Caracas vista por un hijo de Páez
Ramón Páez (1810-1894), hijo del general José Antonio Páez, escribió una obra titulada Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Publicada originalmente en inglés, en 1862.
Ramón Páez (1810-1894), hijo del general José Antonio Páez, escribió una obra titulada Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela. Texto publicado originalmente en inglés, en Nueva York, en agosto de 1862. Posteriormente, la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, lo editó en español, en 1973.
En su obra, Ramón Páez describió la vida en los llanos venezolanos y colombianos, así como algunos de los hábitos y costumbres de los lugareños. Se trata de una colección de anécdotas y relatos. Su obra está considerada como una de las primeras que se escribió en el ámbito de la literatura venezolana y que describe la vida rural y paisajes llaneros.
Entre las actividades que ejerció en su vida se encuentran las de diplomático, pintor y escritor. Nació en Achaguas, estado Apure, en 1810, y falleció en Calabozo, estado Guárico, en 1894. Sus primeros estudios los realizó en Caracas, en el Colegio de la Parroquia de la Merced. Siendo aún muy joven fue enviado a España, donde mostró su interés por la botánica y la lengua inglesa. Luego se marcharía a Londres adonde culminaron sus estudios.
Regresó a Venezuela por poco tiempo, retornando a Londres en 1839 junto a una delegación que acompañó al ministro plenipotenciario de Venezuela en Inglaterra. Años después, en 1846, recorrió con su padre los llanos de Venezuela. De esta visita escribió su primera obra, Escenas Rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela.
Acompañó a su progenitor en la incursión que llevó a cabo en Curazao, durante 1848, y en la batalla de Taratara el mismo año. Luego de la capitulación de su padre, en 1849, Ramón Páez vivió en calidad de exilado en Curazao hasta 1850. Este mismo año se reunió con su padre en Nueva York donde le acompañó hasta el día de su fallecimiento en el año de 1873.
Entre 1882 a 1887, entabló una querella frente al gobierno venezolano de entonces, debido al traslado de los restos del general Páez. Sin embargo, en 1888 formó parte de la comitiva que trasladó los despojos del “Taita” al territorio que le vio nacer.
Aunque el libro mencionado está centrado en los llanos venezolanos, el último apartado lo tituló “Caracas”, donde relata que viajaron desde la localidad de Calabozo con rumbo a los Valles de Aragua. En un punto del camino se despidieron de la comitiva que los acompañaba a él y a su padre. Al llegar a su destino, les atacó un estado febril, que lo afectó más a él que al gran caudillo.
Antes de alcanzar la ciudad capital fueron objeto de un ataque por parte de tropas forajidas en las cercanías de Villa de Cura. Al arribar a Caracas, cuenta Ramón Páez que fueron recibidos con “las mayores demostraciones del fervor popular y de respeto por el General en Jefe. Las calles estaban repletas de gentes de todos los partidos y condiciones; hermosas damas fueron las encargadas de presentar a nuestro Caudillo coronas de laurel”. Redactó que todas las esquinas estaban ornadas de arcos triunfales, adornados con banderas y pinturas alegóricas, “entre las que sobresalían los retratos de Bolívar y Páez”. En este orden no dejó pasar la oportunidad para escribir que quienes en ese momento lanzaban sus vivas “al desinteresado patriota, un año después pedía su cabeza al tirano Monagas”.
Agregó a su descripción que a su llegada habían sido agasajados con una espléndida merienda preparada “por las personalidades de Caracas en los espaciosos corredores de la casa del General, cuyos sótanos se habían surtido con los vinos y las conservas más exquisitas”. Luego narró que por toda la ciudad de Caracas se sabía que Monagas y “sus semisalvajes tropas – que aún estaban en Barcelona fraguando la ruina de la República iban a ser los huéspedes del general Páez, hasta tanto que les fuera preparada una conveniente residencia”.
El general José Antonio Páez recorrió gran parte de los llanos en compañía de su hijo Ramón, quien luego plasmaría en un libro sus impresiones de lo vivido en ese viaje.
En este orden de ideas, indicó que el nuevo presidente había retardado su llegada, “y esta demora fue aún más odiosa debido a que el país no gozaba entonces de una firme condición”. A esta opinión sumó que muchos de los dirigentes de la anterior rebelión andaban a sus anchas, “y la pandilla de la Sierra se había dejado ver de nuevo muy numerosa bajo el mando de Rangel, un audaz mestizo, antiguo partidario de Cisneros, otro bandido indio, que bajo el pretexto de combatir por España había sembrado el terror durante once años en los alrededores de Caracas”.
De acuerdo con su percepción en países envueltos en revueltas militares y civiles, “se habían trocado los papeles, y este antiguo terror de las montañas, se tornó en el instrumento más eficaz para la supresión de las cuadrillas de malhechores que erraban por los inaccesibles vericuetos de la Sierra”. Sin embargo, agregó que todavía mostraba inclinación por obedecer a su antiguo socio Rangel.
En las líneas trazadas acerca de Cisneros agregó que éste “fue convertido de un implacable bandido, en un sumiso esclavo del general Páez, es extremadamente singular y se me permitirá que le de cabida en estas Rudas Escenas”. Del mismo personaje subrayó que utilizó la imagen de la monarquía española para poner en jaque a las mejores tropas de la ciudad de Caracas.
Contó que un pequeño hijo del indio alzado había sido capturado por las autoridades militares y que “había sido enviado como trofeo al General”. Pero el trato con el pequeño joven era muy difícil y Páez decidió ser su padrino. “Ya cristianizado el pequeño salvaje, fue puesto en una escuela junto con los hijos de su padrino, y tratado con la misma consideración que a cualquiera de ellos”. En su narración refirió que al Cisneros enterarse del destino de su hijo, había enviado una carta de agradecimiento a Páez con una de sus concubinas.
Pero en ella agregó que continuaría su lucha a favor de la corona española. Páez aprovecho la oportunidad para invitar a un encuentro al indio alzado en armas. No obstante, Cisneros se negó. En otra oportunidad cedió a la invitación de su ahora compadre y puso como condición que el general fuese solo al encuentro en un lugar específico en la parte sur de Caracas, muy cerca del Tuy.
“Siguiendo el camino marcado en la carta de instrucciones que se la había enviado, cabalgó el General dentro del monte hasta que fue detenido por un espantable ¿Quién Vive? De uno de los centinelas; contestando satisfactoriamente el reto, él siguió y otro ¿Quién Vive? Le hizo ver una larga fila de soldados salvajes que le apuntaban a la cabeza con sus fusiles, no escuchó ni una palabra más hasta que llegó al Cuartel del Jefe bajo una gran Ceiba. Por la fama y las hazañas de Cisneros, el General pensaba encontrarse con un poderoso guerrero indio rodeado por un estado mayor de igualmente atléticos hombres”. Destacó que fue grande la sorpresa de Páez al ver a “una mezquina criatura, con el rostro medio oculto por una masa de cabellos caído que avanzaba hacia él”.
En 1888, Ramón Páez estuvo presente en el traslado de los restos de su padre, el general José Antonio Páez, a Caracas.
En su narración recordó que el General trató de convencer al forajido para que abandonara sus ilícitas actividades, al tiempo que le ofreció una buena paga dentro de las filas castrenses venezolanas, pero insistió en seguir en el servicio del Rey de España. Luego Cisneros devolvió la amable visita al General, pero sin traspasar los límites del Valle. Reunión a partir de la cual se mostró ecuánime con el general Páez. “Disolvió entonces su guardia de cuatrocientos soldados, indios todos los cuales quedaron al servicio del gobierno, y se dedicó a la cría del ganado siguiendo el ejemplo de su compadre, quien le avanzó el necesario número de cabezas para establecer una fundación en el caserío indio de Camatagua”.
A pesar de su colaboración para la erradicación de malhechores enemigos de la República, Cisneros cayó en desgracia, luego de haber sido procesado como colaborador de su antiguo compinche Rangel.
De tal modo que Páez se vio en la obligación de retirarlo de todo mando y citarlo al Cuartel General de Villa de Cura, para que respondiera de los actos que se le atribuían. Ramón Páez escribió al respecto:
“Una noche, mientras conversaba el general con dos de sus oficiales, en el corredor de una solitaria casa, en la que se había detenido poco antes de llegar al pueblo, Cisneros, trabuco y espada en mano, surgió repentinamente ante él. Sospechando alguna traición, el General avanzó en el acto sobre él y le preguntó: ¿Por qué está usted aquí? Vengo – respondió fríamente Cisneros – a preguntar la causa de mi destitución”. En su relato Ramón Páez comentó que en un descuido de Cisneros el General le había despojado del trabuco y la espada. El caudillo llanero “ordenó a uno de sus oficiales que le pusieran grillos. Ulteriores investigaciones probaron que Cisneros, disgustado por verse destituido en el mando por un Teniente – Coronel, invitó a sus hombres a que le siguieran, invitación que por lo menos, fue inmediatamente aceptada por la tercera parte”.
En su narración dejó escrito que al siguiente día de la captura de Cisneros fue procesado por un consejo de guerra del que se emitió la sentencia de fusilamiento. Sin embargo, el procesado no parecía dar crédito a la sentencia hasta que estuvo frente al paredón de fusilamiento, “tornóse muy sumiso, y pidió licencia para hablar. Dirigióse a la turba reunida en la plaza protestando de su inocencia contra el cargo de traición que se le imputaba, aunque reconocía que aquello era el justo pago de sus antiguos crímenes”.
Terminó este acápite reseñando que, a los pocos días de la ejecución había llegado a Caracas el cadáver de Rangel, “agujereado de balas y atravesado sobre el lomo de un burro”. Luego de reseñar estos incidentes escribió que por fin llegaron para cumplir con el deseo de Monagas, “de que fuera el general Páez el primero que lo saludara en la rada de La Guaira”.
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