Con el transcurrir del tiempo, algunas postales regresaron. Por ejemplo, una que le dirige desde Macuto el Dr. Alberto Urbaneja a su amigo Roberto Guzmán Blanco, Calle Víctor Hugo, en París el año 1907; otra que envía a Valera, un allegado de Doña Blanca de Febres Cordero en 1914, con la imagen del primitivo sector de Camino Nuevo y, finalmente, una del ceibo de Macuto que remite Matilde a su esposo en Hannover (Alemania).
Desde los últimos años fuimos guardando cuidadosamente, en álbumes, estas postales que venían por diferentes caminos a nuestra mesa de trabajo en el diario “El Universal”.
Sería de justicia mencionar la sugestión que hace algunos años nos formulara el historiador Carlos Manuel Moller en Quinta Anauco:
–Si no recogemos este magnífico testimonio gráfico de Caracas –dijo– corre el peligro de desaparecer. Usted, que ya tiene una colección, ¿por qué no lo edita?
Efectivamente, nos pareció que valía la pena hacer el esfuerzo de poner a cada postal su correspondiente leyenda y entregarlas más tarde, editadas al público. . .
Sería asimismo de señalar la circunstancia de que estas postales reflejan las características predominantes en una etapa interesante; como aquella en la cual comienzan a hacer su aparición los primeros automóviles, los que irían, poco a poco, desplazando a los coches (de caballos), tranvías y ferrocarriles. La narrativa ilustrada llega hasta el año 1943, cuando se produce el fenómeno o impacto de transformación de Caracas.
Un informe del Concejo Municipal que presenta en 1942 el Gobernador Diego Nucete Sardi, subraya que por las calles de Caracas circulan 7.200 automóviles, cifra considerada como exorbitante. No obstante, en esa época Caracas seguía siendo una ciudad semidesierta. La escenografía urbana conserva muchos de los signos apacibles y de quietud. Por ejemplo, la entrada de la Urbanización “Los Caobos” que acaba de concluir don Luis Roche, como todas las de los “extramuros”, no tiene una sola casa construida; no hay flechados y marchan, indistintamente por la izquierda o por la derecha. Todavía más, en 1944, cuando se termina la construcción de “El Silencio”, frente al Bloque Siete, ángulo Sur-Oeste de la Plaza Miranda, se toma una fotografía y apenas aparecen tres peatones y dos automóviles. Contraste singular ofrece a la presente generación ese sector a las horas meridianas. Una tremenda barahúnda de peatones, vehículos, buhoneros y otros, señalan un incremento del ritmo urbano elevado casi al paroxismo.
La mayor parte de las postales –como queda explicado en la introducción del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”–, llegaron a nuestra mesa de trabajo por diferentes caminos, y han venido a llenar la finalidad de ofrecer un conjunto atrayente a las nuevas generaciones de la ciudad que no vuelve, esa que hemos visto pintada en las páginas ilustradas con breves leyendas explicativas.
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