciones específicas de dificultad, en conjunto con la desorganización de los canales de comunicación vial, de medios de transporte casi inexistentes, un intercambio comercial esmirriado, concentración de población desplazada y de tropas en lugares relativamente fijos o limitados. A esto se sumaba un “factor condicionante de orden general” al cual Carrera asoció con la práctica del saqueo y el pillaje: el denominado bandolerismo.
Anotó Carrera algunos casos cuando, apenas se inició el conflicto bélico en 1814, ya había escasez y dificultades para el abastecimiento. Aunque la guerra fue el factor para determinar tales circunstancias con ella o como parte de ella, se presentó la necesidad de “salar” burros y mulas que se acompañaron de un maíz que se pudo recolectar. Con tal consumo se logró subsistir por unos días, de acuerdo con el texto citado por Carrera. Este mismo autor rememoró que, apenas Bolívar y los suyos ocuparon Caracas, se presentó una situación de agotamiento de recursos el que ya había adquirido rasgos generales en el país. Para ejemplificar tal situación recordó una acción administrativa, protagonizada por el Director General de Rentas ante la Junta de Diezmos, para que se distribuyeran los caudales de esta última y así disminuir el déficit que venía arrastrando el Erario.
La respuesta a este requerimiento muestra el carácter de las carencias en la que se hallaba Caracas y sus adyacencias. En una comunicación emitida por el Director de Rentas éste expresó que no había recursos en caja para cumplir requerimientos, como el solicitado por un oficial del ejército para dar satisfacción a demandas de la tropa. Esto se debía a las dificultades que existían para llevar a cabo las cobranzas y por la falta de numerario provenientes de tributos por cobrar. En fin, por efectos del mismo conflicto la circulación de bienes se encontraba restringida, junto con ello la dificultad de acumular tributos en una realidad deficitaria y que, todavía, arrastraba secuelas del terremoto de 1812. Lo ensayado en la Segunda República se vio empañado por una realidad económica adversa y la agravación de la situación de miseria de los pueblos. La guerra absorbía los escasos recursos existentes y los agravaba por la creciente presión a la que estaba sometida la economía venezolana bajo el marco de un enfrentamiento bélico.
La presentación de expedientes y requerimientos de la época permiten concluir que la crisis no era superable con simples fórmulas administrativas, políticas o militares. El problema de mayor gravedad era que no había espacio de donde extraer recursos. Así sucedía en Valencia, como en la guarnición de Caracas donde, para mediados de 1814, sólo se suministraba pescado seco el cual era trasladado desde el oriente del país, debido al agotamiento de la carne de ganado procedente de los valles de Aragua y de los Llanos. Carrera mostró la existencia de testimonios que evidencian el empobrecimiento del territorio en el centro del país. Se sabe que la provincia de Caracas y espacios colindantes eran de gran interés para los ejércitos en pugna, no sólo por ser un lugar estratégico, cercano al mar, sino por ser sede administrativa y de recursos económicos. Además, la densidad poblacional se concentraba en ella lo que resultaba un atractivo para el intercambio y circulación de bienes.
La capital del país, sin embargo, transitaba por distintas dificultades de distinto orden al igual que Caucagua, Villa de Cura, Ocumare, Calabozo, Maracaibo y Barinas. En lo referente a Caracas, Carrera destacó al auge que había logrado alcanzar la reacción realista luego del ensayo de la Segunda República, con lo que cortó toda forma de comunicación con otros lugares del país. Subrayó que, en distintas comunicaciones oficiales, dadas a conocer en esta época se exigía que quienes poseían bienes debían cederlos a las fuerzas republicanas para enfrentar a los auspiciantes de la Monarquía.
Otro elemento que se añadió a estas dificultades fue la llegada de pobladores de otros pueblos a Caracas, quienes huían del hambre y la miseria de sus lugares de origen. Aunque también se presentaron dificultades por la disminución demográfica de Caracas, debido a las personas que huían del conflicto bélico. Para ambas situaciones, hacia 1814, hubo señalamientos de la importancia que significaron en lo referente a la obtención de recursos. Al pedimento que se hacía desde otras provincias el Director General de Rentas respondió, para marzo de 1814, los contratiempos que había acarreado la llegada de personas provenientes de otros lugares del país, porque había grandes dificultades para obtener recursos y que lo que alcanzaba llegar a Caracas provenía del oriente del país y de alguno que otro buque extranjero.
Carrera afirmó que lo mencionado acerca de la realidad social, en especial entre 1812 y 1814, mostraba signos heredados de una estructura económica constituida durante la época colonial. Señaló asimismo aspectos estrechamente vinculados con una estructuración histórica de larga data. Entre ellos destacó el escaso rendimiento de la mano de obra esclava, la preferencia de dedicar las tierras con mayores potencialidades, en especial las ubicadas en el centro del territorio nacional, a frutos sólo para la exportación. Hábitos que se habían trocado en costumbre pasaban ahora factura, los requerimientos alimenticios que provenían del exterior y que bien pudieron haber sido producidos en Venezuela no eran de fácil adquisición a la luz del conflicto bélico. Esta situación obligaba a los ejércitos a una movilización constante y hacía dificultosa la estadía prolongada en algunas zonas.
Lo cierto de todo esto es que, la guerra debía desarrollarse en este esmirriado contexto, es decir de escasez y desquiciamiento económico. Carrera recalcó los esfuerzos realizados para proveer las tropas, equipar los soldados y pagarlos. Es dable pensar que para ello era necesario conseguir recursos a todo trance y de manera urgente. Lo prolongado del conflicto y sus secuelas destructivas, “precipitaron y agravaron el agotamiento de los recursos”. Con las constantes incursiones y ocupaciones del territorio central del país, durante el período de 1812 y 1814, obligaron a la población de esta región a exigencias abrumantes. No sólo había un problema grave con la situación económica sino el de la organización política y administrativa. “En suma, se creaba una situación en la cual la ineficacia de los medios legales y ordenados para hacerle frente, imponía la necesidad de los medios arbitrarios y violentos”.
Ante esta coyuntura la historiografía venezolana se ha mostrado por medio de la ambivalencia entre intereses e ideales, en lo que respecta a los protagonistas armados. La historia patria y nacionalista ha asociado las acciones de los seguidores del rey sólo con intereses, mientras para las acciones de los patriotas se ha hecho referencia a ideales de libertad. En este sentido, Carrera añadió que el problema, para el historiador, no era la elección entre un “pillaje censurable” y “reivindicaciones populares”, “como lo ha creído ingenuamente cierta historiografía reciente que, llevada a su sentido revolucionario, ha incurrido en el exceso de juzgar el hecho por la condición del testigo”. Esta disposición es algo así como que la historia me interesa para mostrar sólo lo que el perverso español intentó someter al expoliado americano. Sin duda, una fuerte disposición que sirve más para propósitos contemporáneos que para el revisionismo histórico.
Carrera enfrentó esta forma de estudiar el pasado al agregar que, de manera automática se declarara “revolucionario” todo hecho popular calificado negativamente por testigos e historiadores imbuidos de sentimientos e ideas antipopulares, en cualquiera de sus versiones, realista o patriota. Así, el saqueo y el pillaje, también los asesinatos y actos de crueldad florecidos del delirio o deseos de botín, se quieren hacer ver como actos propios de grupos revolucionarios o de reivindicación popular, “aunque tosca y embrionariamente expresados”. Está en lo cierto Carrera cuando afirmó que detrás de estas versiones de la historia se esconden aviesas intenciones. De gran importancia son estos señalamientos porque en la actualidad, casi sesenta años después de este estudio acerca de las condiciones socioeconómicas de la guerra de Independencia, la asociación del pillaje y el saqueo con el movimiento popular y revolucionario resultan ser muy familiares y, además de indicar la tendencia política que los reivindica como forma de legitimidad.
En términos generales, Carrera llegó a reivindicar su examen alrededor del saqueo entendido de manera amplia como apropiación violenta o arbitraria de recursos de todo orden, con propósitos especialmente militares, al poner de relieve uno de los rasgos más resaltantes, por consistencia y reiteración, de la guerra de emancipación. El autor advirtió que no era fácil diferenciar de modo ostensible los casos de pillaje frente a los de saqueo. A lo que agregó que no había separación entre el empleo de botín de guerra para la subsistencia y aprovisionamiento del vencedor y el mero pillaje llevado a cabo por un soldado, a cuando lo conseguido se destinara para el pago de necesidades de vestimenta, alimentación o adquisición de armas o a hacer uso de medios poco éticos, en tiempos de conflicto, para satisfacer estas necesidades.
A esta dramática situación se debe agregar el bandolerismo que se presentaba en estos territorios incluso antes de las acciones de Boves. Con la guerra se introdujo una visión acerca del bandolerismo tradicional muy cercana a la confusión. En efecto, los elementos de desconcierto se agregaron con la amplitud que entre 1812 y 1814 adquirió un fenómeno social conocido bajo la denominación bandolerismo, “y con la imprecisión en el uso de ese término, fruto de razones políticas obvias”. Carrera mostró cómo este fenómeno social, tal como lo denominó en su narración, se había presentado durante los tiempos de la Primera República, así como en la Segunda República, con la secuela de perjuicios causados por afanes de venganza, ante una situación de exclusión, proveniente de la época colonial y que los primeros patricios no lograron superar.
Sin embargo, Carrera advirtió que el uso del calificativo “bandolero” fue utilizado de manera laxa y escaso rigor en lo concerniente a su connotación. Como ejemplo, citó una nota publicada el 27 de diciembre de 1813, en la Gaceta de Caracas, donde se describieron algunas acciones, en los llanos venezolanos, al describir como bandoleros a todo saqueador e incluso ladrones comunes que aprovecharon el desconcierto a favor suyo. Destacó Carrera algunos factores de desconcierto con respecto al bandolerismo como categoría y hecho histórico, ello, sin dejar de advertir, que fue un fenómeno generalizado en el país sin que se pueda asegurar que correspondió al bando realista. El adjetivo bandolero se utilizó indistintamente entre los representantes o simpatizantes de los grupos políticos en pugna. Se debe tener presente que el bandolerismo es una expresión propia de momentos conflictivos que, en territorio venezolano, entre 1812 y 1814, adquirió carácter de amenaza y riesgo para monárquicos y para republicanos.
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